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Lenguaje y nacionalismos. Por Javier Ventas. 01/04/2009

 

Tal vez el paso crucial en la historia del hombre, alejándolo para siempre de las restantes especies animales, fue el desarrollo de un lenguaje articulado. En aquel lejano pasado están nuestras raíces más profundas. Entre esos primeros seres humanos y nosotros hay una continuidad en el uso de una misma lengua, ininterrumpida, de generación en generación. Nosotros nos entendemos con nuestros padres en una lengua que tenemos por la misma que hablan ellos. Y nuestros padres se entendieron así con los suyos y creyeron igualmente hablar su misma lengua. Y así ha ocurrido generación tras generación, sin solución de continuidad, hasta remontarnos a los orígenes de la Humanidad.
Hoy los seres humanos estamos esparcidos por los cinco continentes y hablamos multitud de lenguas variadas, que no nos permiten entendernos entre nosotros. Y por ello hemos perdido hace mucho tiempo la conciencia de nuestra unidad. Pero ¿no son ya más que excesivas las divisiones entre nosotros? ¿Por qué seguir potenciándolas o desenterrando las que hubo hace siglos? ¿No sería mejor recorrer el camino contrario, es decir, poner los medios para que todos los seres humanos pudiéramos entendernos?

LA FRAGMENTACION DE LA LENGUA COMUN: BABEL

Todavía en el siglo XVI, los estudiosos del lenguaje no habían descubierto el hecho de que las lenguas evolucionan y se alteran con el paso de los siglos, y se escandalizaban, como muchos aún hoy día, de lo que dice la Biblia, que “toda la tierra tenía un solo lenguaje y unas mismas palabras” (Gen. 11, 1). Mucho menos atisbaban aún que esa única lengua se fraccionara a causa de la división previa que había en el corazón de las personas.

LENGUAS INDOEUROPEAS

Con las figuras de Boop y Rask terminó el período de tanteos y elucubraciones sobre el origen de las lenguas de Europa y su parentesco profundo. Gracias a ellos se supo con la seguridad del conocimiento científico que el griego, el latín (y por lo tanto todas las lenguas romances: italiano, francés, español..), todas las lenguas germánicas (gótico, alemán, inglés…), todas las eslavas (ruso, polaco, checo…), en una palabra, prácticamente todas las lenguas de Europa, proceden por evolución en el tiempo de una lengua única hablada en una época prehistórica (el indoeuropeo). Que, por lo tanto, todos sus pueblos fueron una vez el mismo pueblo. Que la actual diversidad de lenguas y pueblos de nuestro continente es un fenómeno relativamente reciente. Y que a ese pueblo común pertenecieron también los antepasados de los indios y los iranios, hermanos de los europeos alejados en el Oriente. Y, como corolario, quedó científicamente demostrado que las lenguas evolucionan y cambian con el paso del tiempo en forma tan natural como inexorable.

NACIONALISMOS

Pocos factores colaboran tanto a crear conciencia de comunidad diferente como el hablar una lengua distinta. Casi todos los nacionalismos tienen como substrato una minoría hablante de una lengua distinta de la que habla la mayoría.
Puede decirse que entre dos poblaciones hablantes de lenguas diferentes existirá con gran probabilidad conciencia de ser dos pueblos diferentes. Y por el contrario, cuando hay una forma homogénea de hablar en una comunidad, no será difícil que se sientan un pueblo único, una sola nación. No hay medida más eficaz para erradicar los nacionalismos que el suprimir las diferencias lingüísticas. Ni forma más eficaz de potenciarlos que el mantenerlas o acentuarlas. Y eso lo saben muy bien todos los políticos, y no sólo los nacionalistas.
Ahora bien, si el nacionalismo es la ideología y el movimiento político que pone a la nación como único referente identitario de la comunidad política, y parte de estos dos principios básicos:
– El principio de la soberanía nacional: la nación es la única base legítima para el estado.
– El principio de nacionalidad: cada nación debe formar su propio estado, y las fronteras del estado deben coincidir con las de la nación.
En una palabra, si el fin del nacionalismo es la separación y la independencia, ¿que pintan los partidos nacionalistas en esta nación cuya constitución consagra que la soberanía nacional reside en el pueblo español?
Y lo que es peor aún, ¿qué hacen los dos grandes partidos de ámbito nacional (PSOE, PP) potenciando el uso de otras lenguas si eso es lo que más fortalece los nacionalismos?
A todas luces, hemos caído en una profunda contradicción y las cosas tienen consecuencias, no se puede mirar para otro lado, antes o después, está situación acabará "rompiéndose" por alguna parte. Una vez que el proceso nacionalista está en marcha, es muy difícil pararlo. Como dice un refrán australiano: "si le das galletas a un ratón… luego querrá un vaso de leche". Aquí, en realidad, el ratón es el político, y claro que el proceso se puede parar, sólo es necesario que sus votantes comprendan que él se lleva las galletas y el vaso de leche y ellos los problemas y las dificultades.

