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H de David Barreiro, 1/07/2010 de próxima publicación en Una noche de verano

 
H

 
No recuerdo el día que la conocí, pero sí el momento en que cruzamos el umbral de su amistad, aquella noche de San Juan, la más corta del año. Hache se vistió con la parte inferior de uno de sus bikinis y un par de horquillas recogiendo en un rodete su pelo lacio y negro, y allí, semidesnuda y almagra en la antesala del verano, prendió la hoguera en una esquina de su terraza con el palito de un helado y una tarjeta de navidad devuelta por el cartero. Después continuó la fogata quemando un año de crucigramas inconclusos y autodefinidos tachados y fijó su vista en las llamas que emanaban de aquellas Quiz nunca terminadas hasta que el fuego secó las lágrimas cetrinas de sus ojos. Recuerdo que murmuraba hipnótica y con los ojos incendiados:
—Tonada andaluza… siete letras… vertical… tonada andaluza… siete letras… vertical… ¡Soledad! —dijo de pronto, y se levantó para recuperar de entre las cenizas aquella página como quien intenta rescatar de la basura las hojas sin vuelta del calendario. Hache pisó las ascuas con sus pies desnudos derritiendo el esmalte nacarado de sus uñas hasta que logró encontrar el crucigrama al que le faltaba la palabra que definía a aquellas dos almas arrumbadas que se morían a fuego lento en el techo de una ciudad llamada pasado.
Escribió las siete letras apoyada en mi espalda y pegó con saliva en la pared desconchada de su terraza aquella hoja quemada y arrollada como un pergamino para que nunca lográramos olvidar que, a pesar de los cócteles y las fiestas, seguíamos solos y perdidos en aquella atestada ciudad.
Las noches de verano se sucedieron en aquella terraza donde Hache vivía al margen de los males cotidianos que afectaban a los mortales, como el recibo del gas o la gripe. Decía orgullosa que jamás había estado enferma y fui testigo de su prodigiosa salud a pesar de que en muchas ocasiones la lluvia le sorprendía casi desnuda en la terraza. Recuerdo una tarde que el sol se ponía con premura mientras Hache y yo bebíamos uno de sus célebres cócteles fabricados a base de bebidas blancas y sobras de cena. De pronto, las nubes se arrebujaron sobre nosotros y descargaron con violencia gotas embarradas. Yo me refugié en el interior, pero Hache ni se inmutó. Cuando pasó el chaparrón volví a salir, ella miró hacia arriba y dijo:
—Este cielo yo no es el de antes. De un tiempo a esta parte no tiene más que goteras y en las noches de verano las estrellas lo único que dan es sombra. En fin, al menos nos queda el consuelo de este olor a caucho garrapiñado del gres después de la tormenta.
Hache decía aquellas frases como quien lee un salmo responsorial y después fijaba la vista de nuevo en un autodefinido, sin importarle la dirección que tomaba el mundo. Pero incluso ella tenía obligaciones y, aunque prefería la soledad de su azotea, los jerifaltes de Chanteuse le exigían que acudiera a reuniones sociales para promocionar ese perfume que vestía en la contraportada del suplemento dominical.
En aquellas fiestas Hache era incapaz de juntar un par de pasos sin que salieran a su encuentro refinados pretendientes que buscaban la gloria eterna entre las piernas dóricas de mi amiga. Recuerdo que una noche, cuando volvíamos achispados y humosos de una presentación en el Ritz, me miró con sus verdes ojos tiznados de cobre y me dijo:
—David, ya no aguanto más a esos hombres. Tardo tanto en alcanzar la barra para rellenar mi copa que casi siempre llego con resaca.
Sonreí ante aquella frase tan llena de ingenio como de verdad, pero yo sabía que, a pesar de sus quejas, Hache tenía un prodigioso talento para deshacerse de aquellos moscones. Recuerdo otra velada que le pregunté qué le había dicho al protagonista de Estrella de mar para que cogiera su copa rebosante y se alejara de ella a toda prisa por el salón. Hache miraba aparentemente distraída las perlas encendidas en la ciudad oscura, pero me contestó agrietando el carmín con su sonrisa:
—Qué tipo. Es muy guapo, pero fuera de la pantalla tiene el gracejo de un cuervo. Le dije que mi vermut estaba demasiado amargo y él se ofreció para pedirle al camarero que le quitara el ajenjo. Aún debe de estar en ello.
Después de decirme aquello Hache soltó una carcajada y dirigió la mirada a su vestido poblado de lamparones:
—Te lo digo en serio, querido, estoy harta de que esos mequetrefes vuelquen sus bebidas en mi ropa. La próxima noche que salgamos recuérdame que me haga una falda con el hule a cuadros de la mesa de la cocina.
Por desgracia, no hubo más noches. Aquello duró tanto como un bostezo y la primera noche del otoño Hache se había ido sin más explicación que el viento que dejaba a su paso.
Nunca me he encontrado con una mujer como ella, y por esa razón sé apreciar aquellos días de verano no tan lejos del cielo, cuando el tiempo aún no me había pisoteado con su espiral de silencio y sombra, cuando aún la vida no me había abandonado a la deriva de las conversaciones repetidas, las miradas apagadas y los besos empastados por el bis a bis de soledades.
Pienso en aquellas noches de verano que compartí con Hache y siento temblores al recordar cómo la pared color champán de la terraza se descascarillaba al ritmo creciente que moría mi juventud, que se dirigía sin pausa hacia un futuro corcovado en el que el miedo iba a apoderarse de mí hasta sumirme en esta caverna de cristal en la que ahora vivo, a través de cuyas paredes transparentes me conformo con observar que ahí afuera no perviven más que sueños jamás cumplidos y realidades nunca soñadas, y donde las sonrisas se han ido pudriendo hasta convertirse en un enfisema de labios tumefactos que destilan la aflicción de una noche sin luna.
Porque cuando conocí a Hache, aquellas madrugadas estivales no tan cerca del asfalto, nunca hubiera pensado que el humo de mis cigarrillos que se elevaba hacia el cielo punteado de estrellas de la ciudad portaba en sus ondas el olor crematorio de mi juventud.
Compartí tantos sueños, crucigramas y cócteles con ella que no puedo perdonarme no haber comprendido que aqu
ellas dos palabras que pronunció temblando la noche de San Mateo no eran otra cosa que una despedida, un abandono, y que cuando aquella madrugada dijo tengo frío, su mirada ya estaba de viaje y, en lugar de sacarle una rebeca azul marino del armario empotrado del vestidor, debí haberla abrazado para evitar seguir persiguiendo el resto de mis días su recuerdo por los rincones de su terraza, por las esquinas de una vida que sin ella no es más que un corazón acalambrado, atrofiado de no bombear más que el aire viciado de la derrota.
 
