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Underground: Mañana de librerías. Por Manolo D. Abad (22/04/2010).

Aprovechando la soleada mañana y con el trabajo pendiente ya liquidado, decidí buscar un libro que necesitaba con bastante urgencia para un artículo que había comenzado a preparar unos días antes. Estaba bonito Oviedo bajo el sol primaveral. Los empleados municipales colocaban hermosas flores de múltiples colores que, en unas noches, serían arrancadas por los muchachos y muchachas entregados a cualquier botellón de finde. El horizonte de la calle Uría, visto desde la estación de tren, proclamaba una imagen grandiosa de la ciudad.

Mi primera parada la realicé en una librería donde suele haber un buen stock, lo cual para un libro editado hace un lustro podría resultar crucial. Mis datos están en el ordenador y aproveché para comprobar si había llegado un libro de Patxi Irurzun que había solicitado hacía un par de meses. La amable empleada se sorprendió del tiempo de demora en mi solicitud e hizo una llamada. Gracias a la misma, el libro me llegó a los tres días. Sin embargo, con el que necesitaba con tanta urgencia no hubo suerte. "Está descatalogado, te recomiendo que busques por alguna otra librería a ver si aún lo tienen", concluyó la librera. Dirigí mis pasos hacia la plaza de Riego, lugar de mi segunda parada. Me sorprendió ver la librería vacía, algo extraño en ese establecimiento con frontera en un trozo de muralla, siempre enigmático, como una especie de pórtico al Oviedo Antiguo. Allí trabajan las más bellas dependientas de la ciudad y una de ellas me saludó con una sonrisa. Comprobó los datos en el ordenador. Nada, no hubo suerte. Lástima. Encaminé mis pasos calle del Peso arriba hacia mi tercer intento de la mañana. En el establecimiento una pizpireta pero ya madura mujer que conocía de la nocturnidad contemplaba un montón de libros infantiles sin dejar de hablar con la librera. Permanecí unos diez minutos, ignorado por completo, absorto en los títulos que se ofrecían ante mí. Ninguno me interesaba nada. Por fin, la dependienta se dignó a preguntarme lo que deseaba. Al decírselo me contempló como si fuera un especimen extraño de alguna forma de vida inteligente en vías de extinción. Tocó una tecla del vetusto ordenador y me despachó con rapidez mientras se dirigía a la conversación con la vieja conocida (que aún no había comprado nada y mucho dudo que llegase a hacerlo). Me sorprendió que apretando sólo una tecla pudiese saber si tenía entre sus existencias el libro de un autor con un nombre de seis letras y un apellido de otras seis, pero lo cierto es que me hizo sentirme tan incómodo que sólo deseaba franquear la puerta e irme de allí. ¡Y pensar que mi madre solía ser una habitual de esa librería! Pues nada, a continuar la búsqueda. La recoleta plaza del Ayuntamiento me dio la bienvenida repleta de grupos de turistas. Me dieron ganas de realizar una parada técnica, tomarme un pincho y un vinito, pero desistí. Era viernes y necesitaba cuanto antes ese libro, resultaba crucial para mi artículo. Continué por la calle Cimadevilla hasta llegar a mi cuarto destino. Volví a citar nombre y obra, incluso la editorial y, cuando ya pensaba en cogerme un tren a Gijón, héte aquí que la empleada me dice que, en una semana, me lo pueden tener. "Es que hoy es viernes y hasta el lunes no lo podemos pedir", adujo. Tecleó mis datos y me dijo que me avisarían en siete días, aunque luego la espera fue menor, pues lo tuve ese jueves. Al salir, satisfecho y con el objetivo de un buen pincho con un vinito, no dejé de pensar en cómo cualquier otra persona con menos urgencias se hubiera rendido ante el título buscado y habría elegido otro. O, sencillamente, habría disfrutado de la soleada mañana en una coqueta terraza. 

