Caín, de José Saramago, por José Ángel Ordiz. 14/I/10

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Caín, de saramago

josé ángel ordiz

Introito: las mayúsculas que ya faltan, como las muchas que faltarán a continuación, sólo pretenden celebrar una de las singularidades del autor portugués en su caín, obra que motiva este texto mío.

En ciertos sanatorios parecen pretender que, tras ser uno reparado por sus médicos, no salgas de ellos con vida o, cuando menos, que necesites nuevas reparaciones de inmediato. Casi nadie me conoce, tengo el placer de ser un escritor prácticamente invisible, y por eso debo indicarle al posible lector, para su mejor gobierno, que hablo desde mi cojera, agravada con la edad, y desde mis bastones, que me ayudan y me traicionan casi por igual. Pues bien, intentaba abandonar yo la ovetense clínica asturias (que cada palo aguante su vela) cuando no hallé el modo de salir con ciertas garantías de no tener que ingresar de nuevo: llovía, y la ridícula rampa mojada, sin pasamanos, no me ofrecía más seguridad que los dos escalones humedecidos por este llover nuestro, tan experto, milenario. Una enfermera pía acudió en mi ayuda y se prestó a socorrerme. La miré, exclamé: ¡Me cago en los premios nobel! Pobre enfermera. Pensaría: Pobre hombre; cojo severo, ido, qué poema.

Ya lo escribió Lorca, el de los huesos que no encuentran: la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos. En los enfermos que no pueden leer, por no tener un libro a mano o por los dolores, o simplemente porque no les guste leer, añadiría yo en mera prosa. Yo sí había mitigado esa oscuridad detenida con la lectura del caín de saramago.

Tras unos inicios espléndidos, jocosos, irónicos –saramago en estado puro, escribiría algún crítico cualificado-, esa novela corta, disfrazada en la maquetación de novela más extensa, va poco a poco naufragando en un diluvio de esos que sólo benefician a los peces, al parecer no criaturas del señor, pues nunca se los tiene en cuenta cuando hablamos de diluvios universales, de extinciones totales por excesos acuáticos. Y ese naufragio progresivo de la última novela de saramago -con lógicos coletazos de calidad, por supuesto, y con unos diálogos chispeantes, coruscantes, sí- le hace a uno (o sea, a mí) agradecer que el relato sea corto: reiteraciones, la misma inquina de nuevo…

Me cagué en los premios nobel porque, además de haber acabado ya con la carrera literaria de algunos maestros míos, camilo josé cela, gabriel garcía márquez, de nuevo amenazan a otro, a josé saramago. ¿O quizá debería haberme cagado en la edad? Ay si mi Saramago hubiera escrito caín diez o veinte años antes, antes del nobel. Diez, veinte años antes, saramago no hubiera escrito caín como con prisas, con ganas evidentes de llegar al final, de quitarse el relato de encima. Pero por entonces, claro, tenía entre manos el evangelio según jesucristo, y el maestro saramago, por muy innovador y moderno que sea, no es uno y trino a la vez.

A propósito de caín, también es bueno el inicio de balada de caín, otra novela muy corta con la que manuel vicent obtuvo el premio nadal hace años, obra que también naufraga según pasan las hojas, como si el propio caín, o la maldición del señor, impidiese escribir una obra magistral, de principio a fin, sobre la vida errante del fratricida.

Epílogo: los deístas (qué coño es ser eso, deísta, me preguntó una vez uno de mis personajes) tendríamos cierta vía de escape si alguien nos acusara de tratar mal al señor, pero tú, maestro, ateo confeso, de palabra y por escrito, ¿qué excusa tienes tú para cargar contra dios, hasta la fatiga del lector, hasta la redundancia, para cargar contra algo que para ti no existe? Noto que te ríes de mí, que piensas, Ya picó otro, como hizo esa iglesia que tanto me ayuda a vender libros, otro que no sabe distinguir lo más o menos real de lo más o menos ficticio. Pero yo también me río ahora. ¿Sabes tú por qué?

 

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