 
 

Foto: Moon right after the end of eclipse totality. Galería Multimedia de la Agencia Espacial Europea (ESA)

 

 

Poder de la lectura, poder de la escritura, por Mariano Arias. 29/06/2010

 

Las posiciones establecidas desde hace unas décadas divergen en el tratamiento de leer-escribir y tienen, a mi juicio, como fin predeterminado el común denominador de propagar, difundir o apostar por la lectura. Es recurrente la consideración, desde distintos sectores, académicos o no, de apostar por un tratamiento nuevo en tanto que en la actual era cibernética a los términos clásicos habría que añadir los de cibertexto, hipertextualidad, libro electrónico, lenguaje digital, binario, etc.
Su valor, inexcusable puede decirse, no ha sido siempre el mismo, como tampoco lo han sido ni sus formas ni su importancia social e intelectual; tampoco los diferentes soportes de la escritura: arcilla, piedra, pergamino, papel, pantalla electrónica, etc.
Un primer borrador crítico, frente a otras posturas blandas, oblicuas o simplemente gremiales, podría definirse en estos términos:
 
 

1.- Las concepciones de la lectura

 
Desde luego, la lectura conlleva una carga tan intensa de complejidad técnica, ideológica y política que sólo sumergiéndose dialécticamente en su contenido podrá hallarse cierta verdad y claridad. Varias concepciones de la lectura (reductoras a uno o varios aspectos de la actividad del lector) circulan en nuestro inmediato presente como herederas naturales de siglos anteriores:
 
a.- La lectura considerada como entretenimiento u ocio (novelas rosa, románticas, historia-ficción, ciencia ficción, etc.) en una época en la que la actividad educativa y profesional promueve la especialización y el tiempo libre acoge propuestas de lectura «escapistas» de la realidad.
b.- La lectura como «cultura» integral o dirigida a sectores no especialistas promovidas por complejos editoriales en ediciones sin aparato crítico (políticos, filosóficos, artísticos, literarios, etc.)
c.- La lectura infantil y juvenil, promovida como iniciación a valores esenciales y bajo el supuesto de un acercamiento a (o inmersión en) la literatura desde edades tempranas (la polémica infantil-juvenil-adulto, etc.).
d.- La lectura como aprendizaje del saber pensar, como medio (en su caso fin) que permita el desarrollo del espíritu crítico en el ámbito social, natural, científico o filosófico, etc., como capacitación para la comprensión de ideas, de la dialéctica, de la retórica.
 
            Ni que decir tiene que estos grupos comprenden diversidad de variaciones según el arco social de referencia. La propuesta cuaternaria se propone como reductora para permitir un análisis global que dé luz a la complejidad sociológica e intelectual del lector-lectura-escritura.
 
