En el corazón del infierno de Tede Zalmen Gradowski. Por Sofía Herrera. 17/03/2009

se agitan vidas palpitantes y trémulas, en la flor de la vida, rebosantes de savia, empapadas en manantiales de vida, rosas que podrían seguir creciendo en un fresco jardín, bañadas en agua de lluvia, colmadas de rocío matinal. Con el resplandor del sol brillan las gotas resplandecientes de sus ojos de flor, tal si fueran perlas.

vidas. En el momento en que se desvistan y queden como su madre las trajo al mundo, perderán su última defensa, el último sostén del que ahora penden sus vidas. Y por eso no tenemos el coraje de decirles que se desnuden lo más rápido que puedan. Que aún permanezcan un momento, un instante más dentro de su coraza, arropadas por la vida.



tierra, sus limpios cuerpos alabastrinos maculados por las deyecciones.


y vuelven a verter el gas. Así van cubriendo hasta el último
de los “ojos”, y entonces se quitan las máscaras. Ahora marchan orgullosos, llenos de coraje y contentos. Han cumplido con una importante tarea para su pueblo, para su país. Acaban de dar un paso más hacia la victoria…
an a desmembrarse por los incesantes tirones. Después se arrastra el cuerpo por el mugriento y frío suelo de cemento, y su hermosa blancura alabastrina, como si fuera una escoba, va recogiendo toda la suciedad, todo el polvo que encuentra en su camino. Se toma el cuerpo, ahora manchado, y se lo coloca boca arriba. Te miran unos ojos ya vidriosos, como si preguntaran: “¿Qué harás ahora conmigo, hermano?” Más de una vez reconoces a alguien con quien compartiste ratos antes de que entrara en la tumba. Tres personas se disponen a preparar los cuerpos. Con unas frías tenazas, uno de ellos se introduce en la hermosa boca en busca de algún tesoro, de algún diente de oro, y cuando lo encuentra, lo arranca con carne y todo. Otro, con las tijeras, corta los cabellos ondulados, despoja a la mujer de su corona. El tercero arranca deprisa los pendientes de las orejas, y más de una vez las deja manchadas de sangre. Y los anillos que no salen fácilmente también se arrancan con tenazas.


The Reader (El Lector). Por Alejandro Cuesta Fernández. 26/03/2009

THE READER (EL LECTOR). EE UU / Alemania, 2008. Dirección: Stephen Daldry. Producción: Anthony Minghella, Sydney Pollack, Donna Gigliotti y Redmond Morris. Guión: David Hare; basado en la novela El lector de Bernhard Schlink. Música: Nico Muhly. Fotografía: Chris Menges y Roger Deakins. Montaje: Claire Simpson. Intérpretes: Kate Winslet (Hanna Schmitz), Ralph Fiennes (Michael Berg adulto), David Kross (Michael Berg de joven), Lena Olin (Rose Mather/Ilana Mather), Bruno Ganz (profesor Rohl)… Duración: 124 minutos
Mujer te doy de José Ángel Ordiz.
Esther García y María Luz Pontón, en el I Congreso de Cultura Japonesa.
Manuel García Rubio. Por José Havel y Javier Lasheras. (II). 13/03/2009
Material sólo para adictos.
De algunas pequeñas cosas sobre Sal y Manuel García Rubio.
Asturiano de Montevideo, escritor y abogado, nacido en 1956 y residente en Asturias desde los diez años. Con Sal ha logrado ser finalista del Premio de Novela Fundación José M. Lara que se falla el próximo martes, 17 de enero.
¿Cuánto hay de homenaje a Muros del Nalón?
Hay un reconocimiento que a mí me apetecía. A Muros iba de joven –con catorce, quince, dieciséis años— a pasar algún tiempo del verano y tenía una pandilla de amigos. Guardo muy buen recuerdo. Y como desde hace unos cinco o seis años vuelvo a ir a un apartamento que allí tengo, quería agradecerle a Muros del Nalón la acogida que siempre me ha dispensado.