( Métodos de los nacionalistas (y sus cómplices PP-PSOE) para imponer la lengua: obligar a usarla a estudiantes y profesores de su comunidad; multar a los comercios que rotulan en castellano; intimidar… Ver un ejemplo de intimidación en el siguiente enlace http://www.nacionespanola.org/esp.php?articulo1599 )

 

 

Para detener lo fugaz. Por Alfonso López Alfonso. 31/03/2009

Para detener lo fugaz recomendaba Julio Llamazares en Escenas de cine mudo fijar la vista en las cosas efímeras: esas nubes que pasan, por ejemplo, o las bolsas de plástico que arrastra el viento y un personaje de American Beauty se entretenía en filmar con cámara digital. Retener ese tipo de detalles es un acto inconsciente. Sucede, sin más. Por alguna razón esos detalles se alojan en la memoria y acaban por producirnos mucho tiempo después algún brote de esa enfermedad que tiñe el alma de sepia y atiende al nombre de melancolía.

 

Para detener lo fugaz, dice también Llamazares, hay que tener claro que el azar es lo único que permanece. Cierto. Bien cierto, y como constante que es en nuestras vidas, será el caprichoso azar el que se encargue de rescatar esos momentos que alojamos en la memoria y a los que damos un tratamiento especial a pesar de que nos producen cierta… no sé, como tristura. La melancolía, ese recuerdo de una emoción que quizá nunca sentimos, esa apropiación azarosa de alguna instantánea que en su momento creímos ver pasar sin darle mayor importancia para recuperarla después medio ahogados por un vuelco del corazón, se parece unas veces a los cuadros de Hopper, a algunas películas de Win Wenders, al cine de Jim Jarmusch, de Wong Kar-Wai, de Isabel Coixet, o a las novelas de Julio Llamazares y la prosa de Xuan Bello, pero otras veces se parece a las cosas más extrañas, se parece a los árboles en flor, cualquier primavera, o a las motas de polvo que flotan en una habitación y se dejan ver debido a los rayos de sol que pasan tamizados por los agujeros de una contraventana en una vieja casa de pueblo; se parece a los cuentos de Poe, a Las ratas, de Miguel Delibes, a Mazurca para dos muertos, de Cela; a una canción de Antonio Molina, a otra de Tino Casal o a una rumba de Melendi; se parece a las manos de Audrey Hepburn o al puro que fumaba George Peppard en la furgoneta, con todo el Equipo A. Se parece a las cosas más raras.

 

La melancolía es siempre una película vivida, es la primera colaboración entre cine y literatura porque, producida por los sentidos –el olor de un desván, el sabor de las cerezas o la tersura de una mesa de madera pueden desatarla- acude siempre a nosotros en imágenes; en imágenes que tratamos de explicarnos con palabras –supongo que bastante a menudo sin conseguirlo-. Nuestros momentos melancólicos son cortometrajes con guión y realización propios. Son nuestros, los producimos y, sin embargo, en buena medida se nos escapan porque también pertenecen al azar. La melancolía somos nosotros y el mundo como representación, como anhelo disfuncional entre lo vivido y lo por vivir; somos nosotros en un punto equidistante entre los que fuimos y los que seremos, y también entre los que nunca fuimos y los que nunca seremos. La melancolía es una cosa muy rara que se produce porque somos capaces de retener inconscientemente lo fugaz y proyectarlo hacia delante para darle algún día alcance; un día que ya no somos los que éramos, ese día en que llega una imagen no sabemos de dónde y nos hace ponernos tontorrones, quizá significando algo completamente distinto a lo que significó para nosotros aquel otro día del pasado en que siendo otros logramos retenerla.

