Góngora leído por Borges. Por René Letona (01/07/2011).
Una vez, con su impecable estilo, Jorge Luis Borges comentó un soneto de Góngora, aquel que empieza: “Raya, dorado Sol, orna y colora…”.
El objetivo del comentario se declara en el último párrafo en el que Borges, que confiesa no creer “demasiado en las obras maestras”, afirma que cuanto más exigente se sea en materia de gusto literario tanto más posible será que se lleguen a escribir en su país estimables páginas. El propósito, por tanto, era didáctico y didácticamente se aplicó a señalar con ironía la imprecisión de los verbos en el renglón inicial, lo innecesario o enfático de los adjetivos en el primer cuarteto, el contrasentido en el verso tercero, la incongruencia de calificación en el cuarto (“el rojo paso de la blanca Aurora”), la excelencia metafórica del séptimo (“su generoso oficio y real costumbre”) y la finta de renuncia con que terminan los tercetos.
Y, puesto que se trata de degustar la poesía gongorina, Borges exalta el buen gusto de contraste de colores en el aludido cuarto verso, a un tiempo que censura la predilección por los lilas y violetas que manifestaba Juan Ramón Jiménez en sus propios poemas.
En el recorrido de este “examen”, pues así se titula: “Examen de un soneto de Góngora” (publicado en El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, 1926), asombra lo voluntarioso de este último juicio. Borges no se aviene a aceptar la inestabilidad y relatividad de los gustos. Él mismo indica el uso contrastante del rojo y el blanco como algo característico de los poetas renacentistas. Pero no advierte que lilas y violetas venían a ser colores en boga desde que el impresionismo en su paleta los favoreciera por el juego de sombras y descomposición de la luz. Son evocadoramente las flores de Ofelia que los prerrafaelistas y simbolistas habían puesto en imágenes; las ninfeas, las atmósferas del postrer Monet. Pero, junto a ese descuido de las vigencias, asombra aún más que Borges haya corregido la puntuación del original, rompiendo la unidad del poema de modo que, conforme a los puntos, de cada cuarteto hace una oración y de los tercetos otra, sin reparar que quizá allí se halle la clave de la composición gongorina. Al restituir comas y puntos y coma, según las ediciones autorizadas de Foulché-Delbosc y de Millé y Jiménez, queda así:
Raya, dorado Sol, orna y colora
del alto monte la lozana cumbre;
sigue con agradable mansedumbre
el rojo paso de la blanca Aurora;
suelta las riendas a Favonio y Flora,
y usando, al esparcir tu nueva lumbre,
tu generoso oficio y real costumbre,
el mar argenta, las campañas dora,
para que de esta vega el campo raso
borde saliendo Flérida de flores;
mas si no hubiere de salir acaso,
ni el monte rayes, ornes ni colores,
ni sigas de la Aurora el rojo paso,
ni el mar argentes, ni los campos dores.
Resalta, en el orden de la frase, que es una sola oración: desde los imperativos (Raya…, sigue…, suelta…) a las conjunciones y nexos conjuntivos (y…, para que…, mas si no…, ni…, ni…, ni…) que la modulan, repartiéndola en cuatro estrofas, cuyos límites desborda. Este proceder difiere de la tradición del soneto, tal como habría de transmigrar de Italia a España de las manos de Boscán y Garcilaso, en la que la tendencia general consistía en hacer que a cada una de las estrofas correspondiera oraciones completas, aunque por el sentido fuesen independientes entre sí. Ello muestra al genio constructor del idioma que era Góngora. Y si hay que resignarse al dictamen de Borges: el de la “medianía de los versos” y “los aciertos posibles y equivocaciones seguras” del soneto -todo lo cual bien puede atribuirse a la juventud del poeta cordobés (es uno de
los trece que escribió a los veintiún años de edad)-, ya despunta en él lo que le caracterizaría sintácticamente: la rítmica continuidad en espiral de la expresión, como se comprueba en los sonetos de su madurez.
Crítica de la razón imaginaria (A propósito de Canto a mí misma de Ana Vanessa Gutiérrez). Por Mariano Arias (24/06/2011).
“Permitiríame, puestos a plagiar, decir que el significado surge de cada cosa, de manera que todo lo que aquí surge no es más que el imaginario por el que se explica un poco más todo lo escrito y por escribir. Es una obra que, como yo, como la vida, va a estar siempre en construcción. Por eso, nada de lo dicho fue sentido directamente con la inteligencia, sino concebido más allá del corazón, allí donde sangra la herida (“Canto a mí misma”, La Cama, 2008).
