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El corredor nocturno, de Gerardo Herrero. Por Celia Ferrón Paramio (17/03/2010).

Con este título, es inevitable acordarse de la durísima película La soledad del corredor de fondo, clásico de los 60 en el que un joven confinado en un reformatorio por robar en una panadería, asciende y consigue favores dentro de la prisión gracias a hacerse un hueco en las competiciones de larga distancia. Ambos protagonistas (un presidiario en la antigua, un comercial de seguros en la que nos ocupa) utilizan el correr para escapar de sí mismos y de los pensamientos que les atormentan, usados en ambos films como inteligentes medios de recrear flashbacks para que el espectador mejor entienda la historia.

Pero si en el largometraje de Tony Richardson el corredor, al final, se para, y con ello pierde los favores pero gana en valor moral, fuerza mental y autoestima, en la película de Gerardo Herrero el final es desesperanzador. El protagonista pierde a los ojos del espectador, a pesar de ganar a los suyos propios.

Quizás lo más difícil de la película haya sido estar protagonizada por unos personajes antipáticos. Los tres (el corredor, su mujer, y el ser que aparece como amenaza) no pueden despertar la empatía porque sus motivaciones son viles, mezquinas. López (Leonardo Sbaraglia) tiene un cargo importante en algo tan banal como es una empresa de seguros, y asistimos a una lucha exterior (despedir o no a compañeros del trabajo), interior (sus recuerdos de cómo llegó a ocupar ese puesto) y circundante (él contra Miguel Ángel Solá, la amenaza aliada). López y su mujer, una psicóloga, gozan de un estatus económico privilegiado, pero que les supone un temor constante a perderlo y un cansancio acumulado que les impide disfrutar. En este estado de frustración y de estrés aparece un personaje que puede ayudarles a ascender o a caer, pero pagando un precio muy elevado. Esa especie de padrino, interpretado austeramente por Miguel Ángel Solá, es lo menos logrado de toda la película, puesto que la coherencia de su existencia y aparición nunca queda bien explicada, aunque nos intenten hacer colar al final que quizás se trate de algo mental.

Pero eso son detalles. La película se creó más con un deseo de mostrar una teoría (la aquiesciencia del trabajador frente a sus jefes; la culpabilidad global de los problemas laborales; la falta de valor en la actualidad) que de ser un calco de la realidad. A medida que avanza el metraje asistimos a una deshumanización no sólo de los protagonistas, sino de todo el film en sí: los colores cada vez más desvaídos; la música más aséptica. Es Gerardo Herrero un director preocupado por la problemática del trabajo en la actualidad, del afán de capitalismo y del culto al dinero. Así, El corredor nocturno casa perfectamente con el resto de su filmografía y no sólo se deja ver, sino que a uno le llega su mensaje, aunque sea tan desalentador como el final.

 

EL CORREDOR NOCTURNO. España, 2010. Director: Gerardo Herrero. Guión: basado en la novela homónima de Hugo Burel. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Miguel Ángel Solá, Érica Rivas… Duración: 103 minutos.

 

Nieves Viesca

Decía Graham Greene que “para un autor el éxito es siempre temporal, es siempre un fracaso”. De ahí que iniciativas como LITERARIAS sea un acto de generosidad el planteamiento de la idea y todo un heroísmo el conseguir mantenerla.
Mi más sincero agradecimiento en este primer aniversario, por convertir la patria del escritor -volumen perdido e indiferente- en un virtual universo de posibilidades, donde el anónimo Lector puede llegar a encontrarte como el lenguaje destinado a sus símbolos.
 
Con gratitud y afecto,
 
Nieves Viesca
 
Foto de la autora.