 

Jazz en la madrugada Por Juan García Campal. 31/03/2009.

 

A Jazz, mi perro, in memorian

  

Hoy la casa tiene un eco extraño,
un retumbar infinito a cosa vacía.
Y sin embargo, todo es silencio,
Bueno, todo no,
que cada movimiento y cada
rincón susurra y llora de tu ausencia.
 
Hoy me he levantado, como siempre,
ya sabes, temprano, a recibir el día,
a celebrarlo, pero lento, muy lento,
más viejo, diría, más acabado.
Cómo pesa tu nada, cómo cansa tu herida.
 
Y aún sabiéndote ya no, ando sigiloso
la casa toda. No voy a molestarte,
ya no temo tus urgencias, ni tu protesta
por mis rarezas, tu mirada resignada.
 
Hoy te he imitado.
Me he venido a mi rincón, a ensoñarme
de ti, a que tu recuerdo me lama el alma,
a recorrer, sin moverme,
sendas y playas,
a recoger de la nada tus miradas,
a estremecerme de tus miedos,
a emocionarme de tus sueños
a alegrarme de tus sorpresivas llegadas,
a lanzarte mi mirada, a esperar tu rabada,
a sentir tus arranques de mimos,
¿los que pedías?, ¿los que me dabas?
 
Hoy ya no hay nota negra en casa.
Toda partitura está blanca.
Hoy ya no hay Jazz en la madrugada.
Hay ausencia y vacío y memorias
y, no sé, algo así como una sombra,
que me acompaña.


Poesía. Por Rubén D. Rodríguez. 31/03/2009

Cómo arde la noche en mi memoria
esa única llama que es la noche,
y para encontrar la carne extravagante
que ilumina estos días
son fatales los recuerdos
o las excusas tontas
que no nos llevan a ninguna parte:
“no me hace caso en el baile
o es demasiado bella para saborear hoy su cuerpo”.
No importa, la duda es parte del juego,
así que te acercas
en el momento que menos se lo espera,
y conversas sobre la música y sus grupos
de música favoritos,
sobre el alcohol y sus propiedades,
sobre el rostro y sus complicidades perversas,
luego huyes,
al refugio seguro
de la barra más próxima,
bebes, te dejas arrastrar –de nuevo por el baile,
y observas a otro presa,
y recuerdas
que otra noche más volverás solitario
aullando y sin saber ni tan siquiera
que hubiera sido mejor
-al calor de la fiesta-
destrozar a mordiscos
aquel cuello solitario
o dar un casto y helado beso
a la diestra y siniestra.
 
 
 
 
Apenas ya te reconozco
amiga mía,
que fuiste no hace mucho tiempo
la reina de las fiestas,
la mujer volcán, Herculano,
en plena efervescencia.
hacer lo imposible
morir de hambre,
danzar mientras bailabas
a poco metros,
mirarte de reojo
para luego reinventarte.
No queda ya nada de todo eso
sólo que el tiempo
y sus circunstancias han variado
si ya no existes en mi mente
date por muerta
porque en esta noche bárbara
de excesos y amigos
no se hacen prisioneros,
sólo faltaba que hagas ahora
el papel de mujer loca enamorada,
y me digas que te acuerdas
uno a uno de todos mis movimientos,
de mi ginebra favorita
de cómo observabas oculta,
aquella forma extraña y primitiva
que tenía
de morder cuellos ajenos.

En la pecera. Por Santiago Bertault. 31/03/2009

He conocido camellos y dromedarios
En ciertos desiertos y vergeles
 
He escalado sus jorobas
En busca de agua
Aunque la sed nunca me buscase
 
Y no importa el arca de Noé
De animales sin líquido
 
No importa escribo
 
O es mas os pregunto:
 
¿Importa el paraíso?
 