Canto a mí misma es un texto definitivo en la obra literaria de Ana Vanessa Gutiérrez. Al modo clásico podía ser interpretado como la exposición no ya intuida, sino ejercida, expuesta, una poética.
Sin embargo, el ejercicio calculado de los principios que rigen el modo de ser y estar con la escritura no se proponen al arbitrio de una mera exposición lógica al uso (sin recurrir ahora ni a Horacio ni a Virgilio ni al postmodernismo). Parece querer apuntar al principio mismo de la concepción de la escritura como manifestación del ser, y no sólo del ser poético, dicho de otro modo, el de las vivencias personales sean subjetivas o sociales.
El texto referido, pues, no es sino una síntesis, a nuestro juicio, de esa nada velada exposición de los principios conductores no tanto de La cama, como del resto de su obra. No en vano lo denomina Canto a mí misma y queda situado al final del libro, como una coda, como exigencia no meramente formal sino capaz de justificar, si fuera necesario, el desarrollo de la escritura que le precede y proyecta.
1) Los términos expuestos capaces de dar sentido al eje sobre el cual se establece el núcleo central quedan referidos al mundo imaginario y al campo o ámbito de la inteligencia. ¿Es posible hablar, sugerimos, de un dualismo que divide el orden de las vivencias o su tratamiento? Vanessa parece sugerir una dicotomía acaso no tan tajante como una lectura primera pudiera desvelar. Sin embargo, para alcanzar ese concepto de imaginario recurre a la experiencia del objeto poético o escritural a comunicar: sabe que una tal objeto perdería su sentido sino se la nombra, sin ser portadora de una grafía la cual da sentido, o lo que es lo mismo significación: “el significado surge de cada cosa” (pág. 76)y entonces la apelación al imaginario concede sentido a lo escrito. ¿Cuál es ese sentido que mantiene vivo su concepto? Apelemos a una definición sumaria: la imaginación es la capacidad para reproducir mediante imágenes visuales, percepciones sensitivas, mediante palabras o signos gráficos también, el objeto directo referido. Acaso convendría dejar claro que ese sentido está asumido por la capacidad de intelección volitiva para discernir el significado del objeto, múltiple por cuanto se trata de hacer significativos tanto hechos individuales como subjetivos o pasionales, en el territorio de los sentimientos o en el de las relaciones humanas. Esta es la cuestión.
2) Tal dualismo formal (permítanme la expresión) se establece al incluir el término inteligencia (Ibid.). Vanessa parece desear, para completar el bucle explicativo de su poética o canto, tal expresión: inteligencia. Tal empeño viene a salvar la cualidad del razonamiento, de la argumentación lógica, capacidades acaso enfrentadas al fluir del pensamiento cuando éste se sostiene sobre los sentidos y las pasiones, sobre el prejuicio y la ignorancia, sobre la prudencia. Toda la carga de las palabras creando el propio discurso capaz de cambiar el propio objeto queda subrayado en el imaginario, ya sea colectivo o individual; en última instancia, en el último rincón de la creación literaria o artística está presente esa conciencia lúcida entrevista en el grabado goyesco a principios del siglo XIX, “El sueño de la razón produce monstruos”.
Y sin embargo, palpita en Canto a mí misma la carnalidad de la palabra, no el pensamiento enfrentado a lo irracional, la nada al ser, por más que la frase final pueda sugerirlo: “Por eso nada de lo dicho fue sentido directamente con la inteligencia, sino concebido más allá del corazón, allí donde sangra la herida”. ¿Es que la palabra no es suficiente para comprender la angustia, lo irracional instalado en el ser, la ignorancia de nuestros actos, de nuestra herencia del sufrimiento, del horror tan bien descrito por Goya? Acaso sea posible, pues lo contrario nos hundiría en la superstición, en la opinión superficial de nuestros sentimientos, sentidos, razones e historia. Y Vanessa elige una vía fundada en la inteligencia, avanza una línea, un párrafo más allá. Nos habla de la mujer huérfana, de desahucio, de desgarro, de una mujer enfrentada a ella misma y al mundo en la conciencia de que la vida es construcción constante.
Concluyo ahora: en la poética de Canto a mí misma planea ese propósito de construir lo real, el objeto poético sobre la base de la escritura, de los signos gráficos (así sean ellos visuales), fijando sus límites y accediendo al plano de la argumentación, por más que en este arco tensionado hasta el agotamiento perviva esa lucha contra el significado objetivo de las palabras. Es lo que podemos denominar razón imaginaria. Ahora el dualismo se disuelve, la razón guía la estética de la escritura, la inteligencia de la actividad creadora. Y en el extremo de este artificial o retórico dualismo, espléndido recurso como hemos comprobado, nos viene desde la memoria el clásico dramaturgo y poeta inglés W.S. Gilbert (1836-1911) quien supo expresar bellamente su malestar de estar en el mundo de las “Bellas letras” con una afirmación tajante, lapidaria: “His foe was folly, his weapon wit”, es decir: “Su enemigo fue la locura; su arma el ingenio”.
