El Douro y su “resabio de brasa y de frambuesa”. Por Ángel García Prieto (20/07/2009).
El Douro va a ir en descenso continuo en su recorrido por el país luso, discurriendo apaciblemente en una orografía al principio muy agreste, entre pardos pedregales adornados de almendros, para abrirse cada vez más, a través de las soleadas laderas de pizarra con bancales de viñas, en un amplio cauce, una vez superadas las sierras de Marão y Montemuro, donde el verde de campos cuajados, los frecuentes caseríos, las bodegas y las nobles mansiones de época hacen entrever la cercanía del bullicio de la asombrosa ciudad de Porto.La naturaleza fue en esta comarca “robusta, solemne y profunda”, como dijo Alexandre Herculano. El río luchó contra las rocas, y el hombre ha sabido hacer de ese cauce una tradición, una fuente de relaciones, un hilo conductor de riqueza, trabajo y el orgullo de un nombre que representa a esas tierras por todo el mundo. El río está transformado en “sucesivos y extensos espejos de agua”, como dicen sus poetas, que cantan los nombres de sus riberas y sus pueblos “mordidos por el sol y acariciados por el rocío”: Barca d’Alva, Riba-Tua, Pinhao, Tabuaco, São Salvador do Mundo – dicen que el mejor panorama sobre el río – Mesão Frio, Peso da Régua…
Aquí, en esta villa fluvial que marca el centro de la trayectoria, se creó en 1768 la Companhia Geral dos Vinhos do Alto Douro, donde hoy se sitúa la Casa do Douro. Aquí se percibe de modo especial la confluencia del río y el vino, de la cultura y el trabajo. Es también el centro geográfico de una comarca rica en arte: el monasterio románico de S. Martinho de Mouros, el puente fortificado de Ucanha, tapices flamencos en el museo de Lamego, arquitectura barroca de riquísima expresión en el Palacio de Mateus de Vila Real o el santuario de Nossa Senhora dos Remédios, erguido en la cima del monte Santo Estevão, y tantas expresiones más de la riqueza cultural de estos parajes, que Miguel Torga, nacido apenas unos kilómetros más allá de la orilla, evoca con frecuencia en sus escritos.
Un Oporto
El prestigiado vino de Porto tiene la primera denominación de origen del mundo y es en su integridad un producto del Douro. El Marqués de Pombal legisla en 1756 todo lo que se refiere a su origen, elaboración y comercio. Delimita con mojones reales las tierras de viñedos se distribuyen en terrazas trabajadas de una manera concienzuda y con mayor rendimiento según la inventiva y los medios de que han ido disponiendo los lugareños, para lograr un mejor acceso y producción. El suelo pizarroso facilita el reflejo del sol y del calor sobre la superficie inferior de los racimos que al mantener mejor la temperatura entre las diferencias diurnas y nocturnas de la atmósfera, consigue mayor riqueza de azúcar en las uvas.
En bodegas situadas en el propio terreno vitivinícola, tras la vendimia manual de septiembre y octubre, el caldo es enriquecido a las treinta y seis horas de obtenerse con una cuarta parte de aguardiente vínico y se mantiene hasta la primavera siguiente. Esta fórmula, que eleva el grado alcohólico del vino de Porto hasta alrededor de los veinte grados, se dice que nació de la necesidad de cortar la fermentación que dañaba el caldo en los viajes. Transporte que se hacía antaño en los pintorescos y típicos barcos rebelos, luego en tren y ahora en prosaicos camiones cisterna. El caldo se traslada a las cavas de Vila Nova de Gaia, en la orilla izquierda del río, enfrente de Porto, donde los vinos envejecen al menos tres años en barricas de roble americano, para luego seguir su maduración después de ser cabeceados y embotellados. Así se obtienen el Branco, Tawny, Ruby y los LBV (Late Blotted Vintage) y Vintage. El primero es de uvas blancas, aperitivo más o menos seco. El tawny está envejecido en barricas pequeñas, tiene aromas de frutos secos y vainilla. Los ruby, son rojos, envejecidos en grandes y anchas barricas. Y los LBV y vintage, además de provenir de uvas especialmente escogidas en cosechas de mucha calidad, envejecen al menos cinco años en el primer caso y entre quince y veinte en los vintages.
