domingo, 28 de septiembre de 2025
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Abierta de piernas, de Ada Menéndez.

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Título: Abierta de piernas.

Autora: Ada Menéndez.

Disponible desde octubre de 2009.


“Te aviso, no esperes encontrarte con un libro sabelotodo y doctrinal de una poetisa de última generación porque éste es un libro escrito desde las entrañas de una POETA que utiliza la sangre como lenguaje. Y si te sientes identificado con algunas de estas experiencias, es porque los rincones de tu vida no te pertenecen, no son tuyos, son de la señora que te enseñó a no poseer, porque al final, todos acabamos viviendo la misma vida, pero cada uno a su estilo.”

(Extracto del prólogo, escrito por Marcus Versus)

 

 

 ISBN: 978-84-92775-28-6.

Primera edición: Septiembre de 2009.

Medidas: (200 x 130) / 100 páginas.

Editorial: Bohodón Ediciones.

Género: Poesía.

Idioma: Español.

 

 

El Hotel Negresco y Henri Salvador, en Nice “la belle”. Por Ángel García Prieto y Miguel Ángel Fernández (01/11/2009).

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“La gente rica es la que traía el sur al sur”

(Joseph Roth, en Jefe de estación Fellmerayer)

 

El Paseo de los Ingleses es el balcón privilegiado de la ciudad más grande y más elegante de la Costa Azul, Niza, y quizá su enseña más significativa. Se extiende varios kilómetros sobre la bahía de los Ángeles de un mar Mediterráneo que se muestra luminoso y espléndido con su habitual suave oleaje y los tonos azul turquesa en el agua más cercana a la playa. Palmeras y numerosos edificios de la belle époque se mezclan con otros modernos en un conjunto homogéneo. Es la escena para el imaginario de la vida desenfadada, el turismo y el glamour  ambiental de la élite de los huéspedes de sus míticos hoteles, como el Negresco, que destaca desde lejos con su cúpula de color rosa; el Royal, clásico; el Westminster Concorde, con aire colonial, el West End también de la belle èpoque o el moderno Meridien y otros, como el que en la actualidad ocupa el antiguo Casino.

El Negresco, además de un establecimiento de lo más selecto, donde se han hospedado un buen número de personajes ilustres o mimados por la celebridad, es un verdadero museo rico en muebles, cuadros y esculturas, bajorrelieves y vitrales de autores destacados desde el s. XVI a la actualidad; tiene detalles de decoración magníficos y constituye un lugar mágico con ambiente de elegancia clásica y moderna en sus salones; en el patio Eiffel, cubierto con la cúpula de vidriera esférica; en el restaurante La Chantecler y en el salón Versailles, con mobiliario y decoración franceses de siglos pasados; en el restaurante La Rotonda, ambientado como un antiguo carrusel de caballitos de feria; o así como en su elegante cafetería de estilo inglés. Fue construido en 1912, por un hostelero rumano apellidado Negresco, ha tenido siempre una trayectoria de hotel del más alto nivel y es un de los pocos en el mundo que conserva el sello propio y la independencia de las cadenas multinacionales, pues tras ser hospital en la Segunda Guerra Mundial, en 1957 es adquirido y rehabilitado por la empresaria Jeanne Augier, que ha sabido mantener y quizá en algún aspecto mejorar el tono de un establecimiento cargado de historia y prestigio, además de ostentar desde el 2003 la categoría de monumento nacional.
 

Henri Salvador, elegante y cosmopolita. 

El poeta romántico por excelencia se preguntaba un día qué era la poesía. Una pregunta con una sencilla respuesta de la que, evidentemente, dudamos todos alguna vez en la vida. Del mismo modo, no pocas veces, me pregunto qué es la música. Qué contiene, de qué está hecha y porqué ejerce tan grande influencia. Influencia en nuestras vidas y, sobre todo, influencia en los que de una manera u otra acudimos una y otra vez en su búsqueda. Mi respuesta es igual de vaga e inconsistente, tal vez porque en sí importe menos que el sano ejercicio de cuestionarse las cosas para, simplemente, disfrutar con más clara consciencia de esa parte artística que si no nos mueve a diario sí hace nuestro vivir más bello, excitante y entretenido.

