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El fado y el mar. Por Ángel García Prieto. 26/02/2009

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"Mi amor es marinero
y vive en alta mar (…)
Corazón que nace libre 
no se puede encadenar"
(Manuel Alegre en "Meu amor é marinheiro")
 
El fado es, con palabras de Anibal Nazaré "todo lo que digo y lo que no sé decir" y aunque en el caso concreto de la entradilla que acabamos de citar haga del mar un símbolo sencillo de cierta forma de libertad, el fado es difícil de definir. Se dicen de él cosas muy diversas, a veces poéticas, adjetivos que lo acotan demasiado o tópicos universales y sobre este canto hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma. No sólo las palabras, también la melodía, los tonos, el vibrato (gemido), los gestos, la indumentaria…cantan, lloran, ríen, expresan los celos, la añoranza, el amor a la madre, la soledad, el orgullo de la tierra o la esperanza y la lejanía de la separación. Su nombre tiene que ver con el fatum latino, que hace referencia al destino y a los ineludibles deseos de los dioses. ”Es un estado del espíritu”, decía la gran fadista Amália Rodrigues.
 
Hay varias teorías sobre su origen, que pretenden verlo surgir de la influencia árabe, de las colonias africanas, los ritmos del Brasil, pero también de los cantos marineros: "El fado nació un dia / cuando el viento apenas soplaba / y el cielo prologaba el mar / en la amura de un velero / en el pecho de un marinero / que estando triste cantaba", como dice la letra de José Regio para el fado "Fado português", cuya música es de Alain Oulman.
 
 
Escribió Fernando Pessoa en 1929 que “el fado no es alegre ni triste”. Depende. Aunque hay de todo, predominan los fados con una cierta tendencia a lo dramático. Parece como si muchos fados se hubiesen escrito después de momentos de crisis, o bajo la atmósfera de una ruptura, o al menos de una lejanía de lo amado. Sus letras hablan mucho de destino, de la esencia del alma portuguesa, de cansancios de todo tipo, de deseos insatisfechos. Aunque no la aborden directamente, la tristeza ronda en muchos de ellos. Se puede combatir la tristeza de la lejanía con el recuerdo de lugares concretos, como los barrios de Lisboa o los muelles – cais – del puerto, con el amor por los elementos que forman parte de la vida o con detalles que personifican esos recuerdos, en las canoas y gaviotas – gaivotas -que cruzan el río Tejo y acompañan a los barcos cuando se van o cuando llegan. También el fado idealiza los escenarios y retrata momentos concretos de la vida marinera, pues la presencia del mar y el espíritu de aventura conforma el alma portuguesa: “Hay siempre un Vasco da Gama/ en un marinero portugués”. Pero la lejanía que esto supone se convierte también en una muerte lenta: “Partir es morir un poco/ y el alma, de alguna manera/ muere dentro de nosotros”. El fado alimenta un sentido fatalista, que, sin embargo, entronca con la pureza de los buenos sentimientos: “El dolor de quien parte es demasiado/ es mucho peor que morir”. Todo esto no se entiende, además, sin la presencia, o ausencia, del amor: “Habla de amor/ un amor tan grande/ que perdí/ que me dejó”, o “El tiempo no pasa nunca/ cuando te tengo a mi lado”. El fado se convierte así en la mejor manera de viajar por los canales del alma: “Cantar es mi verdadero fado/ con pena o con amor en el corazón”; “Creo que el fado tiene raza/ aunque no fuese creado/ para cantar la desgracia”. En el fondo, se trata de una canción dirigida a un corazón que siente la debilidad de la nostalgia y la fragancia gris de la saudade. Una de esas palabras clave en el alma portuguesa, que también tiene un significado ambiguo; José Hermano Saraiva la define como “un dolor de la ausencia y una prolongación de la presencia”; para Camané, joven pero consolidado fadista, la saudade es “un modo de vivir la ausencia, sabiendo que pasará”, sentimientos que tienen muchas personas, pero siempre muy presentes en las gentes del mar.

