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Policíaca Vs. Negra: historia de una pasión, por Pilar Sánchez Vicente. 16/06/2010

 

Me inicié en la novela policíaca a edad temprana, casi sin transición desde Enid Blyton, a través de los clásicos de editorial Molino: Agatha Christie y Erle Stanley Gardner. Después vendrían Ellery Queen, Rex Scout y Georges Simenon. Teníamos en casa todas las colecciones y Hércules Poirot, la señorita Marple, Perry Mason, Nero Wolfe, el inspector Maigret… formaban parte de la familia. Releí sus historias decenas de veces, las hubiera escrito de memoria y aún ahora con ver una portada recuerdo la trama. Es un tipo de novela donde la resolución del misterio es el objetivo principal y los buenos y los malos se diferencian claramente. Como mucho, aparece alguno mediopensionista. Obedecen a una estructura clásica: planteamiento, nudo y desenlace y responden también a los clásicos interrogantes: ¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?, conocidos en inglés –lengua madre del género- como Five Ws (Who, Why, What, Where, When) El crimen –o los crímenes, pero basta uno- acontece al inicio y las pistas e interrogatorios se suceden capítulo a capítulo. Al principio se proponen varias soluciones fáciles, a primera vista tentadoras, que sin embargo resultan falsas. Generalmente el descubrimiento del asesino –o los asesinos- se produce de forma inesperada en las últimas páginas y no es extraño que sea el mayordomo. Los investigadores son pacientes y equilibrados en sus pesquisas y no suelen hacer uso de las armas ni de la violencia, más bien utilizan el razonamiento lógico y gustan de realizar el análisis minucioso de los hechos desde el sillón de su despacho. El lector admira su sagacidad e inteligencia y suele ser sorprendido con el final.
 
La trama negra exige una velocidad que no pide
la histórica y ese era, entre otros, mi gran reto a afrontar.

Como evolución natural, enseguida me aficioné a la novela negra, una variante de la policíaca nacida a principios del siglo XX en EEUU. Pese a participar de un sustrato común, son varias las diferencias entre ambas. Para empezar, el crudo lenguaje, que pasa de blanco a negro, predominado la descripción, con frecuencia morbosa, de la violencia empleada tanto por criminales como por policías y detectives. Los personajes ya no son buenos o malos; unos y otros navegan en la oscura franja del gris e importa más su atormentada psicología que las artes del enredo. Igualmente, la resolución del enigma pasa a un segundo plano, pues el primero lo ocupa la acción. Con una acidez corrosiva y una ironía demoledora, reflejan la injusticia, la corrupción policial, las cloacas del poder, los bajos fondos del hampa, las debilidades y miserias humanas. Hay que darse cuenta en que contexto nació: ley seca, mafia, inseguridad, contrabando, discriminación racial… En este sentido, es significativa la adaptación de la tramas a la realidad social imperante en cada época y así, ahora, capos, narcos, políticos y psicópatas son protagonistas de los títulos más recientes. De la misma forma, cada país se refleja en sus autores.

En una novela negra lo explícito
pierde importancia frente a lo oculto.
 

Raymond Chandler y Dashiell Hammet, con sus respectivos detectives Philip Marlowe y Sam Spade, están considerados los padres de esta variante del género policiaco, pero hay más: James Ellroy, Patricia Highsmith, Jim Thompson… y más recientemente Donna Leon, Henning Mankell, Fred Vargas, Andrea Camilleri… por no citar a Stieg Larsson. Ya en España, nuestro querido Vázquez Montalbán con su entrañable Pepe Carvalho, Lorenzo Silva, Juan Madrid o Andreu Martin son algunos de sus muchos representantes. Cientos de nombres –no exagero- quedan en el tintero, pues El simple arte de matar [1] ejerce una atracción fatal sobre los escritores incluso para los de novela histórica, que no prescinden de incluir en sus argumentos alguna confabulación criminal.

Mi quinta novela será negra y la protagonista,
of course, será una mujer.