Presentación de Almas, de Antonia Álvarez Álvarez. 29/04/2010

Presentación del libro

Almas

premio Paul Beckett de Poesía, 

Colección Beatrice de Poesía. Fundación Valparaíso. Almería, 2010.

La presentación del libro y entrega del premio serán el día 29 de abril,

jueves, a las 7 de la tarde, en Caixa Forum,

calle Paseo del Prado nº 36,  Madrid

Terceros viajes con letra y música, de Ángel García Prieto y Miguel Ángel Fernández

 
 
Hay diferentes maneras de recorrer y conocer un país. Y en este caso los autores eligen las ventajas de lo que podemos llamar viaje cultural: conocer los lugares que visitan fijándose en sus manifestaciones culturales, especialmente en su literatura y en su música. Viajar así permite esquivar lo establecido y conocer, con otra perspectiva, la tierra que se visita. Ya lo hemos visto en los otros dos libros anteriores, Viajes con letra y música (2008) y Otros viajes con letra y música (2009), donde lo literario y lo musical se entremezclan dando forma a un ameno libro de viajes.
Este nuevo libro, como los anteriores, proporciona además sugerencias de lecturas y magníficos descubrimientos musicales. Ángel García Prieto, crítico literario, médico y escritor, facilita su exquisito conocimiento de la literatura contemporánea sin rendir vasallaje a los autores mediáticos y de moda, ni a los productos prefabricados en forma de best-seller. Por su parte, Miguel Ángel Fernández, crítico musical, aporta el aire y la música de fondo de un viaje que se transforma en una enriquecedora experiencia personal y cultural.
Con ellos dos recorremos, entre otros lugares, Budapest con la literatura de los húngaros Sándor Márai y Miklós Bánffy, el Valle del Loira con libros de Philippe Claudel, Zurich con Ferdinand Meyer, entre otros. No faltan los obligados viajes a Portugal, uno de los principales hilos conductores de estos libros, país por el que los autores parecen sentir una auténtica pasión.
Y con los libros, los comentarios a las músicas húngaras de Marta Sebestyén, o de la diva italiana Mina, en Lugano, a la tonada asturiana e incluso los apuntes para una guía del fado en Lisboa.

Recetas para salir de la crisis lectora, charla de Juan José Lage. 26/04/2010

 

La Asociación de Escritores de Asturias tiene el placer de invitarle a la 

 
Charla-coloquio:
 
Recetas para salir de la crisis lectora
 
a cargo de
 
Juan José Lage Fernández
 
que tendrá lugar el próximo lunes, 26 de abril a las 18,00 horas en el
Centro de Arte y Creación Industrial de la Universidad Laboral (Gijón)
 

Juan José Lage Fernádez es escritor y director de la revista Platero, Premio Nacional al Fomento de la Lectura en 2007

 

Kafka al buen tuntún, por Fernando Fonseca. 19/04/2010

Fernando Fonseca
                                                       

                                                                 Seguid danzando, cerdos, ¿qué tengo yo que ver con ello?

                                                                                                      (Kafka: Diarios 27 de Mayo de 1914) 
  

Es una lástima. Nos estamos cargando la figura indispensable de Kafka, su aureola misteriosa y minoritaria. Hoy todo el mundo habla de K. como de un adorno, no más. Acabo de leer un texto de D. F. Wallace —ese postmoderno a la americana (no debe de haber otros)— en el que este autor sostiene la inequívoca presencia del humor en la obra de Kafka, sin aproximarse tan siquiera a una mínima demostración seria que ampare su osada tesis. Lugar glorioso en el que Wallace pretende ver incluso chistes sin llegar a compartirlos con nosotros. No hay quien lo entienda. A lo mejor no hay quien entienda el sentido del humor de ciertos intelectuales norteamericanos. ¿O será que no hay norteamericano capaz de entender a Kafka? ¿O la postmodernidad era eso?…
Lo que más me ha impresionado cuando visité Praga ha sido el aparente olvido que la ciudad y sus gentes profesaban hacia su más insigne y universal escritor. Por muchísimo menos, a este lado de Europa, levantamos estatuas, inventamos inverosímiles alegorías, se recrean guías gastronómicas, se componen pasodobles, se organizan congresos de dudosa espiritualidad y cosas por el estilo. Finalmente se va de copas et tout le reste est littérature.
 
