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El cielo de las cosas, de Pelayo Fueyo, por David Fueyo. 20/10/2011

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El cielo de las cosas
Pelayo Fueyo 
Colección Mala Letra, Editorial KRK,
Oviedo, 2011.
 
 
 
Tras tres años de silencio poético Pelayo Fueyo vuelve a sumergirnos en su enigmático mundo de espejos ventanas y niños que nunca lo fueron. En El cielo de las cosas encontramos enigmas disfrazados de metáforas. Un descenso a la caverna de Platón en el que nos vuelve a proporcionar esencias tras las apariencias. De alguna forma un viaje al otro lado, a su otro lado.
 
Pelayo Fueyo, (Gijón, 1967) no es un poeta fácil. Tampoco él ha querido serlo, y sigue conformando con este poemario que lo suyo es un diálogo con las figuras en el que el lector puede interactuar solo si realmente lo quiere. Leer a Pelayo es sumergirse en un mundo extraño y maldito que raspa, que pica, que deja sin aliento y sabe a poco y a la vez empacha para luego, dejar que el resto del día sus poemas sigan ahí, con quien lo ha leído, porque es imposible que el espíritu sensible lea a Pelayo y sienta indiferencia. Sus versos aparecen por las calles, en los parques, en los bares para hacer sentir esa intranquilidad que transmite el poeta. No puedes comunicar a nadie lo que sientes, porque Pelayo y tú, solo Pelayo y tú sabéis que, como dice su prologuista para El cielo de las cosas, Luis Bagué Quilez,  sus versos están hechos de la misma materia de los sueños.
 
Publicado por la editorial KRK, dentro de su delicada (y aun escasa) colección Mala Letra, en esta ocasión Pelayo nos presenta apenas 21 poemas a disfrutar en pequeños sorbos. Deja en esta ocasión un gusto parecido en sus poemas a los recogidos en El mirador (Libros del Pexe, 1992) o a algunos de los que encontramos en la Parábola del desertor (Hiperión, 1997) haciendo resurgir en el ánimo del lector sensaciones y emociones del pasado quizá muy escondidas hasta sumergirlo en un mundo de ensoñaciones que, lejos de invitar a escaparse de él, pide sucesivas relecturas para involucrarse más profundamente en los propios secretos de la psique. En ese sentido Pelayo tiene algo (bastante) de cartógrafo para un viaje alucinante, haciéndonos descubrir nuestras propias cavernas en un incómodo recorrido desde el verbo hasta el sueño. Una travesía que él sigue realizando avituallándose de los grandes: Rilke, Mallarmé, Borges o T.S. Eliot entre otros. Con semejante alimento Pelayo tiene fuerza cuando habla de amor, pero no del evidente ([…]Cuando llegue la noche te besaré los párpados/ y te contaré el sueño donde te invento yo), de las sombras, propias y ajenas (Tu sombra es el silencio que reúne mi cuarto/ donde reposa un libro que me habla de ti […]) y de los laberintos que todos guardamos en nuestro interior con miedo a que un día afloren a la superficie de nuestra propia realidad (La lluvia, que ha mojado el laberinto,/ deshace la silueta/ del último transeunte […]).
 
Con un mundo propio que presenta ya desde su primera obra publicada, la magnífica, enorme Memoria de un espejo (Colección Zigurat, Ateneo Obrero de Gijón, 1990) Pelayo parece querer compartir los restos de un universo que posee en su interior y que poco a poco se hunde, compartiendo sus complejas emociones y reproduciéndolas en el lector sensible que es cómplice de su proyecto de escritura intrigante y enigmático. A veces no sabemos si es Pelayo como tal el que habla o si es algún antiguo mito antiguo quien, tras la peculiar voz de Pelayo, reverbera su llanto por la lejanía de su amada, o si es el propio espejo quien nos habla, o si son todos los muñecos que nunca hemos tenido y que ya muestran sus arrugas, o si es nuestra infancia la que emerge como en un sueño, o si, al cerrar su poemario todavía seguimos allí donde no somos dueños de nuestro pensamiento, porque en sus páginas aún permanece nuestra alma. Así es su cosmovisión, una estampa particular en la que todo, lentamente, parece en movimiento, la angosta ascensión a un puerto para así poder ver el horizonte de una forma más clara.
 
