Retoñar a primavera, de Juan García Campal. 25/08/2010. De próxima publicación en Una noche de verano.

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Retoñar a primavera
 
¡Pare…, deténgase! ¿La ve? ¡Mírela!
Esa ofuscación en negro que avanza tarda, cansina en la penumbra, esa sombra que levantada del suelo marcha sobre la polvorienta senda que parece refulgir a su obscura presencia, esa silueta que ya nuestros ojos se atreven a aceptar fiados al propio discernimiento, eso… Eso es un hombre. Un hombre otoñado.
Diríase que va hacia el ocaso. Mas no, no habríamos podido así mirarlo si el sol aún permitiese horizontes. Y la luna, ya ve, hoy es ausencia.
Mírelo. Podría decirse que acusa su espaldar la carga de historia que lleva en su mente. Y eso, aun no siendo la historia toda, general y humana, la que acarrea. Que es esa que aún más rotunda resulta cuando se presenta plena de vacío. La del propio hombre ante la lacerante certeza de su presente, ante el tajante saldo de sus sueños, rotos; de sus ilusiones, perdidas. Y, sin embargo, unos y otras tan presentes, tan dolientes. Tal que brasas pisadas fueran.
Fatiga y miedo siente. Sólo eso. Temor y cansancio es. Ni tan siquiera tristeza lo invade, ni tan siquiera rabia lo revuelve. Sólo es, ¡véalo!, ¡mírelo!, cansancio y miedo. Todo derrota es él. Vencido va.
Sigámoslo a distancia. Prudente, ni mucha ni poca, justa. Si mucha, quizá perdamos atención, le desertemos, regresemos a nuestras cosas; si poca, acaso quebremos su abandono, quizás lo traigamos a la comedia de tener que ser quien, ahora comienza a saberlo, no es. De ser para nosotros, de ser papel. Dejémosle solo hombre ser, continuar en él.
¿Qué he hecho de mí? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué he muerto? ¿Ha sido muerte accidental, o he cometido suicidio, cobarde y lento? ¿A quién culpar, acto inútil; a quién responsabilizar de tan larga agonía? No otro que yo se instaló en la esperanza; no otro ofreció sus hoy al ilusorio devenir de un mañana cumplido, redentor. No otro huyó de su pasado recién. Hoy será, quizás mañana. Siempre, ¡Mañana!, esa antropófaga idea, ilusoria e incierta. ¡Cuánto presente malgasté en el dolorido ayer, por el confiado, deseado por venir! ¿En qué ayer quedé?, ¿en cuál me perdí?, ¿dónde renuncié? ¿Cuándo decidí tan sólo sobrevivir? ¿Cómo resistí el presente? ¡Ah, negaciones! ¡Ah, huidas! ¡Ah, cobardías! ¡Oh, muerte! ¿Qué fue de mí? ¿Qué tengo? Si por tener, ni a mí me siento. Frío soy, frío tengo, oscuridad, invierno. Opacidad, frío y miedo. Frío y miedo. Miedo.
¿Qué hace? ¿Se abraza? ¿Frota su torso, sus brazos? ¿Levanta en esta tibia noche el cuello de su polo? ¿Rasca sus ojos? ¿Enjuga sus lágrimas? ¿A qué se arrodilla? ¿Por qué se dobla? ¿Por qué aún más se agacha? ¿Qué lo ovilla? ¿Son esos espasmos anegación en llanto? ¿A qué pozo, ese hombre, se ha asomado? ¿Es todo él pasado? ¿Qué presente lo atormenta?
¡Espere! ¡Déjele! Ha de vivirlo, pasarlo. Además, mire dónde se haya. Justo en la encrucijada. Si a la izquierda, la playa. Si de frente, el acantilado. ¡Espere! ¡Déjele! Es sólo un hombre. Vencido está. Sí. Mas de rendirse o no, soberano él es.
No puedes permitirte este estado. Eres pura pasión, te deleitas en ella. Como siempre. ¿Para cuándo la acción? ¿Qué para la reacción, qué para la asunción, qué para la determinación? Eres esclavo de tu debilidad, pura miseria.
¿A la playa? No. Sería nueva huida. De alguna manera propondría el aplazamiento, evitaría la decisión; cada ola sería una duda, de sí, de no. Demasiado camino que recorrer, demasiada resistencia a vencer. Y no eres fuerte. Estás cansado, vencido, derrotado. Además…, además, recuerda, tiene forma maternal: descenso hasta las dunas de Venus, vulva vegetal, vagina fluvial, cérvix rocoso, útero acogedor, olvido, esperanza intemporal, irreal bienestar. Y la vuelta, empinada, aún más cuesta arriba en todos los sentidos. Recuerda el peso que representas, la muerta carga que arrastras, que eres. ¿Quieres más derrota aún, mayor vencimiento? ¿No te basta la pena?, ¿deseas la lástima?
