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La última de todas las batallas, de José Luis Espina. 10/08/2010. De próxima publicación en Una noche de verano

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La última de todas las batallas

 

      La noche del 26 de julio de 1972 un ejército de siux comandado por el jefe Caballo Loco viaja hasta Normandía para ponerse a las órdenes de los aliados europeos y colaborar en la liberación de una Francia ocupada por las fuerzas alemanas.
     En el extremo opuesto del campo de batalla, Custer otea el horizonte desde la torreta del fuerte Laramie mientras un regimiento de soldados azules espera órdenes en el patio de armas, bendecido por la bandera Santillana que se sostiene rígida en el extremo del mástil.
Jesse James y su banda de forajidos se parapetan tras unas madejas amontonadas en una cesta de mimbre después de asaltar el tren de cuerda que recorre la zona de guerra y se interna bajo el túnel formado por el taburete donde reposa el fuerte Laramie.
     La lucha será dura. Los aliados, tras un reguero de cadáveres esparcido por la tierra empapada de unas jardineras con azaleas desvaídas, consiguen internarse en la toquilla de lana que la abuela Reme ha llevado hasta el día de su muerte. Despejado el territorio de muertos y supervivientes extenuados, Custer lanza el séptimo de caballería contra los indios rezagados comandados por Caballo Loco. Aprovechando la falta de efectivos en el fuerte, Jesse James y su banda alcanzan la santabárbara y se hacen con la dinamita que después utilizan para reventar las cajas de caudales de varios bancos de Missouri emplazados en una lata de colacao rebosante de hilos de colores, un afilatero de madera y dos huevos de remendar calcetines.
     Cansado de los excesos de la banda y camuflado en el bosque de un ficus benjamina ensartado en una maceta de barro, Robin Hood acierta con la ballesta y atraviesa el corazón del desalmado Jesse James dejando el condado de Sherwood libre de invasores extranjeros.
     El año 1972 fue un año bisiesto y aquella noche del 26 de julio fue también una noche de grandes batallas libradas en los escasos metros de la galería acristalada que conectaba con la cocina y la habitación de los padres. Ese día, una luna llena invisible se columpiaba tras la máscara infranqueable de una masa de nubes que encapotaba el cielo. Ajeno a un mundo que se extinguía Álvaro Santillana desconocía que aquella sería su última noche épica y que aquellos escenarios inventados de ambientes postizos y argumentos apócrifos, no encontrarían acomodo más allá de aquel pasillo que inspiraba territorios de fantasía.
     La mañana siguiente fue el preludio interminable de un viaje a ninguna parte. Con las primeras claridades arrancó un capitoné llevándose amontonada una historia de frustraciones y envueltos en la toquilla de la abuela Reme, los nombres de todas las guerras y las almas de plástico de sus héroes.
     El silencio llenó el auto ahogando las esperanzas de todos. Un sol turbio se volcaba sobre la chapa blanca listo para atravesar el país por unas carreteras de soledades ocres y planicies eternas. El último adiós fue un aleteo blanco de cigüeñas descolgado de un campanario mudo y algunos saludos esquivos, evitando que el postrero recuerdo de los seres queridos fuese para siempre un gesto de desconsuelo. El interior del auto era un vacío desolador y del rostro del padre rescató un espasmo inapelable dibujado en el retrovisor, el gesto torcido tras un pulso perdido contra el desánimo.
El Servicio Sindical de Estadística informa que la penicilina ha sido el producto farmacéutico más fabricado en España en el mes de marzo. Las abundantes capturas hacen descender el precio del bonito en las lonjas. El Lute sigue sin aparecer y la séptima partida del mundial de ajedrez entre Spassky y Fischer termina en tablas. Se prevé un día nublado con chubascos dispersos en el norte, cordilleras Ibérica y Central y en algunos puntos de Castilla la Nueva. Las temperaturas presentan un ligero descenso.
     Durante muchos minutos los noticiarios ponen dosis de vida impropia en un reducto de mentes desconectadas. En la pernera del pantalón Álvaro Santillana siente reanudarse la lucha enconada entre el último soldado azul y el jefe Sioux que montado en su caballo gris agita un majestuoso penacho de plumas.
     En las tinieblas de la gruta horadada en su bolsillo le parece descubrir la sombra de El Lute acorralado por ejércitos de perros blancos y negros comandados por Spassky y Fischer. Deja que la incruenta lucha entre el soldado y el piel roja continúe hasta su extenuación. Después los sostiene estrechados en la palma de la mano, acurrucados en el regazo mientras el sueño le vence y la cabeza se le llena de los conflictos internacionales proclamados por el locutor.
     La carretera es una recta interminable perfilada por choperas que verdean lanzando sombras contra los campos pajizos. El día se estremece donde la vista se pierde y el horizonte plagado de nubes se arrellana al final del camino.
 
     La noche del veintiséis de julio del 2009 una resplandeciente luna nueva brilla en un cielo limpio y cuajado de estrellas. La agencia estatal de meteorología prevé temperaturas en ligero o moderado ascenso salvo en Galicia y Andalucía donde permanecerán estables.
     Se auguran cielos despejados aunque cabe la posibilidad de que al atardecer se produzca algún chubasco aislado en las zonas altas del sureste y en el Cantábrico occidental. Hemos alcanzado los cuatro millones ciento treinta y siete mil parados y la situación no presenta visos de mejora. En España hay treinta y ocho especies de vertebrados en peligro de extinción y el gobierno vasco limpia las calles de fotos de etarras.
     El día amanece al ritmo pautado del ir y venir de las enfermeras arrastrando los carros de curas. Al final del corredor los ventanales se asoman a un pinar encarado al sol de la mañana que crea urdimbres de luz entre las copas. Un sendero de tierra y pinaza avanza desde el fondo y termina flanqueado por la valla metálica que separa el bosque del recinto hospitalario. En un calvero sembrado de arbustos y cascajos se pudre un pino derribado por el impacto de un rayo.
     Tras una fronda del llano asoman encrestadas las orejas de un par de conejos y de vez en cuando se ven ardillas pelirrojas que trepan hasta las copas y saltan de rama en rama hasta perderse en la espesura del bosque. Sopla una brisa que desde el pasillo sugiere frescor y calma cuando zarandea la
s hierbas y hace cabecear las cañas de las gramíneas.
     Álvaro Santillana mira desde las ventanas la quietud envidiable del bosque, pendiente de los cabeceos de las plantas y atento a las orejas inquietas de los conejos camuflados tras el soto. En la palma de su mano yacen tumbados el soldado azul y Caballo Loco sumidos en un letargo invernal de decenios. Coloca primero al soldado sobre el marco de aluminio iluminado por el sol y luego al indio y su montura que con los brazos abiertos y el pecho desnudo cabalga retador hacia el yanqui descabalgado que espera la embestida con el rifle en ristre. El paraje de pinos y tierra calcinada los envuelve y su lucha solitaria hará más épica la victoria.
     Unos pasos más atrás se oye una voz desconsolada y urgente que reclama la presencia de Álvaro. El cuarto está gélido y zumba en alguna parte un motor camuflado entre paredes. Hay un silencio obligado, una marea de pensamientos dispersos que parecen perdidos en el aire.
     Los incendios han devastado una superficie que casi dobla a la del año 2008. Un hombre mata a su expareja delante de su hija de seis años y el municipio de Lepe contabiliza ya diez asentamientos ilegales de inmigrantes. Un aparato de televisión encaramado a una peana lanza oleadas de bálsamo por donde los pensamientos se deslizan sin ni siquiera rozarse. Al contraluz de la ventana el rostro del padre dibuja una mueca rescatada en el tiempo, otra vez un mohín de rendición, esta vez inapelable. El último pulso perdido, ahora contra la vida.
     Al final del corredor, contra los ventanales que dan al bosque de pinos, el más bravo de los jefes indios y el más heroico de los soldados azules libran una lucha sin cuartel desde las alturas del perfil de metal que brilla bajo la luz de la mañana. A sus pies, en un cascajar tapizado de pinaza y setos, una familia de conejos espera el desenlace olfateando el aire cada vez más denso de la mañana.