Entrevista a Pepe Monteserín, Por Javier Lasheras. 15/03/2010

 

"Llámame impostor"

 
Hacía tiempo que tenía ganas de hincarle el colmillo a este maravilloso impostor de risa estentórea, miope de largo mirar y tímido casi patológico. Conversar con él es un gusto para la inteligencia bien humorada, para abandonarse al libertinaje de las palabras y hacer con ellas una masa preñada de amor, literatura y vida.
Autor de más de una veintena de obras de diversos géneros pero ante todo novelista, Pepe Monteserín (Pravia, Asturias, 1952) ha sido distinguido con premios prestigiosos y sin embargo su nivel de exigencia no le permite alocarse con ellos ni un solo segundo. Se le nota en cuanto te recibe, te abre las puertas del corazón de su cabeza de par en par y te encuentras de frente con un cubo de Rubik iconoclasta, inconformista y vividor, imposible de resolver. En las circunvoluciones de su cerebro se insertan cientos de manos que escriben a un ritmo endiablado y, lo que es mejor, con un estilo precioso y preciso, sí, del que muchos hemos dicho que nos recuerda a no sabemos muy bien quién porque la verdad es que ha conseguido no parecerse a nadie, ni siquiera a los que él mismo dice leer y admirar. He buceado, he investigado y sé que nadie le ha regalado nada a este praviano, uno de los mejores escritores actuales que desde Asturias ha obtenido el reconocimiento de los lectores y de la crítica en España. Admito mi derrota y mi querer hacia Se detuvo el mundo (Algaida, 2004), pero no iré en contra de la opinión de los reseñistas españoles que han admirado y alabado la valentía y la solidez literaria de obras como La conferencia, Matómelo Dumas o La lavandera (todas ellas en Lengua de Trapo, 2006, 2007).
Pero, además, Pepe Monteserín ha hecho como otros tantos buenos novelistas (Martin Amis da buena cuenta de ello en Experiencia) y al tiempo que ha perfeccionado su literatura también lo ha hecho con su dentadura. Así que un servidor que iba cual lobo feroz a catarle ha resultado catado. Qué puedo yo decirles, tiene una mordedura portentosa pero tan bellamente letal que pasados los efectos retorna uno a la vida aún más vivo. Déjense morder. Quien lo probó siempre acaba pidiendo otra.
 

En su columna La mar de Oviedo, usted suele comentar las películas que ve. ¿Ha acertado muchas o pocas casillas en la quiniela de los Goya y de los Oscar?

Suelo acertar más que los del jurado de España y de América. Por ejemplo, acerté que la mejor película del año fue con mucha diferencia La cinta blanca, y nadie acertó, aunque El secreto de sus ojos era guapa.
 
Escribo y vivo mejor gracias al cine.
 
 

¿Cree que ha incidido de alguna forma el lenguaje cinematográfico en el quehacer de su obra narrativa?

Sí, ha influido mucho, en lo que escribo y en mi vida. Escribo y vivo mejor gracias al cine.
 

¿De todos sus relatos o novelas cuál elegiría para hacer un guión adaptado al cine? 

Se detuvo el mundo, Matómelo Dumas y La lavandera. La primera se rodaría en Oviedo, las otras necesariamente en París y en México, respectivamente. Eso es bueno para que colaboren más gobiernos.
 
Soy barroco, barroco en el mejor sentido,
es decir, seguidor de Quevedo.
 
 Lleva unos quince años alejado de su profesión como arquitecto técnico. ¿Ha logrado hacer de la literatura su nueva profesión o es un pasatiempo que le lleva todo el tiempo del mundo?
He logrado hacer de la literatura una obsesión; acabaré odiándola, mandándola a tomar vientos, y ese día descansaré.  

Me parece estupendo que traiga la obsesión a esta entrevista. Una de las mías, con su literatura, es conocer la génesis privada de su obra La conferencia. ¿Me cuenta o nos echamos a dormir un rato?

