< div style="">
< div style="">
Converso —antes del excepcional concierto que ofreció el Paco Loco Trio— con un viejo amigo, veterano profesional de medios audiovisuales y, en medio de los vapores de una abarrotada Calleja La Ciega, surge inmediatamente el tema: ¿por qué no hay un programa sobre rock en la TPA? Este buen amigo —cuyo nombre guardaré en el anonimato— me contesta que el encargado de ese área considera que "la música no es televisiva"; para ahondar trasladándome otra de esas respuestas que califica por sí solo al autor de las mismas "es que los rockeros van tan mal vestidos…". Supongo que los encargados de cadenas temáticas musicales como "Sol Música" no opinarán lo mismo. Así nos va, claro, y para prueba basta echar un vistazo a la parrilla que ofrece la televisión pública en cuanto a programación propia. Aparte los infantiles, sólo se salvan el extraordinario programa cultural (¡el único dedicado globalmente a la cultura!) "Pieces", dirigido por el gran Ramón Lluís Bande y muy bien conducido por Vanessa Gutiérrez, y el no menos estupendo "Camín de Cantares", de la mano del genial Xosé Ambás (programa musical, por cierto, sostenido por una audiencia fiel y amplia, ante lo que, supongo, poco podrán hacer argumentos paupérrimos sobre el vestuario). Luego, la nada más absoluta, sobre la que no vamos a incidir porque a poco que rascásemos el sonrojo terminaría por indignarnos. Escribo estas líneas desde un lugar de Castilla y León y, al encender la tele, me encuentro con "Hoy en Escena", dinámico magazine dedicado a la actualidad musical, y "Silencio se lee", sobre literatura; además, también hay uno sobre cine. Si nos trasladásemos a cualquiera de las múltiples autonómicas, encontraríamos prácticamente lo mismo. Pero en Asturias, no. Y eso que nuestro presidente, Vicente Álvarez Areces, no pierde la oportunidad de mostrar su amor a la literatura, y a la cultura en general. Menos mal. Da igual que seamos potencias en rock, folk o literatura, priman argumentos absurdos, demenciales, sobre vestuarios y demás idioteces, excusas paupérrimas e injustificables.
Supongo que se debe a que de pequeñitos no tuvieron la oportunidad de contemplar programas extraordinarios como "La Bola de Cristal", "La Edad de Oro", "La Tarde" (la dirigida por Manuel Hidalgo), "Imágenes", "Auanbabulubabalambambú", "Caja de Ritmos" o "Musical Express". Quizás tuvieron la desgracia de encontrarse con emisiones abyectas como esas galas tercermundistas, pobres de ingenio y patéticas de contenido, que perpetró José Luis Moreno y que ahora reproducen, copian, para desgracia de todos los asturianos con un mínimo de inteligencia. Que son la mayoría, aunque alguno pretenda negarlo.
Poblado de desbrujulados vitales, seres desarraigados y personas con la sensibilidad en carne viva, el cine de Fatih Akin pudo conmovernos hasta ahora, pero no hacernos reír con obras como Contra la pared (2004) o Al otro lado (2007), nada hilarantes.
En Soul Kitchen el cineasta germano-turco se permite una tregua de liviandad, en forma de comedia amical a varios niveles. Para empezar, su actor principal y coguionista, Adam Bousdoukos, es un amigo de siempre. Y, luego, el largometraje no trata de otra cosa que de la amistad y la comunidad enfrentadas a la brutalidad inmisericorde del mundo, pues el protagonista Zinos, joven restaurador de Hamburgo, por muy criatura de comedia que sea, nunca deja de ser un personaje a lo Fatih Akin: un inmigrante turco, a menudo cuerpo extraño dentro de la sociedad alemana; un tipo irrisorio y conmovedor, pateado por la vida.
Zinos pasa una mala racha. Sufre de hernia discal y su restaurante, el Soul Kitchen del título, hemorragia de clientes por culpa de la filosofía culinaria del nuevo chef Shayn (Birol Ünel, el Cahit de Contra la pared), talentoso aunque difícil. Para colmo, su cien por cien germánica –alta, rubia, burguesa— novia Nadine (Pheline Roggan) se va a vivir a Shanghai, aparentemente por motivos laborales. Entonces Zinos decide ir a buscarla a China, por lo que confía el restaurante a su hermano Illias (Moritz Bleibtreu), un ex convicto igual de encantador que irresponsable, quien se juega el local contra un promotor inmobiliario mafioso.
Fatih Akin instala un suspense tragicómico, mitad sentimental, mitad policíaco, alrededor de la supervivencia del Soul Kitchen. Esta vez desde la sonrisa, nos retrata la Alemania contemporánea en su efervescencia y sus aspiraciones contradictorias, poniendo corazón y calidez en su propuesta, generosa pero con soluciones no siempre felices pese a su optimismo –por previsibles y convencionales, incluso ingenuas—, en lo que se postula como plasmación de una realidad compleja y azarosa.