El peso del humo, de Raúl Castañón, 10/09/2010. De próxima publicación en Una noche de verano

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El peso del humo
 
 

-¿Y cómo acaba la historia? –preguntó ella

-Dímelo tú –dijo él

 

Me hacen daño los zapatos, pero sigo. Sigo avanzando hacia donde sea: lo importante es no pararse. Avanzo con el aliento del insomnio, contra la sensatez de la cama. Malditos zapatos. Ocultan como dos púas simétricas taladrándome los empeines. Para una vez que me decido a apurar la noche caminando, voy y elijo los zapatos equivocados. Pero es que hoy hace una noche irresistible, una de esas noches en las que uno podría salirse de la ciudad, incluso del mapa, caminando. Caminando sin parar.

Del otro lado de la ventana brillaba una luna plena y agigantada que parecía llamarme afuera. Me levanté de la cama y me asomé al balcón para sostenerle la mirada. Tan serena y tan cálida la vi, que me sedujo al instante en la noche estival. Sentí la temperatura-bendición del aire inamovible, el silencio relajante, el tintineo plateado y celestial de las estrellas. Más noches así y todo iría mejor. ¿Cómo resistirse entonces a tanto encanto? No había objeción posible para aquella llamada, ni siquiera el sueño, tan esquivo conmigo de un tiempo a esta parte. Salí.

Me hacen daño los zapatos, no debí ponerme calzado sin ahormar, yo parezco nuevo también. Me duelen, pero ya no hay vuelta atrás. Empezaron a dolerme con astucia, lo bastante lejos de casa para no volver a cambiarlos por otros más hechos a mí. Por eso prefiero seguir adelante, aunque duela como el vivir. Sigo, pues, caminando a través de esta noche de hoy, tan plácida por lo demás. Levanto la vista y miro la yema de huevo lunar sosegando el verano de la ciudad. Definitivamente, una noche así no la dormiría aunque pudiera. No me iría a la cama por descalzarme, pese al dolor. Sé que un día Dios o cualquier otro echarán el telón y todo habrá acabado. ¿Y qué haré cuando no pueda caminar así? Pues en taxi a todas partes. Me sobrará el dinero entonces, al no poder comprar el tiempo que no se vende ni al más pudiente de los derrochadores.

Sigo deambulando hasta la estación de tren. El tren no es ningún derroche, ni de tiempo ni de dinero. Además, aún queda uno por salir antes de mañana. Mañana, mañana, mañana: el tiempo mantiene su ritmo. Y los trenes también. Mientras espero el mío, apuro el último café de la estación próxima al cierre, más previendo el cansancio de la caminata que el sueño que nunca me llega, ni siquiera para dormir.

Otro error: no era éste el tren para la costa, he liado las informaciones de la pantalla. Adiós para siempre a la playa distinta y única bajo esta luna de hoy. Me he equivocado de tren y por consiguiente de camino. Pero cuando llevas toda la vida equivocándote, qué puede importarte otra equivocación. Esa otra ciudad de espaldas al mar me servirá igual para perderme un poco más. Tendré tiempo a recorrerla hasta primera hora de la mañana, cuando salga el primer tren de vuelta.

Y la recorro, a pesar de los zapatos, percatándome pronto de que sus calles se parecen demasiado a las de mi propia ciudad. Sobre todo bajo el resplandor de esta misma luna, tan redonda, tan naranja, tan yema. Pero las coincidencias del trazado no bastan, no termino de ubicarme. Mi escasa andadura por aquí se remonta al año 90, creo que no he vuelto desde entonces. 1990 es también el año donde se situaba la acción de Smoke. Para mí el 90 fue Smoke, y sigue siéndolo aun en estos tiempos más libres de humo y de creatividad. Mis iconos cinematográficos de esa época son Harvey Keitel y William Hurt; es decir, aquellos Harvey Keitel y William Hurt, los de Smoke, no ambos actores en otros papeles. También era verano en el estanco permeable de Auggie-Keitel. Qué gran personaje. Haciendo siempre la misma foto, conseguía no sacar jamás dos fotos iguales de su rincón favorito de la ciudad. Mañanas, mañanas, mañanas: todas eran mañanas, sí, pero nunca del mismo día. Con la pausa adecuada, se apreciaban las diferencias de luz, de estación, de gente. Así nos lo hizo ver Auggie a los espectadores, rendidos al sello distintivo de cada imagen repetida y cambiante.

