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Historia de un hombre sin historia*, por Miguel Munárriz. 29/I/10

"Salinger supo desde el primer momento
que el texto debe ser primordial,
que el escritor no existe."
 
 
Después de su primer éxito literario J.D. Salinger se convirtió en un mito y se hizo famoso, entre otras razones, porque no quiso serlo. Siempre sintió un gran desprecio por las biografías literarias y huyó de cualquiera que se le acercara con «aviesas intenciones». Ian Hamilton, el único que hasta la fecha ha conseguido publicar un libro sobre él (en España fue editado en 1988 por Edhasa con el título de En busca de J.D. Salinger), arrastró una sonada polémica al ser demandado por el escritor y pasar por un proceso que terminó dando la razón al biógrafo. Salinger, por supuesto, no le concedió entrevistas y el libro se publicó sin fotografía de solapa ni una sola línea sobre su vida, detalles que, aún hoy, continúan estando absolutamente prohibidos. Hamilton realizó una labor biográfica basada en pesquisas detectivescas y el resultado es más bien una búsqueda de Salinger a partir de testimonios de los que le conocieron, y así llegamos a saber que cuanto le ocurría en la vida real lo trasladaba a las páginas de sus libros; todos los que escribió están perfectamente imbricados en su propia vida: matrimonios fracasados, sociedad literaria, crítica, budismo zen, poesía oriental, odio a editores, etcétera. Todo lo que no se sabe por su propia boca ni se conoce por su estilo de vida aparece una y otra vez en la ficción. Muchos de sus personajes son fieles reproducciones de conocidos suyos, a veces con un ánimo vengativo hacia «las mujeres traicioneras y falsas», y algunas de sus historias están llenas de uniones impetuosas y erróneas como las que él mismo vivió.
 
 
"…así llegamos a saber que cuanto le ocurría en la
vida real lo trasladaba a las páginas de sus libros;"
 
 
Parece mentira, a la vista de todo esto, que Salinger se revele por boca de sus antiguos amigos como «un hombre al que le encantaba conversar, le gustaba la gente y era dado a hacer imitaciones». Todos los testimonios obtenidos por Hamilton coinciden en dibujar al escritor como un tipo «moreno, delgado y apuesto… e insoportablemente arrogante». Se sabe que los escritores por los que siente respeto son Kafka, Flaubert, Tolstoi, Chejov, Dostoievski, Proust, Rilke, Lorca, Keats, Rimbaud, Blake, Coleridge…, como se puede observar, ningún autor norteamericano. De hecho, estaba convencido de que después de Melville no había existido otro escritor estadounidense realmente bueno…, es decir, hasta el advenimiento de un tal J.D. Salinger.
 
 
"…estaba convencido de que después de Melville
no había existido otro escritor
estadounidense realmente bueno…,"
 
 
Parece ser que en su juventud fue bien aceptado por las mujeres y que sus novias veinteañeras fueron bastantes. Según él había dos clases de chicas: las que despreciaba inmediatamente y aquellas de las que se enamoraba y, a continuación, «semidespreciaba». A Oona O’Neill no pudo devaluarla fácilmente. Era la hija del dramaturgo Eugene O’Neill y era guapa. Y tenía relevancia social. Cuando Salinger se enteró por los chismes de la prensa de su amistad con Charles Chaplin, que entonces tenía 54 años, fingió indiferencia, pero unas semanas más tarde, cuando Oona se casó con el cómico no hizo ningún esfuerzo por ocultar su malestar.
 
El 16 de julio de 1951 publicó su libro más celebrado, El guardián entre el centeno y el New York Times lo comentó el mismo día diciendo que «era una primera novela insólitamente brillante». En octubre había alcanzando ya el cuarto lugar en la lista de los más vendidos del Sunday Times y se mantuvo durante siete meses. En 1968 fue proclamado uno de los 25 libros más vendidos de los Estados Unidos desde 1895, y en 1970 había sido traducido a 30 idiomas. Ahora se sigue vendiendo a un ritmo de unos 250.000 ejemplares por año en todo el mundo. Un año después, en el invierno del 52, y huyendo del éxito, Salinger buscó retiro en Nueva Inglaterra. Se instaló en el pequeño pueblo de Cornish, en New Hampshire, Vermont, abrazó la religión oriental y con ese gesto no sólo se apartó de la América corrompida sino que puso tierra por medio a los perseguidores de biografías. Pocos años después el misticismo oriental se convertiría en una moda en los Estados Unidos, preconizando la orientación de los futuros hippies.
 
