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Geografías: Entrevista a Cristina Grande. Por Hilario J. Rodríguez. 03/02/2009

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De escritora de culto a escritora de éxito. Cristina Grande se ha convertido en una de las últimas revelaciones de la literatura española. Su novela Naturaleza infiel (RBA) continúa y amplía los temas de La novia parapente y Dirección noche (dos libros de relatos que publicó Xordica). El humor, el amor, la crueldad, la inquietud… y un permanente afán por aferrarse a algo en pleno naufragio.
 
—Toda tu obra parece compuesta por variaciones sobre un mismo tema.
    No tengo imaginación, quizás por eso recurro siempre a los mismos temas. La repetición y la machaconería tienen algo que ver con las acciones de un herrero, o de un pájaro carpintero: es como avanzar sin cambiar de sitio.
 
—Ahora estás a punto de publicar Agua quieta (Ediciones Traspiés), donde los personajes ficticios y periféricos de Naturaleza infiel cobran vida de otra forma.
Los personajes de Agua quieta son reales, y casi todos están ya muertos: mi hermana, mi abuela, María Anoro, mi tía Esperanza, Pedro Vila, mi tío Sixto, mi tío Jesús. Escribir sobre ellos es mantenerlos con vida de alguna forma.
 
—Da la impresión de que poco a poco has ido disipando el humor que caracterizaba a tus primeros cuentos.
Es algo que lamento, pero que no he podido remediar. Dirección noche, mi segundo libro, y Naturaleza infiel (ambos escritos casi al mismo tiempo) son más sombríos que La novia parapente, que está escrito antes del diagnóstico de la enfermedad de mi hermana. El humor solía venir en mi auxilio como el Séptimo de Caballería, pero cada vez con menos frecuencia.
 
—Nunca te alejas demasiado del ámbito doméstico, como si la vida social te resultara amenazante.
No es que la vida social me resulte amenazante, aunque es cierto que en el ámbito doméstico me siento más cómoda, andando descalza y sin maquillar.
 
—En el territorio de los sentimientos, tus climas son siempre inestables.
No tanto. Mis personajes intentan mantenerse en pie aunque no les vayan bien las cosas. 
 
—Los dramas no te gustan.
Lo que no me gusta es la grandilocuencia, la desproporción, el fatalismo. Los cambios y las variaciones (aunque sean sobre el mismo tema) suelo considerarlos para bien.
 
—Algunos de tus personajes fracasan como novios, amigos o amantes, pero no como hijos, hermanos o nietos.
Son fracasados en general, sólo que en el ámbito familiar eso importa menos. El fracaso y el éxito no son tan distintos porque pertenecen al mismo campo de batalla.
 
—Dices lo necesario sin decir nunca lo suficiente.
O lo suficiente sin decir lo necesario. En el fondo tengo muy poco que decir. Admiro a escritores (como Javier Tomeo o Agota Kristof) que con su voz y su forma de narrar dicen mucho más de lo que cuentan.
 
—Con tu último libro has llegado a un público más amplio.
He tenido la suerte de poder publicar con una gran editorial, y de que me hayan apoyado.
 
—Posees una voz muy particular, ¿qué buscas ahora?
Buscar, buscar, no mucho. Mantenerme en equilibrio, quizás, y mientras tanto oteo el horizonte para ver por dónde anda el Séptimo de Caballería.
 
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CAMINOS
Cristina Grande
La montaña está llena de caminos, señalizados y sin señalizar, que zigzaguean por las laderas, se cruzan entre ellos, bordean barrancos, atraviesan un prado, se adentran en el bosque, y en ocasiones no llevan a ninguna parte. No hacen falta mapas para poner un pie detrás de otro. Muchos pies, sin embargo, hacen falta para trazar un camino. Entre Benasque y Cerler hay varios. «Es demasiado tarde para ir por ahí, demasiada espesura. Mejor iríais por el otro camino, más despejado», nos advierte una anciana del lugar que recoge moras ya de atardecida. Por supuesto, no le hacemos caso, y nos extraviamos en el bosque como Hansel y Gretel. La carretera la perdimos de vista hace rato. El estado de la carretera es un tema recurrente en todo el Valle de Benasque. En las tiendas, en los establecimientos hosteleros, y hasta en la oficina de Correos hay huchas que piden un donativo para la mejora de la N-260. Si no puedes adelantar un camión entre Campo y Seira, o entre Seira y el Run, sabes que el viaje se alarga unos veinte minutos. Sólo los habitantes del valle, como mi amiga Lola Aventín, son capaces de hacer adelantamientos en el Congosto de Ventamillo. Las carreteras están pensadas con la cabeza. Los caminos están pensados con el corazón. Sístole y diástole. Se está echando la noche. El corazón piensa. Piensa a toda velocidad. Toma atajos impensables que, seguramente, alguien ha tomado ya antes. Un paso detrás de otro, aparecemos como por casualidad en el nuevo cementerio de Cerler. No hay luz en la casita de chocolate. La verja está abierta. Veo la tumba de Cándido Güerri, la de su hermano Joaquín, y la de su hermana Milagros, y las de otros que conocían bien todos los caminos.
 