El papel de la mujer en una y otra no suele ser muy diferente. En la novela policíaca clásica el detective suele recurrir al mítico “cherchez la femme” y en ambos casos suele abundar la “femme fatale”. Raramente son protagonistas, ni como investigadoras ni como criminales. Más bien son la causa del crimen o aparecen como instigadoras del mismo. Es recurrente también su presencia como elemento decorativo auxiliar: la prostituta honrada, la esposa infiel, la heredera codiciosa, la amante despechada, la chica del mafioso o la abnegada esposa del policía. El predominio de las rubias despampanantes, de pelo largo, falda corta y cabeza hueca, es total y abunda tanto el sexo fácil como las violaciones. Omito mi opinión al respecto, fácilmente deducible por mi trayectoria vital y que, sin embargo, no me ha impedido devorar este tipo de relatos.

Que mi quinta novela (la cuarta que verá la luz) sea negra, es una ofrenda al género, pues para los lectores compulsivos, entre los que me incluyo, son piezas atractivas en cuanto a su intensidad, rapidez narrativa y profundidad. Y esto ha sido, precisamente, lo que me ha impedido lanzarme al ruedo con anterioridad. Cuando una escribe novela histórica, el período previo de recogida de documentación y análisis de la época temporal a tratar ocupa casi tanto como la escritura, que suele seguir un ritmo lineal marcado por el curso de la vida de los personajes que la pueblan y los hechos históricos en que participan. Las descripciones intentan situar al lector en el ambiente y recrear el pasado sin atiborrarlo con datos y fechas es lo más difícil de conseguir. En una novela negra, en cambio, lo explícito pierde importancia frente a lo oculto, el aut
or conoce al dedillo los hechos y los dosifica, engaña al lector con pistas falsas y le ofrece las verdaderas con cuentagotas, engrasando el conjunto con aceite de vitriolo.

 

Los personajes navegan en la oscura franja del gris e importa
más su atormentada psicología que las artes del enredo.

 

La trama negra exige una velocidad que no pide la histórica y ese era, entre otros, mi gran reto a afrontar. Ese y que la protagonista, of course, fuera una mujer. En cuanto al lenguaje, aunque las acciones bélicas y la sangre forman parte intrínseca de la Historia (con mayúsculas) y no hay vida sin muerte, me resultó difícil meterme en la mente de un criminal, actuar con saña y sin piedad, y describir con credibilidad los detalles más escabrosos. Ha sido un ejercicio harto enriquecedor, literariamente hablando. Por supuesto, también he realizado el conveniente trabajo de campo (mis viajes dan mucho de sí) y contado con la ilustración de un policía, convertido en agradecimiento en personaje secundario. Encontrarán los lectores en esta próxima novela violencia, sexo, drogas, asesinatos, brutalidad, mafias… y un final, espero, sorprendente. Como corresponde.

[1] Título de una novela de Raymond Chandler.
 
Pilar Sánchez Vicente es escritora.

Foto 1: de la autora.

Ilustración: Internet http:/loscuentosdenelly.blogspot

Foto: Femme Fatale de F. Ayora

Portada de El simple arte de matar.

Cartas de amor de una monja portuguesa, una historia que no fue, pero que sí es, por Ángel García Prieto. 13/06/2010

 

CARTAS DE AMOR DE UNA MONJA PORTUGUESA,
UNA HISTORIA QUE NO FUE, PERO QUE SÍ ES.
 