 
"El guardian entre el centeno se sigue vendiendo
a un ritmo de unos 250.000 ejemplares
por año en todo el mundo."
 
 
Desde 1965 Salinger permanece en silencio. En el 70 devolvió con intereses un adelanto de 75.000 dólares que había aceptado de su editorial (Littel, Brown). Se sabe que continúa escri
biendo. Hay quien dice que conserva en su caja de caudales al menos dos extensos manuscritos. Se ha divorciado de su mujer, Claire, y sigue viviendo en Cornish. Una sola vez ha salido de su casa para acompañar a su hijo Matthew a Broadway, donde actuaba como protagonista en una obra de teatro. Las escasas fotos furtivas que se han publicado siguen contribuyendo a reforzar el mito.
 
A lo largo de los once años que han pasado desde la publicación de este artículo ha habido pocas alusiones a J. D. Salinger, uno de los escritores invisibles que, como B. Traven y Thomas Pynchon, contribuyeron con su largo e inquietante silencio a forjar sus leyendas. Cuando Salinger publicó su novela los editores se extrañaron de que el escritor no quisiera que su biografía apareciese impresa en la solapa o en la contraportada del libro. De ninguno de sus libros. Salinger supo desde el primer momento que el texto debe ser primordial, que el escritor no existe –o no debería existir- y que el lector crítico, educado y atento sabrá muy bien separar el grano de la paja. Parafraseando el título de uno de sus mejores cuentos, hoy puede ser “un buen día para el pez plátano”: descanse en paz este escritor al que ya nunca nadie le podrá sacar una nueva fotografía.

*Artículo publicado en La Esfera. El Mundo, 1998.
Corregido y aumentado en Literarias, AEA 2010.
 
 
 
 

Vidas paralelas, por Marcelo Matas de Álvaro. 29/I/10

 


Luis García Montero.
Mañana no será lo que Dios quiera
Editorial: Alfaguara, 2009.
Páginas: 420.
Precio: 19,50 euros.
                                                          
 
Antonio Gamoneda.
Un armario lleno de sombra
Editorial: Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, 2009.
Páginas: 238.
Precio: 16,50 euros.
 
 
Tanto se parecen las vidas de Ángel González y Antonio Gamoneda que hasta comparten las iniciales de sus nombres y apellidos. A. G. y A. G. nacieron en Oviedo unos años antes de iniciarse la Guerra Civil, perdieron a sus padres –no a sus madres- antes de poder guardar de ellos algún recuerdo y sufrieron en el bando de los perdedores las miserias y el dolor de la guerra. Ambos se tuvieron que trasladar a León por problemas de salud –el consabido asma que tanto ha contribuido al florecer de los poetas-, y en la oscura soledad de los años del hambre las sombras de sus padres ausentes –su inevitable y continua presencia a través de los libros y recuerdos heredados- influyeron de manera decisiva en sus vidas, marcadas desde entonces por el compromiso moral que se deja traslucir de sus respectivas vocaciones poéticas. De esos primeros años de sus vidas tratan estos dos libros que –en paralelo con la misma contemporaneidad que cuentan- han visto la luz casi a la vez.
 
En la contraportada del libro Mañana no será lo que Dios quiera se dice que el libro es una novela sobre Ángel González, lo cual no pretende ser más que una argucia editorial para vender más, pues lo que realmente tenemos entre las manos es un libro de poesía. Un libro de poesía escrito en prosa, que es posible sea el mejor de Luis García Montero, quien ha puesto todo su talento como escritor y como crítico al servicio de un personaje que quiere y admira, inmerso en una realidad que no tiene que dejar de ser dura para llegar a ser absolutamente poética. Pues en definitiva se trata de eso, de poesía, porque un libro escrito por un poeta sobre la vida de otro poeta, si pretende ser verdadero, sólo puede ser poético, es decir, revelador en la creación de lo bello. Así, más que una novela, García Montero ha creado un largo poema donde, a la manera de los clásicos griegos –con la licencia de sólo romper el severo corsé de la métrica-, se cantan las hazañas de un héroe que logra vencer a la tragedia por medio de la alegría que siempre conlleva –en la familia y los amigos- el amor compartido. Entre la épica y la lírica, el poema en forma de novela se desarrolla como una ficción donde el inicio se envuelve en la ingenua promesa que toda vida ofrece, el nudo se fija en el drama que parece sólo provisto para nunca más dejar ese hueco en el olvido, y el desenlace se cierra para abrirse en el convencimiento de que el poso del dolor es lo único que puede hurtar de esperanza a todo lo que no sea humor y amor, fundidos en la belleza de una sola palabra.
 