Humildad. Por Javier Lasheras. 26/02/2009

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GUSTAVE KLIMT y los artistas pertenecientes al movimiento de la Secesión creían en el ideal de la Gesamtkunstwerke, «la obra de arte total», que era algo más que un intento de sintetizar las artes. Creían que la vida bien vivida y bien dotada, podía ser una obra de arte por derecho propio. En la actualidad vivimos en un estado líquido y caótico que, lejos de querer ordenarse, parece que tuviera tendencia al colapso. No creo que los tiros vayan por ahí. Soy un escéptico poco convencido. En todo caso, sí que me gustaría asistir al nacimiento de una nueva época marcada por el sosiego, tan deseable para la consecución de la felicidad como para la creación de cualquier obra de arte. Pero la felicidad, claro, casi siempre es un lugar resbaladizo, como lo es el concepto en el que se definen las obras de arte. Para que la obra y la felicidad permanezcan hay que aprender a quererlas, hablar con ellas y luego cuidarlas con tiempo y paciencia. Es decir, trabajo y humildad a toneladas. Lo contrario es ponerse los cuernos, engañar al arte y a la vida. Engañarse con la felicidad puede resultar patético, ingenuo o incluso dramático. Con el arte, siempre ridículo.

Geografías. Entrevista a Eva Puyó. Por Hilario J. Rodríguez. 25/02/2009

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 Autora: Eva Puyó.
Título: Ropa tendida.
Año: 2007.
Editorial: Xordica
Medidas: 13 x 20 cm.
Páginas: 120.
Precio: 12 euros.
 
 
Si un libro como Utilidades de las casas (Caballo de Troya, 2006), de Isabel Cobo, nos trae a la memoria el legado que dejó Julián Ayesta en la literatura española, Ropa tendida (Xordica, 2007) tiende lazos con el universo de Carmen Laforet. De los escenarios pasamos a los personajes, del ámbito familiar pasamos a la familia. Tras el orden cósmico, entramos en el desorden emocional. Sin tremendismo ni falsa retórica, con elegancia, Eva Puyó despliega un mundo misterioso que no se imprime de forma inmediata pero que perdura.
 
Ropa tendida borra la frontera entre el libro de relatos y la novela.
Siempre pensé que había escrito un libro de relatos, pero alguna gente lo leyó como si fuese una novela. Si hubiera podido contarlo todo en un relato, no me habría sido necesario retomar a los mismos personajes una y otra vez. He ido hurgando en los sentimientos contradictorios que inspira la familia, y es esto lo que ha salido.
 
—El ritmo narrativo es minucioso, demorado, cada frase imprime una imagen de forma nítida.
Casi todos los relatos parten de una imagen visual: una operación de varices, unas flores que se regalan para «sanar» a una persona desgraciada, las réplicas en bronce de unos muñecos infantiles de plástico… El propio título del libro es muy gráfico, creo.
 
—La cronología suele ser anómala, con continuas fugas.
Fui escribiendo los relatos a lo largo de tres años. Comencé con una historia en la que un padre encarga unas baldas para hacer una estantería para los cedés de su hija. Después, seguí tirando del hilo y surgieron las demás historias, que van desde la niñez de la protagonista hasta que se marcha de casa. En realidad, Ropa tendida no es un rompecabezas, ya que faltarían muchas piezas. Tiene más que ver con los recuerdos familiares: unos vienen y otros no, no hay manera de gobernarlos. La memoria es caprichosa.
 
—A veces el estilo parece competir con la intensidad.
En el libro he tenido alguna «veleidad» en lo que se refiere al estilo. Por ejemplo, cambié de persona (de la primera a la segunda) en un par de relatos. Pensé que el lector iba a aburrirse de escuchar siempre la misma voz. Ahora mismo me arrepiento. Creo que si una historia es poderosa, no es necesario realizar experimentos, que muchas veces desconciertan al lector. Cuando corregía los relatos me preocupaba más de «quitar» que de «añadir».
 
—También la precisión entra en conflicto con las soluciones narrativas, que a veces parecen inacabadas.
He intentado cerrar las historias, aunque algunas quedan un tanto suspendidas. Es como las relaciones familiares: normalmente no tienen un final definitivo. Cuando uno se va de casa se dice que se «independiza», y lo que en realidad sucede es que está construyendo una nueva relación con sus padres, muchas veces más armónica.
 
—Me da la sensación de que escribes en blanco y negro, no en color.
Sin embargo, he tenido una infancia y una juventud muy coloridas. Soy de la generación de los caramelos Chimos, del grupo Parchís…
 
—Una familia, vista desde afuera, resulta misteriosa por muchos motivos: su comportamiento, sus deseos, sus interrelaciones…
Creo que no hay ninguna familia a la que se le pueda aplicar el término «convencional». Ropa tendida, de hecho, muestra lo peculiar que puede ser cualquier familia.
 