Pelayo es un autor a reivindicar. Barroco sin mostrarlo en sus versos, a simple vista limpios, incluso en ocasiones ágiles pero con un trasfondo complejo no apto para todas las sensibilidades. Su poesía es como esos falsos llanos que tanto odian los ciclistas. Abrir cualquiera de sus libros (y este no es para nada, excepción alguna) es decidir: Quedarse en la mera apariencia o conocer las esencias allá, en el cielo de las cosas.
 
David Fueyo es escritor. Su libro Cuaderno de Fuerteventura será publicado próximamente en la Colección Minimal de LITERARIAS.

Traveling blind de Leonard Cohen. Lectura de Fernando Beltrán y Niall binns. 17/10/2011

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LECTURA DE POEMAS DE
LEONARD COHEN
A CARGO DE
FERNANDO BELTRÁN Y NIALL BINNS
20 de octubre / 11,00 horas / Salón de actos del Campus de Humanidades. Oviedo

 

 

Jesús Palacios y José Havel hablan del cine de Dario Argento en el CICA. Viernes 7 y Sábado 8 de octubre de 2011.

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El Centro de Interpretación del Cine en Asturias celebra en este mes de octubre la obra de Darío Argento con una amplia retrospectiva que abarca más de quince películas, entre ellas obras maestras del cine como El pájaro de las plumas de cristal (1970), Profondo Rosso (1975) o Suspiria (1980).  

Además, el CICA indagará en el giallo, género que el director italiano forjó, con películas de otros realizadores y descubriremos otros géneros paralelos y mestizos como el poliziesco. El viernes 7 de octubre, después de la proyección de La mascara de cera (18:00 h), tendrá lugar, a partir de las de las 19:30 h., la conferencia Darío Argento: los ojos del giallo, la cual será impartida por el periodista y crítico nacional JESÚS PALACIOS, que ha colaborado con el CICA en la confección de la programación de este mes. A continuación, se proyectará Tenebrae (1982), film con el que Darío Argento cierra su visión del giallo. 

El sábado 8, se proyectará las 18:00 h. Phenomena (1985), y, acontinuación, a las 19:30 h., el analista cinematográfico del diario El Comercio  JOSÉ HAVEL pronunciará la charla Mis filmes preferidos de Dario Argento. Para cerrar la jornada, se proyectará la película Los ojos del diablo (1990), película de terror que adapta relatos de Edgar Allan Poe y que supuso la colaboración de Argento con otro maestro del terror: George A. Romero. 

XII Premios de la Crítica y VI de las Letras de Asturias. 5/10/2011

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José Ángel Ordiz,
Premio de la Crítica de Asturias.
 
El jurado otorga el Premio de las Letras de Asturias a Juan José Plans.
 
 
 
 
Ana Vega e Igor Pascual entre los premiados en otras modalidades.
 
Redacción.
Igor Pascual (columnismo literario en español), Pablo X. Suárez (Cuento en asturiano), Iris Díaz (Infantil y Juvenil en lengua asturiana) Ana Vega (poesía en español) y Rafael Blanco (ensayo)
 

Visitando los míticos escenarios del Spaghetti Western en Almería. Por David Fueyo. 03/10/2011.

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Olvídense de complicados efectos especiales, de la informática aplicada a los efectos especiales y de los cromas. De las nuevas películas grabadas íntegramente en estudios que reproducen Roma, el espacio, o la quinta Avenida. Olvídense de sofisticadas maquetas y de la postproducción digital. Aquí sólo hay polvo, calor y maleza. Todo es una gran ilusión óptica. Sólo cartón piedra e indios, vaqueros y bailarinas de can-can con acento andaluz. Esto es un pedacito (casposo y destartalado, eso sí) de Hollywood, que desde hace 50 años se ubica en la piel de toro. ¿Cómo un ser curioso por naturaleza como yo no iba a querer conocerlo? Pasen y lean. Esto no es Texas, es Almería, más concretamente su desierto, el plató de cine más grande de España. Texas Hollywood en el desierto templado de Tabernas.

