El fin de semana perdido, de José Luis Piquero. Por Rubén Rodríguez (28/10/2009).

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José Luis Piquero,

El fin de semana perdido,

Barcelona, DVD, 2009.

 

José Luis Piquero: rebelde existencial ataca de nuevo.

Hoy tenemos muchas razones para estar contentos, una de ellas: el nacimiento reciente de uno de los hijos literarios más esperados del panorama nacional, el nuevo poemario del poeta y traductor José Luis Piquero. El fin de semana perdido (DVD, 2009) se ha hecho esperar, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Piquero representa uno de los poetas más personales de la mal llamada poesía de la experiencia o figurativa que eclosionó  de manera espectacular en la década de los ochenta, con nombres hoy de sobra conocidos como Felipe Benítez Reyes, Luis Alberto de Cuenca, Miguel D’ors, Jon Juaristi… Para entender al poeta aventajado de su generación, antes son recomendables lecturas de alguno de sus maestros, como Luis Cernuda, Ángel González, Gil de Biedma, T. S. Eliot o Cavafis.

Si mi literatura es realista-¿y qué literatura no lo es?-, la realidad que indaga no siempre resulta visible ni evidente. La palabra “expresionismo”, que ya he usado otras veces, podría venir al caso.” Toda una declaración de intenciones del poeta. Deformar la realidad, de manera subjetiva, un punto de vista propio donde Piquero trata sus temas obsesivos: la noche, la adolescencia, la soledad, el sexo como elemento liberalizador, o el amor en sus múltiples facetas, son aportes temáticos que desde su primer poemario Las ruinas (1989) hasta su penúltimo libro (Monstruos perfecto, 1997) han permanecido inalterados y como señas de identidad irrenunciables.

El fin de semana perdido ahonda en estos lugares comunes pero dibuja también otras posibles líneas estéticas, treinta y cuatro poemas divididos en tres partes o bloques temáticos. “Lázaro otro” nos adentra en los problemas de identidad, personajes literarios que buscan un lugar, un espacio, una reflexión desde el otro (Yo no quiero ser yo. La vida entera/ la gasté en reinventarme, como un fénix doméstico. / Me fui sobreviviendo como pude. / Yo no sé quién soy yo. Tal vez la máscara/ debajo de la cara. La pregunta…). Su poema “Rimbaud” demuestra esa rebeldía, personajes inadaptados, románticos a la antigua usanza, luchadores sin causa de sus propias vidas y de la vida que les rodea. Poemas memorables encontramos en esta sección como: “Oración de Caín” o “Última noche de amistad”. Poemas donde resuenan ecos de poemas pasados: “Lo que dijo Judas esa noche” o “Apunte Biográfico” por poner tan sólo dos ejemplos significativos. Todo aderezado con un lenguaje claro, directo, sin cortapisas, para jugar en otros momentos al tono existencial y reflexivo como contraste temático.

En el segundo capítulo, que lleva por título: “Wakefield”, el tono del libro se vuelve más confidencial, sucesos que el propio autor reconoce como partes de su vida. “Wakefield”, “Ícaro” y “Nova”son poemas para recordar y que a nadie pueden dejar indiferentes (De pronto ha anochecido sobre el mundo y tú estarás sola, / preguntándote a dónde se han ido todos. / Parece que ha pasado un instante, o tal vez medio año. La casa/ estaba llena de gente que charlaba y en medio estabas tú, / cegadora e intensa: una nova…). Poemas de múltiples formatos: largos a modo de prosa poética, breves e intensos se van sucediendo a lo largo de estas páginas, algo que no es nuevo en la obra de Piquero (apuntado ya en su primer libro: Las ruinas). Quizás, el último capítulo que lleva un título tan sugerente como: “Alumnas de una escuela de Peluquería” donde agrupa las reflexiones en torno al amor y sus venenos se aprecia una mayor hondura, bajo un tono coloquial y directo, el escritor nos engancha ya desde el primer verso (Quisiera saber todo de sus vidas. /No del novio con moto. / No de la madre débil y el hermano que estudia. / De breves pies descalzos sobre la arena fría del sintasol. / De sombras en un cuarto. / Del verano del mundo…).

La contraposición clara entre el título y los poemas es otro elemento a tener en cuenta. Por una parte: la pérdida, la apatía, el estatismo de las cosas, la sensación de que la vida se nos va como “un fin de semana perdido”; por el contrario sus poemas que hablan sobre: el dolor, la pasión, la ciudad y sus calles, la amistad verdadera, la búsqueda del propio yo, beber la vida poco a poco, sorbo a sorbo son estas las señas de identidad de sus poemas. Vivir a modo de los viejos románticos en el mundo del siglo XXI, una forma de estar, de ser, porque para José Luis Piquero todo importa, todo llena, vouyeaur de vidas ajenas, pero también de la suya  propia.

Quizás donde el poeta alarga en exceso los versos, donde nos lo quiere explicar todo en un solo poema es ahí, donde el poeta tiene algún que otro resbalón, cayendo por momentos en las vaguedades metafísicas, pudiendo ser estos, los lunares de un poemario poderoso, que va a gustar, estoy seguro tanto a extraños como a conocidos del mundo Piqueriano.

¿Se cierra un ciclo poético con El fin de semana perdido? Es esta una pregunta que cualquier lector de su poesía se puede hacer. El poema introductorio (“Mensaje a los adolescentes”) no demuestra este cambio estético, un poema notable que representa la esencia concentrada de la poética de Piquero: su exitoso pasado (Niños, probad a hacerlo en casa/ y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie. / Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros. / Ellos no son vosotros. / Acostaos, bebed. / Hace siglos que están ocurriendo estas cosas/ y nadie ha demostrado/ que sean mucho peores que una guerra. / Existe un paraíso tras esa raya blanca…), pero en su último poema epílogo –“Islantilla, Otoño”- sí apunta de forma sorprendente a otro recorrido estético más intimista, un futuro lento pero prometedor aguarda a una de las voces poéticas más personales e interesantes de este siglo XXI que llega para quedarse (Tras el verano, el sol y todo cuanto es lógico: sus soñolientas/ criaturas perfectas, el afán/ del agua y frotarse los unos con los otros, / como en una verbena de peces entusiastas, /  hoy esto: ver llover/ y constatar que ya no queda nadie…).

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