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También en el fracaso necesitamos a alguien: Aire de Dylan, de Enrique Vila-Matas. Por Fernando Fonseca. 02/04/2012.

 

 

Enrique Vila-Matas

 

 
Aire de Dylan 
 
Seix Barral. 2012 
 
325 págs.

 

 

 

 
En el principio fue el fracaso. No veo con claridad que los narradores, en primera, segunda o enésima instancia, de esta historia sean o no unos fracasados, pero lo que sí se nos anuncia, de entrada, es que por Aire de Dylan deambulan seres expertos en el asunto, por cuyo motivo se supone que son invitados a un congreso en Suiza. Al menos uno de ellos (Vila-Matas personaje) tiene la intención de no escribir más y el otro (Vilnius/Dylan) indaga acerca del fracaso y el origen de una frase perdida en una película, tiene la intención de realizar un largometraje ciertamente imposible con el fracaso universal como leit motiv y propone la creación de la Sociedad Aire de Dylan, lo que no es poco para un vago, activo oblomovista.
Así de rápido entramos en materia. El narrador, stricto sensu, evita ser el protagonista de la novela, concediendo esa gracia a Vilnius, a través del cual llegamos hasta una figura que se hace entrañable desde su ausencia y su enigmática actitud fantasmagórica, a la vez que imprescindible a partir de su condición de deuteragonista (aprovechando el esquema teatral del libro). Me estoy refiriendo al padre de Vilnius, cuyos hilos parece manejar desde la ausencia de su reciente muerte interviniendo a capricho en la memoria y las sensaciones de su hijo, quien recibe dichas intromisiones como un hecho fantástico de memoria heredada.
Juan Lancastre —el padre de Vilnius— fue un escritor de mucho respeto y maestro en riesgos literarios o vanguardias y actitudes experimentales cuya existencia, bien distanciada de su esposa, la perversa, bella y adúltera madre de Vilnius, sirve para abrir uno de los caminos dentro de la novela, sin menospreciar las disquisiciones, no exentas de sentido del humor, acerca de la oportunidad en estos tiempos de las concepciones postmodernas frente a planteamientos clásicos de realismo y academia instalados en este país, provinciano desde los tiempos del Quijote (sic).
Otro camino se abre a partir de la frase Cuando anochece siempre necesitamos a alguien, que el indolente Vilnius se empeñó en atribuir a Francis Scott Fitzgerald desde que la escuchara en la película Tres camaradas, de Francis Borzage, dado que Scott figuraba como uno de sus guionistas, bien es verdad que en compañía de otros… (Bastaba con haber llegado a Harlem)
Empeñado en enriquecer su personal “archivo del fracaso”, Vilnius viaja a Hollywood dispuesto a indagar en torno a la dichosa frase, no sin considerar la posibilidad de que le pertenezca a él mismo. Pero finalmente descubre que es obra de un tal Harlem.
Vila-Matas, también en esta novela, mezcla sabiamente su peculiar costumbrismo (Barcelona y sus barrios, sus gentes, sus tiendas, sus cines, sus calles, sus cafés, sus turistas o sus librerías, junto al escritorio del autor en su antigua y ya legendaria casa) con el antídoto de sacar de viaje a sus personajes, generalmente con la excusa de encuentros o excursiones literarias (La Galle, París, Dublín, Lyon, New York, California…), para reafirmar lo que podríamos denominar como la afición provincianamente cosmopolita que tanto agrada a nuestro escritor. Al final, siempre nos deja a un “amigo” que nos invita a compartir su soledad melancólica fuera de casa. Y nos gusta acompañarlo con el calor intransferible de nuestro silencio, transportados por la maestría de Vila-Matas y sus cosas.
En Aire de Dylan el narrador —desde cierta técnica conradiana— nos cuenta lo que cuenta Vilnius y a la vez nos cuenta al margen de Vilnius y lo que piensa de él, de ese modo se enriquece el cuento que nos llega a partir de voces superpuestas y al amparo de ciertos presupuestos hamletianos.
Por su parte, Vilnius, que nos transmite la confrontación entre planteamientos “modernos” y los “clásicos” en el orden literario, compendia en su figura la estética y el entendimiento plástico de dicha confrontación, no en vano se nos dice que es un sosias de Dylan (los múltiples Dylan que conocemos), discípulo de Oblómov y, para mejor entendimiento, se tira un aire a Rimbaud (y es que el joven Rimbaud se tira un aire a Dylan; o sea, a Vilnius)
Y ahora nos preguntamos, ¿son verdaderamente modernos Dylan, Oblómov y Rimbaud?… (¿Qué piensas al respecto, Enrique?).