A pesar de haber rememorado aquella misma mañana el célebre baño de Fraga y el embajador americano en España en la preciosa playa de Palomares, la radioactividad de la que las malas lenguas hablaban de la zona parecía no haber hecho efecto aún en mi cuerpo, por lo que sin novedad alguna, tras el baño nos dirigimos en dirección a Almería capital, primero, para luego desplazarnos tan sólo unos 25 kilómetros más hacia el Oeste, hasta encontrar el desvío hacia el pueblo de Tabernas.

Desde Oviedo habíamos planeado minuciosamente nuestro viaje. Ese día visitaríamos Mini-Hollywood, el pueblo del Oeste en el que, en teoría, se habían grabado películas de culto como Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964), La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965), Hasta que llegó su hora, (Sergio Leone, 1968),o  Le llamaban Trinidad (Enzo Barboni, 1970),  y un largo etcétera de películas, usualmente coproducciones hispano-italianas, con las que un servidor había crecido pegado a su pantalla amiga. Todas ellas forman parte de ese subgénero llamado Spaghetti Western, en el cual, para reducir costes, se simulaba el desierto norteamericano en las desérticas tierras almerienses. Aun así, no se lleven a equívocos: grandes actores y directores visitaron Almería para rodar muchos bodrios y alguna que otra superproducción. Almería aún rinde culto a John Lennon, el cual residió en la zona en plena efervescencia “beat” para grabar Cómo gané la guerra (Richard Lester, 1967). También son conocidos estos escenarios por ser parte del infinito paisaje que aparece en Lawrence de Arabia  (David Lean, 1962), así como en Los siete magníficos (John Sturges, 1960) y otros muchos clásicos del western, hasta llegar a la elevada cifra de unos 400 títulos grabados hasta la fecha sólo en la provincia de Almería. 

Así pues nuestro GPS nos llevó directamente a la entrada de Mini-Hollywood, el cual nos pareció, desde la entrada, más un parque de atracciones que unos viejos escenarios de película, tanto por su aspecto como por la enorme cola de la entrada, integrada básicamente por familias con niños, lo cual nos pareció un poco extraño. ¿Son los escenarios de aquellas películas realmente un sitio para que los pequeños pasen el día jugando y disfrutando?

Escamados, y dándonos cuenta de que esto no era lo que esperábamos, aparcamos nuestra Volkswagen justamente donde se anunciaba (con un cartel bastante oxidado y desgastado) otro lugar de similares características: “Fort Bravo”. Para aumentar nuestro desconcierto, justo enfrente de Mini-Hollywood, en medio del imponente paisaje desértico, parecía hallarse otro tercer escenario. Otro cartel señalaba en otra dirección: “Estudios Sergio Leone”. Imagínense nuestro dilema. ¿A cual de ellos ir? ¿Cuál será aquel en el que se rodó la célebre trilogía del dólar?

Gracias a nuestro móvil con Internet salimos de dudas: Mini-Hollywood es un moderno parque temático enfocado para los más pequeños. Cuenta con espectáculo de papagayos y zoo, además de los supuestos escenarios donde se han grabado “películas”, sin ser especificadas ninguna de ellas. No nos huele demasiado bien esa falta de información y buscamos la web de Sergio Leone Estudios. Nos cuenta que allí se han grabado cintas como Hasta que llegó su hora y Le llamaban Trinidad. De la trilogía del dólar ni palabra. Seguimos investigando con una conexión a Internet por móvil, raquítica y testimonial. Tras una espera de unos diez minutos mirando a la pantallita vemos que el viejo Texas Hollywood de 800 balas (Alex de la Iglesia, 2002) se llama en realidad Fort Bravo. Leemos que es el más antiguo y en el que más películas se han rodado desde que, allá por 1960, fuera creado por un consorcio cinematográfico con capital italiano y norteamericano con el fin de abaratar costes en el, por aquel entonces de moda, género de las películas del Oeste. 

La entrada a Fort Bravo se encuentra en una curva bastante peligrosa de la carretera A-92, unos tres kilómetros antes de llegar a la población de Tabernas. El camino hacia la entrada es angosto, casi lunar. A unos tres kilómetros del desvío se encuentra la entrada, y al fondo, el pueblo al estilo del típico far west. De mano destaca el enorme aparcamiento infestado de turismos, en su gran mayoría de alquiler. Las pegatinas en la luna trasera los delatan. Al llegar a la taquilla he de reconocer que la impresión que te llevas cuando el taquillero te apunta con una pistola directamente a la cara para pedirte los 16,50€ de la entrada ha sido para mi una sensación nueva y diferente. Nunca me había apuntado un desconocido con un revolver directamente a la cara para pedirme dinero. El precio puede parecer desmesurado, pero créanme, merece la pena. 

