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Recordando a Fernando López Quirós, por Jorge Ordaz. 16/02/2010

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El pasado 10 de enero se cumplieron siete años del fallecimiento del escritor asturiano Fernando López Quirós. Es muy posible que hoy en día su nombre no diga nada a la mayoría de lectores. No es de extrañar si tenemos en cuenta que a partir de los años ochenta del pasado siglo López Quirós había dejado prácticamente de publicar, aunque  no de escribir. Además, la noticia de su muerte pasó totalmente inadvertida y, que yo sepa, ningún periódico se hizo eco de ella.
 
López Quirós nació en La Felguera en 1931. Desde muy joven se sintió atraído por la escritura, pero no fue hasta su traslado a Barcelona en los años cincuenta, por motivos de trabajo, que esta afición se convirtió en auténtica pasión. Se dio a conocer en 1960 con la novela El tremedal, publicada por Ediciones Rumbos de Barcelona. Esta obra mereció una elogiosa reseña en el diario La Vanguardia, que terminaba diciendo: “Una novela escrita con un verismo patético y sobrecogedor, en una prosa diáfana y elegante, circunstancias, todas ellas, que pocas veces se dan en la primera obra de un escritor.”
 
Es en esta época cuando, por motivos pecuniarios, empieza su colaboración con Ediciones Toray, especializada en literatura de quiosco, para escribir novelas populares de temática variada. Al igual que otros escritores con los que también contaba la editorial –como Luís García Lecha (Clark Carrados) o Juan Gallardo (Curtis Garland)- López Quirós adoptó un pseudónimo “inglés”: Robert Keating. Bajo este nombre salieron alrededor de trescientos “bolsilibros” del oeste, bélicos o de anticipación, en colecciones como “Rutas del Oeste”, “Hazañas bélicas” o “Espacio”. Son relatos forzadamente tópicos, escritos con oficio y una gran economía de medios.   
 
De regreso a Asturias a finales de los años sesenta, López Quirós se estableció en Pola de Siero, de donde ya no se movería. Aquí publicaría – a costa del autor, pues no encontró editor para ellas- La caída (1970) y ¡Párame si puedes, Dios…! (1978), dos novelas en las que se hacen patentes sus preocupaciones morales y religiosas, a través de un tratamiento realista, descarnado, de conflictos espirituales y existenciales.
 
A su muerte dejó varios originales inéditos, algunas poesías, una comedia, Juan sin Medios, y varias novelas, como Los pozos del miedo, ambientada en la cuenca minera que le vio nacer. En los últimos años abandonó la ficción para centrarse en la redacción de ¡Roma!¡Roma!, un voluminoso tratado apologético de su fe evangélica.
 
Era una persona culta, de trato afable y un gran conversador. Llevaba la literatura en la sangre. Como me dijo en una de las últimas ocasiones que hablé con el: “Con éxito o sin él, escribir ha sido mi vida”.

 

Relatos de Yásnaia Poliana, Lev Tolstói, y ¿Ha muerto Shakespeare?, de Mark Twain. Por Alfonso López Alfonso (13/02/2010).

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Lev Tolstói,
Relatos de Yásnaia Poliana,
Rey Lear, 2010.
Traducción de Sara Gutiérrez.
 
 Mark Twain,
¿Ha muerto Shakespeare?,
Sequitur, Madrid, 2010.
Traducción de Javier Eraso Ceballos.
 
 

CONTEMPORÁNEOS

No demasiado tuvieron en común dos escritores tan distantes espacial y emocionalmente como Lev Tolstói y Mark Twain. Fueron, eso sí, contemporáneos, y ambos dejaron de respirar en 1910, por lo que este año de nuestras vidas es el del centenario de sus muertes. Tolstói y Twain no sólo fueron contemporáneos entre sí, son además, como todos los grandes escritores, contemporáneos nuestros: lo que escribieron absorbe muy bien el tiempo.