El sur de Francia, su Costa Azul, me recuerda más a un pasado relativamente reciente que al día de hoy; en que la belleza, teñida de modernidad, lujo exacerbado y glamour – ese engañoso y fatuo concepto – se ha dejado manchar y prostituir llegando a una altura que los pobres mortales nunca vamos a disfrutar. En otro tiempo, no menos lujoso, por otra parte, esa bohemia de colores pastel y clima benigno resultaba contenida y menos extrema. En ese contraste, me río pensando que el primer Negresco que conocí fue, hace muchísimos años, en una vieja población del Mercado del Puente, en la Sanabria interior zamorana. El Negresco era –ignoro si lo sigue siendo, aunque lo sospecho, pues por esos lares las cosas cambian sólo hasta un cierto límite -; era, digo, un bar sin más exotismo que su nombre. Un bar de pueblo donde, como en tantos de la comarca, el servicio y los buenos detalles brillaban por su ausencia. Nada más lejos del esplendor del célebre hotel de la costa azul.                                                                                                                      

Estrechamente ligado a la bohemia – la bohemia creativa y sincera – y a cierto lujo epicúreo, me asalta enseguida el nombre de Henri Salvador. Un raro ejemplo de artista completo que falleció en febrero del 2008, con noventa y un años, y habiendo publicado otro gran disco, Reverence (Emarcy, 2007), hacía escaso tiempo. Salvador fue un compositor y cantante dulce, delicado, gracioso y romántico al mismo tiempo. También ejerció de humorista. Guitarrista de jazz, personalidad en la radio, voz en películas, jugador de petanca y diseñador de bolas para este particular juego… un fenómeno del espectáculo en diferentes manifestaciones musicales, en especial en teatro de variedades. Fue apóstol precursor de la bossa nova y el rock’n roll en los tiempos en que estos géneros iniciaban su andadura y su influencia ha quedado marcada sobre varias generaciones. Un personaje entrañable y querido por el público francés, con una larga lista de canciones inmortales. Un disco queda marcado indeleble en su carrera, tras celebrar en 1999 sus cincuenta años de discos. Es Chambre avec vous (Emarcy/Universal), grabado en 2000. Tras la aparición de este CD – una joya de música tranquila, bella, relajante e inspiradora en su grácil bossa nova – llovieron premios, reconocimientos y homenajes ante tamaña obra maestra. Salvador nunca dejó desde entonces de actuar y participar en multitud de eventos, llegando a ser un raro ejemplo de dedicación y actividad sin desmayo. Su “Jardin d’hiver” será su canción definitiva, ya de vuelta entre los grandes de la música de nuestro país vecino. Un cariñoso y afable crooner anciano, elegante y cosmopolita que nunca dejaba de sonreír.

El Imaginario del Doctor Parnassus, un canto a la imaginación. Por José Havel (31/10/2009).

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La trayectoria cinematográfica de Terry Gilliam, el miembro americano de los Monty Python, está jalonada de altibajos, pese a su interés incontestable. En ocasiones, su genio visionario se dio de bruces con la realidad, pasando por momentos difíciles que incluso le llevaron a aplazar indefinidamente algunos de sus proyectos. En enero de 2008 tuvo que hacer frente a una catástrofe más: la desaparición trágica de Heath Ledger en medio del rodaje de El Imaginario del Doctor Parnassus. Un golpe demasiado duro del que, pese a su conocida determinación, únicamente se recuperó gracias a la ayuda de Johnny Depp, fundamental para poder concluir el filme.

Si bien es cierto que la sombra de Ledger se proyecta sobre esta obra atípica –de hecho, el largometraje está dedicado a él—, no menos verdad es que, contra toda expectativa, el proyecto llega a trascender su historia caótica para hacer resurgir de sus cenizas al verdadero Terry Gilliam, el creador “loco” para quien solamente existe una única religión: la imaginación. El desorden alegre que parece reinar a primera vista en este verdadero cuento de hadas moderno contribuye a su encanto instantáneo. La esencia misma de la película se presta a la explosión cromática y de lo fantástico, una desmesura que, por otra parte, no respira nunca pretenciosidad alguna.

 

Resulta difícil no ver en el Doctor Parnassus encarnado por Christopher Plummer al alter ego del realizador, que abre, a quien desee franquearlas, las puertas de su imaginario exhuberante, un mundo imbuido de una dimensión fantástica sin freno, que cada uno es libre de extrapolar como quiera dependiendo de su inspiración. El Imaginario del Doctor Parnassus debe vivirse como lo que es: una especie de viaje en Tiovivo. Ello no impide que posea además rango de obra testamentaria. Excesiva, llena de color, imprevisible, cálida y absolutamente inclasificable en su barroquismo, este canto a la fantasía cuestiona el lugar del artista, del creador, dentro de nuestras sociedades modernas.

 

EL IMAGINARIO DEL DOCTOR PARNASSUS(The imaginarium ofDoctor Parnassus). Reino Unido / Francia / Canadá, 2009. Dirección: Terry Gilliam. Guión: Terry Gilliam y Charles McKeown. Fotografía: Nicola Pecorini. Música: Mychael Danna y Jeff Danna. Montaje: Mick Audsley. Intérpretes:Heath Ledger (Tony), Christopher Plummer (Dr. Parnassus), Johnny Depp (Tony), Colin Farrell (Tony), Jude Law (Tony), Lily Cole (Valentina), Tom Waits (Mr. Nick), Verne Troyer (Percy), Andrew Garfield (Anton). Duración: 122 minutos.