 

Foto: SMART-1 sees total lunar eclipse from space. 28 de octubre de 2004. ESA.

Entrevista a Jesús Palacios acerca de La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes. Por José Havel (08/08/2010).

Ya están aquí, revitalizados, por todas partes, como una pandemia invencible, los muertos que vuelven de la tumba, no pocas veces con afán vengador. Auténticos iconos populares, han adoptado formas diversas en la literatura fantástica a lo largo de los tiempos: desde los fantasmas, vampiros y momias decimonónicos hasta los modernos zombis de hoy. Y del zombi, monstruo contemporáneo por excelencia, nos habla Jesús Palacios, uno de nuestros mejores escritores ensayísticos, con motivo de su cuidada e imprescindible antología La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes (Madrid, Valdemar, 2010), en la que ofrece un panorama evolutivo del mito.

—Zombieland es un territorio otra vez de moda en pleno siglo XXI…
 
Efectivamente. Aunque, en realidad, desde comienzos del siglo pasado nunca han faltado zombis en nuestra cultura, estamos viviendo ahora un renacer del personaje, solo comparable al que se vivió en los años 70 y 80, gracias al éxito de los filmes de George A. Romero, a los que siguieron multitud de secuelas, auténticas y falsas, imitaciones y copias, procedentes muchas de cinematografías europeas, como la italiana, la francesa e incluso la española, y hasta de las orientales. Sin embargo, la moda zombi actual es todavía más apabullante que aquella, porque afecta también a otros medios de expresión como el cómic, los videojuegos, la televisión y, sobre todo, se extiende por Internet, territorio inédito y virgen para los muertos vivientes hasta hoy, y al que se han adaptado extremadamente bien. Por no hablar de los “zombie walks”, los desfiles de aficionados maquillados y disfrazados de zombis, que se celebran por todo el mundo…
 
—Aun así, como bien apunta usted en el prefacio, “hubo un tiempo en que no había zombis”.
 
El zombi es uno de los monstruos, o de los iconos del terror y lo fantástico, si se prefiere, más modernos. Su introducción en nuestra cultura, con el nombre de zombi y las características clásicas del muerto viviente, ocurre en las primeras décadas del siglo XX, a raíz, sobre todo, del libro “La isla mágica” de William Seabrook, publicado, si no recuerdo mal, en 1929, y donde su autor relata historias “reales” sobre zombis haitianos, afirmando haberlos visto él mismo. Se convirtió en todo un best-seller, que suscitó la aparición de obras de teatro, películas, novelas y relatos en los que aparecían aquellos zombis, condenados por la magia negra del Vudú a trabajar como esclavos después de su supuesta muerte. Ahí empezó todo.
 
—El universo zombi es una historia hecha de recíprocas influencias entre literatura y cine…
 
Precisamente una de las características singulares del zombi, comparado con otros personajes del género como el vampiro, el licántropo, la momia, etc., es que nace a la par, casi, que el cine, y se integra en este con gran rapidez y con tal eficacia, que muchas veces las historias clásicas de zombis publicadas en forma de libro o en las páginas de los pulps de fantasía, terror y ciencia ficción, como “Weird Tales”, van por detrás de las propias películas dedicadas al personaje, lo que es muy raro en el mundo del cine fantástico, donde lo normal es lo contrario. La mayoría de las ocasiones, sin embargo, es un proceso de influencias mutuas, difícil de separar, ya que libros y relatos como “La isla mágica”, “Yo anduve con un zombi” de Inez Wallace, “Cuando caminan los zombis” de Thorpe McClusky, “Herbert West, reanimador” de Lovecraft, etc., etc., es evidente que han inspirado, directa e indirectamente, numerosos filmes del género… Pero, en sentido inverso, la seminal “Noche de los muertos vivientes” de Romero, o incluso videojuegos como “Resident Evil”, han inspirado, a su vez, montones de novelas y relatos de zombis actuales. Se trata, sin duda, del primer monstruo para cuya formación característica dentro del imaginario popular el medio cinematográfico ha tenido tanta o mayor importancia que la literatura y el folklore.
 
—¿Qué papel desempeña el cómic en la conformación de Zombieland?
 
Un papel, sin duda, fundamental. No tanto porque hoy día haya infinitas series, colecciones y sagas de cómic dedicas al personaje, algunas de gran calidad, como “The Walking Dead” de Kirkman, entre otras, como por el impacto seminal que los propios cómics tuvieron en la conformación del muerto viviente actual, como ocurriera con las publicaciones de la E. C. Comics, creadas en los años 50, como “Tales from the Crypt”. Se puede decir que la iconografía actual del zombi, trasladada por primera vez a la pantalla en toda su crudeza material por Romero, con esos muertos vivientes putrefactos, purulentos y mutilados, deriva de muchas de las imágenes de aquellas historias gráficas, publicadas originalmente en tebeos censurados y perseguidos en su día, que hoy son verdaderos clásicos.  
 
—Señala usted que la imaginería zombi hunde sus raíces en la tradición moral del cristianismo, desde la iconografía medieval de las Danzas de la muerte hasta el arte barroco y contrarreformista, pasando por los memento mori.
 
