En Oporto, tras los pasos de Firmino

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 De Ángel García Prieto

Así como se puede decir que “la mitad de un viaje es contarlo después”, también es muy cierto que visitar un lugar es volver a vivirlo si antes se había leído. Y con esa idea el Dr. T. iba a Oporto, o Porto en portugués, para reconocerlo, tiempo después de haber leído una novela en la que la ciudad lusa también era protagonista.

Llegó en un crucero por el Duero/Douro, pues la mejor manera de entrar en Porto es a través de ese río que “Comienza en piedra y agua y acaba en piedra y agua”, como escribió Miguel Torga.  Un crucero fluvial era el inicio de un congreso de Gerontopsiquiatría que comenzaba en barco y terminaba en la ciudad de Porto. Y desde el río, el eterno Douro, al llegar el Dr. T vio al llegar el caserío de la ciudad que asciende en un tumulto y se ordena por la colina, terminada en el perfil barroco de la Torre dos Clérigos. Sobre el río, los puentes que unen las dos orillas hacen de la aglomeración urbana un todo conocido, pero que en realidad se trata de dos ciudades enfrentadas, aunque se complementen muy bien.

Vila Nova de Gaia, en la ribera izquierda tiene todas las bodegas, “caves”, famosas del vino de Porto y se continúa con un industrioso y comercial entramado ciudadano. Gaia, derivación del “Cale” romano y de donde se origina el nombre de Portugal, “Porto-Cale, ha cedido sin remedio la fama mundial del conocido vino y ve al otro lado del río las cenicientas torres monumentales, las fachadas de los palacios o el sinfín de castizas pequeñas edificaciones de los cais* da Ribeira, detrás de los que se extiende la moderna, la bulliciosa y próspera ciudad de Porto.

El crucero del Dr. T por el río había empezado en Vega de Terrón, muelle fluvial en el final de la comarca de los Arribes de la provincia de Salamanca, al borde mismo del mapa de España. Donde zarpan desde la primavera al otoño barcos de una compañía portuguesa, que ofrecían en esos años de finales del siglo pasado, un atractivo viaje por el río. Eran el Vistadouro, Princesa do Douro y Alto Douro, capaces de embarcar varias decenas de pasajeros en un ambiente agradable, decorado con maderas nobles y acabados de estilo inglés.

La amable tripulación, la buena cocina y un programa de guía turística eran un complemento adecuado para hacer del crucero un tiempo de lento discurrir lleno de interés, en los que el paisaje y el fuerte carácter pintoresco y cultural de esa región lusa pueden marcar una impronta en el recuerdo del viajero. Ya en el barco hubo una primera sesión dedicada a desarrollar diversas ponencias de psicopatología que pueden aparecer en pacientes de edad avanzada; los congresistas eran médicos españoles dispuestos a pasar tres días en una convivencia cordial entre especialistas de gerontología y psiquiatría, con la no menos amable perspectiva de unir el turismo y la actividad de formación profesional.

Las cinco presas que regulan el cauce del Douro, con sus cantarines nombres portugueses, como Pocinho, Valeira, Bagaúste, Carrapatelo y Crestuma, con sus correspondientes esclusas para las embarcaciones, añadían aire de modernidad a un ambiente que evocaba otras épocas. Por allí, el río discurre apaciblemente en una orografía al principio agreste, entre pardos pedregales adornados de almendros y olivos para irse haciendo cada vez más abierta, a través de las soleadas laderas de pizarra con bancales de viñas. A  partir de Peso da Régua, en un amplio cauce, una vez superadas las sierras de Marão y Montemuro cortadas por el río, donde el verde de campos cuajados, los frecuentes  casas rurales, las bodegas y las nobles mansiones de época hacen entrever la cercanía de la asombrosa y envolvente ciudad de Porto.

 Porto es la segunda ciudad de Portugal, poblada por algo más de trescientas cincuenta mil personas, aunque en la práctica es una aglomeración con otros concejos también muy densos en población, formando el Área Metropolitana de Porto, que supera con amplitud el millón y medio de habitantes. Industrial, comercial, cabecera de todo el norte, con un pulso vital muy alto que se manifiesta en cultura, turismo, movimiento ciudadano, pujante arquitectura y tantos otros detalles que hacen de la capital del Douro una fascinante ciudad, abierta al mundo, por relaciones comerciales, que alcanzan ya desde el s. XVIII el esplendor del famoso y exportado vino de denominación Porto y también sumaron la riqueza que del Brasil trajeron tantos emigrantes de la cuenca del Douro, de Tras-os-Montes y de la Região de Minho.

De su ciudad, el famoso arquitecto galardonado con el premio  Pritkzer, Álvaro Siza dijo que es “la más incómoda del mundo, donde todo se ha hecho deprisa y mal”, pero de la cual a la vez alababa “su irresistible personalidad y su increíble belleza”. Porto se presenta como una ciudad barroca, que asciende hasta la cima más palaciega, en la que se serena una elegante arquitectura de piedra gris, alegrada con frecuencia con paños de azulejos típicos en las fachadas o incluso en muros laterales  de diversas construcciones. Hacia el oeste se va extendiendo una urbanización más moderna, con el eje de la gran avenida de Boavista, que acaba en un pequeño fuerte, el Castelo do Queijo, después de haber pasado por los edificios de los grandes hoteles, las mansiones del XIX y principios del XX, entre los que se salpican enclaves de especial interés y belleza, como los jardines y los dos edificios de avanzada arquitectura del Museu de Arte Contemporánea de la Fundação Serralves.

