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Entrevista a Lorenzo Ariza, por Ernesto Colsa.

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De la mano de la editorial asturiana Pez de Plata, llega a las librerías Samsa, novela de Lorenzo Ariza (Lumpiaque, Zaragoza, 1965), sugerente historia donde lo relevante ocurre extramuros del dormitorio en el cual yace el monstruoso insecto en que se ha convertido el infortunado Gregorio tras un sueño más inquieto de lo habitual. Solo por tan magnífico planteamiento, el autor merece nuestra complicidad, y les aseguro que sus expectativas no se verán defraudadas si se deciden a acometer la lectura de este volumen de impecable presentación, una característica habitual, por otra parte, de las ediciones de Pez de Plata, que en esta ocasión ha contado con la inestimable colaboración del propio Ariza, a cargo también de las ilustraciones.
 

 

 

 

-El título, Samsa, remite automáticamente a Gregorio Samsa, el protagonista de La Metamorfosis. ¿Qué te impulsó a utilizar este personaje como motivo de la novela?
 

 

Samsa es un regreso a Gregorio, aunque el título hace referencia a toda la familia Samsa, los padres y la hermana, Grete. Como muchos otros, yo había leído La Metamorfosis en el instituto, y no había vuelto sobre ella hasta ahora. Pero de manera inevitable, más que el propio libro de Kafka, el personaje había quedado latente debido a su enorme fuerza significante, y como icono aún actual me lo había ido encontrando aquí y allá. Mientras tanto, sin pensar en él, comencé a escribir sobre el tema de las transformaciones, y un buen día Gregorio salió de su escondite para asaltarme de nuevo.
 
 

 

-¿Por qué el tema de las transformaciones?
 

 

En realidad no lo sé. Apareció de repente en una novela anterior: un hombre que de pronto se aísla en una casona retirada rodeado de perros, con la intención de transformarse él mismo en perro. Fue después de acabar esa otra novela que comencé a pensar en el asunto de las mutaciones…
 
 

 

-¿…después de escribirla?
 

 

¡Después de escribirla! La escritura tiene esas cosas: a veces el flujo de la letra se impone a toda previsión y a la propia razón. De este modo, pensé que esa novela entroncaba de algún modo con toda la tradición mítica, desde la Antigüedad clásica hasta las modernas películas de terror, por ejemplo. Los híbridos o “los transformados” han aparecido siempre en la literatura y en el arte. No sé, supongo que en mi caso es una forma de huir de lo humano, de los lugares comunes que el concepto “humano” encierra, y de investigar otros territorios en el ámbito de la bestialidad.
 
 

 

-Y resulta que Gregorio se transforma en una cucaracha.
 

 

La verdad es que poco de mitológico hay en esa transformación. Para mí no hay un significado “ejemplarizante” o metafórico (en el sentido que se le suele dar: metáfora de la condición humana en lo que se refiere a la feroz marginalidad del individuo o a su “ruin condición”) en la mutación repentina de Gregorio. Lo que esconde ese hecho es un enorme misterio que termina negando lo humano, al menos yo lo veo así. Es como si esto que llamamos “conciencia”, e incluso “alma”, quedase de pronto barrida en la imagen de ese escarabajo, o lo que sea ese bicho, y aunque es cierto que Gregorio sigue pensando el personaje está ya en manos de algo imposible que lo desborda.
 
 

 

-Vamos con la trama. La novela está claramente basada en La metamorfosis, hasta el punto de que utiliza a todos los personajes kafkianos que aparecen en ella, incluso los secundarios.
 

 

Sí, los personajes aparecen uno a uno. También cronológicamente Samsa sigue al pie de la letra la pauta de La Metamorfosis. Tengo que decir que en este sentido el relato surgió de una forma fácil. Lo que hago es tomar a uno de los personajes de Kafka, sin duda el más insignificante de su novela puesto que aparece nombrado sólo en dos líneas, y convertirlo en mi protagonista. Éste es el jefe del almacén de telas en donde trabajaba Gregorio. Su ausencia la mañana en el que se ve transformado, y por lo tanto impedido para ir a trabajar, es el detonante que pone en funcionamiento la trama. El jefe quiere saber qué ha pasado, y por decirlo rápidamente, después de una serie de hechos fortuitos, inicia una inv
estigación.
 
 

 

-Una investigación que deriva en una trama policial.
 