—Te inclinas más hacia la comprensión que hacia la ternura.
En el ámbito familiar donde yo me he movido no somos propensos a muestras de cariño encendidas. Creo que la ternura que muestro en el libro es soterrada. Los personajes muchas veces no se dan abrazos pero mantienen ciertos ritos, como el brindis por Navidad.
 
—Acentúas más el pasado que el presente.
El libro es una mirada hacia atrás. En un momento, uno de los personajes dice que hace unos años todos los miembros de la familia se sentían muy desgraciados. A lo mejor con el tiempo las circunstancias no han cambiado, pero han aprendido a reconocerse y a reírse de sí mismos. A partir de ahí es cuando la protagonista puede mirar atrás y contar su historia.
 
—Hay algo en tu libro que me recuerda a las películas de Yasujiro Ozu, a los bodegones de Morandi y, en general, al arte silencioso.
Es que en las relaciones familiares y sentimentales —como en las películas de Ozu o en los lienzos de Morandi— hay muchos sobrentendidos, y muchos silencios. Si una madre dice: «Estoy bien, no necesito nada», sabes inmediatamente que lo está pasando mal pero te quedas callada. Siri Hustvedt, en un artículo en el que habla sobre «la literatura del padre», se pregunta por qué es más difícil hablar con el padre que hablar del padre.
 
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TEXTO
No recuerdo que mi madre usara esas sábanas ni una sola vez. En su cama de matrimonio siempre había unas desgastadas, de tela casi transparente y flores desvaídas, que ni siquiera llegaba a cambiar, ya que el mismo día que las lavaba se secaban y las volvía a poner en la cama. Ella justificaba el poco aprecio que sentía hacia las sábanas recias del cajón: como eran de algodón saldrían muy arrugadas de la lavadora y se tendría que dar una paliza planchándolas. «Pues yo sí que las utilizaré», le espetaba muy convencida. «Ya me lo dirás cuando te toque», me respondía ella, con su gusto por las premoniciones nefastas.
Cuando me fui de casa mi madre sacó una ristra de objetos que me quería dar: vasos, platos, fuentes… «Llévatelo todo, que me quiero quitar mierda.» La mayoría eran regalos suyos de boda, o juegos incompletos de los que se había desprendido alguna de las señoras para las que mi madre trabajaba. Yo le dije que me apetecía ir de compras y estrenar cosas. Rodearme de objetos bellos, en lugar de trastos usados y tarados. No acepté casi nada de lo que me ofrecía. «¿Lo quieres o no lo quieres? Pues a la basura. He dejado de ser una sentimental», me decía mi madre mientras hacía limpieza de armarios. Parecía haber acumulado durante años un ajuar imperfecto del que ahora se quería deshacer.
Fragmento de Ropa tendida
Eva Puyó

 

‘La estación azul’, de RNE, obtiene el I Premio Aula de las Metáforas. 25/02/2009

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Redacción.

Sin duda, una buena ocasión para que se grabe un programa de La estación azul desde la propia Capilla de los Dolores y también para que alguna calle lleve un nombre que nos sorprenda agradablemente a todos.

Poesía completa de Pelayo Fueyo. Por José Luis Piquero. 24/02/2009

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Poesía completa
Pelayo Fueyo
Pre-Textos, 256 páginas.
 
