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En el corazón del infierno de Tede Zalmen Gradowski. Por Sofía Herrera. 17/03/2009

 

TedeZalmen Gradowski
En el corazón del infierno
Anthropos Editorial
Barcelona 2008
 
La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar; de ahí que quizá haya sido falso decir que después de Auschwitz ya no se puede escribir poemas.
                                                        T. W. Adorno, Dialéctica negativa
 
            Si el Holocausto nos conmueve a través de las historias contadas por las víctimas otra manera de llegar a la conmoción es la lectura de las memorias de una víctima convertida en “verdugo”.
 
            Zalmen Gradowski en su crónica sobre el horror vivido en Auschwitz nos acerca a la barbarie humana, a la redención de un colaborador, un sonderkommando, a través de la literatura. No le basta con contarnos el sufrimiento infligido a su pueblo y a él mismo (toda su familia fue asesinada el primer día de su llegada al campo de exterminio) sino que su relato va más allá de la mera crónica, su intención es narrar el horror a través de la belleza.
 
            Este polaco, hijo de comerciantes, se convirtió como muchos otros judíos en colaborador involuntario de la masacre que hizo de Europa -la meca de la civilización y de la cultura- un infierno. Su justificación es el comprensible deseo humano de sobrevivir, su motivación, llegar a ser la memoria de las víctimas, convertir al lector, al que de forma permanente se dirige, en testigo del mayor exterminio conocido en la historia.
 
            El libro de Gradowski se estructura en dos partes centrales recogidas en dos manuscritos y una carta final. La primera es el viaje al horror, el suyo, el de su familia y el de miles de judíos; la segunda parte es la descripción minuciosa de la atrocidad humana. En ella cuenta cómo se veían “obligados” a engañar y a acompañar a las víctimas a una muerte de la que ellos no escaparían meses más tarde (él mismo se considera un muerto sin fecha fija). Describe detalladamente la crueldad extrema sin abandonar el lenguaje poético. En la carta final, tras pedir disculpas por su condición de verdugo, señala su objetivo final.
 
            El valor del libro, incuestionable sin duda, radica en que su lectura nos lleva a comprender el horror en su totalidad y al mismo tiempo vivirlo con bellas palabras. Al lector, desde fuera, le resultará imposible comprender cómo alguien que ha sufrido la muerte de todos los suyos, víctima él pues, es capaz de convertirse en verdugo y desde allí, en el corazón de ese infierno, contarnos sus vivencias con tan luminosas imágenes. Sólo el artista obsesionado por su labor literaria, sólo alguien al que el terror más profundo convierte en un “monstruo” es capaz de hacer literatura en medio de ese horror. Su actitud sólo queda justificada por la misma locura vivida en el corazón de Europa. Siguiendo al filósofo Adorno, el Gradowski sonderkommando nunca podrá llevar una vida justa en una vida falsa.
Pero aún así cabe la poesía.
                                                          
A continuación puede leer un fragmento de En el corazón del infierno, de Zalmen Gradowski.
 
