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Certámenes Literarios Diputación de Cáceres

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El próximo 12 de febrero a las 19.00 h., estaremos en Gijón, en la sede del Antiguo Instituto Jovellanos, para presentar los Certámenes literarios que anualmente convoca la Diputación de Cáceres, a través de la Institución Cultural El Brocense. Nos gustaría contar con vuestra presencia, para poder cambiar impresiones y tomar un aperitivo juntos. Un saludo
 
 
Fdo.: Felicidad Rodríguez Suero
Directora Gerente de la  Institución Cultural "El Brocense"

 

El instinto. Por Ana Vega. 10/02/2009

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Más allá de toda lógica del corazón o el cerebro, de sus instrucciones más precisas, y en tantas ocasiones absurdas, existe un lugar intermedio, a media luz, donde se cobija el instinto. A veces el corazón engaña por pasión, por simple ceguera, por exceso de fe en lo invisible y el cerebro instaura su dictadura de emociones frías, de reglas, normas y códigos que han de seguirse al pie de la letra según todo tipo de condicionamientos sociales, afectivos, o aquellos establecidos por cobardía incluso. Justo entonces se impone el instinto en los que aún permanecen vivos bajo la piel de lobo que nos arrancaron al colocarnos las prendas que ahora lucimos con cierta inestabilidad física y sonrisa fingida. La voz que decide siempre con la sabiduría ancestral del primer hombre y la primera mujer ha de ser rescatada entonces de lo más profundo de nuestro abismo, pues ante cualquier golpe de mar o tormenta, ese faro será siempre el único que pueda guiarnos hasta tierra firme.

El informe de Brodeck de Philippe Claudel. Por Ángel García Prieto. 09/02/09

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CLAUDEL, PHILIPPE
EL INFORME DE BRODECK (Le rapport de Brodeck)
Ed. Salamandra. Barcelona, 2008. 280 págs.
 
Philippe Claudel (Nancy 1962) ha sido profesor de Antropología Cultural y Literatura de la Universidad de Nancy II. Trabaja como guionista y escritor. Tras su primera obra publicada a los 37 años, consiguió varios premios literarios franceses, como el France Télévisión 2000, el Bourse Goncourt de la Nouvelle y el Renaudot del año 2003. La nieta del señor Linh, una encantadora parábola sobre la amistad, sigue siendo una novela que se vende con éxito y con ésta, El informe de Brodeck, consigue el Goncourt des Lycéens 2007. También este año Philippe Claudel ha estrenado una buena película, titulada Hace mucho que te quiero, cuyo guión y dirección son suyos.
 
El informe de Brodeck es una tremenda novela, una fábula de mucha fuerza que puede conmover y turbar al lector porque afronta temas sustanciales, como el amor, el odio, el perdón, la brutalidad y la bondad humanas, a través de una trama llena de tensión e intriga. Se desarrolla en un pueblo perdido en los montes austriacos de la frontera con Alemania, al año siguiente de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial. Allí todos los hombres del pueblo acaban de asesinar en grupo al único extranjero que vivía entre ellos, un curiosísimo personaje al que llaman Der Anderer – el Otro, en alemán. Y encargan a Brodeck, que no supo ni participó en el crimen, que escriba un informe “para que quienes lo lean puedan comprender y perdonar”. Brodeck es quizá el único que ha estudiado y tiene letras en aquella pequeña localidad; y además es un judío que ha logrado sobrevivir a un campo de exterminio nazi. Es un hombre que vive su tragedia personal de adaptación tras el horror y con una sagaz ingenuidad va atando cabos para rehacer una memoria colectiva interrogando a los más destacados del pueblo, al alcalde, al cura – que ha perdido la fe y está alcoholizado -, al dueño de la fonda y a otros. En realidad Brodeck relata en la novela su propia vida, su decepción religiosa ante tanto mal acumulado por la guerra, cuyas circunstancias se entrelazan dramáticamente con las del pueblo, en esa época de nazismo y retaguardia de la contienda bélica.
 