A lo mejor no hay quien entienda el sentido
del humor de ciertos intelectuales norteamericanos.
 
Ya no es que yo llegara a Praga con la asumida intención de olvidarme de K. por huir del consabido souvenir  —como así era—, es que lo más sorprendente fue advertir que nadie allí parecía querer hablarme de él. Como si no existiera Kafka; o, empleando su propia dialéctica, como si en verdad anduviera por allí, importante y desapercibido como un ángel con el disfraz de la melancolía o un artista hambriento y desamparado. Prefiero pensar que las cosas son así a tener que especular con la idea de que los praguenses le han dado la espalda a Kafka, o se avergüenzan de él, o le temen… Demasiada especulación para un visitante entregado a Praga como era yo.
 
Lo que más me ha impresionado cuando visité Praga ha sido
el aparente olvido hacia su más insigne y universal escritor.
 
Un amigo, checo y traductor, rehuyó igualmente a hablarme de Kafka y yo se lo agradecí, pues no me gustan los enviados, sea del color que sea su sotana, que vienen para hablarme de mis dioses, porque me los estropean, coño. No, no me agradan los predicadores.
En cambio, mi amigo checo me habló de un tal Adan Acesnof, escritor coetáneo, creo que de Kazajistán, o de casa Dios, que, curiosamente, había publicado un libro cuyo título, traducido por mi amigo, era La pereza de los días. Mi amigo y yo, tomándonos la consabida Pilsen en el Café de la Casa Cubista, a la sombra de una Virgen Negra, buscamos jubilosamente posibles coincidencias, más allá del título, con mi novela Los días de la pereza. Pero cuando de veras se nos detuvo el pulso a mi amigo y a mí fue al descubrir que leído en el espejo, es decir, a la inversa, el nombre de aquel raro escritor, que por no ser ni siquiera se encuentra en Google, no era otro que FONSECA NADA (Adan Acesnof) Busco con ahínco, aunque en vano, a mi contraego en Google, pregunto a los amigos más enterados y escudriño en cuanta información pueda llegarme acerca de los escritores de Kazajistán, o de casa Dios, pero siempre, al final, Fonseca es Nada y Nada es Acesnof porque lleva el mundo al revés de su Nada Fonseca existencia… Todo ello en una Praga nihilista, conmigo duplicado, y por no hablar de Kafka.
Entonces, hacía yo una parada diaria en el Café Pepe Nero sin percatarme de que en ese mismo edificio —Parízská, 36—, en el último piso, había vivido Kafka. Lo descubrí meses después en Oviedo y supe entonces que, tal que un Golem, Kafka se encuentra en cada rincón de Praga, pero nunca se le vislumbra del todo. Más que una sombra es un eco. Recuerdo una mínima sala (unos veinte metros cuadrados) al lado de San Nicolás, sin visitantes, con algún póster y un previsible y poco invitador video en funcionamiento dedicado al escritor y su ciudad, lo que creo haber colegido a partir de la desganada mirada que, de reojo, le eché al televisor desde la puerta. En el local sólo había un hombre, su cuidador, que me pareció huraño y mal anfitrión, porque me dedicó una mirada de innecesaria desconfianza, invitándome con ella, precisamente, a irme. Era una especie ridícula de Museo Kafka. (Hoy sé que algo más digno o más pretencioso, también más mundano y ecléctico, se abre en la zona turística de la Isla de Kampa) Finalmente, me fui de Praga encantado, a la vez que sorprendido, por la elegante indiferencia demostrada por los praguenses hacia su escritor más universal. Sin embargo, fuera de Praga, y en estos últimos años, el viaje a kafkilandia nos envuelve a todos y amenaza con destruir el buen recuerdo y reconocimiento que sin duda se merece Kafka.
 