Es obvio que uno de los motivos que hace tan impactante el personaje del zombi es su conexión con motivos característicos de la tradición religiosa cristiana, como la inmortalidad, la resurrección de la carne o el concepto del vanitas vanitatis. Y, sobre todo, con la imaginería religiosa que deriva de todo ello. Es imposible no pensar en las Danzas de la Muerte medievales y renacentistas cuando vemos, precisamente, alguno de los “zombi walks” que se celebran por todo el mundo, o no ver el evidente paralelismo entre acudir a un convento a contemplar los memento mori de santos y mártires que allí se conservan, y el acto de ver una película de zombis. Más aún, si pensamos en los osarios o en la costumbre barroca d
e los pudrideros, lugares donde el cristiano podía reflexionar sobre la caducidad de la carne y la vanidad de toda materia… contemplando cadáveres auténticos siendo consumidos por la putrefacción. No en vano, gran parte del género zombi literario y cinematográfico es muy moral e incluso moralista…  
 
—Sin embargo, la configuración final del zombi también debe no poco a “esa variante racionalista de lo fantástico que es la Ciencia Ficción”.
 
El zombi es, aparentemente, un personaje propio del género de terror, y que a veces, cuando deriva del mundo del Vudú o de la brujería tradicional, pertenece a la esfera de lo sobrenatural… Pero la verdad es que, en la mayoría de los casos, y especialmente cuando hablamos del zombi moderno y posmoderno, es un muerto viviente producto de fenómenos explicables científicamente, como virus y pandemias, experimentos de científicos locos o de estamentos médicos y militares, etc., etc., y su escenario más característico, un mundo apocalíptico y post-apocalíptico, tiene también no poco de ciencia ficción. Creo que, por su propia naturaleza eminentemente material, que poco o nada tiene que ver con conceptos metafísicos propios de otros monstruos más “clásicos”, como el vampiro o el licántropo, el zombi se presta más al tratamiento de la ciencia ficción que al del horror sobrenatural. De hecho, incluso al hablar del zombi Vudú hay que tener en cuenta que este tiene una explicación perfectamente racionalista y científica. Todo esto no hace que el zombi dé menos miedo, sino precisamente más, ya que le dota de una credibilidad frente al lector o espectador, de la que carecen vampiros, fantasmas y demás entes sobrenaturales.
 
—Dice usted que “parte del éxito absoluto del zombi estriba, un poco a lo Frankenstein, en constituirse como la suma de varias de las partes de todos los revinientes”…
 
Todo personaje icónico es un poco bastardo de varios padres o madres, pero esto es especialmente cierto en el caso del zombi, ya que, antes y después de su bautizo como tal, han existido historias, tradiciones y relatos sobre muertos vivientes, con distintos matices y características que, a la larga, se han venido a sumar para dar por resultado el zombi actual. Esto hace que el personaje sea, hablando en términos de mitología popular, tan contagioso y virulento –un genuino superviviente nato- en la realidad como en la ficción. El hecho de que en su arquetipo se integren elementos procedentes de raíces étnicas y religiosas como el Vudú, otros procedentes de la ciencia ficción más pulp –el científico loco, por ejemplo-, otros característicos del relato de horror tradicional –las historias de muertos vengadores, revinientes que vuelven de la tumba para ajustar las cuentas que dejaron pendientes en vida-, a menudo en escenarios apocalípticos, propios del milenarismo y la ciencia ficción moderna, garantiza que el zombi se mantenga eternamente asustante y fresco, con una capacidad evolutiva o adaptativa, en este sentido, superior a la de otros personajes, anticuados o desfasados.
 
—Asimismo afirma que el zombi “es el monstruo por excelencia de nuestro tiempo”. Lo cierto es que semejante criatura ha demostrado tener una buena capacidad de adaptación histórica, yendo su arco evolutivo de la etnología mágica hasta la ciencia ficción apocalíptica.
 
Es por todo lo ya dicho. Especialmente, por su facilidad para pasar del terreno de lo sobrenatural y folklórico a lo materialista y científico. La gran virtud del zombi, como de otros fenómenos que no han dejado nunca de funcionar dentro del género, como los Mitos de Cthulhu de Lovecraft, el personaje del Psychokiller, las historias de detectives o investigadores de lo Oculto –de John Silence a “Expediente X”- y un corto etcétera, es que posee una dosis o carga de “realidad”, de credibilidad material y materialista, científica y/o seudocientífica, muy conectada con fenómenos de la realidad cotidiana (enfermedades contagiosas, experimentos biológicos, posibles escenarios apocalípticos futuros…), que le permite seguir resultando creíble y, por tanto, asustante y relevante como comentario de nuestro mundo y sociedad actuales.
 
—La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes es una antología dividida en tres bloques bien diferenciados siguiendo “El camino del Zombi”: Zombi Vudú, Zombi Pulp, Zombi post-Romero.
 
He tratado de trazar una genealogía del personaje, más o menos cronológica, que permita al lector comprender la evolución del mismo, pero también la existencia –y coexistencia- de diversas modalidades de zombi o muerto viviente, que no tienen por qué excluirse unas a otras. De hecho, reconozco que esta división puede resultar un poco engañosa, ya que siguen existiendo Zombis Vudú y Zombis Pulp en la era del Zombi Post-Romero, como también había Zombis Vudú en la Era Pulp, etc., etc. Sin embargo, sí creo que existe una cierta trama evolutiva del personaje, que pasa por esas diversas fases hasta llegar a la actualidad. Lo que no impide, claro, que sobrevivan otros modelos de zombi u otras mutaciones del mismo, que se nutren todavía de elementos propios de la tipología del Vudú o del Pulp.
 
—¿Augura una posible cuarta etapa tras la era pos-Romero? De ser así, ¿qué rasgos cree que podrían caracterizarla?
 
Sin duda la habrá. De hecho, ya hay constantes tentativas para superar o mutar el modelo Post-Romero, en busca de un nuevo enfoque, de una originalidad que, como suele ocurrir en todo fenómeno masivo, se empieza a echar de menos en el género. En cuanto a los rasgos que pueden caracterizar al que podríamos, parafraseando a Lipovetsky, denominar ya Zombi Hiper-Romero, posiblemente pasen por una cierta “humanización” del personaje… Lo que, sin duda, será también el primer paso para su “final” como genuino arquetipo del horror. La aparición ya de zombis con “cerebro”, de zombis con capacidad para evolucionar y aprender,
que muestran sentimientos de rabia ante la destrucción de sus congéneres, etc., etc., a la par que la obvia utilización metafórica del personaje como representación de los colectivos marginados y marginales, humillados y ofendidos –desde el subproletariado actual a las masas de inmigrantes del Tercer Mundo, pasando por los colectivos anti-globalización, los de gays y lesbianas, etc., etc. Ya dije antes que gran parte del cine-zombi es moralista-, puede tener para el zombi un efecto similar al que para el vampiro o el licántropo ha tenido su asimilación como antihéroe romántico y maldito, que lo ha llevado del terreno del terror al del género rosa. No obstante, habrá historias de zombis y zombis que todavía serán capaces de devorar a sus pérfidos amos y mantener cierta dignidad como monstruos de nuestra imaginación. O eso espero, al menos.
 