Si somos mercancía importada
Y la aduana y sus tasas
Nos deportan
 
Y otros nos portaran
En finas urnas de polvo de mar
 
Y algunos en un futuro atarán
Nuestros huesos
Cuando por nuestra existencia
 
Se callen al andar
Su sendero de morir
 
(Del poemario inédito Un burro ciego de alfalfa)

Lenguas. Por José Ángel Ordiz. 30/03/2009

En la novela que estoy leyendo (Sal, de García Rubio, quien casi me arruina con ese título el título de mi último relato, aún en periodo de reposo tras las correcciones ¿finales?) hay un personaje que habla en asturiano, como más o menos hablamos algunos en la región, y entonces, cuando así habla ese personaje, me percato -una vez más- de que no sé escribir en asturiano. Afortunadamente, la máquina de hacer novelas (cito a Eco), es decir, el diccionario de la lengua española, contiene una amplia selección de las voces y acepciones típicas de nuestra región, y así puedo escribir “parva de cucho”, o “esfoyaza”, sin que ello suponga un enigma indescifrable para el lector de otras regiones y, al mismo tiempo, sin desvirtuar en exceso el ambiente asturiano que preside la mayoría de mis historias.

Está bien que haya múltiples lenguas en el mundo, son historia viva, son cultura, pero echo en falta, en esa multiplicidad mucho más justificable que las banderas, que las fronteras, una lengua común que nos permita, al menos, una comunicación básica, elemental, entre todos; algo así como el latín de los clérigos, o el lenguaje de signos de los mudos (tampoco son universales esos signos, qué nueva decepción para mí cuando me enteré), o un esperanto más exitoso. Ahora se está imponiendo el inglés. Bien veremos, dijo un ciego. A mí se me antoja demasiado complicado, pero quién sabe: el futuro es de los jóvenes, no mío. De todos modos, me explicó una vez un sabio que, desde el punto de vista económico –y el dinero gobierna el mundo, que nadie lo olvide-, no interesa esa lengua común que yo tanto ansío.

Sí, la deseo con vehemencia cuando intento hablar con el niño que apadrino. Me da las gracias desde la distancia, desde una selva sudamericana, en la única lengua que conoce, el maya; pero precisamos traductor, y a saber qué le cuenta ese traductor -por muy bondadoso y amigo mío que sea- al niño cuando yo le hablo de nuestras fiestas, de las orquestas, de los caballitos, de voladores que son pura dinamita. “Pronto sabrá español”, me asegura ese bondadoso amigo mío, un Jesucristo actual. “Bueno, pero que no pase hambre por aprenderlo”, le contesto yo desde Oviedo, y añado: “Y que aprenda antes a jugar, a divertirse, a mirar sin esa tristeza con la que me mira en la foto”.

Con tristeza y con miedo, por lo que no le hablaré más, a través del Jesucristo traductor, de nuestras dinamitas volantes. Sólo de las orquestas, de los caballitos. De todo lo bueno que Roberto Fuente (así se llama mi Jesucristo) y yo deseamos para él.

 

Las manos pequeñas de Andrés Barba. Por Herme G. Donis. 27/03/2009

Las manos pequeñas

Andrés Barba

Anagrama, Barcelona, 2008

El joven madrileño Andrés Barba (1975), después de la publicación de libros como La recta intención, Ahora tocad música de baile y Versiones de Teresa, todos ellos con excelente acogida por parte de la crítica, publica ahora Las manos pequeñas, una novela corta en donde el autor nos ofrece una historia poco complaciente que gira entorno a ese mundo de la infancia tantas veces exaltado como la verdadera patria del hombre, pero no siempre lleno de juegos felices.