Beja —“rainha da planície”, reina de la llanura— es una acogedora ciudad portuguesa, capital en la región del Alentejo Baixo. Llena de atractivos, parece consciente de su linaje romano y visigótico y desciende lentamente desde la cima de una colina coronada por la imponente y muy elegante Torre de Menagem de su castillo medieval. Al pasear por sus tranquilas calles peatonales, salen al encuentro unos cuantos edificios religiosos y civiles importantes y bellos, que tienen su origen artístico entre el manuelino y el barroco. Destaca sobre ellos el Mosteiro da Conceição, hoy Museu da Rainha, con un rico mobiliario, pinturas, blasones, esculturas, orfebrería y tapices, además de un bello claustro y una sala capitular con vivos frescos y azulejos.
En aquel ambiente cabe recordar la anécdota literaria de la entonces escandalosa publicación de las Cartas de amor de una monja portuguesa, un escrito que fue editado por primera vez en Francia en 1669 y que ha sido traducido, se ha publicado y se sigue reeditando hasta la actualidad. Su legendaria historia literaria habla de que una monja de ese monasterio escribió cinco cartas de amor y despecho a quien luego sería Conde de Chamilly, que durante unos años estuvo destacado en esa ciudad lusa, como oficial de las tropas francesas que ayudaron a Portugal en su guerra contra España. La religiosa de clausura a la que algunos atribuyen las cartas sería Mariana  de Alcoforado, que había nacido en Beja en 1640 y murió a los ochenta y dos años en el mismo convento alentejano.
Personajes como Rousseau y Rilke se pronunciaron en contra de esa autoría, el primero opinaba que las cartas habían sido escritas por un hombre, el poeta alemán pensaba que gran parte del contenido de los escritos eran más cercanos al estilo de una Marquesa de Sévigné que de una joven alentejana, monja por demás. Y muchos otros, entre los que se citan a los profesores Rougeot y Deloffre, han defendido la tesis de que estas cartas fueron un juego literario del diplomático y secretario de cámara de Luis XIV, Gabriel Guilleragues  —primer editor del manuscrito en francés; el pretendido origina en portugués nunca se encontró— aunque tuviesen como protagonistas a personajes reales del lugar y el tiempo. Y ahora ya parece claro que las cartas fueron escritas, en efecto, por este autor francés.
Quizá por eso, al visitar el monasterio-museo, nadie ni nada hace énfasis en esos legendarios amores. Es posible que los vecinos de Beja tengan motivos para deshacer malentendidos sobre hechos que, de ser ciertos, reflejarían de su paisana que habría sido una religiosa frágil y además una desdeñable amante que no salió nunca de detrás de la reja claustral. Y aunque resulta más romántica y novelística la ficción, sin embargo la realidad es la de una monja fiel a sus votos y de conducta coherente y ejemplar, que incluso llegó a ser la superiora del convento durante unos años. A la antología literaria pasó una historia inventada, pero la historia de amor más bella no es aquella que en realidad no fue, si no ésta que aún es, la de su eterno amor fiel a Dios.
 
 
Créditos de las fotografías:
 

“Alentejo: Campo Verde, camino de Beja”, Forcastro (2008)
“Retrato del Caballero de Chamilly”, Victor Couto (2009)
“Castillo de Beja”, Georges Jansoone (2006)
“Entrada al Museu da Rainha D. Leonor”, Georges Jansoone (2006)

 

 

Sexo en Nueva York R.I.P. Por J. de Oxendain (10/06/2010).

Sexo en Nueva York (Sex and the city, 2008), adaptación cinematográfica primerade la serie de la HBO, agradó a quienes simpatizaron con sus peripecias televisivas —muchos, de ahí el taquillazo—, dejando indiferentes a quienes en su día nada se interesaron por ellas.  

Dos años después,Sexo en Nueva York 2 (Sex and the city 2) logra hacer morir los residuos de simpatíaque en no pocos aún quedaban por las peripecias urbanoamorosas de Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), Samantha (Kim Cattrall), Charlotte (Kristin Davis) y Miranda (Cynthia Nixon), aquel cuarteto de maduritas «progres» —algo petardas— con caracteres contrastados en evolución por la ciudad glamourosa de Nueva York, quinta protagonista estelar de la función.

Pues sí, tras el primer episodio para la gran pantalla, una obra perfectamente prescindible, versión light de su referente televisivo —la serie tenía la gracia de abordar temas complicados de manera un tanto osada, aunque nada vulgar—, esa simpatía se sostenía ya a duras penas. Y como a menudo Carrie hizo con Mister Big (Chris Noth), algunos decidimos dar una pequeña segunda oportunidad fílmica al grupo de post libertinas neoyorkinas, a ver si éstas lograban reconquistarnos, demostrándonos que esa incursión primera en el cine era un paréntesis accidentado en su trayectoria.