 

2.- La lectura como comprensión del mundo

 
            Ahora el libro puede ser visto desde otra perspectiva, acaso tan compleja como la de la lectura, pues someramente libro (o rollo = Roma; tablilla de oro o plomo = Grecia), pergamino (Egipto, Palestina, etc.), tablilla de arcilla (Sumer, Imperio Acadio, etc.), libro electrónico, connota un extenso árbol en donde conviven diversas disciplinas, técnicas, creencias, etc., y sobre las cuales pesa no sólo una tradición (que se da por supuesta) sino un valor social, político, tecnológico y científico acumulado.
La lectura entonces debe ser vista como una actitud ante la vida individual y ciudadana, como un medio de comprensión de un objeto determinado y, a la vez, como la relación de diversos objetos entre sí, líneas que marcarían las interrelaciones que conforman el conocimiento humano y material: el suelo de la realidad. El hombre lector sería entonces aquel que mediante la técnica de la lectura alcanza tanto la comprensión de sí mismo como la propia identidad de lo que es en el desarrollo histórico. «Leer para ser», dijo con buen criterio Víctor García de la Concha en el informe La lectura en España (2002), siempre teniendo presente cuáles serán las características de ese ser, justamente para no caer en un idealismo o universalismo inconcreto. Pero al definir de este modo la lectura no se nos escapa que en el lector se debe presuponer un elemento intelectual (educativo, de aprendizaje, ya veremos) que implique no reducir la lectura a uno de los elementos apuntados anteriormente: ocio, cultura general, cientificidad o crítico y reflexivo filosófico, el que muy bien puede ser denominado «pensamiento abstracto».
           

            3.- La función pública de la lectura y de la escritura.

 
            La cuestión, pues, de la selección tiene graves principios y sospechosas consecuencias tanto políticas como intelectuales, incluso educativas. Brevemente: si como parece evidente desde las distintas disposiciones ministeriales, oficiales y educativas el fomento de la lectura y la política editorial tiende a procurar principalmente la lectura del género narrativo, de la «cultura literaria» en demérito de otras lecturas, la cuestión del lector queda reducida a competencias intelectivas disminuidas. Entonces el apartado d) queda como elemento subordinado y la tesis emotiva «los libros como guardianes del conocimiento» invalidada. Y ello pese a que las encuestas señalen al grupo de narrativa como el primero en elección de los lectores. Justamente este hecho debería marcar el cambio o la corrección de los planes de lectura.
            De ahí que la apuesta por un cambio profundo y quirúrgico en los hábitos de lectura se nos antoje como una exigencia inexcusable. Y aquí, a nuestro juicio, quedan implicados todos los géneros narrativos y ensay
ísticos, poéticos o doctrinales. A la vez, consecuentemente quedan involucrados los términos y principios en los que se mueven las directrices políticas de las administraciones públicas (Ministerio de Educación, de Cultura, consejerías, ayuntamientos, etc.) más proclives a interpretar las exigencias del razonamiento abstracto como propias de unas élites que como principios básicos de nuestra democracia representativa (¿Es necesario recordar el nivel de recursos en investigación de España?). Es aquí justamente donde reside la piedra de toque de todo pensamiento que se precie: la función social de la lectura y el soporte económico y editorial español mantienen la democracia sin la categoría de la igualdad, dividiendo la sociedad en quienes reciben una lectura básica, de opinión y por tanto incapaz de emitir juicios de valor argumentados, y unas élites conformadas según su adscripción política o intelectual, pero inmersos en un status distinto. Y esto, incluso teniendo presente la apertura de nuevos modos de experiencia cultural como es el amplio espectro de las prestaciones técnicas de internet.
 
 

4.- La lectura como capacidad de autonomía del individuo

 
             Sólo desde la postura que propugna la lectura no sólo como ocio o juego (apartado a) sino como necesidad, puede alcanzarse el fin del saber y la concepción del hombre como progreso. Es decir, conseguir la virtud moral, la capacidad de enjuiciar conductas y valores, construir argumentos y alejarse de opiniones falsas o blandas. Y ello unido directamente al derecho del ciudadano a conocer los mecanismos que dirigen su vida social, su ciudad; y al derecho como persona (al margen de su concepción existencial pesimista, religiosa o no) a poseer las claves de su sentido como ser en un mundo y en una ciudad.
            Y ello máxime cuando esa necesidad de la que hablamos no viene dada desde la cuna ni impuesta por una divinidad metafísica, ni nacida aleatoria o caprichosamente, sino desde la concepción del ciudadano que se manifieste socialmente. Esta es la cuestión: La necesidad de la lectura y la escritura debe ser impuesta, como garante de la autonomía del individuo, como deber del sistema educativo y de defensa crítica frente a la corrupción del poder.
 
 

5.- La lectura y la escritura como garante del razonamiento.