 
En la amplia y profunda sala hay doce pilares que sostienen el edificio; ahora está brillantemente iluminada por una intensa luz eléctrica. Alrededor de las paredes y los pilares hay bancos con colgadores que hace ya tiempo han sido dispuestos para que las víctimas dejen en ellos sus ropas. Encima del primer pilar, un cartel clavado en el que puede leerse en varios idiomas que se ha llegado a los “baños” y que todos deben quitarse la ropa para que sea desinfectada.
Hemos coincidido con ellas, con las víctimas, y, petrificados, intercambiamos miradas. Saben todo, comprenden todo: que no son baños, y que esta sala es el corredor de la muerte.
El lugar va llenándose de gente sin cesar. Siguen llegando camiones con nuevas víctimas, y a todas las engulle la “sala”. Estamos ahí, aturdidos, y somos incapaces de decirles una palabra. Aunque no es la primera vez: han sido muchos los transportes que hemos recibido, y hemos presenciado muchas escenas parecidas a ésta. Pero nos sentimos débiles, como si fuéramos a desfallecer, a caer sin fuerzas junto a ellas.
Todos somos presa de estupor. Cubiertos por ropas ya viejas, rotas desde hace tiempo de tanto uso, hay cuerpos llenos de encanto y atractivo. Tantas cabezas de cabellos rizados, negros, castaños, rubios, y también algunas –pocas– de cabellos canosos, en las que lucen grandes y profundos ojos negros que nos miran, embrujadores. Ante nuestra vista
se agitan vidas palpitantes y trémulas, en la flor de la vida, rebosantes de savia, empapadas en manantiales de vida, rosas que podrían seguir creciendo en un fresco jardín, bañadas en agua de lluvia, colmadas de rocío matinal. Con el resplandor del sol brillan las gotas resplandecientes de sus ojos de flor, tal si fueran perlas.
No teníamos el coraje ni la firmeza para decirles a estas queridas hermanas que se desnudaran. Porque las ropas que llevaban puestas, incluso ahora, son las corazas, los escudos que protegen sus
vidas. En el momento en que se desvistan y queden como su madre las trajo al mundo, perderán su última defensa, el último sostén del que ahora penden sus vidas. Y por eso no tenemos el coraje de decirles que se desnuden lo más rápido que puedan. Que aún permanezcan un momento, un instante más dentro de su coraza, arropadas por la vida.
La primera pregunta que surge de todos los labios es si ya han llegado sus maridos. Quieren saber si aún viven sus maridos, padres, hermanos, amantes, o si sus cuerpos yacen inmóviles en alguna parte, los están quemando las llamas y de ellos ya ni rastro queda. Y si ellas se han quedado solas, abandonadas y con un hijo que ya es huérfano. Quizás haya perdido para siempre a su padre, a su hermano. Pero entonces, ¿para qué vivir, por qué iba a querer seguir viviendo? “Dime, hermano”, dice una de ellas, resignada –su mente hace tiempo se ha hecho a la idea de que ha de abandonar la vida y el mundo para siempre. Se dirige a nosotros valientemente, con una nota de firmeza en su voz: “Decidnos, hermanos, ¿cuánto se tarda en morir? ¿Es una muerte penosa o fácil?”
Pero no les está permitido demorarse en aquel lugar. Las bestias asesinas no tardan en manifestarse. El aire es rasgado por los gritos de los bandidos borrachos, impacientes por saciar su sed con la desnudez de mis queridas y hermosas hermanas. Los porrazos arrecian sobre las espaldas, cabezas y cualquier otra parte de los cuerpos con la que tropiezan, y rápidamente van cayendo al suelo las prendas de vestir. Algunas se avergüenzan, quisieran ocultarse donde fuera, con tal de no exponer su desnudez. Pero aquí no hay un solo rincón, aquí ya no existe la vergüenza. La moral y la ética van a la tumba, junto con la vida.
Algunas se abalanzan sobre nosotros como hechizadas, como enamoradas se lanzan a nuestros brazos y nos ruegan con miradas avergonzadas que las desvistamos, quieren olvidarse de todo, no quieren pensar en nada. Al pisar el primer escalón de la tumba ya han saldado todas las cuentas con el mundo de ayer, con su moral y principios, con sus ideas éticas. Y ahora, en el umbral de la fosa, mientras aún permanecen en la superficie de la vida y siguen sintiendo, perciben todavía que necesita disfrutar el cuerpo, quieren darle todo lo que desee, el último placer, la última alegría que sea posible obtener en vida, ahora quieren emborracharlo, saciarlo antes de morir. Por ello desean que ese cuerpo que palpita intensamente, pleno de sangre y de vida, sea acariciado, mimado por la mano de un hombre extraño, que sea el más cercano amante, aquí y ahora, quien lo acaricie. Y sentir de ese modo como si la mano del esposo o del amante fuese la que acariciara y mimara su cuerpo consumido por la pasión. Quieren emborracharse ahora, las queridas hermanas, las hermosas mías. Y sus labios ardientes se tienden hacia nosotros con amor, quieren besarnos apasionadamente, mientras esos labios siguen con vida.
Llegan raudos más camiones repletos de víctimas, éstas entran en la sala. Entre las filas de mujeres desnudas muchas se abalanzan sobre las recién llegadas, llorando y gritando de manera atroz; es que las hijas desnudas han reencontrado a su madre y se besan y abrazan, se alegran de volver a estar juntas. Y la hija se siente feliz de que su madre, de que el corazón de su madre, la acompañe a la muerte.
Todas se desnudan y forman en fila, unas lloran y otras se quedan quietas, como petrificadas. Una se arranca el cabello y habla furiosamente consigo misma. Cuando me acerco a ella escucho solamente estas palabras: “¿Dónde estás, amado esposo mío, por qué no vienes a verme, si soy tan joven y hermosa?” Las que están cerca me dicen que el día anterior, en el calabozo, ha perdido la razón.
Otras nos hablan en voz baja, serenas: “¡Ay!, si somos tan jóvenes, tenemos ganas de vivir, hemos disfrutado tan poco de la vida”. No nos piden nada, porque saben que somos igualmente víctimas, como ellas. Pero hablan, simplemente por hablar, porque el corazón está colmado de pena y antes de morir quieren hablar con alguien que está vivo y contarle sus sufrimientos.
Unas mujeres en grupo se abrazan y besan, son hermanas que se han encontrado allí y se apretujan hechas un ovillo.
Allí está también una madre desnuda sentada en un banco son su hija en el regazo. Una criatura, una niña que aún no ha cumplido quince años. Estrecha la cabecita contra su pecho y la besa por todas partes. Y una corriente de cálidas lágrimas se derrama sobre su sangre joven. La madre llora por su niña, a la que con sus propias manos pronto conducirá a la muerte.
En la sala, en la inmensa tumba, brilla ahora una nueva luz. A un lado del gran infierno se alinean los blancos, alabastrinos cuerpos de mujer que esperan la apertura de las puertas del infierno que les franqueará el camino hacia la tumba. Nosotros, los hombres, vestidos, estamos frente a ellas y las miramos petrificados. No somos capaces de discernir si la escena que contemplamos es real o si se trata solamente de un sueño. ¿Hemos aterrizado acaso en un mundo de mujeres desnudas donde pronto serán objeto de un diabólico juego? ¿O estamos en algún museo, en el taller de un artista al que mujeres de todas las edades, mostrando la más amplia gama de expresiones en sus gestos, suspiros y callado llanto, han venido por su propia voluntad para posar como modelos?
Porque lo que nos sorprende es que estas mujeres, en lo que parece una excepción a tantos otros transportes, permanezcan tan serenas. En su mayoría incluso parecen animosas y despreocupadas, como si nada estuviera pasándoles. Miran de frente a la muerte con una valentía, una serenidad que nos dejan estupefactos. ¿Acaso no saben lo que les espera? Las contemplamos compasivamente porque vemos alzarse ante nosotros otra estampa de horror: estas vidas palpitantes, estos mundos en ebullición, el ruido, el alboroto que surge de ellas, en unas horas habrá muerto, yacerá inmóvil. Sus bocas enmudecerán para siempre. Esos ojos brillantes que ahora las dotan de tanto encanto, tanta magia, quedarán detenidos, apuntando hacia una única dirección, como si fueran a sondear la eternidad de la muerte.
Estos hermosos cuerpos seductores que ahora florecen llenos de vida tendidos quedarán en el suelo, como seres repugnantes revolcados en el lodo y la mugre de la
tierra, sus limpios cuerpos alabastrinos maculados por las deyecciones.
De la boca de perla se arrancarán los dientes junto con la carne, y la sangre correrá a raudales.
De la nariz perfilada manarán dos ríos: uno rojo, otro amarillo o blanco.
Y el rostro blanco y rosado se tornará rojo, azul o negro por efecto del gas.
Los ojos desorbitados estarán inyectados en sangre, y será imposible reconocer a la mujer que ahora mismo tenemos ante nosotros. Y dos heladas manos cortarán los ensortijados cabellos y arrancarán los pendientes de sus orejas y los anillos de sus dedos.
Después, dos hombres extraños cubrirán con guantes sus manos o las envolverán con trozos de tela, ya que estos cuerpos –ahora blancos como la nieve– tendrán entonces un aspecto repulsivo y no querrán tocarlos con las manos desnudas. Arrastrarán a esta joven y hermosa flor por el suelo de cemento, helado y mugriento. Y su cuerpo arrastrado barrerá toda la suciedad que encuentre en su camino.
Y como si se tratara de un animal repugnante, será lanzada, arrojada sobre un montacargas que la enviará al fuego de allí arriba, al infierno, y en pocos minutos esta carne humana se convertirá en cenizas.
Ya podemos ver, ya percibimos su fin inminente. Observo estas vidas palpitantes que aquí ocupan un gran espacio, que ahora mismo representan mundos enteros, y dentro de unos minutos se alzará ante mis ojos otra imagen: la de un compañero llevando una carretilla de cenizas hacia la gran fosa. Ahora estoy junto a un grupo de unas diez o quince mujeres, y muy pronto todos sus cuerpos, todas sus vidas cabrán en una carretilla de cenizas. De quienes ahora están aquí no quedará el más mínimo rastro, todas ellas, que han ocupado ciudades enteras, que tenían un lugar en el mundo, serán borradas en breve, arrancadas de cuajo, como si nunca, como si jamás hubiesen nacido. Nuestros corazones están destrozados por el dolor. Sentimos en nosotros mismos, sufrimos en carne propia la angustia de su paso de la vida a la muerte.
Nuestros corazones se llenan de compasión. ¡Ay, si pudiésemos sacrificar trozos de nuestra vida en su lugar, en lugar de nuestras queridas hermanas, seríamos tan felices! Ahora querríamos estrecharlas contra nuestro corazón dolorido, besar todo su cuerpo, embriagarnos con la vida que está a punto de desaparecer. Dejar grabada en el corazón esta imagen de sus vidas que aún palpitan y llevar eternamente en el fondo de nuestros corazones estas vidas que se apagarán ante nuestros ojos. Todos somos presa ahora de pensamientos de pesadilla. Ellas, las queridas hermanas, nos miran con asombro: por qué parecemos tan “trastornados”, si ellas están serenas. Ahora darían lo que fuera por hablar con nosotros, preguntarnos qué será de ellas cuando hayan muerto, pero no se atreven y el secreto no les será revelado hasta el final.
Por ahora, aquí está la gran masa desnuda que dirige petrificada sus miradas en una sola dirección, mientras un oscuro pensamiento va tejiéndose en su mente.
En un rincón han quedado todas sus pertenencias, mezcladas en un ovillo, un revoltijo. Las ropas que hace un instante se han quitado al desnudarse. Son ellas, sus cosas, las que ahora no les permiten mantener la calma. A pesar de saber que ya no las necesitarán, permanecen atadas a ellas por múltiples lazos, aún conservan el calor de sus cuerpos. Ahí están, en desorden; aquí un vestido, allí el chaleco que tanto abrigaba. ¡Ay, si pudieran volver a ponerse esas ropas, qué bienestar sentirían, qué dichosas serían!
¿Será cierto, pues, que su situación es tan trágica que ya nunca más vestirán sus cuerpos esas ropas?
¿Se quedarán ahí abandonadas, tiradas? ¿Nunca más volverán a verlas?
Ay de esas ropas, ahora huérfanas. Son como testigos, advertencias, indicios de la muerte inminente.
Ay, quién vestirá esas ropas cuando ellas hayan muerto. Una sale de la fila y va hacia un pañuelo de seda que ha quedado atrapado bajo el pie de un compañero. Lo recoge rápidamente y vuelve a fundirse en la fila. Le pregunto por qué necesita ese pañuelo. “Es un recuerdo” –me contesta la joven en voz baja. Y quiere llevárselo a la tumba.
 