Puede resultar una narración muy dura, pero es desde luego interesante, está muy bien planteada y resuelta con recursos literarios sencillos y sugerentes. En cierta manera tiene un aire de parábola, con un nivel de realismo y otro de símbolo – personalizado en el Anderer – que también permite varias interpretaciones y, si se quiere, un final abierto hacia el escepticismo cruel o el amor y la esperanza. Una novela de las que dejan huellas y se recuerdan.

¿ESPERANDO A GODOT?. 09/02/2009

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La mejor noticia para la AEA es que ya hay una nueva Junta Directiva. Es cierto que antes de sugerirle algunos objetivos, podríamos hacer un balance de los dos últimos años, pero no es este el mejor lugar para reflejar los acuerdos y disonancias de los socios con la Junta, sino el que los estatutos de nuestra Asociación señalan para tal efecto: la Asamblea General. Que cada cual aguante su vela y rumie el estado de sus propios compromisos. Sin duda al andar se hace camino, aunque para algunos también pueda hacerse sentado. Es una cuestión de matices, por supuesto. Pero en el futuro inmediato sólo lo será de la tecnología.
Sea como fuere, desde LITERARIAS queremos hacer un brindis por el nuevo Presidente de la Asociación de Escritores de Asturias, Carmelo Fernández, de quien sería deseable esperar una atención exhaustiva en las tres líneas básicas de acción: las Jornadas de Literatura y los Premios de la Crítica, como pilares básicos en el objetivo de la promoción y difusión de los autores y sus obras, y la atención a los socios, dentro de la cual se enmarca este recién inaugurado y bien acogido proyecto: LITERARIAS.
Y si lo esperamos es porque, ocho años después, parece algo más que aconsejable volver a engrasar la maquinaria de la AEA con el fin de continuar con el nivel de exigencia que se espera de una entidad formada por escritores. Sólo así, si somos capaces de continuar exigiéndonos como hasta ahora, estaremos en condiciones de ejercer una crítica coherente y constructiva tanto con todos los actores implicados en el libro como con otras entidades e instituciones, en ocasiones poco dadas a abrir las ventanas de sus casas, echar un cabo sincero y arrimar el hombro con el erario por delante. Algunas, desde luego nada representativas del conjunto, incluso dispuestas a dinamitar los Premios de la Crítica de Asturias que con tanto esfuerzo, imaginación y generosidad creó la Asociación para poner en valor tanto a los autores y sus obras como a la industria de la edición en Asturias. Una realidad que nadie antes, ni desde las instituciones ni desde cualquier otro tipo de entidades había considerado y, ni mucho menos, imaginado.
Ya sólo por la creación y mantenimiento de estos Premios estaría más que justificado un mayor apoyo económico a la AEA no sólo por parte de la Consejería de Cultura del Principado de Asturias y de Cajastur, que también, sino por el resto de entidades públicas y privadas de Asturias.
Pero para todo ello, se hace necesario que tanto los socios como nuestros lectores conozcan el estado de la cuestión.
Las Jornadas de Literatura han ido perfilándose durante ocho años hasta llegar al modelo actual. Un modelo que se basa en la libre asistencia y participación. Es evidente que durante el escaso fin de semana de trabajo en el que se desarrollan no se puede pretender que intervengan los más de noventa socios, pero sí se puede diseñar un programa que cuente más con la participación de autores de la Asociación para los próximos dos años. Estamos convencidos de que todos los escritores lo agradecerán. Del otro lado, claro está, también la Junta Directiva y el propio Ayuntamiento de Pravia estarían encantados con una masiva presencia de los autores de la AEA en las Jornadas. Porque éstas se fundamentan no sólo en los conocimientos literarios, sino también en los muchos acuerdos fruto del intercambio de información y propuestas entre los escritores participantes y de estos con los editores, periodistas, lectores y ciudadanos asistentes. No olvidemos que es en este tipo de encuentros donde nacen otros compromisos y proyectos, contactos y relaciones, así como algunas de las nada desdeñables fuentes de ingresos y no sólo para los escritores, aunque en este caso éstas sólo den, como dicen los más viejos del lugar, para la merienda.