 

Puede decirse así. Hay una muerte, la del gerente del almacén que en la novela de Kafka acude al domicilio de Gregorio con la intención de averiguar qué ha pasado. Su muerte la invento yo, (no está en Kafka), cuando sale de la casa después de realizada la visita. Esto es lo que da lugar a esa investigación. Los policías son los únicos personajes de mi novela que no aparecen en La Metamorfosis. Pero el hilo conductor de Samsa es ese personaje del que hablaba, el jefe, que se va metiendo poco a poco en el asunto, y en su afán por esclarecer el motivo de la ausencia de Gregorio llega a entrar en la casa, y de este modo se enfrenta con el prodigio.Este personaje, que es un hombre rico, un vividor, acaba por sufrir él mismo otra transformación equiparable a la de Gregorio. Ese es el meollo principal de mi novela. 
 
 

 

-Por cierto, Samsa es una novela ilustrada, como todas las que publica la editorial Pez de Plata. Lo que ocurre aquí es que las ilustraciones son tuyas.
 

 

Yo me dedico por partes iguales a la literatura y al dibujo. Me pareció algo natural que, cuando Jorge Salvador Galindo, el editor, me habló de las características de sus novelas, yo me ofreciese ansiosamente a ilustrarla.
 
 

 

-¿No has pensado que podría haber un peligro en esa referencia tan manifiesta a La Metamorfosis? ¿No es un asunto arriesgado? ¿Puede leerse Samsa sin la presencia de Kafka?
 

 

Espero que sí. Esa es mi idea. Tampoco me preocupa mucho que la referencia, para aquéllos que han leído La Metamorfosis, juegue su papel. Yo comencé a escribir la novela como un juego, sin saber lo que me esperaba, y el juego puede perdurar en este tipo de lector, ¿por qué no va a ser así? Hasta creo que resultaría curiosa, e incluso divertida la lectura de ambas novelas, como ha ocurrido con alguno de mis allegados. Desde luego no puedes, como autor, intentar someter a los lectores a este juego, pero si el relato interesa y quedan ganas de volver a Kafka, ¿por qué no hacerlo?
 
 

 

-Hablabas de que tenías otra novela, incluso anterior, que trataba también el tema. ¿Es la única o hay más?
 

 

Junto con esa novela hay otra que estoy acabando, y aun ando dándole vueltas a una tercera con el fin de que juntas formasen una trilogía. Lo curioso es que ambas novelas están comenzadas antes que Samsa, aunque parecen no acabar nunca de retocarse. Siempre es un trabajo arduo, y la verdad es que no sé todavía si el tema se agotará ahí.  

 

Por Ernesto Colsa

El espíritu de la escalera , de David Fueyo, por Víctor González-Quevedo.

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Acabo de terminar de leer con calma el poemario “El espíritu de la escalera” del poeta y escritor asturiano David Fueyo. Su lectura me ha dejado casi patidifuso en un sentido positivo, porque resulta difícil verbalizar el efecto peculiarmente intenso que esta obra me ha arrojado en el ser, el sedimento de este libro de versos en el alma del que escribe este artículo.
 
Bien, “El espíritu de la escalera” es un libro de poemas expresionistas, existencialistas y también amatorios, pero a la vez es mucho más que eso, y resulta casi inefable de explicar debido a su contundencia e intensa raigambre y multiplicidad, tanto expresiva como conceptual. La obra está dividida en tres partes, que son “La angustia del reloj”, “Cartografía innecesaria” y “Cosmética del caos”. A modo de cordial advertencia, debe decirse que este libro es un uppercut en medio del rostro del lector. No admite una lectura superficial; por el contrario, los poemas son tan descollantes que el que lee, atónito, debe repasarlos algunas veces para desentrañar ora el significado, ora la impresión de calcinación sentimental que el poema fija en él.
 
La primera parte quizá sea la más existencialista de las tres, por cuanto pasa revista al problema del tiempo, la fugacidad de los momentos enfrentada a su más íntima trascendencia. Los poemas están plenamente logrados y cobijan de una parte líneas brillantes y crípticas junto a sentimientos reconocibles, pero hábilmente –y también personalmente- expresados. Se percibe en algunas resonancias de esta versificación un hastío por la vida posmoderna, un canto al exceso del deseo en confrontación con la plomiza realidad vivencial que resulta ser, sin mucho asomo de duda, el problema cumbre de la época que nos ha tocado vivir. David Fueyo recurre a cajas herméticas de onirismo soterrado, tan sólo para hacerlas estallar en la frente del lector: no hay concesiones apenas para lo naïf, y los momentos de reposo son escasos; el poema se hace tensionalmente, como querría Keats, logrando de esta manera una efectividad desbordante. Sin embargo, estas sensaciones están pasadas abundantemente por el tamiz de la inteligencia, lo cual hace de la obra algo doblemente aprovechable. No existe en “El espíritu de la escalera” un solo poema que no sea digno de ser leído. La capacidad de génesis del autor explota en el artefacto verbal como el ácido lisérgico en la mente del psiconauta. Se ha de resaltar también que, conforme transcurre la obra, los poemas transitan y se desplazan hacia el sentimiento amoroso, quizá a modo de resolución de los temas que han desfilado por el libro previamente, fundamentalmente el tiempo y la soledad, aunque también la otredad y el concepto de alienación, por ejemplo.
 
