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Ava Gardner, de Lee Server: Una diosa fieramente humana. Por José Havel. 01/06/2012.

 
Lee Server
Ava Gardner. Una diosa con pies de barro

T&B Editores
445 páginas 

 

 

A finales de los años 50 los estudios de Cinecittà acogían, cada vez más, rodajes de grandes producciones hollywoodienses derivadas a Europa, y los locales más elegantes de Roma, mucho de ellos en la famosa Via Veneto, veían desfilar toda una constelación de estrellas y de ricas celebridades o de gente esperando serlo. Era también el momento en que los italianos menos afortunados trataban de hacer de ello una ventaja a su favor convirtiéndose en fotógrafos, persiguiendo sin tregua a esos famosos con la esperanza de cazar instantáneas del interés de la prensa amarilla.

Por entonces Ava Gardner, «el animal más bello del mundo», según bien rezaba en 1954 la publicidad de La condesa descalza, la obra maestra de Joseph L. Mankiewicz, se hallaba en la capital italiana a causa del rodaje de La maja desnuda (Henry Koster, 1958), último trabajo de Ava para la Metro. Sus numerosas locuras nocturnas y sus múltiples aventuras —mantenía una relación con su compañero de reparto, Anthony Franciosa, quien interpretaba a Goya en la película, en aquel momento casado con Shelley Winters— atraían a los fotógrafos como un banco a una banda de atracadores. La bellísima actriz, obsesionada con las consecuencias de la equimosis en una mejilla que, durante una juerga nocturna con rejoneos, le había producido la caída desde un encabritado caballo en el ruedo privado de Ángel Peralta en Sevilla, temía más que nunca a periodistas y fotógrafos. Éstos debían en aquella época acercarse todo lo más que podían a sus presas, a raíz de las limitaciones de sus equipos, dotados de enormes y estrepitosos flashes, lo cual provocaba muchos altercados entre las estrellas y los advenedizos “profesionales” del amarillismo, quienes en no pocos casos se servían de la provocación (al igual que ahora).

Una noche en concreto, un grupo de fotógrafos encabezado por Tazio Secchiaroli fue golpeado por los guardaespaldas de Faruk, rey de Egipto, por haberse acercado demasiado, después de una bronca con Ava y Tony Franciosa en el Café de París. El incidente, uno de los desencadenantes de la fama de Roma como lugar libertino abandonado al dolce fare niente, saltó a las portadas de la prensa romana. Y fue una de las inspiraciones de Federico Fellini para crear La dolce vita (1960). El personaje interpretado por Anita Ekberg en este filme estaría, además, basado directamente en Ava Gardner. Quizá ahora comprendamos mejor por qué baila descalza con el equipo de rodaje de una película en Cinecittà y se bebe la noche de Roma con el primer admirador que llega. O también por qué lleva en una de las escenas un vestido, inspirado en un hábito eclesiástico, que suscitó escándalo en su día, e igualmente réplica de otro traje usado entonces por Ava, diseño de sus modistas romanas, las hermanas Fontana.

Esto y más cuenta Lee Server en Ava Gardner. Una diosa con pies de barro, biografía de uno de los iconos por antonomasia del cine de Hollywood. La beldad sureña de cabello azabache y mirada esmeralda fue una reina del celuloide fuera de lo común, semejante a Greta Garbo, Grace Kelly o Marilyn Monroe, bella como una estatua a punto de cobrar vida. Pocas divas de Hollywood, aparte de Elizabeth Taylor, encadenaron grandes películas e hipnotizaron la cámara como Ava, una actriz a (re)descubrir. Pero también, como Marilyn, perteneció a la estirpe de las más grandes estrellas abrasadas por la luz de los focos, abocadas a la autodestrucción para evadirse de una sofocante realidad de ser-objeto. Valía todo aquello que hiciese pasar más deprisa el tiempo, su angustia. «El amor no es nada», decía ella, criatura bigger than life, especie de heroína de Ernest Hemingway, fascinante y solitaria, radiante y malherida, deslumbrante por fuera, agonizante por dentro. Su vida tuvo más de tragedia griega que de cuento de hadas hollywoodiense.