¿Cuál de las dos Españas le hiela más el corazón?
No creo que existan ya dos Españas. Me parece que existen 43 millones de Españas. Y no sé que es peor. Quiero decir con esto que yo percibo mucho individualismo, o más bien poca importancia de lo colectivo, lo cual me preocupa mucho.
Todos vivimos para buscarnos y así reconocernos. ¿Duerme usted tranquilo?
Duermo muy bien, quizá por un tema puramente biológico.
En Sal hay homenajes continuos a La Regenta.
Para mí La Regenta es el mejor libro en español del siglo XIX. Me deslumbró la primera vez que lo leí y lo releo –no siempre por completo— bastante: lo abro por cualquier página y leo.
El tema es recurrente en su novela así que, con respecto a buena parte del arte actual, ¿quién se ha vuelto antes gilipollas: el arte, los artistas o nosotros?
¡Nosotros, nosotros! Toda forma de objetivación social es resultado de una determinada sociedad. Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. El arte no es nada más que el medio que se ha dado la sociedad actual para objetivar la fruición estética.
Por qué cree que les cuesta tanto a los personajes de su novela reconocer y distinguir los sentimientos y las emociones: amor/cariño, pena/recelo, justicia/venganza.
Ese es un mal de nuestra época, la dificultad para reconocer nuestros propios sentimientos, o para hablar –y, por tanto, reconocernos— en ellos desde el diálogo con los demás. Un mal general.
El terror ¿nos iguala a todos en todas las civilizaciones y culturas?
En realidad esa frase no es mía. No es el terror el que nos iguala, sino la cobardía, la actitud frente al miedo.
¿Cuánta gente sigue viviendo de la sopa boba desde la transición y cuánta gente se ha sumado a esa sopa?
¡Muchísima! Eso es muy difícil de evaluar. Pero cada vez hay más intentos de buscar huecos artificiales en los que guarecerse con cualquier pretexto, ya sea de género, lingüístico, gremial…
Los personajes parecen de antemano “condenados a una puta mala suerte”.
Todos los personajes principales son perdedores. Sólo se salvan la señora Gladstone y su hijo. Pero, como el propio narrador dice, todo depende de dónde coloques el The End en la historia. Según esto, en la novela hay ganadores, aunque seguramente dos años después serán perdedores también.
A su juicio, ¿tenemos los españoles un complejo de culpa ante los sudamericanos?
No. Vivimos unos a espaldas de otros. Hay un poema precioso sobre eso de Pedro Garfias. Se trata de un tema muy bonito desde un punto de vista literario.
¿Podría explicarnos en qué consiste la alexitimia?
En la incapacidad para reconocer los sentimientos propios.
Léolo como justificación de la penuria, la amargura y de la fatalidad? Mear, sudar y llorar: sólo faltaba algo escatológico y algo sexual. La infancia como patria maldita del hombre…
Los tres personajes principales, cuando entran en momentos de tensión, liberan agua, bien por las lágrimas, bien por la orina, o bien por el sudor. Lo que eso viene a decir es conócete a ti mismo. ¿Cómo? En primer lugar por los avisos del cuerpo. A esos tres personajes el cuerpo les avisa con un “cuidado que te estás disolviendo en el ambiente”. Esa es la razón por la que cada uno de ellos pierde agua de manera distinta.
Una de las metáforas cinematográfica más potentes que escribe Urbano es 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, cuando Sabrina se va y él se compara con Frank Poole: “quedé sentenciado a vagar por la inmensidad oscura, fría y sorda del Universo”.
Era una manera de contar, con un icono clásico del cine, una experiencia propia.
El artista que no es egoísta acaba absorbido por los demás, se menciona en la página 231.
Cualquier persona inmersa en un proyecto íntimo de largo recorrido –como pueda ser vivir como escritor— exige una buena dosis de egoísmo. Son los momentos de urgencia. Sin ir más lejos, yo tengo dos
vidas sociales distintas (soy abogado y soy escritor), ambas muy exigentes y con compromisos ineludibles, de los que procuro huir siempre que puedo.