La locura del desgarro entre el yo y el mundo: el ingenio capaz de alcanzar la lucidez de tal desgarro. Una apuesta. Vale.
Gusanos y mariposas. Por Armando Murias Ibias (18/06/2011).
Nadie parece dudar que la Literatura empieza a andar con los primeros pasos bípedos del ser humano. Pocos cuestionarán que le sirvió de escudo o de lanza en sus aventuras cuando el homo sapiens se dispone a arrebatar a otros iguales un pedazo de tierra (o de agua). O cuando quiere mantener (o idealizar) la memoria de los hechos. La Ilíada, la Eneida, Os Lusíadas o El corazón de las tinieblas no son más que la punta de un iceberg que flota en el océano de la narrativa universal.
Así, a lo largo de la historia la Literatura va estableciendo fuertes lazos de hermanamiento con todas las actividades humanas porque, como ya escribió Terencio, “nada humano me es ajeno”. Se funde en un solo cuerpo con la Filosofía (Utopía de Tomas Moro), con la Teología (La Divina Comedia o la mística española), con la Justicia (las Partidas de Alfonso X), con la Geografía (El Don apacible de Sólojov), con el Turismo (Vida de Santo Domingo de Silos de Gonzalo de Berceo), con la Economía (Introducción a un discurso sobre el estudio de la Economía civil de Jovellanos), y un largo etcétera.
Quizá una de las relaciones más tardías de la Literatura sea con la Medicina. Es verdad que hubo escarceos, pero casi siempre con más recelos que encuentros.
En 1615 publica Cervantes la segunda parte del Quijote, y allí cuenta la aventura de Sancho Panza como gobernador de la ínsula Barataria. Por fin el escudero era dueño de algo, pero va a ser un médico el que le amargue su mayor placer: el de la mesa. El primer día que le sirven el almuerzo como gobernador, se encontró acompañado de un caballero que, a cada plato que le servían, le decía latinajos incomprensibles con alguna cita de Hipócrates, a continuación le tocaba el plato con una varilla y poco después se lo retiraba. Y así hasta que Sancho –encendido en cólera- le pide explicaciones y el caballero le responde que en su calidad de médico debe atender a su salud y que por eso impide que coma lo que podría hacerle mal.
Más corrosivo es Quevedo con la Medicina en nuestro Siglo de Oro. A los médicos los llama “calavera”, “Herodes”, “licenciado Venenos”, “oficio de difuntos”, “la peste” o “verdugos”. En el romance “Quejas del abuso del dar a las mujeres”, el autor parodia la mirada de las mujeres con la sátira de los médicos como matadores:
Los médicos con que miras,
los dos ojos con que matas,
bachilleres por Toledo,
doctores por Salamanca.
O cuando se refiere a los dentistas en “Sacamuelas que quería concluir con la herramienta de una boca”:
¡Oh tú, que comes con ajenas muelas!
En otro lugar, en la corte francesa, Molière también critica la pedantería y las mentiras de los médicos ignorantes en dos de las comedias más conocidas, El médico a palos (1666) y El enfermo imaginario (1673). En ellas los galenos se refugian en el misterio de sus palabras ininteligibles y en sus gestos presuntuosos.
Habrá que esperar al siglo XIX para que el Realismo cambie esa situación tan distante entre Literatura y Medicina. Es en el momento de las grandes revoluciones (la industrial, la burguesa) cuando la influencia de los científicos (Darwin, Mendel) va a configurar un nuevo mundo. Un mundo en el que el escritor comienza a observar la sociedad (y la trama literaria, por tanto) como si fuera un cuerpo que se rige por las inexorables leyes del determinismo biológico y ambiental.
Es el caso de Flubert (hijo y nieto de médicos) con su obra Madame Bovary (padre de la novela moderna, según mantiene Mario Vargas Llosa). Al final de la novela el autor hace que sintamos en nuestras carnes la terrible agonía y posterior muerte por envenenamiento a causa del arsénico que ingiere la protagonista, esposa de un médico.
A partir de la obra de Flaubert, se puede decir que el maridaje entre Literatura y Medicina llega hasta nuestros días con la ilusión del primer día. No es necesario recordar los casos del médico y excelente escritor Antón Chéjov o de nuestro Pío Baroja con El árbol de la ciencia, o del malogrado Luis Martín Santos, autor de la que es para muchos la mejor novela española del siglo XX, Tiempo de silencio, protagonizadas ambas por un médico.