 
Las razones que nos llevan a denunciar esta cuestión son muchas, la historia de la escritura y de la lectura ofrecen eminentes razonamientos. Quedémonos con unas precisiones: la lectura (la escritura) ha roto la secuencia mítica de tradición oral instaurando la posibilidad del razonamiento crítico, la dialéctica en el discurso en cualquiera de sus géneros (narrativa, ensayo, poesía, tratado, etc.). Pero este es sólo un paso, un avance, sin el cual es imposible que el hombre comprenda el entorno al que nos referimos desde los primeros registros escriturales hasta el alfabeto fenicio y griego o latino; y desde el alfabeto hasta el lenguaje digital que nace como complemento del alfabético.
Así pues, aprender a pensar desde la escritura y desde la lectura es una de las virtudes que sólo se alcanza si la lectura y la escritura son motivadas y propugnadas en un marco distinto al que se puede propugnar desde la democracia actual. No sólo desde un sector del conocimiento se alcanza ese saber crítico, se rompe el infantilismo procurado por el sistema y por sectores de la institución literaria, mundano, cotidiano, garante de una «opinión», de una ignorancia sumaria más allá del conocimiento profesional de cada individuo; sólo desde el propósito de integrar en el abanico del conocimiento la lectura de ensayo, la fina línea que lleva al pensamiento abstracto, a la reflexión sobre las causas (epistémico denominó Platón a este tipo de conocimiento) puede el individuo, en su caso ese ente llamado sociedad, alcanzar la capacidad de pensar sobre las categorías y las ideas del mundo.
 
 

6.- Corolario: el lector crítico y las élites.

 
De todo lo anteriormente dicho apuntaré una posible deducción, no apreciada en ciertos ámbitos literarios, filosóficos y científicos. Nos referimos al hecho práctico y pragmático que aprecia la disyunción del conocimiento en dos partes (sumariamente hablando): la implantación, históricamente refrendada de una minoría «informada», con capacidad de análisis (controvertidos o no, por supuesto) y una mayoría adscrita o sugerida por los apartados a) y b) que rompe la dirección de la lectura y de la escritura en España y en parte de Occidente. Aunque sea sólo una minoría, cabe preguntarse: ¿tienen presencia influyente las élites divergentes en la España democrática? ¿Cabe hablar de influencia-poder de los poderes económicos, ideológicos para inducir a este tipo de análisis y construir el sistema educativo vigente?
No es banal, creemos, que la retorcida realidad conduzca al círculo vicioso, aunque no paradójico, de propugnar un ciudadano crítico cuando aún no se tienen las herramientas para construirlo. Y lo que nos parece más serio, y nos tememos, es que tal individuo no puede asumir el compromiso de gestar una sociedad igualitaria.
 
Mariano Arias es escritor y Doctor en Filosofía

 

LITERARIAS de verano, 27/06/2010

 

 
LITERARIAS ofrecerá a todos sus lectores a partir del próximo jueves, 1 de julio, el relato que varios autores han aceptado escribir con una única condición: la historia debe hacer alusión de una u otra forma a una noche de verano. Los relatos, que aparecerán en portada, estarán disponibles durante todo el verano en la pestaña LITERARIAS / Creación, de la barra de navegación. Éstos irán apareciendo a lo largo de los meses de julio, agosto y septiembre. El autor gijonés, David Barreiro, inicia este periplo estival con el relato titulado H. Le seguirán José Ángel Ordiz, Fernando Fonseca, Mª Luisa Prada Sarasúa, Ricardo Labra, Nacho Guirado, Pilar Sánchez Vicente, Mariano Arias y Jorge Ordaz, entre otros muchos.
 
Además, LITERARIAS —revista digital de la Asociación de Escritores de Asturias— inaugura también esta semana una nueva etapa dedicada a la creación literaria. Se trata de cinco colecciones que, dirigidas por Javier Lasheras y diseñadas y compaginadas íntegramente por el estudio Pandiella y Ocio, ahondarán en las posibilidades que internet ofrece para la edición digital y la lectura. Vintage, Sybaris, 10, Once varas y Minimal son la apuesta de LITERARIAS.
Para inaugurar la sección, el escritor José Luis Espina, galardonado con el Premio de la Crítica de Asturias 2008, nos ofrece el primer título, El hombre equidistante, dentro de la colección Once varas, dedicada a la narrativa breve.

 

 

Io, Don Giovanni, de Carlos Saura: La génesis de una ópera. Por José Havel (27/06/2010).