Cuento, cuento: la cosa venía de eso, de dormir; en la tertulia literaria de La Felguera, hace un lustro o así, cuando abordamos A la recherche…, de Proust, Eugenio Torrecilla nos dijo que era una obra que empezaba así: «Longtemps, je me suis couché de bonne heure», «Mucho tiempo he estado acostándome temprano». Es decir, que empezaba hablando de dormir. Y mencionó otro principio célebre, el de Kafka y La metamorfosis, con un primer renglón en el que Gregorio Samsa, al levantarse, se ve convertid
o en un escarabajo. No olvidemos que La Regenta también empieza con
«La heroica ciudad dormía la siesta». Así decidí yo continuar mi investigación a través de unos diez mil libros; deduje que uno o dos de cada diez empiezan por una frase relacionada con la dormidera dichosa, hice mis deducciones y escribí el ensayo. Luego, me pareció que podía añadirle una historia de amor, en paralelo, y la entreveré.
 
Soy minoritario porque los lectores prestan poca atención
 
 

Continuando con las obsesiones, la elección de los narradores en sus novelas -la madre de Evaristo Galois en Matómelo Dumas o Soledad, en La lavandera, por poner dos ejemplos- no es algo que deje indiferente al lector. Creo que alberga una pericia notable para incomodar o tal vez inquietar, no sé bien (estoy seguro de que su amigo Félix Blanco usaría el verbo perturbar). En todo caso, supongo que se trata de una alta apuesta y de una invitación para lectores ávidos y atentos… 

Sin duda, escribo para lectores atentos, por eso soy minoritario, porque los lectores prestan poca atención, por decirlo finamente. Mi novela Caballos de cartón la narra un paralítico, que se arrastra por las cuatrocientas páginas. Me gusta que narre un omnisciente discapaz, alguien que se parezca a mí.  
 

Abundando en obsesiones, ¿sigue empeñado en aprender a escribir en cada folio o ahora lo que busca es un argumento?

Ahora me empeño en narrar de la manera más airosa posible, pero soy barroco, barroco en el mejor sentido, es decir, seguidor de Quevedo. Me interesa la forma por encima de todo. Insisto en cultivar eso que me critican, porque ése soy yo. No tengo nada que decir, pero me gustaría decirlo bien.
 
He logrado hacer de la literatura una obsesión;
acabaré odiándola 
  

Sólo le manifestaré un elogio en esta entrevista. Reconozco en usted a un escritor entusiasta y de pasiones alegres. Dicho en el mejor sentido, para unos y para otros, no me parece usted muy caro con esos creadores que manifiestan una familiaridad natural con la ofensa ni con la tristeza… Creo que es usted un escritor de batallas por la vida. Está bien, ¿me dice algo o prefiere que le plantee la siguiente pregunta?

Comprendo lo que usted insinúa, y no voy a hablar aquí de letraheridos, a los que no soporto, ni de los que sufren antes de tiempo y, lo que es peor, lo cuentan también a destiempo, o sea, mal. Pero los que más me aburren son los escritores de estilo aburrido, al margen de que su prosa sea un infierno. Para contar cosas terribles no hacen falta palabras terribles; Camus sabe de eso: tengo El extranjero en mi alacena top ten. Es magnífica La cinta blanca, vuelvo al cine, en este sentido, llena de elipsis y escenas a medias. Terror latente.  
 

Según he podido documentarme, usted se documenta antes de iniciar su trabajo. También he sabido que recorrió París, a solas -¡a quién se le ocurre!-, visitó México una y otra vez -¡qué locura tan exquisita! y se paseó por Dublín bien cogidito de la mano de Joyce. [En este momento, Monteserín se levanta y al cabo de un par de minutos llega sonriente y orgullosísimo mostrándome en la mano una foto que se hizo en Dublín] ¿Me pregunto si tal vez algún proyecto le llevará a Kabul, Caracas, Bagdad, La Habana o a la mismísima Wall Street?

Me documento incluso después de terminar mi trabajo. En concreto, fui a París a recorrer por primera vez los escenarios de mi novela, con Matómelo Dumas editado, emocionado con mis inventos, no siempre fieles a la realidad. Viajé al Polo Norte y a la Antártida, pero digamos que el proyecto que desarrollé se enfrió. También viajé a 1936, durante ocho años; hace menos de un mes, con mi última novela terminada, recorrí Belchite, las piedras y ruinas…, me escurrí entre las grietas de las casas de Calatayud y, por supuesto, abracé a la Dolores, en cuyo museo hallé el baúl de la Piquer. Tengo ganas de contar, muchísimas ganas de contar, pero no sé qué.
 