Por su Autobiografía, de Samuel Langhorne Clemens, quien más tarde adoptaría como seudónimo el grito “mark twain” con el que los negros del Missisipi indicaban la profundidad mínima propicia para la navegación –dos brazas-, sabemos cosas como que su padre fue una especie de aventurero sin demasiada suerte en sus inversiones: “El encargo de mi padre al morir fue: “Agarraos a la tierra y esperad, que nadie os engañe para que os queráis desprender de ella.” El primo favorito de mi madre, James Lampton (…), siempre decía de la tierra –y lo decía también con ardiente entusiasmo-: “¡Hay millones enterrados en ella, millones!” Es cierto que él siempre dijo eso mismo de todo y que también se equivocó siempre, pero en esta ocasión tenía razón”. Con el tiempo, el propio Mark Twain demostraría tener parecido sentido de las finanzas que su progenitor, puesto que murió en la bancarrota. Escritor vitalista, fue impresor, navegante, buscador de oro, minero y un sin fin de cosas más antes de hacerse periodista y escritor de éxito con novelas cargadas de desternillante humor, aparente sencillez, despampanante humanidad, frescura y cierta nostálgica ternura en su mirada a la infancia. Carlos Fuentes dice que Tom y Huck son el Quijote y el Sancho norteamericanos, y que Mark Twain sería, por tanto, el fundador de un modo de narrar en su país. Ahora la editorial Sequitur recoge en un libro tres prosas: un extenso y mordaz estudio sobre la figura histórica de Shakespeare, que da título al conjunto, y dos piezas muy breves –divertidísimas- también relacionadas con la biografía, pero no ya con la de Shakespeare, sino con los orígenes inventados y la biografía fantástica de Mark Twain. “¿Ha muerto Shakespeare?” trata de desenredar la madeja de lana que los biógrafos del de Stratford crearon en torno a, como él dice, seis o nueve huesos de brontosauro que rellenaron después con yeso para hacerlo presentable. Con humor e inteligencia ataca a quienes trataban de poner en pie la vida y la obra de un hombre que dejó muy poco rastro, y contribuye de paso con sus palabras a fomentar la creencia de que la obra de Shakespeare no había sido en realidad escrita por el oscuro actor e hijo de carnicero de Stratford, sino por Francis Bacon. Para Twain –y no fue ni mucho menos el único en contribuir a una polémica que alcanzó de lleno los años ochenta del siglo XX- la educación superior y el conocimiento del derecho inglés de Bacon lo habilitaban con mayor verosimilitud que a Shakespeare como autor de sus obras: “He llegado al íntimo convencimiento de que el autor de las Obras de Shakespeare fue un hombre que lo sabía todo de la ley y de los juristas. También estoy convencido de que ese hombre no pudo haber sido el Shakespeare de Stratford, y de que… no lo fue”.

Ilustrativo y divertido es este volumen –al que no le sobraría una breve introducción sobre autor y textos recogidos- con el que la pequeña editorial Sequitur homenajea al genial Mark Twain en el centenario de su muerte. Otro tanto hace Rey Lear con Tolstói al reunir algunos de los relatos de los Libros rusos de lectura en Relatos de Yásnaia Poliana, en el que se incluyen cuentos, hechos reales, descripciones y la impecable novela corta El prisionero del Cáucaso.

Lev Tolstói, militar primero, santón cuando llegó a la conclusión de que "la minoría precisa de Dios porque ya posee todo lo demás, y la mayoría, porque es lo único que tiene”, se dedicó sin denuedo a una suerte de cristianismo primitivo que no toleraron nada bien ni el poder político ni la iglesia oficial. Entre 1871 y 1875 redactó seis volúmenes para enseñar a leer y escribir a los niños de la escuela de Yásnaia Poliana, la tierra a la que estuvo ligado toda su vida. Escritos con prosa deliberadamente sencilla, muchos de estos relatos son un ejercicio de concreción que nos dan a conocer la vida campesina en la Rusia de su tiempo, el contacto con la naturaleza, la pasión por la caza y el valor de los perros para poder desempeñarla –los relatos dedicados a Bulka y a Milton son apasionantes-; hay relatos, además, de calado universal, como el de “El aldeano y los pepinos”, equivalente al “Cuento de la lechera” que recogió para nosotros Félix María de Samaniego. Pero la joya del volumen es sin duda El prisionero del Cáucaso. Escrita con la misma esforzada técnica de la sencillez que los relatos de Yásnaia Poliana, esta nouvelle cargada de acción y humor a partes iguales encierra una fábula que, al igual que el relato “El aldeano y los pepinos”, nos pone en la pista de cuán poco valen los planes humanos: “¡Y yo que iba a casa, a casarme! –nos dice el soldado protagonista, Zhilin, tras lograr escapar de los tártaros- Es evidente que no era mi destino”.

