Por David Fueyo
Hay personas que escriben como hablan, y otras que escriben como respiran: sin darse cuenta, sin poder evitarlo, como si las palabras brotaran a través de los poros. María Fernández Abril es de estas últimas. Joven y con un currículum brillante, con una poesía con claridad, intensidad y profundidad que puedo alabar de primera mano tras leer en las últimas semanas su poemario Cuentos Tradicionales. Su literatura tiene algo de fondo de piscina, de brazada silenciosa, de esfuerzo que no se nota. Tal vez porque antes de escribir, nadó durante años. Tal vez porque aprendió a mirar el mundo desde lo pequeño, desde la ternura, desde la escucha. Cuando habla de pintura o de sus cafés en Pola con sus abuelos, cuando menciona a Cortázar o a la maravilla que es La fiesta del chivo de Vargas Llosa, uno siente que hay algo más que anécdota: hay un modo de habitar el tiempo. De sus cuentos a sus poemas, María no necesita alzar la voz para dejar huella: escribe con delicadeza, sí, pero también con firmeza. Con la tinta de quien se ha manchado las manos trabajando, enseñando, investigando. Una tinta que no se borra, que se mete bajo las uñas, sino que impregna libros y almas que los leen. Esta conversación, más que una entrevista, es un paseo entre esas huellas.
- ¿Qué tendríamos que saber de ti que no tenga nada que ver con la literatura?
Fui nadadora durante diez años, desde los ocho a los dieciocho, y luego un par de años como máster, en el C. D. Manuel Llaneza de Mieres. También asistí a clases de pintura con el pintor mierense Eduardo Seco González. Ahora, voy a la piscina de vez en cuando —aunque mucho menos de lo que me gustaría—, disfruto muchísimo del mar —sobre todo, si está en calma— y sigo pintando en ocasiones, principalmente para hacer regalos. Tengo pocas manías, entre las que se encuentra el tomar una onza de chocolate negro o un bombón con el café solo de la tarde, y los secretos ya se camuflan todos en los libros.
- ¿Cómo y cuándo supiste que te gustaría dedicarte a escribir?
No fue una decisión consciente. Durante el primer año de tesis doctoral, ante la frustración de no saber todavía qué escribir y ante la pulsión de querer hacerlo, me propuse componer un microrrelato —“Una flor de carbón” se titulaba— para el XII Concurso de Microrrelatos Mineros Manuel Nevado Madrid, que había visto anunciado en el tablón de la Biblioteca Pública de Mieres. Para mi sorpresa, el microrrelato obtuvo una “Mención especial joven”, por lo que apareció publicado en la homónima antología de premiados (Oviedo, Fundación Juan Muñiz Zapico, KRK, 2016). Aunque había sido un mero ejercicio literario, este pequeño reconocimiento me otorgó confianza en la escritura.
Ese mismo año, una tarde en la que estaba tomando un café en casa de mis abuelos en Pola de Lena, mi abuelo Antonio contó una historia de la mina en la que, inmediatamente, supe que había un relato. No obstante, como no podía narrarla en una lengua que no fuera el asturiano, pues habría atentado contra la verosimilitud del cuento y traicionado la lengua de mi fuente oral, tuve que esperar a alfabetizarme en la ortografía y la gramática del asturiano en los cursos de verano de la UABRA para poder escribir esta historia, que volví a enviar al XIV Concurso de Microrrelatos Mineros Manuel Nevado Madrid, donde en esta ocasión obtuvo el Accésit Joven.
A continuación, empecé a detectar destellos de historias que contenían un cuento. De esta manera, surgió el libro de relatos Una línea en la pared (Oviedo, Universidad de Oviedo, 2020), que se alzó con el IX Concurso Literario de la Universidad de Oviedo (modalidad prosa). A partir de entonces, normalicé el escribir también literatura en mi día a día; pues, por mi formación, llevo ya muchos años escribiendo crítica y artículos académicos.