Lee Server, uno de los historiadores de la edad dorada de Hollywood, autor de una conocida biografía de Robert Mitchum, trata de descubrirnos quién era verdaderamente Ava Gardner y lo que la condujo efectuar ciertas elecciones autodestructivas. El escritor americano no ha buscado firmar una hagiografía de la actriz, por lo que no se deja en el tintero detalles que pudieran perjudicar su imagen. De la misma manera procura restablecer determinadas verdades, desarticulando la visión negativa que mucha gente tenía de la vedette de Carolina del Norte. En modo alguno era Ava una bella idiota y sí una mujer que a menudo demostraba un buen sentido de la réplica, alguien que a lo largo de toda su vida quiso subsanar las lagunas de su educación para no más ser considerada como la hija de granjero inculto de Carolina del Norte que ella era en los inicios de su carrera artística.

 

 

Presentación de el papá que no sabía contar cuentos, de Pepe Monteserín. 31/05/2012

 

Presentación de

el papá que no sabía contar cuentos

de Pepe Monteserín.

 

Ilustraciones de Miguel Tanco. Acompañará al autor Paco Abril.

 

Miércoles 13 de junio de 2012  |  19,00 horas   |   Librería Cervantes   |   Oviedo.

el papá que no sabía contar cuentos, de Pepe Monteserín y Miguel Tanco

 

El papá que no sabía contar cuentos.

Pepe Monteserín
Ilustraciones: Miguel Tanco
Páginas: 32
Editorial Pintar pintar 2012


No todos somos capaces de hacerlo todo bien, ni tenemos los mismos puntos fuertes y debilidades. Eso no implica que nadie sea mejor o peor que el resto. Cada uno es como es, y eso, está bien.


www.pepemonteserin.es

Un cuento vertical. Por Marcelo Matas de Álvaro. 26/05/2012.

 
Texto de Pepe Monteserín
Ilustraciones de Pablo Amargo 
Barbara Fiore Editora 
32 páginas 
15 € 
 

Casualidad, con texto de Pepe Monteserín e ilustraciones de Pablo Amargo, es un cuento corto porque se lee en un suspiro y un cuento largo porque después de leído sigue habitando en uno mismo; es un cuento estrecho porque ocupa un mínimo lugar en la página y un cuento ancho porque amplía los márgenes de nuestra imaginación; es un cuento bajito al lado de los dibujos estilizados que lo acompañan y un cuento alto porque en su vuelo nos eleva sobre un paisaje de sensaciones y recuerdos; es un cuento acabado, con su planteamiento, nudo y desenlace, y un cuento interminable que enlaza con la continua maravilla de las historias sin fin; es un cuento para pequeños acostumbrados todavía a leer poco e imaginar mucho y un cuento para mayores que desean que la lectura larga comience cuando se acaba de leer el cuento; es, en definitiva, un cuento que son dos: el que se puede leer (o escuchar si nos lo cuentan) en las páginas pares y el que se puede ver en las imágenes que aparecen en las páginas impares.

Pepe Monteserín es un autor con una trayectoria larga, ancha y alta (casi interminable en la variedad de trabajos que como escritor frecuenta), que logra condensar en este texto algunas de sus cualidades como narrador. Así, nos ofrece un cuento donde el amor, el humor y el rumor del viento tejen con su hilo poético una leve trama que vuela sobre la casualidad como disculpa de lo que nos acontece. Pablo Amargo, que goza de reconocido prestigio como diseñador gráfico, no se limita a ilustrar el texto, a aportar un mero soporte visual a lo narrado, sino que con sus sorprendentes dibujos en blanco y negro imagina o sueña un mundo diferente, un relato que a través de las páginas va recorriendo una ciudad vertical donde sus vecinos habitan un extraño paisaje de altos edificios y alargados parques, de chimeneas y embarcaderos imposibles, bajo un viento que siempre mueve a su antojo todas las veletas, cometas y molinos del mundo.

