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Presentación de Salones de baile en Castrillón, de Mª Esther García López 27/04/2010

Presentación del libro Salones de baile en Castrillón. Siglo XX de Mª Esther García López.

El acto tendrá lugar el 29 de abril, a las 20,00 horas en la Biblioteca Pública de Salinas.

Esas ficciones (3), por José Ángel Ordiz. 26/04/2010

Postales de cine: Woody Allen cine

Continúo, pues nadie me ha mandado parar y, además, decoran estos textos míos con portadas de libros y afiches e imágenes detenidas de algunas películas y sólo por ver semejantes ilustraciones, como en los tebeos, ya queda medio disculpada la colaboración escrita.
Me había quedado yo en compañía del octavo pasajero (qué criatura más fea, tú), en el futuro en que me hubiera gustado nacer, aunque lo malo de nacer en el futuro es que a lo peor no existe ese futuro, como Woody Allen, detenido entre dos pasos en la calle ovetense Milicias Nacionales, me contó una vez (pobre hombre, tan cerca del Campo de San Francisco y nada, que no llega a los árboles que apenas ve pues le faltan las gafas por culpa de los gamberros). Ahí me quedé, con el Alien, con esa criatura tan fea (cómo son los norteamericanos de Usa con el sexo, mira que suprimir un coito en ese filme por temor a la censura; con el sexo y no sólo con el sexo, cómo pueden ser tan inteligentes y tan estúpidos a la vez) que, hace años, me sirvió para que el alumnado se enterase de que en nuestros estómagos hay ácido y por eso los ácidos alienígenas en cuestión nos metían por la boca a sus descendientes y en nuestros estómagos hallaban acomodo los fetos hasta que nos mataban al nacer (Bebés cabroncetes, los llamaría el doctor House, más cabrón el médico drogadicto que el Yuri Zhivago aunque éste corone a la esposa, por muy poeta que sea, o quizá por ser poeta, con la hermosa Lara).
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No menos didáctico el Alien que el Desafío total de Paul Verhoeven y del gobernador californiano que fuma puros, cualquiera se pone ahora a escribir su apellido. Pero que nadie tema nada, ya no doy clases de química, ahora únicamente enredo con las palabras, a ver qué sale al juntar letras y todo eso que suele llamarse literatura: yo, al igual que Alfredo Landa, para quien su mejor película era siempre la que estaba interpretando, mantengo por ahí que mi mejor obra es la que voy a escribir o estoy escribiendo ahora; y no pretendo engañar a nadie ni engañarme a mí mismo; sucede que todo es tan perfecto en la imaginación, cuando aún no ha sido contaminada por la torpeza del recreador…
Puedo confesar que leo como si estuviera viendo una película, tan arraigada está en mí la cultura audiovisual, que no empezó en el Palladium ovetense de Pumarín, sino mucho antes, con las televisivas Viaje al fondo del mar (dale que te pego el sónar en mi cabeza) y Perdidos en el espacio (qué mala persona uno de los astronautas).
            -Por qué no comenzaste entonces Esas ficciones por el principio.
            -Calla, Woody, no seas rencoroso. Y, además de estúpidos, también os llamé inteligentes, incestuoso. Tal vez por eso, por incestuoso, te rompieron las gafas.
            -Oye, que mi mujer sólo es mi hija adoptiva.
            -Contigo me voy a poner yo a discutir, con lo liante que eres incluso al casar.
            -Qué suena.
            -Pues no sé, Amapola en Érase una vez en América, qué sé yo.
Aseguran muchos críticos que la novela ha muerto o la está diñando en estos precisos momentos. La novela o el lector de novelas, que viene a ser lo mismo (va por ti, Manuel García Rubio). ¿Fallece, o la ha palmado, cuando más escritores hay por metro cuadrado? Qué va, hombre, qué va. No nos olvidemos de Antonio Muñoz Molina, de la fecunda quinta leonesa que puede encabezar Luis Mateo Díez y La fuente de la edad, de los Juegos de la edad tardía de Luis Landero (un Quijote actualizado esa obra), ni de los lectores y lectoras que hablan de ciertos relatos con una pasión que dista mucho de oler a cadaverina. El formato, papel o pantalla, poco importa. Como el Palladium de antes o los Yelmo de ahora. Las buenas historias conmueven lo mismo.
            -Ya no sorprendéis.
            -Joder, el Woody otra vez.
            -Sí, otra vez yo, qué pasa.
            -Lo que antes sonaba era la música de El padrino, Estoy sintiendo tu perfume embriagador
            -A quién llaman.
            -A José Luis, en El verdugo de Berlanga.
También confieso que veo una película como si estuviera leyendo (y no me refiero a las versiones originales con subtítulos en español; qué diferencia con las dobladas, cuánto se pierde con los cambios de voz; y todo por culpa de la torre de Babel esa, más interesante la Babel del González Iñárritu).
            -¿Por eso adaptas guiones de cine a novela?
            -Quién eres tú.
            –El lector.
            -Ah.
Y que ignoro, con hambre y sueño, de dónde vengo y a dónde quiero llegar, así que, de momento, the end.