 

Recital 4 de abril Versos del alma, en Aula de las Metáforas. 29/03/2012

 Fundación Aula de las Metáforas

en colaboración con la Cofradía Cristo de la Buena Muerte, le invitan al recital

Versos del alma

a cargo de 

La caravana del verso

Miércoles, 4 de abril de 2012   |    20,30 horas    |   Capilla de los Dolores (Grado) Asturias.

 

Presentación de Manual de Tinta, de Nieves Viesca. 20/03/2012

 Presentación del poemario Manual de Tinta, de Nieves Viesca. viernes, 23 de marzo en el Centro Cultura Antiguo Instituto de Gijón. Acompañan a la autora Julio Obeso, Pablo Méndez (editor) y Dani García de la Cuesta (música). www.nievesviesca.com

Tito Montero: un ajuste de cuentas. Por Javier Lasheras. 20/03/2012

Tito Montero: un ajuste de cuentas.

No parece que una cafetería cualquiera del centro de Oviedo sea el lugar más propicio para hablar de una apuesta tan singular, pero Tito Montero (Oviedo, 1978), con su elegante vehemencia, nos muestra que en todos los sitios hay siempre un espacio para que la cultura se expanda. Toma un café que sorbe con parsimonia, una gasolina que estimula sus respuestas generosas y expresivas. El rostro alegre de este periodista cultural, sin trampantojos, acompaña convencido las palabras acerca de su primera novela. Una obra que también es un proyecto cultural atrevido, del que se seguirá hablando y que puede verse en www.10corsarios.blogspot.com.  

¿Qué tal ha ido la gira de literatura en estado puro?
¡Ha sido la leche! A todos nos ha sabido a poco. Cuando planteas una apuesta arriesgada, siempre tienes miedo a estar equivocándote. Si no se hace algo así habitualmente, llegas a pensar, igual es porque a los potenciales lectores no les importa lo más mínimo. Por suerte, estoy en condiciones de afirmar que al público le interesa. Y mucho. Hemos presentado la novela en bares de Oviedo, Gijón, Avilés, La Felguera y Mieres. La afluencia mínima de público ha sido de unas 60 personas. Es más, en la cuenca del Nalón incluso tuvimos que competir con el Barça-Sporting y, pese a ello, el bar se llenó.
Obviamente, el mérito es de Alfredo González -con Nacho Vegas, el mejor letrista de Asturias a mi juicio-, del humor de David Rionda y de la voz de Bárbara Munárriz, que leía los textos de la novela que iban salpimentando el espectáculo. Quise contacto directo con el público para presentar «10 Corsarios» y es lo que he tenido. Estoy encantado y con ganas de más, una posibilidad que, en vista de cómo ha ido todo, podría convertirse en una realidad.
 
«La novela habla sobre qué es capaz de hacer
una persona por conseguir sus objetivos».
 
Salamanca es de puta madre…
Hay que vivirla para entender su embrujo que, por cierto, puede llevar fácilmente a la perdición. Si encandiló a Espronceda hace tanto tiempo será por algo. Yo estudié la carrera en la capital charra y es un escenario que conozco demasiado bien. Le debía algo a la ciudad y ella también a mí. No será la última vez que la utilice para situar la acción de un texto. Seguro.
 
