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Presentación de Neonoir. Cine negro americano moderno, de Jesús Palacios (editor). 8/06/2011

Viernes 10 de junio
a las 19.30 h.
presentación en Gijón del libro
 
NEONOIR
CINE NEGRO AMERICANO MODERNO
Jesús Palacios Ed. (Ediciones T&B/Festival de Cine de Las Palmas)
 
Participarán en el acto: Jesús Palacios (coordinador y autor), José Havel (autor) y Manuel Abad (autor)
 
Tras los libros “Gun Crazy. Serie Negra se escribe con B”, “Euronoir. Serie Negra con sabor europeo” y “Asia Noir. Serie Negra al estilo oriental”, “NeoNoir” retoma el cine negro americano al final de su etapa clásica, para analizar las diferentes mutaciones que ha ido adquiriendo con el paso de las décadas, demostrando ser uno de los géneros cinematográficos más incombustibles, no solo por su capacidad para adaptarse a nuevos modelos -acción, indi, ciencia ficción-, sino por su cualidad seminal, que ha marcado a numerosos realizadores que han adoptado elementos del noir para construir su propia poética autoral  –Schrader, Scorsese, De Palma, Lynch, Tarantino…-. Del crepúsculo del detective en los 60 a la combinación de ciencia ficción y cine negro, pasando por la nostalgia, el blaxploitation o las sagas étnicas de gángsteres, hasta el cine de acción, las series televisivas, los experimentos postmodernos y la Serie B, un recorrido apasionante por los temas y algunos de los directores más significativos del género, que cuenta con la firma de varios de los mejores especialistas, así como con una serie de apéndices donde los protagonistas del neonoir americano revelan las claves del género.
El acto de presentación tendrá lugar en:
CICA
(Centro de Interpretación del Cine en Asturias)
C/. Fdez. Vallín, esq. Padilla
Planta 4. Gijón
985 34 34 34
www.casino-asturias.com
(Tras el acto se proyectará el filme “Blade Runner”)

A la sombra de la Puerta del Sol, por Alberto Piquero. 8/06/2011

Mujer escuchando música

 