—¿Por qué trece relatos? Precisamente trece, ni uno más, ni uno menos.
 
Realmente no hay un motivo específico, pero tengo la tendencia natural e inconsciente a que, cuando trabajo en una antología, me “salgan” a la primera trece relatos. Debe ser producto, como digo, de alguna incitación subconsciente… Y siempre es más realista incluir trece relatos que seiscientos sesenta y seis.
 
—¿Qué relato de zombis le ha asustado más y cuál le ha conmovido especialmente?
 
No es fácil responder a esto, pero debo decir que la historia zombi que más me ha asustado siempre es lo que cuenta el etnobotánico Wade Davis en su clásico libro de no-ficción “La Serpiente y el Arco Iris” –llevado al cine por Wes Craven-. La idea de que convertir a la gente en zombis sea, sobre todo, una práctica punitiva y terrorista, puesta realmente en práctica por sociedades criminales y políticas, a veces en connivencia con el gobierno y las fuerzas del orden, para castigar, amenazar y controlar cualquier oposición a sus fines, da mucho, pero que mucho miedo. Indudablemente, la historia de zombis más conmovedora es la novela “Soy leyenda” de Richard Matheson, que aunque no es estrictamente una novela de zombis –se supone que son “vampiros”- posee todos los elementos propios del género zombi y es, de hecho, la directa inspiración de “La noche de los muertos vivientes”. Pero lo que, sin duda, conmueve realmente en la parábola de Matheson es lo terriblemente relativa que es la condición de “monstruo”, e incluso del “mal”. Cómo cualquiera de nosotros puede ser el zombi, a pesar de ser incapaz de darse cuenta de ello. Como dicen en el estupendo remake en color de “La noche de los muertos vivientes” dirigido por Tom Savini: “Ellos son nosotros y nosotros somos ellos”.
 
—¿Regresan los muertos vivientes para recriminarnos nuestros fracasos como especie, para reconquistar un mundo que hemos puesto patas arriba “a causa de nuestros pecados”?
 
Es indudable que hay mucho de eso. Ya lo he comentado antes, y creo que, precisamente, su relación con la escatología y la imaginería del cristianismo, combinada con su relevancia como metáfora de un mundo actual siempre al borde de la catástrofe, es lo que hace del zombi el monstruo propio de nuestro tiempo. Es la muerta pero viva imagen de nuestra calavera bajo la piel, advirtiéndonos de que por mucho que nos vanagloriemos del progreso y de todos nuestros aparentes logros en pos de la inmortalidad y el bienestar material, todo ello no es, ni más ni menos, que “vanidad de vanidades”.
 
 

Palacios, Jesús, ed.,
La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes,
Madrid, Valdemar, 2010,
Colección Gótica, 512 páginas.
25 euros.

La vuelta abajo de Herminio Revuelta, de Gerardo Lombardero. 5/08/2010

 