El vertido del gas
En el silencio de la noche se oyen los pasos de dos personas. A la luz de la luna se vislumbran las dos siluetas. Se colocan las máscaras para verter el mortífero gas. Llevan dos grandes bidones metálicos, que pronto aniquilarán a miles de víctimas. Dirigen sus pasos hacia el búnker, hacia el profundo infierno, hacia allí avanzan sigilosamente. Serenos, fríos, impasibles, como si se dispusieran a realizar una labor sagrada. Su corazón es de hielo, sus manos no tiemblan ni una sola vez, con paso inocente se acercan a cada “ojo” del búnker enterrado; allí vierten el gas y después tapan el “ojo” abierto con una pesada tapadera para que el gas no pueda salir. A través de los ojos-orificios les llega el intenso y doloroso gemido de la masa, que ya se debate con la muerte, pero su corazón no se conmueve. Sordos, mudos, con frialdad impasible avanzan hacia el segundo “ojo”
y vuelven a verter el gas. Así van cubriendo hasta el último
de los “ojos”, y entonces se quitan las máscaras. Ahora marchan orgullosos, llenos de coraje y contentos. Han cumplido con una importante tarea para su pueblo, para su país. Acaban de dar un paso más hacia la victoria…
 
Los preparativos para el infierno
Es preciso endurecer el corazón, matar toda sensibilidad, acallar todo sentimiento de dolor. Es preciso reprimir el horroroso sufrimiento que recorre como un huracán todos los rincones del cuerpo. Es preciso convertirse en un autómata que nada ve, nada siente y nada comprende.
Los brazos y las piernas se dedican a trabajar. Allí hay un grupo de compañeros, cada uno ocupado en su labor. Se jala con fuerza hasta extraer los cuerpos de la madeja, éste por una pierna, aquel otro por un brazo, lo que resulte más cómodo. Parece que en cualquier momento v
an a desmembrarse por los incesantes tirones. Después se arrastra el cuerpo por el mugriento y frío suelo de cemento, y su hermosa blancura alabastrina, como si fuera una escoba, va recogiendo toda la suciedad, todo el polvo que encuentra en su camino. Se toma el cuerpo, ahora manchado, y se lo coloca boca arriba. Te miran unos ojos ya vidriosos, como si preguntaran: “¿Qué harás ahora conmigo, hermano?” Más de una vez reconoces a alguien con quien compartiste ratos antes de que entrara en la tumba. Tres personas se disponen a preparar los cuerpos. Con unas frías tenazas, uno de ellos se introduce en la hermosa boca en busca de algún tesoro, de algún diente de oro, y cuando lo encuentra, lo arranca con carne y todo. Otro, con las tijeras, corta los cabellos ondulados, despoja a la mujer de su corona. El tercero arranca deprisa los pendientes de las orejas, y más de una vez las deja manchadas de sangre. Y los anillos que no salen fácilmente también se arrancan con tenazas.
Ahora ya se los puede llevar el montacargas. Dos hombres mecen los cuerpos como si fueran leños y los lanzan sobre la plataforma; cuando han sumado siete u ocho, se avisa con un bastonazo y sube el montacargas.
 
En el corazón del infierno
Allí arriba, junto al montacargas, cuatro hombres esperan. A un lado, dos arrastran los cuerpos al “depósito”; los otros dos están encargados de conducirlos directamente hacia los hornos. Los cuerpos son alineados de dos en dos ante cada una de las bocas del horno. Los niños pequeños están apilados a un lado y van siendo arrojados a razón de uno por cada dos adultos. Se colocan los cuerpos sobre la “tabla de purificación”5 –una angarilla de hierro–, y entonces se abre la boca del horno y se empuja la angarilla hacia el interior. El fuego infernal extiende sus lenguas como brazos abiertos y atrapa el cuerpo de inmediato, como si fuera un tesoro. Lo primero en arder son los cabellos. La piel se llena de ampollas y en pocos segundos estalla. Los brazos y piernas comienzan a contorsionarse porque las arterias se encogen y ponen los miembros en movimiento. El cuerpo entero arde intensamente, estalla la piel y puede oírse el crepitar del fuego avivado por la grasa derramada. Ya no se ve un cuerpo, sino una sala en la que arde un fuego infernal que consume algo en su interior. El vientre estalla. Los intestinos y las entrañas brotan rápidamente de su interior y en pocos minutos no queda traza de ellos. La cabeza tarda más en arder. De las órbitas surgen unas llamitas azules que centellean, los ojos arden junto con los sesos ocultos que de este modo se manifiestan, mientras en la boca sigue calcinándose la lengua. El proceso dura en total cerca de veinte minutos, durante los que un cuerpo, un mundo se ve reducido a cenizas.
Te quedas petrificado, observando. Ahora colocan a otros dos sobre la angarilla. Dos seres, dos mundos que tenían un sitio entre la humanidad, que vivían, existían, hacían y creaban. Que trabajaron para el mundo y para sí mismos, que estaban poniendo un ladrillo sobre el gran edificio, tejiendo un hilo para el mundo y el porvenir; y en veinte minutos no quedará de ellos el más ínfimo vestigio.
Aquí yacen otras dos, las han lavoteado. Dos mujeres hermosas y jóvenes, que han debido de ser espléndidas. Ocupaban su sitio en la tierra, ocupaban dos mundos enteros; cuánta dicha y placer dieron al mundo, cada una de sus sonrisas era un consuelo, cada mirada una alegría, cada una de sus palabras tan encantadora como un canto celestial, y allí donde posaban sus pies traían consigo la alegría, el placer. Tantos corazones las amaron, y ahora están las dos sobre la angarilla de hierro y pronto se abrirá la boca infernal y en minutos no quedará de ellas ni el más ínfimo vestigio.
Ahora disponen a tres más. Una criatura apretujada contra el pecho de su madre; cuánta dicha, cuánta satisfacción sintieron esa madre y su padre cuando el niño nació. Construían un hogar, tejían un futuro, el mundo era para ellos un idilio, y en veinte minutos no quedará de ellos ni el más ínfimo vestigio.
El montacargas sube y baja transportando incontables víctimas. Como en un gran matadero yacen aquí apilados los cadáveres, esperando en fila su turno y que se los lleven.
Treinta bocas infernales arden al unísono en los dos grandes edificios y engullen un sinnúmero de víctimas. No habrá de pasar mucho tiempo antes de que cinco mil personas, cinco mil mundos sean devorados por las llamas.
Los hornos arden y rugen como olas tempestuosas, los hornos fueron encendidos hace ya tiempo por las manos de los bárbaros, los asesinos del mundo, que aspiran a espantar con la luz de sus llamas las tinieblas de su mundo de horror.
El fuego arde firme y sereno, nada lo impide, nadie lo apaga. Sin parar recibe más víctimas, como si el antiguo pueblo de mártires hubiera nacido especialmente para eso.
Vasto mundo libre, ¿verás algún día esta inmensa llama? Y tú, hombre libre, si alguna vez ante el crepúsculo –estés donde estés– elevas tus ojos hacia el alto cielo, hondamente azul, y lo ves cubrirse de llamas a lo lejos, has de saber, hombre libre, que ese es el fuego de este infierno donde sin parar se consumen seres humanos. Quizás un día su fuego caliente tu helado corazón y funda el hielo de tus manos frías, para que así puedas venir a apagarlo. O quizás tu corazón eche alas de coraje y bravura y sustituyas a las víctimas que nutren el fuego de este infierno, para que arda aquí eternamente y que en sus llamas sean devorados quienes lo encendieron. ~
 
Traducido del ídish por Varda Fiszbein y recogido en Letras Libres.
 