Por último, comentar que el libro está editado por Falcón Espacio Creativo, numerado y limitado a 250 ejemplares y con un tacto muy cuidado por la selección de los papeles, y que es pues una edición diríase que casi de lujo, con abundantes grafismos interiores a cargo del pintor Juan Falcón y una original y sorprendente maquetación por parte de Sandra Márquez. Incluye un prólogo del escritor Diego Medrano, en el que entre otras cosas se pasa revista al concepto “espíritu de la escalera”, acuñado por los enciclopedistas franceses del siglo XVIII, que va desde de lo general –el concepto- hasta lo particular –los poemas- desde una perspectiva cuasipsicológica, amén de un epílogo confeccionado por el poeta Pelayo Fueyo en el que se desgranan prolijamente las características y calidades de la obra.

 

 

 

Club Lola y otros espactáculos, de José Ángel Ordiz

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Club Lola y otros espectáculos

José Ángel Ordiz

Editorial Liber Factory, Madrid, 2014

(Formato papel y electrónico)

 
         

En Club Lola y otros espectáculos el autor ha reunido diez narraciones de variada temática (la creación del mundo, su destrucción, las realidades del día a día) y extensión no menos dispar (desde el relato muy breve hasta la novela corta). Diez narraciones de variada temática, en efecto, aunque en todas ellas (incluso en las más quiméricas) el amor y el desamor y las relaciones sexuales, pretendidas o consumadas pero gobernadoras siempre de la parte central de nuestras vidas, tienen un papel predominante.

El Fado al anochecer alivia, alumbra y redime , por Ángel Prieto.

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EL FADO AL ANOCHECER ALIVIA, ALUMBRA Y REDIME

 
            Los versos del insumiso Ary dos Santos (Lisboa 1937-1984) y las músicas de su contemporáneo y no menos rebelde Alain Oulman, crearon fados inmortalizados por la sensibilidad, la voz y la interpretación de la gran Amália Rodrigues. Fados que, junto a otros clásicos, siguen despertando emociones desde otras voces más nuevas, como la de Carla Pires, cuando canta clara y con ternura: “Amor mío, amor mío/ mi cuerpo en movimiento /mi voz que busca su propio lamento/mi limón de amargura, mi puñal escribiendo/Paramos el tiempo y no sabemos morir/y nacemos, nacemos/de nuestro entristecer/Mi amor, mi amor/mi nudo y sufrimiento/ mi muela de ternura/ mi nave de tormento./ Este mar no tiene cura, este cielo no tiene aire /nosotros paramos el viento y no sabemos nadar/y morimos, morimos / despacio, despacio”.
            Desde luego, todos cuando nacemos empezamos a morir, muy poco a poco, por regla general muy despacio, despacio. Cada quien tiene alguna vez su limón de amargura, en un mar que en ocasiones parece no tener cura y bajo un cielo enrarecido que amenaza ahogarnos. Así es nuestra vida, con alegrías, esperanzas e ilusiones, incluso aprendemos a nadar en ella; pero también nos espera con esquinas hirientes, en naves zarandeadas, en heridas del corazón que llegan, se van y vuelven…
            Decía un personaje de la última novela que acabo de leer, al referirse a un momento en que oye el Mesías de Haendel: “el texto nos cuenta una historia, pero la música cura“. Y así pasa con el fado: cura. La historia del texto muchas veces no la entendemos, porque la fonética de los portugueses puede resultar muy difícil e incluso por completo incomprensible. Pero esa dificultad o incomprensión nos permite poner en la música que oímos nuestra propia historia, la de cada uno. Porque cada uno tenemos nuestro fado, nuestro destino y sus emociones, que podemos proyectar al son de los arpegios, vibratos, armonías y melodías de la guitarra portuguesa y de la viola de fado, en los corazones y los dedos de los músicos. Nos proyectamos cuando ellos dialogaron con la voz del o de la fadista. Quizá por eso y quizá por la sintonía del público, con sus aplausos en un espacio acogedor; quizá por sí mismo, el fado, otra vez, al anochecer, alivia, alumbra y redime. Nos da una bocanada de aire nuevo, unos latidos del corazón confortado, para seguir por la vida, despacio, despacio…con saudades de más fados, que volverán.                                            
 Ángel García Prieto