Mejor el acantilado. Elévate, aunque sea lo último que hagas, acércate al cielo unos instantes. Cógete, hazte cargo de ti mismo por una vez. Enfrenta la verdad. Tú y solo. Nada más hay, nadie más. ¡Grita! Rómpete la garganta, desgárratela, ¡grita! Seguirás solo. Gestos y palabras te podrán brindar si es caso y tiempo. Mas no intentes hacerlos hirviente asidero. Aun quedarás más solo y más herido, si no abrasado, resentido. Nada más hay, más nadie. No hay, no tienes, más que decidir: tú todo, tú nada. Y hazlo con dignidad. Mira el mar en su extensión, míralo ancho, mírala larga, préstale toda tu atención, olvídate de todo unos instantes, óyelo, escúchala. Sabe de su estado por su ritmo, por su cántico. Por su batida tonada, por su rizada espuma, si bronca, gruesa; si en lecho, por su susurro y su calma; si sorda o de leva, por su profundo runrún, su respirar. No le pidas que te escuche ella a ti. Tú a ella has de escucharla, quizás cante de tu ser y de tu estar. Tantas veces te ha visto en tus huidas, en tus renunciadas batallas. Tantas veces ella a ti te ha escuchado. Derrotado y vencido, sí; mas, ahora, ve calmo, ve digno, ve resoluto.
¡Dios, tú! Que hacia el acantilado va. Deberíamos acercarnos, hacernos presentes, sacarlo de sí. No debemos quedarnos a la espera, meros espectadores. Si pasa algo no nos lo perdonaríamos, cómplices nos sentiríamos.
No te lo perdonarías tú, yo nada tendría que perdonarme. Es su vida. ¿No nos consultan para nacer y hemos de pedir permiso para morir? Es lo único que en realidad tenemos, la vida. Lo único que en exclusiva nos pertenece. ¿Hasta dónde llega entonces tu idea del libre albedrío, de la determinación personal? Él ha de decidir si continuar así, si rendirse, si vivirse. Dejémosle ser él. Libre, soberano. Mantengámonos al margen, seamos como dioses.
¡Dios!
¡Calla! ¡Observa! He ahí un hombre en su propio laberinto, t
odo desierto, acaso sin saberlo busque su verdad. Calla… Observa su aflicción, su agitado respirar, su íntima batalla. Calla… observa. Hoy no va más, imposibles tablas. Hoy, o se pierde, o a sí mismo se gana, arrojando al mar su todo, su nada.
Mas te quisiera hoy furiosa, brava, que en esta nocturna bonanza. Tal que la vida te places de estío. Me traes memoria de mi último verano aún aquí, en casa. Cómo me plugo el último recordatorio de él, hombre ternura. Él aquí, acantilado, observándome en la playa. Esperándome. No hizo señal alguna, no dijo nada. Y supe que me llamaba. Ignoro el porqué de mi subida antes de la hora acostumbrada. Cómo sentí durante el acercamiento la caricia de su mirada, nuestro regresar parejo y silencioso, su calmo: Pronto partirás, nada he de decirte, ya tú sabes y más irás sabiendo. Viviendo, aprendiendo. Sólo recordarte que la vida, tu vida, es tu película. Tus sueños, el guión son. Tú eres director y principal actor. No renuncies a ella. Cambia los decorados si es necesario. Si preciso es, cambia de actores secundarios. Pero jamás renuncies al guión, dirige tu película, protagoniza tu vida.
Largo tiempo estuvo allí. Sin merma en la atención lo observamos. Temimos, la verdad, al verlo echar sus manos a la cabeza y después dejarse caer hacia atrás. Qué alivio constatar que se sentaba. Su paso al regreso era resuelto y sereno. Aun cuando pensábamos que no nos veía, al pasar cerca, se sacó cortés la gorra y dijo: Buena esta noche para retoñar a primavera.
Esa noche, no. Pero a la siguiente, volví solo. Y…

 

Foto: Crater Plaskett seen by SMART-1’s camera. ESA.

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