En cuanto a los Premios de la Crítica, que este año llegan a su décima edición, hay que partir de que son un símbolo del reconocimiento de los escritores hacia sus propios compañeros. Pero, además, representan ya un galardón muy querido por la comunidad de escritores en Asturias. Prueba de lo antedicho es que el Premio ha recaído en buena parte de los más reconocidos escritores actuales de nuestra Comunidad. Sin embargo, también es cierto que el desarrollo técnico de estos premios está lleno de dificultades que tienen una solución compleja. En primer lugar, todavía hay editoriales y escritores que desconocen su dinámica. En este punto será muy útil aclarar a los caminantes que no es la Asociación quien designa ni propone las obras que entran a concurso —ya que supondría un dispendio en la adquisición de ejemplares inasumible para una entidad cuyo presupuesto anual apenas supera los cuatro millones de pesetas (25.000 euros)—, sino que deben ser los propios interesados quienes realicen las propuestas que consideren oportunas cumpliendo con las bases de los Premios y, sobre todo, siempre y cuando crean que esas obras merecen el premio. Y aquí volvemos a la máxima anterior porque todavía hay quienes esperan sentados a que se les proclame la prima donna o el primus inter pares, seguramente situados en un pódium literario o cognoscitivo desde el cual consideran que el resto de escritores sólo tienen que leerlos a ellos. Esperemos que no haga falta explicar aquí quién era Godot. Por fortuna para todos, en la realpolitik literaria se impone la higiene permanente de la abolición de fronteras, y su lema no puede ser otro que la libertad de lectura.
De otra parte, también hemos de conocer que los miembros de los diversos jurados cambian cada año y ninguno de ellos percibe emolumento alguno por su trabajo. Esto es ejemplar, pero también supone que, más allá de la mayor o menor confianza en el criterio literario de cada uno, es medianamente complicada la exigencia de responsabilidades por los juicios y los fallos de los mismos. Ante esta situación, es muy recomendable que la organización tome nota. Así, sólo un extremado y exquisito cuidado en el planteamiento de las bases, la designación feliz de los miembros de los jurados y una vanidad bien limada, tanto de los escritores y editoriales que se presentan como de los que no, contribuirá a que estos premios sigan por la avenida del éxito o, de lo contrario, se adentren en el callejón del olvido. Posibilidad ésta última nada desdeñable en un ambiente siempre propicio y atento a amortizar las iniciativas que no sean del gusto del
Establishment
político, con frecuencia parapetado tras la atalaya monolítica de su elección democrática y no en los argumentos de la razón democrática y participativa, o del Establishment social y cultural desde el que se urden sibilinamente estrategias de complicidad con el poder para que nada ni nadie cambie sus respectivos statu quo. Desgraciadamente, como dijo Laurence Peter, la burocracia defiende el statu quo mucho tiempo después de que el quo haya perdido su statu. De norte a sur y de diestra a siniestra, los ejemplos son tan desoladores como abundantes.
Y por último, es urgente abrir nuevas vías para que el socio participe más en la marcha de la Asociación y, al tiempo, sea consciente de las ventajas de su pertenencia a la misma. Esta será una labor informativa que tanto el nuevo Presidente, Carmelo Fernández, como la Junta Directiva deben afrontar sin más dilación. Tanto la participación como la información son derechos de los socios pero también deberes, siquiera de orden social o moral, que todos tendrían que asumir para conseguir un mejor futuro para la Asociación.
La lección, aún más si somos conscientes de la crisis actual a la que no somos ajenos, es clara: corresponde a la Junta Directiva liderar los objetivos de la AEA, pero sólo mediante la aplicación de criterios de calidad en las líneas básicas de acción y de mecanismos que posibiliten la contribución decidida de todos, nuestra asociación alcanzará su pleno sentido, tanto para los propios asociados como para la permanencia de la misma. Para ello no basta con el voluntarismo de la Junta. Es necesaria la colaboración generosa de todos los socios y la convicción de las autoridades competentes en la existencia de la Asociación de Escritores de Asturias.