Permítame la curiosidad. Ya sé que ha manifestado su adoración por Quevedo, pero si no me equivoco demasiado casi todas sus obras están plagadas de poesía, un verso por aquí, un serventesio por allá, dos poemas más allá y un sin fin de referencias a poetas. ¿Es usted sastre lírico o poet
a en ciernes?

Soy un desastre lírico.
 

Tengo la impresión de que en sus novelas hay una querencia en los personajes al recuerdo. No sé, da la sensación de que sus protagonistas necesitan del retorno para explicarse, para comprenderse. En fin, hágame el favor de explicarse.

No, no, hágame usted el favor de continuar con su explicación. ¡Ahora me entiendo!

 

A propósito de retornos, recuerdos y otras infancias. Hace unos años a usted le concedieron el Premio de la Crítica de Literatura Infantil y Juvenil de Asturias por un libro para adultos.

Sí. Y perdí más de diez. Prefiero competir con cien mil escritores, con manuscritos en igualdad de anonimato, que con un par de asturianos ante un jurado asturiano, con las cartas boca arriba.
 
¿Una desmesura escribir 150 palabras diarias?
A mí me parecería minimalista y de vagos.
 
Uf, los premios. Gran tema. ¿Piensa que los premios deberían tener un certificado de calidad o algún otro control que asegurase la pulcritud del procedimiento, la cualidad de los lectores y la integridad de los miembros del jurado o mejor quedarse con el prístino pero eficaz modelo Planeta?
 
Ayer estuve en Madrid, con el nuevo editor de Lengua de Trapo, que ya no es Pote Huerta, y me habló del disgusto que se llevaron todos cuando los miembros del jurado insistieron una y otra vez en que la mejor novela, entre unas 500 recibidas, era la mía, un escritor de la casa. Les disgustaba porque no querían que aquello pareciera un pucherazo, porque nunca cayeron en esa tentación del autobombo. Así que, por honrados y a disgusto, me premiaron. Y yo, a disgusto, renuncié a un premio muchísimo más gordo, económicamente, para aceptar el que suponía iba a darme más prestigio. ¡Qué paradojas!    

¿En qué se parece una reunión de escritores, editores, distribuidores y libreros con Gran Hermano? 

¿En qué?
 
Me parece una completa desmesura que escriba todos los días en el periódico. ¿La mar de Oviedo no será una Mar de fondo narrada por un memorioso que vio cómo la ciudad se hundía bajo las aguas de algún tsunami arquitectónico?
 
¿Una desmesura escribir 150 palabras diarias? A mí me parecería minimalista y de vagos. Menos mal que lo compenso escribiendo muchas más cosas. Trabajo 25 horas diarias y en mi artículo empleo una, a lo sumo. Y en tocarme las pelotas ni un minuto.
 
soy un idealista con los pies
firmemente plantados en el aire
 
Perdone la curiosidad. Usted entrevistó a Manuel Fraga, ¿le pareció gallego en el mejor o en el peor sentido del término?
 
Me pareció un hombre público, entregado al bien general, un político en el mejor sentido de la palabra: inteligente, honrado, trabajador y con sus ideas claras. No me quedé, en cambio, con buena impresión suya, porque le importan poco los amigos (me consta), poco los individuos, sólo le interesa el bien común. Un buen político, ya digo. Y salió adelante sin mis votos. Ah, y volviendo a la pregunta rosadieziana, no, no me pareció gallego nunca, siempre que lo vi en la escalera, ahora renqueante, sé si sube o baja.
 
¿Y de la actual situación política, social y económica en España tiene alguna opinión que desee compartir con los lectores? ¿Sabe si sube o baja?
 