           
La vuelta abajo de Herminio Revuelta
 
 
            Cuando llegó de Cuba, lo primero que le extrañó fue el frío. La vegetación no tanto, ya que en la isla ésta era exuberante, como para no tener que envidiar a ningún otro lugar. Otra cosa eran el despego y la frialdad de las mujeres.
—Allí mi viejo la mulata consigue fuego al andar —solía decir con su acento caribeño.
Como su fortuna era pequeña, solamente podía volver al pueblo de sus abuelos y establecerse allí. No conocía las costumbres lugareñas, nada más que por ambiguas narraciones de su padre. Pero pensaba que con buena voluntad y un poco de suerte, cualquier lugar podía ser bueno.
De lo que en realidad sabía era del tabaco. Su cultivo, su recolección, su elaboración y por supuesto su consumo. Así que cuando llegó al lugar que sería su residencia en el futuro, no pudo por menos que sentir desánimo. Era un hermoso valle, de eso no había ninguna duda. Un caudaloso río lo partía a la mitad y en ambas riberas, huertas cultivadas con esmero llegaban hasta donde la vista alcanzaba.
La casa que había heredado, era una antigua construcción asturiana. Un corredor acristalado o galería ocupaba la parte frontal de la edificación. Se hallaba al borde del camino, y algunas plantas silvestres y enredaderas que colgaban de los aleros presagiaban un descuido extremo en los últimos años.
Así que Herminio Revuelta, comenzó a trabajar con ahínco. Limpió el interior de la casa y puso los pocos enseres en orden. Sus vecinos que lo observaban con un interés que rayaba en la indiscreción, veían a un hombre ocupado. Una sombra que jamás se detenía. Un incesante ir y venir del trabajo, y siempre el aroma fugaz de un puro entre sus dientes.
En poco tiempo, tuvo desbrozado el prado que rodeaba su residencia. Luego desaparecieron las enredaderas que enmarañaban el tejado y parte de la fachada. Comenzó a cultivar una pequeña huerta, que con celeridad sobrepasó sus necesidades, y pronto en alguna propiedad cercana se advirtió la obra de la azada, que lenta, pero inexorablemente, preparaba la tierra para una siembra ambiciosa.
Herminio era un hombre locuaz. Pero no se excedía con sus vecinos, ya que la mordacidad e ironía de éstos en ocasiones, le hacían ponerse furioso y esto le hacía sentirse mal durante bastante tiempo. Pasaron algunos días y las lluvias hicieron germinar con más fuerza si cabe los productos de la huerta. Pronto quedó demostrado que las frutas y hortalizas que él cultivaba, eran de muy superior calidad a las del resto. Cierto era que les dedicaba mucho de su tiempo disponible, pero la diferencia era tan notoria, que pronto fue el comentario unánime en todo el pueblo.
En una ocasión en la que entró en la taberna, a comprar un cigarro puro y a tomar un café, dos labradores discutían sobre las expectativas del maíz y su recolección, que era inminente. Herminio no dijo nada. Simplemente saludó en voz alta al llegar y permaneció impasible. Mientras saboreaba el café, aspiraba largas y profundas bocanadas de humo del cigarro. En un momento en el que cesó la conversación, uno de ellos se dirigió en voz alta hacia él:
—¿Herminio, que va a plantar usted en la huerta nueva?
Éste permaneció unos segundos en silencio, como si contemplase por primera vez el humo del tabaco subir en lentas volutas hacia el techo y ésa fuese su única preocupación. Luego con un susurro premeditado respondió:
—Tabaco.
            Todos los presentes quedaron estupefactos y en silencio. Luego con asombro se miraron el uno al otro y luego alternativamente, ambos miraron al tabernero que permanecía absorto, con un gesto de extrañeza en sus rostros. Por último y casi de una manera sincronizada, comenzaron a reírse. Cuando hubo pasado el primer momento de hilaridad, Herminio Revuelta se había ido.
Pasaron algunos meses y ya desde el camino que bordeaban la finca, se veían con claridad, unas pequeñas plantas de un verde intenso, que crecían con hojas sanas y apretadas. Eran indudablemente las plantas del tabaco. Herminio continuaba su incesante ir y venir, ocupado en diversas labores y los frutos de su trabajo eran palpables, no sólo en la tierra que mimaba, también en su propia casa. Humilde pero arreglada, tenía adosado un nutrido gallinero, donde las aves revoloteaban incesantes. Pronto pudo vender parte de sus productos, y a la par que su prosperidad era creciente, decreció su trato con los vecinos del pueblo.
Una mañana, un pequeño grupo que se encaminaba a sus labores diarias encontró a uno de los perros de la aldea, muerto en el camino. No tenía excesiva importancia para ellos, ya que siempre habían muerto perros o gatos de las más diversas maneras. Pero aquél en concreto, tenía seccionado el cuello de un tremendo tajazo y prácticamente se había desangrado.
—¿Este perro es del pueblo? —preguntó una de las mujerucas del grupo.
Tras diversas consideraciones, llegaron a la conclusión de que en realidad era el perro del tabernero. Alguien apuntó con timidez que no había lobos desde bastantes años atrás y que lógicamente, se debería a una pelea con un animal mayor que él. Quizá un mastín. Pero mientras reanudaban su marcha, nadie pudo constatar la existencia de un mastín en el vecindario. Ni siquiera entre los pueblos vecinos poco dados al pastoreo.
Las semanas se sucedían en aquella primavera y pronto otros hallazgos inexplicables vinieron a sumarse al anterior. Un par de gallinas, que también se encontraron totalmente desangradas. Y a veces un gato, otras un conejo. En una ocasión, encontraron un cordero. Y estos descubrimientos siempre estaban próximos a las fincas de Herminio Revuelta.
Mientras, el
tabaco prosperaba de un modo inexorable. Las plantas llenaban con su verdor las tierras roturadas y un vergel se extendía por todas las parcelas como un mar de promesas vegetales, que los lugareños, en el fondo de su alma envidiaban con todas sus fuerzas. Revuelta cada semana, depositaba con regularidad una carta en el buzón público del pueblo. En una ocasión hasta llegó a tomar el autobús de línea regular que tenía como destino la capital.
—¿Qué se traerá entre manos? —se preguntaban los vecinos.
—Algo sobre el tabaco —respondió el cartero—, todos los sobres van dirigidos a compañías tabacaleras.
Entre tanto un ambiente pesado y negro se cernía sobre el pueblo atareado en sus obligaciones. Eran escasos los animales que merodeaban alrededor de los caseríos. Cada vez era más menguado el número de gatos que nacían de las camadas. Sólo algunas gallinas picoteaban con libertad en los prados próximos. Y si lo hacían, invariablemente al anochecer faltaba alguna. Luego aparecían sus restos desangrados en alguno de los caminos cercanos.
Una mañana cerca ya del mediodía, un automóvil se detuvo ante la casa de Herminio Revuelta. Descendieron dos hombres y le estrecharon la mano. Luego Herminio los acompañó por el camino hasta sus plantaciones de tabaco. Éstos miraron con atención, tomaron algunas muestras y asintieron visiblemente complacidos en varias ocasiones. Todo ello, no hizo más que exacerbar la curiosidad del pueblo y por supuesto provocar los más diversos comentarios.
Cuanto más se acercaba la fecha de maduración de las plantas, más se multiplicaban las ocasiones en las que ocurrían sucesos extraños con los animales. Varias vacas fueron halladas tras su estancia en uno de los prados de pasto, con heridas en el cuello. Pequeños cortes hechos por algún animal depredador, con el ánimo de extraerles parte de su sangre. Pronto algunas reses languidecieron y parecían cansadas, hasta el extremo de verse en dificultades para abandonar los establos.
En el pueblo cundió la alarma y algunos vecinos dedicaban parte de su valioso tiempo a vigilar al ganado, que entonces, con la presencia de sus dueños, recuperaba pronto la salud perdida. La situación no era muy buena para nadie. Aquella vigilancia extrema impedía a sus propietarios realizar otras labores en el campo, y los que guardaban su ganado en las cuadras, sin sacarlo al exterior, comprendían que aquellas circunstancias no podían durar mucho.
Cuando llegó la época de la recolección, Herminio Revuelta con método incansable, procedió a recoger las hojas más maduras, que correspondían a las plantas más tempranas. La cosecha estaba vendida de antemano y pronto tendría que entregar el pedido. En el pueblo se comentaba que la calidad del tabaco era muy superior a ninguna conocida. Así que la expectación crecía en torno suyo. Herminio madrugaba con la primera luz del alba y se afanaba como jamás lo había hecho en sus campos.
Durante unos días amainaron los sucesos inexplicables que venían masacrando a los animales. Solamente uno de los vecinos, empecinado en conservar las vacas en el exterior, mantenía a su ganado en el prado día y noche. Este hombre, conocido en el pueblo por su testarudez, vigilaba su rebaño con celo continuo, y en muchas ocasiones portaba visiblemente la escopeta sobre el hombro, en cuyas recámaras asomaban amenazadores dos cartuchos alimañeros.
Una de aquellas noches la oscuridad era absoluta y un cielo cubierto de nubarrones impedía que la luna fuera visible. Tras la cena, el hombre decidió acercarse hasta el prado en su ronda nocturna y ya rutinaria. Mientras caminaba sendero abajo, oyó lejos el mugido reiterado de uno de los terneros. Así que cerró el arma y retiró silenciosamente el seguro. Apartándose ligeramente del camino, avanzó con cautela y casi adivinó una forma que parecía sujetar al becerro que se debatía inquieto.
Alzó el arma y buscó el punto de mira. Al coincidir con aquella forma, sólo pudo ver la silueta de algo inidentificable, que se afanaba en desangrar a la res con algún objeto punzante. No dudó un momento, el disparo tronó en la noche y la silueta alcanzada por los proyectiles de grueso calibre, cayó fulminada hacia atrás. Cuando las gentes del pueblo acudieron con linternas al lugar, se encontraron a Herminio Revuelta agonizando entre estertores. Cerca de él, un cuchillo ensangrentado y un cubo con la sangre del ternero, acusaban delatoramente al culpable de aquellos sucesos extraños. Durante unos momentos nadie pudo articular una sola palabra. El improvisado cazador, explicó entre balbuceos los hechos y luego interrogó a Revuelta:
—¿Por qué lo hacía Herminio? —preguntó el autor del disparo.
—Lo necesitaba para abonar mis plantas —respondió agonizante. La sangre era en Vuelta Abajo el mejor fertilizante. Solamente que allí era más fácil conseguirla.
—¿Y cómo la conseguía?
—Para eso estaban las güajiras.
Y con la noche estival que comenzaba, Herminio Revuelta exhaló su último suspiro.
 