 
            Cabría preguntarse por qué la obra de Pelayo Fueyo (Oviedo, 1967) no ha alcanzado el puesto que merecía en la poesía española. Es cierto que figura en algunas antologías importantes y que sus últimos libros han sido publicados por editoriales de primera línea. Pero, con todo y con eso, su trascendencia está por debajo de su calidad y no es el nombre indiscutible que debería ser. Si la poesía es un género minoritario, y parece ser que lo es, Pelayo Fueyo es aún más minoritario: acaso un poeta de culto, apreciado por unos pocos; un raro entre los raros.
            Fueyo ha publicado ahora su Poesía completa (tal es el soso título) y quizá sea esta una estupenda oportunidad para darse a conocer entre un público más amplio. Es la ocasión, al menos, de revisar una obra llena de complejidades, coherente consigo misma desde los primeros textos a los últimos; una obra que se nutre de pensamiento y de experiencia y de la propia literatura para ir siempre un poco más allá de lo inmediato, de lo evidente y consabido.
La alegoría, lo arcano, la paradoja, el secreto encerrado en una caja cuyo contenido sólo podemos conjeturar… Con esos materiales construye Pelayo Fueyo sus poemas, que parten siempre de la realidad cotidiana para indagar luego sus misterios significativos, todo aquello que no se aprecia con un vistazo. Unos pocos símbolos se repiten de continuo: el espejo, el reloj de arena, la rosa, el guiñol… Objetos y formas que sirven para tratar de explicar la infancia o el encuentro amoroso, que se convierten en vehículos para un conocimiento más hondo de la existencia y sus asombros.
Su primer libro, Memoria de un espejo (1990), rastrea la propia identidad, reconociendo, como Alicia, un mundo paralelo de significados en donde las preguntas del pasado nos llevan a algunas respuestas y a nuevas perplejidades: ¿qué nos ha dado el tiempo? ¿Qué hay detrás de las máscaras? ¿Somos el original de nosotros mismos o una mera copia adornada de rutinas? Hay en estos poemas una angustia atormentada y un ansia por eludir el desconcierto, pago habitual de los que buscan ese secreto encerrado, ese arcano. Un tono pesimista que ya no dejará de impregnar las sucesivas entregas.
En El mirador (1992) se interroga a los objetos: el tablero de ajedrez, la caracola, el atlas o el baúl abierto. Da la impresión de que la identidad tan trabajosamente buscada se difumina en presencia de las cosas. Surge entonces el apetito de no ser, o más bien de no estar; un deseo de otredad que limpiaría la mirada para ver con mayor claridad el mundo que nos rodea: “En el cuadro hay un hombre que, desde un malecón, / contempla el horizonte, por el que cruza un barco. / El hombre que yo hubiera deseado haber sido / mira desde ese barco hacia ese malecón, / sin ser representado, sin poder ver a nadie / más que a mí contemplando el cuadro que lo ignora”.
Existe una cierta continuidad entre los dos libros siguientes, Parábola del desertor (1997) y La herencia del silencio (2003): poemas de pensamiento más puro, más analítico, en los que las alegorías se hacen transparentes y, quizá paradójicamente, las emociones pasan a primer plano. Abundan los poemas amorosos y los homenajes literarios: Hölderlin, Trakl, Rilke, Pessoa o Leopoldo María Panero entre los estrictamente contemporáneos. Esos nombres, junto a los de Borges, los poetas simbolistas franceses y el 27 español constituyen otros tantos puntos de referencia para orientarse en una poesía que nunca resulta fácil ni evidente, que siempre parece decirnos que hay una puerta aún por cruzar y que el premio será el conocimiento o nada.
A los títulos publicados, Fueyo añade en su Poesía completa un poemario inédito, La danza del ocioso, que retoma todas sus obsesiones (la infancia, el asombro amoroso, la identidad, la muerte) con procedimientos como el monólogo del arquetipo (un actor, un moribundo, un loco) o el poema-relato de tintes metafísicos. Es acaso la obra donde Fueyo resulta más claro, sin dejar de ser complejo, donde la carga experiencial adquiere más relevancia, aunque lo que de verdad interese al poeta es, de nuevo, aquello que está detrás, que no se hace patente a la mirada.
Poesía difícil, apta sólo para paladares entrenados (lo que quizá explique su carácter minoritario), la obra de Pelayo Fueyo ha ido creciendo en hondura a cada nueva entrega y aceptando mayores retos. En una elocuente fábula borgiana, leímos cómo un rey premiaba a tres poetas: al correcto y canónico, un espejo de plata; al que emocionaba y deslumbraba, una máscara de oro; al que contemplaba la belleza prohibida, una daga para morir. Pelayo Fueyo pertenece a esta última estirpe.