 

LITERARIAS. 16/01/2009

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A primeros del mes de julio de este año que comienza, la Asociación de Escritores de Asturias cumplirá nueve años de presencia activa. La perspectiva que da el paso del tiempo suele alumbrar el territorio andado con luces y sombras, pero confirma que dar un solo paso en la dirección apropiada es un esfuerzo tenaz que corresponde al músculo intelectual y generoso de muchos, sobre todo cuando se habla de cultura. Y más aún desde un lugar en el que la misma arrastra algunos tonos hipotensos y lealtades ecuménicas que sólo consiguen retrasar su presencia viva, dinámica y actual, cuando no entorpecerla y, en más de una ocasión, hacerla invisible.
Una sociedad plenamente democrática y en evolución no puede dejar que la política cultural sólo corresponda de forma sustancial a la administración y los sucesivos gobiernos de turno. Eso sería tanto como abdicar de uno de los derechos reconocidos constitucionalmente a los ciudadanos, entre los que también figuran todos los actores que intervienen en los diversos campos de la creación.
Pero, como quiera que estamos de inauguración y al menos nos corresponden cien días de gracia para afianzar la propuesta que hoy presentamos, es nuestra obligación apostar por un futuro mejor a medio plazo y advertirnos de que tanto el objetivo como el esfuerzo que conlleva merecen la pena.
Durante estos casi nueve años de existencia de la Asociación de Escritores de Asturias, muchas han sido las reuniones de las juntas y las asambleas celebradas, y en todas ellas nunca se dejó de reflexionar y de aportar soluciones (muy imaginativas, pero casi siempre sin una base financiera cierta) para encontrar un medio de expresión y comunicación que satisficiera nuestros intereses. Bien es cierto que a mediados de 2006 logramos poner en marcha la página web www.escritoresdeasturias.es, que venía a suplir una carencia informativa y que, al tiempo, ofrecía la posibilidad de que cada escritor asociado configurase su presencia en la red, aunque sólo fuese de forma mínima. Desde entonces, muchos de los socios ya cuentan con páginas o blogs personales, pero esta realidad en ningún caso ha llegado a invalidar todavía la sección titulada Escritores en la página mencionada. A mayor abundancia, podemos afirmar que esta variada presencia de cada escritor en la red de redes refuerza y multiplica la imagen de cada autor y también la de la propia Asociación.
Nadie ya, por tanto, pone en duda las bondades de esta herramienta tecnológica que abre muchos interrogantes en el mundo de la creación y de la edición, asunto que en el futuro no debiéramos orillar. Al fin y al cabo, desde su inicio el ser humano no ha hecho otra cosa que avanzar paralelamente al avance de la tecnología. Y aunque muy lejos quedan ya aquellas historias contadas por nuestros antepasados prehistóricos sobre las paredes de las cuevas, es la tecnología la que ha permitido afinar la expresión en esa necesidad que el Nobel José Saramago definió como «somos cuentos de cuentos, contando cuentos».
Es en este contexto tecnológico y desde este espacio que hemos conquistado con sosiego y generosidad, desde el que nos atrevemos a dar un paso más.
Ahora, dentro de la propia página que presenta un nuevo diseño y un nuevo concepto, es el momento para presentar LITERARIAS. Un espacio nuevo para los nuevos tiempos. Un territorio que por el momento nos parece acertado dejar abierto, para que su definición se establezca a través de la participación de todos aquellos que quieran colaborar, ya sea leyendo o escribiendo. Al fin, que nadie dude de que LITERARIASnace con la ilusión de acertar y para eso pondremos a disposición de la sociedad asturiana y de todo el ámbito hispanoamericano y mundial nuestro esfuerzo y conocimiento.
Por supuesto, no queremos olvidarnos en este inicio de LITERARIAS tanto de los escritores que son socios como de los que no, ni tampoco de todos los nuevos colaboradores cuyas aportaciones irán apareciendo en LITERARIAS durante esta segunda quincena de enero. Esperamos que lleguen para quedarse. Y también están en nuestra más alta consideración las instituciones públicas y privadas —especialmente el Ayuntamiento de Pravia, el Gobierno del Principado de Asturias, Cajastur, el Foro Abierto y los distintos medios de comunicación de Asturias— que durante estos años nos han apoyado y de cuyos presentes y futuros responsables esperamos su renovada ilusión ante este nuevo proyecto. A todos les expresamos nuestra gratitud. A todos, bienvenidos a LITERARIAS.