Juan García Campal

Hay quien se pregunta cómo, gastado el día, por él un poco más consumido, puedo regresar a la personal y desértica cueva dibujando una leve sonrisa, un voluptuoso brillo en los ojos. ¿Cómo podría alguien imaginar que allí, por mágica acción de una incomprendida máquina, mantendré un orgiástico encuentro con camaradas y los frutos de nuestra común pasión, la escritura? ¿Cómo si ignoran que me viene siendo todo más leve desde que puedo, tan libremente, llegar al oasis Literarias? ¿Y cómo no desvelar el secreto en su primer aniversario?

 

Juan García Campal.

 

Foto: del autor.

 

Fahrenheit 451: temperatura de Apocalipsis. Por José Havel (24/10/2010).

Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. El 2 de mayo de 1964, la señora Soermarni, miembro del gobierno de Indonesia, ordenó prender fuego en una calle de Yakarta a los libros que no eran de su gusto ni gustaban al presidente Achmed Sukarno. Fahrenheit 451 es también el título del filme que, basado en la novela homónima de Ray Bradbury, realizó François Truffaut dos años después de dicha quema, ni mucho menos la única perpetrada por regímenes totalitarios a lo largo de los tiempos.

La historia de esa película es la de una sociedad del futuro en la que está prohibido leer y tener libros. Éstos deben ser eliminados porque, según el gobierno, atentan directamente contra la felicidad de los ciudadanos: la prohibición de la lectura evita la emoción y la reflexión, fuentes de sufrimiento para el individuo. En ese mundo, los bomberos —que en otro tiempo apagaban incendios— son tropas de asalto encargadas de confiscar y quemar libros allí donde se descubran. Uno de ellos, Montag (Oskar Werner), a punto de ser ascendido, conoce a Clarisse (Julie Christie, con pelo corto), una pizpireta joven librepensadora. Poco después, durante la intervención incendiaria a la gran biblioteca clandestina de una anciana (Bee Duffel), Montag asiste, consternado, a cómo aquélla prefiere ser pasto de las llamas antes que dejar atrás a sus libros. La vieja bibliófila muere tal como vivió: junto a lo que hizo más plena e intensa su existencia. Así, perece abrasada, por voluntad propia, al lado de El mundo de Salvador Dalí, de Robert Descharnes; de la autobiografía de Charles Chaplin; de Los negros, de Jean Genet; de las Confesiones de un irlandés rebelde, de Brendan Behan; de Las aventuras del buen soldado Schweik, de Jaroslav Hasek; de la Metafísica, de Aristóteles; de un atlas geográfico; de los Cahiers du cinéma; y de tantos y tantos queridos volúmenes amigos que para ella tenían vida: le hablaban.