En Fort Bravo puedes tocar todo, porque seguramente no lo vas a dejar en peor estado del que ya lo está. No hay vigilantes ni cámaras indiscretas, por lo que nuestra curiosidad natural nos hace intentar abrir y cerrar todas las puertas, encontrando, en la mayoría de los casos, que el edificio que pretendíamos visitar (la barbería, la tienda de armas, o la funeraria) es únicamente su propia fachada tapando un pequeño descampado lleno de basura y maleza que ,a su vez, era la parte de atrás de otro edificio cualquiera. Otro caso muy común era aquel en el que entrabas en un establo y resulta que si abrías una puerta estabas en la cárcel
, y si abrías otra más estabas en el hotel. Otra tercera posibilidad era el que hubiera un edificio con cuatro fachadas, es decir, un edificio cuadrado con cuatro puertas, cuatro ventanas pequeñas al lado de la puerta, cuatro primeros pisos, todos ellos diferentes, y cómo no, en el interior un pequeño descampado en el que la maleza posiblemente crezca libremente desde los años 60. Así es Hollywood, amigos.

Todas estas sorpresas cutre-salchicheras  proporcionan a la visita un encanto sin igual. Aquí nada parece estar preparado para el turista, aunque se viva de él. Todo es ficción y nada ficticio. No hay nada de adorno para el visitante, los decorados son así, tremendamente desgastados y poco cuidados, sin mantenimiento aparente ninguno, pero dispuestos para rodar ahora mismo si así  lo desean. En pantalla al fin y al cabo todo queda bien y el show lleva sin parar desde los años 60, piénsenlo. Ese edificio tan bonito y aparente que aparece en la película del Oeste de la sobremesa posiblemente sea sólo fachada. Solamente fachada. Una ilusión óptica que aquí parece tan evidente que te llegas a sentir estúpido. ¿Cómo con unos escenarios tan chuscos en pantalla esto parece realmente el Oeste americano? La respuesta se encuentra directamente frente a nuestros ojos. Aquí y allí, y más al fondo, la nada. Casi la nada. Esta zona de Almería es un desierto de rocas, gargantas, precipicios, cañones, montañas lamidas y arena. Una zona pobre en recursos, pero rica visualmente hablando. En toda Europa no hay otra zona así, tan parecida al desierto de Nuevo México y Texas. De haber sido en algún sitio a este lado del océano tenía que ser aquí. Y ha sido aquí. 

Tras aparcar muy cerca de la “supuesta” mina que aparece en ese homenaje al pueblo de Tabernas y a su actividad cinematográfica que es 800 balas, nos dirigimos al centro de la villa. Tenemos suerte, el espectáculo del medio día será en apenas una hora. Mientras, visitamos el pueblo mexicano, en el que yo, con mi casi metro noventa de altura, parece que estoy en el pueblo de los pitufos. Las puertas tienen más o menos la altura de mis hombros y todo está blanqueado para que quede más aparente ante la cámara. Desde una perspectiva me parece el pueblo del comienzo de El bueno, el feo y el malo. Hace un calor insoportable. Me parece normal que en aquellas películas los actores aparezcan sucios y sudados. Llevo aquí cinco minutos y yo también lo estoy. Compruebo la dureza del cartón piedra. De una patada podría cargarme una casa. Me llama la atención una hilera de supuestas edificaciones cuya construcción está aprovechada hasta el máximo. Cuatro paredes y cuatro puertas y ventanas para cada casa. Según la perspectiva, el mismo pueblo es uno u otro. Al fondo hay un arco que según nos cuentan aparece en Los cuatro magníficos, aunque en realidad no lo recuerdo, y, enfrente, la casa de la pésima Los Dalton contra Lucky Luke (Philippe Haim, 2003), la cual, curiosamente, es la obra más mencionada por los figurantes y guías durante toda nuestra estancia, puede que a causa de que la mayoría de visitantes del estudio fuesen franceses y alemanes, siendo nosotros, los españolitos, al menos aquel día y según nuestras estimaciones, menos de la mitad del público presente.

