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El vuelo de Sergio González Rodríguez. Por Javier Lasheras. 20/02/2009

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Sergio González Rodríguez
El vuelo
Mondadori, México, 2008.
 
Es de sobra conocido que el nombre de Sergio González aparece en la novela 2666 de Roberto Bolaño. Bueno, a lo mejor no tan conocido y sólo por eso ya es bueno mencionarlo. Y no sólo aparece el nombre sino también su profesión y una parte real e irónica de la realidad de este periodista y escritor del DF. En ella, Bolaño hace un retrato muy cuidado de cómo este profesional se enfrenta a ese México desgraciadamente tópico en el que tanto las cosas como los casos nunca se cierran del todo: los crímenes de El Penitente y de muchachas en la frontera con Estados Unidos. Pero digámoslo ya. Sergio González es el conocido autor de Huesos en el desierto, una espeluznante crónica escrita de forma impecable que nos traslada al terror y nos muestra el mal en su estado esencial, sin concesiones al estilo, interpretaciones rocambolescas ni sucedáneos o burlas narrativas. Y si comentamos esto es porque González conoce muy bien, debido a su formación y su trabajo cotidiano, que esos crímenes no son la muesca macabra de un asesino en serie. Su autor sabe que por debajo de ello corre el caudal espeso pero veloz como un Ferrari de una sociedad corrompida por una epidemia social que tiene sus raíces en el narcotráfico y la industria del maquillaje. O en último caso, en el poder. Y el poder allí es, cuando menos, tentacular, subterráneo y demasiadas veces invisible.
 
En el caso de la última obra de Sergio González, El vuelo, estamos ante la constructio novelada de otra crónica que antecede en muchos años a los sucesos de Ciudad Juárez, y que no es otra que la historia, en los años en que el DF se expandía, del comercio ilegal de estupefacientes.
En El vuelo, la cocaína aparece como objeto que amalgama y reduce a la herrumbre moral tanto a prostitutas, mesalinas y mujeres de variado pelaje como a toxicómanos, artistas y bohemia frustrada, tanto a periodistas y gacetilleros de tres al cuarto como a políticos, hombres de negocios, mafiosos y criminales de bajos o altos vuelos.
 
Estamos en 1960, cuando el satélite Sputnik ya había circunnavegado la Tierra y pronto el Muro de Berlín iba a apuntalar la Guerra Fría. Y es cuando Rafael Asunción Vizcaya, el protagonista de la novela, aparece como un superviviente que se gana la vida con la compra y venta de cocaína. Éste entrará a trabajar al servicio de El Señor y los 12 apóstoles, por mediación de otros dos personajes centrales, Lamberto, alias El Profeta y El Capitán, un ex militar y ex capitán de policía. Junto a ellos, la amante de Rafael Asunción Vizcaya, la rubia Andrea Barón, muy apreciada por El Señor.
 
No desvelaré la trama si cuento que el trabajo del protagonista consistirá en viajar una y otra vez hasta Panamá para comprar la droga y traerla hasta México DF. Sin embargo, de camino a Panamá algo le sucede a Rafael Asunción: se despierta y tiene “la sensación de un tiempo perdido”. Y aunque en su regreso siempre tiene consigo la cocaína, jamás recuerda cómo la ha conseguido. Dos veces le sucede lo mismo hasta que en la tercera ocasión le tienden una trampa, simulan asesinarle y le perdonan la vida. Con todo, el asunto principal de este tercer viaje será que en lugar de aparecer con la cocaína, Rafael sólo tiene en su haber paquetes de bicarbonato de sodio, un clásico remedio para el estómago con muy escaso valor en el mercado. Y por si esto no fuera poco, le asaltan los recuerdos de una mujer que le habla y que quiere saber cómo se aprenden los sentimientos, así como su propia visión de niño —por cierto, un tanto esquizofrénica, a lo San Agustín quiero decir, ya saben: “Yo soy yo y estoy en cada uno de los dos por completo”—, todo ello mezclado con imágenes terribles y extrañas. Es decir, la realidad del narcotráfico entreverado con los delirios y visiones de Rafael Asunción, una mezcla que junto con las historias secundarias de la obra, componen un fresco narrativo de notable factura para entender siquiera algo del pasado y del actual México DF. Prueba de ello son los párrafos dedicados al barrio de La Merced, el carnaval nocturno en el burdel de doña Greca, las relaciones con marselleses y norteamericanos o la brujería desplegada por doña Refugio así como el alegato sobre la humildad o la visión de la miseria en Panamá de la mano de El Mulato.
 