La casa Serralves, de estilo art decó, estuvo diseñada por Marqués da Silva – el arquitecto portuense más conocido en la primera mitad del s. XX – y por decoradores franceses de los años 30 del siglo pasado. Y el edificio moderno, blanco y con distintas dimensiones de líneas rectas que juegan con los entornos del jardín, es del ya citado Álvaro Siza, que también tiene en esa ciudad algunas obras emblemáticas, como la Escuela de Arquitectura de Porto, el ayuntamiento de Matosinhos, la iglesia parroquial de Marco de Canaveses y la Casa do Chá (la Casa de Té), un restaurante situado entre las dunas y los peñascos que bordean la Praia de Boa Nova, conocida edificación que pasa por ser su primera obra con la que comienza a tener fama internacional.

En la referida avenida de Boavista se encontraba el hotel donde iban a residir dos días los congresistas. Un establecimiento que en aquella época tenía la marca de Sheraton, una cadena internacional de primera categoría, estupendo, moderno y con un personal amable y acogedor. Por allí andaba en aquella ocasión el Dr. T como un turista y con un libro entre las manos, por el que en aquellos momentos estaba interesado y un tanto conmovido, era la novela de un italiano muy relacionado con Portugal, Antonio Tabucchi, titulada La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, cuya historia tenía lugar por entero en la ciudad de Porto.

A primera vista esta novela de Tabucchi, parecía policíaca; su historia se centra en el desagradable hallazgo de un cadáver decapitado y abandonado en los alrededores de la ciudad de Porto, pero se trata, en el fondo, de un relato en torno al abuso de poder, la tortura, las minorías marginadas y la miseria humana y social en los desajustes de los primeros años de la democracia en Portugal.

La primera tarde, cuando tuvo un rato libre, el Dr. T se fue a pasear por el centro histórico de la ciudad. Iba pensando en Firmino, uno de los protagonistas de la novela, que vivió en Porto la corta temporada que le llevó acabar su trabajo de periodista reportero, enviado por un diario de Lisboa.

Firmino detestaba Porto, y así lo manifiesta el relato:”Quien sabe a qué se debía su antipatía por Oporto, Firmino reflexionó sobre ello. El taxi estaba cruzando la Praça da Batalha. Una plaza noble, austera de estilo inglés. La verdad es que Oporto tenía un aire inglés, con sus fachadas victorianas de piedra gris y gente caminando ordenadamente por la calle ¿Será porque con los ingleses no me siento a gusto? se preguntó Firmino. Podría ser, pero no era la razón principal. En Londres, por ejemplo, la única vez que había ido se había sentido perfectamente a gusto. Claro que Oporto no era Londres, naturalmente, era una imitación de Londres, pero quizá no fuera eso, concluyó Firmino”, mientras sigue explicando detalles de unas vacaciones familiares que allí pasó y que no le resultaban agradables en su memoria.

Y tras aquel paseo exploratorio, el Dr. T,  hacia la hora de la cena se planteó la vuelta al hotel y cogió un autobús urbano, uno de esos grandes vehículos con dos cuerpos separados por un fuelle que les permiten girar; se acercó al conductor para pedirle que le avisará cuando llegaran a la parada más cercana al hotel y se abandonó tranquilo ante el asentimiento del chófer. Su sorpresa fue comprobar que el conductor detuvo el largo vehículo justo ante el hotel, puerta con puerta, haciendo una parada “extra” en la línea. Tras sonreír y agradecer el detalle de aquel portugués; éste gesto de hospitalidad lo continúa recordando muchas veces, porque en muchas ocasiones ha tenido y espera seguir reiterando  la satisfacción que produce la bonhomía, la simpatía y la elegancia del trato de tantos y tantos portugueses hacia sus huéspedes extranjeros.    

Al día siguiente, tras la sesión matutina de la reunión médica, el Dr. T anduvo por los lugares que conforman esa pequeña geografía entre la desembocadura del río, en la Foz do Douro y Matosinhos, donde comienza a desarrollarse la historia que Tabucchi parece haber querido dejar plasmada en la novela como una especie de homenaje a la capital portuense. En el relato, sigue patente el desdén que Firmino siente hacia Porto, que al Dr. T le recordó aquel chiste que circulaba en la época, en el que un turista que llega a Oporto pregunta:

-“¿Qué es lo mejor que puedo hacer aquí en Oporto?” – inquiere a un  taxista al llegar.

– “Coger el avión a Lisboa” – le contesta el escéptico interlocutor local.