 

Valkiria: Suspenso en suspense. Por José Havel. 24/02/2009

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De Sospechosos habituales (1995), estrenada hace ya catorce años, recordamos sobre todo el ritmo escalofriante de una narración implacable de especial brillantez. Bryan Singer intenta desplegar las mismas cualidades para relatar el fallido complot de un grupo de oficiales de la Wehrmacht contra Adolf Hitler el 20 de julio de 1944, con Claus von Stauffenberg, coronel irreprochable de la campaña de África del Norte en 1943 –durante la que perdió un ojo y una mano—, como principal cabeza visible del plan, bautizado Operación Valkiria. La curiosidad con relación a este proyecto era no poca. Se esperaba a un mismo tiempo la resurrección de Tom Cruise de entre sus propias cenizas y el regreso de Synger como realizador superdotado tras la decepción de Superman Returns (2006).
Valkiria no defrauda, tampoco colma las expectivas: ni fracasa ni triunfa del todo en su deseo de ser, más que un encadenamiento de espectaculares escenas de acción, un palpitante filme de espionaje, un thriller psicológico alrededor de los militares que decidieron asesinar a Hitler, movidos por un patriotismo acendrado, la ambición personal o bien el hastío hacia un lider que abandonaba a sus soldados, esclavizaba a millones de personas en fábricas  y exterminaba judíos indolentemente. El régimen nazi se había convertido en el enemigo absoluto del mundo libre, pero también de Alemania.
            Es innegable el interés del largometraje en tanto que lleva al cine una faceta de la guerra poco conocida para el gran público, centrándose más en los hombres que en la acción, sacando lo mejor de todos y cada uno de los actores. Tom Cruise logra con éxito una actuación verdaderamente fisica, tal es su semejanza con el referente histórico cuando hace suya la mutilada figura de Stauffenberg, a fin de alumbrar un personaje potente, determinado, carismático. Kenneth Branagh no le va a la zaga, como Von Tresckow, en una composición ribeteada por una negrura shakespeareana. Tampoco Terence Stamp, cuyo general Beck se beneficia de su indefinible elegancia sin parangón. Igualmente interesa la mostración de que mucha gente estaba, de hecho, al corriente del complot, aunque en situación de espera, sin apoyarla definitivamente ni denunciarla a las autoridades pertinentes. Tal vez sea éste unos de los aspectos más valorables en el haber de la película.
La pega que puede achacarse a Valkiria es que descansa sobre un principio de suspense en torno a un suceso del que se sabe el desenlace (obviamente, el Führer no perdió la vida en el atentado), contando la jugada desesperada de unos hombres que, en jaque, recurren a la desinformación sobre la muerte de Hitler para no perder la iniciativa en su plan. Ello es lo que hace que se pierda buena parte del paroxismo esencial de la propuesta. En contrapartida, Singer se muestra como un buen narrador que sabe dotar de la claridad  necesaria a cosas tan complejas como la Operación Valkiria, una conspiración con ramificaciones diversas.
 
 
VALKIRIA (Valkyrie). EE UU, 2008. Dirección: Bryan Singer. Guión: Christopher McQuarrie y Nathan Alexander. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: John Ottman. Montaje: John Ottman. Intérpretes: Tom Cruise (Claus Von Stauffenberg), Kenneth Branagh (Henning Von Tresckow), Bill Nighy (Friedrich Olbricht), Tom Wilkinson (Friedrich Fromm), Carice Van Houten (Nina Von Stauffenberg), Terence Stamp (Ludwig Beck)… Duración: 120 minutos.

 

De mar a mar. Marc Pérez Oliván: pintura contra el desconsuelo. Por José Luis Espina. 23/02/09

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Siempre he tenido curiosidad por esa habilidad de los pintores en convertir una superficie blanca e impersonal en un mundo nuevo, en un escenario recreado de un paisaje o simplemente inventado.
La fascinación por ver surgir de la nada unas formas capaces de emocionar es algo que me parece sorprendente y que me apasionaría saber hacer.
Imagino que es un fenómeno similar al de la escritura, la creación de otros mundos superando la realidad. El escritor recurre a la palabra escrita, el pintor a las imágenes gráficas, que combinadas con habilidad conmueven y trastocan.
 
Eso me lleva a pensar que en todo creador late siempre un ser imperfecto, un ser cuyo anclaje en el mundo es incompleto, alguien desubicado de su entorno. Como esa baldosa suelta que parece estar en su sitio, pero que temblequea al mínimo contacto del pie.
La creación es el recurso compensatorio. Una manera de dar redondez a una existencia que en algún punto se desdibuja y pierde la forma. La locura tiene el delirio como forma de escapismo; la inadaptación recurre a la creatividad como artilugio de pacificación interior.
 