La prueba de que esa relación nombrada más arriba está viva y coleando la tenemos en estos días aquí, en Asturias. Dos médicos acaban de sacar al mercado obra literaria. Y no es la primera vez que lo hacen.
El psiquiatra ovetense Ángel García Prieto tiene en su haber numerosos libros de la especialidad médica, pero quizá sea más conocido por su devoción por el fado y por Portugal (Viajes de novela, 2006; El fado, desde Lisboa a la vida, 2007; Una mirada entrañable. Lecturas y viajes del Portugal vecino, 2007; Viajes con letra y música, 2008, 2009 y 2010; Fado y psiquiatría, psicopatología de la “saudade, 2010), donde quedan patentes los caminos que recorre y la música que le acompaña por el país vecino. Con el último libro (Portugal, país, posada y paraíso. DG ediçoes, Portugal, 2011), Prieto nos propone un recorrido por las diez regiones portuguesas, con paradas en las ciudades más representativas, por los ríos que atraviesan sus campos dándoles vida, por los rincones donde se detuvo la eternidad, en definitiva, por las tierras de la melancolía y de los conquistadores, de los poetas y de los vinos, de las leyendas y de los monasterios. Un país para detenerse, como indica el título.
El escritor alemán Goethe puso en labios de Wagner, el asistente de Fausto, el aforismo hipocrático «Vita brevis, ars longa» (Breve es la vida, largo el arte). Esta máxima nos la viene a recordar Jesús Rodríguez Asensio con su libro Borrón de tinta en la segunda hoja, Colegio Oficial de Médicos de Asturias, 2011. Este ovetense ejerce la especialidad de Otorrinolaringología, y eso queda patente en uno de los cuentos que componen el libro, en el que también aparecen otros que fueron premiados en diversos certámenes (Villa de Navia, 95; Asociación Nacional de Médicos Escritores y Artistas, Asemeya, 96; Valentín Andrés de Grado, 98 y 99; Cuentos para olvidar el dolor, 2000). Como el arte es más largo que la vida, el autor nos recuerda los eternos enigmas con los que nos atosiga la vida y que permanecen en el arte de todos los tiempos: la incertidumbre del ser humano, la fuerza de lo mágico, el dolor y el humor, el silencioso paso del tiempo, casi siempre en un paisaje difuminado, casi espectral. En definitiva, arte y vida, Literatura y Medicina de la mano.
Un día, el premio Nobel de Literatura Bernard Shaw estaba en su casa inglesa y el jardinero le dijo: «Señor, el jardín está lleno de larvas», a lo que el dramaturgo le respondió: «¡Qué bien! Entonces tendremos mariposas». Sirva esta anécdota para entender mejor que donde los médicos diagnostican muerte y gusanos, la Literatura recrea el vuelo de unas hermosas mariposas.
Armando Murias Ibias es profesor de Literatura.
La mirada aliella / La mirada atenta, de Antón García. 15/06/2011
La obra de Antón García ocupa un lugar central en la poesía contemporánea de Asturias, tanto en la escrita en la propia lengua asturiana "que es la suya" como en castellano. Esta antología bilingüe aspira a presentar al lector peninsular una de las más indiscutibles y canónicas voces del Surdimientu, el movimiento de renovación sin precedentes que sacó a la exangüe literatura en lengua asturiana de una agonía de siglos y que cuenta con los mismos años que nuestra existencia democrática.
La profesora Araceli Iravedra, autora del estudio preliminar de esta selección, pone de relieve las preocupaciones y motivos que, desde el primer libro de este autor, toman asiento y permanecen a lo largo de su obra: el amor y el desamor, el destierro, la amenaza del tiempo y su conjura, el poder terapéutico de la poesía o, más ampliamente, la reflexión metapoética, allí donde aquella verbaliza la voluntad lingüística que la promueve.
Para Antón García el poema esta hecho«de palabras que mueren», como «una idea que queda / en el aire manso de los días, / a cubierto del que nunca perdona, / de ese tiempo que teje para todos / en el vacío / la muerte y la vida». Su poesía, comunicativa y aparentemente cercana, a veces impresionista y con la que busca poner a salvo del olvido su idea de la vida, no renuncia a algunos rasgos experimentales. A través de ellos profundiza en lo que tiene de irracional su visión de lo cotidiano, expresándose siempre con palabras claras que encierran la memoria de su frágil espacio identitario.