 

Foto: SMART-1 view of Shackleton crater at lunar South Pole. 6 de enero de 2006. ESA.

 
                                                        

 

Undreground: Impostores de las modas. Por Manolo D. Abad (04/08/2010).

Se trata de un espécimen literario en auge: los impostores que mueven sus gustos y sus creaciones a golpe de moda. La industria cultural parece moverse en la suicida senda que ha conducido al marasmo a las discográficas. Ponerse en manos de la moda, tirarse de cabeza en busca de copias de aquello que ha funcionado es el mejor modo para irse al garete. Aunque los responsables, los que llevan la manija, continúan insistiendo en el error. Vean si no cómo en los últimos años se acumulan estantes repletos de novelas históricas, algunas hasta con un anaquel creado para la ocasión. Al mismo tiempo, y huyendo de la quema como alma que lleva el diablo, muchos de los adalides de la validez de la novela histórica reculan, se esconden y reaparecen mostrando su fascinación por la novela negra o, sin ganas de meterse en dificultades, en la novela de misterio a secas. O, simplificando aún más, no vaya a ser que lo de la novela negra como moda no vaya a ser verdad, en la "novela de género". Miren que la etiquetita de marras ya se merece todo el desprecio del mundo… Pero la industria y quienes anhelan un lugar bajo el sol en ella, pierden sus traseritos por ubicarse bajo el sol de la moda de moda, valga la redundancia. Por si desean informarse de los diversos estilos de novelas de misterio, serie negra, pulp, etc, les remito a la magnífica exposición que Jesús Palacios ha escrito para la estupenda antología Los Hombres Topo quieren tus ojos (Valdemar, 2009). Así, al menos, se ahorrarán el ridículo de escribir o pronunciar obviedades.

Uno, que pensaba que el noventa por ciento de las noveluchas paridas al fragor del éxito de El Código Da Vinci ni eran novelas ni, mucho menos, dignas de ser tratadas como históricas, se encuentra con cómo muchos de los autores que renegaban de la serie negra, tratan de abrazarla por el atajo más corto posible. Lo bueno, para uno, es que se les detecta a la legua en su impostura. Lo malo, es que autores como Carlos Salem o Raúl Argemí, que tan bien se han manejado en ese terreno, puedan quedar solapados por la banda de impostores/as que se mueven como serpientes en los anhelos à la mode de la industria literaria. Al final, me queda el consuelo de lo que el propio Carlos Salem me recomendó en la pasada Semana Negra de Gijón 2010: "Paciencia y constancia". Aunque, a veces, observar y sufrir lo bien que se manejan muchos de esos impostores de las modas, produzca desazón y vergüenza. Por su cara tan dura, por su falta de talento —para crear, para escribir— y por su gran talento —para manipular a editores y para conseguir vender sus oportunistas subproductos—.