Poema inédito de Miguel Rojo. 28/01/2009

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A José Luis Piquero
 
                                                                                 
Tu presencia me asalta inoportunamente en mitad del Paseo.
Siempre te gustó bordear los abismos de los desencuentros, roja y estridente
amapola al lado del camino expuesta con valentía al polvo,
a las inflexibles pezuñas de los dimes, sus hambrientas bocas.
Recuerdo las confesiones al clarear de la noche con olor a sidra y a serrín.
Las comidas en casa.
La complicidad tonta de escaparse a tomar una copa como chicos malos.
Creíamos ser dueños de algo importante, qué ilusos, y no teníamos nada
porque nada es cuando con tal facilidad todo fue arrastrado por la implacable
sonoridad de los días y la distancia, los nuevos rumbos que tejen los nuevos amores.
Hoy todo yace desvanecido, tan borroso como barcos hundidos
bajo la fría banquisa del olvido.
¿Es este el precio por envejecer?
¿La pérdida continua de aquello que nos hizo esenciales y queridos?
En tu luz todo es sombra, en la mía un pasar de puntillas sobre la vida
para no herirse los pies con los afilados bordes de la hierba.
Hoy todo yace desvanecido.
 ¿Recuerdas la foto de Cármenes?
¿Aquella cadena de abrazos de la que sólo tú y yo quedábamos?
Ahora también nosotros nos hemos ido, absorbidos inexplicablemente
 por el cauce seco de aquel río donde un desconocido sacó la fotografía.

 

Sartre y la libertad: sobre filosofía y literatura. Por Violeta Valera Álvarez. 29/01/2009

Quisiera realizar, en este pequeño ensayo, un análisis de las complejas relaciones que unen a la filosofía y a la Literatura. Para ello voy a abordar una obra literaria de Sartre como es La náusea (uso la edición de Alianza editorial), tomando como referencia sus obras filosóficas, El ser y la nada y la Crítica de la razón dialéctica.
 
Al acercarnos a la novela lo primero que llama la atención es el vehículo que Sartre elige para su relato: el protagonista escribe un diario íntimo. Roquentin comienza la redacción de su diario movido por la sensación de que algo en su vida se le está escapando. Digamos que el protagonista de la obra no está haciendo otra cosa, ni más ni menos, que llevar a efecto lo que Sartre explicitará pocos años después en El Ser y la Nada. En esta obra nuestro filósofo intentará dar una respuesta al problema del hombre contemporáneo. A tal fin elaborará una ontología, es decir, un análisis de las cosas que son. Su ontología partirá de una categoría básica: el ser-ahí heideggeriano que fundamentalmente consiste en conciencia, cuerpo y acción.
 
Teniendo en cuenta todo lo dicho pretendo dejar claro el paralelismo existente entre el diario de Roquentin en La náusea y la ontología del ser-ahí en El Ser y la Nada. ¿No es acaso un diario la forma más efectiva en que un hombre puede ir describiendo su yo y su mundo?, ¿no es acaso un diario una perfecta ontología de uno mismo? La diferencia fundamental entre ambos planteamientos es la cuestión de la perspectiva, aunque sea de una manera artificial y ficticia. En el caso de Roquentin estamos ante una conciencia que vuelca su análisis sobre ella misma, mientras que en la obra posterior se tratará de un análisis abstracto y general del ser humano. Puede parecer que este detalle es irrelevante pero lo dejo caer aquí porque, como veremos al final de este escrito, se convertirá en un detalle absolutamente esencial.
 