A un amigo mío, hace días, se le declaró un cáncer con mal pronóstico; me dijo: «Ya tengo un problema; no tengo que inventarme otro».
 
Por lo contestado ya sabemos que aprecia o admira a Quevedo, Proust, Kafka, Camus, incluso también a Zapatero, aunque sólo sea por el discurso leído con motivo del Desayuno Nacional de Oración. ¿Podría decirnos a qué escritores lleva en el zurrón indeleble de su recuerdo y por qué?
 
¡No, por favor! No admiro a Zapatero. Me pareció magnífico el discurso que leyó; felicitaría a la persona que se lo escribió, y a Zapatero por elegirlo. En mi anaquel top-ten, poetas aparte, tengo a Proust (En busca del tiempo perdido), porque me quitó el complejo de hablar de mí; Cervantes (Quijote), porque soy un idealista con los pies firmemente plantados en el aire; Camus (El extranjero, otros dicen El extraño, yo lo titulo “El indiferente”), porque me deja patidifuso Mersault, y porque “de todos modos, uno siempre es un poco culpable” (de toute façon, on est toujours un peu fautif); Lampedusa (El Gatopardo), Dostoievsky (Los hermanos Karamazov), Sándor Marai (El último encuentro), Lajos Zilahy (Los Dukay), George Eliot (Middlemarch), Kafka (La metamorfosis), Henry James (Retrato de una dama), …/… Mújica Láinez (Bomarzo), Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano); Tolstoi (Ana Karenina), Flaubert (Madame Bobary)… Ya sé que son más de diez. Dejé de pormenorizar porque me eternizaría, pero, en suma, todos ellos me afectaron, como si me hubieran hecho nacer antes de 1952. Me hicieron eterno hacia atrás.
 
Como lector, cuando lee una novela, ¿está complementándola o termina de escribirla?
 
Opino sobre sus páginas, subrayo, tacho, a veces rompo y si me aburre la abandono. Naturalmente, cuando leo, también pongo mi granito de arena, mi experiencia, si lo merece.
 
¿Con qué escritores españoles vivos le gustaría compartir la merienda?
 
Desde luego, con Quevedo muerto no me gustaría merendar. Compartiría mesa con cualquier amigo, escritor o no. Que una perso
na sea escritor no me atrae lo más mínimo a la hora de tomar un vino. No obstante, me gustaría conocer a Javier Tomeo; dice Pote que algunos de sus libros le recuerdan a mí.
 
Cuando escribe parece usted un cazador de precisiones. ¿Qué le procura más satisfacción, un sustantivo, un verbo, un adjetivo, una metáfora quizás o tal vez prefiere el reto de describir una peineta…?
Una metáfora, sin duda, que exprese oportunamente una idea de fondo.
 
 
Me gustaría escribir una novela que sobrecoja per se,
sin contar nada, como hace la música.
 
«Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.» ¿Su amor es constante más allá de la muerte?
 
A veces creo que sí, y también que viene de más atrás del polvo. Otras veces no creo más allá, más acá ni entre medias.
 
Desde su plenitud de narrador, ¿cuáles son los sueños, los fantasmas y las realidades con que trata a diario en su despacho?
 
El amor, precisamente, y su relación con el arte. Me gustaría escribir una novela que sobrecoja per se, sin contar nada, como hace la música. Elevar la novela al nivel de la sinfonía. También pretendo contar una historia sencilla, que conmueva, que deje turulato al lector y rendido, que lo saque de quicio a mi antojo. El fantasma que busco es femenino: la sencillez, pero la sencillez preñada de sentido, sólida. Reconozco que mis florituras vienen a encubrir mi incapacidad, mi poquitez mental. Llámame impostor.
 
En su libro La mano entera (KRK, 2002) hace que su hijo Andrés conteste a su abuelita Luisa que «Cuando sea mayor tendré a mi alcance expresiones más correctas, más aliñadas». Y apostilla,… «pero ahora déjame: sólo soy un niño». Y a usted ¿le parece bien que le deje ya a solas con sus obsesiones o seguimos con este plano secuencia de la vida?
 