 

De mar a mar. Francisco Casavella: episodio efímero. Por José Luis Espina. 06/02/2009

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Mientras escribo estas líneas están a punto de concederle a Maruja Torres el Premio Nadal 2009. El anterior, Francisco Casavella y sus vampiros, se ha ido antes de tiempo. Ya han pasado unas semanas de su muerte y la estela de su nombre sigue alentando reseñas en los medios.
 
Me enteré de la noticia el 17 de diciembre por la tarde. Por la noche tomaba un tren destino a Madrid y nada más llegar, lo primero que hice fue abastecerme de la prensa del día buscando si las páginas de cultura, cada vez más magras y sucintas, se hacían eco del deceso. No había diario en el que no se le dedicasen unas palabras.
 
Tuve el placer de conocer a Casavella en abril del 2007. Lo invité a participar como ponente en una de las mesas de la jornada VISOR’07 que trataba sobre la Novela Emergente, para la que sugerí el título de "Barcelona paisaje interminable".
 
Cuando confeccionaba los contenidos de la jornada me pareció que hablar de la Barcelona literaria, aunque no sería una novedad, si podía aportarle una nota de interés al encuentro. Se me pasaron por la cabeza varios nombres —algunos, como el de Vázquez Montalbán, imposibles— en cuya obra la ciudad de Barcelona se convertía en geografía inevitable.
 
Ahí estaban entre otros, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón, Antonio Rabinad, González Ledesma o Andreu Martín. Diferentes motivos, entre ellos su ya contrastada e incuestionable trayectoria, los hacían por razones obvias, poco propicios para ser incluidos en la categoría de nuevos narradores. Pero Francisco Casavella, aunque ya con obra suficiente como para ver confirmada su calidad literaria, prometía todavía muchas sorpresas.
 
Fuese suerte o intuición, no me equivocaba, pocos meses después ganaba el Premio Nadal con su obra, “Lo que sé de los vampiros”.
 
Hablé con él y no puso objeciones, la única petición fue que en lugar de impartir una charla sobre el tema propuesto, prefería que su intervención tuviese un formato de entrevista. Carlos Villarrubia, amigo y polifacético personaje del mundo cultural, asumió gustoso la responsabilidad de conducir la mesa, y de ellos queda el inestimable documento sonoro en el que Casavella desgrana el papel de Barcelona como escenario literario de su obra.
 
Sólo tras su fallecimiento, y por la lectura de algunas necrológicas publicadas, supe de sus recelos hacia las cuchipandas y cenáculos literarios. Por qué aceptó participar en esta jornada, es algo que desconozco. Tal vez porque se hacía en El Vendrell, territorio menos mediático que las grandes urbes, población cercana a Roda de Bará, lugar donde él acostumbraba a pasar largas temporadas. Quizás porque la invitación no le llegaba de ningún promotor al abrigo de la cultura oficial, sino más bien de un paracaidista recién aterrizado y al margen de parabienes institucionales. No lo sé, pero estuvo con nosotros.
En nuestro intercambio de correos electrónicos me facilitó una sucinta semblanza destacando las obras publicadas y una foto suya en blanco y negro para incorporar a la nota de prensa.
 
Francisco Casavella se desvelaba ya en aquella foto que me remitía. Un retrato en blanco y negro de su rostro, con cierto desdén no inocente y esa pose de eterno niño grande, rematada por una sonrisa de malicia venial.
 
Mi acercamiento al autor fue breve. Lo recogí en su casa de Roda de Bará por la mañana, conversamos con el resto de invitados durante la comida y tras su intervención lo acompañé de vuelta a su casa.
 
En ese conciso encuentro descubrí a una persona cercana y cálida y no encontré más motivo para ese alejamiento de los fastos literarios, que una evidente timidez. No vi rastros del laconismo mencionado en algunas reseñas, solo los rasgos propios de una persona que prefiere el trato en corto antes que la impostura entre multitudes.
 
Al conocer la noticia de su muerte volví a los archivos de aquella jornada celebrada en Vil·la Casals (El Vendrell) el 21 de abril de 2007. Repasé las fotos de su presentación con Carlos Villarrubia y las otras, durante la comida, en compañía de Álvaro Colomer, Ignacio del Valle, Sergi Doria, Sánchez Piñol y Vanessa Montfort. También releí los correos intercambiados y escuché de nuevo la grabación de su intervención, quién sabe si la última o una de las pocas existentes.
 