Pero no. Sexo en Nueva York 2 supone la estocada definitiva, la puntilla, a una relación de cariño que duró varios años, porque Carrie y compañía son ya todo cuanto ellas mismas señalaron en su día con el dedo: una pandilla de gente entumecida, superficial, histérica y pueril, sin el menor interés; es decir, una caricatura de sí mismas.

Descansen en paz, pues, Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda, tan divertidamente vivas en la New York de la serie de TV, ahora aburridamente exánimes, en ese cementerio enojoso de ideas que, de un tiempo a esta parte, cada vez más, parece ser Hollywood, suerte de Rey Midas a la inversa empeñado en convertir en porquería —salvo excepciones honrosas— todo lo que toca.

Diccionario histórico de autores de la literatura infantil y juvenil contemporánea, de Juan José Lage Fernández. Por Carmelo Fernández Alcalde (10/06/2010).

 

Juan José Lage Fernández,
Diccionario histórico de autores de la literatura infantil y juvenil contemporánea,
Barcelona, Mágina – Octaedro, 2010.
 
Como consecuencia de su entusiasmo y de su amor a los libros, y también como fruto de su dilatada experiencia como docente y bibliotecario en diferentes centros educativos de Asturias, Juan José Lage Fernández (Premio Nacional al Fomento de la Lectura en 2007 y Premio de la Organización Española para el libro Infantil y Juvenil) realiza en este libro un pormenorizado y exhaustivo estudio de la literatura infantil-juvenil (LIJ) con la sana intención de dar a conocer un género que, aunque cada día más en auge, sigue siendo aún desconocido para muchos.

Después de realizar una extensa relación alfabética por países de los principales escritores de LIJ, el autor lleva a cabo un riguroso análisis de 139 escritores que, a su juicio, son los más significativos del siglo XX. Este estudio incluye una bibliografía por edades lectoras, un resumen de las características literarias de su obra, una documentación de referencia sobre el autor, algunos comentarios sobre las obras más significativas, así como una selección de algunos de sus textos más representativos. Además, y a modo de orientación, ofrece de cada autor una guía de los tres o cuatro libros más importantes.

Por último, el libro se completa con una bibliografía básica para profesionales de este ámbito, una relación de los autores que han obtenido los premios más importantes –tanto nacionales como internacionales–, y una veintena de entrevistas a algunos de los escritores estudiados en el segundo capítulo.

Esta obra, dirigida a profesores, padres y maestros, bibliotecarios y críticos literarios, periodistas, animadores y a todos aquellos que estén interesados en el fomento de la lectura entre los jóvenes, constituye una publicación muy singular, y supondrá, sin duda, un decisivo impulso y un apoyo indiscutible a la revalorización y dignificación de la LIJ.

Además, este Diccionario de autores –y pienso que esto es un gran acierto– no concluye en el momento de su publicación, sino que se irá ampliando y actualizando en la página Web del autor (www.diccionariolij.es).

 

Los libros luciérnaga, de Leticia Sánchez Ruiz, por Celia Ferrón Paramio. 6/06/2010

 
Los libros luciérnaga
Leticia Sánchez Ruiz
IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos
Editorial Algaida, 2009.
 
 
 