En estos atribulados tiempos en los que parece que ya está todo confabulado para la desaparición del libro de papel en beneficio del libro digital, es de celebrar la arriesgada empresa de editar un precioso volumen como éste, merecidamente galardonado con el Premio Internacional CJ Picture Book Award (Corea, 2011). Aunque tal vez los autores y la editorial no lo hayan concebido con esa intención, su diseño también puede pretender llevarle la contraria al viento que, casualmente o no, quiere llevarse volando los libros impresos lejos de la estantería, donde siempre destacará “Casualidad” –por su contenido y formato- entre el resto de los volúmenes que pervivan.

El fin y otros relatos de supervivencia, de José Ángel Ordiz. Col. Once Varas 3. Mayo, 2012.

 
 
 
 
El fin y otros relatos de supervivencia
 
José Ángel Ordiz
Literarias. Asociación de Escritores de Asturias. 2012.
 
Puedes leerlo en ISSUU pulsando AQUÍ o leerlo en formato PDF pulsando sobre el título situado bajo «Documentos».

El fin y otros relatos de supervivencia, de José Ángel Ordiz.

Profesor Lazhar, de Philippe Falardeau: Au revoir, les enfants

El cine de la civilizada Quebec abunda en filmes sobre infancias infelices y el sufrimiento de la niñez, consciente de que no todos los seres humanos son dichosos de niños. Ese tipo de obras son tan características de dicha provincia canadiense que casi constituyen un género cinematográfico autónomo, a tenor de títulos como Mi tío Antoine (Claude Jutra, 1971), Les Bons Débarras (Francis Mankiewicz, 1979), Léolo (Jean-Claude Lauzon, 1992), Aurore (Luc Dionne, 2005), C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005) o C’est pas moi, je le jure! (2008). El director de esta última, Philippe Falardeau, también autor de la prestigiosa Congorama (2006), regresa a las pantallas españolas con Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011), nominada en la pasada 84ª edición de los Oscar al mejor largometraje de habla no inglesa.

A partir de la pieza teatral de Evelyne de la Chenelière (Bashir Lazhar, 2002), donde el protagonista estaba solo sobre el escenario, Falardeau escribe y dirige la historia de Bachir Lazhar (Mohamed Fellag, escritor, actor y humorista argelino, famoso por sus espectáculos en solitario), un inmigrante de mediana edad que, huido del terrorismo extremista de Argelia, llega a Montreal en busca de asilo político. Allí trabajará como maestro de francés en una escuela de primaria traumatizada por el suicidio de su predecesora, quien decidió ahorcarse dentro del aula con un foulard azul durante un recreo. El dolor de sus alumnos de 11-12 años y el suyo propio fluyen vecinos dentro de un catártico proceso de empatía, más allá de las normas “políticamente correctas” y de ciertos secretos personales. La clase es un lugar, un sitio de amistad, de trabajo, de cortesía, donde está la vida… proclama el bueno de Bachir.

Voluntariamente, Profesor Lazhar es simple puesta en escena, al margen de cualquier pirotecnia en la realización, con la cámara de invitada queda y silenciosa. La técnica se solapa —a veces parece evaporarse del todo— dejando más espacio a actores y personajes. Esta sobria opción no siempre funciona bien. Cuando la narración revolotea en torno a figuras o situaciones desprovistas del interés necesario, la propuesta pierde entonces fuelle y se pone en evidencia, quedándose corta su poética de la alusión y la sugerencia.