Up in the air: El regador regado. Por Tanja Pérez Hunte (13/02/2010).

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Tras Gracias por fumar (2005), retrato de un “lobbysta” del tabaco, y Juno (2007), historia de una locuaz adolescente embarazada, Jason Reitman regresa, esta vez acompañado de George Clooney –el actor más gozosamente cercano a Cary Grant desde la muerte de éste—, con la adaptación de Up in the air (2009), el superventas literario de de Walter Kirn, obra de no poca mordacidad centrada en los males de nuestro mundo actual. Una vez más, Reitman consigue llamar la atención pulsando, a su particular modo de ver, la crisis económica actual en una obra a caballo de la comedia sardónica y la sátira ligera, con un cierto deje documental por momentos.

Aunque divertida, Up in the air alberga pasajes poco amables. Cómica y patética, tierna y ácida, no se trata de una simple humorada. En esta comedia agridulce hay emotividad, implicación, posicionamiento ante las cuestiones que trae a colación –todo el que una producción puede permitirse dentro del contexto hollywoodiense, claro está—. Hallamos una mezcla de géneros perturbadora, una nada fácil ensambladura de atmósferas en este trabajo que tan bien cuenta la sociedad de hoy. Su dimensión social también concierne a lo sentimental, con reflexiones en torno a la mentira, la fidelidad, el compromiso, la doblez.

Aquí entran en juego tanto la guapa Vera Farmiga (Infiltrados), con su caracterización malévola, como la joven Anna Kendrick (Twilight), implacable pero expuesta a un aprendizaje doloroso del reverso de la vida. Entremedias, puesto a prueba, se desenvuelve un George Clooney de altos vuelos dentro de un papel a contrapelo, al mismo tiempo templado y vulnerable, satisfecho y desasosegado a la vez. Con esa ingravidez humorísitica y ese encanto desinhibido que sólo él tiene, Clooney compone su personaje, Ryan Bingham, un experto en recortes empresariales –financieros y humanos—, que por su profesión se pasa media vida subido en aviones, desde un trabajo remarcable como regador regado.  

 
 

UP IN THE AIR

EE UU, 2009.
Dirección: Jason Reitman.
Intérpretes: George Clooney, Vera Farmiga, Anna Kendrick, Jason Bateman…
Duración: 110 minutos.

 

Alejandro Céspedes

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En la vida de todo ser humano hay un momento en que todo se rompe. Desde el interior de ese momento, la vista sólo alcanza a percibir la altura de las paredes que están formando el límite. El cerco en uno mismo. Yo tuve mi momento y no encontré horizonte al final de los ojos. Estaba solamente a 469 km de Gijón “por vías rápidas”. www.escritoresdeasturias.es esta página fue la única manera en que supe empezar a volver.
 
Alejandro Céspedes
 
Foto: blog del autor.
 