 Las manos pequeñas, heredera -salvando importantes distancias- de obras como Otra vuelta de tuerca, de Henry James, Los cuchillos de Midwich, de John Wyndham, de algunos relatos de Stoker como Las almas gemelas o, para quedarnos en casa, de la novela de Juan José Plans El juego de los niños (llevada al cine en 1976 por Narciso Ibáñez Serrador con el título de ¿Quién puede matar a un niño?) nos pone en antecedentes de algo que no por sabido deja de impresionarnos: la demostración de que el alma candorosa de un niño puede albergar una gran dosis de maldad y de violencia

Marina, la protagonista de Las manos pequeñas, a los siete años pierde a sus padres en un accidente de tráfico. Sin familiares que se puedan hacer cargo de ella, es trasladada a un orfanato. De la mano de una muñeca “densa y pequeña”, la niña es encerrada en un ambiente hostil en el que enseguida va a verse envuelta en sentimientos tan ambivalentes como son la admiración y el rechazo que su actitud solitaria y aparentemente autosuficiente, provocará en sus compañeras.

El libro, escrito de una forma seca, sin símbolos, hermética y sin ningún intento de justificación del mal –cosas que contribuyen a dar a la novela un enfoque que la salva de lo ya conocido- es  narrado por boca de Marina y por una segunda voz desconocida, pero que bien podría ser la de todas las niñas que envidiaron las historias vividas por Marina fuera de los muros del orfanato y se sometieron al juego diabólico impuesto por ésta.

Indudablemente, Las manos pequeñas no es la novela imprescindible que muchos críticos de campanillas tendrán que hacer ver, presionados quizá por la fuerza de las editoriales, pero las ciento ocho páginas por las que se desarrolla esta historia de amor y odio provocados por sentimientos no comprendidos, se leen con interés . Andrés Barba, en otra vuelta más de rosca, nos sumerge con maestría en la desconcertante vida infantil siempre llena de luces y de sombras y nos hace ver que los niños, en su núcleo pequeño de extrañezas, pueden llegar a ser tan peligrosos como los adultos.

 

Geografías. Entrevista a Elvira Navarro. Por Hilario J. Rodríguez. 26/03/2009

Existe una diferencia importante entre la literatura y los libros. Se trata de una diferencia sutil aunque significativa. La ciudad en invierno (Caballo de Troya, 2007) es un buen ejemplo para explicar lo anterior: quiere contar sin necesidad de vender. Las negociaciones no van con Elvira Navarro. Como seguir sus reglas o no hacerlo es cosa nuestra, dejemos el centro narrativo del libro y vayamos a las periferias, abandonemos la pureza de las protagonistas de sus relatos y concentrémonos en el escenario de las historias, huyamos de los aspectos obsesivos (el mal, el odio, la rebeldía) y observemos los interludios aéreos (el humor que irrumpe de pronto, la sensación de libertad en medio de la tormenta, la testarudez como mecanismo de defensa)… Con esos cambios quizás perdamos la precisión de la literatura menos emocional, pero habremos ampliado nuestra capacidad para observar el aislamiento en el que siguen viviendo muchos jóvenes, en una época supuestamente «conectada».

 

 —Antes de llegar a La ciudad en invierno, hubo un proceso, una destilación…

La destilación consistió en digerir y luego atreverme. Por un lado admiraba mucho a ciertos autores que decían que la literatura sólo debía mostrar, y por otro venía de la filosofía, que es todo explicación. Yo basculaba entre ambas cosas: quería escribir sólo mostrando pero a la vez fundamentando, y eso era esquizofrénico. Lo resolví de pronto, un día.

 —Parece como si en tu caso las ideas cobrasen forma a partir del proceso de escritura y no viceversa.

Al principio tengo algunas intuiciones o ideas, pero si por el camino no encuentro otras, el proceso no me sirve, pues el libro se acaba convirtiendo en una especie de tesis doctoral: páginas y páginas para demostrar ideas o intuiciones que ya estaban al principio. Si no descubro nada (da igual que el descubrimiento no sea gran cosa, el caso es que se dé) ni aprendo, me da la sensación de no ir a ningún sitio.

 —Tu idea de la literatura, curiosamente, muestra cierta intransigencia hacia la literatura.

Bueno, la verdad es que ahora mismo estoy en crisis. Una crisis buena. Lo único que tengo claro es lo que te he dicho antes de la literatura como investigación y aprendizaje, pero lo personalizo para no ir por ahí sentando cátedra. Mis ideas me valen a mí.