Philippe Falardeau expone, en filigrana, una meditación acerca del choque de culturas diferentes mientras navega a dos aguas, las del duelo de la muerte y el exilio y las del canto a la profesión docente. Su película resulta tanto una fábula social moderna como un relato de realismo cotidiano, quizá porque no decide con claridad si ser una obra de aprendizaje para chavales o una obra comprometida para adultos sofisticados. Posibles confusiones identitarias a un lado, el filme gana con el corazón parte de lo que pierde con la cabeza, gracias al carismático monsieur Lazhar, emotivo puente entre el distanciado mundo de los mayores y el universo sin distancias de los niños.

 

 
[Versión extendida de la aparecida en El Comercio y La Voz de Avilés – 18. 05.2012]

Presentación de El fósil vivo, de Alfredo Hernández. 18/05/2012

 Foro Abierto de la Librería Cervantes

y la Asociación de Escritores de Asturias

tienen el placer de invitarle a la presentación de la novela
 

El fósil vivo
 
 
de Alfredo Hernández
 
 
Acompañará al autor Manuel García Rubio
 
 
Al terminar el acto se servirá un vino español en
Café Bar Bolero Lounge. c/ San Antonio 3. 33002. Oviedo. http://g.co/maps/xuxuv
 
Martes, 22 de mayo de 2012 | 19,00 horas
Librería Cervantes | Oviedo 

Entrevista a Alfredo Hernández, Por Javier Lasheras. 17/05/2012

Alfredo Hernández García

Alfredo Hernández  

Mi mapa del mundo.  
 
Hablamos con el autor valenciano que acaba
de publicar El fósil vivo, su primera novela.
Javier LASHERAS
 
Tierno y duro como los antihéroes cotidianos y forjado en los gimnasios de la alta competición, la consistencia de la lucha y la fe en la victoria, su combate más complicado fue una vez contra la muerte. A día de hoy le va ganando por técnica, por puntos y «por la suerte que tiene» de vivir -insiste él emocionado-, rodeado de su mujer, Asunción Herrera, y la naturaleza.
Alfredo Hernández García, valenciano nacido en 1959 y ex campeón de España de judo, vive en Asturias desde hace veinte años y, aunque premiado en diversos concursos, acaba de publicar su primera novela, El fósil vivo. Una obra encomiable y arriesgada que no dejará indiferente a nadie.
Pero además, a este filósofo y escritor le gustan los caballos y la ópera. Un tipo curioso con las cosas extrañamente claras para los tiempos que corren: competitivo, irónico y atrevido. Todo es posible en este hombre que podría mandarme al infierno con un solo gesto de sus manos. Por fortuna para mí, y también para la literatura, las suyas las tiene metidas de lleno en la masa de las palabras. Hablar con él es como entrar en el delicioso obrador de la vida: ríe a carcajada limpia, ama lo que hace y se le ve feliz. Hablamos mientras paseamos por los alrededores de su casa, unos collados por los que se respira la simbiosis entre las venas luminosas de sus libros y las arterias de la naturaleza. Al fondo me señala las estribaciones de los Picos de Europa y detrás el aliento del Sueve. Allí abajo, me dice como quien te cuenta dónde está escondido el tesoro o el Rosebud de cada uno, está la cuadra.
 
La literatura, le digo, tiene una respetable tradición de escritores que han boxeado y luchado…
 
Bueno, llegué a Asturias buscando una relación más intensa con la naturaleza, menos domesticada que la que existe en el Levante.  Quería criar vacas y caballos. Esa ha sido una de mis prioridades vitales. Pera antes de empezar a escribir, tuve la cabeza dividida entre el judo y la filosofía. Tuve que recibir muchos golpes para quedarme satisfecho antes de abandonarlo [se ríe]. A fuerza de golpes sobre la espalda desaprendí el oficio de luchador, para nuevamente saber contra qué luchar. Gracias a la Filosofía reconocí «mis nuevos adversarios» y con ella me hice mi mapa del mundo. En ese momento entra en juego la literatura. Cuando acabé la licenciatura estuve dudando entre seguir con una tesis doctoral o entrar de lleno en el mundo literario. Evidentemente opté por lo segundo. Con mi sentido del humor, mis exageraciones y mi ironía me encontraba mucho más cómodo con la literatura. Mis novelas eran la posible herramienta para mostrar los desgarrones del mundo. Y claro, el tiempo de preparación para la escritura fue largo, intenso y muy especializado.  