Pero todo este material no estaría resuelto de forma eficaz sin la asistencia de las herramientas técnicas que Sergio González pone a disposición de la historia. Frases certeras como balas en la frente, cortas como un segundo y rápidas como “el vuelo vertiginoso que deja atrás el peso del mundo” se suceden a lo largo de estas 161 páginas que podríamos apuntarlas dentro de una heterodoxia narrativa cercana al post-minimalismo. Capítulos cortos que van fundiéndose en el relato casi cinematográfico sin que por ello la narración se resienta, como si Sergio Rodríguez no olvidara en ningún momento que el terreno elegido es la novela.
 
Una historia tramada a base de elipsis dislocadas y de una economía sintáctica digna de elogio que aunque en apariencia no facilita del todo la lectura, sí que la convierte en eléctrica como un tiro de coca o lentamente brutal como una puñalada en el estómago, según el interés con el que el narrador omni
sciente desee envolver cada peripecia argumental. Y junto a ello, diálogos sustanciosos que nos ofrecen unas voces singulares o convincentes, como la de Andrea Barón, y momentos en que la página alcanza sin recursos florentinos la eficacia buscada: “Al fin comprendió que vivía en un presente cíclico que cada vez más se desligaba de su pasado y su porvenir: las líneas causales se anulaban a sí mismas y sólo le acuciaba el deseo de supervivencia. Lo inmediato, la escasez de una razón que no fuera utilitaria le convertían en un adicto análogo a los que proveía de cocaína. Pero su toxicomanía era el minuto que se agotaba en la nada”.
 
Al fin, una novela en la que se vuelve a desvelar como una pesadilla ese espíritu de los mexicanos en donde perder es igual que morir y en donde a veces también ganar es igual que morir. Es decir, un lugar en el que hay que seguir luchando contra la locura permanente no ya sólo de la alta criminalidad sino de la inexplicable impunidad con el único fin de no abocarnos a la realidad de esas palabras de Rafael Asunción Vizcaya: “Olvidar: ésta sería la clave contra la locura. El olvido como causa, efecto, salvación, se dijo a sí mismo. Olvidar”.
Una obra que haciendo honor al título, levanta el vuelo desde el inicio y nos invita a que cada uno aterrice, si puede, en una realidad que, tras el punto de la última página, ya no es la misma.

 

Luz artificial. Por Francisco Alba. 19/02/2009.

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El joven Robert Louis Stevenson escribió una admirable apología de las farolas de gas; yo escribo, con su permiso, una diatriba contra las farolas eléctricas. La razón es muy sencilla: no nos dejan ver el cielo estrellado.
 
En esta noche fría y despejada de octubre apenas puedo intuir las constelaciones desde la ventana. Tengo que poner el brazo por encima de la luz artificial para alumbrar la oscuridad del firmamento. Apenas puedo reconocer las estrellas de mayor magnitud. Cuando tenía dieciocho años me aficioné a la astronomía, recuerdo haber visto el orto de Spica, la estrella más brillante de la constelación de Virgo, a altas horas de la madrugada, detrás de Entrepeñas, la montaña que estaba al este de mi pueblo.
 
No hay fenómeno natural más imponente que la noche estrellada. Mi amigo Felipe Romero que fue marino durante un tiempo me cuenta cómo en alta mar el cielo estrellado es un espectáculo inolvidable, “no te haces idea de lo que ilumina la luna llena, me dice, cuando la observas desde la cubierta del barco”. Felipe es un hombre valiente que ha navegado por el golfo de Guinea, ha atracado en un puerto de Angola y ha tenido la inmensa suerte de ver el hemisferio sur, esas constelaciones que no son visibles desde Europa. Ha visto la Cruz del Sur, Alfa Centauro, las nubes de Magallanes, Achernar, Canopo, Fomalhaut…
 