Sobre nosotros, el público, llama la atención que, pese a la gran cantidad de coches, apenas se vea a gente visitando los decorados. Aquí todo está exactamente igual que lo hemos dejado al final de 800 balas, pero no me creo que esto sea un negocio cerca de la bancarrota. En el aparcamiento hay unos doscientos  coches, por lo que, más o menos a tres personas por coche, hacen unas seiscientas personas, por lo que pensamos que el negocio sigue yendo viento en popa, a pesar de que ya son muy pocas las películas que se ruedan en la zona.

El misterio acerca de dónde está la gente se disipa cuando comprobamos que en todo el recinto hay un saloon ambientado en el antiguo Oeste —se puede ver, tal y como se conserva hoy día, en la inefable Aquí viene Condemor, el pecador de la Pradera (Álvaro Sáez de Heredia, 1996), además de aparecer varias veces en la trilogía del dólar y más recientemente también en 800 balas—, además de un moderno restaurante “escondido” tras los decorados de la zona americana y que en esos momentos, justo a las dos de la tarde, está a rebosar. La existencia de estos dos establecimientos hosteleros, ambos con gran afluencia de público, corrobora que el negocio sigue yendo viento en popa además de comprobar una vez más que es totalmente cierto eso que dice un buen amigo mío de que “en España, en todos los sitios, por raros que sean, siempre hay un bar”. Tomamos una caña a buen precio y seguimos paseando por los decorados. Nos fotografíamos en la horca, situada en un cadalso de dudosa estabilidad y nos disponemos seguidamente a ver el espectáculo. Un espectáculo pretendidamente humorístico y de dudosa calidad, el cual ofrece una trama simple: el sheriff y su ayudante van a hacer un depósito de oro al banco, unos forasteros ven la jugada, asaltan el banco y se hacen con el botín. Seguidamente el sheriff pone paz arrastrando atados a un caballo y lanzando de un balcón a los malhechores. Los disparos suenan a pistola de juguete y los golpes y arrastres se ven bastante falsos. Me llama la atención lo rústico que es todo, ya que, lejos de haber un sofisticado sistema de seguridad para que el forajido caiga en un mullido colchón, veo cómo el truco para el salto de un balcón de altura hacia el suelo es un desvencijado trampolín que va a dar a un montón de alpacas de paja cubiertas de una sucia lona. El espectáculo es realmente pésimo, con continuas alusiones a Chiquito de la Calzada y a anuncios de la televisió
n actuales, pero entretiene casi cuarenta y cinco minutos. Luego nos damos una vuelta en carreta, incluida en el precio. Las dos pobres mulas tienen problemas al subir las pequeñas cuestas del decorado. El simpático figurante nos dice que llevan todo el día haciendo el trayecto y que están cansadas. No son más de las cuatro de la tarde, pobres animales, pienso, pero esto es un negocio y con todo lo que calculo que pueden recaudar en un día podrían tener varias mulas tratadas a cuerpo de rey para ir rotando en su viaje a los turistas que, como yo, quieren verlo todo rápido y bien, y mejor aún sin cansarme. Pese a ver estos decorados, pienso por un momento en Wall-E (Andrew Stanton, 2008), y en todos aquellos humanos orondos que sólo se desplazan en carretillas para no cansarse. En parte somos así. El paseo es bastante lento y da una sensación de decadencia que me encanta. A lo lejos vemos paisajes conocidos de a saber qué películas. Uno de ellos, quizá el mejor, el típico en el que el bueno se va del pueblo por un camino que lleva a las montañas, parece estropeado por una torre de alta tensión que, a buen seguro, han de evitar las cámaras que allí rueden. Ciertamente todo
Texas Hollywood parece viejo y abandonado, como si hiciera mucho tiempo que nadie rueda allí. Todas las fotos del saloon son de películas de los años 80 y 90. En la actualidad parecen más preocupados de seguir con las visitas de los turistas. No olvidemos que tienen un precio de 16,50€. Vemos también cómo se está construyendo una piscina y unos pequeños bungalows. Todo parece enfocado al turismo y no al rodaje. Quizá los tiempos mejores hayan pasado. Quizá 800 balas (Alex de la Iglesia, 2002), grabada en este mismo escenario, sea una clara fotografía de la situación actual. 