-En mi infancia hay un momento de gran conmoción – me cuenta Marc Pérez Oliván en la Sala del Portal del Pardo en El Vendrell, donde expone una muestra de sus pinturas.
Un día se vio de pronto en Barcelona. Tenía doce años. Una geografía desnortada, ajena para aquel niño acostumbrado a tener como referencia el desierto del Sahara, los escenarios de Mauritania. Un territorio sin límites, una fuente de sorpresas, como el esqueleto de aquel dromedario cuyas vértebras le sirvieron de perfecto refugio infantil.
-Cuando abro un libro y presencio esos paisajes verdes y esos bosques que crecen en el norte de Europa, no siento ninguna emoción especial. En mi memoria retengo los paisajes del desierto.
Los escenarios de sus pinturas son áridos, ocres y resecos, de cielos turquesa, tiznados por nimbos desgajados. Cielos de dibujos animados, como los que representa en sus cuadros, de superficies diáfanas y perfiladas en las que brotan las imágenes de apariencia engañosamente inocente.
-Cuando empecé a pintar predominaba el pop art europeo, se hacía pintura social, eran los años del Equipo Crónica. Yo he querido hacer lo mismo desde una vía intimista. Intento aportar un mensaje positivo a través de los colores, del mensaje o del tema. Quiero hacer pintura optimista.
 
No es banal el propósito de Marc. A pesar de la desnudez de sus escenas, las figuras centrales alumbran con una intención vitalista. Me acerca hasta una de las pinturas, la de un sencillo pedazo de madera veteado y reseco. La sombra del tronco se erige por detrás, transformada en árbol del que repunta el verdor de una hoja.
Nada es imposible, ante el desamparo siempre hay una oportunidad para que rebrote la esperanza.
Más allá me señala el cuadro en el que un tintero volcado, vierte su esencia áurea en el hueco abierto sobre una mesa, para quedar depositada en un cajón semiabierto. Nada se pierde, lo que nos hace fuertes volverá a nosotros aunque en los peores momentos nos sintamos vacíos y abandonados.
No hay nada inocente, las alegorías se suceden en cada una de las obras. La pintura de Marc Pérez Olivan es una pintura intencionada. Warhol dio un primer paso democratizando lo popular, trasladándolo al arte, otros quisieron hacer del pop art un recurso reivindicativo. Para Marc es la vía por la que difunde un mensaje esperanzador.
-Llevo en esto toda la vida. De los trece a los quince años trabajé en el estudio de Edmond Beaumont, uno de los dibujantes de El Capitán Trueno. Después estuve de ayudante de Rafael Busom. Hacía de todo, limpiaba pinceles, borraba marcas de lápiz… y con diecisiete años decidí que ya nada me quedaba por aprender y quise hacer cómic de autor. El resultado fue una cura de humildad.
Ahora miro hacia atrás y no encuentro raíces. Mis orígenes los encuentro en mis amigos, es en ellos que me descubro a mi mismo.
 
Posiblemente estas pinturas tengan mucho de reparadoras, de acto de reconciliación consigo mismo.
Como decía al inicio de esta reseña, el impulso creativo no es un mero acto irracional sino que palpita desde las vísceras más ocultas. Por eso me ha interesado siempre cualquier forma de manifestación artística. En estos tiempos de sedación humanista, de narcotismo personal, de silencio lanar, de tropecientos canales inútiles en TDT, la propensión del ser humano hacia el arte, sea cual sea, es de los pocos indicios que permiten un atisbo de esperanza.

 

En las ciudades de Hilario J. Rodríguez. Redacción. 23/02/09

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«Imagina que estás viendo una película ambientada en Nueva York a finales del siglo XX. Una de las secuencias muestra a un matrimonio hablando de forma despreocupada. Son Tom Cruise y Nicole Kidman. Él de pronto asegura conocer a las mujeres, en general; y a ella ese comentario le molesta. “¿Te acuerdas del último verano en Cape Cod? Estábamos alojados en un hotel y desde la ventana de nuestra habitación podíamos ver las olas rompiendo sobre la arena de la playa. ¿Recuerdas que una de las noches, mientras cenábamos, había tres oficiales de marina sentados cerca de nosotros? Uno recibió un telegrama y tuvo que irse. Pero quizás no le prestase. Yo lo había visto antes, subiendo las escaleras esa misma mañana. Al cruzarme con él, me detuve unos instantes. Dos días después de la cena, Helena fue al cine con una amiga y nosotros hicimos el amor. Aunque luego comenzamos a hacer planes y yo me reía, sólo pensaba en el oficial, pensaba que si aquel hombre me hubiese pedido que me fuera con él una noche os habría abandonado a ti y a Helena sin dudarlo, una noche habría sido suficiente…” Ahora imagina que eres Tom Cruise y que acabas de escuchar cómo tu esposa te contaba todo lo anterior y que estás a punto de salir a la calle. Imagina si la ciudad que encontrarás es la misma de otras veces, Nueva York a finales del siglo XX, o es otra. Y recuerda que cuando abras este libro, seguramente encontrarás en él ciudades reales e imaginarias, ciudades que creías conocer y que ahora te resultarán extrañas, ciudades donde el cine se confunde con los viajes y las derivas, ciudades que estaban y ya no están.»
 