Quedo en sus manos: donde vaya «La soga» (en hablando de plano secuencias), vaya el calderón (en hablando de música).

 

 

 

Miguel Delibes. In memoriam. 12/03/2010

 

Miguel Delibes falleció ayer en Valladolid a los 89 años. El novelista ha sido miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte, ocupando el sillón "e". Comenzó su carrera profesional como columnista y luego periodista de El Norte de Castilla, periódico que llegó a dirigir.

Entre sus muchos y muy prestigiosos premios y galardones destacan el Premio Nadal, por La sombra del ciprés es alargada (1947), el Premio Nacional de Narrativa, por Diario de un cazador. (1955), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1982), el Premio de las Letras de Castilla y León (1984), Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa (1985), el Premio Nacional de las Letras Españolas(1991), el Premio Cervantes (1993), el Premio Nacional de Narrativa, por El hereje (1999) y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (1999) Además, ha sido investido Doctor Honoris Causa por varias universidades españolas y europeas y nombrado hijo adoptivo de varias ciudadades y pueblos de España.

De su producción literaria puede destacarse, entre muchas otras obras, La sombra del ciprés es alargada (1947), Premio Nadal; Diario de un cazador (1955), Premio Nacional de Literatura; Siestas con viento sur (1957), Premio Fastenrath; La hoja roja (1959), Premio de la Fundación Juan March; Las ratas (1962), Premio de la Crítica; La caza de la perdiz roja (1963); Cinco horas con Mario (1966); Parábola del náufrago (1969); La primavera de Praga (1970); Castilla en mi obra (1972); La caza de España (1972); Vivir al día (1975); Un año de mi vida (1975); Mis amigas las truchas (1977); El disputado voto del señor Cayo (1978); Los santos inocentes (1982); Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983); Pegar la hebra (1991); Señora de rojo sobre fondo gris (1991); Diario de un jubilado (1996); He dicho (1997); El hereje (1998), Premio Nacional de Literatura.
 

En recuerdo del maestro, reproducimos a continuación el prólogo a su libro Mis amigas las truchas (Ediciones Destino, 1977).

 

 

"En abril de 1946, al día siguiente de mi boda, me aficioné a la pesca de la trucha. Paseaba yo con mi mujer por la ribera del río Besaya, en Molledo Portolín (Santander), cuando vi a Panín González -que, con el tiempo, sería un experto montador de cucharillas en su pueblo natal de Santa Olalla y moriría prematuramente- extraer de la rasera que precede al pozo del Confitero un magnífico ejemplar.

El pescador de truchas es un ser generalmente
hermético que reserva para sí sus descubrimientos.

Por entonces acababa de introducirse en España el sistema de pesca de truchas denominado de lance ligero que venía a revolucionar este deporte al sustituir la paciente y tradicional figura del pescador de caña y lombriz -carne de cañón de los caricaturistas poco imaginativos de la época- por la del pescador activo que no se limita a esperar inmóvil, en la orilla, la picada del pez sino que lo busca a lo largo del río para provocarlo mediante un señuelo artificial. De esta manera la pesca dejaba de ser un quehacer estático y entraba de lleno enla dinámica de la era atómica. El pescador abandonaba el viejo recurso de aprovechar el hambre de los peces para pasar a explotar el instinto cazador que subyace en la mayor parte delos seres vivos.

El pescador no ve un amigo en otro pescador
que surge en el primer recodo del río sino un adversario.