 

El fin de semana perdido, de José Luis Piquero. Por Rubén Rodríguez (28/10/2009).

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José Luis Piquero,

El fin de semana perdido,

Barcelona, DVD, 2009.

 

José Luis Piquero: rebelde existencial ataca de nuevo.

Hoy tenemos muchas razones para estar contentos, una de ellas: el nacimiento reciente de uno de los hijos literarios más esperados del panorama nacional, el nuevo poemario del poeta y traductor José Luis Piquero. El fin de semana perdido (DVD, 2009) se ha hecho esperar, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Piquero representa uno de los poetas más personales de la mal llamada poesía de la experiencia o figurativa que eclosionó  de manera espectacular en la década de los ochenta, con nombres hoy de sobra conocidos como Felipe Benítez Reyes, Luis Alberto de Cuenca, Miguel D’ors, Jon Juaristi… Para entender al poeta aventajado de su generación, antes son recomendables lecturas de alguno de sus maestros, como Luis Cernuda, Ángel González, Gil de Biedma, T. S. Eliot o Cavafis.

Si mi literatura es realista-¿y qué literatura no lo es?-, la realidad que indaga no siempre resulta visible ni evidente. La palabra “expresionismo”, que ya he usado otras veces, podría venir al caso.” Toda una declaración de intenciones del poeta. Deformar la realidad, de manera subjetiva, un punto de vista propio donde Piquero trata sus temas obsesivos: la noche, la adolescencia, la soledad, el sexo como elemento liberalizador, o el amor en sus múltiples facetas, son aportes temáticos que desde su primer poemario Las ruinas (1989) hasta su penúltimo libro (Monstruos perfecto, 1997) han permanecido inalterados y como señas de identidad irrenunciables.

El fin de semana perdido ahonda en estos lugares comunes pero dibuja también otras posibles líneas estéticas, treinta y cuatro poemas divididos en tres partes o bloques temáticos. “Lázaro otro” nos adentra en los problemas de identidad, personajes literarios que buscan un lugar, un espacio, una reflexión desde el otro (Yo no quiero ser yo. La vida entera/ la gasté en reinventarme, como un fénix doméstico. / Me fui sobreviviendo como pude. / Yo no sé quién soy yo. Tal vez la máscara/ debajo de la cara. La pregunta…). Su poema “Rimbaud” demuestra esa rebeldía, personajes inadaptados, románticos a la antigua usanza, luchadores sin causa de sus propias vidas y de la vida que les rodea. Poemas memorables encontramos en esta sección como: “Oración de Caín” o “Última noche de amistad”. Poemas donde resuenan ecos de poemas pasados: “Lo que dijo Judas esa noche” o “Apunte Biográfico” por poner tan sólo dos ejemplos significativos. Todo aderezado con un lenguaje claro, directo, sin cortapisas, para jugar en otros momentos al tono existencial y reflexivo como contraste temático.

En el segundo capítulo, que lleva por título: “Wakefield”, el tono del libro se vuelve más confidencial, sucesos que el propio autor reconoce como partes de su vida. “Wakefield”, “Ícaro” y “Nova”son poemas para recordar y que a nadie pueden dejar indiferentes (De pronto ha anochecido sobre el mundo y tú estarás sola, / preguntándote a dónde se han ido todos. / Parece que ha pasado un instante, o tal vez medio año. La casa/ estaba llena de gente que charlaba y en medio estabas tú, / cegadora e intensa: una nova…). Poemas de múltiples formatos: largos a modo de prosa poética, breves e intensos se van sucediendo a lo largo de estas páginas, algo que no es nuevo en la obra de Piquero (apuntado ya en su primer libro: Las ruinas). Quizás, el último capítulo que lleva un título tan sugerente como: “Alumnas de una escuela de Peluquería” donde agrupa las reflexiones en torno al amor y sus venenos se aprecia una mayor hondura, bajo un tono coloquial y directo, el escritor nos engancha ya desde el primer verso (Quisiera saber todo de sus vidas. /No del novio con moto. / No de la madre débil y el hermano que estudia. / De breves pies descalzos sobre la arena fría del sintasol. / De sombras en un cuarto. / Del verano del mundo…).

La contraposición clara entre el título y los poemas es otro elemento a tener en cuenta. Por una parte: la pérdida, la apatía, el estatismo de las cosas, la sensación de que la vida se nos va como “un fin de semana perdido”; por el contrario sus poemas que hablan sobre: el dolor, la pasión, la ciudad y sus calles, la amistad verdadera, la búsqueda del propio yo, beber la vida poco a poco, sorbo a sorbo son estas las señas de identidad de sus poemas. Vivir a modo de los viejos románticos en el mundo del siglo XXI, una forma de estar, de ser, porque para José Luis Piquero todo importa, todo llena, vouyeaur de vidas ajenas, pero también de la suya  propia.