Luis Valderrama Modrón

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Admirados todos. Diecisiete años en Xixón, y dentro ya de mi otoñada descendente, aumentaron mi asturianía. Aunque desconectado de asociaciones, tertulias teatrales, poéticas, narrativas o ensayísticas y convencido socio del ATENEO OBRERO, tengo que agradecer la aceptable atención que prestaron a mis libros de poesía, teatro y ensayo los tres excelentes periódicos del Principado de Asturias en Gijón y su Televisión Local. Escritos en la maravillosa cocina-despacho de mi excelente ex compañera, asturiana de pura cepa. (Libros todos ellos editados muy rústicamente, 500 ejemplares de los que dentro de lo que cabe estoy satisfecho. Oíd o escuchad lo siguiente. Mi vuelta a Madrid. Tres años y medio en la capital del Estado, y suelo comentar: De GIJÓN AL CIELO. DE MADRID A LA TURBARCION, PERTURBACIÓN Y AL INFIERNO. OVIEDO, sus reseñeros, creadores, comentaristas o articulistas y locutores de Radio (bien la Televisión entonces española y Radio Nacional de España), Universidad (mejor callarse sin otorgar), no me prestaron ninguna atención. Muy buen recuerdo sin embargo para la BIBLIOTECA y el DEPOSITO LEGAL. Gracias. Mi atracción por ASTURIAS está bien patente, pues si pulsáis Google Luis Valderrama Modrón o mi blog, y lo seguís haciendo en Imágenes, veréis que en mi página aparecen una docena de autores asturianos. Os deseo de todo corazón lo mejor de lo mejor en vuestro quehacer creativo, organizativo, distributivo. Suerte con editores y autoridades de la CULTURA. Os deseo energía y fortaleza para seguir organizando y escribiendo y salud.
 

Saludos cordialísimos a Julio Rodriguez, buen poeta vive Dios. UN ABRAZO.
LUIS VALDERRAMA MODRON

Foto: Página web del autor

Jesucristo resucitó porque no había muerto: 42 días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección de Jesucristo, de Miguel Lorente. Por José Havel (09/02/2010).

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Miguel Lorente (Almería, 1972), doctor en Medicina y Cirugía, es médico forense y profesor asociado de Medicina Legal en la Universidad de Granada. No sólo ha sido pionero en el estudio de la violencia de género desde un punto de vista científico, también trabaja en la identificación humana por medio del ADN, faceta que lo ha llevado a colaborar con el FBI y a estudiar los restos de personajes históricos diversos.

En su libro 42 días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección de Jesucristo (Madrid, Aguilar, 2007), Lorente concluye, a partir del análisis científico de la Sábana Santa de Turín, que ésta es auténtica, aunque cubrió el cuerpo de una persona que no murió, de alguien que simplemente había entrado en coma.

La del médico forense español supone una investigación científica objetiva, sin vocación de plantear conflictos de fe ni religiosos, una aportación más sobre lo mucho que ya se ha estudiado sobre la Síndone, eso sí, alejada de los postulados tradicionales de la Iglesia Católica. Una cosa es la creencia y otra muy distinta, la ciencia.

Gracias a los vertiginosos adelantos de los últimos años, el conocimiento científico goza de nuevos elementos de juicio. Y lo que se desprende del análisis forense de los restos del santo lienzo llevado a cabo por Miguel Lorente es que Jesús no falleció en la cruz. Es la Síndone el elemento material que nos permite situarnos en el lugar de los hechos, una vez demostrada la falibilidad de la prueba del Carbono-14, efectuada en 1988 bajo unas condiciones inadecuadas. Basta acudir a los restos de los distintos pólenes que contiene el tejido del Santo Mandylion, correspondientes a plantas del siglo I palestino, según atestiguan los estratos arqueológicos consultados dentro del estudio comparativo.

Hay una serie de aspectos que singularizan la crucifixión de Jesús con respecto a otras practicadas en la época. Todos ellos quedan patentes en el Santo Sudario de Turín: la aplicación previa de flagelación, cuando era inusual condenar a dos penas a un reo; la imposición de un casquete de espinas; la no fracturación de las piernas para acelerar la agonía; la fijación a la cruz por enclavamiento, cuando en los tiempos de paz se solía hacer por atadura; o la lanzada infligida en el tórax.

Según los estudios de Miguel Lorente, en el lino de la Sábana Santa encontramos signos que indican vitalidad y ausencia de señales indicadoras de deceso cierto. Por tanto, podemos extraer la conclusión de que el cuerpo que estuvo envuelto por ese lienzo mostraba signos de vida después de haber sido crucificado. Es decir, Jesucristo sobrevivió a la crucifixión.