Y bailaré sobre su tumba, de Pilar Sánchez Vicente, 30/07/2010

Y bailaré sobre su tumba
 
Odio la música, ese chunda-chunda desquiciante me pone los nervios de punta, pero él nunca quiso entenderlo. Al contrario, empeñado en llevarme a todos los conciertos. Y a discotecas, a pubs… a antros donde es imposible cruzar una palabra si no es a gritos. Y a mí me gusta hablar. Se lo razoné cientos de veces, hasta la saciedad, pero incluso cuando estábamos en casa, se empeñaba en poner un disco. Se los fui rayando todos, poco a poco, no fuera a sospechar. No entiendo como puede ser, con lo que los cuido. Más que a mí, pensaba yo, pero le decía: Es de tanto ponerlos, los vinilos de mercadillo son de baja calidad. Se empeñó en que era el tocadiscos, pero cuando fue a cambiarlo ya no los fabricaban. Apareció con una torre musical de esas carísimas. Es a plazos, podemos permitírnoslo. Claro, con mi dinero, aquí la única que curra soy yo, en ese maldito supermercado, de nueve a nueve. Y al llegar a casa, los cacharros sin fregar, la música al alto la lleva y él en el sofá, sin despeinarse el tupé ni para follar. Cada vez menos, por cierto.
Lo peor es el verano. Él moreno como un gitano, de estar todo el día en la playa y yo blanca como la leche; cuando pasaba a recogerme a la salida me daba hasta vergüenza. Y venga: hoy toca este grupo aquí, mañana estos allá… Podría dejarlo ir solo, pero bien lo conozco: se junta con los amigos y a ligar como si fuera un soltero más. Y no. Hasta ahí podíamos llegar. Es mi hombre, solamente mío, ante el altar me juró eterna fidelidad. No soportaba verlo en las pistas, las llenaba con su sola presencia, llamaba la atención, con su pantalón pitillo marcando el paquete y esa chupa de cuero que me costó un dineral. No piensas más que en el dinero. ¡No te jode! Alguno lo tenía que ganar y, por supuesto, no era él. Él a gastarlo a manos llenas y yo con un bolso de hace dos temporadas.
Así que anoche me decidí. Llegamos a las tantas, como siempre, como si no tuviera que madrugar al día siguiente. ¡A él que más le da! Primero a Plaza Mayor y después a Poniente. No me pregunte quién tocaba, para mí son todos iguales, me ponen la cabeza loca y punto. Y él dando voces y saltos como un chiflado. Podía gustarle el fútbol, como a otros, ser forofo del Sporting o del Barcelona, por ejemplo. Un partido a la semana y santas pascuas. Maldita la falta que me hizo a mí nunca la música y menos la de esos peludos degenerados que cantan en inglés. ¡En inglés! Para que no se les entienda nada, ni falta que hace, cuando me traducía las letras eran de parvulario, sin más. Aunque Dios me librara de decírselo. Y eso que anoche…
En realidad le miento, sí sé cómo se llamaba el grupo de Poniente. Algo que tiene que ver con el seguro del coche… ¿Todo riesgo? ¿No? ¡Sí, sí! Eso era, Siniestro Total. Ya están un poco viejos, ¿no cree? Bueno, en eso como nosotros, por todos pasa el tiempo. ¡Tendría que habernos visto cuando éramos jóvenes! Hacíamos buena pareja, pese a las diferencias, porque a mí esto de no soportar la música me viene de antes. Ya desde cría, si lo pienso. Por eso nunca le puse interés, me sacan de Julio Iglesias y no conozco más. Se agudizó en el supermercado, claro, veinte años llevo trabajando allí, y no me quejo, tal como están las cosas. Lo peor son las doce horas diarias con el hilo musical puesto, cuando no son los villancicos es la canción del verano. ¡Menuda tortura! Una clienta me dijo que era musicofobia. A él, al principio, le hacía gracia incluso. ¡Hasta llegó a regalarme unos tapones de cera de esos de farmacia! Ahora pienso si no sería por reírse de mí…
¿Le conté que se compró una guitarra eléctrica? Para Reyes, como lo oye, y yo tuve que conformarme con un frasco de colonia. Y, no contento, consiguió un amplificador de segunda mano. Por culpa de ese trasto dejó de ir a buscarme, con eso lo digo todo. O sea, que yo llegaba a casa a las diez y, encima, aguantar a las vecinas: que si va a tirar la casa abajo, que aquí no hay quien duerma la siesta, que porque no se va a ensayar a un local del Ayuntamiento… Y él: Son unas brujas, mujer, y unas protestonas. No lo pongo tan alto, lo que pasa que de algo se tienen que quejar… El muy zorro no tocaba cuando estaba yo en casa, faltaría más, así que no puedo asegurárselo, pero decían que el volumen era brutal. Y yo las creo. A veces pensaba si estaría sordo.
Vale, vuelvo a lo de anoche, no me disperso. Yo iba con mi vestidito nuevo, los hago yo misma, con estas manos, para abaratar, y me quedan divinos, se lo advierto. Me hubiera ganado bien la vida de modista. La noche estaba preciosa, ideal para pasear a la luz de la luna por la playa o por el puerto, y eso que en verano la ciudad se llena de turistas y apesta a meados. Se lo propuse, pero tuvimos que hacer lo que él quiso, por variar. ¡Harta estoy de conciertos! ¿No se pueden gastar el presupuesto municipal en otra cosa? Todos los años igual… Y menos mal que era gratis, porque fuimos a cantidad de ellos pagando entrada, encima. Los de ayer cantaban en español y, cosa rara, les entendí la letra, igual era porque mi marido gritaba los estribillos como un poseso… ¿Siniestro Total, dice que se llaman? Pues ellos me iluminaron, vi la luz, no le puedo decir más. Trepanar no sé muy bien lo que significa, pero como no tengo un órgano Hammond me dio igual. Un disco de los Rolling sí lo tenía en casa, todos, cómo no. ¡Menuda colección! En eso invertía nuestros, mis ahorros; ni piso tenemos en propiedad. Afilarlo no me costó, fue lo de menos. Y como estaba con los cascos puestos, no me vio llegar. Ahora estoy esperando que lo entierren. No se cuántos años me caerán ni me importa, se lo juro, señor juez. Por lo menos en la cárcel estaré en silencio. Y cuando salga, no tendré que aguantarlo más. ¿Sabe qué le digo? Bailaré sobre su tumba, yo, que nunca fui de bailar.
 
 
Foto: Location of Smart-1 impact. 3 de septiembre de 2006. Esa

 

Niños grandes: Muchos nombres y pocas nueces. Por Tanja Pérez Hunte (30/07/2010).

Un filme 100% Adam Sandler. El guión está firmado por él mismo en colaboración con Fred Wolf y, no contento con encabezar el cartel, es también su compañía propia, Happy Madison, la que produce Niños grandes (Grown Ups, 2010), película que parece toda una reunión de familia, porque todos los actores trabajaron ya juntos en diferentes comedias realizadas por Dennis Dugan: Un papá genial (1999), Os declaro marido y marido (2007), Zohan: Licencia para peinar (2008).

El verano rima a menudo con el humor y, por estas fechas, el público habitual de las multisalas palomiteras suele charse al coleto productos como Niños grandes, que cuentan como único elemento destacable con una buena distribución basada en la reunión de los más conocidos nombres de la comedia popular americana (el citado Sandler, Chris Rock, Kevin James, David Spade y Rob Schneider), quienes a su vez se conocen muy bien y son amigos desde hace tiempo.

A través de los temas de los adultos incapaces de crecer (los adulescentes) y de la búsqueda del tiempo perdido partiendo de la reconciliación con los valores familiares verdaderos, la última comedia de Dennis Dugan ofrece, sí, muchos nombres —añádanse los de Salma Hayek, Maria Bello y Steve Buscemi— pero pocas nueces a las que poder hincarles el diente.

Niños grandes supone la enésima evidencia de que —a excepción de Woody Allen, Wes Anderson, Jason Reitman y poco más— la comedia estadounidense se halla de unas décadas a esta parte en un estado lamentable; es de ese tipo de naderías que dan mala fama y peor reputación a los largometrajes de Hollywood. Un artículo de consumo merecedor de damnatio memoriae, no ya sólo por su por su pésima realización, sino porque además ofende con sus contumaces gags sexistas y racistas; una vergüenza que cualquier cineasta con un mínimo sentido de la misma borraría inmediatamente de su curriculum vitae. Y todavía habrá quiénes ser rían con ella habiendo pagado por verla. En fin.

 

Toy Story 3, de Lee Unkrich: Queridos juguetes nuestros. Por J. de Oxendain (25/07/2010).

Como muchos de nosotros en un rincón privilegiado de nuestras estanterías y armarios, Pixar también guarda con cariño a sus juguetes favoritos. Quince años después del estreno de Toy Story (John Lasseter, 1995) —primer largometraje comercial totalmente digital y gran debut de la animación 3D—, los estudios subsidiarios de Disney nos invitan a reencontrarnos con el universo deliciosamente mágico del vaquero Woody y del astronauta Buzz Lightyear, ahora que su dueño Andy, todo un chaval ya, se apresta a ir a la Universidad. Entonces su madre ve la oportunidad de hacer limpieza en su habitación y donar a una guardería su caja de juguetes con los protagonistas de los dos primeros episodios. Allí les aguarda todo un mini-infierno en forma de niños demasiado enérgicos y una mafia juguetera al mando de un viejo oso amoroso de peluche rosa con olor a frutas. Pero Woody, Buzz y Cía. deciden tomar cartas en el asunto cuando ven su destino en juego, nunca mejor dicho.