 —Imaginemos que tu libro es una novela y un conjunto de relatos al mismo tiempo, dos posibilidades que quizás no tenías previstas pero que proporcionan dos formas de entenderlo.

Cuando llevé el libro a Caballo de Troya, lo hice sin leer el conjunto. Ahí hubo un poco de irresponsabilidad por mi parte, aunque si di el paso de intentar publicar fue porque en el fondo estaba segura de que funcionaba como libro de relatos. Lo que no se me pasó por la cabeza es que fuera a leerse como una novela, y que por tanto se entendiera de otro modo. Ahora creo que, aunque no se hubiese leído como novela, la lectura no habría sido demasiado distinta. Se habría perdido el sentido que da la acumulación, con las extrañas elipsis que van de relato a relato o de parte a parte, pero la voz, el tono y el ambiente moral son parecidos en todos los relatos (o partes), y esto es —creo— decisivo.

 —¿Escribiste cada una de las partes siguiendo el orden cronológico de la historia o eso vino después?

La secuenciación —que sigue diferentes edades de la protagonista, desde su niñez a su adolescencia— la concebí al final.

 —En las cuatro piezas se despliega una especie de aprendizaje.

Yo no diría eso. Lo que hay es una rebelión contra una autoridad que intenta imponerse de diferentes maneras: mediante el chantaje sentimental; mediante la estigmatización, aunque esté hecha desde la buena fe; y mediante los ritos de iniciación adolescentes, a los que la protagonista se resiste.

 —A veces la desnudez estilística proporciona expresividad, otras candidez.

Los libros nos reflejan. El primero en mirarse en ellos es el autor, yo en este caso. Soy expresiva (aunque hable poco) y cándida, y eso se traduce en un estilo. Lo que ya no sé es si la desnudez estilística proporciona siempre expresividad o candidez, o las dos cosas.

 —¿Sientes que los lectores, además de apreciar el libro, te han descubierto algo sobre él?

 Los lectores me lo han descubierto casi todo. Cuando escribo estoy como enharinada, y veo muy relativamente. Sé lo que estoy contando, pero por este enharinamiento se me escapan muchas cosas. Yo no sabía que había escrito un libro tan negro. Algunas de las críticas me asustaron, y me planteé si merecía la pena mostrar tanta oscuridad. En este sentido, siento una responsabilidad moral. Creo que un libro debe de aportar algo bueno. El caso es que a la protagonista se la ha visto como a una víctima, como a un ser pérfido o como a una caprichosa insoportable. El libro se ha leído como una novela de aprendizaje y también como de anti-aprendizaje. A algunos les gustaba porque ofrecía respuestas, mientras que otros únicamente han encontrado soledad y dramatismo. También hay quienes le han sacado el lado humorístico y juguetón.   

 —Jean-Luc Godard decía que «un travelling es una cuestión moral», la literatura para ti es…

Lo mismo. Es una cuestión moral en la medida en que trato de dar lo mejor de mí, para mí misma y para los demás.

 —Imagina que, en lugar de haber escrito un libro, hubieses compuesto un disco. ¿Qué sonidos estaríamos escuchando?

Me gusta que me hagas esta pregunta, porque yo a la protagonista siempre la imaginé con la música de Faith, de The Cure. Te dejo aquí una muestra: http://www.youtube.com/watch?v=wIvdicEo7II


TEXTO

– Vamos a hacerte un strip-tease, así que tienes que sentarte- le dijo al ciego, que diligente arrastró una silla hacia el centro del salón.

 – Tienes también que quitarte la ropa – añadió, y no pudieron evitar la risa nerviosa al verlo desprenderse de la camiseta, los pantalones y los calzoncillos, levemente abultados por una picha pequeña y erecta.

– ¿De qué os reís, pequeñas zorras?

Vanesa y Clara no contestaron, y con los pechos al aire y portando los cordones de los patines, se acercaron al ciego y dejaron que éste les acariciara levemente, muy levemente porque Clara dijo:

– Todavía no puedes tocarnos. Pon las manos por detrás de la silla.