 

He escrito una novela en la que la fórmula principal
es la decencia, algo que hoy brilla por su ausencia.

 

 El fósil vivo es una novela inusual. ¿Cómo la encuadrarías o la definirías? 
Esta novela cumple algunas de mis pretensiones. Es una apuesta clara en favor de la literatura, la cual distingo de la narrativa. Desde mi concepción, la narrativa consiste en saber contar algo, normalmente se sabe contar una historia y se narra de manera correcta. Pero cuando hablo de lo literario no me refiero sólo a contar algo correctamente, sino que importa qué se cuenta y cómo se cuenta. La literatura no se la juega exclusivamente con una buena historia, es decir, con un contenido. La forma de contar no sólo es un adorno, pues debe transformarse en parte estructural de la propia historia. Forma y contenido —que no son lo mismo aunque sirvan a un mismo fin— son las caras de una misma moneda: la forma se encuentra en el mismo argumento y este a su vez forma parte del estilo. Depredo con el lenguaje para expresar lo que quiero, algo con lo que no toda la narrativa actual se atreve. En definitiva, creo que mi novela está dentro de esta visión literaria.
 
¿Podríamos decir que es una novela alegórica?
 
Yo aún diría más: es una novela simbólica. Obliga al lector al extrañamiento, ya que es imposible no extrañarse de todo lo que se cuenta, y de cómo se cuenta. Esta novela la concebí como una explosión. En ella no sólo explico cómo es el mundo, sino qué le falta y quiénes son los culpables de que el mundo sea tan «fearro» como es. Y aunque ese mundo se parece al nuestro tiene una gran dosis de fantasía y de humor. Más todavía: mi novela es una exageración premeditada. Cuando escribo asumo totalmente una idea freudiana: «en la exageración está la verdad». En mi opinión lo que no produce extrañamiento es rutinario y excesivamente real. La exageración es uno de los mecanismos que empleo para conseguir el extrañamiento.   

 

Depredo con el lenguaje para expresar lo que quiero,
algo con lo que no toda la narrativa actual se atreve.
 
Pero el lector también va a encontrar guiños constantes con la sociedad actual y con lo que pasa en la calle.
 
En parte sí, es un poco lo que te explicaba antes. Me interesa mostrar desgarros y fisuras de la sociedad en la que vivimos. Por supuesto, con la que está cayendo, este reto es bastante saludable y para ello me sirvo de la exageración y del sentido del humor. Intento con mi utopía negativa una exposición de «lo que no debe ser y ya es». En estos momentos en los que sólo se habla de desgracias y conductas morales reprobables, he escrito una novela en la que la fórmula principal es la decencia, algo que hoy brilla por su ausencia. La decencia está eclipsada por la indecencia y la corrupción, a todos los niveles. Y la decencia es mostrada como algo inalcanzable e incluso irrisorio, de tanto como nos hemos mofado de ella.  

 

¿Y hasta dónde se puede contar de El fósil vivo?
 
Mi novela cuenta algo que sucede en un mundo nuevo. Para hablar de ese mundo tuve que crearlo desde la fantasía, y además inventé un personaje —Ausonio— al que doté de características maravillosas, como por ejemplo una memoria inaudita que le hace recitar todo lo ocurrido en ese mundo, amén de tener en su cabeza todo un mamotreto o «sacrotocho», que es y que cuenta la historia de una generación de sobresalidos humanos comandados por un enviado, también llamado Primer Decente, cuyo nombre de pila es Modesto Bauer. Todo ello con el tiempo dislocado, con un personaje real que hace las veces de cuidadora de mi personaje principal, el tal Ausonio, quien además de mantener intacta toda la inocencia es un fósil vivo. El lugar en el que desarrollo casi toda la acción es en un museo estadounidense.
 