En Un armario lleno de sombra Antonio Gamoneda dice que este libro es ajeno a la ficción y, yendo más allá por si alguien se equivoca, reclama que, aunque pudiera ser tomado por el pensamiento poético, tampoco sería ficción, pues, según su conocido postulado, “la poesía no es literatura, más que accidentalmente”. Creo que precisamente en esa intención está la debilidad de este libro, ya que al pretender plasmar lo más fielmente posible tanto los “recuerdos heredados” como “los adquiridos en la experiencia propia”, se hurta –aparte del estremecimiento y la emoción que puede causar lo que cuenta-, en esa certificación de los propios límites de lo contado, la cualidad poética que debe tener toda creación literaria. Y esto a pesar de que, mal que le pese a nuestro genial poeta, toda intención de dar fe –como un notario- por medio de la escritura de aquello que fue real –a través de una biografía, unas memorias o un diario-, siempre llevará inevitablemente al resbaladizo –y poético- territorio de la ficción, donde el tiempo transcurrido –y la propia materia de lo narrado- nos obligará a inventar aquello que ingenuamente creemos recordar.
 
En los primeros años de estas vidas paralelas, tanto A.G. como A.G. encontrarán siempre la evanescente materia sobre la que sustentar el dolor y la ternura, el descreimiento y el amor, la desolación y la alegría que transitarán por sus versos futuros, conformando, sin embargo, dos mundos poéticos lo suficientemente dispares como para que cada uno brille con voz propia.

 

 

 

Diego Medrano

 

Era Bette Bavis, aromada de cerveza muy fría, de ofertón, ya al final de lo suyo, quien lo casi susurraba a todo aquél que la llamase por teléfono a deshora, entre platos sucios y películas que no se hacían: "Volvamos a esos días felices en que había héroes". Y un sabio, aparentemente menor, pero mucho más intenso, cerró el círculo todavía con más pulso, garbo de cisne sobre folio manchado de coñac y deudas: "No hay héroe en la soledad; los actos sublimes están determinados siempre por el entusiasmo de muchos".
    Sois héroes: habéis abierto la brecha para cuantos vienen detrás, convertis la soledad de hiel del escribiente en una extraña suerte de carrusel, de sindicato de la alegría presidido por esa moneda escasa, privilegiada y sonriente que es la fraternidad. Sois el humanismo de la mano firme y la sonrisa, lentísima, sin prisa alguna por apagarse. ¡Muchas felicidades!
    Laurence Sterne, tal vez de borrachera por Pumarín, lo apuntó pensando en vosotros: "La temeridad cambia de nombre cuando obtiene el éxito. Entonces se llama heroísmo".  Lo sabéis mejor que nadie: un héroe es todo aquél que hace lo que puede.
 
        Diego Medrano.
 

 

Javier Reverte

 

 

 

 

Para los que tenemos un corazón asturiano, aunque hayamos nacido en otra parte, es un honor haber participado en algunos de los actos celebrados en los años pasados por la Asociación de Escritores de Asturias.

       Asturias es tierra literaria y lo seguirá siendo muchos años mientras existan asociaciones como la vuestra.

Javier Reverte

Foto: Chelo León

Expando: Solamente Schmit. Por Yose Álvarez-Mesa (26.01.2010).

En todos estos (intermitentes) años con Eagles, Timothy B. Schmit nos ha sabido a poco –que no a Poco– ya que el tándem formado por Don Henley y Glenn Frey apenas ha dejado meter baza a sus compañeros, y han sido pocas las veces en que Schmit o Walsh han colaborado con sus propias composiciones en los álbumes del mítico grupo estadounidense.