 

 

The Reader (El Lector). Por Alejandro Cuesta Fernández. 26/03/2009

En principio bien pudiera pensarse:¡Vaya otra vez a vuelta con los Nazis! Pero no, no es eso; créanme. El film que ahora nos ocupa, o sea El lector, también va de Nazis, no vamos a negarlo; pero en su narración –que se mantiene en una línea de sobriedad bastante estimable— escoge un determinado desvío para contarnos otras cosas, sobre todo la puesta en escena de manera sosegada y con cierta mesura del análisis de la culpa en varias de sus dimensiones. Así pues no transcurre por el camino de la crueldad o de la furia o la caricatura, muchas veces gratuitas, al presentarnos a los personajes de aquella vituperable época, y aunque se basa en esencia en los pormenores de un concreto experimento: la selección de la raza, fórmula muy grata a aquel régimen, tampoco carga las tintas en su descripción. En nuestro recuerdo filmes como Los verdugos también mueren (1942), de Fritz Lang, con el tema (aunque luego existirán varias versiones) del asesinato de uno de los favoritos de Hitler, Richard Heydrich —una de las figuras capitales del Nazismo— o por ser más reciente La noche de los generales (1966), en donde Peter O´Toole, en su personificación del General Tann, investido de un indudable vesanismo Nacionalsocialista, enarbola toda una serie de representaciones de aquel mal que duró doce años, y han pasado y siguen pasando por la pantalla, como la exacerbación del Kapo Nazi en La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg, interpretado por el mismo Ralph Fiennes de El lector, haciéndonos odiarlos en su justa medida o sobrepasando los controles que sus creadores trataban de imponernos. Pero en The Reader (El lector), casi todo ocurre de una forma mucho más sencilla, casi cotidiana que, aunque por supuesto, no es digna de alabanza, si nos aboca hacia una cierta comprensión de los hechos aquí relatados, y el film tal vez pueda definirse en sus líneas generales: como la trastienda del Nazismo.
 
El film, claramente diferenciado en dos partes, nos da ya algunos datos al principio de lo que pesa sobre su protagonista principal Kate Winslet, en su papel de Hanna Schmitz, de la que no sabemos mucho, pero en la que detectamos un cierto nivel de servidumbre o de ocultas intenciones cuando retira en el portal de su vivienda la vomitona del muchacho David Kross, que deviene en el personaje de Michael Berg. Su historia amoroso-sexual se desarrolla casi de inmediato, y en suma puede calificarse… ¿De amor o sometimiento? Otra de las claves que poco a poco irá desvelándose. El piso de Hanna es una verdadera ruina, pero las continuadas lecturas por parte del muchacho y que aluden al título del film, producirán la calidez del ambiente así descrito.
 
Por otra parte, la elipsis que opera como segunda parte del film, nos lleva a ocho años más tarde, cuando el joven – ya hecho hombre – sigue un curso de perfeccionamiento para abogados, impartido por un soberbio y quizás recuperado para el cine Bruno Ganz. Este es el momento, por así decirlo, de la verdad. La "desaparecida" Hanna Schmitz se enfrenta a un tribunal que la enjuicia por crímenes contra la humanidad. Aquí ya le podemos poner su verdadero rostro de guardiana de un campo de exterminio, acusada por sus otras compañeras como la auténtica instigadora de un pavoroso incendio con numerosas víctimas. Pero aún no hemos resuelto la última y significativa clave de la cinta: la importancia que cobran las lecturas a lo largo del film, se debe al analfabetismo de Hanna (una vertiente bastante original, y podemos pensar que negada a muchas películas anteriores, en las que en absoluto se ha tratado este tema) Llegados a este punto puede deducirse: Desconocimiento por su parte de la trágica situación en aquellos tiempos u obediencia ciega…
 
 
Para ir finalizando este comentario sobre The Reader (El lector), no hemos de olvidarnos de que tanto al principio como en las distintas fases de su desarrollo, contamos con la presencia intermitente de un Ralph Fiennes que representa al muchacho en los diversos períodos de su vida y que actúa como hilo conductor de la historia que aquí se narra, cobrando su mayor protagonismo cuando la cadena perpetua se ceba en Hanna, y aquel –como en el pasado— sigue ejerciendo su influencia lectora hacia su antigua amiga-amante, y todavía más, consigue a través de las cintas magnetofónicas que le envía, que Hanna comprenda los textos, y lo que es más importante: aprenda a escribir aún de manera incipiente. El final del film es muy doloroso y sólo el suicidio conseguirá liberarla de las sombras del pretérito o reconciliarla con el mundo actual.
 
En suma una excelente película con una gran interpretación de Kate Winslet, la cual, sin duda, se ha hecho acreedora al Oscar como actriz principal y, en definitiva, en este original desvio temático escogido se ha hablado del Nazismo, creemos que desde una perspectiva inusual en el tratamiento de su problemática, siendo conscientes de que ha dado y sigue dando mucho juego en el Cine.
 

THE READER (EL LECTOR). EE UU / Alemania, 2008. Dirección: Stephen Daldry. Producción: Anthony Minghella, Sydney Pollack, Donna Gigliotti y Redmond Morris. Guión: David Hare; basado en la novela El lector de Bernhard Schlink. Música: Nico Muhly. Fotografía: Chris Menges y Roger Deakins. Montaje: Claire Simpson. Intérpretes: Kate Winslet (Hanna Schmitz), Ralph Fiennes (Michael Berg adulto), David Kross (Michael Berg de joven), Lena Olin (Rose Mather/Ilana Mather), Bruno Ganz (profesor Rohl)… Duración: 124 minutos

Mujer te doy de José Ángel Ordiz.

Biblioteca CYH
 
Suelen preguntarme de qué va lo que escribo. Yo respondo con otra pregunta: De qué va la vida. Sí, mantengo que escribo lo que la vida le dicta al oído de mi curiosidad, esa vida caníbal que se alimenta de cuanto crea para que también la llamemos muerte, para ser la verdadera protagonista en su reinado tantas veces caótico, contradictorio, aun hermoso en ocasiones. Ahora bien, si ella –la vida- me engaña, pues me está matando en realidad mientras le habla a mi oído curioso, también yo procuro engañarla a ella en mi reino de palabras silenciosas. Altero tiempos, modifico escenarios, y no siempre mato cuando ella –la vida- me presta la guadaña ensangrentada. Hace unos años, me contó: A Lázaro lo tarazaron los lobos en un monte asturiano, ni los huesos dejaron de él. Me habló de la joroba, del estrabismo de Lázaro, de sus vecinos en el pueblo, todos ellos heridos ya por ella. Así que yo, herido también, no sólo resucité a Lázaro, sino que, endiosado, le di mujer. Cúlpese a la vida de lo sucedido antes y después de esa entrega mía a Lázaro: no logré engañarla de nuevo.

