Muchas cosas guapas: Unas poucas cousas guapas, de Xuan Bello. Por Alfonso López Alfonso (07/05/2011).

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Xuan Bello,
Unas poucas cousas guapas,
Ámbitu, Uviéu, 2009.
 
 

“La idea vieno a cenciel.las, pero vieno, pola pruída empluma de la intuición. ¿Ya se deixaba nunos escritos la solombra d’unas poucas cousas guapas, cousas dacuando nunca vistas por outros ya la mayoría compartidas, d’esas que nunca s’esqueicen ya qu’apetecía, se fora posible, enterralas xunto a los tesouros aquel.los de la infancia? Sí, esa podría ser la primera cousa guapa: aquel tesourín que deixemos, Zoilo ya you, enterráu xunto al carbayu aquél, no camín de San Frichoso”. Así empieza, y lo transcribo aquí porque tengo la seguridad de que quien comience a leer estas palabras se verá obligado a leer el libro entero, Unas poucas cousas guapas, de Xuan Bello.

La buena literatura, o al menos la literatura que a mi me interesa, transcurre muy pegada a la emoción. Lo decía no hace mucho el escritor Pablo Andrés Escapa, “la intensidad es una magia que habita invisiblemente en las palabras”, y de esa magia que nos conduce a la emoción está repleta la obra de Xuan Bello, una especie de milagro de las letras asturianas que refulge prácticamente en solitario más allá de nuestras fronteras como digno representante del maremágnum de una literatura que tiene como base una lengua marginada. Poeta antes que prosista y, sin embargo, seguramente el mejor narrador asturiano vivo, Xuan Bello alarga en Unas poucas cousas guapas el camino emprendido con Historia universal de Paniceiros y Los cuarteles de la memoria, la mezcla entre lo universal y lo local, esos puentes íntimos que van del viejo de Bustavil al de Brooklyn, esas historias entre amigos que pasan en Lisboa, en Oviedo o Madrid, ese deambular por los recuerdos y aventuras de la infancia en Paniceiros, de la mano del bisabuelo Padrín, de Zoilo la Fonte, del abuelo, de los vecinos del lugar, o esas caladas a las ciudades que ama: Nueva York, Roma, Coimbra: “Outra vez taba you na Praça da República ya echéi a correr, subiendo las Escadas Monumentais. Al chegar a lo alto, vilu: el sol desangrándose sobre los teyaos de la ciudá, el sentimientu del mundu escul.lando en tódalas palabras qu’escribiera, nas qu’iba escribir”. Hay en este libro como un remedo y una confirmación, una orgullosa vuelta a los orígenes de una visión original y personal tras los desvíos que supusieron incursiones narrativas genéricamente más puras como las novelas La cueva del olvidu o La confesión xeneral. Hay como una vuelta íntima a lo propio, palpable en la lengua, pues el libro está escrito en la variante occidental del asturiano.

Pocos autores, vivos o muertos, han sabido manejar la emoción con la gradación de registros de que es capaz Xuan Bello, pocos tienen su capacidad para mezclar lo de casa y lo de fuera, lo que habla del yo y habla del nosotros, lo que habla de mí y habla de vosotros, pocos su capacidad de seducir, de encantar al lector. Nos hable del rumor del río, de detallados mapas que contienen islas de la imaginación –“dantes que los l.libros, améi los mapas”-, de Álvaro Cunqueiro o de Jorge Luis Borges, de Paniceiros o Gettysburg, siempre hay en sus palabras un soniquete sabio y seductor, un hilo tenue de dulce melancolía, una emoción verdadera. Se decía de los grandes actores del cine clásico: Robert Mitchum, Humphrey Bogart, John Wayne, que su presencia ante la cámara era suficiente para apropiarse de cualquier personaje que encarnaran. No necesitaban actuar. Aplicado a Xuan Bello puede decirse que da la impresión de que él, para encandilar al lector únicamente tiene que ponerse a escribir, hable de lo que hable a eso que llamamos mundo real le brota otra dimensión, aparentemente tan real como las que conocemos, aunque algo más repleta de magia. Ese aura que envuelve todo lo que escribe no se compra ni se vende, no se hereda, ni siquiera –al menos en su totalidad- se aprende. La produce ese insondable misterio al que llamamos talento.

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