Las difíciles circunstancias de la época -y mis circunstancias personales no menos estrechas- no me permitieron poner en práctica inmediatamente mi recién nacida afición. Hube de esperar unos años a que aparecieran en el país las primeras motocicletas y, más tarde, los primeros automóviles utilitarios, para comenzar a ejercitarla. En Valladolid no hay truchas y había que salir a buscarlas a las provincias aledañas. Un medio de locomoción personal se hacía, pues, imprescindible. Mediada la década de los cincuenta empecé a hacer mis primeros pinitos con la cucharilla y, a partir de la primavera de 1956, mis escapadas se formalizaron e inicié una actividad con la pluma. Esto siginifica que llevo más de veinte años en el oficio y, sin embargo, hasta hoy no me he decidido a escirbir una sola palabra sobre el tema, siendo así que la pesca de la trucha me parece un arte tan complejo y apasionante como el de la caza dela perdiz roja, actividad con la que he llenado ya muchos papeles, seguramente demasiados.

Hay una razón obiva para esta diferencia de trato; la timidez. Con afición a la caza nací. Desde que abrí los ojos via a mi padre consumir los ocios dominicales del otoño y el invierno con la escopeta al hombro, de tal modo que llegué a identificar ocio con caza, vacaciones con naturaleza. La caza fue, por tanto, para mí una cación innata. De ahí, tal vez, que yo me considere no un buen tirador pero sí un cazador conspicuo. A la vista de un terreno por batir, yo sé, más o menos, lo que procede hacer para dar con las perdices -esto es, dónde buscarlas-, cómo trastearlas y, finalmente, adónde conducirlas para lograr una buena percha.

las experiencias piscícolas son rigurosamente personales y, en consecuencia,< br/>
todo pescador de truchas es, inevitablemente, un autodidacta.

Esto no me sucede con la pesca de la trucha. Mi afición a la pesca, aunque con casi cinco lustros de práctica regularmente asidua, no pasa de ser una afición adherida en la que disto mucho de ser un experto. Hablando en plata, ante la trucha yo me sigo considerando un aprendiz y, si Dios no lo remedia, en este convencimiento moriré. De ahí que haya sido el pudor quien me ha vedado hasta el día pontificar sobre este deporte. A una jornada inesperadamente halagüeña, en la que puedo clavar doce o quince truchas sucede otra en la que, sin comerlo ni beberlo, me vuelvo bobo a casa y, lo que es peor, sin intuir las causas que justifiquen, o siquiera expliquen, mi fracaso. Es obvio que en la pesca de la trucha operan factores climáticos y atomosféricos -viento, presión, temperatura, etc.- que no siempre podemos controlar, lo que imprime a la pesca un carácter aleatorio, de dependencia, mucho más acusado que el que rige para la caza de la perdiz. Tal vez por esto me asalte la impresión de no pisar aquí terreno firme. Considero que no he dado con el secreto de la pesca y que en la actualidad no paso de ser un pescador del montón.

El pescador de truchas es un ser generalmente hermético que reserva para sí sus descubrimientos. El pescador no ve un amigo en otro pescador que surge en el primer recodo del río sino un adversario. Quiero decir que las experiencias piscícolas son rigurosamente personales y, en consecuencia, todo pescador de truchas es, inevitablemente, un autodidacta.

A contrarrestar este silencio secular apuntan las páginas que siguen. A lo largo de cinco temporadas yo he ido anotando lo que me sucedía día tras día en la ribera del río sin omisiones, reticencias, ni ambigüedades. Como pescador no me siento en la obligación de silenciar mis descubrimientos; no me agrada el secreto profesional. Es, éste, pues, un diario de pesca espontáneo y sincero. En él no saco consecuencias pero es incontestable que ustedes pueden hacerlo. Por eso creo que, pese a la mediocridad de mi técnica y a la pobreza de mis recursos, el libro Mis amigas las truchas, puede resultar útil e, incluso, en algún aspecto, aleccionador.

Queda por aclarar la razón del título. Durante un tiempo dudé entre varios pero, fianlmente, opté por éste en homenaje a estos peces que me han proporcionado ratos y emociones muy vivos. Lógicamente las truchas no compartirán mi punto de vista, esto es, es muy posible que mi inclinación amistosa hacia ellas no sea correspondida. La cosa es lógica. En el juego ellas arriesgan más que yo. Se trata, por tanto, de una amistad unilateral pero el libro lo he escrito yo y no ellas y, consecuentemente, hablo desde mi personal experiencia."


