María Luisa Prada presentó en el Club de Prensa de Diario de León su novela La sombra del ámbar.
María Luisa Prada presentó en el Club de Prensa de Diario de León su novela La sombra del ámbar.
La poesía de Vicente Gallego es evocadora como una puesta del sol sobre el mar: contagia la incorruptible alegría de vivir. Recientemente este poeta valenciano ha publicado Mundo dentro del claro (Tusquets), un poemario en el que concede a la vida la posibilidad de eliminar las incisivas tinieblas. Autor de ineludible referencia en la poesía española más reciente y premiado gracias a libros como La luz, de otra manera, Santa deriva o Si temierais morir, con Mundo dentro del claro Vicente Gallego se congracia con el canto para alcanzar el dulce veneno de lo sagrado.
—¿Muestra su último libro la incertidumbre de estar vivo?
Sí y no. Sí, porque lleva esa incertidumbre a su consecuencia radical, que es la inexistencia de nuestras personas, puesto que la muerte significa el olvido absoluto de ellas con carácter retroactivo; no, porque, a partir de esa comprensión -que supone la paz y la dicha definitivas, el despertar o renacer a lo Real-, el libro canta el hecho absoluto de la Vida, la realidad ilimitada de la conciencia, que carece de forma y atributos y que es el fundamento desnudo sobre el que urdimos nuestras identidades pensadas. Sólo nace y muere -y además a cada paso- lo que nunca tuvo vida, nuestra identidad fabulada: "Soy así y así". Pero ni nace ni muere el Ser, es decir, el puro conocimiento en que se manifiesta todo lo conocido. Ese el es claro en que el mundo amanece a su realidad intemporal como expresión siempre presente del contenido de la conciencia cósmica. Lo que hace incierta la vida es creer que nos pertenece de manera personal, cuando la persona no es más que una manifestación de la Vida en el presente absoluto, ya que nada ocurre, aunque parezca lo contrario, más que aquí y ahora. Todas estas palabras y conceptos se hacen pura práctica de vida cuando la humildad, el reconocer nuestra nada última como individuos, nos toma el ser y la palabra. El que de veras admite que él ya no será mañana, tampoco cree ser hoy, y entonces la certidumbre, la alegría sin objeto se hace dueña de esa plaza felizmente vacante.
—Como en sus más recientes poemarios apuesta por una celebración de los sentidos…
Los sentidos son el órgano perceptor de la maravilla cuando no les atribuimos, en connivencia con la razón aprendida, la capacidad del conocimiento verdadero, cuya llave sólo tiene el corazón humano, el fondo del alma, que es donde se asienta el Intelecto cósmico. El budismo ha llamado prajñá a esta capacidad intuitiva que, sin pertenecer a la persona, está siempre presente en el hombre esperando ser despertada. Nuestra tradición habla del espíritu, el único capaz de conocer lo inmediato desde la propia inmediatez. No hace falta renunciar a los sentidos para que se nos revele la realidad que está más allá de su dominio, basta con reconocer su incapacidad para descubrirla, porque eso nos lleva a la introspección de manera natural y obligatoria. Ahora bien, cuando accedemos a la vivencia interior de la unidad de conciencia, los sentidos renacen con nosotros a un mundo renovado, y entonces es cuando no se cansan de ver, de tocar, de oler, de gustar, de oír la infinita verdad de la Belleza.
—¿Está muy marcado por la esencia mediterránea?
No sé muy bien cómo acotar un término tan amplio de connotaciones. Lo que sí puedo asegurar es que amo mi tierra, que nací al lado mismo del mediterráneo, y que luego he tenido la satisfacción de vivir los montes austeros y cristalinos que otean esa lámina azul. Rodeada de tanta claridad, inmersa en ella, mi poesía toma la palabra y se la encuentra dada en canto de gratitud y clarividencia.
—Hay dos poemas dedicados a la figura de Miguel Ángel Velasco, una pérdida notable para la poesía española…
No podré aquí, ni en ninguna otra parte, dar cuenta de lo que Miguel significó en mi vida. Hay verdades del corazón que las palabras no llegan más que a sugerir. Llegó en el momento justo y me abrió las puertas cuya llave había puesto en sus manos el destino, el gran maestro, puertas que conducían siempre un poco más hondo en mi inquirir, en mi pregunta radical sobre el sentido de la vida. En cuanto al poeta, para mi una de las voces más verdaderas de nuestro tiempo, estoy convencido de que nunca dejará de crecer en el alma de sus lectores. Me permito recomendar la lectura de sus tres libros póstumos, que verán la luz en un solo volumen en la editorial Tusquets este mismo año, quizá antes de verano. Miguel vivió por y para la poesía, y ella le reconoció con larga generosidad esa entrega enamorada.
—¿Es más que significativo el magisterio de Francisco Brines para los poetas valencianos?
Eso no sería más que reducir el alcance de su palabra, que surge en el seno de la mejor tradición castellana y se dirige, por tanto, a un público mucho más amplio, el cual la ha recibido con gratitud y aprovechamiento, pues es innegable, para cualquier lector de poesía, la creciente influencia que su obra ha ejercido, de una u otra manera, con más o menos intensidad, en la escritura de los poetas españoles. No he conocido a un poeta más auténtico, auténtico en el sentido de que Paco sólo escribe cuando lo obliga la poesía, casi cuando lo coge por el cuello y lo sienta a escucharla. Jamás se ha empeñado en buscar las palabras, y por eso, me parece, las palabras verdaderas se han empeñado en encontrarlo tantas veces.
—¿Puede cobrar la poesía la importancia social de antaño en estos días de desastre?