Debido a su profesión usted está muy cerca de realidades muy distintas y, además, una de las protagonistas de su novela, Ana Martos, también es periodista. ¿Cabe preguntarle a cuánto está el kilo de falta de escrúpulo?
Pues debe de venderse barato, barato, porque en esta profesión cada vez parece que hay menos. En la televisión, voy a centrarme en el medio con más repercusión popular, se ha establecido desde hace demasiado tiempo el criterio del «todo vale si genera buenos índices de audiencia». Una sociedad que mira hacia el otro lado ante eso, puede que tenga los medios que se merece, aunque los profesionales que trabajamos en ellos podemos mejorarlos con nuestro trabajo diario.
Yo vivo más feliz introduciendo criterios éticos en las cosas que hago. No vale mirar siempre hacia otro lado, hay que dejar de criticar y actuar. Eso es aplicable a todas las facetas de la vida y de la sociedad. No todo vale si genera audiencia, no todo vale aunque produzca beneficios. Debemos educar ciudadanos críticos, pero constructivos. Nos tragamos demasiadas cosas sin cuestionarlas.
 
En 10 corsarios, aparecen un editor, un agente literario, un lector, un crítico y varios autores muertos. ¿Da miedo ponerse a escribir?
Si. Hay que tenerlos como el caballo de Espartero (los cojones o los ovarios) para intentar meter la cabeza en el mercado editorial. Cuanto más conozco, menos me gusta. Me refiero a la industria, no a su fuerza de trabajo: los creadores. La novela habla de lo que puede llegar a ser capaz de hacer una persona por conseguir sus objetivos.
¿Cuántas cabezas seríamos capaces de pisar por triunfar? Y no hablo de económicamente, cada persona tiene sus oscuros anhelos y no tienen que ser precisamente monetarios.
 
«Yo vivo más feliz introduciendo
criterios éticos en las cosas que hago». 
 
Qué es necesario para ser un corsario comme il faut. 
Imagino que tener una patente de corso. Y en esta sociedad en la que vivimos hay muchas más de las que hubo hasta el siglo XIX. Es más, no solemos necesitar un documento firmado por un superior colocado en su trono por la gracia de Dios para atacarnos unos a otros con total impunidad. Debe de significar que pensamos que es lo normal. Así nos va
 
Ceroalaizquierda, telavachupartuputamadre, belenestabaniana,… cuéntenos a qué se deben estas palabras unidas y tan rápidas.
Licencias literarias, supongo. Conceptos que me gustaría poder explicar con una única palabra que no encuentro. Diseccionando el origen mismo de la cuestión lingüística, así nacen las palabra, ¿no? Hay que tener en cuenta que algo belenestebiano es muy difícil de explicar en un sólo vocablo, al menos de los que yo conozco. Todos se me quedaban cortos… (risas). Y, no obstante, resulta fácil de comprender a qué me refiero. No deja de ser un juego que me resulta divertido. Sé que hay lectores que no lo aprobarán, me consta; también me consta el extremo contrario. Salió así, me gustó y así se quedó.
 
El inspector jefe Millán, el inspector Luis Sirgo, la subinspectora Rosa Castro, ¿representan el bien, el mal o ni blanco ni negro y solamente son grises?
Depende del momento. Si, no y todo lo contrario. Van mutando a medida que se desarrolla la historia. Puede que esos arquetipos sean reales cuando los conocemos al comienzo de la novela; pero se comportan de diferente manera dependiendo de la situación a la que se enfrenten. He intentado que sean personas reales y los seres humanos, al menos con los que yo me relaciono, somos así. Son, somos, muy grises; pero capaces de brillar hasta deslumbrar o volvernos terriblemente oscuros.
 
Su novela, negra y literaria, suena a ajuste de cuentas.
Sin duda lo es. Es un ajuste de cuentas con muchas cosas que no me gustan de mi mismo y de la sociedad en la que me ha tocado vivir.
 
«Hay que tenerlos como el caballo de Espartero
para meter la cabeza en el mercado editorial».
 