A la sombra de la Puerta del Sol
 
Decía mi abuela que nunca llovió que no escampara, y si por el medio anda la Puerta del Sol, pues, nada, también puede celebrarse el cielo despejado con uvas de carillón y hasta esperar por los Reyes Magos en pleno final de la primavera. La primavera tiene estas cosas, que igual reparte flores, que se echa a la calle en Praga para detener tanques rusos o se dispone a buscar playas bajo los adoquines de París. Acontecimientos históricos que nos remontan a mayo del 68. La primavera, la sangre altera. Y el amor se manifiesta de las formas más imprevistas, que no todo han de ser las flechas de Cupido. Aunque asimismo doy por supuesto que entre los concentrados de las plazas de España que han mostrado en este 2011 su amorosa idignación, tampoco faltarán los besos a la sombra de las tiendas de campaña, entre frituras de camping gas y debates a fuego lento acerca del presente y el futuro del mundo, antes de que corramos el albur de ser condenados a la pira que reduce la vida a ceniza, paro laboral o reinvención del feudalismo.
Corría la leyenda de que en aquel París del 68, habíamos estado ciento y la madre, una multitud ingente que no hubiera cabido ni en un continente. Había un cierto gusto mitómano por afirmar que cada uno de nosotros había asistido a la rebelión de colores que ocupó los Campos Elíseos. Una fantasía dudosa, pues aquel año la mayoría de los españoles estuvimos mucho más pendientes del triunfo eurovisivo de Massiel en Londres. No digo que fuera incompatible, pero al menos se antoja raro. Bien que aquí no desconociéramos otros fragores, digamos las huelgas mineras de principios de la década, terriblemente reprimidas por la dictadura.
En esta ocasión, que afortunadamente ya nos encuentra situados por los meridianos de los países democráticos, el español medio ya no ha de mirar hacia los campus universitarios norteamericanos o franceses para manejar la brújula. Nuestros jóvenes de hogaño habitan diferentes circunstancias y se advierte una madurez de la que carecían generaciones anteriores, todavía presas de la canción del verano y Semanas Santas cerradas a cal y canto, cuando las monedas de curso corriente con la efigie del Generalísimo eran acuñadas por la gracia de Dios. Hay una nueva atmósfera. Y es el mundo quien se ha quedado mirando lo que ha sucedido en las calles madrileñas, por otra parte venial y pacífico, salvo acaso para aquellos que convierten cualquier movimiento espontáneo y heterodoxo en piedra de escándalo.
Es la venialidad, precisamente, el anclaje menos seguro de estas asambleas a la intemperie. Entiéndase, la carencia de un formulario que -atendiendo a la flexibilidad de grupos sin duda plurales- indicara cuál es el horizonte. Sin una carta de navegación, lo probable es el extravío, si no el naufragio.
En realidad, la simpatía que ha despertado esta corriente juvenil entre la población menos suspicaz, obedece al propio malestar que la sociedad alberga en su seno desde que se nos han ido cayendo los paradigmas racionales del humanismo, sustituidos por los maremotos del mercado. Sería preciso que tras la justa indignación expresada, ocupara lugar preferente una filosofía política realista que no cediera ni a las utopías que sólo se cumplen en los sueños celestiales -a veces, trayendo el infierno-, ni al cinismo del tanto tienes, tanto vales, que canta Luis Eduardo Aute.
Una filosofía en la que cupieran las ideas y la poesía, dos formas de reflexión complementarias.
Sea como fuere, digámoslo como aviso para navegantes, esta vez no hay ningún impedimento que obstaculice nuestra presencia al lado de un proyecto social emergente. No vaya a ser que mañana contemos a nuestros nietos que estábamos en la Puerta del Sol, o en la Plaza Mayor de Gijón, o en La Escandalera ovetense. Y la verdad delatara que nos quedamos en el andén, o sea, en aquel estribillo tan insustancial. La, la, la, la.
Alberto Piquero es periodista. Ganador del Premio de la Crítica de Asturias de Columnismo Literario.

 

Jacob y el ángel o el credo poético sostenible de José Luis Rey. Por Lauren García (06/06/2011).

 

 
José Luis Rey  
Jacob y el ángel (La poética de la víspera)
Devenir, 2010
96 páginas
15 euros
 
 

Es José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973) una voz indiscutible y premiada en la poesía española contemporánea. Libros como Barroco, La luz y la palabra y La familia nórdica ratifican a un poeta cuyo dominio del lenguaje erige una palabra natural y bella. Recientemente ha publicado el ensayo Jacob y el ángel (La poética de la víspera), todo un credo poético de una manera de tratar al verso y de concebir el oficio meditativo de acentuar las metáforas.

Desde la introducción José Luis Rey manifiesta su fe grande en la poesía, lo que le impulsa a una negación que se reconvierte en duda para mirar alto con el lenguaje. Se reclama la anulación de un silencio al que el poeta se enfrenta como a un enemigo que acorrala la misma vida; pretensión que da cuerpo al verso, que corre hacia un paraíso que es una consabida meta final donde aparece Jacob: “Yo quiero cantar allí donde el lenguaje acaba. Yo quiero hablar allí donde se deja de hablar”. Para el poeta cordobés los pesados lastres del lenguaje han de caer como un desquite que llega con los años. Se refiere al sentido de la poesía frente al tremendo vacío del ser humano: “el hombre lleno de sí murmura palabras de hipo y hartazgo”; la propia injusticia humana debe remedarse con el acto poético, que se infla de tesón al conocer. Igual que en un poema de Emily Dickinson los versos se atreven a retar a la muerte y sus cotas totalitarias.