¿No cree que Urbano es demasiado duro con el mundo cuando afirma que “ya no es posible saber lo que somos y dónde estamos porque no somos sino el eco de lo que nos decimos que somos”?
Es muy difícil saber quién es uno mismo cuando desde el primer momento la vida te pone deberes. La posibilidad de construir tu propia identidad en la sociedad moderna deja de ser una posibilidad para pasar a ser un deber. Desde el inicio estás obligado a escoger profesión, opción sexual, etc. Lo que en teoría son posibilidades en la práctica se convierten en deberes.
Parece que el debate moral de Urbano aparece en la página 314: la elección entre Sabrina y la señora Gladstone es el debate entre la fidelidad a quien fue en el pasado con la posibilidad de alcanzar lo bueno por conocer, la esperanza de un futuro mejor.
Urbano hace varios viajes. Uno físico, desde Muros del Nalón a Madrid. Y otro desde el punto de vista de su vida amorosa, primero estrecha, luego llena de posibilidades. También hace un viaje interior desde el Urbano humilde hasta el Urbano ambicioso. En definitiva, un viaje desde el mundo de la adscripción hasta el mundo del logro, que diría Zygmunt Bauman.
Habla de dejar el coche para acabar con la contaminación, comida rápida para no envenenarse, etc. Parece que el peso de la responsabilidad recae en el ciudadano y no en el gobierno o en el estado. ¿Cuánto hay de panfleto o de teoría social y política en los personajes de Avellaneda y Urbano?
Panfleto, no. Al menos he procurado rehuirlo. Lo que sí creo que hay es una crítica social. La clave, el común denominador está en las primeras frases de la novela, igual que en el cine conviene que en los tres primeros minutos esté planteada la película. Arranca con una alusión al complejo de Peter Pan, por cierto, una de las ideas que se nos suelen vender: sé niño, juega permanentemente, no te ates a las cosas, cambia de trabajo y de pareja, no te comprometas… La otra cara de esa moneda no es sino la irresponsabilidad. Y una de las cosas que están ocurriendo es que el ciudadano medio se siente poco responsable de todo, incluidas las barbaridades que haya hecho el gobierno que él votó, por ejemplo. Dado que la novela versa sobre la identidad, se refiere a que hay que acabar de construir la identidad y que, por tanto, uno no puede conformarse con el puro juego. Aunque yo reivindico el juego, incluso la infancia, siempre y cuando no nos impidan crecer. “Peter Pan, pero sin Campanilla…”, como escribo al inicio de Sal.
Con cuál de los tres personajes principales se ha sentido menos cómodo: Urbano, Tino o Selmo.
Con Urbano, porque tiene todas mis dudas y ninguna respuesta para ellas.
La señora Gladstone parece salir de las mejores obras del género negro: la femme fatale.
La señora Gladstone es uno de los personajes más mortificados de la novela. A pesar de ser una mujer rica, liberada, está marcada por una infancia torturada y un matrimonio tortuoso. Ha sido incapaz de ser feliz a través de sus posibilidades como mujer. En ese sentido me atraía muchísimo. Su perfil ilustra el de Urbano, a quien le apasionan las mujeres mayores que él: cita a Mónica Vitti, al principio, y la señora Gladstone le recuerda a Kim Novak, en la que está descaradamente inspirada. Ello me sirve para ilustrar que Urbano es un hombre adolescente, pese a su edad, con un complejo de Edipo importante.
¿Le parece mal si le digo que su estilo me trae una mixtura de reminiscencias entre Alfredo Bryce Echenique y Eduardo Mendoza?
Los tuve muy presentes. A ellos añadiría yo dos autores más: Cabrera Infante, en algunas cosas, y Luis Landero, en cuanto al tono.
Manuel García Rubio. Por José Havel y Javier Lasheras. 13/03/2009.