Fonseca es Nada y Nada es Acesnof porque lleva
el mundo al revés de su Nada Fonseca existencia…
 
Se publican biografías, docudramas, salen nuevas fotografías, análisis inverosímiles, incluso se titulan libros con su nombre que luego nada tienen que ver con él y se espolvorea, hasta la vulgarización más indecorosa, su obra al amparo de un nuevo adjetivo odioso por demás. Me refiero a todo aquello que es presentado sencillamente como “kafkiano”. Situaciones kafkianas. Todo un mundo, como digo, próximo al concepto delirante del Parque Temático: Ka(f)kilandia (oh, F, mi higiénica F), donde podremos adquirir un sombrero bombín, un retrato amarilleado de Felice o de Milena, un padre omnisciente y grande, un amigo traidoramente benefactor, las huellas inexorables de una enfermedad sanguinolenta y espiritual, las enaguas de la Eduardova, un curso avanzado de yiddish, un ovillo de hilo con forma de estrella y, por supuesto, la joya de la corona: un escarabajo pisapapeles con las letras GS pintadas en su brillante caparazón… Kafka al buen tuntún.
 
Fernando Fonseca es escritor

Marcelino Menéndez González

 

Queridos amigos:
 
Deseo compartir de forma sincera y entrañable, el goce que representa el tener la ocasión de disfrutar fechas que significan aniversarios. El poder llegar  a ellos lleva implícitas muchas cosas, entre ellas esfuerzo, tenacidad, superación continua, visión, pero de entre todas yo quisiera destacar la colaboracion y la unión. De cualquier manera, lo importante es poder cumplirlos pudiendo apreciar los logros alcanzados y que estos representen la realidad del esfuerzo y el empeño invertido. Mis mejores parabienes a todos los que componemos nuestra AEA y que sigamos cumpliendo muchos futuros aniverarios, con el trabajo y la unión de todos. Afectuosamente,
 
 Marcelino Menéndez González.
 
Foto: del autor. 

El mal ajeno, de Óskar Santos Gómez. Por Celia Ferrón Paramio (18/04/2010).

Es El mal ajeno una de esas historias que plantea un dilema moral, una tesitura. Sus personajes representan algo, y más que contar al público una historia, le sirve tal historia para que el espectador se plantee la misma duda que los protagonistas. No busca el realismo ni la veracidad (aunque dentro de sus propias reglas tendrá cierta coherencia), sino turbar, la indecisión, que intentemos elegir y/o meditemos sobre las múltiples opciones que nos ofrece.

Si en el famosísimo relato de ¿terror? La pata de mono se nos insta a creer que lloramos más por las plegarias atendidas que por las desoídas (al cumplirse todos los deseos que una familia le pide a una mágica pata de mono, trayendo cada uno de ellos una desgracia), y en La zona muerta (Stephen King) nos preguntamos si detendríamos a un futuro asesino de masas sabiendo que no sólo nos llevará a la muerte, sino que nadie se enterará de nuestro sacrificio, El mal ajeno habla de las contrapartidas de un don, y qué clase de personas son capaces de soportarlo.

Eduardo Noriega es un médico frío, poco emotivo, bastante borde e incluso desagradable. Pero salva vidas. Su frialdad queda redimida por el hecho que es un buen cirujano y por lo tanto buena persona, ya que gracias a él y sus sacrificios personales (divorcio) hay gente que deja de sufrir.

Pero, ¿qué ocurriría si él recibiese el don de curar todo lo que toca? Siendo médico, además, y al alcance de millones de pacientes. Sería una gracia perfecta, claro. Una facultad adecuada. Exceptuando su contrapartida: para que se curen tantas personas, enfermarán las cercanas a él. A las que ame. Su padre, su hija, su exmujer (no tiene más; recordemos la frialdad del personaje). No parece gran sacrificio frente a millones de personas, ¿verdad? Al menos, no debería serlo para un médico.

