Crítica gastronómica sobre “Gastroletras” en el Eurostar Reconquista de Oviedo: saboreando los clásicos como nunca antes lo habíamos hecho.

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Reinterpretar una obra maestra de una determinada disciplina en otra es sin duda un reto para valientes. Precisamente valentía y luz propia en cada capítulo culinario fue lo que unos 60 comensales, escritores, libreros, periodistas y otros profesionales relacionados de alguna manera con el campo literario pudimos degustar en primicia en el salón Reconquista del hotel del mismo nombre el pasado 1 de abril. El motivo no era una cita baladí, sino que nos encontramos inaugurando el menú literario homenaje a Clarín, y a La Regenta, -recordemos que en esta obra la comida es un protagonista más, y su aparición acompaña la trama y perfila el estado de ánimo de los personajes, de ahí quizá su elección para esta ofrenda- que durante este mes, el de las letras por antonomasia, se presenta a quien quiera acercarse a disfrutar del mismo y llevar una grata sorpresa gastronómica.

 

 

 

Fue García Márquez, maestro literario de varias generaciones el que dijo aquello de que había que desterrar el mito romántico de que el buen escritor ha de pasar hambre. Si así hubiera sido habían salido más de dos docenas de Barteblys del salón Reconquista, tras una copa de recepción y unos aperitivos que sirvieron para comprender dónde estábamos y quien nos iba a acompañar. La invitación por parte del hotel a la Asociación de Escritores es digna de agradecer y, he de confesar, en mi caso como añadido el encanto de lo misterioso, ya que la última vez que este humilde vate fue convidado a cenar por asuntos literarios, directamente fue plantado en una ciudad que no era la suya. Cosas de escritores. Aquí pude resarcirme de aquel plantón con este regalo para cualquier alma sensible.  De mano, las paredes del salón, de ocho menos de altura,  con esos frescos impresionantes de Joaquín Vaquero Palacios, y la compañía de la mesa, con otros siete notables escritores y escritoras, además de amigos, conforman un marco inigualable y propicio para el goce de los sentidos.

 

 

Comenzó el menú con un entrante frío consistente en una ensaladita tierna de la huerta, un pixín de costa al pimentón francamente exquisito, varios langostinos y una -original en su presentación-  pipeta con aliño cítrico. Los sabores de este entrante transportan al mar asturiano, viento fresco de abril, un viaje en tren lento y reposado mirando los maizales cercanos y las playas del occidente asturiano al que me recordó, -al que siempre me recuerda- el pixín de nuestros mares. Tras este entrante frío llegó el caliente, en su justa cantidad un plato de fabes de Luarca con almejas y bogavante del Cantábrico, un lujo para el paladar entre la conversación ya animada sobre los personajes en la novela, si primera o tercera persona, si pasado o presente si omnisciente o monologuista o si los duelos y quebrantos quijotescos son en realidad un manjar o si quizá sólo subsisten por haber sido mencionados en la primera página de nuestra más universal obra, el Quijote. Deliciosos los dos, conversación y plato; bueno, los tres si sumamos también la obra cervantina.

 

El pescado, lomo de merluza del puerto de Cudillero con manzana, trigueros y berberecho, dejó entrever la elegancia de la propuesta de Eurostars para con Asturias con este menú clariniano. Sabor suave, delicado y huerta también en su justa medida, un plato sencillo pero dentro de esa elementalidad con la complicación de hacer las cosas bien.

 

El pitu de caleya deshuesado con sus patatines de Navia y verduritas al vermout puso sobre la mesa un manjar típico de celebración asturiana en cuanto a su sabor, no a su presentación, cada vez más común en las mesas de los restaurantes asturianos, en este caso en forma de deconstrucción y posterior moldeado en forma circular. El tinto maridaba de forma excelente con la carne, y cabe destacar las verduritas al vermout, deliciosas y diferentes en cuanto a textura y mezcla de sensaciones, mientras que el pollo, con sabor intenso, tuvo los halagos propios y los de mis acompañantes, ya que en la sobremesa fue de lo más comentado.

 

Pero las verdaderas sorpresas, las propuestas rompedoras en cuanto a presentación y sabor llegaron con los dos postres, o con eso que en este menú se ha llamado como “prepostre”, lo cual consiste en ¡caramba!, ¡un puro! Sí, un puro de chocolate con corazón de nata, helado de cítrico y toque dulce. Una delicia a los ojos y al paladar con multitud de matices indescifrables para alguien inexperto en este campo de la nueva gastronomía como soy.  Para finalizar llegó lo que desde el menú se denomina postre, el cual consiste en un sorprendentemente delicado arroz con leche, que es fácilmente identificable con el postre del mayoral, las energías necesarias para subir las empinadas escaleras de la torre de la catedral y poner a sus pies a Vetusta. Al arroz con leche, ese postre tan ovetense y por ende, tan asturiano, le acompañan un helado en este caso con toques de frutos rojos y una crema de leche merengada. Tras el café recibimos una pequeña cajita con una “minicasadiella” y varios dulces asturianos, quizá los pasteles que los pillos miran pegados al escaparate, tal y como aparece en la novela de Clarín; colofón ideal al agasajo al que los escritores, hambrientos casi siempre, no estamos habituados y ante el cual no hemos menos que ser agradecidos.

 

Sin duda alguna hablamos de una propuesta sorprendente y recomendable para este mes de los libros, la cual sigue a rajatabla las continuas y minuciosas alusiones de La Regenta a la importancia de comer bien.  El incomparable m
arco del Reconquista, el cuidadoso servicio de camareros, muy organizado, y de chefs, verdaderos orfebres que saben bien el tesoro que tiene entre manos, consiguen que este menú literario clásico y a la vez vanguardista, contundente y también delicado, un viaje por los sentidos inigualable, un regalo para compartir con seres queridos y compañeros, lectores todos, demostrando que a veces, solo a veces, puede conseguirse que la buena literatura pueda disfrutarse también con el paladar, alcanzando así la dimensión a la que todo arte aspira; la de ser un goce total para los sentidos.

 

 

 

Texto y fotografías David Fueyo

 

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