RESEÑA DEL POEMARIO “EL CASTIGO DE LOS ÁNGELES”, O LA SED INSACIABLE POR LA VIDA, por David Fueyo.

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Lauren García
Editorial Quaderna Vía, (2014)
145 páginas
 
   Aquellos que tenemos como lema aquel que dice que “la poesía no muerde” estamos de enhorabuena. Tristemente acostumbrados a desapariciones, cierres y claudicaciones con la, hasta ahora, recurrente excusa de la crisis, nos sorprendemos ante la novedad editorial con vocación de continuidad. Un “llego para quedarme” que en este caso sirve de confirmación al referirnos a Lauren García, que tras su poemario Versos como sangre hirviendo (Verbum, 2005), presenta este El castigo de los ángeles con billete de ida directo al epicentro de nuestras entrañas. Reflexión y urgencia, el camino hacia la muerte y el más descarado canto para la vida articulan un poemario con el que el nuevo sello asturiano Quaderna Vía pretende llenar el vacío prolongado de las editoriales dispuestas a escuchar otras voces, quizá apuestas demasiado arriesgadas y atrevidas; pero cuándo sino ahora, viene más a cuento aquello de “renovarse o morir”. Que algunos en la industria editorial desde la indolencia de sus poltronas se apliquen el cuento.
 
   Quien conoce a Lauren García y tiene la suerte de compartir con él un café, un paseo o una copa de madrugada, sabe que en este volumen se encuentran dispersas todas sus obsesiones, sus refugios y su inquietud por la vida. Basta leer la primera parte del libro, titulada El designio bordado del verso para darse cuenta de que autores como él nacen ya poetas, y que a veces llegan a sentirse tal que Alberti en su Marinero en tierra cuando no pueden ejercer como tales, bien porque sus poemas duermen en un cajón o porque todo poeta joven ha escuchado mil promesas que nunca han pasado de ser eso. Lauren dice: Mi venganza está en mi canto/ que soporta las caras blanquecinas/ de la conformidad, / que calla las tibias voces/ que jamás levantaron un dedo[…] y se rebela contra santones y conformistas en un mundo, el literario, en el que a veces el que se mueve no sale en la foto. Todo el capítulo es una reivindicación de la literatura como patria, saltando del amor a la poesía y a sus poetas, hasta el elogio nunca lo suficientemente agradecido con las librerías de viejo, refugio en el que tanto Lauren como quien esto escribe, nos sentimos como buscadores de tesoros entre un mar de estanterías. Cervantes, Miguel Hernández o Blas de Otero son reclamados para expresar como se sintió el poeta en algún momento. A este último le dedica unos emotivos versos que no son más que una metáfora sobre la propia existencia del poeta: Perseguí en Madrid / el olor a cerilla gastada de algunas muchachas./ Entonces los ángeles desplegaban sus alas/ con todo el canto de la ceniza./ Dios reconoce mi corazón de semilla espigada. El pasado de Lauren en Madrid se desliza entre estos versos y la metáfora como arma o como disparo al corazón inunda transversalmente toda la colección de poemas de este libro.
 
   En Brazos de Auxilio, segunda parte del poemarionos encontramos con un profundo canto humano que se abre con el magistral Poema nupcial que alberga quizá una de las metáforas más singularmente bella del libro al hablar de que Pasaron por parques que enemistan a los solitarios,/ por los bares donde soplar un café/ es izar las velas. A lo largo de la colección de poemas de esta parte el autor recorre rincones físicos y del alma que le son conocidos. En estos poemas predomina el verso corto, certero y luminoso. Lauren no tiene ni pizca del aura oscura de otros poetas. En ese sentido parece que quien factura estos versos es un vate andaluz, nacido en uno de esos bellos pueblos blancos donde siempre da el sol. Hasta cuando se enfada y reprocha lo hace con la luminosidad ágil de los niños acostumbrados al sol. Por supuesto que hay noche, hay bares y hay melancolía, pero Lauren no se ceba con esta oscuridad, volviendo en cuanto tiene oportunidad a la luz que emanan sus versos. De ahí que en la tercera parte, Poemas enemistados, descrita como un elogio del viaje y un alegato frontal contra la muerte, yo pueda ver una reivindicación pura sobre el ansia de vivir y el entusiasmo porque el camino sea placentero. En este capítulo Lauren se manifiesta consciente de que no es preciso gritar más para hacerse oír, y en sus versos resuena más que nunca el eco de sus innumerables maestros, poetas todos, ya que me consta, es lector de reputado criterio y gran erudición. El camino de la vida, a veces tortuoso,  se manifiesta en pasajes como este: Yo bendigo las frases/ del comienzo y el final de un viaje/ y el sudor que cae durante el trayecto. Quizá sea esta la parte de los poemas más complejos, pero siempre claros aunque tengan como objeto la madrugada o la derrota o los ídolos caídos, otros que pasaron antes por aquí sin dejar huella, y al final un alegato contra la muerte, un par de versos que resumen la obra al completo y el proyecto editorial en el que ella está inscrita; dos versos que lo resumen todo: Sería morir quedarse quieto,/ no escribir cuando esta mano se contornea […]. Esperemos que la mano de Lauren siga garabateando versos como sangre hirviendo, voces como la suya que han de resonar en la retina del lector inquieto, del que como el autor, estará por siempre sediento de la vida.
 
 
David Fueyo

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