Bajo esta premisa se desarrolla El mal ajeno, que tras esta interesante reflexión no nos ofrece nada más. La idea es buena, incluso brillante, pero su desarrollo es pobre. Existen apenas cuatro trazos que sostienen el guión y todo se hace previsible. No hay sorpresa porque el espectador puede adelantar lo que va a ocurrir en cada momento. Y la frialdad (supongo que buscada) del hospital, del personaje, del escenario en general… acaba afectando al público y se consigue el efecto contrario: nada conmueve.

La duda planteada, además, es tan negada por el protagonista, y aceptada de un modo tan inverosímil, en cambio, por otro personaje, que no llega a existir un nudo o desenlace. Da la impresión de que el guión se perdió un poco. Que la coyuntura de tal elección estaba decidida de antemano.

Buen trabajo de los actores (qué pena que Noriega no se prodigue más, ¿verdad?), sobre todo de la llamada debutante Clara Lago (llevando en este negocio más de 10 años), con la excepción de una Belén Rueda que parece haberse anclado en un registro de mujer sufridora con voz susurrante que le viene adecuado a su físico de extrema delgadez, pero que, la verdad, comienza a cansar un poco.

 
EL MAL AJENO. España, 2010. Director: Óskar Santos Gómez. Guión: Daniel Sánchez Arévalo. Intérpretes: Eduardo Noriega, Belén Rueda, Angie Cepeda, Clara Lago… Duración: 107 minutos.

 

Geografías: Entrevista a Francesc Miralles. Por Hilario J. Rodríguez (19/04/2010).

Francesc Miralles no es un escritor, es un mito. Tiene la capacidad de escribir para otros (como negro), escribir para sí mismo y corregir material ajeno. También idea guiones radiofónicos, participa activamente en el mundo del periodismo, lidera grupos musicales y dirige un teatro alternativo, La Huevera, donde se mezclan los magos y los artistas en general. Su obra se caracteriza por el entusiasmo y por la comprensión, por no ahorrar dramatismo a la existencia pero sin que eso borre nuestra capacidad para seguir hacia delante.

De momento, El cuarto reino (Martínez Roca, 2009) le colocó en la lista de los más vendidos durante meses. Y otras novelas suyas le han permitido ganar el Gran Angular y el Torrevieja. Ahora presenta Retrum (La Galera, 2010), una novela juvenil sobre amor y muerte, cuyos derechos ya están en manos de una productora cinematográfica. 

 −En contra de lo que se suele pensar sobre los negros literarios (o «ghost writers», escritores fantasma), yo creo que el suyo es un trabajo de alto riesgo porque tienen que saber cómo dar forma a la personalidad de otra persona sin que su propia personalidad sea demasiado evidente.

—Sí, lo fascinante de los escritores fantasma es que las personas para las que redactan los libros acaban creyendo verdaderamente que los han escrito ellas mismas. Y, ciertamente, un «negro» aprende a encarnarse en los anhelos del autor que firma la obra. Su personalidad queda totalmente afuera. 

−Los negros suelen trabajar con muchas limitaciones: temporales, espaciales e incluso lingüísticas. Tienen a su favor que cuentan con un salario preestablecido en la mayoría de los casos.

—Cobran un fijo por realizar la tarea, sin ninguna participación en los derechos de autor ni en la relevancia pública que pueda producir. La única ventaja es que es un trabajo que suele estar bien pagado.  

−Después de escribir para otros, el siguiente paso no tiene por qué ser escribir para uno mismo.

—No necesariamente, pero la experiencia me dice que todo el mundo que escribe para otros −incluso los traductores (que de algún modo hacen el mismo papel)− acaba queriendo pasar a un primer plano.  

−Falsificar obras de arte no ha alcanzado demasiado prestigio social, pero a veces puede invitarnos a pensar si algunas copias no superan a sus originales.