A finales de los años 70 del siglo XX todos los estudiosos, tanto los que intentaban demostrar la dimensión milagrosa de la formación de la efigie como los que trataban de evidenciar lo contrario, coincidían en afirmar que la imagen impresionada en la Síndone de Turín –en negativo y de carácter tridimensional— es la de un hombre que había sido realmente crucificado y que había perecido en la cruz. Sin embargo, Lorente llega a otras conclusiones, como la de que ese cuerpo evidenciaba vida, según se desprende del análisis objetivo y científico de los restos hallados en la Sábana Santa: «Los principales signos de vitalidad aparecen alrededor de las características de las manchas de sangre, posición de las manos, postura general del cuerpo, y la contractura muscular» (p. 177).

Así, las manchas de sangre, delimitadas, circunscritas a heridas concretas, responden a una sangre producida una vez lavado el cuerpo del condenado tras su descenso de la cruz. Una preparación del cuerpo operada conforme a la tradición judía antes de inhumar al cadáver, con productos destinados a purificar los restos mortales y, en cierta manera, conservarlos. Por los evangelios sabemos que esos productos fueron la mirra y el aloe, llevados por Nicodemo hasta el Gólgota. Después del lavado, el cuerpo del ajusticiado tuvo que sangrar de nuevo para formar esas manchas delimitadas a las que nos referimos, unas manchas concretas circunscritas a las zonas de las heridas, y no difusas, propias de un cadáver bañado en sangre ante la lógica ausencia de coagulación post mortal. El hecho es que esas manchas sanguíneas presentan signos de retracción del coágulo, y la coagulación es un proceso vital que no se puede producir, pues, en sangre post mortem, en la sangre de un cadáver. Se trata de un elemento bastante objetivo, muy evidente, de señales de vida.

Luego tenemos asimismo la posición del cuerpo. La coincidencia en la imagen del lienzo de dos características como la incorporación de la mitad superior del cuerpo y el apoyo de éste, reclinado,  sobre una superficie blanda «es más compatible con las medidas adoptadas sobre una persona herida –facilitándole de este modo la respiración y calmándole los dolores y molestias sufridas por las heridas, y por la posición forzada mantenida durante la crucifixión— que con los ritos funerarios llevados a cabo de manera precipitada y destinados a honrar y purificar el cuerpo de la persona fallecida, pero cuyo destino final era el reposo eterno sobre una piedra plana» (p. 184).

Por otra parte, la rigidez, que tradicionalmente se ha interpretado como evidencia del rígor mortis, nos remite más bien a una hipertonía muscular, una contractura muscular generalizada que no sigue las pautas de la rigidez cadavérica (sólo los pies, las rodillas y el cuello mantienen una posición compatible con la mantenida por la persona en la cruz, si bien los procesos de rigidez cadavérica tendrían que estar presentes en toda la anatomía, pues «debían estar sometidos a las singularidades del proceso que ha llevado al fallecimiento de esa persona» —p. 172—). Tal clase
de hipertonía puede darse a causa de un shock traumático, como el que sufrió Jesús de Nazaret a raíz de las lesiones severas padecidas a lo largo de la Pasión: la posición ortoestática, vertical en la cruz; la insuficiencia respiratoria, el síndrome neurogénico originado por los terribles dolores sufridos… Un shock traumático provoca una serie de alteraciones metabólicas, entre las que puede estar una pérdida de calcio y la consecuente hipocalcemia, a la que a su vez subsigue la mencionada contractura muscular generalizada o una hipertonía de los músculos que puede llegar a ocasionar un cuadro de tetania. Un dato característico de la tetania, reflejado en la Síndone, es la llamada «mano de comadrón»: la posición de la mano se torna flexionada, como haciendo una concavidad con la palma, quedando los pulgares ocultos bajo ella. Éste es otro signo vital, ya que el rígor mortis no conduce a una contracción muscular que desplace el pulgar bajo la palma de la mano, sino que continúa en su posición habitual al lado de los otros dedos.