Esther García y María Luz Pontón, en el I Congreso de Cultura Japonesa.

 

I CONGRESO DE CULTURA JAPONESA

ASOCIACIÓN CULTURAL LA BRISA DE JAPÓN
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
 “Asturias y Japón, fusión de culturas”
 
Lugar: Edificio histórico de la Universidad de Oviedo.
 
Lunes 16 de Marzo de 2009
 
12:00H Inauguración I Congreso de Cultura Japonesa de la ciudad de Oviedo. 
Acto presidido por el Rector Magnífico de la Universidad de Oviedo, Sr. Don Vicente Miguel Gotor Santamaría. 
Asisten: Ilustrísimo Primer secretario y Director del Centro Cultural y de Información de la Embajada del Japón en España, Sr. D. Naoki Yokobayashi, el Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo, Sr. D. José Suárez Arias Cachero, el Presidente de Honor de la Asociación cultural ”La Brisa de Japón”, Sr. D. Etsuro Sotoo y el Director del Congreso, Sr. D. Javier López Espinosa. 
Conferencia Inaugural: “Relaciones entre Japón y España” por el Ilustrísimo Sr. D. Naoki Yokobayashi (Primer secretario y Director del Centro Cultural y de Información de la Embajada del Japón en España).
17:00H Presentación del libro Faraguyas, Autora: María Esther García. Ed. Madú (Haikus en asturiano).
18:00H Concierto: Recital de Piano por la Sra. Dña. Hisako Hiseki (Prestigiosa pianista japonesa, especialista en música española).
 
Martes 17 de Marzo de 2009
 
12:00H Conferencia: “Cultura de palabras, cultura de silencios” por la Sra. Doña Masako Ishibashi (Corresponsal de Kyodo News y Maestra de Ikebana).
13:00H Conferencia: “Una visión japonesa de Asturias y la gaita” por la Sra. Doña Mana Ando (Profesora de las Universidades de Keio y de Musashi).
17:00H Conferencia: "La belleza del haiku" y recital audiovisual por la Sra. Dña. María Esther García (Escritora).
18:00H Conferencia: “Asturiano-xaponés, ¿por qué non?" por la Sra. Dña. Sabel Tuñón Ces (Autora junto con el Sr. D. Takechi Moritaku del primer Diccionario de asturiano-japonés).
19:00H Conferencia/exhibición: “La evolución del Judo a través de las edades en Occidente” por el Sr. Don Víctor Valle (Maestro en Judo).
 
Miércoles 18 de Marzo de 2009
 
12:00H Conferencia: “Parecidos en lo distinto” por el Sr. Don Javier López Espinosa (Director del Congreso).
13:00H Conferencia: “Similitudes entre el idioma asturiano y japonés” por la Sras. Dña. Eri Fujikawa y Dña. Makiho Maruoka (Profesoras de idioma japonés).
17:00H Conferencia: “El cómic manga: puente entre dos culturas” por las Sras. Dña. María Luz Pontón y Dña. Ángela Fernández (Autoras del primer manga asturiano). Presentación del libro Catuxa la bruja. Ed. Madú (Cómic manga).
18:00H Conferencia: “El anime japonés: análisis de un nuevo modelo comunicativo” por el Sr. Don Javier Fombona Cadavieco (Profesor   titular de la Universidad de Oviedo). Proyección de la película: La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata).
 
Jueves 19 de Marzo de 2009
 
12:00H Conferencia: “Una mirada asturiana al Ogura Hyakunin Isshu” por el Sr. Don Antón García (Escritor).
13:00H Conferencia: “Mis impresiones de la cultura japonesa” por el Sr. Don Lluis Xabel Álvarez (Profesor Titular de la Universidad de Oviedo).
17:00H Conferencia: "Shiatsu el camino hacia la salud y el equilibrio"” por las Sras. Dña. Rosalina González y Doña María Agueda Mínguez (Miembros de Asturias de la Asociación de Profesionales de Shiatsu de España).
18:00H Demostración: “El cuidado de los bonsais” por los Sres. Don Fino González y Don Néstor Miguele (Gijón Club Bonsai). 
19:00H Conferencia: “La cultura culinaria entre Asturias y Japón” por la Sra. Dña. Miyuki Horiguchi y el Sr.    Don Rafael de Francisco Gavela (Profesores de cocina japonesa).
20:00H Degustación: Japón junto a ti.

 

Manuel García Rubio. Por José Havel y Javier Lasheras. (II). 13/03/2009

 

 
 

Material sólo para adictos.

De algunas pequeñas cosas sobre Sal y Manuel García Rubio.

  

 

Asturiano de Montevideo, escritor y abogado, nacido en 1956 y residente en Asturias desde los diez años. Con Sal ha logrado ser finalista del Premio de Novela Fundación José M. Lara que se falla el próximo martes, 17 de enero. 

¿Cuánto hay de homenaje a Muros del Nalón?

 Hay un reconocimiento que a mí me apetecía. A Muros iba de joven –con catorce, quince, dieciséis años— a pasar algún tiempo del verano y tenía una pandilla de amigos. Guardo muy buen recuerdo. Y como desde hace unos cinco o seis años vuelvo a ir a un apartamento que allí tengo, quería agradecerle a Muros del Nalón la acogida que siempre me ha dispensado.

 ¿Cuál de las dos Españas le hiela más el corazón?

 No creo que existan ya dos Españas. Me parece que existen 43 millones de Españas. Y no sé que es peor. Quiero decir con esto que yo percibo mucho individualismo, o más bien poca importancia de lo colectivo, lo cual me preocupa mucho.

 Todos vivimos para buscarnos y así reconocernos. ¿Duerme usted tranquilo?

 Duermo muy bien, quizá por un tema puramente biológico. 

En Sal hay homenajes continuos a La Regenta. 

 

Para mí La Regenta es el mejor libro en español del siglo XIX. Me deslumbró la primera vez que lo leí y lo releo –no siempre por completo— bastante: lo abro por cualquier página y leo. 

El tema es recurrente en su novela así que, con respecto a buena parte del arte actual, ¿quién se ha vuelto antes gilipollas: el arte, los artistas o nosotros? 

¡Nosotros, nosotros! Toda forma de objetivación social es resultado de una determinada sociedad. Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. El arte no es nada más que el medio que se ha dado la sociedad actual para objetivar la fruición estética. 

Por qué cree que les cuesta tanto a los personajes de su novela reconocer y distinguir los sentimientos y las emociones: amor/cariño, pena/recelo, justicia/venganza. 

Ese es un mal de nuestra época, la dificultad para reconocer nuestros propios sentimientos, o para hablar –y, por tanto, reconocernos— en ellos desde el diálogo con los demás. Un mal general. 

El terror ¿nos iguala a todos en todas las civilizaciones y culturas? 

En realidad esa frase no es mía. No es el terror el que nos iguala, sino la cobardía, la actitud frente al miedo. 

¿Cuánta gente sigue viviendo de la sopa boba desde la transición y cuánta gente se ha sumado a esa sopa? 

¡Muchísima! Eso es muy difícil de evaluar. Pero cada vez hay más intentos de buscar huecos artificiales en los que guarecerse con cualquier pretexto, ya sea de género, lingüístico, gremial… 

Los personajes parecen de antemano “condenados a una puta mala suerte”. 

Todos los personajes principales son perdedores. Sólo se salvan la señora Gladstone y su hijo. Pero, como el propio narrador dice, todo depende de dónde coloques el The End en la historia. Según esto, en la novela hay ganadores, aunque seguramente dos años después serán perdedores también. 

A su juicio, ¿tenemos los españoles un complejo de culpa ante los sudamericanos? 