Las diversas teorías que encauzan el libro se hilvanan con ejemplos de poetas como Juan Ramón Jiménez para ser rematadas con frases sentenciosas: “la poesía es el exorcismo del lenguaje. En Jacob y el ángel se aprecia la condición del poeta con una perspectiva larga y encorajinada; el destino del escritor radica en un enfrentamiento con las avaras tinieblas de la existencia igual que en una súbita iluminación de Rimbaud. El verso es una herramienta contra el estancamiento y la monotonía: “la poesía es el gigantesco esfuerzo de la realidad por ser algo más que el lenguaje”. Hay una intención preclara de rebasar la palabra “porque también es necesaria la terrible belleza”; el sobrecogimiento que golpea el alma para derrotar el silencio para situarse “en una zarza ardiente en la que culminan todos los lenguajes”. Ha de optarse al paraíso bienhallado como en el verso de Rimbaud: “al amanecer entraremos en las espléndidas ciudades”. Rey alude a la conciencia del poeta para contrarrestar el abigarrado silencio metafísico del lenguaje: la única medicina y tabla de salvación posible frente al poder omnímodo de la muerte. La poesía tiene el poder de invadir la realidad en contraposición a la utilidad y al mero decoro. Uno de los poetas de cabecera del libro es Mallarmé, que figura con el innegable recurso de poseer “un tizón, otra vez de la palabra que conservamos, un tizón superior sin duda, pues ardió en el sueño de la poesía, pero que una vez quemado, tal vez no pueda nunca iluminar la sombra”.

José Luis Rey constata lo inaprensible del lenguaje para dejar que ese ángel huya, la rigidez de la muerte no deja otra alternativa: “yo no amé la luz por ser luz, sino por caer sobre mi víspera oscura”. Jacob y el ángel cita a Juan Ramón Jiménez, que logra después de muchas etapas su verdadero fluir poético reconocido en “la fusión de esencia y sustancia”. En el ensayo se muestra la poesía como una renuncia voluntaria como Rimbaud: “el precio de la poesía tal vez sea convertirse en nadie”. Rey cita la necesidad de amar la víspera, lo efímero que se nos ha dado y que se desprenderá de nosotros. Ese peregrinaje poético que ha de resplandecer hasta en las cosas más humildes rebelándose contra lo cotidiano y mediocre como se aprecia en los versos de César Vallejo. El escritor cordobés defiende la ironía como respuesta a que la categoría poética no ha de estar siempre de la mano de la solemnidad. Se proclama la mística de la poesía derribando el muro del lenguaje; el verso es respuesta válida y contundente.

Todo será quedar ante las puertas y aguardar que la poesía se encarne como meta última y proclive al hombre antes de que se desvele la pregunta radical e indescifrable que atenaza al hombre, como señalan los versos de José Luis Rey: “cisnes en llamas persiguiendo al ángel”. Es Jacob y el ángel testimonio de la palabra de un escritor cuyos versos son lienzos que tienden hacia la belleza. 

Presentación de Llorar lo alegre de Rafael Saravia, por Guillermo del Pozo. 30/06/2011

 

Foro Abierto, Cervantes Librería y Intervendrán el autor y el poeta Guillermo del Pozo.

Presentación de La mirada aliella. La mirada atenta de Antón García. 29/05/2011

 

 
 
Presentación del libro
 
La mirada aliella / La mirada atenta.
Antología (1983-2006)
 
de Antón García.
 
Jueves, 9 de junio a las 19:30h en la Librería Cervantes.

Editado por Trea. La obra de Antón García ocupa un lugar central en la poesía contemporánea de Asturias, tanto en la escrita en la propia lengua asturiana —que es la suya— como en castellano. Esta antología bilingüe aspira a presentar al lector peninsular una de las más indiscutibles y canónicas voces del Surdimientu, el movimiento de renovación sin precedentes que sacó a la exangüe literatura en lengua asturiana de una agonía de siglos y que cuenta con los mismos años que nuestra existencia democrática.