Independientemente de los conflictos internos que dejaron atrás a Meisner, Felder y Leadon, tanto Schmit como Walsh parecen aceptar de buen grado su menor protagonismo en la banda. Es evidente que Eagles quiere ser marca de fábrica del sonido Henley-Frey, y son básicamente sus composiciones las que se incluyen en sus discos y en sus conciertos, como si por si el hecho de ser los primeros integrantes de la banda fueran más Eagles que los que entraron después. Tras 30 años de unión ya deberían tener más que asumido que Eagles son esos cuatro individuos extraordinarios en solitario pero únicos cuando están juntos, y que cada uno de ellos aportan al grupo ese toque personal y diferente que los hace irrepetibles.

Según comentarios del propio Schmit en una reciente entrevista, algunos temas de los que ahora componen Expando fueron ofrecidos para formar parte de Long road out of eden, último álbum de Eagles (2007), pero no fueron acogidos con entusiasmo, por lo que Timothy decidió “dejarlo correr”. No obstante, sólo tiene buenas palabras para el grupo, a pesar de que en todo este tiempo no han hecho más que mantenerlo en un discreto segundo plano.

Es por eso que sus trabajos en solitario se esperan con avidez, como en el caso de este álbum de reciente lanzamiento, en el que Schmit nos ofrece una serie de temas con los que contentar a cualquier fan, y más aún, para ponerse en el lugar que se merece y dejemos de verlo simplemente como el bajista de Eagles, ya que por sí mismo tiene mucho que ofrecer. Es este su quinto álbum en solitario, y sin duda su mejor trabajo, tal vez porque lo ha hecho como ha querido ya que se lo ha costeado él mismo. Todos los temas son de su autoría, lo cual ya es una novedad, ya que en sus cuatro anteriores discos había bastantes versiones de otros artistas (muy buenas versiones, por cierto), quizás por exigencias de la discográfica.

Aún así, en sus anteriores trabajos en solitario (Playin’ it cool/1984, Timothy B/1987, Tell me the truth/1990 y Feed the fire/2001) ya se vio una evolución en su talante creativo, siempre sin perder el encanto de sus primeras composiciones con Poco, pero añadiendo nuevos registros, adaptándose a las nuevas tendencias, dejando bien patente que no estaba dispuesto a estancarse en el pasado. Y eso es lo que ha vuelto a hacer con Expando: seguir creciendo. Hay varias canciones que perpetúan ese estilo que ha venido consolidando a lo largo de los años, y otras tantas que se salen de ese registro para surcar nuevos retos. Se ha permitido hablar del pasado desde novedosos sonidos, ha rescatado instrumentos tradicionales y los ha mezclado con los más actuales, ha recuperado aires folk dándole vientos de futuro, y ha fusionado estilos hasta crear otros nuevos, sin estridencias, haciendo fácil lo complejo, algo que sólo pueden conseguir los grandes. Resumiendo, en este disco Schmit suena “como siempre y como nunca”.

Lo más destacable del álbum es sin duda esa variedad de estilos que maneja con total acierto: country, soul, rock, blues, funky, gospel, folk… El sonido es especialmente rico debido a la amplia selección de instrumentos y técnicas elegidos para cada canción. La mayoría de las composiciones parten de una base acústica que se abre mezclando ritmos con un gran sentido de la estética. Todo el trabajo realizado en este álbum constata el buen hacer de este hombre que después de años y años en la música aún es capaz de reinventarse a sí mismo en cada canción.

También a destacar la buena forma de su voz, más contenida, con registros más graves, esa dulzura habitual mezclada con nuevas notas más agresivas de hermosos matices, y ese bellísimo falsete que es su seña de identidad y que en este álbum dosifica con total acierto (a mi modo de ver, en su anterior disco, Feed the fire, abusaba del falsete). Desde los ritmos más cañeros hasta los más melódicos, su voz se multiplica y brilla con esa luz que sólo tienen unos pocos privilegiados. En uno de los temas, además, hace un verdadero alarde de tesitura vocal al cantar en tres octavas. Su voz se adapta al medio como un camaleón y es capaz de decirnos más que las propias palabras, apropiándose del estado de ánimo que pretende reflejar cada canción. Exquisito gusto a la hora de diseñar las armonías vocales, que en ningún tema se dejan al azar, y no hacen más que subrayar el total lucimiento de esa voz increíble en todas sus tonalidades.