Más que realizar un filme sobre la vida, agitadísima, del longevo libertino Lorenzo Da Ponte —quien, por acusación de la Santa Inquisición, tuvo que exiliarse de Venecia a Viena, donde gozó de la protección del emperador José II, partiendo tras la muerte de este hacia Praga y luego Londres para emigrar después a los EE UU—, Carlos Saura prefiere centrar su película en la génesis de la célebre ópera Don Giovanni, atento a las relaciones entre tres figuras emblemáticas del siglo de las luces, como fueron los citados Wolfgang Amadeus Mozart (Lino Guanciale), Giacomo Casanova (Tobias Moretti) y Da Ponte (Lorenzo Balducci). Algo nada nuevo en el cineasta español eso de realizar filmes alrededor de personajes ligados a la música, la danza, la escena, habida cuenta de que su filmografía la engrosan la trilogía musical formada Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986), seguida luego de títulos como Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Iberia (2005), Fados (2007).

Entre evocación y fantasmagoría personal, a medio camino del academicismo y la originalidad, el cineasta español relata, en un largometraje refinado y afectado a un tiempo, los arcanos masónicos de una obra maestra lírica de rico subtexto. La fotografía —sexta colaboración del aragonés con el oscarizado Vittorio Storaro— es en sí misma un regalo para los ojos, trabajada como si de un mimado lienzo pictórico se tratase, bordeando a veces el esteticismo plano. Mientras que la trama argumental, agradable cruce de los destinos de Da Ponte y del personaje Don Juan, que plantea cuestiones de índole moral acerca de los protagonistas, transcurre matrimoniada con esa ligereza del libertino tributaria del libre albedrío a ultranza, con un calado no del todo a tono con el calibre estético del filme. Sin embargo, lo cierto es que Io, Don Giovanni, pequeño fresco de dos horas y pico de duración tan festivas como desenvueltas, hace de la frivolidad de las apariencias un espectáculo placentero, un instructivo divertimento con buen gusto.

El furor poético de Gerardo Lombardero. Por Lauren García (25/06/2010).

Quizás al lector le suene más el nombre de Gerardo Lombardero por sus profusos artículos en prensa o por su querencia por la novela histórica, pero lo cierto es que el escritor ovetense tiene publicados dos libros de poesía que muerden su ancla en el tiempo.

El primero La palabra es vuestra y mía, libro editado por el Colectivo Cultural Octubre, impreso en 1978 y con ejemplares numerados; un título alegórico a la situación de cambio de España en aquella época con mucha energía compartida.

Desde el primer poema el escritor hace un llamamiento a la comunicación con mayúsculas y a asumir con entereza su papel: “Pero mientras yo, poeta ciego / metafórico y vano viva: / la palabra es vuestra y mía”. Un poemario llamado por la inconsciencia del sentimiento a adentrarse en la piel ajena, con guiños explícitos a Blas de Otero, con signo persuasivo de mirar al mundo para romper convicciones establecidas, para cambiar el devenir de la noche monótona. Hay en el libro unas ansias deliberadas de corresponder al futuro, del país que se abre a los dominios de la libertad, de evocar el ansia de vida y mujer nerudiana. Aparece Oviedo triste y torpe como una broma seria y Madrid respirando humo; la loca captura de un poema que dejará todo decidido. El futuro es un hermoso mar que se rinde ante el poeta que vibra con sus embestidas. Hay en la obra una ansia de plenitud del ser, de trascender con el verbo: “Me arranco la palabra de la boca / y si hace falta los dientes de la encía”. La segunda parte del libro tiene un decorado de poesía amorosa donde el amor aparece como un consuelo terrible pero necesario; un destino que el poeta persigue “como dios andando” con la vuelta inequívoca al verso como designio humano. El propio Lombardero se refiere a la poesía en la última página del libro como “urticaria incurable”.

En 1998 aparece en la editorial krk Una mano sola, con prólogo de Augusto González Suárez, que se refiere al libro como “un vuelo de alegría”. Un libro reposado que madura en la cuarentena valorando el peso que ejerce una mano, que sabe de ilusiones torpedeadas, del peso resbaladizo de la poesía: “No hay poema que no valga / al menos una lectura”; versos que arrasan las glorias fatuas de la poesía y las ilusiones pacatas. Poesía sin tintes complejos, pero de acento misterioso para dar testimonio de la vida repentina y fatal: “ser poeta es una feliz casualidad”. El escritor busca salidas a la cerrazón de la existencia: “Allí donde la vida acaba / como la página doblada de un libro”. Poesía que nombra los hechos vitales con un grito que es una estampida de sinceridad: “Un perro ladra a una gaviota / inútilmente embravecido, / así ladrábamos a la vida / entonces, que éramos más jóvenes”.

Veinte años separan estos dos libros, y Gerardo Lombardero no ha publicado más poesía, y es que los versos y el cerrado mundo editorial no respetan a veces a los que son sus más fieles amantes.

Amin Maalouf: una obra apasionante. Por Ángel García Prieto. 21/06/2010

 Novelista libanés que canta la esperanza de reconciliación entre los pueblos.