El cielo invernal es el más hermoso del año: Orión brilla imponente con Betelgeuse y Rigel y el cinturón que componen Alnitak, Alnilam y Mintaka. Los nombres de la mayoría de las estrellas tienen una resonancia exótica, un encanto oriental como de las Mil y una Noches; son restos de la Edad de Oro del mundo musulmán, cuando los astrónomos árabes, en la lejana Edad Media, eran los más reconocidos del mundo. Es visible casi en el cénit Aldebarán, una gigante roja, a la que Unamuno dedicó un precioso poema (Rubí encendido en la divina frente…) y las Pléyades, de las que habla Hesíodo. Sirio, más al sur, brilla con su poderosa luz, la estrella que adoraban los egipcios. En la constelación de Perseo está Algol, la estrella del demonio, que es una binaria eclipsada, un sistema de dos estrellas que giran una alrededor de la otra. ¿Quién no ha distinguido alguna vez la “w” que forma la constelación de Casiopea?
 
En verano, si la noche es oscura, puede verse a simple vista la galaxia de Andrómeda, el objeto celeste más alejado de nuestro minúsculo planeta. Sólo está a dos millones de años-luz. Con la luz artificial perdimos ese sentimiento que durante milenios encogió el alma de los hombres. Kant dijo que el día es bello, la noche es sublime. Cuántas veces levantaría la mirada al cielo, ese cielo casi nórdico de su Königsberg natal: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.” dice la conclusión de la “Crítica de la razón práctica. Esa frase es su epitafio.
 
Vivimos una época curiosa: los telescopios nos envían imágenes de los quásares más lejanos, de cúmulos de galaxias remotísimos, pero somos incapaces de distinguir a simple vista la Osa Mayor. No es diferente esta inversión de la que representa la televisión o el cine: la imagen ha suplantado a la cosa; la imagen, y no el objeto, es lo real. El telescopio penetra en el espacio como una bala en la carne, pero las farolas difunden una luz que apaga el cielo.
 
Si el mundo retornara a una edad bárbara (cosa perfectamente posible) y ya no fuera posible sostener nuestra civilización con el enorme gasto de energía que requiere lo primero que aparecería sobre la cabeza confusa de los hombres sería el cielo estrellado. El temor reverencial de la noche profunda.

La buena música. Por Manuel D. Abad. 18/02/2009

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No lo puedo evitar: cuando escucho la expresión buena música, nosotros tocamos (otros prefieren decir hacemos) buena música, habrá una sesión de buena música, un respingo de malos momentos me recorre de la cabeza a los pies. Si para gustos hay colores, lo mismo de una forma aterradoramente más acusada, se produce con la música. Es más, no creo que haya una disciplina artística que separe tanto (y, por extensión, una) como la música.
 
Volviendo a la terrorífica frase buena música ésta suele incluir un acusado matiz de ignorancia puesto que no sólo define un espectro tan amplio como, posiblemente, inabarcable sino que sitúa el matiz, el concepto bueno definiendo un gusto del que desconocemos si está debidamente formado. Quien habla de buena música puede, perfectamente, no haberse comprado un disco en su vida, no haber asistido a un concierto ni tampoco haber escuchado dos estilos musicales diferentes. El supino ignorante que habla de buena música carece de criterio porque no se ha preocupado en formarlo. Pero uno no le acusa de ello sino de querer imponer su parámetro (buena música) que, dada su ignorancia, no sólo sería incapaz de defender sino que le sería imposible explicar. Le gusta porque le gusta, valga la perogrullada -su mejor argumento, claro- pero, ¿por qué la califica de buena?
 
Otros adictos a la frasecita de marras conforman un colectivo bien distinto, en el otro extremo de la línea. Hablamos, en este caso, de personas muy bien formadas, de músicos en muchos casos, tan enfrascados en su disciplina musical que no sólo desconocen todo de otros ámbitos estilísticos, sino que desprecian todo aquello que no se corresponde a su cuadrícula de intereses o, inclusive, a lo que es su profesión. Cómodamente habituados a su recorrido cotidiano por músicas que les son familiares, han renunciado a cualquier otro atisbo de curiosidad, a ver más allá de sus ojos, a tratar de comprender qué se esconde más allá de los muros de su castillo. Porque, intramuros, se vive muy bien, en una placidez en la que el resto del mundo no es buena música, tan sólo porque se escapa a los límites impuestos por su sensibilidad.
 