Antes de irnos nos tomamos otra caña, para olvidar que estamos casi a 40 grados y así recuperar fuerzas para visitar  el decorado que le da nombre al lugar, Fort Bravo, la fortaleza del ejército de caballería preparada para resistir los ataques de los indios. A simple vista impone, pero luego, a medida que nos acercamos se va volviendo cada vez más pequeña y más como de mentira. Una vez dentro de ella parece de juguete. Dentro todo está como a medio hacer o a deshacer, en realidad hemos caminado hacia ella para ver poca cosa, unos cuantos tablones y más cartón piedra.Después otra caminata hacia los “tippis” indios y nueva decepción. Son simples lonas pintadas con spray. Dentro de ellas no hay absolutamente nada, solo un nauseabundo olor que nos hace plantearnos qué hace esta gente con todo el dinero de las entradas y los rodajes. Aquí todo es de mentira y parece de la peor calidad. Ciertamente ahí reside gran parte del encanto de la visita. No nos llevamos ningún souvenir por tener unos precios bastante altos. Así como tampoco nos hacemos ninguna foto oficial con los disfraces que la organización pone a disposición de los turistas. Una fotografía son 7€. El software que las transforma en sepia está basado en Windows 95, y los disfraces tampoco son nada del otro mundo. Eso sí, hemos fotografiado cada detalle del lugar con nuestra cámara, para luego poder compararlo con los escenarios de viejas películas. Tras unas tres horas en el lugar abandonamos “Texas Hollywood”, dejando tras de nosotros una nube de polvo que hace que la visión de los escenarios parezca realmente la de nuestra huída de un pueblo del Oeste tras asaltar el banco. Decadente, destartalado y sucio, pero interesante. Pese a todo, nos vamos satisfechos mientras ya barrunto escribir un artículo, este artículo, sobre lo vivido.

Antes de llegar a la carretera general, mientras todavía sufrimos los baches que nunca llegan a ser charcos, mi señora y yo volvemos a hacerlo. Nuestros viajes suelen ser una buena mezcla entre lugares turísticos convencionales y otro tipo de lugares pretendidamente más freaks. Sobre este en concreto, antes de llegar a la carretera general ya hemos prometido volver en cuanto podamos. Volver al Oeste en nuestra Volskwagen-carromato.

 

Del hombre y el cosmos: El árbol de la vida, de Terrence Malick. Por José Havel. 02/10/2011.

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Solamente cinco filmes. El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) no es más que la quinta película de Terrence Malick en cerca de cuarenta años. Comenzó su carrera de cineasta con Malas tierras (Badlands, 1973). Esperó cinco años —pocos, tratándose de él— para realizar Días del cielo (Days of Heaven, 1978), la cual, después de un montaje de dos años, fue nominada a cuatro Academy Awards, recibiendo el español Néstor Almendros el Oscar a la Mejor Fotografía. Acto seguido, el director tejano aprovecha la suma de un adelanto proveniente de la Paramount, destinado a su próximo, proyecto para dar la vuelta al mundo antes de desaparecer. Veinte años más tarde regresaría cinematográficamente con La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998) y su reparto multiestelar. Entremedias nació la leyenda Malick, ratificada por sus nuevas obras, tanto por esta polifónica reflexión trascendental con soporte de filme (anti)bélico como por El Nuevo Mundo (The New World, 2005), que se hizo esperar siete años.

Y El árbol de la vida, cuyo estreno se esperaba desde hace dos temporadas, no ha sido la excepción a la regla, ni siquiera en relación al también legendario culto al secreto de Malick: en el momento de rodar en Smithville —suerte de intemporal paraíso perdido a una hora de Austin—, la Texas Film Commission defendió la película ante el gobierno federal sin revelar la identidad del realizador. Los proverbiales secretismo y dilación malickianos han merecido de nuevo la pena, aunque Terrence Malick, el último de los demiurgos eremitas del cine tras la muerte de Stanley Kubrick, parecía que no acabaría de terminar nunca su metafísica ‘odisea’ particular sobre la vida, la muerte, el origen del universo y sus sentidos y misterios.