 Al ganar esta obra, en enero de 2009,  el IX Premio Internacional de Novela Alarcos y saltar a la fama, la gente, los críticos literarios, los entrevistadores y la prensa comenzaron a utilizar, para definirla, el término de “novela fragmentaria”.
Un fragmento es un trozo irregular de algo que se ha roto. Se podría decir que el escritor tiene algo bello, como un jarrón, por ejemplo, y lo arroja al aire, de tal modo que cae y se descompone en un montón de trozos (capítulos) diferentes. Así, ofrece esos fragmentos al lector, se los va proporcionando poco a poco. A veces, en un orden sistemático; otras, de un modo caprichoso. El lector se encargará de unir esos fragmentos de nuevo para entender la obra. Para volver a contemplar el jarrón.
Y sin embargo, yo no creo que se la más exacta. No me apetece hablar de fragmentos después de leer “Los libros luciérnaga”, sino que me vienen a la cabeza unos hilos.
Así, tendríamos en nuestras manos tres filamentos, tres hebras, tres historias. Por un lado, a Ulises Font y su hermano Melquiades Espí, un librero, ambos tratando de resolver un misterio, de encontrar un códice, mientras se redescubren, se sopesan, se recuerdan y se vuelven a encontrar.
Por otro, a Felipe, el chico que, en palabras de su autora, soñaba con hacer una revolución y acabó montando un bar (el Gato en el tejado) pero ha dejado muchos nudos sin deshacer en Fenexía.
Y finalmente tenemos a Lucía, la escritora, la Jezabel particular de Pian, la chica encerrada en el cuarto de la plancha que huye de un falso ángel exterminador.
Estos tres hilos se van superponiendo, se alternan, nos trenzan un telar. Las líneas se entrecruzan, se cubren, pero nunca se separan. No son cruces aleatorios, no buscan trampa ni están enlazados al azar. Los hilos siguen el patrón, y por muy caprichosos que parezcan en realidad son tejidos en el momento oportuno.
Al llegar al final lo entenderemos todo, así como has de esperar al final del telar para ver la imagen que han tramado.
Y todos los misterios quedarán resueltos, las incógnitas descubiertas, las preguntas contestadas. Sabremos qué pasará en la vieja tienda de libros, en el Gato en el Tejado, en el cuarto de la plancha de Cardiff, en la contraportada de un viejo diccionario de latín.
Nos gustará el telar; lo llevaremos encima durante mucho tiempo, no sólo en las noches frías, sino sobre todo, en las tardes de domingo.
Han de leer el libro para saber porqué.

Lectura poética de Felipe Prieto. 4/06/2010


Felipe Prieto

que tendrá lugar el próximo

viernes 4 a las 20’00 h.

en el salón de Actos

del Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón

Presentación libros de Jesús Palacios, 3/06/2010

El jueves 3 de junio a las 12’30 h. en el Palacio Ferrera de Avilés se presenta el libro La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes (Valdemar), asi como La Noche de Culto de Jesús Palacios, que se celebra la madrugada del viernes 4, dentro del Certamen de Cortos de Aviles.

El papel de la mujer en los entremeses cervantinos. Por Violeta Varela Álvarez (02/06/2010).

En la producción entremesil de Cervantes, no dejaremos de asistir a algunas de las características que hemos analizado anteriormente en el escrito dedicado a “El laberinto de amor”. En sus entremeses, las mujeres se muestran nuevamente como sujetos éticos. Denuncian el tener que someterse a esposos ancianos que no pueden satisfacerlas (El juez de los divorcios y El viejo celoso, principalmente) y escogen a sus maridos (La guarda cuidadosa). Ahora bien, la diferencia entre los entremeses y las comedias no es pequeña, es la diferencia que va de una afirmación exclusivamente ética –la de los entremeses- a una afirmación moral y jurídica –comedias como El laberinto de amor y La Numancia-.

La literatura entremesil muestra el problema y la terrible realidad de la sociedad de la época. Sus personajes, casi todos ellos ruines, de baja extracción y de no mucha dignidad (a excepción de las protagonistas de El viejo celoso), representan la falta de opciones limpias y dignas, pero los entremeses contienen el principio: la mujer como sujeto ético. Serán la comedia y la tragedia las que concedan a éstas el derecho a materializar su voluntad dignamente. En los entremeses, para escapar a las vejaciones que resultan como consecuencia de una institución mal regulada –la matrimonial-, sólo queda la denigración personal: plegarse a la maquinaria de hipocresía que mueve toda la sociedad.

