Underground: “Saber Ganar, Saber Perder”. Por Manolo D. Abad (13/08/2009).
Una de las estampas veraniegas más comunes es la del Tour de Francia, convertida desde hace casi tres décadas en la prueba ciclista por excelencia, superando a sus antiguas iguales, las otras dos grandes (pruebas de tres semanas de duración) Vuelta a España y Giro de Italia. Esta edición de 2009 ha estado marcada por el regreso del heptacampeón Lance Armstrong a la competición y por su duelo con la figura emergente del español Alberto Contador. El admirable esfuerzo que ha supuesto la vuelta del supercampeón estadounidense se ha visto ensombrecida, sin embargo, por todas las artimañas extradeportivas que ha tejido en su relación con su compañero de equipo Contador. Armstrong nos ha mostrado un lado oscuro que ya había dejado entrever en alguna otra ocasión puntual, como cuando se negó a asistir a la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias para recoger un galardón bien ganado en las carreteras francesas. De poco sirvieron de aquella las excusas de su amigo, el ciclista asturiano Chechu Rubiera, y la hosca faz del norteamericano comenzaba a empañarse con el turbio color de la soberbia. Y de poco serviría cualquier otra excusa hoy a la vista de un comportamiento que está muy lejos de ser lo que esperamos de un deportista y mucho más aún de un ídolo deportivo.
A Lance Armstrong no le ha salido en esta ocasión su juego. Según él, regresó para propagar la lucha contra el cáncer, a través de su fundación Livestrong. Según muchos, su vuelta obedeció al deseo de contrarrestar la figura de Alberto Contador, uno de los pocos que ha logrado la "triple corona" (Tour, Giro, Vuelta) y que permanece invicto en una grande desde su primera victoria en el Tour. A la vista de sus maniobras extradeportivas en el seno del mismo equipo que Contador y de sus constantes comentarios en la prensa y en Twitter (¿tendrá acciones de esta compañía el texano?), aquellos que creían en un retorno por celos pueden estar más cerca de la realidad. Lance intentó vencer en el Giro, pero ni siquiera se clasificó entre los diez primeros, atacado sin piedad por sus rivales, que ya no le profesaban ese respeto teñido de miedo con el que impuso su dictadura victoriosa de siete Tours, contratando como pretorianos a sus rivales emergentes para fundirlos trabajando para él, marcando ese ritmo brutal y constante que, en sus buenos tiempos, recibió el nombre de molinillo.
Para el Tour preparó mejor sus armas: arropado por un superequipo a su servicio, manejó el ritmo de carrera a su antojo para que apenas hubiese ataques en las primeras dos semanas -aquellas donde había flaqueado en el Giro- y llegar a los Alpes como aspirante e intentar conseguir coronarse de amarillo el mismo día que otro Armstrong pisó la Luna. Fuera de las carreteras, aisló en los hoteles a Contador y los suyos, con el beneplácito de su director deportivo -el belga residente en Madrid Johan Bruyneel- y los desaires fueron constantes. No le salió la jugarreta en la carretera donde el de Pinto mostró una superioridad que pudo haber sido mucho mayor (y quién sabe si más nociva para las debilidades mostradas por el texano en la ruta), pero persistió dedicándose a lucir en la prensa, de tal modo que "Le Monde" titulaba tras el Tour: "Lance Armstrong, vencedor mediático del Tour". Y eso que Contador suma dos Tours, un Giro y una Vuelta a sus 26 años, edad en la que el "vencedor mediático del Tour 09" ni tan siquiera había estrenado su palmarés. Este mundo en que vivimos ha olvidado cualquier rasgo de sensatez y glorifica a un tipo que ha demostrado no tener buen perder, una circunstancia que debería borrarle como ejemplo. Pero, ya sabemos, que Armstrong vive en el mundo de las estrellas, allá donde el más mínimo gesto benevolente se glorifica y donde se perdona su constante juego sucio en la trastienda.