En ambas obras, desde luego, lo que está claro es que la “decisión” es algo fundamental. La “elección” es algo absolutamente primordial en la vida de Roquentin. Es seguro que lo que ha llevado a nuestro protagonista al lugar vital y geográfico en el que se encuentra al comenzar su diario ha sido una decisión en cuyo origen ha podido estar una necesidad de evasión y escape ante un pasado que aún le cuesta asimilar. Buena parte de las reflexiones del protagonista tienen como centro su pasado: sus viajes (¿pueden ser llamados aventuras?), su ex-compañera Anny… incluso hay ocasiones en las que recrea los diálogos del pasado de tal forma que puede llegar a inducir cierta confusión en el lector. La “decisión” es también una categoría fundamental en El Ser y la Nada, en la más pura tradición de Ser y tiempo. La vida del hombre obedece siempre a un proyecto fundamental que configurará en última instancia su identidad y que es fruto de una elección y decisión originarias. El hombre decide lo que quiere que su vida sea en base a su auto-conocimiento como ser absolutamente libre. Pero si todo fuera tan fácil, la náusea que siente Roquentin no tendría cabida en la vida de los hombres: ¿qué angustias podrían acechar a un hombre absolutamente libre que planifica la existencia como si fuera una simple prolongación de su esencia?
 
El problema surge cuando el hombre constata que su existencia se desarrolla en el seno de una contradicción irresoluble: la radical contradicción entre su existencia absolutamente determinada y condicionada frente a su autoconciencia como ser absolutamente libre, incondicionado e indeterminado: la percepción de la propia esencia (libertad) choca con la verdad de la existencia (determinismo). ¿Es esta contradicción la que produce la náusea? En cierta manera sí. Roquentin empezará entonces a tomar conciencia de la absoluta contingencia de todo y de la falta de sentido de un mundo donde la existencia no responde a nada esencial, un mundo en el que sus decisiones, sus elecciones, no encuentran traducción existencial, un mundo en el que esencia y existencia están condenadas a enfrentarse; quizás es la búsqueda de un sentido lo que le precipitó a la escritura de su diario.
 
Leyendo la obra detenidamente una tiene la impresión de que las náuseas que siente el protagonista no son siempre de la misma clase. La náusea es un sentimiento, un sentimiento que desvela algo a Roquentin, pero, dependiendo de lo desvelado, vendrá acompañada de sensaciones muy distintas. Explicaré esto con mayor detalle.
 
En una ocasión, la náusea que siente el protagonista es la antesala del descubrimiento de la EXISTENCIA. Entonces al malestar primero le sigue una sensación de gozo, de aventura, de plenitud y de felicidad:
 
“Nada ha cambiado y, sin embargo, todo existe de otra manera. No puedo describirlo; es como la Náusea y, sin embargo, es precisamente lo contrario: al fin me sucede una aventura, y cuando me interrogo veo que me sucede que yo soy yo y que estoy aquí; soy yo quien hiende la noche; me siento feliz como un héroe de novela” [74].
 
“Todo se ha detenido: este cristal, ese aire pesado, azul como el agua, esa planta carnosa y blanca en el fondo del agua, y yo mismo, formamos un todo inmóvil y pleno; soy feliz” [76].
 
Los sentimientos son de plenitud, felicidad y armonía. Además, de acuerdo con lo que se dirá más adelante en El Ser y la Nada, la existencia toma la forma de una intuición que sólo puede ser captada en un sentimiento:
 
“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos” [169].
 
Si lo esencial es la contingencia, lo contingente somos los hombres. Nuestros deseos, nuestros proyectos, nuestros planes y sueños se mueven siempre en la contingencia, en la fragilidad, se encuentran siempre amenazados por la rotundidad de la existencia. El texto anterior es ideal para hablar del otro tipo de náusea que siente el protagonista. Esta náusea no es el preludio del descubrimiento de la existencia solamente, es el preludio del descubrimiento de la existencia como algo que está “de más”, como puros fenómenos tras los cuales no se oculta nada. Ahora los sentimientos cambian, ya no son de felicidad, sino de angustia, de desesperanza, de muerte:
 