El ciego obedeció mientras murmuraba obscenidades, y Vanesa y Clara se lanzaron a aquellas manos sudorosas, amarrándolas fuertemente a las patas, y luego a los pies, y el ciego entonces se puso tenso. “¿Qué hacéis? Quiero poder moverme”, y Vanesa y Clara no contestaron porque estaban tan nerviosas que no sabían qué decir. “Quiero poder moverme”, repitió, y entonces Clara y Vanesa le pasaron los pechos por los hombros, mientras se miraban y hacían gestos de asco. El ciego murmuró “Ahh”, y se relajó. Vanesa fue hasta la cocina y cogió un paño, y cuando el ciego volvió a murmurar: “Ahh”, se lo ensartaron entre los dientes y se lo ataron a la nuca.

Primero intentó gritar, y luego comenzó a revolverse furioso y a dar saltos. Vanesa y Clara lo observaban mientras se reían a carcajadas, hasta que vieron que la silla estaba a punto de quebrarse, y entonces les entró miedo.

– Los vecinos – murmuró Vanesa, y agarraron la silla, pero el ciego tenía más fuerza.

– Vámonos – dijo Clara.

– Hay vecinos, ¿no los oyes? – volvió a repetir Vanesa. Desde el descansillo de arriba, o tal vez era el de abajo, llegaban algunas voces apagadas. El ciego seguía estrellando la silla contra el piso, haciendo un ruido atronador.

– ¿Lo desatamos? –preguntó Vanesa.

– No podemos.

– ¿Qué hacemos?

Clara cogió un enorme martillo de la estantería y le asestó un golpe en la nuca. El ciego dejó de moverse.

– Dale tú otro – le dijo a Vanesa.

– No quiero.

– Eso no vale.

Vanesa agarró el martillo y le golpeó la frente, en la que rechinó un ruido seco y quebrado que les puso la carne de gallina. En silencio esperaron a que los vecinos desaparecieran y a que las luces del descansillo se apagaran. Por suerte, el ascensor estaba allí, y al salir del edificio no se toparon con nadie. En la calle echaron a correr y se subieron al primer autobús que encontraron para bajarse tres paradas después y coger un taxi hasta el paseo marítimo. Se sentían como en una película de espías, y por el camino pudieron incluso comprarse unos cordones nuevos para los patines.

 

                                                           Fragmento de La ciudad en invierno

Made in Arriaga: Lejos de la tierra quemada. Por Tanja Pérez Hunte. 26/03/2009.

Finalmente el guionista mexicano Guillermo Arriaga se ha estrenado como realizador de largometrajes con Lejos de la tierra quemada (The burning plain), imagino que movido por la necesidad de trasladar el mismo a la gran pantalla determinadas historias, demasiado suyas como para delegar en otros directores la tal responsabilidad artística.

En este filme nos cruzamos con destinos varios. El de una caravana que explota misteriosamente en medio del desierto con una pareja dentro; el de una joven mujer (Charlize Theron) que dirige un restaurante y bajo cuya seductora apariencia late el tormento de un oscuro secreto; el de una adúltera ama de casa madre de cuatro hijos (Kim Basinger) y su amante (Joaquim de Almeida); el de los hijos de ambos (Jennifer Lawrence y J.D. Pardo); y el de una niña a punto de quedarse huérfana. Son los protagonistas de un drama coral que alterna, haciéndolos entrechocar, tiempos, espacios y mundos diferentes para explicar que todos los caminos de la culpa llevan a la redención.
 
Un relato con estructura de rompecabezas que, en un arco cronológico de quince años, transcurre en múltiples idas y venidas entre el pasado y el presente, siguiendo los pasos de personajes que, en un primer momento, no tienen grandes cosas en común a ojos del espectador. Estamos, por tanto, ante el estilo narrativo característico de Guillermo Arriaga, el escritor de Amores perros (2000), 21 gramos (2004) y Babel (2006), guiones puestos en imágenes por su compatriota Alejandro González Iñárritu, y de esa maravilla titulada Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005), ideada para un Tommy Lee Jones metido a cineasta desde una hermosa voz propia con ecos de Sam Peckinpah.
 