No. Vivimos unos a espaldas de otros. Hay un poema precioso sobre eso de Pedro Garfias. Se trata de un tema muy bonito desde un punto de vista literario. 

¿Podría explicarnos en qué consiste la alexitimia? 

En la incapacidad para reconocer los sentimientos propios. 

Léolo como justificación de la penuria, la amargura y de la fatalidad? Mear, sudar y llorar: sólo faltaba algo escatológico y algo sexual. La infancia como patria maldita del hombre… 

Los tres personajes principales, cuando entran en momentos de tensión, liberan agua, bien por las lágrimas, bien por la orina, o bien por el sudor. Lo que eso viene a decir es conócete a ti mismo. ¿Cómo? En primer lugar por los avisos del cuerpo. A esos tres personajes el cuerpo les avisa con un “cuidado que te estás disolviendo en el ambiente”. Esa es la razón por la que cada uno de ellos pierde agua de manera distinta. 

Una de las metáforas cinematográfica más potentes que escribe Urbano es 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, cuando Sabrina se va y él se compara con Frank Poole: “quedé sentenciado a vagar por la inmensidad oscura, fría y sorda del Universo”. 

Era una manera de contar, con un icono clásico del cine, una experiencia propia. 

El artista que no es egoísta acaba absorbido por los demás, se menciona en la página 231.

Cualquier persona inmersa en un proyecto íntimo de largo recorrido –como pueda ser vivir como escritor— exige una buena dosis de egoísmo. Son los momentos de urgencia. Sin ir más lejos, yo tengo dos
vidas sociales distintas (soy abogado y soy escritor), ambas muy exigentes y con compromisos ineludibles, de los que procuro huir siempre que puedo. 

¿No cree que Urbano es demasiado duro con el mundo cuando afirma que “ya no es posible saber lo que somos y dónde estamos porque no somos sino el eco de lo que nos decimos que somos”? 

Es muy difícil saber quién es uno mismo cuando desde el primer momento la vida te pone deberes. La posibilidad de construir tu propia identidad en la sociedad moderna deja de ser una posibilidad para pasar a ser un deber. Desde el inicio estás obligado a escoger profesión, opción sexual, etc. Lo que en teoría son posibilidades en la práctica se convierten en deberes. 

Parece que el debate moral de Urbano aparece en la página 314: la elección entre Sabrina y la señora Gladstone es el debate entre la fidelidad a quien fue en el pasado con la posibilidad de alcanzar lo bueno por conocer, la esperanza de un futuro mejor. 

Urbano hace varios viajes. Uno físico, desde Muros del Nalón a Madrid. Y otro desde el punto de vista de su vida amorosa, primero estrecha, luego llena de posibilidades. También hace un viaje interior desde el Urbano humilde hasta el Urbano ambicioso. En definitiva, un viaje desde el mundo de la adscripción hasta el mundo del logro, que diría Zygmunt Bauman.

Habla de dejar el coche para acabar con la contaminación, comida rápida para no envenenarse, etc. Parece que el peso de la responsabilidad recae en el ciudadano y no en el gobierno o en el estado. ¿Cuánto hay de panfleto o de teoría social y política en los personajes de Avellaneda y Urbano?

 


Panfleto, no. Al menos he procurado rehuirlo. Lo que sí creo que hay es una crítica social. La clave, el común denominador está en las primeras frases de la novela, igual que en el cine conviene que en los tres primeros minutos esté planteada la película. Arranca con una alusión al complejo de Peter Pan, por cierto, una de las ideas que se nos suelen vender: sé niño, juega permanentemente, no te ates a las cosas, cambia de trabajo y de pareja, no te comprometas… La otra cara de esa moneda no es sino la irresponsabilidad. Y una de las cosas que están ocurriendo es que el ciudadano medio se siente poco responsable de todo, incluidas las barbaridades que haya hecho el gobierno que él votó, por ejemplo. Dado que la novela versa sobre la identidad, se refiere a que hay que acabar de construir la identidad y que, por tanto, uno no puede conformarse con el puro juego. Aunque yo reivindico el juego, incluso la infancia, siempre y cuando no nos impidan crecer. “Peter Pan, pero sin Campanilla…”, como escribo al inicio de Sal. 

Con cuál de los tres personajes principales se ha sentido menos cómodo: Urbano, Tino o Selmo. 

Con Urbano, porque tiene todas mis dudas y ninguna respuesta para ellas. 

La señora Gladstone parece salir de las mejores obras del género negro: la femme fatale. 

La señora Gladstone es uno de los personajes más mortificados de la novela. A pesar de ser una mujer rica, liberada, está marcada por una infancia torturada y un matrimonio tortuoso. Ha sido incapaz de ser feliz a través de sus posibilidades como mujer. En ese sentido me atraía muchísimo. Su perfil ilustra el de Urbano, a quien le apasionan las mujeres mayores que él: cita a Mónica Vitti, al principio, y la señora Gladstone le recuerda a Kim Novak, en la que está descaradamente inspirada. Ello me sirve para ilustrar que Urbano es un hombre adolescente, pese a su edad, con un complejo de Edipo importante. 

¿Le parece mal si le digo que su estilo me trae una mixtura de reminiscencias entre Alfredo Bryce Echenique y Eduardo Mendoza? 

Los tuve muy presentes. A ellos añadiría yo dos autores más: Cabrera Infante, en algunas cosas, y Luis Landero, en cuanto al tono.

 

Manuel García Rubio. Por José Havel y Javier Lasheras. 13/03/2009.

 

Manuel García Rubio: “Ser feliz y conocerse
 a uno mismo es algo imposible del todo”
 

Manuel García Rubio sabe perfectamente que, en buena parte, su tradición se ancla en su propia historia. Por eso habla, y lo celebra, con finura y pasión tanto de sus antepasados como de su infancia y juventud. Una pasión muy educada que transmite a través de palabras que fluyen sin dudas —las dudas son otras y para eso hay que leer Sal— y que cuando las pronuncia parece que las estuviera acariciando o alentando para algún viaje infinito y evocador.

Sus mínimas gafas de montura azul —tal vez la única coquetería que se permite junto con su reloj posmoderno—hacen juego con el color de su camisa; y el castaño claro de su cabello con su chaqueta marrón y el siena oscuro de sus ojos. Son detalles que tal vez sólo expresen contornos cotidianos y, por tanto, pasto del olvido. Sin embargo, cuando Manuel García Rubio habla su voz es como un arrullo que invita a la intimidad de una larga conversación. Le siguen sus manos que acompasan su ritmo, contenido y sin aspavientos, como si quisieran, en su particular baile con el aire, compensar el sinuoso rastro dibujado en ese mapa que es su rostro, remarcado por algunas cicatrices imposibles de descifrar. Pero no nos pongamos trascendentes ni melancólicos porque la tarde primaveral nos invita, por fortuna, a cualquier otra cosa. Y además, porque García Rubio es un tipo con un elevado y hondo sentido del humor que siempre escolta con una sonrisa, a pesar de su pesimismo bien informado o quizás precisamente por ello.Durante toda la conversación la risa y algunas carcajadas han sido las inmejorables compañeras junto a un par de cervezas con carácter, que han terminado por encender la mecha para hablar, también con pasión, de otros líquidos literarios. Sin duda, el autor de Sal ha logrado que, al menos por esta tarde, los pequeños detalles de la vida se hayan ido a dormir junto con los más grandes de su literatura.

