Diego Medrano

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Era Bette Bavis, aromada de cerveza muy fría, de ofertón, ya al final de lo suyo, quien lo casi susurraba a todo aquél que la llamase por teléfono a deshora, entre platos sucios y películas que no se hacían: "Volvamos a esos días felices en que había héroes". Y un sabio, aparentemente menor, pero mucho más intenso, cerró el círculo todavía con más pulso, garbo de cisne sobre folio manchado de coñac y deudas: "No hay héroe en la soledad; los actos sublimes están determinados siempre por el entusiasmo de muchos".
    Sois héroes: habéis abierto la brecha para cuantos vienen detrás, convertis la soledad de hiel del escribiente en una extraña suerte de carrusel, de sindicato de la alegría presidido por esa moneda escasa, privilegiada y sonriente que es la fraternidad. Sois el humanismo de la mano firme y la sonrisa, lentísima, sin prisa alguna por apagarse. ¡Muchas felicidades!
    Laurence Sterne, tal vez de borrachera por Pumarín, lo apuntó pensando en vosotros: "La temeridad cambia de nombre cuando obtiene el éxito. Entonces se llama heroísmo".  Lo sabéis mejor que nadie: un héroe es todo aquél que hace lo que puede.
 
        Diego Medrano.
 

 

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