LA FARSA DEL PREMIO VIAJE DEL PARNASO

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LA FARSA DEL PREMIO VIAJE DEL PARNASO

Los abajo firmantes, finalistas del II Premio Viaje del Parnaso, queremos poner de manifiesto y denunciar los hechos que han rodeado la concesión de este premio al señor Luis Antonio de Villena en el acto celebrado en Valdepeñas el pasado 25 de octubre. Como sabemos que nuestra denuncia tratará de ser invalidada con el argumento de que es fruto del “resentimiento del perdedor”, declaramos sin reparo nuestro enfado ante la situación de humillación y burla a la que hemos sido sometidos antes, durante y después del acto de entrega del premio. Pero nuestro desagrado no nos lleva a inventarnos unos hechos que deben ser dados a conocer, siquiera por el respeto que nos merecen todas los escritores que de buena fe, como nosotros, se presentaron al concurso. También la opinión pública creemos que tiene derecho a esta información, dado que se trata de una actividad cultural y pública de indudable interés, no sólo para los escritores, sino para cualquier ciudadano, pues este premio aspira a ser algo así como “el premio Planeta de la poesía”. Al hacerlo somos conscientes del riesgo que corremos de ser proscritos en los medios literarios más o menos oficiales y en las capillas y conjuras literarias, pero también creemos que somos muchos más los que preferimos la verdad a las componendas de corte y confección en las que se maneja con impunidad una minoría de descarados y corruptos. Al menos, que no cuenten con nuestra pasividad y consentimiento.
1)El señor De Villena fue miembro y portavoz del jurado de la anterior edición del premio. Ha confesado que, “por envidia”, quiso también él concursar este año, para lo que no aceptó, claro, el ser miembro del jurado, poniendo como disculpa “que iba a estar fuera de España”. Trató, por tanto, de que el jurado desconociera que se presentaba al premio, aunque, como expresó, eso era muy difícil, ya que a un escritor como a él se le puede descubrir fácilmente por su estilo y escritura, tal y como confesó también el propio Caballero Bonald, miembro del jurado, quien afirmó que enseguida supo que el libro “Voces lunas” era de Luís Antonio de Villena. Para escenificar esta voluntad de anonimato, base del concurso, y para no influir en la decisión de jurado, intentó pasar desapercibido la noche del premio diciendo que él no era finalista, que estaba allí de invitado, y se separó ostensiblemente de los miembros del jurado, a los que no saludó hasta recibir el premio. Como invitado, su comportamiento resultó extraño, más aún siendo los miembros del jurado los mismos del año anterior, que supuestamente lo hacían fuera de España, aunque estaba en Valdepeñas desde la mañana. Completó la farsa al subir al estrado, pero no pudo disimular su agobio, pues farfulló dos palabras inconexas, en medio de un rubor y sudor manifiestos. Precio mínimo, claro, en comparación con los 18.000 euros, la edición del libro y los posteriores rendimientos “mediáticos” y de “prestigio” añadidos, para él y la editorial Visor –con la que ya ha publicado unos cuantos libros con anterioridad-.
2)Pero hay más. En cuanto recibió el premio, el señor De Villena se lanzó a la prensa para aclarar que el libro no se titulaba en realidad “Voces lunas”, sino “La prosa del mundo”. Tenía mucha prisa por borrar el título anterior, con el que fue premiado y el único que es legalmente aceptable, y así debe figurar en el acta del jurado. Ignoramos la razón de este cambio súbito, pero cualquiera que sea no deja de ser alarmante. Dice que lo de “Voces lunas” lo puso al azar, como a voleo, tirando las palabras al aire. Vamos, que podría haberlo titulado “Perros Lunas” o “la luna de Valencia”, tanto da. El título es lo de menos, cosa de usar y tirar, no parte esencial del libro. Lo que importa es el nombre… propio.