Letras sencillas y bien trabajadas, con algunos apuntes poéticos más que destacables (“toda mi tristeza podría caber en un cajón del dormitorio”), en las que queda reflejada una actitud concreta ante la vida y que determina un poco su propia identidad. Tintes autobiográficos en muchas ocasiones, divertidos arranques de ironía en otras, y en general, una visión introspectiva de todo lo que ha sido y es su visión del mundo y de la vida. Voz, letra y música armonizan a la perfección en todas las canciones, de tal forma que aún sin escuchar la letra, nos podemos imaginar prácticamente lo que transmite la melodía.

Para este trabajo se ha rodeado de una serie de colaboradores de lo más variopinto de la escena musical, con los que grabó en su estudio privado de su casa de Los Ángeles. El elenco está compuesto por: Graham Nash, Dwight Yoakam y Kid Rok en los coros. Gary Burton, un virtuoso del vibráfono. Los guitarristas de blues Kenny Wayne Shepherd y Keb’ Mo’. Vam Dike Parks al acordeón. Los teclistas  Garth Hudson, de The Band, y Benmont Tench, de Heartbreakers. Todos ellos han aportado ese toque de diversidad que hace aún más interesante el “sabor” de Expando.

En 2010 se prevé nuevo tour de Eagles sin tener nuevo trabajo discográfico con el que aportar nuevos aires a sus conciertos. Es de suponer, por tanto, que será exactamente la misma gira que llevan realizando desde 2007, Long road out of eden, basada en las can
ciones del álbum homónimo de ese mismo año. Me pregunto si Timothy podrá interpretar algún tema de Expando en la gira (como hacen sus compañeros) o si Henley/Frey considerarán que esto sería darle ese protagonismo que se reservan para sí mismos. El tiempo dirá.

 

LISTA DE TEMAS:

One more mille. Melodía de base acústica con tintes folk que habla sobre búsquedas, en una especie de filosofía del “avanzo, luego existo”. En este tema Schmit se encarga de la percusión, el bajo, la guitarra acústica, el banjo y el ukelele, acompañado de Keb’ Mo’ al slide dobro, que aporta ese toque cálido al conjunto.

Parachute. La canción más extensa del disco (6’22 minutos), en la que Schmit comparte protagonismo vocal con Graham Nash, dos voces que encajan en perfecta sintonía. Jim Keltner a la batería, Benmont Tench al órgano, Timothy con el bajo, la acústica y el strumstick, y un espectacular solo de guitarra de Kenny Wayne Shepherd hacen de este tema uno de los más interesantes del álbum.

Friday night. Country suave y entrañable con un estribillo muy pegadizo y una muy bien elegida instrumentación. Bajo, acústica, mandolina, guitarra (tenor) y percusión a cargo de Schmit, Van Dyke Paris al acordeón, Garth Hudson al órgano, y Hank Linderman con la guitarra (barítono) y reforzando a Tim en los coros.

Ella Jean es una preciosa canción de amor lejos de la ñoñería o el empalagamiento. Está dedicada a su mujer, Jean, con la que lleva casado 30 años, y por tanto contempla el amor desde la madurez, en un canto de añoranza cuando ella está lejos. Smith toca aquí todos los instrumentos (bajo, acústica, dobro, armónica y percusión) y hace todas las voces.

White boy from Sacramento es sin duda el mejor tema del álbum, y también el más sorprendente. No sólo porque escuchamos la voz de Schmit en un tono grave bastante lejano a su dulce tesitura, sino porque canta la canción en dos octavas distintas, e incluso alcanza una tercera octava en un determinado momento, algo realmente insólito. Es un blues trepidante con una letra divertida en la que habla sobre su adolescencia o sus influencias musicales, y termina diciendo que “haga lo que haga, vaya donde vaya, sigo siendo aquel chico blanco de Sacramento”. Schmit toca aquí el bajo, la guitarra rítmica y el dobro, acompañado por su hijo Ben como guitarra solista y batería, por Benmont Tench al piano, y por un fantástico trío de voces negras en los coros: Marlena Jeter, Mortonette Jenkins y Valerie Pinkston.

