De Haití al cabo de la calle. Por Manolo D. Abad (17/05/2010).

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No dejó de llamar la atención la noticia de que el estado español se convirtiese en el tercer país del mundo en volumen de ayuda a Haití. Nada que reprochar a que se colabore a recuperar a un país tan devastado por las catástrofes naturales como por la acción miserable de una oligarquía que ha esquilmado durante años esa misma colaboración internacional para darse —meses después y tras abandonar Haití con la bolsa bien llena— la vida privada en los Estados Unidos, preferentemente en Miami. Así estaban las cosas y España decidió ser más papista que el papa y superar la ayuda de otras naciones mucho más ricas de la zona euro como Francia o Alemania. Con casi cinco millones de parados, en una situación de crisis que muy pronto será crítica (a muchas familias en paro se les empieza a terminar el subsidio de desempleo) y en un marco dominado por el nulo crecimiento económico y la constante destrucción del poco empleo que se mantiene a flote, resulta grotesco convertirse en el líder en ayudas a Haití de la zona euro. A falta de otros liderazgos de fuste —el único récord de España está en la "creación" de parados: más de un millón en un sólo añito, casi nada— el gobierno de Rodríguez Zapatero sigue empeñado en proyectar una imagen del país que no se corresponde (más bien es su negativo) con la realidad. Si algún miembro del gobierno ZP se pasara por alguno de los cada vez más atestados comedores sociales podría comprobar cómo la tragedia que asola a numerosas familias españolas no es la de los habituales marginados sociales. Resulta descorazonador observar esas colas, repletas de historias corrientes que, quizás por eso, por no llenar titulares, deberían hacer reflexionar sobre lo que se hace con el dinero de todos los españoles y la responsabilidad de quienes están encargados de manejarlo.

 

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