El núcleo duro de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2011 se desenvuelve durante los años 50 en la tejana localidad de Waco —ciudad que pasó a la posteridad en 1993 a raíz de la masacre de los miembros de la secta protestante de los Davidianos—, mostrándonos la cotidianidad de una familia común: un padre autoritario (Brad Pitt, admirable, asimismo coproductor), una madre cariñosa (Jessica Chastain, en su primer gran papel) y tres hijos, uno de los cuales, Jack (Sean Penn), reencontramos en nuestra época, adulto, a la deriva entre los grandes edificios vítreos del liberalismo y de la deshumanizadora cultura del éxito, errante en la realidad de un universo aséptico que en verdad no habita, marcado por la muerte prematura de un hermano, tanto como por la severa educación recibida de su estricto padre.

Hasta ahora Malick había desarrollado su mística panteísta dentro del marco de un género, pero ahora hace de su ambición metafísica el tema mismo del largometraje. El simbólico árbol de la vida bíblico del título es el propio filme. Una viaje narrativo alucinado en torno al paso y las huellas de los seres humanos sobre la Tierra, una elíptica sinfonía poética a tumba abierta, en la que el cineasta —miniaturista y pintor de grandes frescos a la vez— despliega una rara libertad artística mediante su visionario genio formal; si bien su absoluta (y ambiciosa) sinceridad a pecho descubierto, quizá demasiado literal en lo filosófico, amenaza a ratos con volverse en su propia contra. Obligado es reconocer la belleza deslumbrante de su minuciosa puesta en escena, su capacidad casi mágica de corporeizar lo intangible y expresar emociones y fuerzas inefables, sin palabras, sólo a través del poder de la imagen, aliada con los sonidos y la música. Una pieza magnífica, grandiosa, inmensa, intensa, única, hija de la kubrickiana 2001: una odisea del espacio (1968). Trascendencia a veinticuatro imágenes por segundo.

 

 

XI Jornadas de Literatura. 2011

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XI JORNADAS DE LITERATURA
XI XORNAES DE LLITERATURA
 
LITERATURA Y PERIODISMO:

La ficción compartida
 
PRAVIA,11 y 12 de NOVIEMBRE / PAYARES. 2011
 
 
 
 
VIERNES 11
(Biblioteca Pública Municipal Antón de la Braña de Pravia)
 
19:00h. Inauguración Oficial
 
Intervienen: Mariano Arias, Presidente de la AEA; Pepe Monteserín; José Luis Vega, Obra Social y Cultural de Cajastur; Antonio de Luis Solar, alcalde del Ayuntamiento de Pravia, y Emilio Marcos-Vallaure, Consejero de Cultura del Gobierno del Principado de Asturias.
 
         19:15h. Cara & Calavera
  
Interviene: Jaime Herrero
Presenta: Mariano Arias 
 
20:00h. El Viejo Nuevo Periodismo
 
           Interviene: Silvia Grijalba
           Presenta: Manolo D. Abad
 
 
SÁBADO 12
(Biblioteca Pública Municipal Antón de la Braña de Pravia)
 
        10:30h. Francotiradores: literatura y periodismo cultural en webs y blogs
           
Intervienen: Jorge  Ordaz, Javier Lasheras y David  Fueyo
Presenta: Cristina Jerez Prado
 
         11:30h. El periodismo cultural: ¿un género en vías de extinción?
 
Intervienen: Luis Arias-Argüelles Meres y Miquel de Palol
Presenta: Ana Luz Suárez
           
         12:30h. Receso
 
         12:45h. El arte del columnismo
 
Intervienen: Pepe Monteserín, Alberto Piquero y Manuel Herrero Montoto
            Presenta: Armando Murias Ibias
 
         17:30h. Periodismo Pulp: cuando los periodistas eran hombres de verdad
 
Interviene: Jesús Palacios
            Presenta: Ernesto Colsa
 
         18:15h. Literatura y escritores como reclamos periodísticos
           
Intervienen: Manuel García Rubio, Eduardo San José y Ángel Gª Prieto
Presenta: Fernando Fonseca
           
         20:00h. Lo bueno si breve…
        (Biblioteca Pública Municipal Antón de la Braña de Pravia)
 
Recital de microrrelatos a cargo de varios escritores
Actuación musical de Igor Paskual           
            Presenta: Manolo D. Abad
 
 
FUERA DE PROGRAMA:
 
         00:00h. Pido la noche y la palabra
 
Recital literario nocturno a cargo de varios escritores.