 
Supongo que alguien deseará preguntarme: Entonces, ¿cuál es la buena música? Y, entonces, hay que partir de la propia base: La pregunta está mal planteada, la frase, en sí misma, es errónea. Porque no son los estilos -como en literatura, cine, arte- los que merecen ese calificativo de buena sino que, dentro de cada estilo, habrá composiciones sobresalientes, notables, mediocres o malas. Y, aún así, todos estos calificativos pueden ser reversibles. A nadie se le ocurre decir que el arte barroco es mal arte y el arte clásico es buen arte. Pues en música lo mismo.

 

La décima musa de María Jesús Rodríguez Barberá. Por Antonia Álvarez. 17/02/2009

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María Jesús Rodríguez Barberá.

La décima musa
XIV Premio de Poesía Ana de Valle.
Ayuntamiento de Avilés
 
 
La décima musa. Este es el título del espléndido poemario con el que María Jesús Rodríguez Barberá ha ganado el XIV Premio de Poesía Ana de Valle del Ayuntamiento de Avilés.
 
Se abre el libro con una cita de Safo de Lesbos, poeta griega nacida en la isla de Lesbos (Mitilene, Ereso quizá), a fines del VII a. C. Safo, la de trenzas de violeta y dulce sonrisa, como la describe su compatriota Alceo. Por encima de la leyenda, debemos valorar su delicadísima poesía, sentimiento puro, cuya temática se circunscribe al amor y la belleza; amor y belleza tratados con audacia y sinceridad, con dulzura y pasión a partes iguales. Safo está presente en todo el libro, y no sólo en las citas con las que se abren muchos de los poemas y que se integran a la perfección en la andadura conceptual de los versos que siguen.
 
El poemario está escrito en estrofa sáfica de principio a fin: tres endecasílabos sáficos seguidos de un pentasílabo adónico. El acento estrófico va en sílaba par, por lo que el ritmo es yámbico. Fue Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, el primero que empleó en castellano esta forma métrica en un poema de 1540, poema que dio a conocer Menéndez Pelayo; el Brocense empleó esta estrofa en su traducción de la oda “Rectius vives” de Horacio. En el Siglo de Oro cultivaron la estrofa sáfica Baltasar de Alcázar y Esteban Manuel de Villegas, siendo su uso muy común en el Neoclasicismo, desde Luzán a Lista, pasando por Jovellanos, Cadalso, Meléndez Valdés… Recogida la estrofa por los románticos (Zorrilla, Avellaneda), se cultivó poco durante el Modernismo. Estrofas sáficas encontramos en la poesía de Neruda y José Hierro, pero en la actualidad es poco usada, debido, quizá, a la rigurosidad que exige su empleo.
 
María Jesús utiliza la estrofa sáfica con soltura, con maestría, manteniendo el ritmo en todo el poemario sin un solo titubeo. Son los sáficos versos blancos, sin rima, aunque sí se observan asonancias diseminadas y otras estratégicamente dispuestas y buscadas, y que contribuyen a aumentar la musicalidad. Predomina la esticomitia, pero hay también numerosos encabalgamientos suaves, alguno oracional (Tú eras un roble con su fronda verde/ que al ver el llanto que de mí salía) o sirremático (hasta que llegue a convertirme en una / perla preciosa). En cuanto a la frecuencia de las categorías morfológicas, predomina el estilo nominal, fomentado quizá por el pentasílabo adónico, mayoritariamente sin verbo. Efectivamente, hay gran abundancia de sustantivos y adjetivos, unos como epítetos antepuestos (altas cimas, claras mañanas), otros pospuestos (nubes grises, invierno frío). También encontramos abundantes verbos de movimiento (mi sino huirá, llega la noche, vamos unidos), que aligeran la andadura de los poemas. En este sentido señalar también la existencia de alguna elipsis o detractio, que confiere poder sugestivo al texto: Playa en estío (quiero ser) con orillas blancas; / el mar que en calma su canción le acuna. La sincera emoción del amor y la honda tristeza de la ausencia se explicitan por medio exclamaciones que suelen coincidir con el pentasílabo (¡Cuánto te quiero! ¡Tuya es mi vida!), en el que se condensa el sentimiento amoroso expresado con gran rotundidad, en contraste afortunado con la dulzura de la expresión amorosa en la mayoría de los versos. Abundan las interrogaciones retóricas (¿Traerán tus ecos? ¿Dónde te escondes?) y hay alguna enumeración asindética (los mares, los collados, montes…).
 