Efectivamente Francisco Casavella es un autor para ser leído. Preguntarle en público sobre los cómos y porqués de su escritura, era ponerlo en un aprieto en el que se desenvolvía inteligentemente, pero sin la fertilidad de su escritura.
 
Desde la fecha de su fallecimiento he ido encontrando reseñas y artículos periodísticos que tratan sobre su persona y su obra. Leí las de Josep Massot y Llàtzer Moix en La Vanguardia, las de Matías Néspolo, Silvia Taulés y Javier Calvo en El Mundo, la de Luisa Castro en El País y la de Luis Mauri en El Periódico de Cataluña.
 
Fue a través de esta última que conocí la polémica creada por el escritor y cronista Ramón de España tras la publicación de un artículo en ese mismo diario, contenido que Mauri justificaba pero que había provocado la reprobación de varios amigos de Casavella.
 
Joan Riambau, Xavier Antich, Javier Pérez Andujar y Emili Manzano “deploraban la necrológica firmada por Ramón de España”.
 
A pesar de lo poco que conocí a Casavella, sus limitadas apariciones en la prensa literaria, su ausencia de los entornos más mediáticos y sus inexistentes declaraciones polémicas, me hacían difícil pensar que alguien pudiese quererle mal, al menos en lo que a lo literario se refiere.
 
Desde una supuesta amistad y desde un planteamiento paternalista y apocalíptico, Ramón de España nos pone al día de los desmanes de Casavella, causa, según él, del más que premonitorio desenlace.
 
Qué quieren que les diga. Con una prosa más afinada e igualmente inteligible hace referencia a ello Javier Calvo en su escrito “El último salvaje” cuando menciona &ldq
uo;sus excesos legendarios”, apostillando “Si alguna vez he conocido a alguien que rozara la épica en materia de comportamiento insano y autodestructivo, ese era Francis”.
 
Sí me resulta chocante esa perplejidad del articulista Ramón de España cuando comenta “Pero algo, nunca sabré exactamente qué, le arrastraba a esos bares en los que podía pasarse la vida (sin, por ello, dejar de cumplir sus compromisos con editores y lectores).”
 
Cerrar bares en solitario no acostumbra ser una forma de entretenimiento, es más bien una consecuencia de la aflicción. No suele tratarse de una impostura literaria en favor de ese malditismo tan socorrido en la creación de tópicos literarios. La sordidez en cualquiera de sus formas, tiene poco fulgor y es un reflejo de la pesadumbre. Y eso, los amigos de verdad, acostumbran a saberlo.

 

Arenas de muerte. Por José Havel. 05/02/2009

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No sé si es verdad eso de que el cine americano nos ha colonizado el inconsciente, pero sí creo que, en cierta medida, ha modelado subconscientemente nuestra mirada. Tal vez a causa de ello, según entraba en la arena del anfiteatro de Pompeya, me sorprendí haciendo idéntico movimiento al de Russell Crowe y sus hombres cuando, en la película Gladiator (Ridley Scott, 2000), acceden por vez primera al Coliseo romano. Igual de pasmado que ellos, no pude sino girar sobre mí, con la emoción de quien se sabe viajero en el tiempo, contemplando boquiabierto la maravilla que tenía ante los ojos.
 
Si bien no se trata del colosal Anfiteatro Flavio de Roma, los 135×104 metros de su perímetro externo, y un aforo superior a los 20.000 espectadores, hacen de la arena pompeyana un edifico de dimensiones más que coquetas para una villa comercial de provincias. Pero, sobre todo, este anfiteatro construido hacia el 80 a.C., el más antiguo de los llegados hasta nosotros, obra el milagro de conservarse tal como era hace 1.930 años, cuando la erupción del Vesubio lo sepultó, en el 79 d. C., junto con el resto de la ciudad, bajo ríos ardientes de lava volcánica, nubes de gases sulfurosos tóxicos y la lluvia de cenizas incandescentes y piedra pómez.
 
Me senté en las gradas, las mismas que albergaron los graves disturbios del año 59. Aunque no se conoce el detonante exacto de los hechos, Tácito refiere con cierto detalle un enfrentamiento entre los forofos de Pompeya y los de la vecina Nocera.
 