- ¿Cómo definirías tu voz literaria? ¿Crees que ha cambiado mucho desde que empezaste a escribir?
Sí, observo un salto desde Lo que saben los árboles (Oviedo, Trabe, 2023) a Cuentos tradicionales (Madrid, Rialp, 2025), poemario en el que la voz es más fuerte, madura y más consciente del poema que quiere construir. No obstante, desde Una línea en la pared (2020), advierto dos características en mi voz literaria: no manejo florituras retóricas, ya que tiendo a una expresión bastante directa, y, además, trato de impactar o sorprender con los finales.
- ¿Qué historia llevas tiempo queriendo contar, pero aún no te has atrevido a escribir?
Tengo ganas de escribir unas historias de posguerra, que estén basadas en anécdotas referidas por mis abuelos o por otras fuentes cercanas y que, aunque consistan en relatos independientes, se relacionen de un modo similar al de los capítulos de Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez.
- Si tuvieras que recomendar tres obras clave de la literatura para los lectores de LITERARIAS, ¿cuáles elegirías y por qué?
Las obras clave de la literatura son aquellas que configuran el canon de las letras universales. En ese sentido, huelga decir que habría que leer todos los clásicos y que, de entre ellos, el Quijote representa la máxima grandeza literaria. No obstante, voy a mencionar otras dos obras que me han influido especialmente: como cuentista y como investigadora, Final del juego (1964) de Julio Cortázar y, como poeta, la Antología bilingüe (Alianza Editorial) de Emily Dickinson.
En el curso 2012-2013, año del quincuagésimo aniversario de Rayuela (1963), tuve la suerte de estar de Erasmus en París y de empaparme de Cortázar en dos asignaturas monográficas impartidas en La Sorbona. Al curso siguiente, bajo la dirección de Eduardo San José Vázquez, que luego sería mi director de tesis, realicé el trabajo de fin de grado sobre Final del juego (1964), que presenté luego en un congreso de jóvenes investigadores en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest. Aparte de descubrir que me encantaba la investigación, fui interiorizando algunos aspectos del cuento.
Por otro lado, siempre profesé cierto respeto a la poesía, ya que me veía incapaz de escribir un poema. Sin embargo, en el curso 2026-2017, estuve de Teaching Assistant en la Universidad de Massachusetts, en Amherst, pueblo natal de Emily Dickinson. Allí, entre el fall foliage de Nueva Inglaterra, me sumergí en la voz intimista de la autora y, gracias a esto, surgió el primer poema de Lo que saben los árboles (2023), titulado “Cementeriu d’Amherst, Massachusetts”.
- ¿Qué obra ya publicada por otro autor o autora te hubiese gustado firmar?
Puestos a pedir, ¿un éxito rotundo de crítica y ventas que te lleve directo al Nobel como La fiesta del chivo (2000) de Mario Vargas Llosa? Es broma. Aunque, sin alejarnos demasiado del Boom, todavía el año pasado volví a leer Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo para el curso de literatura hispanoamericana que imparto en la UNED Sénior y me volví a maravillar por la simplicidad de la idea —un hombre que regresa a buscar a su padre a una ciudad fantasma— y por su ejecución tan magistral, ya que se trata de una novela corta, presentada a modo de escenas y con notables saltos temporales. Qué privilegio sería construir algo así.
De las letras actuales, me habría gustado firmar una novela negra como la Crónica de la lluz y la solombra (Uviéu, Trabe, 2015) de Antón García, recientemente traducida al castellano en Pez de Plata (2025); un mundo poético lleno de mito y magia como el Nonú (Barcelona, La Bella Varsovia, 2025) de Laura Ramos; o un relato existencial, lleno de humor, como La uruguaya (Barcelona, Libros del Asteroide, 2016) de Pedro Mairal, que se alzó con el Tigre Juan ese mismo año.
- Piensa en ti como escritor o escritora dentro de diez años, ¿cómo te ves en ese no tan lejano dos mil treinta y cinco?