La temática del poemario es amorosa fundamentalmente, pero aunque el motivo es el amor, hay algún poema que se sustrae a ese leitmotiv, como el titulado “Cauce digno”, la elegía “Duermen serenos…” o el introductorio y los dos poemas a modo de epílogo dedicados a Safo. El yo lírico, la voz de la autora, la de Safo, se complementan, se confunden, se encadenan en una sinfonía difícilmente superable. Y, efectivamente, hay toda una sinfonía del amor, unas etapas en la expresión del sentimiento amoroso que siguen un curso lógico: desde la búsqueda, el deseo de confluencia con el amado (Grito por ti…, Todos mis besos), hasta el más soñado que real encuentro con él y la aseveración plena del amor (¡Cuánto te quiero!), pasando por el arrullo al amado en forma de nana (¡Duérmete, duérmete…), la desesperanza ( …Con el océano), el alejamiento (Con esperanzas…), el cumplido deseo de ser fronda perenne (Mi árbol perenne), la protesta contra el olvido (…Ese letargo), la rotundidad del sentimiento amoroso (Tuya es mi vida), etc.
 
Desde el punto de vista estilístico, quizá lo que más llama la atención son los hipérbatos no violentos que aparecen con relativa frecuencia: “No escucharé, de las sirenas, cantos.” “Tu alma, quisiera me mostraras hoy”, “Que me arrebates mi vestido, quiero;”. Hay que señalar la bella concatenación o anadiplosis del poema “Juntos tú y yo”, que se mantiene a lo largo de todos los versos; es a la vez un desiderátum u optación (Quiero que vuelvan otra vez tus labios;) y una exhortación al amado para que rompa la reja y haga posible el anhelo que se manifiesta sin ambages en el último pentasílabo: Juntos, tú y yo. Y el quiasmo, espléndida figura de dicción, o mejor de construcción, que está presente en versos tales como “Rojo es mi fuego y mi esperanza es verde”.
 
La dulzura en la expresión del sentimiento se apoya también en la música, una música que nos seduce desde los primeros versos. A esta musicalidad contribuyen no sólo el ritmo acentual del que está dotado la estrofa sáfica, sino también los recursos estilísticos sabiamente utilizados: aliteraciones (Vi que las nubes con la brisa huían, Tú eras un roble con la fronda verde, Iza tus velas que las hinche el viento.), anáforas (Triste iba el río / Triste y errante), paralelismos (Muchos arroyos se secaron prestos. / Muchos ensueños se quedaron rotos.), las asonancias diseminadas, a veces muy próximas.
 
En el plano semántico hay que destacar la gran riqueza metafórica; abundan las metáforas impuras, fácilmente reducibles (Era yo un río…), de genitivo (estrellas de oro), sinestésicas (dulces canciones) etc. Y en este aspecto señalar el poema que lleva por título “…Con el océano”, en el que se puede apreciar, a mi entender, un bello símbolo disémico: es el mar de Jorge Manrique, el topos del río que va a dar a la mar; es el morir del río, el morir del hombre, sí, pero se trata de un poema que también puede interpretarse como el desamor, la desilusión,
el truncamiento de toda esperanza de querer y ser querido. Digo esto porque hay otra composición, “Tuya es mi vida”, que nos presenta el amor como caminante hacia la mar: es la lágrima de la amada que el amado convierte en vida propia al trocarla en perla cuando llega a la orilla, acogiéndola en sus entrañas (Él es la ostra que en la orilla espera / llegue una perla que mis ojos viertan). Hay además que mencionar las personificaciones (muere la tarde) y también, en el orden de las figuras patéticas, al igual que las exclamaciones e interrogaciones retóricas citadas, señalar el poema “Nuevos senderos”, en el que se apostrofa a la muerte, metaforizada en guadaña: Vete, guadaña, porque están aún verdes…
 
Y cómo no recordar al Garcilaso de la Vega de la Égloga I al leer muchos de los versos del poemario. También aquí está presente la naturaleza: la naturaleza como confidente y testigo (Vi que las nubes con la brisa huían / cuando tu boca pronunció mi nombre), la naturaleza solidaria con el sentimiento amoroso (De nubes grises se cubrieron presto / cielos y mares y lloraron juntos, / viendo a mi alma que esperaba inerme…); en este sentido hay un verso que nos recuerda a la “blanda Filomena” garcilasiana: Gritan las aves, a la vez conmigo: / ¡cuánto te quiero! Se trata de dos actitudes sentimentales que se estructuran según el esquema de la Bucólica VIII de Virgilio. Hay que recordar la influencia que en las Églogas tienen el neoplatonismo, Petrarca y la tradición bucólica grecolatina, y también que la naturaleza es, en Garcilaso, el tema central de su poesía, junto con el amor.
 