La impresión que le produce semejante muerte, unida a la influencia de Clarisse, provoca que Montag se pregunte qué contienen los libros para estar tan tajantemente prohibidos. Y el bombero comienza a leerlos, por más que la Ley imperante proclame que son perniciosos, por más que la Ley vigente predique que la lectura, amén de confundirnos con las perspectivas diversas de los distintos autores, nos hace diferentes, y que la felicidad sólo puede alcanzarse siendo todos iguales, estando todos homogeneizados. Entonces su misma esposa Linda (Julie Christie, con pelo largo) decide denunciarlo, asustada; por lo que Montag huye en busca de los hombres-libro, resistentes culturales dedicados a la memorización de libros a fin de evitar que éstos se extingan. Entre ellos —versiones en carne y hueso de El diario de Henri Brulard, de Stendhal; la República, de Platón; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; El Corsario, de Byron; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; Orgullo y prejuicio, de Jane Austen; Esperando a Godot, de Samuel Beckett; Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens; El príncipe, de Maquiavelo; y otros muchos títulos fundamentales de la literatura universal—, entre los hombres-libro advertimos, por cierto, la presencia de una mujer española, encargada de la preservación oral de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Cuando Montag asume la identidad de los Cuentos de misterio y de imaginación, de Edgar Allan Poe, entra a formar parte de esa necesaria minoría de bibliotecas vivientes que clama en el desierto; nace de nuevo, quizá  a una vida menos confortable, pero sin duda más lúcida y emotiva, más sabia y despierta.

Fahrenheit 451 es el título de un filme de ciencia-ficción rodado como una película de época que, aparte de entretenernos, además de potenciar nuestro instinto lector y aumentar nuestro amor hacia los libros, nos recuerda que detrás de cada libro hay una persona y que detrás de cada persona suele haber más de un libro. Fahrenheit 451 es también la temperatura a la que han desaparecido preciosos testimonios del paso del ser humano por la Tierra; la temperatura a la que bien pudiera estallar el mundo en pedazos por culpa de la ignorancia activa de los hombres.

Alicia en el país de las maravillas según Tim Burton: Imaginería sin alma. Por José Havel (23/04/2010).

Aunque basada en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865) y A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1872), la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton —segunda versión Disney tras la realizada en 1951 por Clyde Geronimi, Hamilton Luske, Wilfred Jackson— no es una adaptación propiamente dicha de los libros de Lewis Carroll. Su Alicia (Mia Wasikowska), a punto de ingresar en la vida adulta —tiene 19 años y un insulso Lord la pide en matrimonio— debe acudir en socorro del País de las maravillas, ahora oprimido por la tiranía de la Reina Roja (Helena Bonham Carter), un mundo de fantasía del que sólo guarda ya una memoria intuitiva, pese a su visita durante la infancia. En ese mundo mágico la esperan, impacientes, viejos amigos como el Conejo Blanco (Michael Sheen), Tweedledee y Tweedledum (Matt Lucas), la Oruga (Alan Rickman) o el Sombrerero (Johnny Depp), deseosos todos de que Alicia sea verdaderamente la campeona de la Reina Blanca (Anne Hathaway) profetizada por el Oráculo, es decir, el paladín encargado de abatir con su espada al horripilante Jabberwocky de la cruel Reina Roja.

Semejante operación recuerda un tanto la llevada a cabo por Steven Spielberg en Hook (1991), a partir del Peter Pan de James M. Barrie. En dicho largometraje, Peter (Robin Williams), que ha crecido hasta convertirse en un importante abogado, tan atareado que casi no tiene tiempo para sus hijos, apenas recuerda nada de su infancia, hasta que aquéllos son secuestrados por el Capitán Garfio (Dustin Hoffman). Éste se los lleva, sediento de revancha, al País de Nunca Jamás, reino de fantasía cargado de aventuras a donde Peter se ve obligado a regresar. Allí, con la ayuda de los niños perdidos y del hada Campanilla (Julia Roberts), retoma sus poderes —volar, etc.— a fin de enfrentarse con Garfio y, así, lograr el rescate de sus pequeños, recuperando de paso los recuerdos de niñez.