La literatura asturiana de las tres últimas décadas sería muy distinta sin la constante e intensa intervención de Antón García (Tuña, 1960). A su novela Díes de muncho (1998) se une su trabajo de historiador de la literatura, crítico o traductor, poniendo en asturiano obra de Clarice Lispector, Álvaro Cunqueiro o Eugénio de Andrade, junto a otros poetas de diversas lenguas y culturas. A ello hay que añadir su actividad editorial, con Llibros de Frou (1983-1986, la más antigua iniciativa privada de edición en asturiano), Trabe (1992-2007) o ahora como editor y director de la revista Campo de los Patos (2011).
Sin embargo, es su quehacer poético el que se mantiene a lo largo del tiempo y el que, sin ser muy extenso, mejor resume su compromiso literario. En el año 2007 recoge y reordena bajo el título La mirada aliella sus tres libros editados, Estoiru (1984), Los díes repetíos (1989) y Venti poemes (1998, que crece notablemente y cambia de título para llamarse Tierra adientro). En aquella recopilación está el origen de esta antología que él mismo selecciona y traduce al castellano.
Texto correspondiente a la página web de la editorial TREA
Las tres caras de un mito en la literatura griega: la figura de Prometeo, por Violeta Varela. 14/06/2011


us acciones no significan la salvación para nadie. Ya no estamos en una sociedad primitiva en la que la técnica está empezando a instaurarse y a hacerse un hueco en el sistema social, se trata de una sociedad política compleja que ha incorporado ya a comerciantes y artesanos y a la que le urge encontrar la clave para la convivencia entre sus habitantes (ciudadanos, mujeres, esclavos, extranjeros), a la vez que debe regular sus relaciones con otras ciudades-Estado, como Esparta, o con otros imperios, como el Persa. Ante esta situación el hallazgo del fuego queda minimizado y son las habilidades políticas las que toman ahora el relevo como protagonistas, por eso en el diálogo platónico lo que enfrenta a Platón y a Protágoras no es la significación de la figura de Prometeo: ambos están de acuerdo en que significa más bien poco. El diálogo derivará en una discusión política: lo fundamental no es el conocimiento técnico, sino la posesión de las virtudes políticas por parte de cada uno de los pobladores de la pólis. Lo que enfrentará a Protágoras y a Platón es la forma de enseñar esas virtudes políticas y la significación de las mismas. La técnica sigue siendo fundamental, pero se trata de una parte del engranaje social que se encuentra muy asimilada. Está perfectamente regulada, su significación social se encuentra delimitada y definida y su utilidad económica y civilizadora es clara, no es ya un problema a solventar, mientras que el estatuto ciudadano es algo que exigía cada vez más reflexión y análisis.

El fuego y las cenizas, de Jorge Ordaz. 14/06/2011
1941. Tras el bombardeo de Pearl Harbor, las tropas japonesas desembarcan en Filipinas ocupando la ciudad de Manila. Durante la Segunda Guerra Mundial la capital se convertirá en el campo de batalla que enfrentará a los americanos con el imperio nipón y que culminará, en 1945, con el fin de la ocupación japonesa. Pero no a cualquier precio. Miles de muertos de ambos bandos, una ciudad devastada por el fuego de los bombardeos y la sangrienta masacre civil dan testimonio de la implacable brutalidad de la guerra.
Con este trasfondo histórico Jorge Ordaz nos presenta una intriga, a modo de thriller de espionaje internacional, en la que la realidad y la ficción conviven en feroz disputa. Intrigas y luchas por el poder, dobles espías, asesinos a sueldo y empresarios sin escrúpulos participan en un juego de máscaras e identidades en el que nadie puede fiarse de nadie. Una trama que marcará a fuego la existencia de unos personajes dominados por la violencia y el afán de supervivencia. José Alfonso Ximénez de Gardoqui, Rummy Cumplido, Kate Ferguson o Gloria Calisig son, entre otros, parte fundamental de una historia despiadada y sincera, relatada con la mayor crudeza. Una historia de cuyo desenlace dependerán sus vidas.
Longares, por Use Lahoz. 13/06/2011
Jorge Semprún, la escritura, la vida, por Mariano Arias. 9/06/2011
Pero el compromiso de Semprún fue con la verdad y la memoria, con Europa y con la libertad. Entrar a definir esos dos conceptos es entrar a leer su obra inmensa, en modo alguno gratuita en una sola de sus páginas. Confundido o derrotado jamás negó su culpa ni su error. Es precisamente ese compromiso hoy devaluado entre la intelligentsia europea, el que arrastra a Semprún a ser un valedor de su acción y ejercicio literario.

ald.