Manuel García Rubio sabe perfectamente que, en buena parte, su tradición se ancla en su propia historia. Por eso habla, y lo celebra, con finura y pasión tanto de sus antepasados como de su infancia y juventud. Una pasión muy educada que transmite a través de palabras que fluyen sin dudas —las dudas son otras y para eso hay que leer Sal— y que cuando las pronuncia parece que las estuviera acariciando o alentando para algún viaje infinito y evocador.
Sus mínimas gafas de montura azul —tal vez la única coquetería que se permite junto con su reloj posmoderno—hacen juego con el color de su camisa; y el castaño claro de su cabello con su chaqueta marrón y el siena oscuro de sus ojos. Son detalles que tal vez sólo expresen contornos cotidianos y, por tanto, pasto del olvido. Sin embargo, cuando Manuel García Rubio habla su voz es como un arrullo que invita a la intimidad de una larga conversación. Le siguen sus manos que acompasan su ritmo, contenido y sin aspavientos, como si quisieran, en su particular baile con el aire, compensar el sinuoso rastro dibujado en ese mapa que es su rostro, remarcado por algunas cicatrices imposibles de descifrar. Pero no nos pongamos trascendentes ni melancólicos porque la tarde primaveral nos invita, por fortuna, a cualquier otra cosa. Y además, porque García Rubio es un tipo con un elevado y hondo sentido del humor que siempre escolta con una sonrisa, a pesar de su pesimismo bien informado o quizás precisamente por ello.Durante toda la conversación la risa y algunas carcajadas han sido las inmejorables compañeras junto a un par de cervezas con carácter, que han terminado por encender la mecha para hablar, también con pasión, de otros líquidos literarios. Sin duda, el autor de Sal ha logrado que, al menos por esta tarde, los pequeños detalles de la vida se hayan ido a dormir junto con los más grandes de su literatura.
Uno de los temas centrales de su obra descansa en la búsqueda de la felicidad que, cada uno a su particular modo, emprenden los personajes de sus novelas. ¿Manolo García Rubio, como novelista, es razonablemente feliz o sigue en pos de la felicidad? ¿De tratarse de esto último en qué estadio del viaje cree hallarse?

¿Usted ha llegado a plantear una hipótesis sobre la felicidad como aspiración demasiado peligrosa para el sistema? Sí, claro, siempre que entendamos la felicidad como la consecuencia de entendernos a nosotros mismos. Yo creo en la biodiversidad. Una de las grandezas de nuestra especie es que todos los individuos somos distintos. ¿Qué ocurre en una sociedad de seres distintos que reivindican su individualidad y saben que deben buscar acomodo entre ellos desde la diferencia? Esa insolencia les hace dejar de ser un rebaño para convertirlos en la suma de muchas individualidades. Eso al Poder no le interesa, prefiere rebaños a los que dirigir fácilmente.
Ser feliz supone conocerse a uno mismo, lo cual, en el fondo, también es algo imposible del todo. Ello implica un proceso de reconocimiento, conocerte en el medio en que vives, en sociedad, un tema igualmente presente en mi última novela Sal. Yo no entiendo la identidad sin su aspecto colectivo. Lo de “Conócete a ti mismo” ya estaba en uno de los muros del templo del Oráculo de Delfos. En mi caso concreto ese proceso descansa en la escritura, que, para mí, debe buscar prioritariamente la felicidad del otro (el lector). Aspiro a que mis novelas sean entretenidas. Pero, al mismo tiempo, aprovecho ese trabajo tan intenso como instrumento de conocimiento. Siempre me documento mucho histórica, psicológica, antropológica, biológica, filosóficamente… El tema de la identidad está en ni novela y en el origen de la propia novela como género. El Lazarillo de Tormes depara la primera vez que un ser corriente y moliente pretende ser él mismo. Hasta ese momento le estaba vedado a la gente miserable ser protagonista de una gran historia. De repente aparece un ser insolente, hablando en primera persona, que de entrada reconoce que por buscarse la vida admite el adulterio de su mujer y se pone a contar su historia.