Quizás donde el poeta alarga en exceso los versos, donde nos lo quiere explicar todo en un solo poema es ahí, donde el poeta tiene algún que otro resbalón, cayendo por momentos en las vaguedades metafísicas, pudiendo ser estos, los lunares de un poemario poderoso, que va a gustar, estoy seguro tanto a extraños como a conocidos del mundo Piqueriano.

¿Se cierra un ciclo poético con El fin de semana perdido? Es esta una pregunta que cualquier lector de su poesía se puede hacer. El poema introductorio (“Mensaje a los adolescentes”) no demuestra este cambio estético, un poema notable que representa la esencia concentrada de la poética de Piquero: su exitoso pasado (Niños, probad a hacerlo en casa/ y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie. / Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros. / Ellos no son vosotros. / Acostaos, bebed. / Hace siglos que están ocurriendo estas cosas/ y nadie ha demostrado/ que sean mucho peores que una guerra. / Existe un paraíso tras esa raya blanca…), pero en su último poema epílogo –“Islantilla, Otoño”- sí apunta de forma sorprendente a otro recorrido estético más intimista, un futuro lento pero prometedor aguarda a una de las voces poéticas más personales e interesantes de este siglo XXI que llega para quedarse (Tras el verano, el sol y todo cuanto es lógico: sus soñolientas/ criaturas perfectas, el afán/ del agua y frotarse los unos con los otros, / como en una verbena de peces entusiastas, /  hoy esto: ver llover/ y constatar que ya no queda nadie…).

Reportaje. Calderón y la tragedia: El médico de su honra, por Violeta Varela. 26/10/09

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La verdadera tragedia no trata del hombre en abstracto, sino del hombre en tanto que miembro de una comunidad política. El hecho trágico no es nunca intrascendente y jamás, como veremos, es tampoco simple. La tragedia es siempre expresión de un conflicto político, conflicto modelado según la forma filosófica de la dialéctica y sus distintas figuras y realizaciones. El género trágico pone en escena experiencias que tienen consecuencias importantes en distintos ámbitos de la experiencia humana, pero siempre con la política como elemento de mediación. Cuando el sujeto trágico deja de ser el ciudadano para convertirse en un hombre que sólo se tiene a sí mismo y a sus sentimientos y pasiones, sin Estado, sin moral, sin derecho, sin Historia, entonces estamos ante la emergencia del sujeto dramático. No es casualidad que la tragedia griega surgiera con Pisístrato en el momento en el que comenzaba a forjarse la autoconciencia de la ciudadanía ateniense en su camino hacia la democracia, una democracia que creció a costa de los lazos familiares y de las viejas costumbres religiosas y aristocráticas.

La violencia trágica, por otra parte, nunca es gratuita ni fácil ni gozosa, nace de un deber. Cuando el deber y el páthos se enfrentan, nace la experiencia trágica. La victoria, en las tragedias, nunca deja un buen sabor de boca, sino dolor y amargura por el enorme precio que ha tenido que pagar el héroe. Cuando la violencia pierde toda trascendencia ética, cuando las víctimas dejan de importar y se muestran despojadas de su dignidad, cuando se goza con la destrucción, entonces la experiencia trágica comienza a evaporarse. Dirijamos ahora nuestra mirada, teniendo presentes estos planteamientos, a la obra calderoniana El médico de su honra. La fábula nos relata básicamente un crimen pasional: el asesinato de una mujer (Mencía) por orden del marido (Gutierre) y por motivos de celos y de honra. El hombre instiga al asesinato de su mujer creyendo falsamente que ésta ha mantenido relaciones adúlteras con el infante don Enrique. Tal crimen aparece, además, justificado en la obra de Calderón, que otorga al homicida un final feliz y un nuevo matrimonio con Leonor (mujer deshonrada en tiempos pretéritos cuya única salvación social se encuentra en el matrimonio).

El tema de la justificación de crímenes horribles no es nuevo en el amplio campo de los sucesos trágicos. Pensemos por ejemplo en los crímenes de Medea, en el asesinato de Clitemnestra, en la lucha fraticida de Eteocles y Polinices, etc. En la tragedia griega, lo que dotaba de dignidad trágica a tales sucesos y lo que les confería un carácter, valga la redundancia, trágico, era su inserción en la dialéctica existente entre el ámbito de la moral familiar y el ámbito de la moral estatal o política. Muchas veces la violencia es inevitable, pero la visión trágica del mundo nunca ha dejado de mostrar el dolor de quienes debían perder y la desgracia de quienes, para vencer, deben recurrir a medios terribles. Lo que diferencia los actos de una Medea o de un Orestes de un vulgar y repugnante crimen, es la radical consciencia de los homicidas, y de los espectadores, de tener que recurrir a medios trágicos para afirmar sus derechos y sus deberes.