Pocas presentaciones mejores que ésta para En las ciudades, libro de inminente aparición, escrita para su contraportada por Hilario J. Rodríguez, colaborador de LITERARIAS, a partir de un pasaje del filme Eyes Wide Shut. Editado por la Filmoteca de Extremadura, el Festival Solidario de Cine Español de Cáceres y Notorius Ediciones, En las ciudades viene a engrosar la nómina de la ya, por fortuna, longeva colección “Versión Original”, iniciada allá por 1997 con el volumen de Ana Alonso Literatura y Cine: la relación entre la palabra y la imagen. Y lo hace proponiéndonos un sugestivo viaje por diversas ciudades que no sólo están hechas de asfalto y hormigón, historia y ficción, realidades y deseos, tinta y papel, fotogramas y celuloide… pues tales ciudades se componen, como tantas otras, de todo eso y mucho más.
 
De demostrárnoslo y hacernos partícipes de ello se encarga el importante grupo de autores de En las ciudades, que por orden alfabético son: Pilar Adón, Juan Bonilla, Jordi Cantavella, José María Conget, Óscar Esquivias, Esther García Llovet, José Luis García Martín, Cristina Grande, Manuel Hidalgo, Eduardo Jordá, José Luis de Juan, José María Latorre, Francesc Miralles, Alberto Olmos, Julio José Ordovás, Pilar Pedraza, el propio Hilario J. Rodríguez, Miguel Sanfeliu, Fernando Sanmartín, Care Santos, Lorenzo Silva, Francisco Solano y Nuria Vidal.
 
Continuaremos informando…

Las dos grandes favoritas de los Oscar 2009: El curioso caso de Benjamín Button y Slumdog Millionaire.20/02/2009

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Por José Havel.

 

Nada es para siempre: El curioso caso de Benjamin Button.
 
Fue Mark Twain quien tuvo la idea:«La vida sería mucho más feliz si naciésemos a los ochenta años y nos acercáramos paulatinamente a los dieciocho». De ahí F. Scott Fitzgerald ideó el relato “The curious case of Benjamin Button”, publicado originariamente en la revista Collier’s allá por 1921, a partir del que luego David Fincher escribió junto a Eric Roth –el guionista de Forrest Gump— un filme de idéntico título.
Melodrama retro contado en flash-backs desde nuestros días y plagado, como la vida misma, de paradojas, El curioso caso de Benjamín Button descansa sobre el paso inexorable del tiempo y la fugacidad de la vida, meditando acerca de la muerte, la vejez, la infancia, el amor… «Nada es para siempre» afirman, lúcidos, los personajes principales en alguna que otra ocasión. El caso curioso de su protagonista es que éste es un hombre que atraviesa el siglo XX en sentido biológico inverso: Benjamín Button (Brad Pitt) nace el día en que acaba la I Guerra Mundial, con las arrugas y los achaques de un hombre anciano a un paso de la muerte y fallece a principios del siglo XXI, mentalmente senil, tras haber rejuvenecido a lo largo de su existencia, con la apariencia física de un bebé.
Se trata del filme más extraño de David Fincher, quien parece haberse jean-pierre-jeunetizado, según de fabuloso se muestra en su tono y andiamaje, divertido y melancólico a partes iguales, hermoso y fascinante como luce, con unos efectos especiales tan maravillosos como los hechos que relata (los procesos de envejecimiento de Brad Pitt y Cate Blanchett, ambos soberbios, son impresionantes), nunca al margen de las necesidades de la narración.
Sin duda alguna, El curioso caso de Benjamin Button, la más nominada a los Oscar de este año con opciones a trece estatuillas, nos hace partícipar del vértigo de las películas importantes, aunque carece del aliento sublime, definitivo, de las obras maestras, tal como atestiguan determinados pasajes emotivos –siempre de belleza innegable— en los que se echa en falta un mayor grado de pasión. Ojalá que el tiempo ponga en entredicho esta última apreciación, porque el largometraje de Fincher es en verdad hermosísimo.
 