Sin centrarnos en tu novela, ¿cómo defines tu forma de escribir?
 
Mi literatura intenta conciliar las figuras del pensador y el escritor. El pensador que hay en mí no tiene un punto exacto al que dirigirse, pero sí sabe que cuando se escribe es contra alguien. Siempre he sabido que el idealismo no puede ser realista y yo siempre he sido un idealista capaz de vérselas con la polifonía de voces diferentes y ese perspectivismo al que nos obligan la multitud de personajes. Pero mi novela es cualquier cosa menos relativizoide. Por otro lado, siempre he pensado que al lenguaje no se le puede poner límites; eso ya lo sabía Cervantes, por eso yo intento no sólo buscar la palabra adecuada, sino la que produzca mayor concreción, aunque tenga que inventarla. 

 

Mi propuesta es la lectura y
yo quiero que la gente me lea.
 

 

 
La has publicado en la red y por el momento se puede leer gratis, ¿por qué?
 
Mi ilusión, o lo que es lo mismo, mi propuesta es la lectura: yo quiero que la gente lea, que me lea. Además el libro electrónico no es el futuro, sino el pasado. A la velocidad que vamos no tengo ni idea de a dónde llegaremos, lo que sí sé es que el libro de papel está más obsoleto que un surtidor de gasolinera. Evidentemente seguimos necesitando la gasolina, pero todo el mundo sabe que muy pronto, ese surtidor será un recuerdo lleno de polvo prehistórico. Al libro le pasa exactamente igual, por eso mis lectores tendrán que adaptarse a los tiempos nuevos, como lo he hecho yo.
 
Has escrito más novelas…
 
Sí, sí, llevo años trabajando en este mundo literario o, como diría mi Ausonio, en este «pisable». Dos de ellas quedaron finalistas en dos conocidos premios literarios. Tratan temas dispares, desde los problemas de psicología clínica, a la ciencia, al amor y sobre algo que conozco muy bien, la cultura japonesa. Una cosa sí que te puedo decir es que todas tienen en común una gran dosis de exageración y sentido del humor.   

 

El libro de papel está más obsoleto
que un surtidor de gasolinera.
 
 Y ¿cómo influyen tus experiencias en tus obras? Me refiero al judo, el campo o la filosofía.
 
Los ladrillos con los que se construyen las novelas evidentemente se cuecen en las experiencias personales, ya sean vitales o relacionadas con el poso académico que uno tenga. Respecto al judo escribí una novela con ese tema, desde dentro de mi alma, y con los sudores recordados de mi cuerpo. Y curiosa y paradójicamente la idea me la puso en bandeja un amigo, un poeta. Los poetas son casi como filósofos, sólo que sin método. Ya ve cómo son las cosas [se vuelve a reír].  El caso es que la filosofía puso en movimiento toda la racionalidad que tenía dentro, y sobre todo hizo de mí un hombre de lectura ambiciosa. Con dichos ingredientes me dispuse a dinamitar mitos e ideas. En cuanto al campo tengo un ambicioso proyecto al respecto, una especie de historia del campo asturiano… el paraíso en el que habito. En general, aunque las experiencias no se escriban literalmente, me parece imposible obviarla
s, pese a que la forma en la que se ordenen y recojan sea lo que hace que un escritor pueda llamarse como tal. Son el alimento, pero algo más, pues se parecen mucho a una cubertería con la que se mete en la boca la comida.
 
En la página 287, casi al final del libro se dice que «Los libros no hacen pueblos.» Comente, por favor.
 
Ese es justamente el idealismo al que apelo, mi sueño… Así que, aunque los libros no hagan pueblos, eso es exactamente lo que deberían hacer.
 
¿Y algún otro sueño?
 