 

Hollywood maldito, de Jesús Palacios

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HOLLYWOOD MALDITO

 
 

La idea de que una película sea capaz de inducir cambios en la realidad por medio de sus imágenes mágicas está en el corazón de la obra de cineastas experimentales como Maya Deren, Harry Smith y sobre todo Keneth Anger, seguidor de la filosofía mágika de Aleister Crowley. Mucho antes que estos creadores, los cineastas alemanes del periodo mudo, como Murnau, Lang, Henrik Galeen y otros ya habían empleado el montaje, como el mago usa los hechizos y abracadabras propios de su oficio, para dotar al cine de esa dimensión esotérica. Sus obras más famosas, Nosferatu (1922), Metrópolis (1927), El gabinete del Dr. Caligari (1920), El Golem (1920) o El estudiante de Praga (1926) son auténticas joyas malditas del cine que han dado lugar a numerosas especulaciones.

 

                    Jesús Palacios, crítico y escritor sobradamente conocido por los aficionados al cine y la literatura de terror en nuestro país, escarba en este Hollywood maldito en una serie de películas "genuinamente" malditas -aquellas que, no solo durante el rodaje sino a menudo tras su estreno, han provocado y se han visto rodeadas de fenómenos extraños, inexplicables y trágicos—, centrándose en las más famosas e infames de la historia del cine en general y de Hollywood en particular. La erudición de Jesús Palacios nos desvelará que películas como Nosferatu, La semilla del diablo (1968), El exorcista (1973), La profecía (1976), Poltergeist (1982), o El cuervo (1994), cuya leyenda negra resulta estar en perfecta sintonía con sus contenidos, parecen tener sorprendentes e innegables conexiones entre ellas.
 
                    El lector puede considerar este Hollywood maldito como una suerte de ampliación y actualización de aquel otro ensayo, Satán en Hollywood, publicado hace diecisiete años por la editorial Valdemar y germen de esta nueva obra.
                         
 
                           
 
 
 

JESÚS PALACIOS (Madrid, 1964). Escritor y crítico de cine, es autor de más de veinte libros sobre cine, literatura, esoterismo y cultura popular. Especializado en el género fantástico y en lo que gusta denominar el Lado Oscuro de la cultura, es colaborador habitual en festivales de cine, programas de radio y televisión y prensa especializada, además de impartir numerosas charlas y conferencias en universidades e instituciones. Actualmente reside en Gijón, donde comparte sus tenebrosos conocimientos sobre psychokillers, gore, zombis, yakuzas, vampiros, ocultismo nazi, cine negro, ovnis, conspiraciones y vudú con Tao, su arrugado perro shar pei.   

“El Escriba Sagrado: Escritura y pensamiento”, por Mariano Arias.

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                    La escritura es inseparable del hombre, define su estatus, su ser social e individual, su proyecto de ser. No se trata sólo de que la historia haya nacido con la escritura, es que el propio desarrollo de la escritura (en cada una de sus diferentes fases y ciclos) propicia ese sustantivo que marca la diferencia con la pre-historia. La cuestión sin dejar de sutil conviene reafirmarla, y sin menoscabo de la necesidad de ajustar el término de neolitización.

                    El proceso de evolución es consignado en el mundo animal como Reino; también en la denominación del Reino de la Naturaleza, así como el Reino del hombre queda establecido con el sistema escritural, nuevo estadio adquirido por el hombre sucesivo, cuyo estudio refiere la Idea de hombre, su estatuto como sujeto operatorio.

                    Tal sujeto es el cruce de capas heterogéneas y en cualquier caso impone su ejercicio, su implantación. La memoria del sujeto, inmersa programáticamente en la consecución histórica, lejana en el tiempo, está presente en su actuación contemporánea y coetánea, con distintos parámetros, también en la conducta del sujeto. Francis Ponge definió a este sujeto como “una cierta vibración de la naturaleza llamada hombre”. Si tenemos presentes las circunstancias naturales, materiales que giran no oblicuamente en torno al concepto de hombre, sería irrisorio pensar en un hombre-sujeto-escriba capaz de adquirir su identidad atemporalmente, al margen del medio natural o técnico apelando a una identidad ancestral; como si esa identidad no fuera ella misma variable, temporal, sometida a la actividad de los propios sujetos prolépticos (manifestada en la memoria cargada en actividades y resultados materiales: libros, máquinas, instituciones, arquitectura, etc.). >>Leer más