En El viejo celoso, la casa en la que se desenvuelve la acción supone una anulación ética de Lorenza y de Cristinica, anulación de su existencia en los términos de la capacidad para llevar a cabo una vida feliz y plena; pero lo que le interesa a Cervantes en su teatro, a mi juicio, es que la ética de los personajes femeninos no quede condenada moral o jurídicamente. Si en las obras de teatro ofrecerá resoluciones jurídicas a los deseos femeninos, en el entremés de El viejo celoso, así como en el de La cueva de Salamanca y El juez de los divorcios, expondrá las situaciones ridículas y denigrantes a que da lugar la falta de salidas, morales y jurídicas, de los matrimonios fallidos, pero no encontramos solución alguna digna en los entremeses, entre otras razones porque, desgraciadamente, éstas no existían.

El hecho de que al fin del entremés perdura la tontería y el fraude puede así entenderse como otra estrategia eficaz del autor para aguijar la conciencia de sus contemporáneos sobre la necesidad y urgencia de una alternativa. […] En la España de Cervantes el divorcio era imposible, excepto en algunos casos de matrimonios irregulares o no consumados. El estribillo refleja esta ausencia de cualquier alternativa y así llega a servir de transfondo irónico a toda la acción de la obra. […] Cervantes, de hecho, se atreve a poner en duda la justificación racional, moral y religiosa de la indisolubilidad del matrimonio (Zimic, 1984: 450-451).

Mientras que en las comedias cervantinas asistimos a todo el proceso de formación y regulación de la pareja, en los Entremeses la unión ya se ha consumado. En los Entremeses se nos muestra el callejón sin salida que supone la pareja cuando se constituye jurídicamente sobre uniones en las que la dimensión ética, afectiva y apetitiva, es inexistente. En las piezas teatrales largas, en cambio, el autor se encarga de que en el proceso de regulación de la pareja la ética y el amor no queden anulados.

El personaje de Cristinica y el de Lorenza en El viejo celoso, por ejemplo, no repugnan en absoluto al lector. Su caracterización es sumamente tierna, inocente y compasiva y adquieren gran dignidad en la obra. Lorenza ha caído en una trampa sin salida: la del matrimonio, y su situación es ciertamente injusta y desesperada.

La conducta de Lorenza durante el acto del adulterio es desvergonzada, cínica, violenta y brutalmente irrisoria del marido, como se ha observado ya tantas veces, pero –nos dice Cervantes- ¿por qué extrañarse de ello? Al despertársele la conciencia a la realidad, reconoce su matrimonio por lo que de veras es: un engaño sutil; una privación cruel de su libertad personal; una explotación parasitaria de su juventud, que se transparenta incluso en las `generosidades´ del marido; una degradación extrema de su dignidad femenina y humana; una profanación cínica del matrimonio y del amor verdaderos; en fin, el matrimonio en que Cañizares la ha encadenado se le revela a Lorenza como un cruel subterfugio que le ha destruido para siempre la posibilidad de una existencia digna y feliz (Zimic, 1984: 445).

En Cervantes no hay simplemente una reivindicación de la capacidad femenina de desear, sino que sus críticas se dirigen a los ámbitos de la ley y de la moral. De hecho, la dignidad que la mujer adquiere en sus obras está directamente relacionada con la dignidad con la que el autor concibió las relaciones amorosas, según se trasluce en las mismas.

Cervantes siempre simpatiza con el amante que defiende su amor, aprobando cualquier `industria´ de que éste quiera valerse para lograrlo; como lo ilustra, entre otros, el ingenioso Basilio (Quijote, II, cap. 21); y, significativamente, al que no lo haga con todos los recursos disponibles lo retrata con rasgos personales poco halagüeños: el patético Cardenio, por ejemplo (Quijote, I, cap. 23 y sigs.). Con vehemencia censura también el matrimonio contraído sólo por conveniencia o deseo de los padres de los esposos (comúnmente de la mujer), sin considerar las inclinaciones personales de éstos. El amor debe ser libremente correspondido, cree Cervantes, pues, si no lo es, siempre resulta infeliz, catastrófica la relación (Zimic, 1992: 208).