“Una especie de inconsistencia de las cosas […] De modo que esos objetos sirven por lo menos para fijar los límites de lo verosímil. Pues bien, hoy ya no fijaban absolutamente nada; era como si su misma existencia fuera dudosa, como si les costara el mayor esfuerzo pasar de un instante al otro […] Nada parecía verdadero; me sentía rodeado por una decoración de papel que podía sufrir un brusco transplante. El mundo aguardaba, reteniendo el aliento, haciéndose pequeño; aguardaba su crisis, su Náusea [
…]” [101,102].
Nuestro personaje es un hombre atrapado entre el pasado y el presente. Su vida se ve constantemente arrinconada por sus recuerdos y su trabajo consiste en la investigación de un personaje del pasado, el señor de Rollebon, un personaje muerto cuyo ser depende únicamente de la investigación que lleva a cabo Roquentin, de la misma manera que éste usa a aquél como recurso escapista. El problema está en que una existencia no se puede fundamentar en el no ser; el hombre debe enraizar su existencia en un presente, está condenado a actuar constantemente en ese presente. La ética de Sartre es una ética de la acción: hay que actuar y todo intento de evitación de tal deber está condenado al fracaso (vivir en el pasado, huir y refugiarse del mundo, éstas son opciones que no llevan a ningún sitio). Éstas son las circunstancias que llevarán a Roquentin a tomar una serie de decisiones:
 
– El abandono de su estudio sobre el señor de Rollebon. Una vez liberado de tal trabajo el protagonista experimentará la existencia en toda su plenitud porque habrá empezado a decidirse por el presente. La existencia inundará ahora toda su vida desde su yo corpóreo hasta los objetos exteriores:
“El señor de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo le necesitaba para no sentir mi ser. Yo proporcionaba la materia bruta, esa materia bruta que tenía para dar y tomar, con la cual no sabía que hacer: la existencia, mi existencia. Su parte era representar. Permanecía frente a mí y se había apoderado de mi vida para representarme la suya. Yo ya no me daba cuenta de que yo existía, ya no existía en mí sino en él; por él comía, por el respiraba, cada uno de mis movimientos tenía sentido fuera, allí, justo frente a mí, en él; ya no veía mi mano trazando las letras en el papel, ni siquiera la frase que había escrito; detrás, más allá del papel, veía al marqués que había reclamado este gesto, cuya existencia consolidaba este gesto. Yo era sólo un medio de hacerla vivir, él era mi razón de ser, me había librado de mí, ¿Qué haré ahora?” [128].
 
– El cierre definitivo de su pasado. Ahora es el momento en el que el protagonista deberá zanjar las cuentas pendientes y, sin duda, la más importante de todas ellas es Anny, personaje recurrente en la obra. Anny es un constante presente ausente y Roquentin debe tomar una decisión respecto a ella: o presencia o ausencia. Para tal decisión resulta definitivo el encuentro que tiene lugar entre ellos. Cuando ambos se vuelven a ver las cosas han cambiado mucho. El protagonista de nuestra historia ha culminado su decisión definitiva por la existencia y por el presente, mientras que Anny irremediablemente ha acomodado su vida al pasado.
 
El viaje existencial de Roquentin ha llegado a su fin, el personaje cierra su diario con una radical decisión por la vida y, consecuencia de ello, su labor literaria tomará también un nuevo giro, ahora su escritura tendrá por objeto su propia vida.
 
Tras este análisis quisiera ahondar en una cuestión fundamental que se encuentra en la base de todo el planteamiento de Sartre: la imposibilidad de conjugar existencia y libertad.
Sartre constata que en el hombre la existencia y la libertad se hallan situadas en planos absolutamente contradictorios, engendrándose así, en el mismo seno del hombre, una contradicción insalvable. Lo más problemático del asunto es que el concepto de libertad se entiende, en la primera filosofía de Sartre, como unido a la toma de decisiones incondicionadas, indeterminadas y absolutas.
 
En este sentido, la filosofía de Sartre en El Ser y la Nada toma la forma de un diagnóstico, de una pura descripción: el hombre ha desarrollado en su propio seno una contradicción. No ocurre igual en La Náusea, obra en la que asistimos a la resolución de esa contradicción y a un intento de recuperar a ese hombre que, contaminado por el pensamiento burgués, ha llegado a confundir lo más fundamental de sí mismo, la libertad, con la libertad de mercado donde, y esto sí que es un ejemplo perfecto de la falsa conciencia marxiana, cada hombre elige todo lo que desea y lo adquiere.
 
