El antifaz de Gómez de la Sorna, por Pepe Monteserín. 16/05/2010

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Leí Greguerías en mi adolescencia; tenía mi padre ese libro en la colección “Crisol”, de Aguilar. Me impactó por lo poético y ocurrente. En esa época hacía yo mis primeras greguerías de la mano de su inventor; él decía: El sostén es el antifaz de los senos, y yo añadía a continuación: “Se puso un antifaz sobre el busto pero la reconocieron por los labios”. Volví a casa de mi madre estos días y hallé otro libro del madrileño, que hoy tendría 121 años, en esa colección minúscula, minúscula sólo de tamaño. Así leí El doctor Inverosímil, más de cien cuentos de humor en los que un médico cura con imaginación enfermedades originadas por no darle la vuelta a los bolsillos para descargarlos de porquería y pelusas, etc. Libro en el que no faltan esquemas y ábacos relacionados con la medicina. Obra, a mi juicio, menor. En mi biblioteca descubrí El caballero del hongo gris, de aquella colección de RTV que costaba 25 pesetas. Novela algo esperpéntica, plagada de greguerías, a veces traídas por los pelos, donde el narrador y los personajes incurren en constantes laísmos. Una fantasía estrambótica con chispas constantes y brillantes, y a veces inoportunas, de argumento e ideas disparatadas que van quitándole interés a la novela. Dice Gómez (lo saco de un ABC del 11 de agosto de 2001) que el aire novelesco es necesario, si se quiere emocionar; pero que todo lo que huele a novelería, esto es, efectismo y fósiles, hay que desecharlo. Para mí, El caballero del hongo gris, es novelería y ramonismo, más que vanguardismo. El Rastro, escrito en 1914, lo leí en la colección Austral, es costumbrismo del bueno, una recopilación desmesurada de ideas acerca del Rastro madrileño. En este género es como mejor se desenvuelve Ramón, que adolece de fluencia narrativa en el paso largo, enredado en los juegos de palabras y entregado a tracas estéticas. Hace muchos años, en la revista que me llega del Círculo de Lectores, vi una edición de El Rastro, acompañado de fotografías que el director de cine Carlos Saura hizo en 1961.
 
"Gómez de la Sorna tiene la sorna de Quevedo,
pero sin mala hostia"
 

 El Círculo de Lectores sacó también Obras Completas de Ramón (21 volúmenes); en ellas encontrará el comprador sus Retratos y biografías: Goya, El Greco, Velázquez, Solana, Azorín…, y muy alabada la de Valle-Inclán (aunque yo me quede con la que al gallego dedicó Umbral, Los botines blancos de piqué), en la que se deja ver el alma excéntrica de Gómez tanto como en su propia Automoribundia, muy alabada por Torrente Ballester. Interesantes y originales, dicen, porque no las leí todas. Siempre lo más interesante de un autor es lo que no leí. “Biografías fingidas” las denominaba el ya citado Umbral, pues Gómez de la Serna finge que escribe biografías, novelas, ensayos u obras de teatro, pero no se atiene las reglas del género, y borra los límites de la realidad y la ficción, si es que los hay. En la antología Cuentos fantásticos, descubrí este párrafo de Gómez, titulado “La sangre en el jardín”, de su libro Los muertos, las muertas y otras fantasmagorías:

 
El crimen aquel hubiera quedado envuelto en el secreto durante mucho tiempo si no hubiera sido por la fuente central del jardín, que, después de realizado el asesinato, comenzó a echar agua muerta y grasienta. La correspondencia entre el disimulado crimen de dentro del palacio y la veta de agua rojiza sobre la tapa repodrida de verdosidades, dio toda la clave de lo sucedido.
 
Cualquier día tomo este párrafo para el comienzo de una novela. Gómez de la Sorna tiene la sorna de Quevedo, pero sin mala hostia, y le quita hierro y compromisos morales al lado patético de las cosas. “Odio todo lo que no sea escepticismo”, dijo en una conferencia que dictó trepado en una farola. En fin, gemas literarias, metáforas, paradojas, humor a tutiplén, fragmentarismo, audacia y crisol de incontinencia; ¡cuánto mejor escritor hubiera sido de haberse disciplinado, de habérselo creído, de haberse tomado en serio! Pero, póngase un sostén en los ojos, o un antifaz en los cojones, siempre será reconocido por las greguerías.

 

Foto: Pepe Monteserín dentro de la chimenea de la Azucarera (Pravia, 28 de abril de 2010).

 

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