Soy modesto [ríe]. Me encantaría construir una nueva forma de narrar que diera pie a un nuevo estilo literario. Algo así como una antinovela o contranovela. Con eso me conformaría… más o menos.

Presentación de los libros Mientras ella sea clara y Sólo yo me salvo, del escritor cántabro Carlos Villar Flor. 17/05/2012.

Presentación de los libros Mientras ella sea clara y Sólo yo me salvo,

del escritor cántabro Carlos Villar Flor. 

En el Foro Abierto de la Librería Cervantes, el jueves 17 de Mayo de 2012, a las 19:00 h.

 

Mientras ella sea clara (Valnera, 2011) es una novela en clave de comedia que trata del dilema de una joven que tendrá tres prometidos simultáneos. Clara es una joven santanderina de 26 años que vive con su padre, viudo desde que ella nació. Vitalista y complicada, la chica comienza a narrarnos en tono confidencial-borde su dilema más acuciante. Lleva trece años saliendo con «Míchum», inocente y beaturrón portero de discoteca, pero eso no obsta para que haya realizado dos nuevas conquistas: Mario Martello, cincuentón de humildes orígenes y posición acomodada, y Pelayo, un madrileño «de sonrisa superferolítica», apasionado y sensual, carne de oenegé, que la deslumbra desde el primer día en que se conocen en las playas del Sardinero.

Clara hace auténticos malabarismos para mantener la relación a tres bandas, no sin graves riesgos para sus nervios en las diversas ocasiones en que está a punto de ser pillada in flagranti por alguno de los otros dos o sus allegados. El equilibrismo se complica cuando los tres le proponen matrimonio sucesivamente, para la próxima primavera, y ella acepta. Clara sabe que debe tomar una decisión, pero no acaba de hacerlo, pues los tres hombres representan diversas facetas de su vida a las que no quiere renunciar voluntariamente.

El tiempo pasa, y a medida que se acerca la fecha misteriosos acontecimientos ensombrecen el ya de por sí complicado panorama.

Al final la acción se precipita. Las pistas inconexas cobran sentido y desembocan en un desenlace sorprendente, que nos demostrará que no conviene desdeñar ninguno de los detalles que los sucesivos narradores nos han ido transmitiendo desde el principio de la historia, por anecdóticos que pudieran parecernos.

 

Por su parte, Sólo yo me salvo y otros relatos del tiempo sobrante (Valnera, 2011) es una sátira futurista en clave de humor reducido al absurdo, que imagina una España no muy lejana en la que todos los ciudadanos han recibido una esmerada educación en valores. Un buen día de mediados del siglo XXI, en la República Tolerante de España, el nonagenario fraile Malaquías Winkle, que ha vivido recluido en los últimos años, despierta acusado de no haber comparecido a la eutanasia reglamentaria que tod@ ciudadan@ debe practicar a la edad de 71 años. En las horas que transcurren durante los inevitables trámites burocráticos encaminados a aplicar esta elemental medida de igualdad, su anfitrión/a Cruz le guía en su descenso a un dantesco purgatorio postmoderno, donde comprueba cómo han evolucionado la infancia y juventud, la educación, la política, la ética, la religión, el lenguaje o la opinión pública en las últimas décadas. La excepcionalidad de su caso se convierte en motivo de escándalo entre los sectores más concienciados de la sociedad, y la tercera fuerza política del país, IU (Islam Unido), se plantea utilizarlo como moneda de cambio para chantajear al gobierno.

La novelita se acompaña de siete relatos en orden inverso de extensión, en los que conocemos los dilemas de un eterno opositor, asistimos a una película de la Disney, comprobamos la resistencia de un universitario a donar sangre, nos enzarzamos en debates metafísicos de tasca, nos solidarizamos con los esfuerzos del profeta Jonás por encontrar editor, o presenciamos la angustia del pequeño empresario que quizá deba cerrar su negocio.