Ana María Julia Tolrá

 

Los fríos se unieron todos al iniciar Enero, nos regalaron un fin de semana blanco. La ciudad estaba callada, tan solo se percibía el rumor de las palabras, y ese rumor fue creciendo con el paso de los días.
Las palabras —ellas siempre— acechan inquietas el mundo, ellas quieren ser las protagonistas. Discretas, caminan juntas enarbolando, ¡Feliz Aniversario!
 
 
Ana María Juliá Tolrá
 
 
Foto: internet

 

Corazón rebelde: Honkytonk Man. Por J. de Oxendain (12/03/2010).

Bad Blake (Jeff Bridges) es una vieja estrella musical venida a menos por pasada de moda. De bares pringosos en moteles cochambrosos, no le queda apenas nada de su gloria pasada. Sin embargo, Bad resiste. Un concierto por aquí, un bolo por allá, la ex estrella de la música country halla todavía con qué alimentar su dependencia al alcohol y al tabaco en anónimas giras por la América profunda. Un día, tras cuatro matrimonios fracasados, recupera las ganas de vivir gracias a una mujer bastante más joven que él: su soledad se cruza con la de Jean Craddock (Maggie Gyllenhaal), una periodista que viene a hacerle una entrevista. Ella, mal parada de una ruptura sentimental, cría sola a su hijito. La complicidad surge entre ellos, apoyándose mutuamente en un largo y lento proceso de reconstrucción personal.

La redención de una gloria caída que reencuentra en el amor las razones de volver a salir a flote es un clásico de clásicos en el cine americano. El guión de Corazón rebelde (Crazy Heart) apenas puede deparar sorpresa a causa de su naturaleza prefrabricada, militante dentro del estereotipo temático mencionado. El actor Scott Cooper, debutante detrás de la cámara, no aporta nada nuevo desde la realización a un cañamazo narrativo precocinado y previsible. Aun así quizá le recordemos por haber aglutinado a su alrededor un equipo eficaz a la hora de desprender humanidad y calor sentimental. Jeff Bridges, probablemente en su mejor papel desde El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel Coen, 1998), ofrece una composición dramática llena de autenticidad, a partir de una ironía vital sólo destilable por la experiencia. Un trabajo tan loable como los de Maggie Gyllenhaal y Robert Duvall, a quien este año los votantes de la Academia de Hollywood olvidaron injustamente. Junto a ellos, incluso sobrepasándolos, cosa difícil, la banda sonora imprime carácter a esta balada músico-sentimentaloexistencial, gracias al legendario bluesman T-Bone Burnett, aquel músico notable de Bob Dylan durante los años 70.

Las luces del puerto, de José Ángel Ordiz

 
 
 
José Ángel Ordiz afirma que suele contar lo que a él le cuenta la vida pero no como la vida se lo cuenta.
No le atrae, desde luego, comenzar sus relatos –los relatos de la vida- por el principio: el tiempo no es lineal en esas historias corales suyas que la vida le narra. ¿Para que, menos caníbal que la vida, cronista travieso, los finales no se llamen muerte? Eso afirma.
Afirma que relata desde una perspectiva límite, morbosa, sin el distanciamiento irónico debido. Y que es obsesivo en el sentido de dar voz a quienes no la tienen, cómplice de perdedores, narrador partidista. ¿Por esto último abundan tanto los diálogos en sus relatos –los relatos de la vida- y pretende definir con esos diálogos, a veces sólo con ellos, personalidades y situaciones? Eso afirma.
Esta novela, con la excusa de un crimen y una venganza que origina otro crimen, es buena prueba de lo que afirma: ahí los marineros en tierra, los tullidos, los enfermos, los amantes rotos que bailan una danza equívoca bajo las luces del puerto; más allá de la noche, acaso, un día sin galernas, la bonanza, la sal impura, dulce.