El mal ajeno, de Óskar Santos Gómez. Por Celia Ferrón Paramio (18/04/2010).

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Es El mal ajeno una de esas historias que plantea un dilema moral, una tesitura. Sus personajes representan algo, y más que contar al público una historia, le sirve tal historia para que el espectador se plantee la misma duda que los protagonistas. No busca el realismo ni la veracidad (aunque dentro de sus propias reglas tendrá cierta coherencia), sino turbar, la indecisión, que intentemos elegir y/o meditemos sobre las múltiples opciones que nos ofrece.

Si en el famosísimo relato de ¿terror? La pata de mono se nos insta a creer que lloramos más por las plegarias atendidas que por las desoídas (al cumplirse todos los deseos que una familia le pide a una mágica pata de mono, trayendo cada uno de ellos una desgracia), y en La zona muerta (Stephen King) nos preguntamos si detendríamos a un futuro asesino de masas sabiendo que no sólo nos llevará a la muerte, sino que nadie se enterará de nuestro sacrificio, El mal ajeno habla de las contrapartidas de un don, y qué clase de personas son capaces de soportarlo.

Eduardo Noriega es un médico frío, poco emotivo, bastante borde e incluso desagradable. Pero salva vidas. Su frialdad queda redimida por el hecho que es un buen cirujano y por lo tanto buena persona, ya que gracias a él y sus sacrificios personales (divorcio) hay gente que deja de sufrir.

Pero, ¿qué ocurriría si él recibiese el don de curar todo lo que toca? Siendo médico, además, y al alcance de millones de pacientes. Sería una gracia perfecta, claro. Una facultad adecuada. Exceptuando su contrapartida: para que se curen tantas personas, enfermarán las cercanas a él. A las que ame. Su padre, su hija, su exmujer (no tiene más; recordemos la frialdad del personaje). No parece gran sacrificio frente a millones de personas, ¿verdad? Al menos, no debería serlo para un médico.

Bajo esta premisa se desarrolla El mal ajeno, que tras esta interesante reflexión no nos ofrece nada más. La idea es buena, incluso brillante, pero su desarrollo es pobre. Existen apenas cuatro trazos que sostienen el guión y todo se hace previsible. No hay sorpresa porque el espectador puede adelantar lo que va a ocurrir en cada momento. Y la frialdad (supongo que buscada) del hospital, del personaje, del escenario en general… acaba afectando al público y se consigue el efecto contrario: nada conmueve.

La duda planteada, además, es tan negada por el protagonista, y aceptada de un modo tan inverosímil, en cambio, por otro personaje, que no llega a existir un nudo o desenlace. Da la impresión de que el guión se perdió un poco. Que la coyuntura de tal elección estaba decidida de antemano.

Buen trabajo de los actores (qué pena que Noriega no se prodigue más, ¿verdad?), sobre todo de la llamada debutante Clara Lago (llevando en este negocio más de 10 años), con la excepción de una Belén Rueda que parece haberse anclado en un registro de mujer sufridora con voz susurrante que le viene adecuado a su físico de extrema delgadez, pero que, la verdad, comienza a cansar un poco.

 
EL MAL AJENO. España, 2010. Director: Óskar Santos Gómez. Guión: Daniel Sánchez Arévalo. Intérpretes: Eduardo Noriega, Belén Rueda, Angie Cepeda, Clara Lago… Duración: 107 minutos.

 

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