Un agosto muy ligero (2), por Sussana Rojas. Del 10/08/2009 al 16/08/2009.
Lunes, 10.

ute;nito pero atronador. Es cierto que sólo mental, porque la verdad es que la actitud encantadora, provocadora y aceptadora de Carma nos decía con meridiana claridad:

Jueves, 13

pero de los que no recordaba su nombre. Ni falta. Así que me acerqué a la barra y le pedí a Bono que me pusiera lo de siempre. Lo cierto es que el Bubble’s estaba poco animado. Era jueves, noche, pero extrañamente no había demasiado ambiente. ¿O tal vez era yo la que no estaba ambientada? ¿Qué me pasaba? ¿Era el cansancio semanal, un agosto más, la envidia que me corroía porque el Gran Jefe se iba a un safari fotográfico? ¿O simplemente era una cuestión hormonal? Ni idea, pero estaba más aburrida y más sola que la una. En estas se acercó Bono y me dijo que una chica, amiga suya, quería hacerme una propuesta. Mi sorpresa fue mayúscula. Giré la cabeza y la vi en el lugar de la barra reservado para los camareros. Era igual que un nenúfar. Bono le hizo un gesto y se acercó. Joven, morena, los ojos verdes o azulados, no sé, y las manos pequeñas como casi todo su cuerpo. No sé bien cómo ocurrió, pero cuando Bono me la presentó, nos dimos sin querer un beso en los labios. Se me hizo extraño. Olía como su nombre: Rocío. Era fotógrafa y buscaba modelos para su próxima exposición. Quería que posara en su estudio. Rocío llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo. De repente, creo que fui yo la que enrojeció. ¿Y por qué no?, me dije. Al cabo, si unos se iban de safari fotográfico, qué me impedía a mí ser la leona de un safari urbano. De inmediato una sonrisa de satisfacción y estima se me plantificó en el centro de la cara. El finde prometía.
Segundo finde.

Reseña de La calle de la tiendas oscuras, de Patrick Modiano, y de La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe. Por Israel Paredes (10/04/2009).
Fotografias y fantasmas
1. La calle de la tiendas oscuras, dePatrick Modiano.
Guy Roland ha vivido durante muchos años sin pasado, anclado en el presente, trabajando para una agencia de investigación dirigida por su amigo Hutte hasta que éste se retira. Entonces, Roland decide emprender una nueva –y quizá definitiva– investigación: la de su pasado: averiguar quién es en realidad. Así arranca La calle de las tiendas oscuras, novela de Patrick Modiano, escrita en 1978.
A través de un estilo conciso, directo, sin apenas ornamentos pero, a la vez, muy atento a las descripciones, tanto físicas como emocionales, Modiano somete a Roland a una sucesión de encuentros-entrevistas con personajes que, de una manera u otra, pudieron tener relación con él o con personas que pudieron conocerle. Poco a poco, Roland va recuperando la memoria, la niebla inicial va desapareciendo y los fantasmas del pasado –él mismo– toman forma. Al comienzo no son más que borrones en su memoria; poco después, formas reconocibles. Cada capítulo corresponde a una entrevista, a un momento del pasado, también a una información recalada por Roland, conformando todo ello una trayectoria que hará que el ya anciano Roland vaya descubriendo qué persona fue, o, mejor dicho, las diferentes personas que pudo ser. Su regreso a la época de posguerra trae consigo la introducción en una época oscura, la cual es representada por Modiano a través de la pérdida de memoria de Roland que puede ser ante todo el deseo por olvidar un momento gris, tanto personal como histórico. De este modo, Modiano habla de una época y un tiempo sin incidir en él, dejando que sea la propia narración personal de Roland la que la cree y de sentido. Las descripciones ambientales acercan a La calle de las tiendas oscuras a un relato noir, aunque rehúye el crear una novela de género: se sirve de ciertas bases –más atmosféricas que narrativas– y a partir de ellas crea una novela que va más allá de cualquier condición genérica.