3)El comportamiento del jurado resultó también extraño y desconcertante. En primer lugar, no sabemos exactamente su composición. En las notas oficiales se afirma que lo componen Ángel González, Caballero Bonald, Benítez Reyes, J.María Barrajón, Enrique Jiménez y Jesús Visor, el editor, que actúa de secretario, pero con voz y voto. Ya resulta llamativo que no haya, como suele ser costumbre, alguien que sea persona neutral, sin voz ni voto, simple amanuense y fiador de las deliberaciones y decisiones del jurado que redacta el acta definitiva que deben firmar todos los asistentes antes de levantar la sesión. ¿Se hizo algo parecido? Ni se sabe, porque el presidente, señor Ángel González, no leyó acta alguna, se limitó a decir el nombre de premiado “por mayoría” y, algo incomprensible, ni siquiera lo felicitó, ni en su nombre ni en nombre del jurado ni de nadie. Y por supuesto, esa mínima cortesía de dar “gracias a los finalistas y a todos los concursantes, que han hecho posible este acto”… ni por asomo. Hubiera resultado de un cinismo grotesco, claro.
3)En las notas oficiales, y durante toda la noche del premio, se afirmó que formaba parte del jurado el señor Enrique Jiménez, como representante de la Caja de Castilla-la Mancha, pero en la información posterior del Ayuntamiento aparece el señor Martín Molina como miembro representante de la misma entidad. Creemos que el señor Martín Molina estuvo cenando en la sala general y no participó en deliberación alguna del jurado, al que dieron de comer aparte. Así que el representante de la Caja de Castilla-la Mancha (¡que pone parte de la pasta!) debió de ser un “miembro fantasma”. Otro tanto diremos de Benítez Reyes, al que se nombró como miembro del jurado y no apareció por ningún lado en momento alguno. ¿Estuvo? ¿No estuvo? ¿Estuvo de cuerpo presente, ausente o en espíritu?Pero, en teoría, participó de las deliberaciones -¿telefónicamente?- y votó. Se nos dirá que todo esto son minucias, que qué más da. Pero tanta minucia junta…hace basura (un montoncito, al menos).
4)Como no se leyó acta alguna, no supimos las razones o méritos que el jurado apreció en la obra para galardonarla. El presidente tampoco dijo en el acto ni pío, aunque luego se explayaron él y Caballero Bonald un poco con la prensa desgranando vaguedades sobre su “poeticidad”, “temática” y “vigor narrativo”. Lo de narrativo hay que explicarlo un poco, pues el mismo jurado tuvo dudas de si se trataba o no de un libro de poesía o era prosa. Han tratado de aclararlo sin que podamos entender nada hasta conocer el texto. Han salido del paso afirmando que es “prosa poética” y que no está distribuida en versos, sino en renglones seguidos, o sea, formalmente, prosa. Pero las bases del premio hablan de “un mínimo de 500 versos”. ¿Cómo los contaron? Si el concurso aceptara la modalidad de “prosa poética”, debería haberlo explicitado y marcar el “mínimo de líneas” exigidas. Otra minucia. El ruboroso premiado se ha embarullado explicando el sentido poético de esta prosa que incluye, al parece
r, hasta noticias sacadas de los periódicos, que “no tiene eje vertebrador alguno”, según sus propias palabras.(¡Y tantas veces como se nos repite que la unidad es una cualidad exigible!) En la poesía, como en la vida, ya se sabe, cabe todo y todo vale, aunque para ello haya que destrozarla, tirar su contenido y razón de ser a la alcantarilla y luego remendar como bien se pueda el saco, lleno de “innovaciones” y “genialidades”, por supuesto, pero mejor de euros.
Habría más que contar, pero no queremos fatigar al posible lector. Hemos sido utilizados involuntariamente para dar legalidad a una supuesta farsa, un sainete, un cuadro de costumbres…; para encubrir la supuesta comedia de la transparencia y el juicio objetivo sobre unas obras literarias hechas con ilusión y esfuerzo, confiando en que un jurado limpio y honesto no se prestara a una supuesta patraña tan burda y mal disimulada, seguramente orquestada por un editor supuestamente avispado, pues no en vano se apellida Visor. El mérito de nuestras obras no lo podemos juzgar, por eso confiábamos en que un jurado, cuyos nombres respetábamos hasta hoy, pudiera al menos conocerlas y valorarlas. Como este caso no es único, y parece que el silencio de todos quiere convertirlo en norma, hemos querido dejar constancia de nuestra repulsa a tan mezquinos procedimientos, supuestamente consentidos por organismo públicos que jamás debieran prestarse a ellos, pues, entre otros motivos, permiten que el dinero de todos se utilice para estos supuestos trapicheos.
Santiago Trancón Javier García Cellino Esteban Martínez Serra

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