Llega al fin, el río…
En Santa Cruz do Douro, a poca distancia río abajo de Peso da Régua, el gran escritor luso Eça de Queiroz sitúa el terruño de Jacinto, protagonista de la novela La ciudad y las sierras. A su estación ferroviaria llega de París el paisano triunfador, lleno de nostalgia de su patria chica, que en la novela se denomina Tormes. El propio autor vivió allí, en una preciosa casa de la parte alta del pueblo; una quinta noble de granito revestido de enredaderas que heredó de los padres de su mujer. Y desde 1997 es sede de la Fundação Eça de Queiroz, que guarda el recuerdo del autor, promueve las reuniones y congresos literarios especializados y el desarrollo turístico de la comarca. En esta casa vive alguno de sus descendientes, pero está abierta a la vista guiada, en la que se puede ver la biblioteca del escritor, muebles y objetos, fotos y recuerdos. Todo ello en un lugar de encanto, entre viñas, flores, manzanos pinos y robles, con una perspectiva amplia del valle y de otra de las numerosas aldeas y pueblos vecinos. Y el río “Viene de lejos sólo para morir en las manos de las olas. Y llega extenuado, pues el camino es largo y no siempre fácil, aunque se entretenga en ocasiones a contemplar las márgenes, a veces escarpadas, a veces en laderas verdes, entre oro y carmín”, escribe Eugenio de Andrade en Canção do Mais Alto Rio, de ése que ya conocemos como la “evidencia inconmensurable” del mapa que les tocó, pues la cartografía de la historia, la cultura y el alma lusas que el Douro representa es tan larga y ancha como el espíritu humano.
La última casa a la izquierda 2009: Superando al original. Por José Havel (17/07/2009).
He aquí una de esas sorpresas inesperadas. Superior a la media de la moda actual e intempestiva de los remakes, La última casa a la izquierda de Dennis Iliadis es una relectura, nihilista y maliciosa, construida con un sentido del thriller visceral que parece comprender bien la noción de un remake digno de este nombre: permanecer fiel a la propuesta y el universo de origen (la película homónima de Wes Craven del año 1972) mientras los pone al día, insuflándoles un necesario interés suplementario desde la modernización del relato, sobre todo en relación a los resortes y la gestión de la angustia, dado que el concepto de barabarie de los años 70 no es el mismo de hoy.
Y de ser angustiosa a cada instante es de lo que puede vanagloriarse esta revisitación de la historia de dos amigas secuestradas, violadas y asesinadas por una banda de psicópatas que, luego, se refugian por azar en la casa de los padres de las víctimas, quienes, una vez enterados de lo sucedido, organizan una venganza tal que hará arrepentirse a sus huéspedes convictos de haber entrado en esa última casa a la izquierda… Su construcción formal de acoso, apoyada por una híper-violencia realista, modela certeramente la quizá más agotadora forma del horror, ésa que nos espera a la vuelta de la esquina, no lejos de nuestra casa, para responder solamente a la necesidad primitiva de matar, masacrar y detentar una sensación de poder; un grado de violencia última que también puede revertir la situación contra los agresores iniciales. El gran logro de Dennis Iliadis descansa –superando al original de Craven— en el arte de vehicular la inseguridad, el miedo, la cólera y el odio hasta el inconsciente del espectador, con una libertad de maniobra inaudita para una producción Universal en estos tiempos (nada inocentes) de pudibundez hollywoodiense que corren.
LA ÚLTIMA CASA A LA IZQUIERDA (The last house on the left). EE UU, 2009. Dirección: Dennis Iliadis. Guión: Adam Alleca y Carl Ellsworth; basado en la película The last house on the left (1972) de Wes Craven. Fotografía: Sharone Meir. Música: John Murphy. Montaje: Peter McNulty. Intérpretes:Sara Paxton (Mari), Tony Goldwyn (John), Monica Potter (Emma), Garret Dillahunt (Krug), Martha MacIsaac (Paige), Riki Lindhome (Sadie), Josh Cox (Giles), Spencer Treat Clark (Justin), Michael Bowen (Morton), Aaron Paul (Francis), Usha Khan (criada)… Duración: 110 minutos.