Pero Firmino acaba en la novela enamorado de la ciudad, de sus calles, su gente, su gastronomía, sus costumbres, su ambiente y su carácter propio de ciudad noble. Firmino, en sus recorridos para investigar detalles del crimen o simplemente para disfrutar de la ciudad, se pasea, como hizo el Dr. T, por el centro antiguo, entre el encanto decadente de la Rua das Flores, la Sé* románica, los Cais da Ribeira, el elegante Palacio da Bolsa, la iglesia de São Francisco, con su increíble revestimiento barroco de madera dorada en todo su interior. O se aventura en arriesgadas búsquedas en los arrabales industriales de la otra orilla, en Vila Nova de Gaia, donde aparte del Mosteiro de Nossa Senhora da Serra do Pilar y las caves de la parte baja, no hay mucho que ver, si no son las perspectivas embrujadoras de Porto desde esa otra orilla, y los fascinantes puentes de hierro de estilo Eiffel  de Maria Pia y D. Luis.

La ciudad merece muchas más atenciones, que el Dr. T por supuesto le prestó, como contemplar, por ejemplo, la Estação ferroviaria de São Bento, con una decoración de azulejos muy llamativa; el museo de bellas artes de Soares dos Reis; la imponente iglesia de Santa Clara, renacentista y con muy riquísima decoración interior y el elegante edificio de la Alfândega* del puerto fluvial, rehabilitado para exposiciones y para otras manifestaciones de tipo cultural y social de la ciudad.

Y como es lógico, pudo tener la satisfacción de visitar una librería muy fuera de lo habitual, verdadero punto de referencia para los que les guste ver libros e incluso también para los que deseen disfrutar de un lugar casi mágico, además de elegante y artístico. Se trata de la Librería Lello & Irmão, en la rua das Carmelitas 144. Un edificio de estilo neogótico de dos pisos, inaugurado en 1906, con fachada de un arco debajo del que está la puerta de entrada central y dos escaparates simétricos. Sobre la ojiva hay una triple ventana escoltada de dos figuras para simbolizar el Arte y la Ciencia; todo ello está rematado por un frontón superior y pináculos típicamente neogóticos.

El interior es una amplia sala, envuelta en maderas trabajadas en los estantes, los rincones y los zócalos. Los pilares tienen bajorrelieves con bustos  de Eça de Queiroz, Camilo Castelo Branco, Antero de Quental, Tomás Ribeiro, Teófilo Braga y Guerra Junqueiro. En la mitad de la sala hay una tan singular como bonita y llamativa escalera ornamental de caracol que se abre después del primer tramo único hacia los dos lados, para acceder al primer piso y deja pasar luz al bajo a través de su balaustrada. El techo común de las dos plantas es también de madera labrada y se extiende en torno a  un amplio vitral de colores, muy decorado, con la figura principal del ex libris de Lello & Irmão, que tiene la leyenda “Decus in Labore*.

Esta frase en latín llevó al Dr. T a recordar otro detalle que sobre Porto leyó en un espléndido libro de Miguel Torga, titulado Portugal*. Días más tarde, el Dr. T ya en su casa y con un poco de calma, fue a rememorarlo a la estantería de su biblioteca. Los dos párrafos dicen: “Así es como yo entendí el Oporto de mis veinte años, y, desde entonces, poco he avanzado. Lo único que he conseguido es ampliar su mítico horizonte mediante una limpia y honesta meditación.

En este sentido, lo  que más me ayudó fue la actitud del señor Agostinho Peixoto, que tenía una tienda de comestibles en mi aldea. Otros hombres más sabios y más ilustres me dijeron también, evidentemente, cosas bonitas y profundas sobre esta ciudad y su gente. Pero eran hombres sabios e ilustres, los menos indicados para hace ciertas aclaraciones. Por eso mis oídos se abrieron más a las sencillas palabras del tendero.

  • ¿Es de confianza? – le preguntaban los parroquianos.
  • ¡Es de Porto, coño! – respondía él enfadado”.

Realmente la librería Lello & Irmão era un ámbito muy acogedor que tenía mucho de respetable y ayudaba a hablar bajo y hasta parece que a valorar aún más los miles de libros que exhibía. Ahora quizá se ha convertido en un lugar de culto de turistas que llevados por la publicidad que le han dado los libros de la serie de Harry Potter. Ya que su autora, J.K. Rowling, vivió en Porto, se inspiró en aquella decoración, acabó despertando mucha curiosidad en sus lectores y quizá ha promovido demasiadas visitas al establecimiento.

Pero, en cualquier caso, allí pudo el Dr. T adquirir una versión portuguesa de A cabeça perdida de Damasceno Monteiro (Ed. Rocco, 1998), en la que podría intentar leer a Firmino, más o menos, a falar em portugués* . Y se dijo:

-“Si todo esto es Porto y lo mejor de la ciudad ‘es coger el avión a Lisboa’, está claro que tendré que ir a Lisboa”.

* Cais = muelles del puerto

* = catedral

* Alfândega = Aduana

*Decus in Labore” *“dedicación en el trabajo”.

 

* Portugal. Torga, Miguel. Ed. Alianza. Madrid, 2005. Páginas 58-59.

* A falar em portugués = hablando en portugués.

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