Todas iguales, pero distintas también. Las noches de verano son un poco como las fotos de Auggie, me sugiere con luz nueva la Luna de esta corta noche de junio. Corta como la vida, por eso hay que apurarla, porque nunca sabes lo que va a pasar luego, y precisamente cuando crees que lo sabes es cuando no tienes ni zorra idea: a eso lo llamaba Auggie una paradoja. Yo opino igual. Sobre todo teniendo tan reciente la hoguera de San Juan, donde quise quemar mis humos más negros, y sabiendo que el 90 no va a volver. Paul Benjamin-Hurt explicaba en el estanco de Auggie cómo pesar ingeniosamente el humo. Era un cliente-escritor que intuía leyes universales compensando cada acto humano, y a eso me agarro también yo para resistir el pesar del humo y avanzar contra el pasado, cruzando un puente sin Brooklyn ni Paul Auster. Guiado por la Luna en plenitud, continúo con la memoria epidérmica a flor de piel, activada por el paseo. Visualizo otros paseos y otras nocturnidades, adentrándome más en la transparencia de la noche, no tan impenetrable ni tan extraña como algunas anteriores que me niego a recordar. Cuando tu vida es anodina, mejor recordar el cine: claramente.

Y cuando te están matando los zapatos, mejor pararse antes de que te rematen. Morir con las botas puestas tiene otro significado menos literal, y comporta más honor que cabezonería. Asumo así los destellos de neón del bar más cercano. Hay un solo cliente y una camarera atendiendo. Le pido otro café antes de empezar con las copas. Parece agradable y su café mejora mucho al terminal de la estación. La cafeína me sostendrá hasta la vuelta y el alcohol anestesiará mis empeines martirizados. ¿Bastará con eso para distinguir esta noche del resto? Una neblina de tabaco adensa el aire aquí adentro. Los clientes de este bar fuman tanto como los de Auggie. Yo fumaba tanto como ellos por entonces, en el 90. Pero el humo me cegaba más y no distinguía la impronta de los días. Hay fuegos que no se apagan y humos que pesan mucho; mucho más de la cuenta. ¡Qué sangría de veranos perdidos! A la camarera le pediría la inmortalidad o de nuevo el 90, pero apenas me llega la voz para pedirle otra copa. Me doy cuenta de que nos hemos quedado a solas y la miro. Paradójicamente la veo mejor a través del humo y de los vapores del licor. ¿Elena? No, no puedes ser tú.

Sólo tú podrías discutirles a Auggie y a Paul la iconografía del 90,
¿cómo pude olvidarte! No es nada personal, cielo, tampoco recuerdo a las mujeres de Smoke. Tan sólo a una que gritaba mucho; aunque quizás fuese en otra parte, lejos del cine. Por la pantalla de mi vida pasaron ya demasiadas mujeres gritonas y para eso prefiero el silencio, como el nuestro… Si entonces nos hubiéramos apuntalado emocionalmente en vez de fumarnos los veranos y los inviernos sin sentido, seguro que todo hubiera sido distinto. Pero no queda rencor, ardió en la hoguera de San Juan. Cierras por dentro y me sacas a bailar; bailamos entre el humo sin que me duelan ya los pies; bailamos como si no nos hubiéramos perdido; como si nada hubiera pasado desde el 90. Yo te sigo el ritmo como puedo. El tiempo mantiene su propio ritmo, hoy y mañana y pasado, y nosotros le seguiremos el paso mientras podamos.

Luego el reloj marca frío. Cuando cesa la música siempre se siente frío. Con caballerosidad invertida, me cedes tu chaqueta ante el portal de tu casa. La mía sigue lejos todavía, pero no tengo prisa en volver. Siempre me gustaron los reencuentros por sorpresa. Al quedarme solo, echo a andar viendo como las calles van recuperando su color con el alba.

Mi cuerpo duda cómo reaccionar al llegar. Por un lado siente bienestar y por otro se queja del sueño y de los kilómetros. Yo dudo también, no sé si fue o sólo pudo ser. ¿Pero y esta chaqueta de mujer? Porque la chaqueta es incuestionable, tanto como el sol riguroso de la ventana. Y la mentira adecuada es un verdadero talento que no pararé de soñar hasta hacerlo real, Elena; algún día; sin humo y con el enfoque adecuado, para que no se repita.

 

 
Foto: Location of SMART-1 impact. 3 de septiembre de 2006. ESA 

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