Y a quién mataría usted ¿al autor, al editor, al agente, al crítico, al librero…?
Nunca mataría al autor antes de que cree su obra y nunca mataría al público al que va dirigida esa obra antes de que disfrute de ella. Cuando vi en youtube la conferencia de Hernan Casciari «Cómo matar al intermediario», me emocioné tanto como lo hizo su auditorio el día que la pronunció. Y lo hice a una gran distancia espacio-temporal. Con algo así H.G. Wells hubiese generado oro puro. La base de la comunicación es que un emisor genere un mensaje que le llegue a un receptor. Todo lo que ayude -pero de verdad- a que eso sea así me parece perfecto, incluso venerable. Todo lo que lo impida SOBRA.
En realidad, el problema es un sistema obsoleto y viciado enfocado, en la gran mayoría de los casos, a generar dinero. La cultura debe ser mucho más que algo rentable y ese ‘mucho más’ es lo importante, lo vital, es lo que le da sentido a todo. La labor de muchos editores –que descubren nuevos talentos que, de no ser por su trabajo, permanecerían ocultos-, muchos libreros –que asesoran fielmente al lector- y otros ‘agentes’ implicados en la industria del libro puede ser muy beneficiosa. Lo será siempre tengan claro que su objetivo último es que su labor, más allá de ganarse la vida dignamente, es hacer llegar las creaciones de unos –los autores- a las vidas de las otros -los lectores-. Igual hasta la sociedad gana algo más que dinero en el proceso. Por pedir, que no quede.
 
De los autores actuales en lengua española, ¿a quiénes recomendaría para empezar y a quiénes para ir terminando?
Lo primero de todo, decir que tengo una memoria de mil demonios. Horrible. Salamanca…
Siempre he tenido una especial debilidad por Vargas Llosa, pero me gusta recomendar a Pedro Juan Gutiérrez, su humor y su furioso realismo sucio. Podría seguir por Rafael Reig, por Menéndez Salmón, Alberto Olmos o Jon Bilbao. Y terminar por un tipo que siempre me alucina Vila-Matas y, por supuesto, Antonio Orejudo, tiene tres novelas espectaculares. Hay una que no me gustó, aunque también está escrita brillantemente. A Orejudo si que lo mataría si pudiese absorber sus poderes, mira.
 
Su novela también exuda cine por un tubo…
Es lo que me sale por los poros. Crecí leyendo novelas, pero también cómics y viendo mucho cine y mucha televisión. Mis referentes no pueden ser los mismos que los de alguien que imaginase una historia hace 50, 100 ó 200 años; por mucho que me gusten sus textos. Pienso en imágenes, como cualquiera que imagine; pero, en gran parte de los casos, pienso en imágenes generadas por otros. No tengo que imaginar San Tirso de Abres, Nueva York o Marte; ya los he visto. Eso, desde mi punto de vista, amplió hace tiempo las reglas del juego literario. En este caso exuda cine, en otro podrá exudar internet o qué se yo. Lo que no creo que vaya a exudar nunca son únicamente referentes literarios.
 
Y qué le recomendaría a un recién llegado para publicar una novela.
No estoy en posición de darle consejos a nadie. No obstante y por si le sirve de algo, le diría que intente ser objetivo con lo que hace que, obviamente, no le va a gustar a todo el mundo. El orgullo es mal consejero para hacer viables los proyectos. Si tras recibir y digerir el aluvión de respuestas negativas hacia lo que escribe, sigue creyendo con cierta objetividad en su creación, toca demostrar que realmente es una persona imaginativa y buscarse la vida para sobrevivir de una manera independiente. La industria le engullirá, le masticará y le escupirá sin remilgos, pero se lo pasará en grande durante el viaje. En esas estamos… 
 

De argayos, de Manuel Herrero Montoto. Col. Minimal. Número 3. Marzo 2012. 15/03/2012

Descárgalo en formato pdf pulsando en el texto de la izquierda o léelo en ISSUU pulsando en el siguiente enlace: http://issuu.com/escritoresdeasturias/docs/manuelherrero

 

De argayos, de Manuel Herrero Montoto

Presentación de Tendríamos que haber venido solos, de Guillermo Roz. 17/03/2012

 

Presentación del libro

Tendríamos que haber venido solos

de Guillermo Roz

(Nuevo Talento FNAC 2012).