Todos estos detalles apuntados se han podido descubrir únicamente gracias a los avances últimos de la ciencia forense, una serie de detalles por completo inasequibles a cualquier posible falsificador de épocas pretéritas. Nadie hubiese podido reproducir con tal precisión reacciones en un lienzo y en el cuerpo humano correspondientes a una fisiopatología concreta, sólo al alcance de los presupuestos  científicos de hoy

Miguel Lorente sostiene que la resurrección biológica de Cristo tuvo que producirse el mismo día de su entierro, posiblemente dentro del propio sepulcro en la misma tarde-noche que siguió a la crucifixión. Hubiese sido harto difícil que un cuerpo dejado durante tres días en semejantes circunstancias críticas sobreviviese sin ayuda externa o sin una asistencia dada por terceras personas. Las características de la Síndone indican que el contacto con el cuerpo por ella envuelto no pudo ser muy prolongado. Las manchas de sangre que presenta se limitan a la zona concreta de las heridas, no especialmente extensa (de haber habido más tiempo de contacto, esas manchas serían mucho más amplias a causa del sangrado). La figura humana sobreimpresionada es también muy definida, no difusa, propia de un contacto con la tela no dilatado.

A buen seguro, los signos de vida en el presunto cadáver de Jesús fueron advertidos por parte de quienes manipulaban su cuerpo mientras acometían su descenso de la cruz y el proceso de preparación y lavado. Así, en estas circunstancias tan especiales, las personas cercanas a Cristo entendieron que éste había resucitado. Lorente piensa que en ningún caso hubo, por parte de los seguidores del nazareno, una intención estratégica de cara a engañar a nadie acerca de una falsa resurrección. Seguramente ellos percibieron que su maestro había vuelto verdaderamente a la vida después de la crucifixión, sin duda una de las formas más atroces de muerte. Desde luego, sobrevivir a tan brutal condena no deja de constituir un hecho extraordinario. No nos extrañe, pues, que los discípulos de Jesucristo lo entendiesen como un auténtico milagro. En este sentido, la percepción del hecho milagroso fue real. A la medicina le ha llevado más de 2.000 años comprender adecuadamente tales sucesos desde un conocimiento científico.

Cuatro hermanas de Jetta Carleton, por Celia Ferrón Paramio. 9/02/2010

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Moonflower Vine,
Jetta Carleton,
1962. Traducción: María Teresa Gispert.
Editorial Libros del Asteroide. 412 páginas, 18€.
 

Con una traducción inexacta en español, puesto que la novela trata de todos los integrantes de la familia, con especial hincapié en el padre, y olvidándose de la pequeña de las hijas,
ha llegado a España esta primera y única novela de Jetta Carleton, escrita en los años 60 pero basada en sus recuerdos de infancia a mediados de siglo, en la rural América del Sur.
 
Algo desordenada en su planteamiento, como si estuviera escrita a salto de mata, entre tarea y tarea de la escritora, dividida en los personajes de la familia, escogidos cada uno en una parte de su vida sin orden ni concierto, el lector ha de volver atrás en su lectura para que engarcen las piezas. Cuatro Hermanas no tiene un argumento claro ni un desenlace, sino que se limita a describir a sus personajes con sus acciones, y sobre todo, con sus pensamientos, pues es una novela interiorista que rehúye todo tipo de acción (a pesar de estar plagada de elementos dramáticos).
 
Y aún así, es una novela notable. Enfoca la luz sobre las oscuridades del alma humana; es generosa con el lector, pues muestra los pensamientos de sus protagonistas sin que ellos mismos lo sepan. Nos enseña los secretos del Hombre, sus miedos, sus carencias, sus errores, sus tonterías, sus tragedias. El lector acaba sabiendo de la familia más que los integrantes de la misma. Y quizás su originalidad estribe en que no escatima sensibilidad en unas personas sencillas, de ambiente rural. Les hace partícipe de los mismos miedos que asolan a los príncipes de las grandes tragedias. Consigue que la familia Soames sea protagonista de su propia vida.
 