En este sentido, los más puristas objetarán a la propuesta de Burton haber utilizado la clave personal en lugar de optar por la llave maestra que le ofrecía el escritor inglés para adentrarse en su mundo. Gustos individuales aparte, no parece una razón crítica de peso reprochar a un cineasta servirse de una obra preexistente, todo lo célebre y clásica que se quiera, para atraerla a sus propios intereses y erigir un universo propio. Entrecruzando los dos libros más famosos de Carroll a su particular manera, Burton elige presentarnos un País de las maravillas trastocado en País de las pesadillas con fantasmagórica estética de ultratumba —sin renegar, eso sí, de su fauna imposible, su ingenioso idiolecto fudamentado en el nonsense y los acrónimos, la aventura iniciática de la heroína…—, en cuyo seno formula un discurso en torno al problema de la identidad. Alicia, semi amnésica, se pregunta quién es; los demás, si es ella la verdadera Alicia que ellos conocieron trece años atrás y ahora aguardan ansiosos.

Otra cosa muy distinta es valorar los resultados finales arrojados por esas intenciones (re)creativas personales. El trasvase a la pantalla de un gran clásico de la literatura anglosajona a cargo del director de Charlie y la fábrica de chocolate (2005), reinvención ésta de la novela homónima de Roald Dahl, implica siempre la promesa de una enriquecedora reelaboración sui generis. De entrada no parecía una mala transacción artística el maridaje entre las imaginerías fantásticas de Lewis Carroll y Tim Burton. Y en lo que a la imaginería se refiere, el filme del realizador norteamericano cumple el expediente con sus delirios audiovisuales de onirismo barroco, pulsión surrelista y distorsiones espaciotemporales, en virtud de un presupuesto generoso y del avanzado estado de los efectos digitales. El problema es que la película, si bien no aburre, no apasiona; casi sucumbe a esa misma imaginería que propone, exento como está su relato de sorpresas y de emoción, una galería de efectos especiales tecnológicamente admirable, cuasi perfecta (el diseño visual del largometraje es magnífico), pero narrativamente fría, sin alma: 3D sin relieve vital.

 
 
ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (Alice in Wonderland). EE UU, 2010. Dirección: Tim Burton. Producción: Joe Roth, Jennifer Todd, Suzanne Todd y Richard D. Zanuck. Guión: Linda Woolverton; basado en los libros Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo, de Lewis Carroll. Música: Danny Elfman. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Chris Lebenzon. Diseño de producción: Robert Stromberg. Vestuario: Colleen Atwood. Intérpretes: Mia Wasikowska (Alicia), Johnny Depp (Sombrerero Loco), Helena Bonham Carter (Reina Roja), Alan Rickman (la Oruga), Anne Hathaway (Reina Blanca), Michael Sheen (Conejo Blanco), Matt Lucas (Tweedledee y Tweedledum), Crispin Glover (Sota de Corazones), Stephen Fry (el Gato de Cheshire), Timothy Spall (el Sabueso)… Duración: 108 minutos.

Contos, ducia e media d’eles/Contos, duzia e media deles, de Aurora García Rivas

Contos, ducia e media d’eles/Contos, duzia e media deles.
 Aurora García Rivas
 Traduce: Daniel Gouveia
 Edita: DG, Lisboa
 Edición bilingüe en gallego-asturiano/portugués
Dezaoito contos cortos, editados por Trabe en gallego-asturiano en 2006 e traducidos ó portugués y editados en Portugal.
       Distribuye: En Portugal: Chaves-Ferreira/
geral@chavesferreirapublicacoes.pt
       En España: Fundación Méjica/
donmejica@hotmail.com /// mejica@uniovi.es