 
Uno de los temas centrales de su obra descansa en la búsqueda de la felicidad que, cada uno a su particular modo, emprenden los personajes de sus novelas. ¿Manolo García Rubio, como novelista, es razonablemente feliz o sigue en pos de la felicidad? ¿De tratarse de esto último en qué estadio del viaje cree hallarse? 
Yo creo que feliz no se es nunca. La felicidad, según se dice en matemáticas, es una asíntota, algo a lo que se tiende, pero a lo que nunca se llega. Incluso en el caso de haberla alcanzado, ¿quién nos avisa? ¿cómo podemos saber que la hemos conseguido? La felicidad es, pues, una posibilidad imposible.
¿Qué es la felicidad entonces? Pues su misma búsqueda, un motor que te tiene en vilo apostando por ella. Para intentar llegar a ella hay múltiples caminos. Los únicos válidos, creo yo, pasan por el autoconocimiento. Eso es algo que está en alguna medida en todos mis personajes, como sucede en Sal (2008) con los tres o cuatro personajes principales. Pasa que la buscan por una vía equivocada, que es la de comprar la felicidad, como consumidores.

 ¿Usted ha llegado a plantear una hipótesis sobre la felicidad como aspiración demasiado peligrosa para el sistema?  Sí, claro, siempre que entendamos la felicidad como la consecuencia de entendernos a nosotros mismos. Yo creo en la biodiversidad. Una de las grandezas de nuestra especie es que todos los individuos somos distintos. ¿Qué ocurre en una sociedad de seres distintos que reivindican su individualidad y saben que deben buscar acomodo entre ellos desde la diferencia? Esa insolencia les hace dejar de ser un rebaño para convertirlos en la suma de muchas individualidades. Eso al Poder no le interesa, prefiere rebaños a los que dirigir fácilmente.

 
Junto a la felicidad, la identidad es otro de los asuntos vectores de su novelística. Un tema, este de la identidad, que parece estar fuertemente relacionado con su poética personal de la novela, concebida entre otras cosas como proceso de conocimiento humano.
 

Ser feliz supone conocerse a uno mismo, lo cual, en el fondo, también es algo imposible del todo. Ello implica un proceso de reconocimiento, conocerte en el medio en que vives, en sociedad, un tema igualmente presente en mi última novela Sal. Yo no entiendo la identidad sin su aspecto colectivo. Lo de “Conócete a ti mismo” ya estaba en uno de los muros del templo del Oráculo de Delfos. En mi caso concreto ese proceso descansa en la escritura, que, para mí, debe buscar prioritariamente la felicidad del otro (el lector). Aspiro a que mis novelas sean entretenidas. Pero, al mismo tiempo, aprovecho ese trabajo tan intenso como instrumento de conocimiento. Siempre me documento mucho histórica, psicológica, antropológica, biológica, filosóficamente… El tema de la identidad está en ni novela y en el origen de la propia novela como género. El Lazarillo de Tormes depara la primera vez que un ser corriente y moliente pretende ser él mismo. Hasta ese momento le estaba vedado a la gente miserable ser protagonista de una gran historia. De repente aparece un ser insolente, hablando en primera persona, que de entrada reconoce que por buscarse la vida admite el adulterio de su mujer y se pone a contar su historia. 

Aparecen en la novela las necesidades primarias de la vida que antes no tenían dioses ni héroes…

  Claro, aparece el ser humano de a pie. Y, no por casualidad, en un género nuevo. La novela es el género del hombre común. Las grandes novelas cuentan historias de seres corrientes y molientes buscando ser leídas por ese mismo tipo de personas, el común de los mortales. El origen de la novela fue, a mi modo de ver, dar voz al hombre común, al individuo de a pie. 

 

En su última novela, Sal, el personaje de La Simondebovuá, directora del taller de escritura creativa que frecuenta Urbano Expósito, pronuncia ante sus alumnos un monólogo que sintetiza la historia de la novela y acaba así: “… lo último que le puede pasar al protagonista de una novela moderna es que no inspire y espire, que no exista, que se disuelva en el fárrago de unas tramas increíbles, como si fuera un humilde azucarillo”. [capítulo 21, pág. 189.]

 No todas, pero hay muchas cosas de mis personajes que comparto, y que se las hago decir si son coherentes con el perfil del personaje. En este sentido, La Simondebovuá es, en buena medida, una especie de Superego mío. Me venía muy bien para soltar declaraciones de principios como la citada.Por otra parte, entre otras cosas, en Sal quería hacer una poética de la novela. Creo que se podría incluso leer como libro de texto acerca de cómo se escribe una novela. Todos los pasos están ahí: personajes, tramas, ritmos… Quería hacer un libro de pedagogía narrativa también. Ahí tienen un papel especial las figuras de La Simondebovuá y Urbano, conocedor de los entresijos del guión de cine, que establecen un diálogo entre el lenguaje novelesco y el cinematográfico, de códigos tan distintos. En el guión de cine prima el tiempo, en la novela no tanto, pues no es ésa su materia fundamental.He disfrutado mucho con ese diálogo entre novela y cine porque nos permite reflexionar sobre muchas cosas de nuestro mundo, a menudo paradójicas. Por ejemplo, un chaval de hoy cree que si da un golpe en el mentón a otro, lo tiene desmayado un cuarto de hora. Y eso lo cree porque lo ha visto cien millones de veces en las películas. No tiene ni idea del golpe que hay que dar a alguien para dejarlo inconsciente durante quince minutos.

 
Ni tampoco de cómo quedaría su mano…
 

[Risas.] Exactamente. Últimamente se ha puesto de moda lo de pegar el cabezazo. Eso ya prefiero ni pensarlo.Ese tipo de cosas tienen importancia práctica. Hemos visto ahora cómo de repente unos chavales matan a una cría, creyéndose no sólo capaces de cometer un asesinato, sino también de deshacerse del cuerpo y de armar una bolera para que no se les descubra. ¿Habría sido posible un contubernio de ese tipo en la generación de nuestros abuelos? Estoy seguro de que no.

De alguna manera, la frecuencia de ciertas ficciones, no sólo cinematográficas, nos ha llevado a perder pie con la realidad, a confundir ésta con la ficción. Tal vez para esas generaciones anteriores de las que usted habla la realidad fuese algo más directo e inmediato.

Es un asunto bastante estudiado. Hay casos de patología social que relativos a esa confusión. Las grandes falacias se transmiten básicamente a través de las imágenes (el cine, la TV), pero también se dan en la prensa, por internet… De cualquier manera, no es algo del todo nuevo. Ahí está el Don Quijote de la Mancha, por ejemplo. Es algo que viene de largo.

Nuestro teatro del Siglo de Oro se ocupó igualmente de ello. El entremés anónimo de Los romances, según Menéndez Pidal el posible germen del Quijote, presenta al primer loco de nuestra literatura por intoxicación ficcional, que lo es, precisamente, por leer, no novelas de caballerías, sino romances.

Lo que ocurre es que ahora el problema se ha sistematizado. El Poder utiliza apariencias de verdad para montarnos una gigantesca mentira. Recordemos las armas de destrucción masiva en Irak. O el tema este de la crisis, que ahora resulta que todo se vino abajo de golpe por culpa de la subprime, porque cuatro en Estados Unidos no pagaron la hipoteca. Pero de qué narices estamos hablando. Y sin embargo ha colado.Hoy estamos más indefensos ante los mensajes de los medios de comunicación porque son inmediatos, y totalitarios, en el sentido de que no admiten réplica.

Le hemos leído afirmar que el mundo moderno se ha transformado en el relato del Poder: las cosas no son lo que son, sino lo que nos dicen que son, y nosotros no podremos revelarlas sino, a lo sumo, rebelarnos. ¿A su modo de ver, tiene aún algo que decir la novela, desde sus mentiras verdaderas, en esa rebelión por el conocimiento de la verdad?