Un crimen como el que presenta Calderón es, por principio, absolutamente incompatible con la experiencia trágica, ya que en el clásico español la muerte de la mujer no significa nada, no invita a ninguna reflexión crítica acerca del sistema político y moral, al menos en la intención del autor que se trasluce en el texto y en las condiciones de recepción que efectivamente se daban en sus contemporáneos: que el Rey apruebe el crimen y que el gracioso lo condene, sólo podía significar una cosa en la época en la que Calderón escribía, que el crimen no era censurable. Tal muerte no importa a nadie, a excepción del gracioso, Coquín. Incluso con el cadáver de la mujer aún en escena, Calderón decide resolver cómicamente la obra. No cabe menor falta de respeto por una vida humana, desprecio que casa muy mal con una perspectiva trágica. La muerte de la esposa es despojada de cualquier trascendencia en la obra de Calderón. Con su cadáver sangrientamente presente, se prepararán nuevas nupcias para el homicida, bodas auspiciadas por el rey que, conocedor de todos los hechos, no considera que la muerte de la inocente mujer merezca ningún tipo de castigo. La obra nos ofrece un final feliz y la razón calderoniana triunfa en las palabras del rey. El texto supone de principio a fin la afirmación acrítica y simplista de los códigos del honor, unos códigos que el Rey pone por encima de todo: ya sea por encima de distinciones estamentales (Enrique no se salva a pesar de su condición de noble), o de pruebas y realidades (Enrique y Mencía jamás materializaron su relación). Las leyes del honor no obedecen ni a estamentos ni a realidades y las muertes derivadas de su aplicación no se cuestionan, ni se censuran, ni se juzgan.

El rey representa en la obra la razón. Su juicio acerca de los hechos es el que se impone al final del drama, un juicio exculpatorio y acrítico que sanciona, no castigándola, y premia, con un nuevo casamiento, lo correcto y lo moral de la actuación de Gutierre enmarcada en el código del honor. Lo que podría haber sido un hecho trágico que llevara a profundas reflexiones críticas de naturaleza política, la muerte brutal de una mujer inocente por las sospechas de su marido, se reduce a una anécdota sin importancia, e, incluso, es la vía que permitirá la solución de los problemas de honra que sufre otra mujer, Leonor. Esta última constatación, me lleva directamente a señalar, apenas, uno de los problemas fundamentales de la interpretación literaria contemporánea: el maniqueísmo sexual con el que muchos críticos se acercan a las obras literarias impide atisbar la complejidad de los personajes y de la acción, como le ha pasado a más de uno al intentar analizar la presente obra como si Leonor y Mencía estuviesen unidas por una especie de metafísica solidaridad sexual en virtud de su anatomía. Las mujeres, al igual que los hombres, se hallan envueltos en una red de condicionantes socio-políticos que impiden reducir sus caracterizaciones a una mera cuestión de fisiología, a saber, al aparato reproductor que poseen. En la obra de Calderón esta cuestión no puede ser más clara en tanto que, para
una mujer deshonrada, la única solución posible es la muerte de una esposa inocente que permita al marido, ahora viudo, volver a casarse.

En conclusión, con la obra de Calderón estamos ante un fenómeno literario complejo. En El médico de su honra hay política, pero no hay dialéctica y, a la par, es ciertamente decepcionante el tratamiento que ofrece Calderón de la muerte de la mujer. Este hecho aparece despojado de cualquier atisbo de dignidad en la obra. La obra de Calderón no sólo no muestra ningún tipo de amargura por la muerte de la inocente esposa, sino que, además, finaliza con tópicos cómicos, como el del anuncio de un futuro matrimonio. Calderón ejerce, por último, una profunda vocación anti-dialéctica sirviéndose de la categoría del honor. El honor disuelve en la obra todo tipo de conflicto estamental de naturaleza socio-política. Pero en Calderón sí hay política, pone su obra al servicio de Ideas políticas muy determinadas: la reafirmación del poder del Monarca. Acabar una obra tan terrible en claves cómicas, teniendo en cuenta, además, que el género trágico siempre nos ha ofrecido reflexiones valiosas sobre lo terrible de la violencia, por muy inevitable o necesaria que ésta sea, es algo con lo que ninguna tragedia puede casar. Un rey que, ante el cadáver de una mujer inocente, no castiga al culpable; una mujer a la que ni le espanta ni le admira el crimen; un hombre que recibe las nuevas nupcias amenazando a su futura esposa con la imagen del cuerpo inerte de la antigua… Y todo ello en medio de la alegría por una nueva boda… Injusticias que culminan en la muerte de una inocente sin que a nadie le importe, salvo al gracioso, personaje bien desacreditado en la obra como cobarde y ruin frente al heroico homicida. La tragedia se diluye en Calderón a la vez que desaparece el respeto que se le debería a Mencía y mientras se constata la falta de dignidad de asesinos y espectadores, casi cómplices. Y no se trata de una crítica descontextualizada. Los griegos conocieron este respeto y esta dignidad, estaban presentes en su literatura desde la Ilíada, no se trata de ninguna extrapolación de sensibilidades modernas. Se trata del horror que desde siempre ha acompañado a la violencia y a la injusticia en toda tragedia que se precie. Tradicionalmente, la tragedia ha aparecido unida a lo criminal y a lo sangriento, pero no nos equivoquemos, no hay nada menos trágico que el goce intrascendente de lo terrible.