Y la naturaleza, repito, está muy presente también en los versos de María Jesús, y no sólo en las dos manifestaciones anteriormente citadas, sino de una forma aún más profunda: una identificación total del yo lírico con elementos de la naturaleza: “cuando mis hojas a buscar se fueron / ramas perennes.”, “Soy una playa con su mar ausente”, “era yo un río con su cauce errante;” etc. Hay en la Égloga I de Garcilaso vehemencia y emoción, al igual que en los versos del poemario que nos ocupa, pero en ambos se imponen la elegante sobriedad expresiva, la musicalidad, el dolorido sentir expresado con gran delicadeza… Finalmente señalar las frecuentes alusiones mitológicas y la bella y variada gama de colores que, bien como sustantivos, bien como adjetivos, se despliega en todo el poemario.
 
Emoción, musicalidad, perfecto dominio de la métrica, maestría en el uso del lenguaje, sinceridad de sentimientos nos dan estos versos de María Jesús, versos que llegan con suavidad al corazón y que la acreditan como gran poeta.

 

Geografías. Estado de guerra. Por Hilario J. Rodríguez. 16/02/2009

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En una reunión de madres de soldados estadounidenses muertos en Irak, una de las presentes no estaba muy segura de que tejer calcetines para las tropas que aún siguen allí sirviese de mucho. «Seguramente la gente del Pentágono se los queda o hace una pira con ellos», dijo. Pero otra de aquellas mujeres no estaba tan segura. «Me basta con que uno solo de esos pares de calcetines llegue a su destino, no pido más», le contestó. Lo que ambas actitudes ponen de relieve no es tanto el grado de confianza o recelo que uno pueda tener con respecto a los estamentos militares, sino la estrecha relación que, para bien o para mal, todos tenemos con la guerra. Un frente de batalla nunca está lo suficientemente distante como para que no sintamos el fragor del combate: en la radio, en la televisión o en los periódicos. A veces incluso lo sufrimos nosotros mismos. La pérdida de un ser querido, un amigo, un vecino. Dos aviones que impactan en los rascacielos más altos de una gran urbe en un día cualquiera de septiembre; varios trenes de cercanías retorcidos como una serpiente moribunda, después de una deflagración; cartas sospechosas en una estafeta de correos… Cosas así suceden cogiéndonos desprevenidos, paseando sin prestar demasiada atención a nuestro alrededor, porque hasta entonces dábamos por hecho que vivíamos en el lugar más tranquilo y seguro del planeta. Por eso ya no podemos tener confianza en lo que nos cuentan nuestros gobiernos, ni siquiera los medios de información. Algo ha cambiado. ¿Será algo que tiene que ver con la forma de la guerra o con la manera en que la entendemos en estos momentos? Lo cierto es que a menudo aceptamos mejor un espectáculo que celebra la guerra que una película de arte y ensayo que la cuestiona, porque al fin y al cabo los espectáculos no mienten.
 