Espero que ni se me vaya la inspiración ni tampoco las ganas de sentarme a escribir.
- Si pudieras inventar una herramienta literaria imposible, ¿qué maravilla aportarías al oficio de escribir?
Un atrapadestellos. Muchas veces, los escritores vislumbramos una idea, como si de una estrella fugaz en el cielo se tratara, pero en un momento poco consciente —puede ser en la duermevela— o en un instante en el que, por las razones que sean, no puedes apuntarla; así que ese destello se va, se te esfuma de la memoria. El atrapadestellos la preservaría para ti, para poder trabajarla más tarde.
- Recomiéndanos una película, una canción y una obra de arte plástico.
Siempre me resulta muy complicado responder a este tipo de preguntas, pues es muy difícil elegir una película, una canción o un cuadro de entre todas las grandes películas, canciones y obras de arte que existen. Además, me suele dar hasta apuro, ya que mis gustos son bastante mainstream.
Dicho esto, de películas, me gustaría recomendar la trilogía de Richard Linklater: Before sunrise (1995), Before sunset (2003), Beforme midnight (2011), si bien mi favorita es la segunda. En cuanto a canciones, algo que me pone los pelos de punta es la armónica con la que Bruce Springsteen arranca “The river” (1980). Por último, para el arte plástico, si bien la primera vez que experimenté el síndrome de Stendhal fue con La libertad guiando al pueblo (1830) de Delacroix, yo soy mucho de los movimientos artísticos finiseculares —me seduce todo Van Gogh o Monet, cuyas Nymphéas expuestas en L’Orangerie me parecen impresionantes—, así como de las vanguardias —me encantó la exposición de María Blanchard que vi el verano pasado en el Museo Picasso de Málaga, por ejemplo—.
- ¿Qué esperas aportar como miembro/a de la Asociación de Escritores y Escritoras de Asturias?
Es un orgullo pasar a formar parte de esa red tejida entre todos los escritores asturianos. Aparte de mi voz literaria, pues cada miembro posee una mirada propia, espero realizar aportaciones más pragmáticas, como participar en aquellas actividades literarias que la Asociación de Escritores y Escritoras de Asturias organice.
Breve currículum literario:
María Fernández Abril (Mieres, 1992) es doctora en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo, con una tesis doctoral que, titulada América en Feijoo y Feijoo en América, versa sobre el tratamiento que Benito Jerónimo Feijoo le dio al tema americano y sobre la recepción de sus ideas ilustradas en la América del siglo XVIII. Ha participado en varios congresos nacionales e internacionales, es autora de varias publicaciones científicas, ha impartido sesiones en cursos de extensión universitaria, ha realizado estancias de investigación en centros extranjeros (Universidad Nacional Autónoma de México, Université de Toulouse II-Jean Jaurès y University of Warwick) y, en el curso 2016-2017, fue Teaching Assistant en la University of Massachusetts- Amherst. Actualmente, es profesora de Enseñanza Secundaria en el IES El Batán, de Mieres, e imparte uno de los cursos semestrales de la UNED Sénior.
Es autora del libro relatos Una línea en la pared (Oviedo, Universidad de Oviedo, 2020) con el que ganó el IX Concurso Literario de la Universidad de Oviedo (modalidad prosa), del poemario Lo que saben los árboles (Oviedo, Trabe, 2023), galardonado con el Premio Asturias Joven de Poesía 2022; y del poemario Cuentos tradicionales (Madrid, Rialp, 2025) con el que obtuvo un accésit en el Premio Adonáis 2024. Ha sido en dos ocasiones jurado del Certamen de Relato Corto Eugenio Carbajal del Ayuntamiento de Mieres, del Premio Máximo Fuertes Acevedo de Ensayo y del I Premiu Muyer de Narraciones Trabe. Colabora regularmente con Anáfora, Revista de Lliteratura y Formientu.