Underground: (San) Michael Jackson (2). Por Manolo D. Abad (17/07/2009).
La histeria generalizada que campa a sus anchas por este siglo XXI ha encontrado en la muerte del ídolo de barro de la música de consumo Michael Jackson el emblema de la retorcida sociedad que se muestra a través de la dislocada pantalla de los medios de comunicación. Con un despliegue superior al de un jefe de estado, se escenificó su funeral como otro escalón más de la recuperación de una memoria que, a poco que se rasque, resulta de lo más sórdido. Pero aquí se trata de vender: el pasado y el futuro. Me alegré de la legislación española sobre menores cuando vi a la hija de Jacko dar sus primeros pasos en el mundo del espectáculo, bien secundada por un clan siniestro, abyecto. Digo que me alegré porque en nuestro país no sería posible ver el rostro de la menor. ¿Es que no escarmientan? ¿Es que los Jackson, no contentos con haber destruido la infancia de muchos de sus miembros, pretenden continuar la tarea con esta pobre niña…? Niña que también sirve para alimentar la incontenible bola de nieve de rumores: ¿Es realmente su hija? La basura se hace un hueco para extraer más migajas millonarias de los incautos que piquen en el indigesto nuevo culto.
En cuanto a los medios de comunicación, los mismos que habían propuesto primero el linchamiento masivo del pederasta, posteriormente, el olvido de tan siniestro personaje, acabado en lo poco creativo que un día tuvo e inmerso en un presente caótico e indigno, esos mismos medios de comunicación emprenden la loa desmesurada, hiperbólica, de sus hazañas. Porque de música nada, oiga. Se quedan en la superficie, como la mayor parte de las veces, en la anécdota, en el chascarrillo, en la explotación de la superficie, en ese sensacionalismo ya asumido por desgracia y totalmente indigesto para cualquiera con dos dedos de frente. Tengo una recopilación de barbaridades escritas o dichas al respecto, pero no deseo aburrirles más de la cuenta con ello. No puedo, sin embargo, obviar la de un sujeto que hablaba del buen gusto de Jackson, ¡por haber comprado los derechos de las canciones de los Beatles! Una vez más, confundiendo churras con merinas. Recuerdo, además, la poca gracia que les hizo a los componentes vivos del grupo británico dicha adquisición…
Y el proceso de canonización del infausto personaje camina viento en popa a toda vela, claro. Si no, al tiempo.
Reseña de Conversaciones con Al Pacino, de Lawrence Grobel. Por Alfonso López Alfonso (16/07/2009).
Lawrence Grobel,
Conversaciones con Al Pacino,
Belacqva, Barcelona, 2007.
Traducción de Juan Gabriel Vásquez.
Palabras, palabras, palabras
Al Pacino es una estrella del cine reverenciada, imitada y venerada a nivel mundial, pero para llegar hasta ahí, como se ve en este libro de entrevistas, el actor hizo buena la frase de Truman Capote según la cual todo fracaso es el condimento del éxito.
Lawrence Grobel entrevistó por primera vez a Al Pacino en 1979, cuando el actor estaba rodando A la caza, de Billy Friedkin. La entrevista se publicó en Playboy y supuso el inicio de una larga amistad. Después de esa primera entrevista vinieron muchas más y a lo largo del libro asistimos a la evolución y consolidación de una cómplice intimidad que se va estableciendo entre entrevistador y entrevistado y que alcanza el presente. A medida que avanzan las páginas los vemos pasar de la prevención y desconfianza iniciales –sobre todo por parte de Pacino- a la familiaridad que confiere compartir piscina en Beverly Hills o pasear en coche por Los Ángeles.