En los entremeses muestra cómicamente las irracionalidades consecuencia de la moral y del ordenamiento jurídico; en las comedias mostrará la inteligencia femenina en cuanto se proyecta y materializa en planes éticos, morales y jurídicos. Los entremeses nos descubren, bajo una apariencia de comicidad, realidades muy duras que tenían que ver, e
n muchos casos, con
situaciones jurídicas injustas y con matrimonios pactados e impuestos que muchas veces suponían entregar a una niña a manos de un anciano que compraba así una compañera. Lo que muestra Cervantes en El viejo celoso o en El juez de los divorcios es una dura realidad: la del matrimonio como callejón sin salida.

No hay duda para nosotros que al hablar Cervantes de ´las otras cosas más duras que la misma muerte´, no se está refiriendo tan sólo al adulterio y a la consecuente deshonra, según se suele pensar, sino también en la muerte lenta y penosa, en el infierno lleno de torturas en que se convierte una relación matrimonial, como las que presenta en El juez de los divorcios, a pesar de todos los toques humorísticos con que la describe (Zimic, 1992: 302).

Ahora bien, el hecho de que nos muestre con toda crudeza lo terrible de una institución que no puede disolverse a pesar de fracasar ostentosamente en algunos casos, implica que la comicidad con que refleja el adulterio de Lorenza puede servir de desahogo pero nunca de solución. Las críticas de Cervantes apuntan a lo jurídico y las soluciones debieran serlo también. Lorenza logrará descubrir el placer a través del adulterio, se vengará de su marido, pero para ello debe plegarse a las exigencias de la sociedad, debe entrar en el juego de hipocresía y cinismo imperantes. Una sociedad que no admite otra salida que la doble moral y la clandestinidad no puede ofrecer soluciones, y eso es lo que Cervantes refleja en sus entremeses: la ruindad triunfa y la sociedad la corona como única alternativa. Veamos ahora una interpretación crítica del adulterio al que asistimos en El viejo celoso para poder profundizar en lo que venimos señalando, ya que difiere substancialmente en sus conclusiones de lo que sostengo en el presente escrito.

Para Cañizares las puertas son un escudo, una medida de protección y un instrumento para bloquear lo que no le conviene que penetre en su casa: siete son las puertas que separan a Lorenza del mundo exterior; “usque ad portam” (“hasta la puerta”) mantiene Cañizares a sus amigos (264); y el viejo se jacta de que vecina alguna ha atravesado ni atravesará sus umbrales. Sin embargo, para Lorenza, ese signo invisible, supone algo muy diferente. Primero, es una puerta a la “verdad” porque descubre el engaño al que la tenía sometida su marido; segundo, es una puerta hacia la “libertad,” porque al descubrir el engaño y adquirir conciencia de ello, esa “verdad” la hace libre; y tercero, simboliza una entrada al conocimiento y al poder, puesto que el hecho de haber tenido una experiencia sexual adúltera y no sufrir las consecuencias de esta “falta,” la pone en una situación de ventaja y poder con respecto a su marido. Sin duda, para Lorenza “saber es poder.” Si, por un lado, la puerta representa para Lorenza el umbral al mundo del conocimiento, por otro, deja en la oscuridad y en la ignorancia a Cañizares (Morillo, 2008: 207).

Es cierto que Lorenza ejercerá cierta libertad en el entremés y que materializará con éxito el adulterio, pero esto no deja de ser una mera manifestación de un grado muy pequeño de libertad subjetiva. Esta libertad no conlleva, al contrario de lo que sostiene Morillo, ningún tipo de poder. El poder siempre cae del lado de lo moral y de lo jurídico. Lorenza a lo más que puede aspirar es a darse un gusto al cuerpo cuando pueda burlar la vigilancia del marido. No hay ningún poder en ello y tampoco ninguna dignidad. Lorenza no será libre en un sentido jurídico nunca, la libertad sexual que consigue es puntual, pasajera y muy furtiva: carece de implicaciones en el orden jurídico y puede poseer consecuencias dramáticas en el orden moral si fuera descubierta (si el marido la descubriese podría llegar a acabar con su vida escudándose en cuestiones de honra).  Lorenza ve sus deseos y su felicidad condenados a la clandestinidad. Eso no es una solución. Cervantes expone crudamente las consecuencias de la falta de salidas, pero no debemos pensar que presenta estas consecuencias como solución porque, racionalmente consideradas, no lo son en absoluto.