 
AMIN MAALOUF: UNA OBRA APASIONANTE
 
            Un mestizo cultural y lingüísticocomo él mismo define al hombre – escribe desde Francia sobre temas que tienen siempre en común una búsqueda de unidad, reconciliación y paz para los pueblos, etnias y sociedades que, a lo largo de la historia, han ido conformando el Próximo Oriente y el Levante Mediterráneo Su obra es un canto a la esperanza, un encuentro entre grupos sociales de diversa cultura y religión, pues “los vínculos de unión entre las personas transgreden cualquier grupo étnico o religioso. Este es el mensaje que quisiera gritar al mundo, a un mundo que impone como fin último la pertenencia a un pueblo”.
 
            Nacido en 1945 en Líbano, ejerce el periodismo y la literatura en París, donde fijó su residencia desde el comienzo de la guerra civil en su país. Ha logrado un notable éxito editorial con centenares de miles de ejemplares en varios idiomas para todas sus novelas y, entre otros, el Premio Goncourt en 1993, con La Roca de Tanios.      
           
            En español tiene publicadas seis novelas, dos ensayos históricos y un libreto de ópera. Dos de las novelas más significativas se reseñan a continuación.         
 
La roca de Tanios. (Ed. Alianza, 1993). En un pueblo de la montaña libanes, hacia la mitad del siglo XIX se desarrolla la acción de esta novela, cuando los enfrentamientos políticos y bélicos entre Egipto y el Imperio Otomano proyectan los antagonismos de las potencias occidentales sobre las pequeñas comunidades drusas, cristianas y musulmanas. El histórico suceso del asesinato del patriarca maronita sirve de eje a un relato de ficción en el que la leyenda y la realidad hacen presagiar el comienzo del camino belicoso, apasionante y dramático de los intolerantes antagonismos que se vienen sucediendo hasta la actualidad, desde el “Reglamento de Autonomía Libanesa” de 1864, impuesto por las naciones europeas y firmado en Constantinopla.
 
            La historia es reconstruida por un narrador de Kfaryabda con la ayuda de las crónicas locales y la buena memoria de un anciano lugareño. Narra la vida de Tanios, un muchacho al que el destino hace enfrentarse con celeridad al amor, las venganzas y la tremenda responsabilidad del protagonismo en la liberación de su pueblo. Un protagonista bien real, perfilado con rasgos definitorios y convincentes, como también lo son los demás personajes de la narración, que se manifiestan en un clima ambiental dibujado con emotivo realista.
 
Las escalas de Levante. (Ed. Alianza, 1996). También como en su novela anterior, el Líbano es el escenario de un relato que se extiende a través de tres generaciones de una misma familia, si bien hay un principal protagonista que ocupa la mayor parte de la historia. Éste la cuenta al narrador de la novela, al que, en un fortuito encuentro en París, se hace confidente de una vida llena de ilusiones, aventuras, desasosiegos, éxitos y desgracias, esperanzas y amor por su familia y su patria.
           
            Es una narración que abarca casi todo el siglo XX, en torno a los personajes de esa familia de origen otomano, en el que se unen musulmanes, cristianos y judíos. La acción desde el Líbano se extiende a Francia, principalmente durante la II Guerra Mundial, donde el protagonista llega a ser un héroe de la Resistencia. Y la historia principal es la de un amor familiar roto por la guerra palestino-israelí. “En este libro hay personas que se aman, cuando la Historia querría que se odiaran. Deberíamos aprender de ello” – decía el autor en la presentación del libro, en Madrid. Que añadía: “Las relaciones humanas son muchísimo más importantes que los vínculos históricos. Lo que salva y libera a los seres humanos es el amor que, en mi novela, utilizo como un elemento de redención o antídoto”.
 
            También son muy interesantes,  León el Africano (Ed. Alianza, 1988), un relato de aventuras, en el que la clara y sugerente imaginación novelística de Maalouf sirve de cauce a la fluida narración de documentados datos históricos en torno al siglo XVI mediterráneo. La corte de Boabdil en Granada, las intrigas de Fez o El Cairo, la vida en la misteriosa Tombuctú y la complicada política del mosaico italiano de entonces se entreteje en un sincretismo ideal, personalizado en la figura de Juan León de Medicis, apodado “El Africano”. Samarcanda (Ed. Alianza, 1989), que hace una recreación de la historia de Persia, en torno a la mítica ciudad de Samarcanda, en la Edad Media, y a principios del s. XX. Y Los jardines de la luz (Ed. Alianza, 199l), novela la vida de Mani, un personaje rodeado de un halo de leyenda, nacido en Mesopotamia a principios del siglo III y fundador de un sistema religioso sincretista del cristianismo, judaísm
o y con algunas ideas del mazdeísmo.
 