La vida de Al Pacino daría para una novela de Charles Dickens: Nacido en 1940 en un hogar roto, apenas tuvo trato con su padre, que los abandonó cuando él sólo contaba dos años. Criado por su madre en casa de los abuelos, en el sur del Bronx, empieza a trabajar muy joven en diversos oficios: repartidor de correo, vendedor de zapatos, conserje, porteador de muebles…, y antes de los veinte años ya había salido de la casa familiar, compartido vivienda con alguna chica y vuelto a vagar solo por el mundo. Muy pronto aprendió que él estaba hecho para el compromiso serio con una sola causa: la interpretación. Si hay algo a lo que se ha dedicado con pasión, sin respiro ni tregua, es a ese oficio de ser actor, que, como él dice, consiste en ir lanzando por ahí la psique propia contra las paredes. Una infancia desestructurada y una adolescencia de saltimbanqui grabaron en su personalidad la valía de la soledad, la imposibilidad del matrimonio –es padre de tres hijos, pero no se ha casado- y le dejaron impreso ese fecundo romanticismo bohemio que únicamente los espíritus con talento saben canalizar hacia el auténtico arte.
Visto con la distancia que proporciona el tiempo, Al Pacino tiene esa proyección mesiánica de los grandes artistas: A base de resistir pasó de vivir en condiciones que harían santiguarse al mismo Diógenes a ser una cotizadísima estrella cinematográfica, y eso sin perder su pasión por la interpretación, su amor al teatro y a Shakespeare y su fuerza para sacar adelante proyectos muy personales –y autofinanciados- como The Logic Stigmatic, Looking for Richard o Chinese Coffee.
El chico menudo del Bronx que, en un primer momento, no fue aceptado en el Actor’s Studio y conoció los secretos de la interpretación de la mano de Charlie Laughton en la academia de Herbert Berghof, llegó tan lejos como se puede llegar en su profesión, y cuando se le pregunta cómo lo logró dice que es cuestión de suerte: “Tienes suerte o no la tienes. No se me ocurre una manera específica de manejarlo. Es cuestión de destino, de saber elegir. Y sobre todo de suerte.” Quizá la frase que mejor defina a este actor, caracterizado por la sencillez y una inexorable vocación de permanencia, sea una de Ricardo III –Shakespeare es, al menos, una cuarta parte de este libro, como lo es de la vida de Pacino-: “He apostado mi vida a los dados, afrontaré los azares de la suerte.” Pero aún suponiendo que a esta mezcla actualizada de Huck Finn y Oliver Twist lo haya favorecido la fortuna, no está demás considerar que hace falta mucha elegancia para ser prudente cuando el viento sopla tan a favor como en su caso.
Casi treinta años de trabajo y de vida –desde 1979 hasta 2005- están recogidos en estas páginas. De ellas resulta un personaje enorme, excepcional en su oficio; y también un tipo culto, solitario, enamorado de Nueva York, con un gran sentido del humor y generoso a la hora de juzgar a los demás. Aunque en alguna ocasión saque a pasear la vanidad –en la primera entrevista estaba nervioso y acaba por confesar que considera haber merecido el Oscar por Tarde de perros más que Jack Nicholson por Alguien voló sobre el nido del cuco– lo cierto es que siempre tiene palabras amables para compañeros de reparto –Robert De Niro, Johnny Deep, Sean Penn, Michelle Pfeiffer, etc.- y actores en general –Dustin Hoffman, Meryl Streep, Richard Gere, John Travolta, Mickey Rourke o Sylvester Stallone-. En el libro también hay algunas diferencias de enfoque con los directores -deja muy patente su desilusión con la película Revolución y da a conocer un enfoque muy distinto al de Francis Ford Coppola para el personaje de Michael Corleone en El Padrino III– que provienen de la fidelidad a sí mismo de un interprete que, como todos los grandes, es racionalmente visceral.
Para muchos de nosotros la vida no sería lo mismo sin el puto Al Pacino: un monstruo, un portento de la naturaleza incapaz de explicar su propio talento, pero muy consciente de las cosas que realmente merecen la pena en la vida: “¿Cómo llegué aquí? Tenía los orígenes menos adecuados. Tuve la vida menos adecuada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Es un pozo sin fondo (…) Gracias a Dios tengo salud, amigos, unos hijos maravillosos. Me va bien. Puedo hacer mi trabajo… ¿Qué puedo decir? ¿Cómo ocurrió todo esto?” Después de leer este libro nosotros tampoco encontramos respuestas válidas, más allá de adquirir la certeza de que el fin es inútil, lo realmente importante es el camino.