La Náusea ofrece una resolución a la contradicción que Sartre nos mostrará en El Ser y la Nada. Roquentin es el camino hacia la disolución de la contradicción: no se trata de ser Dios y lograr una libertad absoluta que nos permita decidir sobre toda nuestra existencia, sino que se trata de comprender que el hombre es, existe, en el mundo y en el presente y si algún sentido tiene hablar de libertad es asumiendo que la libertad consiste en una acción teleológica (el télos sigue estando en función de la decisión originaria de cada hombre) ejercitada en el presente, esto es, una acción encaminada a conseguir un determinado objetivo pero que debe tener en cuenta toda una serie de circunstancias que no dependen del control del hombre y que ya conformaban el mundo cuando aquél empezó a elaborar su proyecto fundamental. Es el camino que va desde el idealismo existencialista al materialismo dialéctico de corte marxista. Ahora la libertad se da en la necesidad, la esencia se desarrolla en la existencia, la contradicción se ha disuelto.
 
La Náusea nos ofrece una salida. La contradicción se disuelve cuando Roquentin asume que tanto su existencia como su libertad sólo tienen sentido en un presente y en un mundo que escapa a su control. El reto nos es ser Dios y ser absolutamente libre existiendo, el reto es lograr hacer triunfar nuestro proyecto de vida en un mundo heredado que no hemos hecho nosotros.
 
“Siento que algo me roza tímidamente, y no me atrevo a moverme por temor de que se vaya. Algo que ya no conocía, una especie de alegría. La negra canta. ¿Entonces es posible justificar la propia existencia? ¿Un poquito? Me siento extraordinariamente intimidado. No es que tenga mucha esperanza […]
 
¿No podría yo intentar…? Una novela. Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida como yo pienso en la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario” [225, 226].
 
Nuestro protagonista por fin ha comprendido: la náusea era algo por lo que debía pasar para poder llegar a una existencia auténtica, a saber, una vida vivida en presente, de la cual sabemos que no posee ningún sentido, pero que en cierta manera sí puede poseer un significado para nosotros mismos y para los demás, un significado que se debe buscar en la acción. Quienes no han sentido nunca la náusea viven engañados (Sartre nos presenta en su novela varios de estos personajes: los profesi
onales, los que lo revisten todo de derecho, quienes creen que la existencia depende de un ser necesario que además es causa sui,…), pero quienes la sienten en toda su crudeza y abren bien los ojos a todo lo que la náusea les va a desvelar pueden llegar a una existencia auténtica, sin engaños, y no por ello más vacía que la de los otros.
 
La Náusea nos muestra el camino que va de la ontología a la ética y la moral. Lo que empieza siendo un preguntarse por las cosas acabará desembocando en un proyecto de vida, una decisión salida de una vocación (la de escribir), y, al fin y al cabo, una existencia, la del protagonista, que acabará saliendo de sí misma para encontrar en los otros un punto de referencia ante el cual poder llegar a dar un mínimo de sentido a esta dialéctica que es la vida.
 
La Náusea (1938) es una obra anterior a El Ser y la Nada (1943), pero ambas se encuentran, por así decirlo, en la misma época de la filosofía de Sartre. La Crítica de la razón dialéctica (1960), en cambio, es unos veinte anos posterior a la última de las dos anteriormente citadas. Es curioso, pero la Idea de Libertad que Sartre expone en La náusea difiere, a mi juicio, de la que teorizará en El Ser y la Nada y se acerca en cambio, aunque sin alcanzarla, a la que expondrá teóricamente y unos 20 anos después en la Critica de la razón dialéctica. Esto no deja de sorprenderme y me parece una anomalía filosófica ciertamente apasionante, ¿cómo puede darse tal circunstancia?, ¿será que el tratamiento literario de la Idea de Libertad supuso una aportación que, en el tratamiento filosófico de la misma Idea, le pasó desapercibida al propio Sartre? Todo parece indicar que sí.
 
Esto nos lleva a preguntarnos por las relaciones entre filosofía y literatura no sólo por lo que respecta a su impacto en el público-lector, como lo hiciera Schiller al hablar de una educación estética del hombre, sino también en lo que respecta a la esencia misma de las Ideas filosóficas, ya que la literatura parece aportar algo que ayuda al esclarecimiento de las mismas. Aquella diferencia de la que tratábamos al principio, la diferencia entre la ontología como algo general y la biografía como algo particular; la diferencia entre el ser humano y el hombre con nombres y apellidos, aunque sean ficticios; la diferencia, en fin, entre la filosofía y la literatura, ayuda, en consecuencia, a resolver algunos de los problemas filosóficos más acuciantes y fundamentales. La literatura no serviría únicamente a la sensibilización de las ideas filosóficas, como creyó Schiller, sino que, cuando es literatura buena, ayudaría considerablemente a la constitución de éstas. No hay ejemplo mejor en este caso que el de la Idea de libertad.