As razóis d’Anxélica, de Aurora García Rivas

As razóis d’Anxélica

novela en gallego-asturiano

Aurora García Rivas

Trabe, 2010

A mai s’Anxélica vai debullando recordos da súa vida, primeiro chea de calamidades nun hospicio e despóis criando a Anxélica, a filla que tuvo de solteira. Ésta estudia pra médico e, en contra de súa mai, métese monxa e vaise pra África. Aínda qu’a mai nun entende aquela decisión e quer estorbala, Anxèlica vaise o mesmo.
Co tempo, a mai entende as razóis de súa filla e chega a aceptalas. Polo mor de sentimentos personales e dos durísimos acontecementos que vive en África, ésta dalle a súa vida un xiro que nin ela mesme esperaba.

Violeta Varela

Una de las grandes virtudes de la literatura es que puede llegar a contener lo más bello que la humanidad ha construido, los valores más intangibles, las virtudes más inalcanzables. Decía Robert Ardrey que, teniendo en cuenta la evolución humana, lo que era sorprendente en el hombre no era el grado de perversidad en el que se movía cotidianamente, esa terrible banalidad del mal que señalara Arendt, sino esos escasos momentos en los que la mezquindad, el cinismo, el horror y la maldad se desvanecían ante la hermosura de un pensamiento, de un poema o de un acto de generosidad, amor, amistad, bondad o lealtad, aunque sea efímero. Estoy de acuerdo. Éste es, concluyendo, uno de los grandes valores de la literatura, que nos enseña, entre otras cosas, lo mejor de los hombres, pero éste es, también, su gran inconveniente, casi una maldición: si te crees todo eso corres el terrible riesgo de que tu vida se encuentre llena de traiciones, decepciones y puñaladas, aunque, de verdad se lo digo, las lecciones de Homero pesan mucho y, al igual que la muerte se vuelve un mal menor ante la intensidad de una existencia finita, la maldad se torna algo insignificante frente a la posibilidad de disfrutar, aunque sea en momentos muy concretos, la experiencia indescriptible de ver tomar cuerpo a lo más noble la ficción. He aquí uno de los placeres que la desconfianza, el miedo y la hipocresía cercenan.

La literatura, desde su más temprano amanecer con el gran poeta griego ya aludido, no ha dejado nunca de enseñarnos el valor incalculable de una mortalidad sin esperanza, de una vida que puede alcanzar tales cotas de hermosura que hace que el mundo de los dioses pierda todo atractivo, de una piedad que no debe descuidarse nunca -ni en las más duras condiciones-, de la posibilidad de que en el mayor de los horrores podamos crecernos y actuar con la máxima nobleza, del amor como algo que puede desbancar, incluso, al unamuniano ansia de inmortalidad (inmortalidad en carne y hueso), de la vergüenza como eje articulador de una vida buena y del respeto que debemos a todo aquel que padece o debe perder. Amar la literatura, conocerla, estudiarla, ejercerla, supone amarnos, conocernos, estudiarnos y ejercitarnos a nosotros mismos, poniéndonos por encima de los mismísimos dioses. Nunca podremos agradecer lo bastante que haya instituciones, como esta Asociación, que fomenten este hermoso acercamiento a la vida. Quisiera expresar mi más sincero agradecimiento, por último, en el aniversario de esta revista en la que me siento como en casa, a sus principales responsables: Javier Lasheras y José Havel. Por su paciencia infinita, por su dedicación, por dejarnos los textos y artículos tan preciosos, por llevar a cabo una revista en la que podemos decir lo que pensamos sin someternos a dictaduras como las de los gremios o lo políticamente correcto, por su buen hacer y mejor escribir, y, sobre todo, por trabajar tantísimo para que todos podamos cada día ver nuestras palabras difundirse a través de la red. Concluyendo, gracias, muchísimas, a toda la Asociación por aunar esfuerzos en la promoción de la literatura, esa maravilla en la que los valores y las Ideas se hacen carne, aunque sea ficticia.

 

Violeta Varela

Foto: de la autora.