Compassion. En el minuto 3 de la canción cobra protagonismo una explosión vocal impresionante, con infinitas voces de Schmit al unísono como en unos fuegos artificiales de mil tonalidades y trayectorias, que dura 30 increíbles segundos que cortan la respiración. Instrumentación a base de bajo, guitarra acústica y una sencilla percusión, todo ello tocado por Schmit.

Downtime. Mezcla de funky, rock, rithm&blues y soul con reminiscencias de jazz donde se habla de la necesidad de desconectar y tomarse un respiro de vez en cuando. Reunión de buenos músicos tocando: Jim Keltner (batería y percusión), Gary Burton (vibráfono), Van Dike Parks (acordeón), y Schmit (bajo y acústica) acompañado en los coros por Kid Rock y Dwaight Yoakam.

Melancholy. Maravillosa melodía en el más puro estilo Schmit, que no podía faltar en este álbum porque se echaría de menos. Una letra de connotaciones intimistas donde refleja ese estado que a todos nos afecta alguna vez, en el que la tristeza lo llena todo sin poder hacer nada por evitarlo. En esta ocasión le acompaña a la batería Jim Keltner, y Timothy se encarga del bajo, la guitarra acústica y el piano.

I don’t mind. Interesante tema en el que predominan los instrumentos de viento: saxo alto, saxo tenor, trombón (Dave Ralicke), acordeón (Vam Dyke Paris) y tuba (Freebo), que aporta ese empaque que necesita la canción para dar trascendencia a todo lo que “no importa”. Schmit se hace cargo del bajo, la guitarra acústica, el ukelele y la percusión.

Secular praise. Coros de lujo, a cargo de los Blind Boys of Alabama, que le dan ese toque godspell que hace de la canción una impresionante fusión de ritmos. Timothy toca el bajo y la acústica, acompañado de Jim Keltner (batería y percusión), Benmont Tench (órgano) y Van Dyke Parks (acordeón). Otra inmejorable composición, cuidada hasta el más mínimo detalle, de lo mejor del disco.

A good day. Sonido country-rock para un tema lleno de encanto, que recuerda los tiempos de Poco. Bajo, acústica, guitarra tenor y armónica a cargo de Schmit, al que acompaña Greg Leisz con la guitarra steel, Jim Keltner a la batería, y Donna De Lory y Hank Linderman en los coros.

Concha Quirós

 

Queridos escritores:

Aquí va mi más fervorosa felicitación por vuestro cumpleaños. El buen hacer y el espíritu de equipo que hay entre vosotros y esta veterana librería es manifiesta. Repito pues la enhorabuena con el deseo de que podamos celebrarlo juntos muchos años más.
 Cordial saludo
          Concha Quirós. Librería Cervantes.

 

Foto: Fusión

Inolvidable, de Alex Robinson. Por David Fueyo (25/I/10)

 

Inolvidable
Alex Robinson.
Editorial Astiberri
Colección: Colección Sillón Orejero
B/N. 128 páginas.
Año de publicación: 2008

 

 

Si pudiera retroceder en el tiempo sabiendo lo que ahora se…

 

«Si pudiera retroceder en el tiempo sabiendo lo que ahora sé» es posiblemente una de las frases que más veces le he escuchado repetir a mi anciana abuela, por lo que se puede decir que he crecido imaginándome cómo me las arreglaría para revivir todos y cada uno de esos momentos de mi vida en los que quizá no me hubiera callado, quizá hubiera ido o dejado de ir, quizá no me lo hubiera tomado todo tan a la ligera o posiblemente haría todo lo contrario a lo ya hecho. Supongo inherente a nuestra sensibilidad humana el reconstruir una y otra vez esos momentos que de alguna forma nos han marcado y reconstruir una y otra vez nuestras actuaciones en una especie de “espíritu de la escalera” (Diderot en su Paradoxe sur le Comédien, acuña este término como la sensación que tenemos cuando nos viene a la cabeza, demasiado tarde, la acción que deberíamos haber tomado en vez de la que realmente hemos llevado a cabo).