Acompañará al autor Javier Lasheras.

Sábado, 17 de marzo de 2012. 19,00 horas. FNAC Parque Principado.

 

Donde la nieve, de Antonia Álvarez Álvarez. 14/03/2012

 

 

 

Donde la nieve

Antonia Álvarez Álvarez

Premio Leonor 2011

Excma. Diputación Provincial de Soria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rueda la noche ciega y en los astros

se enciende la pupila de unos ojos

cuajados de infinito.

                                    Y ahora mira

cómo la luz de manos suplicantes

se eleva entre los robles y convoca

los rayos de otro sol defenestrado.

Ya los dedos del alba

dibujan en la piel los laberintos

futuros de los besos,

los penetrantes clavos del olvido.

Yo conocí su nombre, el de la niebla,

el rayo de tormenta que en el monte

desvirgaba el crepúsculo, paría los arroyos.

Septiembres y abedules

crecían a la orilla del camino,

y aún los carros recorren

                                                                        las roderas del musgo y del pasado.

 

Mientras tanto, los cárabos, las grajas

presienten el invierno,

el frío terminal de los instantes

todavía incorruptos.

 

Del valle en sombra nacen blancas flores

heridas por la luna,

y ronda por la tierra del otoño

la antigua dulcedumbre de la nieve.

Es un poema de Antonia Álvarez Álvarez, de su libro Donde la nieve, Premio “Leonor” de Poesía 2011, Soria, 2012

El fósil vivo, de Alfredo Hernández García. 13/03/2012

El fósil vivo

 

 

 
El fósil vivo
Alfredo Hernández García
Asturias, 2012.
294 páginas.

Puedes leerla pulsando aquí

 

El fósil vivo de Alfredo Hernández García (Valencia, 1959) es la fantástica historia de una civilización perdida, conocida por todos, y narrada por un personaje llamado Ausonio. Los avatares de Ausonio con su cuidadora paleógrafa, María del Océano, traspasan todas las páginas de la obra.

Alfredo Hernández, licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, fue finalista del Premio Ateneo de Sevilla 2003 con La venganza del objeto y en el Premio Internacional de Novela Luis Berenguer con La princesa de los arcanitas en 2004.

 


El fósil vivo, de Alfredo Hernández García

El hombre de Angola, por Gerardo Lombardero. 11/03/2012

Novos parques nacionais para o Kuando - Kubango
                    El hombre de Angola 
 
             Apuntes para una ficción que se encontró con la realidad 
 
 
Es lógico que, en muchas ocasiones, nos preguntemos cuáles fueron las causas y las circunstancias que llevaron a un determinado autor, a emprender el sinuoso camino que va desde el origen de una novela hasta su conclusión final. Un camino la más de las veces, no exento de asperezas y en ocasiones, de errores en el plan trazado que obligan a rectificar la ruta. El título de este artículo, es también el título de una de mis novelas inéditas, que espera el momento adecuado para ver la luz, que no es otro que la editorial dispuesta a publicar una historia llena de anécdotas increíbles. Porque el hombre de Angola existe, es un portugués de avanzada edad que vive muy cerca de Oviedo y que pasó 25 años de su vida en África, dedicado a la caza como guía profesional.
Cuando lo conocí, todavía hablaba un portugués cerrado muy propio de las colonias lusas. Un idioma difícil de comprender para mí y que me obligaba a incesantes interrupciones y matizaciones sobre términos que ni con la imaginación más desbordante lograba asimilar. Muchos días, cuando me quedaba absorto en sus narraciones, iba tejiendo en mi cerebro un posible relato, lleno de cacerías, lugares remotos y exóticos que poco a poco fueron solidificando hasta que me dí cuenta de que tenía una auténtica novela entre las manos. Si a este soliloquio le sumaba las numerosas fotos con que ilustraba el relato, difícil era sustraerse a la tentación de llevar todo aquello al plano literario. Algunas imágenes mostraban un león cazado en plena sabana, un animal de enorme cabeza junto a la cual, el rudo cazador que parecía sacado de una película, era casi un pigmeo.
Los avatares de la vida, habían llevado al principio de los años 50, a un joven de Lisboa hasta Luanda, la capital angoleña, en busca de mejor fortuna. Aquel joven que comenzó repartiendo en una desvencijada camioneta productos de varios almacenes familiares, llegó un día al sur del país a un inhóspito lugar llamado Luengue-Luiana. Allí para su sorpresa, se encontró con dos portugueses que explotaban con éxito un campamento de caza mayor para turistas y que viendo su afición por la caza le ofrecieron trabajo. Tardó veinticinco años en regresar y de paso, me había dado el primer peldaño para la redacción de una novela que parecía imposible al principio. Nuestro cazador se llama Adriano Seabra y entre otros méritos, posee el de ser el único hombre blanco que resistió el ataque de un león. Eso sí, tras una estancia en el hospital de Luanda y varios litros de sangre en transfusiones.
 
