Entrevista a Alfredo Hernández, Por Javier Lasheras. 17/05/2012

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Alfredo Hernández García

Alfredo Hernández  

Mi mapa del mundo.  
 
Hablamos con el autor valenciano que acaba
de publicar El fósil vivo, su primera novela.
Javier LASHERAS
 
Tierno y duro como los antihéroes cotidianos y forjado en los gimnasios de la alta competición, la consistencia de la lucha y la fe en la victoria, su combate más complicado fue una vez contra la muerte. A día de hoy le va ganando por técnica, por puntos y «por la suerte que tiene» de vivir -insiste él emocionado-, rodeado de su mujer, Asunción Herrera, y la naturaleza.
Alfredo Hernández García, valenciano nacido en 1959 y ex campeón de España de judo, vive en Asturias desde hace veinte años y, aunque premiado en diversos concursos, acaba de publicar su primera novela, El fósil vivo. Una obra encomiable y arriesgada que no dejará indiferente a nadie.
Pero además, a este filósofo y escritor le gustan los caballos y la ópera. Un tipo curioso con las cosas extrañamente claras para los tiempos que corren: competitivo, irónico y atrevido. Todo es posible en este hombre que podría mandarme al infierno con un solo gesto de sus manos. Por fortuna para mí, y también para la literatura, las suyas las tiene metidas de lleno en la masa de las palabras. Hablar con él es como entrar en el delicioso obrador de la vida: ríe a carcajada limpia, ama lo que hace y se le ve feliz. Hablamos mientras paseamos por los alrededores de su casa, unos collados por los que se respira la simbiosis entre las venas luminosas de sus libros y las arterias de la naturaleza. Al fondo me señala las estribaciones de los Picos de Europa y detrás el aliento del Sueve. Allí abajo, me dice como quien te cuenta dónde está escondido el tesoro o el Rosebud de cada uno, está la cuadra.
 
La literatura, le digo, tiene una respetable tradición de escritores que han boxeado y luchado…
 
Bueno, llegué a Asturias buscando una relación más intensa con la naturaleza, menos domesticada que la que existe en el Levante.  Quería criar vacas y caballos. Esa ha sido una de mis prioridades vitales. Pera antes de empezar a escribir, tuve la cabeza dividida entre el judo y la filosofía. Tuve que recibir muchos golpes para quedarme satisfecho antes de abandonarlo [se ríe]. A fuerza de golpes sobre la espalda desaprendí el oficio de luchador, para nuevamente saber contra qué luchar. Gracias a la Filosofía reconocí «mis nuevos adversarios» y con ella me hice mi mapa del mundo. En ese momento entra en juego la literatura. Cuando acabé la licenciatura estuve dudando entre seguir con una tesis doctoral o entrar de lleno en el mundo literario. Evidentemente opté por lo segundo. Con mi sentido del humor, mis exageraciones y mi ironía me encontraba mucho más cómodo con la literatura. Mis novelas eran la posible herramienta para mostrar los desgarrones del mundo. Y claro, el tiempo de preparación para la escritura fue largo, intenso y muy especializado.  

 

He escrito una novela en la que la fórmula principal
es la decencia, algo que hoy brilla por su ausencia.

 

 El fósil vivo es una novela inusual. ¿Cómo la encuadrarías o la definirías? 
Esta novela cumple algunas de mis pretensiones. Es una apuesta clara en favor de la literatura, la cual distingo de la narrativa. Desde mi concepción, la narrativa consiste en saber contar algo, normalmente se sabe contar una historia y se narra de manera correcta. Pero cuando hablo de lo literario no me refiero sólo a contar algo correctamente, sino que importa qué se cuenta y cómo se cuenta. La literatura no se la juega exclusivamente con una buena historia, es decir, con un contenido. La forma de contar no sólo es un adorno, pues debe transformarse en parte estructural de la propia historia. Forma y contenido —que no son lo mismo aunque sirvan a un mismo fin— son las caras de una misma moneda: la forma se encuentra en el mismo argumento y este a su vez forma parte del estilo. Depredo con el lenguaje para expresar lo que quiero, algo con lo que no toda la narrativa actual se atreve. En definitiva, creo que mi novela está dentro de esta visión literaria.
 
¿Podríamos decir que es una novela alegórica?
 
Yo aún diría más: es una novela simbólica. Obliga al lector al extrañamiento, ya que es imposible no extrañarse de todo lo que se cuenta, y de cómo se cuenta. Esta novela la concebí como una explosión. En ella no sólo explico cómo es el mundo, sino qué le falta y quiénes son los culpables de que el mundo sea tan «fearro» como es. Y aunque ese mundo se parece al nuestro tiene una gran dosis de fantasía y de humor. Más todavía: mi novela es una exageración premeditada. Cuando escribo asumo totalmente una idea freudiana: «en la exageración está la verdad». En mi opinión lo que no produce extrañamiento es rutinario y excesivamente real. La exageración es uno de los mecanismos que empleo para conseguir el extrañamiento.   

 

Depredo con el lenguaje para expresar lo que quiero,
algo con lo que no toda la narrativa actual se atreve.
 
Pero el lector también va a encontrar guiños constantes con la sociedad actual y con lo que pasa en la calle.
 