 

De Orihuela a Collioure, por Pedro Antonio Curto. 29/05/2011

DE  ORIHUELA  A  COLLIOURE
 
Semblanzas  de los poetas Antonio Machado y Miguel Hernández
 
por Pedro Antonio Curto

Escritor y colaborador de El Comercio. Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández
 
Jueves, 2 de junio a las 20:00 horas
en el Centro Municipal Integrado de El Coto-Gijón
Plaza de la República s/n

 

 

 

Bogart, de Stefan Kanfer. Por José Havel (01/06/2011).

 

 
Stefan Kanfer

Bogart

Lumen, Barcelona, 2011          

 
409 páginas. 22,90 €


 
A finales del siglo XXI las películas de Hollywood se volvieron mastodónticas, en toda toda una panoplia de sonido envolvente, imágenes HD, efectos especiales digitales y pantallas colosales. En cambio, las estrellas se empequeñecieron, en comparación. Argumenta Stefan Kanfer, ex crítico cinematográfico de Time conocido por sus biografías sobre Lucille Ball y Marlon Brando, que «ese hecho no tiene nada que ver con el talento», sino con la calidad, con la clase de filmes que se están realizando, con el público cada vez más joven y menos exigente que los consume, con los estudios que los producen y, también, con los actores que los interpretan. «Los actores de hoy están bien formados, conocen su oficio, son entusiastas y están manipulados por enérgicos publicistas. De lo que carecen es de singularidad». Apunta el escritor neoyorquino que los imitadores no se fijan en Tobey Maguire, Brad Pitt, Leonardo DiCaprio, Christian Bale… «Es un hecho que contrasta marcadamente con los actores del pasado», con gente como Cary Grant, James Stewart, Gary Cooper, James Cagney, Edward G. Robinson o Humphrey Bogart.
 
Icono de Nueva York y del Hollywood clásico, “Bogie” —protagonista de El último refugio (1941) El halcón maltés (1941), Casablanca (1942), El sueño eterno (1946), El tesoro de Sierra Madre (1948), Cayo Largo (1948) y En un lugar solitario (1950), entre otros títulos— es «el actor más imitado de todos los tiempos», con sus maneras y aspecto a la vez peligrosos y amables. Más de medio siglo después de su muerte, no ha habido aún actor que logre escalar hasta las cumbres por él conquistadas, en virtud de lo cual el Instituto del Cine Americano lo proclamó la mayor leyenda masculina de la historia del cine. «Sus excepcionales características —integridad, estoicismo y un carisma sexual acompañado de una gélida indiferencia hacia las mujeres— no pasan de moda cuando él está en pantalla, y no han dejado de estarlo».
 
En su atractivo Bogart Stefan Kanfer busca, desde la privilegiada juventud de ostentoso confort burgués del actor hasta su muerte en 1957 a causa de un cáncer de esófago, la clave que explique la pervivencia del más duro de los duros del cine hasta la actualidad. Sólo Charles Chaplin y Fred Astaire pueden presumir, como él, de una vida —Humphrey nació en 1899— y de una fama póstuma que comprenden tres siglos. Kanfer concluye que «el principal motivo es que no habrá, no podrá haber, otro Humphrey Bogart en las pantallas de cada multisalas».
 

La gran Katharine Hepburn, su compañera de reparto en La Reina de África (1951), dijo de él que era alguien divertido, un actor generoso, un hombre extraordinariamente bueno, aunque travieso. Bigger than life, genio y figura. La mayoría del equipo de rodaje del citado filme de John Huston cayó enfermo durante el rodaje. La disentería y la malaria eran compañeras cotidianas. La ya de por sí enjuta Hepburn adelgazó casi diez kilos, vomitando como vomitaba entre toma y toma. Los únicos que se libraron fueron Huston y Bogart, que sólo bebían cerveza y whisky. Incluso se limpiaban con éste los dientes, lo cual les valió un forzoso cambio de dentadura.