Cervantes mostró constantemente en sus obras una primordial preocupación por los problemas socio-políticos, y son estas inquietudes las que afloran de forma dramática en los entremeses, en los que la crítica social se abre camino de forma disimulada a través de la comicidad.

La comprensión de sus múltiples implicaciones, que determina, en gran medida, el efecto dramático y teatral depende de una considerable agudeza intelectual, de una fina sensibilidad y de una clara conciencia de la realidad social, política e histórica (Zimic, 1984: 452).

Pero no todas las mujeres son víctimas. En La cueva de Salamanca, el personaje femenino resulta caracterizado de forma ruin en sus acciones frente a la absoluta estupidez e inutilidad de su joven pero incapaz marido.

En efecto, la estupidez o, más exactamente, la renuncia voluntaria a la razón es el blanco específico a que Cervantes dirige su punzante sátira en este entremés (Zimic, 1984: 446).

Cervantes denuncia en su producción teatral la hipocresía y las actuaciones acomodaticias por las que optan muchos hombres y mujeres. Dicho de otra forma: la moral y el derecho dan lugar a víctimas, verdugos y cínicos (que son los que pueblan mayoritariamente los entremeses cervantinos). Mientras en los entremeses se denuncian la hipocresía, el cinismo y la estupidez, en las comedias se mostrará a mujeres inteligentes que hacen valer sus deseos moral y jurídicamente para lograr relaciones placenteras (El laberinto de amor) y tratamientos dignos (Numancia).

[…] Cañizares, Pancracio, Cristina y el Soldado. Ya esto en sí revela el propósito de Cervantes de destacar el vicio o la necedad (celos, lujuria, superstición, irracionalidad, codicia, soberbia, vanidad…) como problema individual de determinados miembros en la sociedad (Zimic, 1984: 448).

En las comedias la inteligencia supera a la honra como virtud que ha de poseer una mujer; en los entremeses se muestra la realidad: la inteligencia es una caracter&
iacute;stica peligrosa tanto para los hombres como para las mujeres: “Que se ponga a aprender esas quimeras / que llevan a los hombres al brasero, y a las mujeres a la casa llana” (La elección de los alcaldes de Daganzo, vv. 146-148). La visión de Cervantes de su propia realidad no puede ser más negativa y crítica, al contrario que las visiones que transmitían otros dramaturgos como Calderón.

Las mujeres en Cervantes, y en el mundo real, son sólo personas, con los mismos deseos y capacidades que los varones, si bien con más impedimentos legales y morales dependiendo de la sociedad y de la época. En El laberinto de amor los hombres conocerán la realidad de ser ellos los objetos deseados y cazados. En los entremeses, hombres y mujeres muestran su ruindad y su bajeza (La cueva de Salamanca, por ejemplo). La mujer, en el universo cervantino, es una persona capaz de actuar bien o mal, con inteligencia o con estupidez, con mezquindad o con bondad, por amor o por interés. No es poco.

 

Bibliografía citada:

Cervantes Saavedra, Miguel de (1970), Entremeses, edición de Eugenio Asensio, Madrid, Castalia.

Morillo, María Dolores (2008), “El engaño como mecanismo de subversión de la verosimilitud en El viejo celoso”, en Eduardo Urbina y Jesús G. Maestro (eds.), Anuario de Estudios Cervantinos, IV (201-214).

Zimic, Stanislav (1979), “El juez de los divorcios de Cervantes”, Acta Neophilologica, 12 (3-27).

Zimic, Stanislav (1983), “La cueva de Salamanca: parábola de la tontería”, Anales Cervantinos, 21 (135-152).

Zimic, Stanislav (1984), “La ejemplaridad de los entremeses de Cervantes”, Bulletin of Hispanic Studies, 61 (444-453).

Zimic, Stanislav (1992), El teatro de Cervantes, Madrid, Castalia.