 
Slumdog Millionaire: Esplendor y miseria hindú.
 
El otro día leí que una asociación benéfica del barrio de chabolas de Dharavi,donde se rodó Slumdog Millionaire, estima que su realizador Danny Boyle atenta contra la dignidad de los pobres. El filme británico, todo un triunfo en Occidente en plena eclosión del fenómeno hindú, galardonado con cuatro globos de oro y uno de los grandes favoritos de cara a los próximos Oscar con 10 nominaciones (entre ellas a mejor película y mejor director), está siendo acusado de difamación por una asociación india que le da por hacer el indio sintiéndose deshonrada por la imagen “manipulada” del largometraje.
Un representante de dicha agrupación ha interpuesto una demanda contra el actor Anil Kapoor, que en la película interpreta al presentador del concurso televisivo ¿Quiere ser millonario?, y el compositor de la banda sonora original (magnífica), A.R. Rahman, porque, dice, el filme vulnera los derechos humanos y la dignidad de los pobres. ¿Poner sobre el tapete problemas como la pobreza extrema, la violencia social, la intolerancia religiosa, la explotación infantil, la desprotección administrativa de los menores o la brutalidad policial es violar los derechos humanos?
En fin. Algo parecido sucedió en su día con la también espléndida película de Luis Buñuel Los olvidados (1950). Siempre habrá, por desgracia, quienes quieran confundir churras con merinas con tal de llevar a cabo ejercicios altisonantes de autoafirmación basados en un sentido retorcido de la ofensa.
Con Slumdog Millionaire Danny Boyle, convertido desde su primeriza Tumba abierta (1994) en uno de esos cineastas que hay que seguir de cerca, da fe de que su filmografía sigue siendo una búsqueda reinventora de nuevas experiencias. Su nueva obra, un tanto bizarre –como de costumbre—, lo mismo que conmovedora, trágica y melodramáticamente novelesca (está inspirada libremente en el bestseller de Vikias Swarup Q and A), destaca por una fluidez narrativa que nunca la abandona, pese a lo entrecortado de la propuesta, un entrecortamiento expositivo que a su vez potencia el suspense que igualmente preside la historia.
Acompasado al ritmo de flash-back continuos, el relato nos conduce sin tregua, a veces cortándonos el aliento y conmocionándonos, por los esplendores y las miserias de la India actual, siempre de la mano de Jamal Malik (Dev Patel), un apicarado chaval huérfano, no sabemos muy bien si con el destino marcado, pero convertido de súbito en estrella mediática del programa ¿Quiere ser millonario?, toda una oportunidad para huir de una vida y empezar otra nueva. ¿Cómo es que un rapaz analfabeto y pobre de solemnidad puede saber todas las respuestas?, nos preguntamos todos, incluso la policía que lo tortura creyendo vislumbrar indicios de fraude. Merece la pena, créanme, averiguar el porqué viendo esta película estupenda de Danny Boyle, probablemente su mejor obra hasta la fecha.
 
 
 
EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON(The Curious Case of Benjamin Button). EE UU, 2008. Dirección: David Fincher. Guión: Eric Roth, según un argumento de Eric Roth y Robin Swicord a partir de un relato de F. Scott Fitzgerald. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Angus Wall y Kirk Baxter. Intérpretes: Brad Pitt (Benjamin Button), Cate Blanchett (Daisy), Taraji P. Henson (Queenie), Julia Ormond (Ca
roline), Jason Flemyng (Thomas Button), Elias Koteas (Sr. Gateau), Tilda Swinton (Elizabeth Abbott), Jared Harris (capitán Mike)… Duración: 160 minutos.
 
SLUMDOG MILLIONAIRE.Reino Unido, 2008. Dirección: Danny Boyle. Guión: Simon Beaufoy, a partir de la novela Q & A, de Vikas Swarup. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Música: A.R. Rahman. Montaje: Chris Dickens. Intérpretes: Dev Patel (Jamal Malik), Freida Pinto (Latika), Madhur Mittal (Salim), Anil Kapoor (Prem Kumar), Irrfan Khan (Inspector de policía)… Duración: 120 min.