 

 

Underground: Liquidación. Por Manolo D. Abad (23/10/2009).

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Si existe un tiempo en el cual las serpientes, los gusanos y toda clase de pícaros hacen su agosto es en la crisis. Aunque ahora comprueben cómo muchos medraron en los días prósperos, estén atentos a esa salida de la crisis que va anunciándose como una especie de juego de la zanahoria con el burro. Ya saben, le ponen a un pobre y noble burrito una zanahoria y seguirá arrastrándose detrás de ella hasta que reviente. Con la crisis, ya saben, primero no existía, luego se percibirían brotes verdes en el pasado marzo; luego, va que en junio, sí que sí; posteriormente, que en octubre, seguro, seguro; y, ahora que ya estamos, parece ser que toca en… no sé, no me importa, aunque -según el FMI (ese al que se hace caso cuando mola y se le reprende cuando no)- la crisis seguirá en España hasta 2012, por lo menos.

Bueno, centrémonos. En medio de esta cruda crisis es cuando más salen a flote los pícaros, los oportunistas, los jetas. A un amigo mío han aprovechado para liquidarle a cuenta de la crisis. Tras casi nueve años escribiendo una columna diaria de un nivel sobresaliente (más de tres mil en todo este tiempo), un cambio de director en su periódico ha servido para echarle. Para añadirle más desfachatez aún, van y le ofrecen seguir… ¡gratis! Tiene gracia esto del gratis porque nunca afecta a los eliminadores, a los encargados de gestionar la miseria, a esos que, atechados en sus despachos, toman siempre la misma decisión: ¡fuera! Y el caso es que los pobrecitos colaboradores son los que dan color con sus artículos y sus opiniones a los periódicos, que, sin ellos, no dejan de ser una máquina de publicar noticias con más o menos gracia. Como los teletipos de antaño, que cuando llegabas a las redacciones marcaban con su ritmo una sintonía sonora del periodismo ya desaparecida. Para esos periodistas-funcionarios, siempre bien cercanos al poder, aquellos que dan color y sentido con sus opiniones a un periódico son sus enemigos, envidiados por su dominio del lenguaje, odiados por destinar su tiempo a esos artículos y dedicarse también a la ficción, abominados por haber conseguido seguidores que esperan -día tras día- nuevos juicios, descubrimientos culturales, conocimientos de otras disciplinas. Aborrecidos porque ellos, esos periodistas-funcionarios, han preferido dedicarse a subir en el escalafón, a negar su posible talento, a entumecer sus neuronas y, por supuesto, a esperar su oportunidad para quitarles de en medio. Tal y como ha pasado con mi talentoso amigo.

 

Ágora, de Alejandro Amenábar: la Historia, espejo del presente. Por Tanja Pérez Hunte (23/10/2009).

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Alejandro Amenábar firma un fresco ambientado en el antiguo Egipto para hablarnos de nuestra época en clave alegórica, utilizando una historia de amor novelesca como soporte dramático encadenador: Davo (Max Minghella), un esclavo del siglo IV, se ve atrapado entre la adopción de la fe cristiana en auge, que podría proporcionarle la libertad, y el amor hacia su bella dueña, la filósofa atea Hipatia de Alejandría (Rachel Weisz). Los que fueran asuntos candentes hace siglos no dejan de serlo a fecha de hoy, según se desprende de la temática de Ágora, entretejida sobre una red de oposiciones entre ciencia y sinrazón, intelecto y sentimiento, conocimiento e intolerancia, escepticismo y religión, amor y odio, etcétera.

La primera incursión amenabariana en el cine de gran presupuesto denota un aprovechamiento coherente de los 73 millones de dólares invertidos, hasta ahora el coste más grande de una producción europea. Los efectos especiales digitales, siempre al servicio de la historia, dejan en evidencia a no pocas películas hollywoodienses el doble de caras.

Al recital digital de esta obra se suma la puesta en escena, tan esmerada como pertinente, de Amenábar, quien, cuando no serpentea por las calles de la tentacular Alejandría, la sobrevuela cenitalmente con objeto de subrayar el alcance universal e intemporal de los acontecimientos en juego (otras veces, el realizador filma a los seres humanos desde arriba, tal que hormigas, significativamente gregarizados).