Aparecen en la novela las necesidades primarias de la vida que antes no tenían dioses ni héroes…
Claro, aparece el ser humano de a pie. Y, no por casualidad, en un género nuevo. La novela es el género del hombre común. Las grandes novelas cuentan historias de seres corrientes y molientes buscando ser leídas por ese mismo tipo de personas, el común de los mortales. El origen de la novela fue, a mi modo de ver, dar voz al hombre común, al individuo de a pie.
En su última novela, Sal, el personaje de La Simondebovuá, directora del taller de escritura creativa que frecuenta Urbano Expósito, pronuncia ante sus alumnos un monólogo que sintetiza la historia de la novela y acaba así: “… lo último que le puede pasar al protagonista de una novela moderna es que no inspire y espire, que no exista, que se disuelva en el fárrago de unas tramas increíbles, como si fuera un humilde azucarillo”. [capítulo 21, pág. 189.]
No todas, pero hay muchas cosas de mis personajes que comparto, y que se las hago decir si son coherentes con el perfil del personaje. En este sentido, La Simondebovuá es, en buena medida, una especie de Superego mío. Me venía muy bien para soltar declaraciones de principios como la citada.Por otra parte, entre otras cosas, en Sal quería hacer una poética de la novela. Creo que se podría incluso leer como libro de texto acerca de cómo se escribe una novela. Todos los pasos están ahí: personajes, tramas, ritmos… Quería hacer un libro de pedagogía narrativa también. Ahí tienen un papel especial las figuras de La Simondebovuá y Urbano, conocedor de los entresijos del guión de cine, que establecen un diálogo entre el lenguaje novelesco y el cinematográfico, de códigos tan distintos. En el guión de cine prima el tiempo, en la novela no tanto, pues no es ésa su materia fundamental.He disfrutado mucho con ese diálogo entre novela y cine porque nos permite reflexionar sobre muchas cosas de nuestro mundo, a menudo paradójicas. Por ejemplo, un chaval de hoy cree que si da un golpe en el mentón a otro, lo tiene desmayado un cuarto de hora. Y eso lo cree porque lo ha visto cien millones de veces en las películas. No tiene ni idea del golpe que hay que dar a alguien para dejarlo inconsciente durante quince minutos.

[Risas.] Exactamente. Últimamente se ha puesto de moda lo de pegar el cabezazo. Eso ya prefiero ni pensarlo.Ese tipo de cosas tienen importancia práctica. Hemos visto ahora cómo de repente unos chavales matan a una cría, creyéndose no sólo capaces de cometer un asesinato, sino también de deshacerse del cuerpo y de armar una bolera para que no se les descubra. ¿Habría sido posible un contubernio de ese tipo en la generación de nuestros abuelos? Estoy seguro de que no.
De alguna manera, la frecuencia de ciertas ficciones, no sólo cinematográficas, nos ha llevado a perder pie con la realidad, a confundir ésta con la ficción. Tal vez para esas generaciones anteriores de las que usted habla la realidad fuese algo más directo e inmediato.
Es un asunto bastante estudiado. Hay casos de patología social que relativos a esa confusión. Las grandes falacias se transmiten básicamente a través de las imágenes (el cine, la TV), pero también se dan en la prensa, por internet… De cualquier manera, no es algo del todo nuevo. Ahí está el Don Quijote de la Mancha, por ejemplo. Es algo que viene de largo.
Nuestro teatro del Siglo de Oro se ocupó igualmente de ello. El entremés anónimo de Los romances, según Menéndez Pidal el posible germen del Quijote, presenta al primer loco de nuestra literatura por intoxicación ficcional, que lo es, precisamente, por leer, no novelas de caballerías, sino romances.