Con La calle de las tiendas oscuras Modiano plantea cuestiones acerca de la identidad del individuo tanto en lo que atañe a lo personal como a lo colectivo. ¿Cómo saber quién es uno cuando todo lo que se va descubriendo apunta a diferentes personalidades? ¿Son todas ellas viables? ¿Es posible que en verdad, en nuestro pasado, con diferente aspecto, tengamos varias identidades y cada una de ellas se corresponda a una mirada particular?
La novela se abre con una frase sencilla y concisa: No soy nadie. A partir de ahí: la reconstrucción de un pasado que se va conformando a base de retazos, de fragmentos encontrados. Y el mecanismo de la ficción como vehículo para esa reconstrucción.
¿Es posible a través de la literatura dar cuenta de ella? ¿Qué supone cada relato individual, cada objeto recuperado?
Uno de los aspectos más curiosos de la novela de Modiano es cómo en cada entrevista Roland consigue recuperar algo del pasado. Objetos, fotografías, anotaciones… va recopilando una serie de elementos que en un principio no le dicen nada pero, paulatinamente, van tomando una forma en su mente. Dejan de ser objetos en abstracto, del mismo modo que los nombres de aquellas personas que surgen en su investigación y aquellos con quienes se entrevistan abandonan el anonimato o la extrañeza y alcanzan un estatus diferente dentro de su vida y de sus recuerdos. Y entonces el pasado se va reconstruyendo o incluso creando a través de una narración que es en realidad una investigación, no sólo sobre la personalidad de Roland, sino ante todo sobre la imposibilidad de dar cuenta de un pasado a no ser a través de fragmentos encontrados. Un pasado, entonces, ciertamente peligroso. No sólo por aquello que esconde, sino porque no se sabe si en realidad es verdad. Modiano parece querer decir que sumergirse en el pasado –ya sea recordado u olvidado– puede ser peligroso, como asomarse a un abismo cuyo interior depara tanto lo conocido como lo desconocido, cohabitando ambos en armonía y conformando una vida pasada tan reconocible como ignorada. Y ese pasado puede ser tanto aquel que un amnésico va descubriendo poco a poco como aquel que cualquiera intente averiguar a través de una reconstrucción fragmentaria.
Ahora bien, Modiano, a través de Roland, pone de relieve que, quizá, el pasado, no es tanto aquello que recordamos o dejamos de recordar como aquello que ha quedado en aquellas personas que conocimos y en aquellos objetos que poseímos. Y por tanto, la recuperación de ambos es una manera de recuperarnos a nosotros mismos.
2. La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe.
Rosamond ha muerto. De su herencia surge, en primer lugar, un nombre que parece no decir nada a casi nadie de su familia: Imogen. Sólo Gill, su sobrina y una de las herederas, la recuerda levemente del pasado. Recuerda que era una joven muy hermosa y, ante todo, que era ciega. Poco más y no es suficiente. Sin embargo, parte de la herencia de Rosamond es para ella, entre otras cosas, un conjunto de cintas de casete que Rosamond le ha dejado. Pero tienen que encontrarla. Así, Gill, junto a sus hijas, comienza a escuchar las grabaciones de su tía y que son la descripción/narración de un total de veinte fotografías.
Veinte fotografías. Rosamond va describiendo una a una las imágenes que tiene ante ella mientras graba su voz, cercana a la muerte –sabe que va a morir–, para que la ciega Imogen pueda hacerse una idea que aquello que sucede en el interior de las instantáneas. Sin embargo, el procedimiento encubre un deseo mayor: el dar cuenta de la vida de la abuela y la madre de Imogen, en parte también de la suya, claro, pero ante todo revelarle a Imogen quién es realidad –porque por determinadas causas, que no se deben revelar, no lo sabe–. Y así, Jonathan Coe, en La lluvia antes de caer, su última novela, nos sitúa ante el recuento de varias vidas que se suceden desde la década de 1940 casi hasta la actualidad en Inglaterra.