Más que un peplum kolossal puesto al día, Ágora cuenta ante todo –sin eludir la crudeza, nunca morbosa— la historia de una ciudad devastada en su época por las creencias divergentes en que se (de)batían sus habitantes: paganos contra cristianos, cristianos contra judíos, religisos contra científicos…

Uno de los pocos reparos achacables a este filme de formulación impecable es que quizá resulte más teórico y cerebral de la cuenta, circunstancia ésta que le resta relieve lírico y octanaje visceral, impidiéndole brillar a una mayor altura todavía.

 

ÁGORA. España, 2009. Dirección: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenábar y Mateo Gil. Fotografía: Xavi Giménez. Música: Dario Marianelli. Montaje: Nacho Ruiz Capillas. Intérpretes: Rachel Weisz (Hipatia), Max Minghella (Davo), Oscar Isaac (Orestes), Ashaf Barhom (Amonio), Michael Lonsdale (Teón), Rupert Evans (Sinesio), Homayoun Ershadi (Aspasio), Omar Mostafa (Isidoro), Oshri Cohen (Medoro), Sammy Samir (Cirilo), Richard Durden (Olimpio), Yousef Sweid (Pedro)… Duración: 127 minutos.

IX JORNADAS EN PRAVIA. 3 AL 7 DE NOVIEMBRE. 22/10/09

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Pravia, del 3 al 7 de noviembre/payares de 2009
 
Biblioteca Pública «Antón de la Braña».
 
Martes 3, miércoles 4 y jueves 5
 
Encuentro con escritores en los centros educativos de Pravia.
Participan: Gonzalo Moure, Miguel Rojo y Carmelo Fernández Alcalde       
 
Viernes, 6
 
19:30.           Inauguración.
Intervienen: Pepe Monteserín, representante de Cajastur, Antonio de Luis Solar, Alcalde de Pravia y Carmelo Fernández Alcalde, Presidente de la AEA.

 

19:45.           Conferencia de Leopoldo Sánchez Torre: Del género íntimo,

                       Presenta: Araceli Iravedra, profesora de la Universidad de Oviedo.

20:30.          Conferencia de Pedro de Silva. El latido de lo inhumano.
Presenta: Javier Lasheras, escritor.
 
Sábado, 7

MAÑANA

 
10:00.           Bienvenida del Presidente de la AEA.
10:15.           Armando Murias: La mina en la literatura
10:30.           Francisco Álvarez Velasco: título pendiente de confirmar.
10:45 .          Aurora García Rivas: León Felipe, un referente personal.
11:00.           Esther García López: Muyeres poetes en Valdés, S. XX.
11:15.           DEBATE
11:30.           David Barreiro: Escribir con encanto.
11:45.           José Luis Espina: Sobre la melancolía.
12:00.           Fernando Fonseca: Rosebud y las orejas de burro.
12:15.           Susana Pérez Alonso: El plagio y la indefensión de los escritores.
12:30 .          DEBATE
 
12:45 .          DESCANSO
 
13:00.           Juan María García Campal: ¿Mineros… simplemente vacas… mariposas… ?
13:15.           Mª Luz Pontón: Cuando la realidad supera la ficción.
13:30.           Celia Álvarez Fresno: Mi andadura en el mundo literario.
13:45 .          DEBATE     
 
TARDE
 
17:00.           Violeta Varela: La mujer en el teatro de Cervantes.
17:15.           Jorge Ordaz: Una cuestión de detalles.
17:30.           Sandra Suárez Castaño: Mi vocación literaria
17:45.           Juan José Lage: En torno al fomento de la lectura
18:00.           DEBATE
 
18:15.           Pablo Rodríguez Medina: "La biblioteca (dixital) d’Alexandría.
18:30.           Jose María Ruilópez
: Literatura y política en los autores cubanos.
18:45 .          Pedro Antonio Curto: Literatura, erotismo y deseo.
19:00            DEBATE    
 
NOCHE
 
20:15 .         Entrega de premios del I Concurso de Cuentos La Hilandera
 
20:30.          Espectáculo literario-musical.
                      Lugar: pendiente de confirmación.
                      Intervienen: Pendiente de confirmación.
                      Música: Pablo Valdés
                             Presenta: Manolo Abad
 
00:30.          Recital nocturno
                     Lugar: por confirmar.     
                     Presenta: Manolo Abad

 

Geografías: Fronteras mentales. Por Hilario J. Rodríguez (21/10/2009).