 
Humphrey Bogart estaba orgulloso de su profesión, de lo que había alcanzado dentro de ella, de su capacidad para tomar una parte de la vida estadounidense y su tiempo e incorporarla en sus películas. Se enfrentó a los poderosos, apoyó a los compañeros caídos en desgracia (Fatty Arbuckle, Peter Lorre, Joan Bennett, Gene Tierney), ayudó discretamente a los desamparados, siempre amable con los más débiles. Cortés y franco, ajeno a las medias tintas y la falsedad, persona de palabra —rara avis en Hollywood, pues—, «no es de extrañar que sus interpretaciones y su vida reflejaran tan claramente una sensación de desengaño», con ese don natural suyo para imbuir a los personajes duros de una expresión irónica.
 
“Bogie” dio, da y dará esa impresión de integridad a un tiempo resignada e imperforable, casi caballeresca, que siempre cala en el público de inmediato. Un interés vigorosamente renovado a partir de la melancólica comedia Sueños de un seductor (Herbert Ross, 1972), protagonizada por Woody Allen. Desde entonces la presencia de Bogart es poco menos que ubicua dentro de la cultura popular. Cinco décadas y media tras su fallecimiento, no lo hemos olvidado, seguimos necesitados de su autenticidad. 

Doméstica, de Julio Rodríguez. Por Rubén Rodríguez (27/05/2011).

 
Siempre que se inicia la lectura de un libro, tiene algo de encuentro y búsqueda de un mundo paralelo o nuevo que pueda profundizar nuestras reflexiones vitales o dar claves de nuestras obsesiones más cercanas. Doméstica, título sugerente, que da nombre al segundo libro del escritor Julio Rodríguez, no hace sino constatar a una de las emergentes voces poéticas aparecidas en estos últimos años en Asturias. El tratamiento que hace de los temas poéticos no tiene una originalidad notable, pero ese no es su punto fuerte, sino saber combinar con cierta maestría escuelas poéticas y dar su toque personal a un conflicto personal como fue su cambio de domicilio ovetense hacia una ciudad a menos de treinta kilómetros, llamada Gijón. Mudar a otro lugar significa también cambiar metafóricamente en muchos aspectos de la vida, sacar nuestras ilusiones y miedos para exorcizarlos de un plumazo. Doméstica contiene poemas breves e intensos, otros torrenciales y descriptivos de la realidad que rodea al poeta, pero todos ellos desde la ternura reflexiva y la sencillez transgresora como banderas estilísticas.
Para quien desconozca anteriores obras del autor diremos que este libro bebe de autores como Walt Whitman, Raymond Carver, Billy Collins, etc. Poesía norteamericana que reivindica lo cotidiano, lo coloquial y narrativo como formas expresivas de una realidad mágica y real que nos circunda. También la poesía social hispanoamericana es otro punto cardinal estético y ético que se debe tener en cuenta. Aparecen así nombres ilustres como Blas de Otero, Gabriel Celaya, Pablo Neruda, César Vallejo… donde el lenguaje directo y reivindicativo, humano y conmovedor ante el mundo es un material poético incuestionable. Paul Eluard, poeta francés neorromántico y social, entronca de manera clara con la poesía de Julio Rodríguez, sin olvidarnos de Oliverio Girondo, poeta del lenguaje barroco, puro sarcasmo, humor e ironía inteligentes que desprenden sus versos a raudales, condimentos necesarios, palpables en la poesía de Doméstica. Dadas ciertas claves ahora comprenderemos mejor al poeta y sus obsesiones vitales.
El libro se divide en cuatro bloques temáticos. El primero, bajo el título redondo de: “Luminosa”, reúne aquí la poesía amorosa, siendo una de las constantes temáticas el amor que todo lo puede, el ensimismamiento hacia la persona amada, la construcción gracias al otro de un mundo mágico y necesario para sobrevivir al día a día («y tendidos al sol de su rodillas, / quietos como en los cables / de los postes eléctricos. / Pájaros en el cerdo de tus muslos, / posados en tu vientre como copos / de nieve en un tejado. / Pájaros que construyen / sus pequeños nidos de tierra / en los brotes azules de tus brazos. / Pájaros que aletean firmemente, como las aspas de un ventilador, / dejándose las plumas en tu espalda. / Pájaros, sólo pájaros / que, como yo, tampoco / conocen la salida de tu cuerpo / ni tienen otro sitio adónde ir»). 
El segundo capítulo lleva por título “Todo este viejo asunto”. A camino entre la parodia y el homenaje a poetas clásicos como Catulo, Propercio, Horacio, Safo, Virgilio…, el autor reflexiona sobre el paso del tiempo, el amor-desamor, la muerte, la pérdida de la juventud y la llegada de la madurez- Son éstos temas clásicos y manidos, pero que Julio Rodríguez con cierta maestría consigue dar un toque personal e irónico, fusionar reflexiones antiguas con enseñanzas modernas, de la vida urbana actual, que hacen de este capítulo lo más original del poemario con respecto a estéticas o líneas temáticas ya desarrolladas en libros anteriores. Ejemplo de lo dicho es su poema: “Séneca puesto al día”. Un canto a romper la monotonía diaria y el hastío vital que nos mata a todos los humanos, y que dice así: «¿Por qué vivir en gravedad constante? / ¿Por qué hacer caso siempre a los semáforos, / a los números primos, al extracto bancario? / ¿No sería mejor arrancarle de golpe / los pulmones al tedio? ¿Por qué tanta tragedia? / ¿Por qué tanto silencio? Es agradable hacer / de cuando en cuando alguna tontería».

