El fado y el mar. Por Ángel García Prieto. 26/02/2009

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"Mi amor es marinero
y vive en alta mar (…)
Corazón que nace libre 
no se puede encadenar"
(Manuel Alegre en "Meu amor é marinheiro")
 
El fado es, con palabras de Anibal Nazaré "todo lo que digo y lo que no sé decir" y aunque en el caso concreto de la entradilla que acabamos de citar haga del mar un símbolo sencillo de cierta forma de libertad, el fado es difícil de definir. Se dicen de él cosas muy diversas, a veces poéticas, adjetivos que lo acotan demasiado o tópicos universales y sobre este canto hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma. No sólo las palabras, también la melodía, los tonos, el vibrato (gemido), los gestos, la indumentaria…cantan, lloran, ríen, expresan los celos, la añoranza, el amor a la madre, la soledad, el orgullo de la tierra o la esperanza y la lejanía de la separación. Su nombre tiene que ver con el fatum latino, que hace referencia al destino y a los ineludibles deseos de los dioses. ”Es un estado del espíritu”, decía la gran fadista Amália Rodrigues.
 
Hay varias teorías sobre su origen, que pretenden verlo surgir de la influencia árabe, de las colonias africanas, los ritmos del Brasil, pero también de los cantos marineros: "El fado nació un dia / cuando el viento apenas soplaba / y el cielo prologaba el mar / en la amura de un velero / en el pecho de un marinero / que estando triste cantaba", como dice la letra de José Regio para el fado "Fado português", cuya música es de Alain Oulman.
 
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Escribió Fernando Pessoa en 1929 que “el fado no es alegre ni triste”. Depende. Aunque hay de todo, predominan los fados con una cierta tendencia a lo dramático. Parece como si muchos fados se hubiesen escrito después de momentos de crisis, o bajo la atmósfera de una ruptura, o al menos de una lejanía de lo amado. Sus letras hablan mucho de destino, de la esencia del alma portuguesa, de cansancios de todo tipo, de deseos insatisfechos. Aunque no la aborden directamente, la tristeza ronda en muchos de ellos. Se puede combatir la tristeza de la lejanía con el recuerdo de lugares concretos, como los barrios de Lisboa o los muelles – cais – del puerto, con el amor por los elementos que forman parte de la vida o con detalles que personifican esos recuerdos, en las canoas y gaviotas – gaivotas -que cruzan el río Tejo y acompañan a los barcos cuando se van o cuando llegan. También el fado idealiza los escenarios y retrata momentos concretos de la vida marinera, pues la presencia del mar y el espíritu de aventura conforma el alma portuguesa: “Hay siempre un Vasco da Gama/ en un marinero portugués”. Pero la lejanía que esto supone se convierte también en una muerte lenta: “Partir es morir un poco/ y el alma, de alguna manera/ muere dentro de nosotros”. El fado alimenta un sentido fatalista, que, sin embargo, entronca con la pureza de los buenos sentimientos: “El dolor de quien parte es demasiado/ es mucho peor que morir”. Todo esto no se entiende, además, sin la presencia, o ausencia, del amor: “Habla de amor/ un amor tan grande/ que perdí/ que me dejó”, o “El tiempo no pasa nunca/ cuando te tengo a mi lado”. El fado se convierte así en la mejor manera de viajar por los canales del alma: “Cantar es mi verdadero fado/ con pena o con amor en el corazón”; “Creo que el fado tiene raza/ aunque no fuese creado/ para cantar la desgracia”. En el fondo, se trata de una canción dirigida a un corazón que siente la debilidad de la nostalgia y la fragancia gris de la saudade. Una de esas palabras clave en el alma portuguesa, que también tiene un significado ambiguo; José Hermano Saraiva la define como “un dolor de la ausencia y una prolongación de la presencia”; para Camané, joven pero consolidado fadista, la saudade es “un modo de vivir la ausencia, sabiendo que pasará”, sentimientos que tienen muchas personas, pero siempre muy presentes en las gentes del mar.

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