Enigma y simulacros: Sobre el devenir trágico de la escritura literaria de Vicente Duque. Por Armando Murias Ibias. 17/06/2012.

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A lo largo de la aparente diversidad temática con la que están redactados los diez capítulos del libro, el autor indaga siempre sobre la huidiza esencia del enigma literario. Y es que, como indica el título: Enigma y simulacros (Vaso Roto Ediciones), Vicente Duque escribe sobre la “multiplicidad enigmática del lenguaje”, nos habla del descubrimiento de todos los significados impensados que ocultan las palabras, de esa labor que la moderna crítica literaria trata de extraer del lenguaje como espacio de incertidumbre, una incertidumbre que Nietzsche entiende como el nihilismo de la tradición occidental. El hecho de que el lenguaje aparezca desposeído de valor, que sólo cobrará vida cuando entre en contacto con el concepto, es lo que lo que convierte a todo ser humano en un creador artístico. En palabras del autor: “hablar es, simultáneamente, metaforizar e interpretar en un proceso inconcluso”, lo que nos lleva a preguntarnos (parafraseando a Nietzsche) ¿no es toda palabra una máscara? O también puede ser que el simulacro no sea más que una tentación de naturalezas contradictorias, como lo fue para un Flaubert atormentado cuando quiso reflejar en la literatura lo que había visto en el cuadro La tentación de San Antonio de Brueghel el Joven.

Este devenir trágico de la escritura literaria (según nos dice el subtítulo) se apoya en varios puntos. En cada una de ellos reside el enigma del origen de la escritura literaria. Así lo escribe el autor: “Una escritura, en suma, que no puede ser sino copia, réplica fallida, simulacro de un enigma que se vela y se revela; simulacro que solo en ese gesto de deslumbramiento y ocultación, en ese margen a un tiempo preciso y difuso de las palabras –siempre en constante proceso de desvelamiento de su ser elusivo-, puede ser interpelado”.

En las páginas de este libro Vicente Duque sienta las bases de lo que es la literatura moderna a través de unos autores y de algunas metáforas universales, como la de las Sirenas de la Odisea, que con sus cantos arrastran a la muerte, pero será a partir de esa muerte cuando “podrá el canto elevarse y contar las aventuras de los héroes”. A través del mito de Orestes (el príncipe que mata a su madre por mandato divino, y que después enloquece) se realiza una consideración sobre el origen de la tragedia, se nos dice que “la locura no es sino la máscara bajo la cual se manifiesta la extrema lucidez de quien se sabe víctima de una maldición por el mero hecho de ser”. La maldición de Orestes es la metáfora del ser humano, de la locura fustigada por el aguijón de la conciencia. Con Ernst Jünger reflexiona sobre los límites de la vida a través del viaje interior, y con el marqués de Sade nos adentramos en la escritura que se sumerge en los oscuros territorios del delirio, en las antípodas de la belleza y didáctica que propugnaban los ilustrados de su época. A partir de textos de Maurice Blanchot, el autor nos recuerda el mito de Orfeo, el que desciende a los infiernos para rescatar lo que más quiere. Detrás de estos gestos metafóricos, está toda la escritura que desemboca en el silencio, o la que busca la belleza o la que es una simple ilusión, un enigma y muchos simulacros. Estamos hablando ¡cómo no!, de la Literatura. 

 

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