—Es muy posible. En el mundo de los libros de psicología, por ejemplo, hay «refritos» que son más claros y útiles que los originales a partir de los que se escriben.  

−A los novelistas, en general, ahora los imaginamos viviendo existencias sedentarias y aburridas; a los negros, sin embargo, los imaginamos viviendo experiencias trepidantes y peligrosas.

—La mayoría de los novelistas viven con la frustración de no ser aclamados por el pueblo y postulados para el Premio Nobel. Y eso sucede porque se toman demasiado en serio los elogios de familiares y amigos, que lógicamente nunca suelen ser objetivos. Los negros viven el mundo editorial de modo más sano, tienen claras las reglas del juego y lo que van a obtener de sus aventura. Como Han Solo con su Halcón Milenario.  

−Tu profesionalidad, de pronto, te convierte en autor.

—Bueno, toda persona que firma un libro, aunque no lo haya escrito, se convierte en autor a ojos de los demás.   

−La literatura, para ti, no tiene por qué ser un oficio individualista, puedes planteártelo a cuatro manos, con autores diferentes.

—Para mí, siempre ha sido un trabajo, por eso no me cuesta ponerme de acuerdo con otras personas si hay que escribir un libro a cuatro o seis manos. Cuando el papel de cada uno está claro, no hay problema de ego.  

−También te lo planteas como un cruce con otras disciplinas, como acabas de hacer en Retrum, llevando a tu banda Nikosia a las presentaciones, que tienen forma de conciertos, sin retórica ni teorías.

—Las presentaciones de libros suelen ser muy aburridas, por eso pensé en un formato más teatral, con música en directo para recrear la atmósfera del libro. Es una locura, porque te gastas 20 veces más dinero del que te producirán  los libros que puedas vender en las presentaciones. Ahí sí que hay romanticismo. 

−Además de mostrar un alto grado de solidaridad con tus compañeros de profesión, sobre todo con los principiantes o con los inseguros, a veces sirves como médico literario, haciendo diagnósticos de obras ajenas y ayudando a sanarlas de sus posibles enfermedades.

—Suelo ayudar a otros escritores, y me gustaría tener más tiempo para dedicarme más a ello. Hay gente que escribe maravillosamente pero que le cuesta montar el guión de sus propias novelas. A mí eso se me da muy bien y les ayudo a clarificar la trama. Y sí, cuando descubro a alguien con mucho talento, si puedo echar una mano, ahí estoy. 

−Entiendes la literatura con el espíritu de cooperación de los músicos, que tienden a fijarse más unos en otros y a unir fuerzas.

—Sí, para empezar hay que coordinarse con el editor para que no salten chispas durante la interpretación de la pieza. Pero el gran reto de un escritor es coordinarse con sus jefes, que son los lectores.

 
 

 EL INICIO DE «RETRUM»

Un guante en la nieve

La primera vez que escuché aquella voz fue un atardecer de invierno.

Había subido la cuesta del cementerio del pueblo, que estaba cubierta por una fina capa de nieve. Faltaban pocos días para que terminaran las vacaciones de Navidad y me sentía hastiado de las reuniones familiares. En el camino no me había encontrado ni un alma, sólo las huellas de las aves que ahora graznaban en el cielo crepuscular.

Sabía que el camposanto estaba cerrado a aquella hora, pero me gustaba la vista privilegiada sobre el Mediterráneo. Teià es un pueblo colgado en una montaña frente al mar. Sin embargo, al estar ligeramente hundido, el «gran azul» no se ve a no ser que busques un promontorio, como el del cementerio.

Apoyado en una de las tapias, me entretuve siguiendo con la mirada un barco lejano cuando aquello surgió…. El corazón se me disparó al oír el canto. Era una voz extremadamente fina, como de cristal. Y provenía del otro lado de los muros.