¿Qué es una fotografía? Coe no quiere responder a ello, aunque en un momento dado, en boca de Rosamond, nos diga que las fotografías nos traen un sinfín de recuerdos, pero aún así las imágenes que recordamos, aquellas que se encuentran en nuestra mente/memoria, pueden ser más reales que cualquiera que una cámara pueda recoger en su película, porque Rosamond usa las fotografías iniciales como punto de partida para ir desglosando a partir de ellas aquellos recuerdos que le interesan transmitir a Imogen y que, en ocasiones, no tienen mucho que ver que las fotograf
ías, otras veces sí, al menos como punto de arranque, pero lo más importante es el relato que ella misma va construyendo a partir de su memoria. Su vida, la de Beatrix, su prima, la de Thea, la hija de Beatrix, la de la propia Imogen, se van conformando a través de fragmentos narrativos mostrados cronológicamente pero con importantes elipsis temporales que a veces se complementan más adelante, otras no, porque en verdad Rosamond, la narradora de La lluvia antes de caer, no ornamenta su narración con elementos superfluos: desea ir a aquellos sucesos realmente importantes para sus propósitos. A este respecto, Coe trabaja con maestría la fragmentación de la novela, la reconstrucción de un pasado que, para Rosamond, está compuesto por fotografías y fantasmas.
Lo importante no es tanto aquello que se ve en la fotografía como aquello que se puede ir tejiendo a partir de ella. Una vida a base de retazos pero perfectamente hilvanada a través de un pulso narrativo magnífico. Coe demuestra saber cómo ir avanzando la narración y que al final todas las piezas encajen en el momento preciso. La lluvia antes de caer podría verse de alguna manera como una novela de mujeres, sin embargo, va más allá. Se trata de un trabajo literario que busca convertir la narración de una vida en una ficción. También es un retrato de cinco décadas de historia inglesa a través de elementos atmosféricos, detalles descriptivos: la evolución personal de Rosamond, sus movimientos, su vida, su relación con los demás, van dando cuenta de cómo el país cambia o no lo hace, de cómo era el ambiente reinante en cada momento. Coe parte de lo individual y logra construir algo más general, aunque al final lo que predomine sea el acercamiento personal a unas vidas cuya existencia ya es de por sí lo suficientemente relevante.
Una novela sobre aquello que ha quedado atrás y que aún, en el recuerdo, se puede recuperar. Aunque para ello haya que recurrir a los fantasmas que habitan las fotografías.
Underground: “La 2 contra Michael Haneke”. Por manolo D. Abad (06/07/2009).
El mundo al revés: el pasado lunes 27 de julio de 2009 me dispuse a ver en La 2 la película de Michael Haneke Caché (Escondido). Dada la penuria de cine de calidad en las televisiones patrias -más aún de cine europeo- la velada pintaba prometedora. Pero no. Para mi sorpresa, nada más comenzar el film, con unos seis minutos de proyección, llegó el primer corte publicitario. En ese momento pensé que ya no habría muchos más, recordando los tiempos en que, siguiendo las directrices europeas, se realizaba un único corte que solía coincidir con la mitad de la película. Pero no. Los tiempos de reforma han llegado a La 2 para cargarse su singularidad. ¡Hasta cuatro cortes publicitarios sufrió Caché (Escondido)! El vía crucis que supuso tratar de seguir una película con más cortes publicitarios incluso que otras cadenas comerciales sólo se pudo superar por la calidad de la cinta. En caso contrario, hubiera desistido de verla hasta el final mucho tiempo antes. ¿Son estos los tipos que vienen a arreglar TVE? Seguro que son los mismos que pretenden cargarse Radio 3 para convertirla en una absurda radiofórmula más, ahora que Los 40 y demás andan de capa caída. Los mismos que echaron, vía jubilación anticipada a un montón de profesionales expertos para reducir una plantilla que a los dos meses volvieron a engrosar con jóvenes pipiolos que superaron en número a aquellos que habían servido para aligerar previamente el staff. En TVE sucede lo mismo que con las reformas educativas: cada nuevo cambio va a servir para empeorar aún más. Para septiembre -¡miedo me da!- pretenden acabar con la publicidad. Bien está la idea, pero de poco sirve si siguen sin recuperar el espíritu de una cadena pública con la calidad, con mantenerse al margen de la basura, del sensacionalismo, de la pobreza generalizada a la hora de tratar la cultura… Baste ver cómo han desaparecido las proyecciones de películas europeas de los 60 o 70 en versión original subtitulada, por ejemplo (como mucho una o un par de pelis en V.O. por semana para cubrir el expediente) para dudar que la nueva reforma vaya a ser la panacea prometida. Por no hablar de esos musicales grimosos, con jovenzuelos ignorantes hablando como presentadores de radiofórmula o de la inexistencia de un programa sobre literatura mínimamente ponderado o de un largo etcétera que sería demasiado prolijo enumerar. Crucemos los dedos y esperemos, con paciencia y esperanza, lo venidero.