Lo que ocurre es que ahora el problema se ha sistematizado. El Poder utiliza apariencias de verdad para montarnos una gigantesca mentira. Recordemos las armas de destrucción masiva en Irak. O el tema este de la crisis, que ahora resulta que todo se vino abajo de golpe por culpa de la subprime, porque cuatro en Estados Unidos no pagaron la hipoteca. Pero de qué narices estamos hablando. Y sin embargo ha colado.Hoy estamos más indefensos ante los mensajes de los medios de comunicación porque son inmediatos, y totalitarios, en el sentido de que no admiten réplica.
Le hemos leído afirmar que el mundo moderno se ha transformado en el relato del Poder: las cosas no son lo que son, sino lo que nos dicen que son, y nosotros no podremos revelarlas sino, a lo sumo, rebelarnos. ¿A su modo de ver, tiene aún algo que decir la novela, desde sus mentiras verdaderas, en esa rebelión por el conocimiento de la verdad?
Sí, sí. En Sal todos los personajes terminan disueltos en el ambiente en que ellos habían ido a buscar la felicidad. Y ello porque se han dejado llevar, no se han volcado sobre sí mismos y lo que verdaderamente querían y necesitaban.La metaliteratura de Sal tiene también que ver con que nuestro mundo es cada vez más un entorno narrado: en la vida hay muchas cosas importantes a las que tenemos acceso, no por experiencia inmediata, sino porque nos las han contado. Si, por ejemplo, tenemos ahorros e invertimos en telefónica es porque nos lo cuentan, no por nuestra experiencia y conocimiento directos del tema.Por el contrario, el mundo de nuestros antepasados no es lo que les llegaba por narraciones, a excepción de la idea de Dios, claro, contada por el cura. Todo lo demás importante para ellos era contrastable por su propia experiencia inmediata. Para nuestros tatarabuelos era importante saber si iba a llover o no, si el vecino de al lado era mala persona o no, si iban arreglar la calle que pasaba ante su casa… Se dice de la gente rural que suele ser desconfiada, pero no se trata de desconfianza, sino de puro empirismo.A diferencia de ellos, nosotros hemos renunciado a contrastar empíricamente un montón de cosas, que las tomamos por lo que se nos dice que son. Entonces, dado que nuestro mundo importante es cada vez más un mundo narrado, creo que es bueno que se divulguen cuáles son los mecanismos, las trampas, de la narración, pues todas las narraciones los tienen.Yo llegué a la conclusión de que no había armas de destrucción masiva en Irak por mi experiencia de novelista. Las cosas que me llegaban para convencerme de que aquéllas existían me parecerían absolutamente inverosímiles en una novela. Aquellos planos aéreos con almacenes de hormigón y supuestos laboratorios eran insostenibles desde un punto de vista narrativo, y no podían colar en la realidad. Los que estamos acostumbrados a la novela estamos también familiarizados con los mecanismos de la verosimilitud. En el relato clásico se ha utilizado siempre el recurso a las anticipaciones, algo de lo que echó mano generosamente. Como sabemos, en la novela y, sobre todo, en el cine, para que un relato avance se usa la técnica de las anticipaciones para crear una tensión…
El modelo de relato canónico tradicional, clásico, descansa en un estilo anticipatorio y orientador, que teledirige, por tanto, las expectativas del receptor.
Claro, se le va marcando el camino. Pues eso, una narración clásica pura y dura, lo hicieron con el famoso asunto de las armas de destrucción masiva, anunciando, por ejemplo, cada una de las supuestas pruebas que se irían aportando. El público quedaba perfectamente preparado, medi
ante la anticipación, para cada nueva entrega. Y, así, aunque las fotografías aportadas fueran una auténtica porquería, el círculo de la narración quedaba cerrado, pues la anticipación se confirmaba. Eso en una novela se acepta, pero la realidad es y debe ser otra cosa. Nosotros deberíamos tener mecanismos para poder darnos cuenta de que nos han sacado un conejo de la chistera y nos han preparado narrativamente por medio de la dosificación de la información.Os invito a que hagamos lo mismo con el actual problema de la crisis económica, con respecto al que se han utilizado las llamadas tramas instrumentales, pequeños conflictos paralelos al servicio de la trama principal que se van resolviendo hasta que todo el artificio queda montado. Con lo de la crisis primero nos dijeron que no pasaba nada, luego que habría recesión, etc. Nos han ido preparando de igual manera, con milongas como la de la subprime, entre otras.