En parte sí, es un poco lo que te explicaba antes. Me interesa mostrar desgarros y fisuras de la sociedad en la que vivimos. Por supuesto, con la que está cayendo, este reto es bastante saludable y para ello me sirvo de la exageración y del sentido del humor. Intento con mi utopía negativa una exposición de «lo que no debe ser y ya es». En estos momentos en los que sólo se habla de desgracias y conductas morales reprobables, he escrito una novela en la que la fórmula principal es la decencia, algo que hoy brilla por su ausencia. La decencia está eclipsada por la indecencia y la corrupción, a todos los niveles. Y la decencia es mostrada como algo inalcanzable e incluso irrisorio, de tanto como nos hemos mofado de ella.  

 

¿Y hasta dónde se puede contar de El fósil vivo?
 
Mi novela cuenta algo que sucede en un mundo nuevo. Para hablar de ese mundo tuve que crearlo desde la fantasía, y además inventé un personaje —Ausonio— al que doté de características maravillosas, como por ejemplo una memoria inaudita que le hace recitar todo lo ocurrido en ese mundo, amén de tener en su cabeza todo un mamotreto o «sacrotocho», que es y que cuenta la historia de una generación de sobresalidos humanos comandados por un enviado, también llamado Primer Decente, cuyo nombre de pila es Modesto Bauer. Todo ello con el tiempo dislocado, con un personaje real que hace las veces de cuidadora de mi personaje principal, el tal Ausonio, quien además de mantener intacta toda la inocencia es un fósil vivo. El lugar en el que desarrollo casi toda la acción es en un museo estadounidense.
 
Sin centrarnos en tu novela, ¿cómo defines tu forma de escribir?
 
Mi literatura intenta conciliar las figuras del pensador y el escritor. El pensador que hay en mí no tiene un punto exacto al que dirigirse, pero sí sabe que cuando se escribe es contra alguien. Siempre he sabido que el idealismo no puede ser realista y yo siempre he sido un idealista capaz de vérselas con la polifonía de voces diferentes y ese perspectivismo al que nos obligan la multitud de personajes. Pero mi novela es cualquier cosa menos relativizoide. Por otro lado, siempre he pensado que al lenguaje no se le puede poner límites; eso ya lo sabía Cervantes, por eso yo intento no sólo buscar la palabra adecuada, sino la que produzca mayor concreción, aunque tenga que inventarla. 

 

Mi propuesta es la lectura y
yo quiero que la gente me lea.
 

 

 
La has publicado en la red y por el momento se puede leer gratis, ¿por qué?
 
Mi ilusión, o lo que es lo mismo, mi propuesta es la lectura: yo quiero que la gente lea, que me lea. Además el libro electrónico no es el futuro, sino el pasado. A la velocidad que vamos no tengo ni idea de a dónde llegaremos, lo que sí sé es que el libro de papel está más obsoleto que un surtidor de gasolinera. Evidentemente seguimos necesitando la gasolina, pero todo el mundo sabe que muy pronto, ese surtidor será un recuerdo lleno de polvo prehistórico. Al libro le pasa exactamente igual, por eso mis lectores tendrán que adaptarse a los tiempos nuevos, como lo he hecho yo.
 
Has escrito más novelas…
 
Sí, sí, llevo años trabajando en este mundo literario o, como diría mi Ausonio, en este «pisable». Dos de ellas quedaron finalistas en dos conocidos premios literarios. Tratan temas dispares, desde los problemas de psicología clínica, a la ciencia, al amor y sobre algo que conozco muy bien, la cultura japonesa. Una cosa sí que te puedo decir es que todas tienen en común una gran dosis de exageración y sentido del humor.   

 

El libro de papel está más obsoleto
que un surtidor de gasolinera.
 
 Y ¿cómo influyen tus experiencias en tus obras? Me refiero al judo, el campo o la filosofía.
 
Los ladrillos con los que se construyen las novelas evidentemente se cuecen en las experiencias personales, ya sean vitales o relacionadas con el poso académico que uno tenga. Respecto al judo escribí una novela con ese tema, desde dentro de mi alma, y con los sudores recordados de mi cuerpo. Y curiosa y paradójicamente la idea me la puso en bandeja un amigo, un poeta. Los poetas son casi como filósofos, sólo que sin método. Ya ve cómo son las cosas [se vuelve a reír].  El caso es que la filosofía puso en movimiento toda la racionalidad que tenía dentro, y sobre todo hizo de mí un hombre de lectura ambiciosa. Con dichos ingredientes me dispuse a dinamitar mitos e ideas. En cuanto al campo tengo un ambicioso proyecto al respecto, una especie de historia del campo asturiano… el paraíso en el que habito. En general, aunque las experiencias no se escriban literalmente, me parece imposible obviarla
s, pese a que la forma en la que se ordenen y recojan sea lo que hace que un escritor pueda llamarse como tal. Son el alimento, pero algo más, pues se parecen mucho a una cubertería con la que se mete en la boca la comida.
 
En la página 287, casi al final del libro se dice que «Los libros no hacen pueblos.» Comente, por favor.
 
Ese es justamente el idealismo al que apelo, mi sueño… Así que, aunque los libros no hagan pueblos, eso es exactamente lo que deberían hacer.
 
¿Y algún otro sueño?
 
Soy modesto [ríe]. Me encantaría construir una nueva forma de narrar que diera pie a un nuevo estilo literario. Algo así como una antinovela o contranovela. Con eso me conformaría… más o menos.

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