Es muy de agradecer, según está el patio del cine comercial norteamericano de un tiempo a esta parte, que Pixar sepa mantener a lo largo de los años la creatividad, la virtuosidad técnica, el ritmo, el humor, allí donde otras sagas se agotan sin más (baste recordar la muy decepcionante entrega última de Shrek a cargo de DreamWorks). Antaño flamantemente nuevos, los juguetes protagonistas de la serie Toy Story tienen década y media. Unos cuantos años ya que el guionista de Toy Story 3, Michael Arndt, incorpora astutamente al relato a modo de pátina temporal. Sobre esa base de trabajo ofrece un encadenamiento continuado de aventuras trepidantes, un espectáculo que el formato 3D acierta a expandir. Las peripecias, hilarantes (hay casi un gag por minuto, entre los que destaca la reprogramación fortuita de Buzz Lightyear en galán andaluz), demuestran de nuevo que los creadores de Toy Story saben cómo dotar de vis cómica a un personaje sin por ello eludir la emotividad dramática necesaria.

  
 
 

Toy Story 3

EE UU, 2010.
Dirección: Lee Unkrich.
Duración: 95 minutos.
Animación

Hija del amor, de Allegra Huston: Los Huston al desnudo. Por José Havel (25/07/2010).

 
Allegra Huston,
Hija del amor,
Barcelona, Circe, 2010.
333 págs.
 

Allegra tenía cuatro años cuando le dijeron que John Huston, aquel «hombre con un puro como el cetro de un rey, las rodillas altas y la voz como melaza oscura», era su padre. Ricki Soma, su madre y tercera esposa de Huston —con quien había tenido dos hijos, Anjelica y Tony—, actriz bellísima que nunca hizo película alguna, pero que con apenas 18 años fue portada de Life, había fallecido en 1969 a causa de un accidente de tráfico. Tiempo después, Allegra se enteró de que su padre era sólo su papá —la persona que se hizo cargo de ella dándole sus apellidos—, ya que su verdadero progenitor respondía al nombre de John Julius Norwich, un aristócrata e historiador inglés. Allegra Huston llegó a tener, pues, una madre, dos padres y tres familias.

Hija del amor es un ejercicio memorialístico personal y familiar (no en vano se subtitula Memorias de una familia perdida y encontrada). También el intento de vivificar el retrato desvaído de una madre cuyo recuerdo envolvían las brumas de una desmemoria aplicada a anestesiar el dolor de la pérdida. Todo un acto de amor a través de la comprensión y conocimiento del otro y de uno mismo. Un catártico empeño por encajar las diferentes piezas desparramadas del puzle familiar («Mi familia estaba hecha de personas individuales que compartían una circunstancia accidental; no éramos un todo»), así como los fragmentos de la identidad propia, un yo desgarrado necesitado de sutura.

Con John Huston siempre fuera haciendo películas, «yo viajaba por la vida tan ligera de equipaje —iba de casa en casa con poco más que mi ropa y mi maleta, ropa que al poco tiempo ya no me cabía— que a veces tenía la sensación de que mi propia existencia no era del todo real». Siempre de un lugar a otro sin hogar fijo (Inglaterra, Irlanda, Nueva York, México, Los Ángeles), Allegra nunca dejó de sentirse en la periferia de los suyos, huésped en su misma familia. «Tenía la sensación de que improvisaban los planes sobre mi futuro. Yo era un inconveniente; no es que no me quisieran, pero era un problema que requería continua solución». Acabó por tener la indiferencia del nómada, pero no su alma. El resultado: una personalidad sensible, retraída y observadora; alguien cansado de una vida camaleónica esforzada en complacer a un amplio elenco de personajes excéntricos y célebres, sin jamás saber si estaba a la altura de ellos.

Entre esas celebridades estuvieron, entre otros, Marlon Brando con su silenciosa motocicleta eléctrica, Harry Dean Stanton cantando doloridas canciones en español, o Jack Nicholson, a quien conoció con nueve años en el rodaje de Chinatown, cuando era novio de su hermana Anjelica Huston y ésta trabajaba aún de modelo. Descrito como lector infatigable —de historia y filosofía sobre todo—, bromista empedernido y coleccionista compulsivo de arte, Nicholson, rey con corte propia, trató a Allegra exactamente igual que a su hija Jennifer, incluyéndola en el centro de su mundo. Incluso, una vez que estaba enferma, le llevó a su misma habitación a Scatman Crothers, el actor que doblaba al Gato Jazz de Los Aristogatos.

De Ryan O’Neal, otra de las parejas de Anjelica, por aquel entonces en plena filmación de The Driver (1978), no guarda tan buen recuerdo. Preciso lanzador de frisbee, apasionado del boxeo, amante de las sopas de tomate Campbell y cocainónamo exhibicionista cuyo poder estelar lo convertía en «intocable», el apolíneo protagonista de Love Story poseía un humor cambiante: «unos días era maravilloso, otros diabólico» (léase violento). Un día Anjelica debió esconderse en el armario de la habitación que compartían Allegra y Griffin, el hijo del actor, para escapar de la ira de éste. Pero «cuando estaba de buen humor, era la persona más encantadora del mundo y costaba echarle en cara su lado malo».

Sinceras, que no amarillistas, tampoco nos hurtan estas memorias el lado malo de «papá» Huston. Que fuese «infiel, egocéntrico, impaciente, crítico, cortantemente sarcástico y jugador», alguien que «se negaba a considerar la realidad de los demás si no coincidía con lo que él había decidido que era lo correcto»no era lo peor de todo. En mayo de 1985 Allegra se indignó hasta la náusea al oír cómo su viejo y enfermo padre justificaba los abusos sexuales sufridos, a manos de un hombre, por una niña mexicana de siete años, para más inri hija adoptiva de su difunta secretaria Gladys Hill, alegando que la madre biológica de la cría era una prostituta y, claro, ya se sabe, la cabra tira al monte. Una actitud impropia de un cineasta fundamental que se pasó la vida contando historias sobre la condición humana, a quien en realidad le hubiese gustado ser pintor, «un verdadero artista», pues hacer películas —por mucho que le gustara dirigirlas— «le parecía una ocupación poco seria».