Las jornadas asturianas de Mijaíl Koltsov. Por Jesús Aller. 28/01/2009

Todos los historiadores están de acuerdo en que el papel de Mijaíl Yefímovich Koltsov en la guerra civil española no fue el del simple "corresponsal de Pravda" que pretendía ser. Testimonios diversos lo describen como agente del NKVD (policía secreta de Stalin), comisario político, agente de propaganda, organizador de la censura, asesor militar e incluso informador personal del propio Stalin. Su amigo Iliá Ehrenburg, corresponsal de Izvestia en esa época, llegó a decir: "Sería difícil imaginar el primer año de guerra sin M. Ye. Koltsov". Su Diario de la guerra española (versiones españolas: Editorial Ruedo Ibérico 1963, Akal 1978) constituye un documento imprescindible, a pesar de sus desviaciones propagandísticas, y en él se reflejan muchas de estas actividades, aunque apócrifamente atribuidas a un inexistente comunista mejicano, Miguel Martínez.

 
Mijaíl Koltsov nació en 1898 en Kíev, y tras participar en la revolución y la guerra civil rusas, desarrolló una importante carrera literaria y periodística que le llevó al consejo editorial de Pravda. En agosto de 1936 viaja a España y se instala en Madrid. Su diario recoge impresiones de la ciudad y sus entrevistas con los políticos republicanos en un relato de enorme interés histórico. Al poco tiempo, su voluntad de hacerse una idea cabal de la situación del país, le hace plantearse un viaje a la zona republicana aislada en la cornisa cantábrica. Así, el 7 de octubre, en compañía del fotógrafo y cineasta ruso Román Karmén emprende un viaje en avión a través del territorio faccioso y tras un accidentado vuelo llegan a Santander: "Con los motores parados, tras un viraje interminable, aterrizamos y rodamos suavemente por la hierba mojada, levantando chorros de agua. Abrimos puertas y ventanas. Caía una menuda lluvia fina, la primera lluvia desde que despegué de Velikie Luki. Las ovejas mojadas, los tejados mojados, las casas de ladrillo a lo lejos, el aire húmedo del mar, todo me recordaba Inglaterra." Sus oscuras impresiones de la ciudad burguesa y de las dificultades de movimiento que les plantea el gobierno local del Frente Popular se diluyen cuando habla por teléfono con Gijón: "Los asturianos se alegraron mucho de nuestra visita, la de los primeros rusos, y nos piden que vayamos inmediatamente, sin ningún pase especial. Vendrá a encontrarnos a Llanes el secretario del partido.”
 
El 8 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov llega a Asturias. Su primera impresión es la del paisaje: "Es una región majestuosa y bella. (..) Los picos nevados de Morcín y del Aramo dominan severos el horizonte. En las montañas y los barrancos se ocultan pequeñas ciudades y pueblos. Esto es Suiza, más Donbáss y una pizca de nuestro litoral del Pacífico. Para ser el Caúcaso le sobra humedad y niebla. Hace muy poco estas bellezas atraían a los viajeros más refinados y exigentes. Ahora la temporada no es apta para los turistas." En Gijón, acogido por los responsables locales del partido, Koltsov se siente como en casa. En su entrevista con Belarmino Tomás, éste, emocionado, le ruega que transmita al pueblo soviético su agradecimiento por toda la ayuda prestada. Al mismo tiempo, le explica algunos detalles de la difícil situación. Asturias, asediada por todas partes y con un enclave faccioso en su mismo centro resiste con coraje. Al mismo tiempo, los asturianos son perfectamente conscientes de que en su tierra se está desarrollando el primer acto de una dura guerra de la clase obrera contra el fascismo. Koltsov nos describe la vida en Gijón y la moral de los luchadores: "Aquí la gente acepta la guerra, no como un espectáculo o como un cataclismo, sino como un trabajo. Guerrean con la seriedad y el tesón del minero. (…) Nuestra llegada les ha dado ánimos. (…) Ha creado en ellos la sensación de no estar tan lejos ni tan aislados."
 