Reunión de la AEA con otras asociaciones de España en Barcelona, por Literarias. 15/07/2009
Asociaciones de autores de las comunidades autónomas, entre otras la Asociación de Escritores de Asturias, convocadas por la AELC (Associació d’Escriptors en Llengua Catalana) y la ACEC (Asociación Colegial de Escritores de Cataluña), se reunieron el pasado 4 de julio en Barcelona en una jornada que tuvo una doble finalidad. De una lado estrechar los lazos entre todas las asociaciones con el fin de llegar a acuerdos de participación e intercambio y, de otro lado, para informar sobre el alcance de los recientes acuerdos firmados con el Gremi d’Editors de Catalunya, que ya son considerados como históricos por las diversas entidades.
Montserrat Conill y Antonio Tello, como representantes de la ACEC, y Guillem-Jordi Graells y Monserrat Bayà, de la AELC, asistidos por Mario Sepúlveda, asesor jurídico, explicaron a los presentes –José Luis Espina, de la Asociación de Escritores de Asturias (AEA);Carlos Muñoz, asesor jurídico de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE); Mª Teresa Gómez-Mascaraque y David Gómez, representantes de Autores Científico-Técnicos y Académicos (ACTA); Cesáreo Sánchez Iglesias y Xaime Manuel Requeixo, de la Asociación de Escritores en Lingua Galega (AELG); Fito Rodríguez y Elena Laka, de la Euskal Idazleen Elkartea (EIE); Arantzazu Royo, de la Euskal Itzultzaile, Zuzentzaile eta Interpreteen Elkartea (EIZIE), y Francisco Morales Lomas, de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios– el largo proceso de una negociación que duró algo más de dos años.
En una extensa y detallada exposición, Mario Sepúlveda explicó las cláusulas más significativas de los nuevos modelos de contrato de edición y traducción, entre ellas las referentes a la limitación temporal de las cesiones de los derechos de autor y a las diferentes formas de explotación de la obra.
Asimismo, informó sobre los modelos de contrato de obra colectiva, hasta ahora éste utilizado en detrimento de los derechos morales y patrimoniales del autor, y de obra por encargo, el cual, si bien no tiene una correspondencia jurídica de acuerdo con la Ley de Propiedad Intelectual, responde a una realidad profesional dentro de la actividad editorial que editores y autores buscan normalizar.
ACEC y AELC expresaron su deseo de que estos acuerdos alcanzados con el Gremi d’Editors de Catalunya, y que ya tienen vigencia desde el pasado 8 de junio en esta Comunidad, reciban la adhesión de las demás entidades hermanas del resto de España dada la tendencia descentralizadora de la actividad editorial y la necesidad de aunar esfuerzos en la defensa de los derechos de autor y de los autores como profesionales de la industria editorial.
Los delegados de las asociaciones llegadas a Barcelona felicitaron a ACEC y AELC por estos acuerdos y la Asociación de Escritores de Asturias, en palabras de su delegado José Luis Espina, mostró una especial y decidida predisposición para la realización periódica de jornadas como ésta con el fin de tratar conjuntamente temas de interés común. Asimismo, el Presidente de la Asociación de Escritores de Asturias declaró posteriormente que para próximas Jornadas en Pravia se formalizarán sucesivas invitaciones a distintos representantes de otras Asociaciones con el fin de crear vínculos literarios y foros de discusión profesional.
Por último, se consideró que el tema central de la próxima jornada, prevista inicialmente para el próximo otoño, será la Subcomisión designada por el Congreso de los Diputados para estudiar una posible reforma de la LPI ante la cual se hace necesario un discurso común acordado desde la diversidad autonómica.
Apología de la cornada, por José María Ruilópez. 14/07/2009
Hablar en la tradicional España contra lo que puede ser considerado como políticamente correcto no es tarea cómoda. Cuando el Gobierno se esfuerza en la prevención de los accidentes de tráfico, (ahora se cumple el quincuagésimo aniversario de su Dirección General), en el tratamiento de la Gripe A, la lucha contra el terrorismo, la seguridad laboral, doméstica, en el transporte escolar, etcétera, en la Televisión pública, y patrocinado por el Gobierno de Navarra, se hace la apología de la muerte en los encierros de San Fermín con un joven fallecido el viernes pasado.