Un agosto muy ligero (1), por Sussana Rojas, Del 3/08/2009 al 9/08/2009.
LUNES, 3
Martes, 4

sussirojas@gmail.com

Jueves, 6.

que hay que ver. Y ya luego, frente al espejo, mientras me desmaquillaba, no sé por qué, me pregunté cómo serían los calzoncillos de mis Grandes Jefes. Sonreí. Me sienta muy bien sonreír. Dormí como una reina egipcia.
Primer finde.

Reseña de La vida es un guión, de Isabel Coixet. Por José Havel (03/08/2009).
Isabel Coixet, La vida es un guión, Quinteto, Barcelona, 2007.
¿Sirven para algo las películas?
De la misma manera que todo buen filme alberga un discurso sobre el propio cine, el buen cine reflexiona acerca de sí mismo sin orillar el reflejo de la condición humana. Unos principios de los que participa, desde su mismo título, La vida es un guión, libro concentrado y en envase pequeño, como un perfume, en este caso hecho de unas esencias básicas llamadas sensaciones, ideas, cine, libros, arte, vida. Y como sucede con los buenos perfumes, el aroma de sus páginas perdura en nosotros tras su lectura.
Uno de los atractivos de esta colectánea de textos breves, la mayoría de ellos publicados originariamente en el medio periodístico, que pudimos leer ya en 2004 tanto en catalán (La vida es un guió, Ara Llibres) como en castellano (El Aleph Editores), radica en el retrato robot emocional e ideológico que traza de la autora, la cineasta Isabel Coixet, haciéndonos partícipes de su personal visión del mundo y sus obsesiones íntimas.
Apasionada lectora de libros de historia (“me proporcionaron ciertas herramientas para entender el mundo”), Coixet abre el volumen con una serie de apuntes personales, estructurados en forma de diccionario bajo epígrafes por orden alfabético, en torno a una (pos)guerra civil española “que no viví”, pero a cuya sombra desde luego creció. Por ejemplo, el término “Madregilda” recoge la feliz idea de que, sin duda, aquella época oscura se entendería mucho mejor en los colegios utilizando el citado filme de Francisco Regueiro junto a El verdugo y Bienvenido, Mister Marshall, “en vez de los insípidos textos de historia de la ESO”. Entre reflexiones y vivencias familiares alrededor de aquella (pos)guerra que los miembros de su familia vivieron con fatalismo, “como una prueba más de que los pobres, pase lo que pase, pringan más que nadie”, la realizadora catalana deja en el aire alguna que otra pregunta cuya respuesta lógica se ha visto suplantada en la realidad por el sinsentido falaz: “Había dos zonas, la ‘nacional’ y la otra, la del Gobierno legalmente constituido (¿no debería haberse llamado ‘nacional’ esta última?)”.