Menos interés que las anteriores, pueden tener: El primer siglo después de Beatrice (Ed. Alianza, 1992), posiblemente la más floja de sus novelas. La invasión (Ed. Alianza, 1994), es un ensayo histórico, sobre las cruzadas vistas desde la perspectiva de los árabes. Identidades asesinas (Ed. Alianza, 1999), es otro ensayo sobre la intolerancia, la confrontación y la locura que incita a la violencia por razones de etnia, cultura, geografía o religión. El viaje de Baldassare(Ed. Alianza, 2000) es una novela voluminosa, de ambicioso planteamiento y se abre con sugestivas propuestas, como es el periplo de un culto y rico librero de origen genovés asentado en el Líbano llamado Baldassare, por todo en norte de Mediterráneo, Centroeuropa e Inglaterra. Pero el desarrollo del argumento es una retahíla enorme de diverso tipo de aventuras, sorpresas y situaciones que no acaban de convencer por sus tópicos y la superficialidad de los personajes. Se trata, pues, de una novela que no tiene el peso de la mayor parte de las otras. Amor de lejos (Ed. Alianza, 2002)es un libreto de ópera, en edición bilingüe francés-español. Y Orígenes. (Ed. Alianza, 2004) es un relato histórico sobre la propia familia del autor, para ejemplificar la vocación de “nómadas del mundo” de los libaneses que, al menos desde el s. XIX, entremezclan sus orígenes étnicos, religiosos, ideológicos y vitales por haber nacido en las tierras periféricas del gran imperio otomano en desintegración; pero que también son capaces de emigrar hacia cualquier lugar del mundo por motivaciones diversas.

 

Vincere, de Marco Bellocchio: La inaudible verdad de la mujer secreta de Mussolini. Por José Havel (18/06/2010).

 En 1907 Ida Dasler (Giovanna Mezzogiorno, superlativa) se enamoró apasionadamente Benito Mussolini (Filippo Timi), por aquel entonces pacifista, anticlerical y editor del periódico socialista Avanti!. Perteneciente a una acomodada familia de Trento —el padre era el alcalde de su Sopramonte natal—, Ida vendió todo cuanto tenía para financiar el periódico propio de su amado, Il Popolo d’Italia, futuro órgano de expresión del régimen fascista que estaba por venir. Pero Ida Dalser, primera mujer —por la Iglesia— y madre del primogénito de Mussolini, se convirtió luego en una verdad molesta para el Duce —esposo bígamo de Rachele Guidi, a su vez trocado en líder de un movimiento belicista, totalitario y pro Vaticano—, quien la hizo internar en un manicomio en 1926, amén de tenerla fuertemente vigilada por su policía política. El hijo de ambos, Benito Albino (Filippo Timi, sin bigote), conocerá suerte idéntica; y como su madre, fallecida en 1937, será enterrado en una fosa común al morir en 1942.

La cegera de un país y el amour fou de una mujer, la negación del otro y la ambición desenfrenada de poder… En Vincere Marco Bellocchio —siempre preocupado críticamente por los fundamentos de la sociedad italiana— reconstruye un episodio clandestino de los años oscuros de su país, interesándose en primer término por la obsesión amorosa de una mujer. Su heroína, lo particular, es la llave de paso hacia lo colectivo, Italia. Mezclando imágenes de ficción con imágenes reales de archivo (cuando Mussolini llega al gobierno y escapa definitivamente de Ida, la presencia del actor cede su lugar a la figura verdadera del dictador), a veces con audacias plásticas asimiladas a aquella época de los ismos, Bellocchio firma un filme hermoso, febril, alucinado, denso, dolorosamente lírico y operístico en su barroquismo trágico, que baraja con inspiración retrato del fascismo, historia del siglo XX y reflexión acerca de la locura. Una obra mayor del cine italiano contemporáneo.

 

Leve recuerdo de José Saramago, por Javier Lasheras. 18/06/2010

 

 
Recuerdo un hombre espigado y enjuto como una cerilla, luminoso como una luna en la noche.
 
Recuerdo unos lentes de cuando a Europa todavía le faltaban los delanteros y los traseros para ser un cuerpo entero y un hombre de altura que sabía escuchar en silencio.
 

Recuerdo una conferencia que dio en Oviedo para Tribuna Ciudadana —Somos cuentos de cuentos contando cuentos—, y cómo después algunos fuimos a la cena en la que, entre otros, Manuel Herrero Montoto mantuvo un bien hilado e interesante diálogo con el escritor portugués a propósito de Las tentaciones de San Antonio de Gustave Flaubert. Recuerdo también la presentación de Gustavo Bueno: insignificante, prescindible, hueca, inoportuna e insoportablemente presuntuoso. Desconozco quién se quedó con la grabación magnetofónica de esa intervención que José Saramago ofreció en Oviedo un 13 de junio de 1995. Quien la tenga tiene un tesoro en sus manos y también la posibilidad de devolvérmela. Él mismo me autorizó en su casa de Tías para realizar una transcripción de la misma con el fin de hacer un comentario y publicarla. Nunca pude hacerlo porque antes, tonto de mí, se la presté a tres escritores asturianos y por arte de birlibirloque desapareció de mi control para siempre.  