En Inolvidable (Premio Harvey al mejor álbum gráfico), Alex Robinson juega con ese “espíritu de la escalera” haciendo retroceder a su protagonista Andy, un cuarentón que ha decidido recurrir a la hipnosis para ver si así consigue dejar de fumar, a sus tiempos de instituto mediante un sueño inducido en el cual el protagonista tiene una segunda oportunidad para negarse a fumar su primer cigarrillo y así conseguir que en su vuelta al día de hoy no siga fumando. (Chico, ¡qué tontos éramos!, siempre nos había recordado fumando con la intención de parecer guays ante estas universitarias, pero está claro que se están riendo de nosotros… en fin, otro recuerdo manchado).

El argumento puede sonar en parte al de la película Regreso al futuro, y en parte he entendido éste como un pequeño homenaje a los años 80, a su música, su estética, su lenguaje y sus películas (las alusiones a la trilogía son constantes durante el desarrollo de la historia). Con una factura técnicamente impecable, Robinson mejora todavía más la grata sensación que anteriormente me había dado otra de sus obras destacables, Estafados, la cual considero que merece otra reseña por su complejidad y su sorprendente desarrollo. En Inolvidable, Robinson consigue sorprender cada vez que se pasa de página. El álbum no es un simple cómic, sino que es una impresionante novela gráfica sobre la madurez, las segundas oportunidades y la búsqueda de ilusiones que se han quedado por el camino. Es capaz de transmitir esa clase de sentimientos que todos llevamos tan bien guardados como el fracaso, la cobardía, el arrepentimiento, o simplemente, el darnos cuenta de que somos unos simples desconocidos para nosotros mismos. Robinson destila en su obra cierto aroma carveriano, pinta la cotidianeidad, retrata con precisión como sería una segunda oportunidad, y sobre todo, hace a sus personajes reflexionar, utilizando gran cantidad de recursos para que nos demos cuenta de la diferencia entre lo que el personaje piensa y lo que realmente dice o hace.

 

El autor tiene algo de psicólogo de lo cotidiano, y es capaz de dibujar pensamientos, tristezas, enfados y laberintos internos con gran acierto, juega con la luz en sus dibujos a plumilla en un expresivo blanco y negro al que le sobraría cualquier tipo de color. Bebe también del cine de Robert Altman (Loco por amor, Vidas Cruzadas, el Juego de Hollywood…) en cuanto a las relaciones entre sus personajes, sus viejos rencores, sus temores ocultos, la pérdida de ilusiones, el realismo sucio que remueve conciencias, la tristeza de lo cotidiano, y sobretodo, hace que te puedas reconocer en sus personajes, que sientas empatía con los mismos, que te des cuenta de que lo que ellos y ellas sienten puedes haberlo sentido tú mismo. En definitiva, juega contigo y te hace pensar en cómo reaccionarías ante las situaciones de la vida misma que se van narrando, en este caso, pensar qué has hecho bien y qué has hecho mal, y lo que harías si eso que dice mi abuela de retroceder en el tiempo sabiendo lo que ahora sabes te haría mejor o si simplemente si el pasado habría que dejarlo como está sin darle más vueltas.

 

Invictus, de Clint Eastwood: el presidente y el deporte que salvaron a una nación. Por José Havel (25/01/2010).

Por azares del destino, Invictus, el trigésimo largometraje de Clint Eastwood, que evoca la Copa del Mundo de rugby organizada por Sudáfrica en 1995, se estrena el mismo año en que, curiosamente, dicho país acoge el Mundial de fútbol. De modo harto elocuente, ambos deportes se yuxtaponen en el comienzo mismo del filme, cuando Nelson Mandela (Morgan Freeman) es liberado tras 27 años de encarcelamiento. Los jóvenes blancos practican el rugby sobre un cuidado césped; los negros, el fútbol, pero en un descampado. Entremedias, vallas y una barrera de asfalto. El rugby, deporte de los blancos, simbolizaba en Sudáfrica la segregación y el odio racial. La población negra lo detestaba, igual que a la selección sudafricana (los Springboks de camiseta verde), tanto como al himno de Sudáfrica y su bandera, emblemas todos de la dominación blanca.

Basado en el libro El factor humano: Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación, de John Carlin, Invictus, que toma su título de un poema de W. E. Henley caro a Mandela, relata cómo este (re)conciliador presidente supo transformar semejante estado de cosas acabando con la vergüenza del Apartheid.