Los días siguientes, Koltsov recorre la región, sus factorías y sus minas, muchas de ellas cerradas: "Los mineros se fueron al frente. (..) En las galerías arden, con luz mortecina, las lámparas de los mineros. Caras jóvenes pálidas y amarillentas; macilentas caras de ancianos; sólo trabajan menores de dieciocho años y viejos." También se acerca a visitar los distintos frentes del Oviedo asediado. Juan Ambou, comunista, encargado de guerra del gobierno asturiano, le acompaña en estos viajes. El 11 de octubre están presentes en un ataque republicano que consigue penetrar en la zona sur de Oviedo. Poco después, presencian el bombardeo de la ladera del Naranco por tres trimotores alemanes: "Nadie molesta a los "Junkers", no hay cazas ni artillería antiaérea. En toda Asturias, los republicanos cuentan con una avioneta deportiva monoplaza." No obstante, los republicanos toman la zona de la plaza de toros y planean un nuevo ataque para unirse a los que han llegado a la plaza de América. Juan Ambou sueña: "-Pronto acabaremos con Oviedo; después enviaremos nuestro ejército minero a Galicia, León, Burgos. Nos abriremos paso hacia Castilla". Koltsov comenta a esto: "Hay que darle crédito. En Asturias saben combatir. Pero están muy mal equipados." Esa noche, Koltsov traba conociento con una bebida desconocida para él: "Durante la comida nos enseñaron a beber la asombrosa sidra asturiana. La gente de aquí se da una maña especial para echar la sidra en el vaso con un chorro largo; bajan el vaso en la mano y suben la botella muy por encima de la cabeza. Así se obtiene espuma. Yo puse mucho interés en aprender y después no lograba dar con mi habitación."
 
El 12 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov deja Asturias y a través de Santander hace una visita al País Vasco. El día 17 está de vuelta en Madrid. En los meses que siguen, su actividad política y como asesor militar es frenética y está fielmente recogida en su diario, aunque a veces se adjudica a Miguel Martínez. Todos los testimonios concuerdan en que era un hombre duro y pragmático, y algunos historiadores consideran que fue uno de los responsables de los crímenes de Paracuellos del Jarama.
 
En noviembre de 1937 fue llamado de regreso a Moscú, donde según el testimonio de su hermano menor, el caricaturista y cartelista Borís Yefímov, Stalin y cuatro de sus más cercanos le interrogaron durante más de tres horas. Cuando la conversaci&oac
ute;n terminó, parece ser que Stalin comenzó a bromear. Se levantó, se llevó la mano al corazón e hizo una reverencia.
-¿Cómo hay que llamarle en español?, ¿Miguel?
-Miguel, camarada Stalin, contestó él.
-Bien, Don Miguel. Nosotros, los nobles españoles, le agradecemos de corazón su interesante informe. Hasta luego, Don Miguel, adiós.
-Sirvo a la Unión Soviética, camarada Stalin.
Se dirigió a la puerta, pero entonces de nuevo Stalin le llamó y le preguntó de forma extraña:
-¿Tiene usted revólver, camarada Koltsov?
-Sí, camarada Stalin, contestó sorprendido.
-Pero, ¿no piensa suicidarse con él?
-Por supuesto que no, contestó él aún más sorprendido. De ningún modo.
 
Mijaíl Koltsov fue encarcelado poco después, acusado de actividades antisoviéticas y ejecutado en 1940, o en 1942 según otras fuentes. La reciente puesta en circulación de algunos documentos del archivo personal de Stalin ha arrojado luz sobre esta misteriosa detención. Parece ser que Koltsov fue denunciado por André Marty, máxima autoridad de las brigadas internacionales. Una carta personal de Marty a Stalin con graves acusaciones sobre Koltsov así parece indicarlo. El enfrentamiento entre los dos hombres era bien conocido en el Madrid republicano. En Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway se describe una dura escena entre ellos (Koltsov es presentado como Kárkov en la novela): "Továrich Marty, dijo Kárkov, voy a averiguar hasta qué punto eres intocable (…) André Marty le miró sin que su rostro expresara más que cólera y disgusto. No tenía en su mente más que Kárkov había hecho algo contra él. Muy bien, por mucho poder que tuviera, Kárkov tendría que estar alerta en adelante."