Interrogantes de similar cariz afloran igualmente a propósito del terrorismo doméstico machista, mal llamado violencia de género, otro de los temas medulares de este libro ligero, que no escrito a la ligera, cuando leemos: “No hay que olvidar que el ochenta por ciento de las mujeres asesinadas han denunciado repetidamente a sus asesinos. Y que, en España, las mujeres agredidas tienen que salir de sus casas con lo puesto y los niños, en pijama, mientras los agresores se quedan en ellas Que alguien me lo explique, por favor.” Con relación a este problema Coixet señala que la historia del cine ofrece, por desgracia, “ejemplos alucinantes de cómo la violencia doméstica ha ido prendiendo en el imaginario del espectador de manera que ésta se ha banalizado y no nos resulta tan fácil descifrar sus códigos”.
Para colmo de males todavía descorazona más asistir, en pleno siglo XXI, a no pocos actos de culto a la identidad diferencial mal entendida. Al respecto se nos recuerda cierta manifestación de adolescentes musulmanas francesas ante su instituto, ¡con la cara pintada con los colores de la bandera de Francia y la consigna “libertad, igualdad, fraternidad”!, reclamando el derecho a llevar velo. Y es que “una cosa es la libertad de conciencia, y otra que esa libertad de conciencia suponga un cañonazo a la igualdad de sexos por la que tanto se ha luchado y tanto se va a tener que seguir luchando”.
Este atomizado –y concienciado— cuaderno de notas concede a asimismo espacio para otras realidades. Desde el apunte sociopolítico a pie de calle (léanse el hipócrita conflicto bélico de Irak o la degradación de nuestra clase política, por ejemplo), hasta la confesión de los miedos, inquietudes y obsesiones personales (las aristas kafkianas del día a día, la tristeza de las tardes dominicales, la adicción a la publicidad inmobiliaria…), pasando –cómo no— por textos preferencialmente cinematográficos. Entre éstos descuella la entrevista con el director hongkonés Wong Kar-wai, que ya justifica por sí sola la lectura del libro; tanto como el grupo de escritos referentes a Mi vida sin mí (2003), cuarto largometraje de la Coixet.
Cerrando este breve pero denso libro, de un sentido y sensibilidad parejos a los de sus filmes, la autora se atreve a responder a una de esas preguntas del millón: ¿para qué sirven las películas? A raíz de determinados encuentros con algunos espectadores de Mi vida sin mí, la cineasta asegura que “por primera vez, tengo pruebas palpables de que una película sirve, reconforta, ayuda a entender las cosas que pasan, a descifrar el denso ladrillo de la vida cotidiana, a vivir”.
Reseña de El Rey de las Dos Sicilias, de Andrzej Kusniewicz. Por Ángel García Prieto (31/07/2009).
Andrzej Kusniewicz
El rey de las Dos Sicilias (Król Owojga Sycylii)
Anagrama. Barcelona, 2009. 307 págs. 17 euros
Traducción de Bozena Zaboklicka
Andrzej Kusniewicz (Kolo, 1904 – Varsovia, 1993) era un escritor de lengua polaca, nacido en Galitzia cuando aquella región – ahora ucraniana – formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Aristócrata con estudios universitarios de derecho, arte y ciencias políticas, formó parte de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, fue confinado por los nazis en Mathausen y luego ocupó diversos puestos diplomáticos en Francia, tras el final de la contienda. En 1950 regresa a Polonia, donde escribió poesía y narrativa; sus dos novelas más importantes, galardonadas con el Premio Nacional de Literatura de Polonia, son Lecciones de lengua muerta – también publicada en España por Ed. Anagrama – y ésta, que también obtuvo el Premio Louis Séguier 1978 para novela extranjera. La primera edición en español es de 1983, aunque ahora vuelve a publicarse en la nueva colección Otra Vuelta de Tuerca. Su obra se parangona con la de Roth o Musil, en cuanto a su temática en torno al final del Imperio Austro-Húngaro y al hundimiento moral de su sociedad.