Consciente del poder del deporte como elemento cohesionador, Mandela logró que los blancos, empezando por el capitán Springbok, François Pienaar (Matt Damon), dieran ejemplo esforzándose en aprender el nuevo himno nacional, ese mismo que durante medio siglo fuera la canción de protesta de sus compatriotas negros; y consiguió asimismo que éstos transigieran en convertirse al rugby de los Afrikaner, según hizo Chester Williams (McNeil Hendricks), primer negro vestido de verde Springbok. «One Team, One Country». Un deporte, un equipo, un país de todos. «No tenemos el apoyo de sólo 63.000 sudafricanos, sino de 43 millones de sudafricanos», declara Pienaar, recién concluida la gran final ganada a los legendarios All Blacks de Nueva Zelanda en el último minuto. Aquellos jugadores sabían que eran mucho más que una formación deportiva.

Morgan Freeman está tan bien en su papel (el propio Mandela lo designó un día como el actor más apto para encarnarlo), que uno se siente tentado de reconocerle estatus de coautor en esta película. Especialmente emotivo resulta ver cómo Mandela/Freeman inspira a los Springboks hacia la victoria hablando largo y tendido con su capitán, haciéndole leer ciertos poemas, llevando a todo el equipo a visitar la celda donde pasó encerrado casi un tercio de su vida…

No es fácil evaluar en su justa medida una película que viene a continuación de una obra maestra, Gran Torino, con valor de antología además. Por eso se impone comprender la naturaleza paradójica de Invictus, obra naïf y trascendente a un tiempo, en concordancia con la materia que aborda. Ingenua en apariencia, aunque a la postre eficaz, como el propósito de Mandela de reconciliar, en torno al rugby, a un país al borde de la guerra civil tras el Apartheid, sintiendo los negros una comprensible sed de revancha, estando los blancos a la defensiva –armada, si fuera preciso— ante la posible venganza de aquéllos. Igual de simple, pero no por ello menos humana ni menos trascendente, que la ilusión de un pueblo ante la plausible victoria de sus deportistas, traducida luego en explosión emocional –y afectiva— con el triunfo. Pocas cosas unen tanto a las personas como el éxito deportivo patrio en lides internacionales. De ahí que, durante la final que dirimen sudafricanos y neozelandeses, Eastwood filme el rugby como jamás habíamos visto hasta ahora, de una forma reveladoramente trascendental, pasmosamente elegante y bella.

 

INVICTUS. EE UU, 2009.Dirección: Clint Eastwood. Guión: Anthony Peckham; basado en el libro Playing the enemy de John Carlin. Producción: Clint Eastwood, Lori McCreary, Robert Lorenz y Mace Neufeld. Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox. Diseño de producción: James J. Murakami. Vestuario: Deborah Hopper. Intérpretes: Morgan Freeman (Nelson Mandela), Matt Damon (François Pienaar), Marguerite Wheatley (Nerine), Patrick Lyster (Sr. Pienaar), Matt Stern (Hendrick), Julian Lewis Jones (Etienne)… Duración: 135 minutos. Estreno en España: 29 Enero 2010.

Miguel Rojo

 

 
Hay una adagio chino, o quizás no sea chino y lo he soñado yo, que dice que los huevos, para comerlos, hay que romperlos primero.O este otro que viene del occidente asturiano: Si quies pexes, mueya ‘l culu. Y que traducido a roman paladino quiere decir que cualquier trabajo bien hecho conlleva ciertas dosis de fracaso (los huevos rotos) y sufrimiento (el culu moyáu).
 
Miguel Rojo
 
Foto: Internet
 

Miguel Munárriz

 

 

Es un feliz aniversario el que cumple la Asociación de Escritores de Asturias. Feliz porque todo cumpleaños supone un avance en el tiempo, un saber que se sigue vivo para afrontar nuevos proyectos, pero en este caso el acontecimiento es doblemente importante porque a la efeméride se añade que un grupo de artistas que aspiran a la proyección individual de su obra y cuyo trabajo se realiza en estricta soledad se unan para fomentar también el trabajo de los otros en favor de la comunidad lectora, que al final somos todos. Felicidades y muchos apoyos.

Miguel Munárriz.

Foto: El Comercio Digital