Si tenemos presentes anteriores trabajos arriaganos, la fórmula de construcción puede parecernos un poco mecánica. Por encima de los resortes de una intriga que percibimos artificial, de fórmula un tanto postiza, y de la que vislumbramos enseguida los fundamentos, está el vigor de la interpretación de un espléndido reparto en estado de gracia. Gracias al buen hacer de éste, al final acaban emergiendo del dispositivo narrativo emocionantes retratos cruzados de mujeres, servidos por actuaciones admirables.
 
Charlize Theron y Kim Basinger, dos grandes estrellas representativas de las épocas cinematográficas a las que respectivamente pertenecen, hacen justicia a su rango, el cual defienden con fascinante pasión. Entre ellas dos irrumpe la enérgica revelación de la joven Jennifer Lawrence, todo un temperamento que llama desde ahora mismo a las puertas de los más ambiciosos proyectos de Hollywood.

 

Underground: Todo el mundo cree. Por Manolo D. Abad. 25/03/2009

 

Es otro de los síntomas del Nuevo Milenio, aunque ya se venía gestando desde hace décadas: Las personas se creen capaces de realizar cualquier tipo de actividad, por variopinta que sea, con la habilidad de un maestro. Cuando esto llega al mundo de la literatura o del periodismo, la cota alcanza niveles de delirio total: Surgen, así, auténticos especialistas. Críticos magníficos y plenamente versados de literatura, cine o música; expertos en crónica negra, moda o deporte; autores que mencionan a otros autores con una ligereza digna del osado, autores que no han leído más que el resumen de la contraportada de los libros que coronan su biblioteca. Críticos que jamás han escrito una crítica. Expertos que deslizan errores cada vez que uno rasga más allá de la superficie.

 No deja de resultar curioso cómo cuándo más fácil resulta acceder a los conocimientos, aparecen expertos y críticos por doquier que ignoran, ignoran con supina mendacidad, cometen errores porque les importa un pepino contrastar, porque -sencillamente- no han aprendido a hacerlo. Y así, conducidos por un coche sin frenos nos dirigimos a un abismo donde todo está permitido, donde todo el mundo cree saber. El mando termina en punta y no se comparte, de ahí que uno ha de comerse tantos errores, tanta supuesta sapiencia que no es sino una ignorancia travestida por la osadía de aquel a quien le importa un pimiento la materia tratada y el público al que se dirige. ¿Ejemplos? No voy a dar nombres, pero ahí van un par. Recuerdo a un jefe de cultura de un periódico que deslizó en un artículo, presuntamente sesudo, pseudocrítica musical de bajos vuelos, que Nick Cave era ¡estadounidense! No hace falta buscar mucho para saber que Cave es australiano. Datos, datos, pero lo peor llega en el momento de las opiniones. Aquí tuvimos uno de esos ejemplos tan preclaros que resultará difícil olvidarse: Tras el desastroso concierto que en la edición del Festival de Cine de Gijón 07 perpetraron Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, la jefa de cultura de un diario se marcó una ¿crítica? que más parecía una declaración de amor al rubio y torturado cantautor de una quinceañera en celo. Más: Le publican a un chavalete, de cuyo nombre no puedo acordarme, una ¡tesis! sobre la movida madrileña donde el autor comentaba, con toda ligereza, que Joaquín Sabina formaba parte de ella. Para cualquiera con una mínima bibliografía básica (el Música Moderna, de Fernando Márquez, y el excepcional Sólo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña, de J. L. Gallero, esta barbaridad habría resultado imposible. Porque si existió alguien anti-movida madrileña ese fue Joaquín Sabina, junto a otros como El Gran Wyoming, por ejemplo.

Se confunde crítica con comentario o con crónica periodística. Para estos adictos al todo vale, la frivolidad sólo les permite ir de presuntos graciosos, que eluden la contienda intelectual y de opinión recurriendo al chascarrillo, con esa pseudosimpatía tan ¿"cercana al público"?

 Y así estamos: Con la necesidad de opiniones, estemos o no de acuerdo, versadas y en manos de ignorantes que amplían su campo de acción, convencidos de que eso está chupao. Y, amigos, ni mucho menos eso está chupao. Aunque ellos lo crean y pretendan hacerlo creer.