Ice Age 3: El origen de los dinosaurios, el mejor episodio de la saga. Por Tanja Pérez Hunte (13/07/2009)
Ice Age 3: El origen de los dinosaurioses la tercera entrega de la franquicia Ice Age, producida por la Fox desde su primera salida en nuestras pantallas en 2002. Pero por vez primera este nuevo título de la serie utiliza las 3D. Más que en las otras dos ocasiones precedentes, mediante este procedimiento se busca hacer vivir a los espectadores una experiencia inmersiva, sin utilizar gratuitamente el relieve ni sacrificar la lógica compositiva 2D, prestando por ello más atención a la composición de la imagen, la elección del encuadre (es decir, la “situación de la cámara”) y la ubicación de los personajes.
Sin embargo, conviene aclarar de inicio que, como en los dos títulos anteriores, esta tercera parte brilla más por su humor que por su grafismo, eficaz, dinámico, aunque sin alma. Las nuevas aventuras del mamut Manny, el tigre dientes de sable Diego y el oso perezoso Sid se desenvuelven esta vez por un Mundo Perdido de dinosaurios que no tiene nada de verdaderamente extraordinario. Más que nunca es el humor lo que prima en la función. A partir del tema de la paternidad (Manny va a ser papá, y a Sid le da por “adoptar” tres huevos de dinosaurio poniendo a todo el grupo en peligro), los gags y las réplicas milimetradas detonan con una precisión cómica desopilante: esta Ice Age 3 es una película divertidísima, el mejor episodio de la saga. La guinda del pastel la pone esta vez Buck, la comadreja tuerta que se suma a la troupe de amigos antediluvianos, una mezcla excéntrica de Indiana Jones y Rambo que persigue dinosaurios con la misma obstinación que el capitán Ahab a Moby Dick. Claro que quien dice fijación, dice Scrat, la ardilla prehistórica obsesionada con una bellota escurridiza (¿bellota o avellana?, los expertos siguen sin ponerse de acuerdo) y con… el amor, ahora que la bella Scratte irrumpe en su vida para compartir su particular búsqueda del Grial.
ICE AGE 3: EL ORIGEN DE LOS DINOSAURIOS (Ice Age: Dawn of the dinosaurs). EE UU, 2009. Dirección: Carlos Saldanha y Michael Thurmeier. Duración: 95minutos. Filme de animación.
Reseña de Mejores días, de José Luis Morante. Por Herme G. Donis (13/07/2009).
José Luis Morante, Mejores días, De la luna libros, Mérida, 2009.
No sólo palabras
El poeta, crítico y ensayista José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956), autor de numerosos libros que van desde la poesía (Rotonda con estatuas, Enemigo leal, Población activa, Causas y efectos, Un país lejano, Largo recorrido o La Noche en blanco) hasta la entrevista (Palabras adentro), compendios de artículos breves y ensayos críticos (Protagonistas y secundarios) o el género diarístico (Reencuentros), se aventura ahora a ofrecernos Mejores días, un brillante y singular libro de aforismos.
Desde Hipócrates, Diógenes, Sócrates (padres del aforismo occidental) o Lao-Tsé y Chang-Tsé (adalides estos últimos de los orientales), hasta los actuales creadores de este género, mucho se ha hablado de la palabra con la que se designa a este tipo de breves pensamientos: aforismos.
A estos “componentes mínimos de la materia” -como dice Carlos Marzal en su libro Electrones-, se les ha dado en denominar de muchas y diversas maneras: paradojas, conmutaciones, sentencias, proverbios, adagios, axiomas, incluso refranes… No todas ellas se ajustan, ni mucho menos, a lo que en realidad tendría que ser un aforismo, pero en este totum revolutum en el que se engloba esta disciplina parece que caben todas las definiciones.