En el 89 yo no era muy consciente del concepto que tenía de la novela en cuanto a su formato. Siempre he creído, y me sigo ratificando en ello, que una novela debe, en primer lugar, ser narrativa, con tramas y argumentos que funcionen por sí solos. Al mismo tiempo debe contar con varios niveles de lectura, por lo menos dos: en el plano ideológico, con ideas y reflexión; además de una utilización creativa del lenguaje. En alguna que otra novela he acudido mucho a la intertextualidad, sobremanera en mi última etapa, con guiños, citas y hasta textos calcados de otras obras, disfrazados de alguna manera. Por ejemplo, en Green (2000) hay un pasaje contado con las palabras exactas del Lazarillo de Tormes. En resumen, creo que en lo básico mi idea de la novela no ha cambiado. He mejorado la técnica con el oficio.
Desde luego. Deseaba llegar hasta aquí para, una vez alcanzada esta cota, ver el horizonte nuevo y seguir trabajando. Gracias a las siete novelas anteriores he llegado a un punto en que veo nuevas cosas: Sal me puede abrir vías que hasta ahora no había explorado.
¿Supone Sal un marcado punto de inflexión en su trayectoria narrativa? ¿Habrá un antes y un después con ella?
Creo que sí. Lo cierto es que me da un poco de miedo anticiparme y, luego, resulte que vuelva a lo que ya hice antes. Nunca se sabe. Pero sí es verdad que con la escritura de Sal he resuelto algo que me preocupaba. Acostumbro a no contar cosas que no conozco personalmente. A fecha de hoy sería incapaz de, por ejemplo, hacer una película sobre la guerra. ¿Cómo puedo contar el horror de una guerra si no lo he vivido? Ojo, hay gente que lo hace muy bien sin haber pasado por ello directamente. Pero yo en ese sentido tengo un poco de pudor. Con mis novelas he intentado conocer, lo mejor posible, el tiempo colectivo que he vivido. Si las vemos con perspectiva, los tiempos desde el año 56 para acá, y antes en lo que a mí me ha afectado, están todos en mis novelas. El efecto devastador de la melancolía (1997) se desarrolla en la Pretransición española, La garrapata (1998) en la Transición, en El sentido de las cosas están los primeros años del gobierno socialista, España, España (2003) se localiza en los años de Aznar, La edad de las bacterias (2005) es un punto entre la Pretransición y la Transición visto desde la óptica de Hispanoamérica y Europa (ahí hubo un gozne con el que el mundo giró: donde había dictaduras hubo democracias y donde había democracias hubo dictaduras, poniéndose el planeta patas arriba)…Me quedaba por cerrar hasta qué punto lo que me precedía, la vida de mis padres, me influyó. Y eso está en Sal, el tema de la memoria histórica. Esta novela viene a decir que es posible recordar incluso lo que ignoramos de nosotros mismos si está ahí. Una de las cosas que me gusta de Sal es que si el personaje de Urbano ama el cine es gracias a sus abuelos sin él. Mucho de lo que nosotros somos se debe a aquellos que nos precedieron. Una idea que me agrada mucho.Ahora mismo, con lo que he escrito, el tiempo desde 1936 –o un poco antes— hasta el momento actual lo he barrido prácticamente con todas mis novelas. Si presumo de algo es de conocer bastante bien los diferentes tiempos e hitos históricos presentes en mi biografía, o que entiendo me han influido. Y como ese ejercicio ya está hecho, a partir de ahora quizá eso me preocupe menos y me vaya por otros derroteros.
No sé, no sé. Ya veremos. De momento, bien está la sal.