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Según dice una judía tunecina en el imprescindible documental Route 181: Fragments of a Journey in Palestine-Israel (2004, Michel Khleifi y Eyal Sivan), «después de residir muchos años en Israel, he aprendido que aquí da igual si lo tienes todo, porque es imposible disfrutar de la vida». Aunque la anterior resulta una afirmación bastante excesiva, sobre todo viniendo de alguien que se fue a vivir allí de forma voluntaria, seguramente tiene un porcentaje de verdad. Para quienes observamos el conflicto árabe-israelí desde afuera, nos cuesta imaginar un paisaje idílico tanto en Israel como en Palestina, donde el dolor y la sangre parecen moneda común. Sin embargo, no vamos a tratar de analizar el grado de culpabilidad de cada una de las partes enfrentadas en Oriente Próximo, más bien vamos a centrarnos en el problema de las fronteras que dividen allí a las personas, que no sólo son terrestres, políticas, militares o religiosas, sino también sociales, laborales, generacionales o lingüísticas.

 Un lugar en el mundo

Como pone de relieve buena parte de la obra del cineasta israelí Amos Gitai, los problemas entre varios pueblos pueden comenzar con la distribución hidrológica en una zona donde el agua es un bien preciado y al mismo tiempo demasiado escaso o con sus accesos a las rutas comerciales. La estrecha franja de acceso al mar en Irak, sin ir más lejos, fue uno de los factores que propiciaron la invasión de Kuwait a comienzos de los noventa, que luego se saldó con la operación Tormenta del Desierto.

Tal como se describe en las películas de Amos Gitai, la sociedad israelí, además de ser enemiga de sus vecinos árabes, también es una meta para quienes buscan mejores condiciones de vida en la zona. Hasta cierto punto, juega un papel similar al de Estados Unidos con respecto a muchos países latinoamericanos. Así es, al menos, como podemos verlo en películas como Tapuz (1998), Yom Yom (1998), Alila (2003) y Promised Land (2004). La cámara en ellas nos muestra los márgenes de la sociedad israelí, donde hay barrios de inmigrantes, prostitutas introducidas ilegalmente en el país, africanos esperando ser contratados como braceros por algún agricultor…

 Exilios interiores

En Zona libre (Free Zone, 2005), una joven estadounidense (Natalie Portman), una judía (Hanna Laszlo) y una árabe (Hiam Abbass) realizan juntas un viaje a un lugar de Jordania donde todo el mundo se reúne para vender coches, sin que las diferencias de nacionalidad importen. La joven estadounidense está tan afectada por una reciente ruptura sentimental que apenas presta atención a cuanto sucede a su alrededor, ni en los controles de carretera, donde los soldados israelíes amenazan con impedir el paso a su coche, ni a los hombres y mujeres que hay a lo largo del camino, algunos cargando enormes fardos bajo el sol. Tampoco la mujer judía parece preocupada con el posible peligro que puedan correr ella o las otras ocupantes del vehículo en el que viajan, porque lo único que le importa es cobrar el dinero que un hombre le debe a su marido. Y la mujer árabe acompaña a las otras dos por motivos poco claros, quizás porque al fin y al cabo está más alejada culturalmente del cineasta judío Amos Gitai (que al final nos la describe como una inmigrante potencial que quiere huir de la desolación y la falta de perspectivas de su entorno).

Los tres personajes femeninos de Zona Libre dan la sensación de estar por encima de las diferencias que separan a árabes, israelíes y al resto del mundo. Además de compartir un mismo automóvil, son capaces de compartir una comida o una historia personal, dando a entender que hay un territorio común, hecho de pequeños actos cotidianos, donde nada nos distingue a unos y a otros.

 Extranjeros para nosotros mismos

 Amos Gitai ya conoce la intransigencia de su propio pueblo, sobre todo cuando se trata de aceptar opiniones que pongan en entredicho su forma de actuar en los territorios ocupados en Palestina o cualquiera de sus agresiones bélicas a los demás países vecinos. En 1982, el director abandonó Israel después del escándalo que se produjo tras el estreno de Field Diary (1982) y se autoexilió en Francia, desde donde comenzó a viajar a otras partes del mundo, para hacer películas marcadas por una profunda desilusión y por la sensación de desamparo que produce sentirse lejos de casa.

Ni siquiera Zona libre se ha librado de cierto rechazo, aunque en este caso fuesen los judíos estadounidenses quienes más se ensañaron con la película, acusándola de «mostrar hostilidad hacia la existencia de Israel» y de «insultar a la paz». Desde luego, Amos Gitai es muy dado a abstraerse en lugar de expresar argumentos sólidos, lo cual propicia que uno pueda tomar sus obras de muchas maneras, aunque resulta obvio que las sobreimposiciones de imágenes que suele utilizar y las mezclas de pistas de sonido tienen como objeto crear un ambiente visual y acústico de tipo babélico, que tiene mucho que ver con la situación actual de Israel, donde hay un gran número de personas de distintas nacionalidades, y con su futuro. También tiene que ver con el futuro del mundo, cuyas fronteras se muestran cada vez menos capaces de mantener a los pobres a un lado y a los ricos al otro.