Svejk, elogio de la irreverencia

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 Existen biografías que se salen de lo común. Son pocas porque el lazo de la rutina aprieta con fuerza a aquellos que se salen de las líneas que les marcan las normas de la sociedad del momento. La mayoría cae en el olvido, y solo un puñado de ellas entra en el rutilante universo de las estrellas que deslumbran al resto de los mortales. Una de estas vidas es la del escritor checo Jaroslav Hasek, autor de la novela inacabada El buen soldado Svejk, publicada en los años 1921 y 1922, en la que el protagonista es un vivo retrato de su autor.

Jaroslav Hasek nació en Praga en 1883 en una familia humilde. Su padre, matemático, murió joven debido al exceso de ingestión alcohólica. La vida del huérfano se vuelve heterodoxa cuando abandona los estudios en el colegio, aunque más tarde falsificó un título académico para poder sobrevivir. Esta veta falsificadora la continuó en una revista científica de temática zoológica cuando escribía artículos sobre animales que solo existían en su imaginación.

Más tarde, en 1911, se presenta a las elecciones con el llamado Partido del progreso moderado dentro de los límites de la ley. Pudo haber sido el fracaso en los resultados electorales lo que le empujó a tirarse desde un puente al río Moldava. No se mató en el intento, pero ese mismo año, con 30 años, finge su propia muerte por lo que lo encierran en un manicomio.

En los círculos de la bohemia literaria ya era conocido por sus escritos de todo tipo, sobre todo en la revista Komuna, de carácter anarquista. Eso no le impide alistarse en el ejército austrohúngaro en la Gran Guerra. En tierras polacas es hecho prisionero por el ejército imperial ruso, pero con la retirada de este después de la revolución bolchevique de octubre llega a ser comisario del Ejército Rojo, que acababa de poner en pie León Trotski.

Es probable que los procesos revolucionarios que se estaban produciendo en Europa fueron los que determinaron que se convirtiese en bígamo al casarse con una mujer rusa. O también es posible que se hubiera olvidado de que estaba casado con otra mujer en Praga, con la que tenía un hijo.

Cuando regresa a su país, lo encuentra cambiado, se llamaba República de Checoslovaquia y Praga era la capital. Con la experiencia que trae de la guerra empieza a escribir El buen soldado Svejk, aunque no puede acabar la obra porque una tuberculosis que trae de la guerra le quita la vida en 1923 con 39 años.

El buen soldado Svejk se puede poner en relación con El Quijote porque en ambos protagonistas existe una falta de cordura en sus acciones por una causa justa, siempre teñidas de idealismo. La figura de los dos protagonistas es risible, lo más alejado de los cánones y códigos que pretenden seguir, un caballero andante en el caso del manchego y un militar en el checo.

A través de un soldado gordinflón, patoso, lisiado y con cara de idiota, el checo está criticando el militarismo ciego del imperio austrohúngaro que acababa de saltar por los aires en aquel momento. También critica la opresión del individuo por parte de un Estado omnipresente que cierra todas las vías de escape del que quiere trazar su propia trayectoria.

Esta critica lo empareja también con su vecino Franz Kafka. Aunque vivieron en la misma ciudad y en los mismos años (Kafka murió un año más tarde, también a causa de la tuberculosis), no se tiene constancia de que hubieran coincidido en algún momento. Y es que la vida bohemia, tabernaria y pendenciera de Hasek poco tenía en común con el carácter intimista y culto de Kafka. Mientras que el primero realiza la crítica a través de la parodia y lo grotesco, Kafka manifiesta ese mismo grito de rebeldía por medio de angustiosas pesadillas literarias.

La estela de El buen soldado Svejk sigue visible hasta nuestros días. No solo es la novela más popular entre los checos, a diferencia de la narrativa de Kafka que, entre otras cosas, escribió su obra en alemán.

Por otra parte, el dramaturgo alemán Bertold Brecht afirmó que la novela estaba entre las tres más importantes del siglo XX, y además la llevó al teatro en 1928 de la mano del escenógrafo Erwin Piscator. Más adelante, el gran novelista checo Bohumil Hrabal, que se sintió influenciado por la obra, escribió: "Hasek me enseñó a preferir la vivencia al saber puro".

Actualmente, la novela está traducida a 60 idiomas y en España dos editoriales han sacado en 2016 el libro traducido del checo (Acantilado y Galaxia Gutenberg, con los dibujos originales de Josef Lada).

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