Más dura de lo que pueda parecer, gran evocadora de la naturaleza (que aparece como otra protagonista, algo con vida propia, más grande que cualquiera de los personajes y por tanto enorme en su consuelo), con una prosa sencilla, limpia, clásica y quizás algo pasada de moda, Cuatro Hermanas seduce por su encanto, por una contagiosa alegría de vivir, por una ternura predecible que en determinados pasajes (el de Callie, al final del libro, cuando uno sólo espera poesía y un tierno cierre) se convierte en auténtica sorpresa. Jetta Carleton no escribió más, y es una pena, pero por otro lado, al leer esta obra, se entiende. En ella están todas las respuestas a las preguntas planteadas, todas las vidas resumidas, todos los interrogantes, averiguados.

 

Ramón Buenaventura

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Siempre es un placer ( y una sorpresa ) ( y una perplejidad ) que una revista literaria viva tanto tiempo. No puede uno sino felicitaros por vuestra longevidad y auguraros que se prolongue indefinidamente. Está tan necesitada, la literatura, de literatura… tan sobrada de pasamientos inanes… tan falta de entusiasmo.
        Abrazos,
Ramón Buenaventura.
 

Foto: http://www.rbuenaventura.com/

The road (La carretera): La magia de la capacidad fabuladora. Por José Havel (06/02/2010).

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El primer punto a favor de The road (La carretera), película del semi desconocido realizador australiano John Hillcoat, autor del western The Proposition (2005), es que sale airosa como adaptación de la novela de culto de uno de los más grandes escritores americanos contemporáneos. En este sentido, los lectores de Cormac McCarthy no se sentirán decepcionados.

Sin embargo, más importante me parece que, pese a su rosario de citas cinéfilas no siempre engarzadas de la manera más óptima, el filme acabe imponiéndose por su personalidad singular, animada de principio a fin por el aliento melodramático de un relato capaz de desprender miedo sin forzarse a sí mismo (véase la amenaza imprevisible de las milicias caníbales),  pero también capaz de mantener con inteligencia su veta picaresca. Las secuencias avanzan según una lógica de elipsis, saltos temporales y suspensiones (el paréntesis mágico dentro del búnker lleno de provisiones), que deben sus logros tanto al libro de McCarthy como al sereno pulso expositivo del cineasta.

Si es cierto que, a menudo, percibimos el riesgo embaucador de la ilustración cinematográfica de qualitè (Hillcoat descuella más gracias a su tacto y su agudeza que a causa de las virtudes de una puesta en escena basada en el minimalismo figurativo), es ante todo por su hábil dispositivo narrativo que esta ficción apocalíptica funciona. El relato desafía a la verosimilitud para hacer aflorar mejor su universo de ciencia-ficción como una suerte de trasfondo onírico, envolviéndose alrededor de la agónica aventura de los protagonistas. Todo lo que esta huida del realismo quizá reste en impacto y brutalidad, lo compensa con capacidad de fabulación. Ahí, en su aura fabulosa, reside el principal, bello y preciso poder de seducción de esta narración casi abstracta, extrañamente hipnótica (a ello contribuye la interpretación de un gran Viggo Mortensen), entre cuento filosófico y estimulante propuesta comercial acerca del fin del mundo en universales tierras americanas.

 
 
THE ROAD (LA CARRETERA). EE UU, 2009. Dirección: John Hillcoat. Guión: Joe Penhall; basado en la novela La carretera de Cormac McCarthy. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Nick Cave y Warren Ellis. Montaje: Jon Gregory. Diseño de producción: Chris Kennedy. Intérpretes: Viggo Mortensen (el hombre), Kodi Smit-McPhee (el chico), Robert Duvall (el anciano), Guy Pearce (el veterano), Charlize Theron (la esposa), Garret Dillahunt (miembro de la banda), Molly Parker (mujer maternal).… Duración: 112 minutos.