Sin salir de mi asombro, agucé el oído para escuchar aquella melodía fúnebre. Efectivamente, la voz de niña surgía del cementerio cerrado. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras trataba de descifrar el canto: 

Sun was hiding into the clouds

Black birds flew over the graveyard

I was feeling half dead inside

Without knowing you were half alive


[El sol se escondía entre las nubes

Negras aves volaban sobre el camposanto

Me sentía medio muerta por dentro 

Sin saber que tú estabas medio vivo]

 
―Pero, ¿quién demonios…? ―me pregunté en voz alta para ahuyentar el miedo.
Justo entonces la tonada lúgubre se interrumpió, como si el ser que la había proferido hubiera detectado mi presencia. Atizado por la curiosidad, corrí hasta la verja cerrada, pero desde allí no era posible ver el lugar de donde había surgido la voz.
―¿Hay alguien ahí? ―grité ante la posibilidad de que un niño se hubiera quedado encerrado en el cementerio.
Silencio.
El rumor sordo del viento era la única respuesta, mientras la noche empezaba a caer como un pesado telón.
Entre perplejo y fascinado, opté por volver a casa.
Comencé a bajar la cuesta lentamente, cuidando de no resbalar con la nieve helada. Aquel cántico espectral me habría parecido una alucinación transitoria, de no haber resurgido cuando me hallaba a unos treinta metros del camposanto.
Tal vez porque el viento que bajaba por la ladera facilitaba la propagación del sonido, la vocecita se dejó oír nítidamente. Cantaba ahora notas más bajas y ásperas, como si adoptara el tono de un hombre.
 
  Why are you alone in here,

  so far and near?

 
 [¿Qué haces aquí solo,

tan lejos y tan cerca]

   

Eché a correr cuesta abajo, con el riesgo de resbalar y despeñarme por el barranco, y no me detuve hasta alcanzar las primeras casas del pueblo.
 
+         +         +         +
 
Tras una noche de insomnio ―no podía quitarme de la cabeza aquel canto―, regresé al cementerio bajo la luz de la mañana.
Llegué minutos antes de que el funcionario abriera la puerta, que crucé con paso decidido para dirigirme a la zona del cementerio donde había oído la voz.
Las tumbas y lápidas reverberaban con la nieve y la escarcha, que devolvían los rayos de sol con un resplandor fantasmal. Y yo era el único visitante del cementerio a aquella hora.
Me detuve cerca del muro desde el que había escuchado el canto. No había pisadas de ningún tipo en los caminos entre las tumbas, pero podía ser que las hubiera cubierto una suave nevada nocturna. Me disponía ya a salir del pequeño cementerio, cuando algo oscuro sobre una losa me llamó la atención.
Intrigado, me incliné sobre lo que resultó ser un largo guante negro de licra, como el de Gilda en la película. Lo despegué de su lecho de nieve. Desprendía un perfume suave y especiado, lo que significaba que no llevaba mucho tiempo olvidado allí. Como máximo una noche…
Mientras enrollaba el fino guante para guardarlo en mi bolsillo, entendí que pertenecía a quien había cantado la melodía fúnebre.
Recordé aquella voz extraordinariamente fina, como de una niña de coro. Quizás una mujer con tono de soprano había cantado desde el cementerio cerrado. Aquello era más extraño todavía, puesto que yo había sido el primero en entrar en el camposanto y no había encontrado a nadie. Sólo el guante sobre la nieve y un misterio que no alcanzaba a descifrar.
Tendrían que pasar meses para que, con el fin de la nieve, emergiera una respuesta más inquietante aún que el propio enigma. 

Presentación de El narrador de historias fantásticas, de José Ángel Ordiz, 20/04/2010

Lord Byron Ediciones
les invita a la presentación de la novela
 
El narrador de historias fantásticas,
 
de José Ángel Ordiz Llaneza.
  
Lugar: Los Diablos Azules, c/ Apodaca, Madrid.
Día: 20 de abril de 2010, martes.
Hora: 20,30.
 
 
Presentan la obra: Leo Zelada (poeta y editor) y José Ángel Ordiz Llaneza (narrador).