Cualquier importancia social que adquiera la poesía será siempre secundaria con respecto al trabajo que realiza en la conciencia y en la sensibilidad de cada uno de sus lectores. En ese terreno, la poesía está siempre de moda y se impone como una gozosa necesidad del espíritu humano. "La poesía es escuela de tolerancia", ha dicho muchas veces Francisco Brines con la lucidez del sabio, pero es además invitación a investigar en lo esencial, y escarmiento de vanidosos, pues el poeta no escribe como quiere, sino como se lo permite en cada momento la poesía. Por otra parte, todo lo que adquiere importancia social se acaba banalizando. Si hacemos con la poesía lo que ha hecho con la novela el fenómeno del best seller, prefiero que se quede en las catacumbas. ¿No le fue allí mejor a la palabra verdadera de Jesús que cuando la Iglesia se empeñó en institucionalizar su significado e imponerl
a por las bravas? Siempre es en lo solo y escondido donde se nos desvela lo más auténtico y asombroso de la experiencia humana.
UNA AVENTURA CULTURAL Exposición de Juan José Plans.
Inauguración 23 de abril. CMI Pumarín. Gijón Sur. c/ Ramón Areces, 7. 33211 GIJÓN.
Del 23 de abril al 20 de mayo de 2012
Con su última obra, Jorge Ordaz parece cerrar una trilogía de novelas “filipinas”, que inició con La perla de Oriente (finalista del Premio Nadal, 1993) y siguió con Perdido edén (1998). Si aquéllas se ambientaban en el siglo XIX, aún durante la época colonial española, en El fuego y las cenizas la acción se desarrolla en plena Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército japonés desembarca en Filipinas después del ataque a Pearl Harbor.
Estructurada en tres partes –además de un prólogo y un epílogo—, la novela nos relata las “maniobras clandestinas” que van urdiendo los personajes en los momentos previos a la invasión, “el fuego” de guerra y represión que se sucede en Filipinas “bajo la férula japonesa” y “las cenizas” que van quedando esparcidas en un país y una población que se ve condenada a habitar “entre ruinas”. En Manila, llevados por un instinto depredador, producto a su vez de una innata necesidad de supervivencia, se mueven personajes extremos, que son al mismo tiempo víctimas y verdugos de la situación en la que están inmersos. Son arquetipos de tantas narraciones donde se desenvuelven espías, sicarios, prostitutas, periodistas, políticos, empresarios y diplomáticos sin muchos escrúpulos, pero uno de los méritos de esta novela es que el autor ha conseguido que estos personajes-modelo aparezcan ante el lector como seres de carne y hueso, que en su deambular firme o escurridizo por los consulados, las lujosas mansiones, los clubes nocturnos o las cárceles más siniestras, sintamos con ellos el pálpito de la intriga, la crueldad de la violencia más despiadada, la viscosidad de sus traiciones o la silenciosa llama del amor. Los hechos históricos son el soporte de lo novelado, pero la realidad y la ficción están tan imbricadas en la trama que apenas se distinguen –y ya se sabe que para la verosimilitud de una novela esto poco importa- los episodios verdaderos de los inventados, de igual manera que se aprecia cómo los posibles personajes reales “dialogan” en el mismo plano con los imaginados por el autor.
Con un estilo literario de resonancias cinematográficas, Jorge Ordaz suele introducir los capítulos con unas referencias ambientales o históricas que enmarcan la escena que se va a desarrollar a continuación, donde la fuerza narrativa logra que el lector mantenga la atención en vilo, aquélla que se debe exigir a una buena novela que combina con maestría técnicas comunes a varios géneros: negra, espionaje, aventuras, histórica. De igual manera, en un despliegue de riqueza narrativa, el autor utiliza diferentes registros, como el diario y los diálogos escritos a modo de texto teatral.
Hay que agradecer a Jorge Ordaz que acerque una vez más al lector español un territorio tan olvidado por la literatura –ensayística y de ficción— en castellano, más aún si tenemos en cuenta que Filipinas fue la parte más oriental de aquel imperio donde nunca se ponía el sol. Igualmente hay que celebrar el valor –en el doble sentido de valentía y buena cualidad— de la joven editorial asturiana Pez de plata, no sólo por el especial cuidado que presta a la edición de sus obras, sino por la singular apuesta que hace por ilustrar sus libros. En este caso son de destacar los expresivos dibujos en blanco y negro de Enrique Oria, que, como si fueran planos cinematográficos, ilustran espléndidamente esta estupenda novela de Jorge Ordaz.
Sal dulce
José Ángel Ordiz Llaneza (San Martín del Rey Aurelio, Asturias, 1955), es licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Oviedo. Fue profesor de Física y Química en varios institutos de Educación Secundaria (principalmente en el «Padre Feijoo» de Gijón). El inicio de su labor literaria lo marca la novela corta Bosquejo de una sombra (Premio Diputación de Asturias 1980). Sus relatos breves han dado cuerpo a diversas publicaciones con las que ha colaborado, así como a sendas antologías. Parte de ellas han dado origen al libro Relatos impíos, merecedor del Premio de la Crítica de Asturias en el año 2009. Es autor de las novelas Las muertes de un soñador (Premio Cáceres 1994), Buenas noches, Laura (Premio Onuba 2006), Mujer te doy, El narrador de historias fantásticas, Las luces del puerto (Premio de la Crítica de Asturias 2010), y En aquel tiempo (editada por Quadrivium en 2011). La novela que ahora les presentamos, Sal dulce, fue seleccionada entre las diez finalistas del premio Planeta en 2010.
301 páginas.