 
La elaboración de esta novela tan tentadora por su temática no resultaba tarea fácil desde un principio. Sobre todo porque yo como autor, aunque había tenido ocasiones de practicar la caza, nunca lo había hecho en las sabanas africanas y menos sobre piezas tan impresionantes como existen en esa fauna. Pero la casualidad, con su mano impredecible, vino a facilitarme la labor y de paso, aportó una anécdota externa a un texto que se prometía muy rico en ellas. Un día entramos un amigo y yo en un local de hostelería del centro de la ciudad. Y sobre el mostrador, en un gran terrario había una iguana de respetable tamaño. Era propiedad de una amable y atractiva joven que regentaba el local, quien me permitió sacarla brevemente de su encierro y una vez colocada sobre mi brazo pareció taparlo por entero. La iguana y su exotismo nos llevaron a que yo le hablase del proyecto sobre el que estaba trabajando. Ella tras escucharme con atención, regresó a la barra con un libro que me tendió para que lo ojeara. Era una rara joya, encuadernado en tela gris, que delataba su edición a finales de los años cuarenta. Había sido escrito por un inglés, que había sido guarda en una reserva de caza durante treinta años y estaba salpicado de numerosas ilustraciones gráficas. Un tesoro, ya que explicaba con precisión los distintos lances y peligros a los que se había enfrentado, a lo largo de su dilatada vida profesional.
Cuando salimos del local, llevaba en concepto de préstamo el libro —que devolví al cabo de dos meses— y la certeza de que había encontrado la llave de la autenticidad de la narración. Yo le había señalado unos agujeros asimétricos que el volumen tenía en el lomo, para que se diera cuenta que tenía en el momento de prestármelo algunos desperfectos. No fue hasta llegar a mi casa cuando al abrirlo para ojearlo de nuevo, numerosas bolas metálicas rodaron sobre la mesa. Eran perdigones de los conocidos como «doble cero» que se usan normalmente en las cacerías del zorro. Los guardé en una bolsa y procedí jornada tras jornada, a dejarme guiar por los consejos de aquel inglés en el Kilimanjaro. Cuando finalicé el trabajo, ya me había hecho una idea clara de la procedencia de los proyectiles. Al devolvérselo, la joven me corroboró la historia que había pergeñado en mi interior. El dueño, gran cazador y propietario de una mansión en las afueras, celebraba en ella numerosas fiestas entre amigos y aquellos agujeros de lomo, no eran otra cosa que el producto de una exaltación alcohólica, que le llevara en su día a disparar en el salón a las estanterías donde reposaban los numerosos volúmenes que sobre temas cinegéticos acumulaba. Ni que decir tiene, que la devolución de los perdigones la hice con todos los honores junto al libro que tanto y bien me había servido.
 
Gerardo Lombardero es escritor.