Sí, sí. En Sal todos los personajes terminan disueltos en el ambiente en que ellos habían ido a buscar la felicidad. Y ello porque se han dejado llevar, no se han volcado sobre sí mismos y lo que verdaderamente querían y necesitaban.La metaliteratura de Sal tiene también que ver con que nuestro mundo es cada vez más un entorno narrado: en la vida hay muchas cosas importantes a las que tenemos acceso, no por experiencia inmediata, sino porque nos las han contado. Si, por ejemplo, tenemos ahorros e invertimos en telefónica es porque nos lo cuentan, no por nuestra experiencia y conocimiento directos del tema.Por el contrario, el mundo de nuestros antepasados no es lo que les llegaba por narraciones, a excepción de la idea de Dios, claro, contada por el cura. Todo lo demás importante para ellos era contrastable por su propia experiencia inmediata. Para nuestros tatarabuelos era importante saber si iba a llover o no, si el vecino de al lado era mala persona o no, si iban arreglar la calle que pasaba ante su casa… Se dice de la gente rural que suele ser desconfiada, pero no se trata de desconfianza, sino de puro empirismo.A diferencia de ellos, nosotros hemos renunciado a contrastar empíricamente un montón de cosas, que las tomamos por lo que se nos dice que son. Entonces, dado que nuestro mundo importante es cada vez más un mundo narrado, creo que es bueno que se divulguen cuáles son los mecanismos, las trampas, de la narración, pues todas las narraciones los tienen.Yo llegué a la conclusión de que no había armas de destrucción masiva en Irak por mi experiencia de novelista. Las cosas que me llegaban para convencerme de que aquéllas existían me parecerían absolutamente inverosímiles en una novela. Aquellos planos aéreos con almacenes de hormigón y supuestos laboratorios eran insostenibles desde un punto de vista narrativo, y no podían colar en la realidad. Los que estamos acostumbrados a la novela estamos también familiarizados con los mecanismos de la verosimilitud. En el relato clásico se ha utilizado siempre el recurso a las anticipaciones, algo de lo que echó mano generosamente. Como sabemos, en la novela y, sobre todo, en el cine, para que un relato avance se usa la técnica de las anticipaciones para crear una tensión…

El modelo de relato canónico tradicional, clásico, descansa en un estilo anticipatorio y orientador, que teledirige, por tanto, las expectativas del receptor.

 Claro, se le va marcando el camino. Pues eso, una narración clásica pura y dura, lo hicieron con el famoso asunto de las armas de destrucción masiva, anunciando, por ejemplo, cada una de las supuestas pruebas que se irían aportando. El público quedaba perfectamente preparado, medi
ante la anticipación, para cada nueva entrega. Y, así, aunque las fotografías aportadas fueran una auténtica porquería, el círculo de la narración quedaba cerrado, pues la anticipación se confirmaba. Eso en una novela se acepta, pero la realidad es y debe ser otra cosa. Nosotros deberíamos tener mecanismos para poder darnos cuenta de que nos han sacado un conejo de la chistera y nos han preparado narrativamente por medio de la dosificación de la información.Os invito a que hagamos lo mismo con el actual problema de la crisis económica, con respecto al que se han utilizado las llamadas tramas instrumentales, pequeños conflictos paralelos al servicio de la trama principal que se van resolviendo hasta que todo el artificio queda montado. Con lo de la crisis primero nos dijeron que no pasaba nada, luego que habría recesión, etc. Nos han ido preparando de igual manera, con milongas como la de la subprime, entre otras.

 
Han pasado veinte años desde su primera novela, El sentido de las cosas, publicada en 1989. ¿En qué ha cambiado desde entonces su personal concepto teórico de la novela? 
 

En el 89 yo no era muy consciente del concepto que tenía de la novela en cuanto a su formato. Siempre he creído, y me sigo ratificando en ello, que una novela debe, en primer lugar, ser narrativa, con tramas y argumentos que funcionen por sí solos. Al mismo tiempo debe contar con varios niveles de lectura, por lo menos dos: en el plano ideológico, con ideas y reflexión; además de una utilización creativa del lenguaje. En alguna que otra novela he acudido mucho a la intertextualidad, sobremanera en mi última etapa, con guiños, citas y hasta textos calcados de otras obras, disfrazados de alguna manera. Por ejemplo, en Green (2000) hay un pasaje contado con las palabras exactas del Lazarillo de Tormes.  En resumen, creo que en lo básico mi idea de la novela no ha cambiado. He mejorado la técnica con el oficio.

 
Ambiciosa y compleja, quizá la que más de toda su producción novelística, ¿es Sal, su última novela por el momento, ese punto a donde ese novelista llamado Manuel García Rubio quería llegar desde siempre? 
 

Desde luego. Deseaba llegar hasta aquí para, una vez alcanzada esta cota, ver el horizonte nuevo y seguir trabajando. Gracias a las siete novelas anteriores he llegado a un punto en que veo nuevas cosas: Sal me puede abrir vías que hasta ahora no había explorado.

¿Supone Sal un marcado punto de inflexión en su trayectoria narrativa? ¿Habrá un antes y un después con ella?

Creo que sí. Lo cierto es que me da un poco de miedo anticiparme y, luego, resulte que vuelva a lo que ya hice antes. Nunca se sabe. Pero sí es verdad que con la escritura de Sal he resuelto algo que me preocupaba. Acostumbro a no contar cosas que no conozco personalmente. A fecha de hoy sería incapaz de, por ejemplo, hacer una película sobre la guerra. ¿Cómo puedo contar el horror de una guerra si no lo he vivido? Ojo, hay gente que lo hace muy bien sin haber pasado por ello directamente. Pero yo en ese sentido tengo un poco de pudor. Con mis novelas he intentado conocer, lo mejor posible, el tiempo colectivo que he vivido. Si las vemos con perspectiva, los tiempos desde el año 56 para acá, y antes en lo que a mí me ha afectado, están todos en mis novelas. El efecto devastador de la melancolía (1997) se desarrolla en la Pretransición española, La garrapata (1998) en la Transición, en El sentido de las cosas están los primeros años del gobierno socialista, España, España (2003) se localiza en los años de Aznar, La edad de las bacterias (2005) es un punto entre la Pretransición y la Transición visto desde la óptica de Hispanoamérica y Europa (ahí hubo un gozne con el que el mundo giró: donde había dictaduras hubo democracias y donde había democracias hubo dictaduras, poniéndose el planeta patas arriba)…Me quedaba por cerrar hasta qué punto lo que me precedía, la vida de mis padres, me influyó. Y eso está en Sal, el tema de la memoria histórica. Esta novela viene a decir que es posible recordar incluso lo que ignoramos de nosotros mismos si está ahí. Una de las cosas que me gusta de Sal es que si el personaje de Urbano ama el cine es gracias a sus abuelos sin él. Mucho de lo que nosotros somos se debe a aquellos que nos precedieron. Una idea que me agrada mucho.Ahora mismo, con lo que he escrito, el tiempo desde 1936 –o un poco antes— hasta el momento actual lo he barrido prácticamente con todas mis novelas. Si presumo de algo es de conocer bastante bien los diferentes tiempos e hitos históricos presentes en mi biografía, o que entiendo me han influido. Y como ese ejercicio ya está hecho, a partir de ahora quizá eso me preocupe menos y me vaya por otros derroteros.

 
            Entonces, ahora toca algo con azúcar o pimienta…
 

No sé, no sé. Ya veremos. De momento, bien está la sal.