El tercer capítulo bajo el título un tanto misterioso de “ARN” (fórmula química) se encuentra la reflexión sobre el paso del tiempo y el oficio del escritor, las dudas que nos asaltan a los hombres a la hora de tomar un camino y sus consecuencias, unos asuntos ya tratados en libros precedentes. Muestra de lo dicho es su poema “Las primeras filas”, un alegato poético en contra de la oscuridad estética de la poesía. («Terminó la lectura y unos jóvenes / de la primera fila / aspirantes a viejos o a poetas / —no es relevante el dato— / vinieron, cómo no, a recriminarme: / “Su poesía es muy clara”, / se quejaron. “Es demasiado fácil / de entender. Su poesía carece de misterio”. / “Muchas gracias”, les dije (y fui sincero). / “La idea es que se vuelva transparente”»).

Doméstica,título del libro y cuarto capítulo, nos retrata la mudanza del autor, un cambio de casa, sí, pero también un cambio vital, una evolución radical en todos los planos de la vida: literario, afectivo, la ausencia de seres queridos que ya no están, recuerdos de infancia que vuelven… La casa como símbolo de un cuerpo humano, de un ser humano que se desnuda hasta sus últimas consecuencias, en definitiva; en este caso el cuerpo del escritor Julio Rodríguez, pero que, debido al tono de confidencia, al lenguaje sencillo y directo, se nos presenta como una poesía del yo que se transmuta al instante en una poesía del nosotros.

Doméstica confirma lo que ya muchos sabíamos: el encuentro de una voz propia, personal y poderosa. Un libro recomendable para acercarse de manera directa a eso de la poesía sin complejos; sencillos y celestes son sus versos, versos que, en los apagones y tormentas vitales que todos alguna vez hemos experimentado, se convierten en refugio perpetuo o luz del día a día ante la realidad que nos contempla atroz y descarnada. Ante esto, Julio Rodríguez nos da las armas perfectas para iluminar de forma tenue nuestras vidas, y conseguir así sobrevolar con cierto éxito el tedio y todas nuestras amarguras imperfectas. («Era mi casa, mi casa de toda la vida, / la que aparece todavía en mi DNI / (González Besada, 4, 11B, Oviedo). La casa en la que, a veces, / llovía de un costado / mientras, del otro, el sol se entretenía / sacándonos la lengua. / La casa de los mil poetas terribles / y las cien toneladas de infancia. / La casa con baldosas que eran teclas / de piano, y radiadores / como abrazo, y ventanas / de madera donde el viento soplaba /
en los carrillos hinchados de Chet Baker…
).