No tengo muy claro que haya alguien capaz de mostrarnos una imagen fiable de lo que es la guerra, ni Francis Ford Coppola, aunque en el estreno de Apocalypse now (ídem, 1979) asegurase que su película no trataba sobre la guerra de Vietnam, era Vietnam; ni Steven Spielberg con el pretendido verismo del comienzo de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1989); y menos aun Terrence Malick cuando quiso proponer una nueva mirada en La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1989). Al fin y al cabo, se trata sólo de películas de ficción. Las dudas, no obstante, surgen al preguntarnos si un documental puede franquear las limitaciones del cine comercial, ofreciendo imágenes más fiables. Quizás el problema reside en las fronteras que pretendemos trazar en torno a la verdad. O quizás todo se reduce a que confundimos la realidad con la verdad. ¿Hasta qué punto nos miente Joe Sacco al contarnos por medio de cómics sus experiencias en Bosnia o Palestina? ¿Mienten las canciones, los cuadros, los cuentos y los poemas inspirados en acciones bélicas? ¿Hemos de dar crédito a las cartas que los reclutas a punto de entrar en combate les envían a sus madres, mientras ellas tejen calcetines?
En torno a esas cuestiones se mueve Operation Homecoming: Writing the Wartime Experience (2006, Richard Robbins). Sin embargo, la película no pretende ofrecer la versión (o la imagen) definitiva de la guerra. Sus ambiciones son muy diferentes. Lo que sus imágenes buscan es una posible intersección entre la realidad y la ficción. Entre lo que una obra clásica, como La Ilíada, puede aportarle a una fotografía tomada en primera línea, como algunas de Robert Capa. ¿Cuál es el resultado de mezclar los recursos del arte y los testimonios reales? ¿Cómo deberíamos definir Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya? ¿Y los Despachos de guerra, de Michael Herr? Para Richard Robbins, un documento (o un documental) no tiene por qué renunciar a ningún tipo de metodología. Eso explica que enOperation Homecoming: Writing the Wartime Experiencedeseche las fronteras que dividen el arte del entretenimiento, las filigranas visuales de las formas reflexivas, la prosa de la poesía, las versiones oficiales de las personales o el documental de la ficción. También evita posturas maniqueas, poniendo de relieve el caos que preside toda visión de la guerra y los conflictos que sufren quienes participan en ella. De igual manera que podemos ver algo sin necesidad de entenderlo, podemos hacer algo sin necesidad de saber el motivo por el que lo hacemos. Nadie en sus cabales podría glorificar la guerra, pero eso no quiere decir que no haya gente dispuesta a participar en ella (en ocasiones por sentido del deber, en ocasiones por sólo Dios sabe qué).
 

Nos quejamos cuando el Pentágono quiere ocultar las instantáneas que mostraban el transporte de ataúdes con soldados muertos en Irak o Afganistán; y, a pesar de ello, no queremos que nos repitan una y otra vez el colapso de las Torres Gemelas en Manhattan ni los vagones donde perdieron sus vidas casi doscientas personas, en Atocha o El Pozo. En ese sentido, tampoco nosotros estamos libres de contradicciones. Siempre creemos tener una idea clara, hasta que esa idea comienza a desplegar sus formas más viscosas. Y entonces nos vemos obligados a negociar con la verdad, o con nuestra idea de la verdad, y con lo real, o con nuestra idea de lo real. O podemos optar por cerrar los ojos o por mirar hacia otra parte.

Poema de Braulio García Noriega. 16/02/2009

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METRO

 
Cualquier vida es una soledad de platino e iridio
sumergida en una algarabía de agua destilada a cuatro grados Celsius,
la distancia entre dos líneas finísimas
según están depositadas, guardadas celosamente
en la Oficina Internacional de Andenes y Transbordos de cualquiera.

 

Carmelo Fernández Alcalde. Presidente de la Asociación de Escritores de Asturias. 13/02/2009

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Por José Havel y Javier Lasheras.

 
Tiene un drive limpio y un revés demoledor. Lo peor que lleva, tal vez por su justa estatura, es el servicio. Sin embargo, si éste le entra a la primera no perdona al rival. Carmelo Fernández acaba de jugar un partido y llega a nuestro encuentro como nuevo, con una sonrisa afable y en su mirada la satisfacción y la preocupación a un mismo tiempo de encontrarse con dos años por delante al frente de la Asociación de Escritores de Asturias.
Hablamos de Nadal, de Federer… Y nos cuenta que el tenis es un deporte de explosión que se parece a la escritura en que uno pasa por periodos de gran creatividad y acierto con otros en los que no te sale nada de todo aquello que procuras. También en que es un juego de gran esfuerzo mental en el que uno acaba jugando contra sí mismo. La persistencia y la disciplina suelen dar buenos resultados. Seguramente por eso, le gusta disfrutar de la lectura con paciencia y escribir con tranquilidad.
Además, este palentino afincado en Asturias y profesor en un colegio ovetense, se apasiona cuando habla de libros o de fomentar la lectura entre los más jóvenes. A ellos dirige de lunes a viernes sus lecturas en el aula y lo hace con la misma intensidad con la que a buen seguro juega cada punto de cada juego de cada set de cada partido. Frase a frase, párrafo a párrafo, vamos descubriendo que detrás de ese mostacho entre rubio y pelirrojo, detrás de esos ojos vivaces y de esas manos que apoyan o enmarcan cada una de sus palabras, asoma la conciencia de un escritor que cree en lo que dice y que está determinado a hacer lo que piensa. Empezamos sirviendo nosotros.  
           