Sin añadir ahora más leña al fuego, me limitaré a poner como ejemplo lo que piensan de este concepto tan controvertido dos autores de la talla de Cristóbal Serra y Umberto Eco. El primero apunta: “…Confundido el aforismo, frecuentemente, con la máxima, no es extraño que aparezcan rotulados como aforismos centones de máximas adocenadas y perogrullescas. La confusión alcanza a los diccionarios que, conscientemente, definen el aforismo como “sentencia breve y doctrinal que se propone como máxima”. De aceptar tan confusa definición, la diferencia entre máxima y aforismo apenas sería discernible. Y esa vieja forma de decir, misteriosa y poética, quedaría reducida a consejo moral, a norma utilitaria para andar por casa”. (Efigies, Notas para un Prefacio, 2002). Por otro lado, Umberto Eco nos dice en un artículo publicado en “El País” en el año 2002, lo siguiente: “…El término griego, aparte de “ofrenda” y “oblación”, con el tiempo ha dado en significar “definición”, “dicho” o “sentencia concisa”. Así son los aforismos de Hipócrates. Según [el diccionario] Zingarelli, por tanto, el aforismo es una “breve máxima que expresa una norma de vida o una sentencia filosófica.”
Sin olvidar la definición del Zingarelli recogida por Eco, pero más cercanos quizá al modelo del aforismo discursivo y ensayístico de Lichtenberg, José Luis Morante, en Mejores días, va desgranando una serie de pensamientos que con una carga de gran intensidad moral (que no moralina) nos ponen en contacto con sus experiencias vitales más íntimas que nos hablan de las vertientes de su vida: la familia, la amistad, la muerte, el miedo, la soledad, la labor docente, el arte de escribir, la extrañeza propia del ser humano que se mira en el espejo del tiempo… Pensamientos que recogen no sólo la brevedad sentenciosa propia del aforismo, sino que, no pocas veces, y sin caer en el riesgo del trasvase de géneros, se encuentran cercanos al micro relato o al apunte diarístico.
Atento observador de la naturaleza de las cosas, Morante nos brinda en Mejores días un amplio abanico de pequeñas joyas dignas de ser bien tenidas en cuenta. Autor inteligente, lúcido y sensible nos sorprende tan pronto con la nostalgia y la tristeza, como con la brillante ironía que, no pocas veces, utiliza como fino estilete. Todo ello sabiamente controlado para recordarnos siempre que él es, ante todo, un poeta que no puede prescindir de poner el acento lírico en cualquier reflexión que nos revela.
Buena muestra de lo que digo se encuentra reflejada en esta breve selección de aforismos que les ofrezco sacados de entre los quinientos que componen este nuevo e imprescindible libro del poeta José Luis Morante. Juzguen si no ustedes mismos:
“Cada trayecto se refugia en la lectura minuciosa de un viejo periódico. Disimula su capacidad de observación. Conoce la fisonomía de todos los fantasmas que viajan en los vagones vacíos” (Pág. 11).
“No quiere que nadie se dé cuenta de sus peticiones de auxilio” (Pág. 12).
“El corazón celoso hace recuentos de futuras pérdidas” (Pág. 14).
“Con fidelidad de amigo, manifiesta un contrastado interés por mi devenir literario. Aprende de memoria y me recita todos los juicios negativos que se publican sobre mí.”(Pág. 16).
“Se ha llenado la noche de oscuros minotauros. Pero no soy Teseo.” (Pág. 20).
“Aforismo; un zumbido de avispas.” (Pág. 21).
“Alguien que no soy yo sale a buscarte.” (Pág. 23).
“Neorromanticismo de fin de semana. Irene lama desde un país lejano y su voz tiene armonías de primavera nórdica.” (Pág. 27).
“Después de todo, seguir.” (Pág. 34).
“Si te miras la sombra, ya no estás solo.” (Pág. 43).
“Superada la etapa de la educación autoritaria, la enseñanza actual es más democrática:
se puede denunciar a los profesores por cualquier motivo.” (Pág. 45).
“Transparente, juiciosa, equitativa, discreta. El cinismo perfecto.” (Pág. 52).
“El prudente adopta precauciones al hablar de la muerte.” (Pág. 55).
“En la covacha una cerilla es la luz de mediodía.” (Pág. 62).
“Sólo son palabras.” (Pág. 63).
Poesía que de estado líquido pasa a estado sólido para hablarnos de la ardua reflexión del hombre sobre la esencia de la que está hecho el ser humano y del cotidiano misterio de las cosas que le rodean.