El rey de las Dos Sicilias es el nombre de un regimiento de caballería austriaca, originariamente constituido por ulanos sicilianos, movilizado a un territorio fronterizo con Servia en las fechas posteriores al asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, que había de desencadenar la Primero Guerra Mundial. Su protagonista Emil R., es un joven oficial de dicha unidad; hijo de una familia burguesa de Viena, está neurotizado por una morbosa infancia al lado de su sádica hermana mayor y lleno de complejos por el fracasado intento de compensar sus escrúpulos y obsesiones con la creación poética. En la movilización del regimiento, Emil R. y el grupo de compañeros de armas se cruza con el extraño asesinato de una jovencita prostituta gitana, en la ciudad en que está acuartelada la unidad militar y donde el prefecto de la policía local investiga a los oficiales.
Es una novela de estilo poco común, en el que sin llegar a esos experimentalismos difíciles o imposibles de entender, el autor mezcla diverss elementos literarios, como los tiempos verbales, entre el presente y el futuro que parece estar condicionando; el narrador y los tiempos de la narración; el mundo subjetivo y las percepciones de los personajes con los detalles inmediatos o lo acontecimientos históricos evocados; en un bullicio barroco de descripciones sensoriales con un fondo de tensión trágico. Es, sin duda, un fresco que convoca un sinfín de elementos de la realidad a concatenarse en la sinfonía literaria del hundimiento de una persona, como analogía de la hecatombe de un imperio, de una sociedad y de una guerra mundial.
Underground: Verano, el Reino de la Telebasura. Por Manolo D. Abad (30/07/2009).
Este 2009 nos había traído la buena noticia del descenso, en su primer semestre, de los programas de telebasura. Pero se ve que la mierda televisiva posee un gran potencial de resistencia y reciclaje, así que, con los calores estivales, ha renacido con todo su brillo y esplendor. Y es que no hay manera de quitársela de encima. Resulta paradójico que en un tiempo como el estival donde el ocio se postula como el eje de la vida de muchos, la televisión se degrade más aún, en una espiral que no parece tener fin. Antiguamente era un tiempo donde las cadenas rodaban a algunas de sus teleseries de cara a la temporada otoñal. Recuerdo con especial cariño un desternillante mes de agosto –y creo que parte de julio también— que me pasé hace unos años con "A Medias", una corrosiva teleserie creada por nuestro Tom Fernández y que pudo sobrevivir algunos meses más allá del verano. Los meses estivales también eran el momento para revisar viejas teleseries y aquí se llevaba la palma Verano Azul, claro. Pero, metidos ya de lleno en el nuevo Milenio, los capitostes de las principales cadenas apenas si arriesgan y tan sólo La Sexta se apunta a estrenar la nueva sexta temporada de la magnífica NCIS: Navy Investigación Criminal o la cuarta de Numb3rs, o Cuatro decide que es el momento de la estupenda "Dexter" y su cuarto año, aunque, a las dos semanas, se arrepienten y la cambian al horario de madrugada para castigarnos con un patético biopic de… Michael Jackson. Es, por lo tanto, y al margen de los deportes (TVE sólo se ha atrevido a poner en la 1ª dos jornadas de otro Tour español) el momento para que la telebasura resurja, para que tipos grimosos como Jordi González hagan girar su Noria, llenando de porquería el medio televisivo. Leo en los periódicos la última "hazaña" de sus tertulianos (sic) y no me sorprende: un individuo que un día pudo llamarse periodista deportivo agrede a otro personaje –por cierto, ambos con columna en "Marca", ¡manda guebs! –. Suspendido temporalmente (sic), me imagino que habrá recibido un sobresueldo por un revuelo que, sin duda, aumentará audiencias. Propongo que esas "tertulias" las hagan en un cuadrilátero y así ya se muestran tal como son: un engendro sólo apto para la ignominia, la brutalidad y la ignorancia. ¿Es que no se va a acabar esta porquería nunca?