Recuerdo, como si fuese ahora mismo, su hospitalidad en Lanzarote cuando le llamo por teléfono y me invita de inmediato a su casa a tomar una cerveza. Recuerdo a su mujer, Pilar del Río, morena, guapa, joven, desinhibida, interesante, trasteando tras el sofá como una niña y cómo con el rabillo de sus ojos el escritor la exonera con una sonrisa cómplice y diplomática, dejándome tranquilo, como quien dice no te preocupes, así son ellas o casi y, ya ves, esta es mi casa, esta es mi gente y no tengo mucho más que contarte. Recuerdo que me habla de sus paseos por la Montaña Blanca, sus pasos largos y esforzados, su duda y su método, su quehacer y sus proyectos y Pilar tras el sofá buscando lo que alguien tal vez perdió en algún convento. Quién sabe. Hay mujeres infatigables que buscan hasta la última estrella.

Recuerdo la conversación sobre los cuentos, sobre los sonidos de su infancia —la voz pausada, intemporal, la sonrisa permanente en la mirada—, sobre la castración de los cerdos y el miedo, el pavoroso terror de la sangre y los gañidos lancinantes.

Recuerdo al cabronazo de ese enano de perro llamado Pepe. No para de morderme los bajos. José Saramago dice:

—No, no, estate quieto. Así no te hará nada.

Y un cuerno. Yo estoy quieto y el enano sigue mordisqueándome los pantalones, arañando el suelo como si fuera el silbido rabioso de la uñas de un cadáver. Así que en un descuido le doy con la punta del pie en el hocico y desaparece, ladrando, contrariado, o eso creo. Creo que José se da cuenta. Mejor. Les pido tres favores. Uno: que acepte la invitación que le traslado de boca de Miguel Munárriz para asistir a los Encuentros de literatura de Oviedo el próximo mes de diciembre; dos, que me aconseje un restaurante para cenar y tres, que me pidan un taxi, por favor. Aprieto su mano, nos miramos cara a cara, como si eso bastase para firmar un acuerdo, a la misma altura: percibo a un hombre afortunado. Pilar me acompaña hasta la calle, alza la mano y para al primer coche que baja junto a la acera de su casa, habla en guanche con el conductor y su acompañante. No sé de qué hablan, pero Pilar me da dos besos y dice:

—José irá a Oviedo. No te preocupes. Al mejor restaurante que puedes ir ya te llevan ellos. Cuando llegues, le dices al dueño que vas de nuestra parte. Y aquí, entres nosotros, no acostumbramos a pedir un taxi. Es mejor ayudarnos unos a otros. Taxi somos todos.

En fin, recuerdo a un hombre que supo decir no a una mujer y seguramente también a otras. Recuerdo su despacho: un hombre metido en un tiempo de otro tiempo a caballo entre los tiempos contando su tiempo. Ya lo dijo él: somos cuentos de cuentos contando cuentos. Y recuerdo un 14 de diciembre de 1995 en Oviedo, en el Café Español y luego cenando y paseando con él por la ciudad antigua. La memoria me devuelve el aire limpio de un hombre exquisitamente humano. Un hombre con el que no estaba de acuerdo. Así es la vida, extraña.

Recuerdo a Saramago: ojalá que la tierra y el futuro le sean leves.

Y todavía recuerdo aquel anochecer de septiembre de 1995, en la mesa de un pequeño restaurante: unos hombres tranquilos jugando a los bolos, unas muchachas escondiéndose hacia la luz oscura, el mar y la noche de plata refulgiendo en su almíbar de luz. Ahora cae el telón. La muerte destruye al hombre. Y el olvido le gana la partida a la pena. Quién sabe a estas alturas si Dios quiere o no quiere existir (¿se lo habrá preguntado ya Saramago?). Al fin, es la misma canción de siempre: somos pequeños trozos de tiempo contando —narrando, viviendo, siendo— insignificantes estancias de nuestro tiempo.

10 propuestas de José Saramago.

Realizadas con motivo de su intervención en Oviedo el 14 de diciembre de 1995, durante

«Los encuentros: 50 propuestas para el próximo milenio».

1.- Desarrollar «para atrás».

2.- Crear un sentido nuevo de los deberes humanos.

3.- Vivir como «supervivientes».

4.- Evitar que las religiones continúen siendo factores de desunión.

5.- «Racionalizar» la razón.

6.- Resolver las contradicciones entre «cada vez estamos más cerca» y «cada vez estamos más lejos».

7. Definir éticas prácticas de producción, distribución y consumo.

8.- Hacer desaparecer el hambre del mundo.

9.- Reducir la distancia cada vez mayor entre «los que saben» y «los que no saben».

10.- Regresar a la filosofía.