El altercado se inició de manera un tanto pueril, con un intercambio de insultos por ambas partes. Hasta ese momento nada fuera de lo normal durante una celebración de combates gladiatorios, pues en todos ellos solían producirse confrontaciones rivales relacionadas con las modalidades de los gladiadores en liza. Pero pompeyanos y nocerinos pasaron a lanzarse piedras para pasar a empuñar las armas. Los tifosi de Pompeya, que eran mucho más numerosos, salieron vencedores en la refriega. La mayor parte de las víctimas fueron, en efecto, de Nocera, con un número impreciso de muertos, y algunos recibieron heridas de arma blanca tan graves que fue necesario recurrir a la amputación de las extremidades afectadas.
 
Después de una investigación judicial, a los habitantes de Pompeya se les prohibió organizar espectáculos gladiatorios por un período de 10 años, aunque el castigo fue levantado tras el terrible terremoto padecido por la ciudad en el año 62.
 
Lo cierto es que la rivalidad deportiva no fue sino un pretexto a partir del cual saldar otras cuentas: los pompeyanos estaban resentidos con los habitantes de Nocera, que poco antes se había convertido en colonia absorbiendo parte de los territorios de Pompeya.
 
 
Descendí de nuevo a la arena, cuya carencia de subterráneos la diferencia del común de los anfiteatros. Casi me pareció oír en las gradas de aquel museo al aire libre, hoy vacías, el clamor de un público de otro tiempo, enardecido ante el espectáculo de la lucha de gladiadores. Lejos de pensar en la gloria y en los laureles de triunfo, preferí ponerme en el lugar de los que allí mismo combatieron por sobrevivir, en su mayoría prisioneros de guerra, esclavos y condenados a muerte: casi todos luchadores a su pesar. En la mayor parte de los casos ser gladiador significaba afrontar una pena capital aplazada. Aunque sabemos que sólo un 25% de los combates arbitrados acabasen en muerte, rara vez, a fuerza de pelear, un gladiador llegaba a los treinta años.
 
Las condiciones de vida de estos deportistas de la muerte no eran nada fáciles en general, especialmente si, como la mayoría, no alcanzaban la fama y se veían relegados a la mediocridad. Muchos de ellos, sobremanera los nuevos, no soportaban la dureza del adiestramiento ni el miedo a una muerte violenta e indigna; se veían incapaces de afrontar las peleas como era debido a causa del brutal estado de estrés continuo al que se veían abocados (recuérdese al escriba que, también en Gladiator, se orina encima instantes antes de saltar a la arena).
No pocos reclutas intentaban la huida, y a veces la presión era tal que no pocos optaban por suicidarse. Cuando no podían matarse con las armas que tenían a mano, recurrían a otros métodos para acabar con su desdichada existencia. Como algunos de los que refiere Séneca en sus Cartas a Lucilio (siglo I d.C.). Un Germano que, poco antes de saltar a la arena, fue al baño, el único lugar libre del control de los guardianes, y se tragó una esponja, muriendo asfixiado. En una naumachia  (recreación de una batalla naval), un bárbaro, al recibir una lanza para batirse, la hundió por completo en su garganta al grito de “¿Cómo? ¿Aún no he escapado a las penas, a los ultrajes? ¡Estoy armado y aguardo para morir!”. Un tercer ejemplo es el de un condenado que introdujo deliberadamente su cabeza entre los radios de la rueda del carro que lo conducía al anfiteatro.
 

 
Tales suicidios no fueron ni mucho menos hechos aislados. El orador político Símaco (siglo IV) cuenta que veinte gladiadores que quería utilizar en uno de sus espectáculos se suicidaron juntos. Mientras esperaban a ser llamados se mataron los unos a los otros, dejando al público a dos velas.
  
Los gladiadores que no lograban evadirse o matarse eran luego encadenados por los pies y sometidos a una vigilancia constante. A buen seguro eso fue lo que sucedió con los diecisiete cadáveres hallados en el cuartel gladiatorio de Pompeya, imposibilitados como quedaron de escapar a los devastadores efectos de la erupción del Vesubio por estar cargados de cadenas.