¿Cuáles son los motivos principales por los que ha aceptado la Presidencia de la Asociación de Escritores de Asturias?
 
Fundamentalmente el hecho de que varios socios me hablaron de tal posibilidad, para la que me dijeron podía contar con su apoyo, ilusión y trabajo incondicionales. Eso es lo que me ha llevado a asumir el cargo: el saber que nunca me voy a encontrar solo en esta tarea durante los dos próximos años.
 
¿Qué cree que aporta la Asociación de Escritores de Asturias a la actual sociedad asturiana?
 
Ser –cosa que, creo, consigue— uno de los referentes culturales de Asturias a través de las diferentes actividades que desarrolla; uno de los exponentes de la cultura asturiana, una cultura que se pueda exportar más allá de nuestras fronteras.
 
 
¿Cree que el escritor asturiano debería gozar de mayor visibilidad, e implicación, en la vida social de Asturias? ¿Se halla todo lo presente que debiera?
 
De entrada, la cultura ya es de por sí algo bastante invisible en general, lo mismo que el escritor, salvo las excepciones más mediáticas. Creo que estamos poco valorados y tenidos en cuenta. Esa es mi impresión. No obstante, tal vez muchas veces sea culpa nuestra, de los escritores, que tampoco nos comprometemos ni quizá intentamos hacer todo lo que debiéramos.
 
 
¿Cuáles pueden ser, a su juicio, los proyectos de futuro para estos dos años de la asociación? ¿Cuál es la idea-fuerza que moverá los próximos proyectos?
 
Hay que cuidar lo que tenemos, especialmente las dos actividades más importantes que llevamos a cabo y que son ya parte de nuestro patrimonio, las Jornadas de Literatura (de un tiempo a esta parte radicadas en Pravia) y los Premios de la Crítica de Asturias, dándoles mayor relevancia todavía, elevando, aún más si cabe, su presencia, empaque y glamour, como referentes importantes que son de la cultura asturiana.
Además, en este nuevo mandato tenemos un reto importante: el 10º aniversario de la AEA, que nos llena de alegría, pero también de responsabilidad, pues creo que debemos estar a la altura de las circunstancias con esa celebración que llegará durante el 2010.
Luego, personalmente, me gustaría realizar una tarea que tenga que ver con la literatura infantil, a través de unas jornadas (hace unos años ya organizamos unas, si recuerdan, [se refiere a las jornadas tituladas Un nuevo siglo para nuevos lectores realizadas en mayo de 2002]) que, de alguna manera, su presencia llegue a los colegios. También recabar una ayuda y un apoyo mayores de las instituciones y entidades pertinentes, tanto públicas como privadas, para poder materializar lo mejor posible nuestros diversos proyectos.
 
Se abre ahora en la AEA, ya consolidada y en crecimiento constante, una nueva etapa —nuevo presidente y nueva junta directiva—. Continuidad y cambios…
 
Continuidad en el sentido de que continuaremos con lo que de valor ya se estaba haciendo, dando ese salto de calidad al que antes aludía, insuflando una mayor personalidad. La página web me parece que puede ser un escaparate inmejorable para las cosas que se hacen en la AEA.
¿Cambios? Me gustaría que los socios (somos ya cerca de cien) se implicasen más, en una convivencia y un trato mayores. Debemos buscar modos de fomentar y potenciar esto último, pues cada uno de los socios tiene muchas cosas que decir. Algo que no podemos echar en saco roto, dado el capital humano, creativo e intelectual con el que por suerte contamos, y que debe darnos aún más fuerza como asociación. Si sacamos lo mejor de cada uno, en aquello que puede hacer, se siente mejor y disfruta, seremos capaces de movilizar una formidable energía para empujar todos en la misma dirección.
 
¿En qué le gustaría que mejorase la relación entre la AEA y sus socios, así como las relaciones entre éstos?
 
Me agradaría abogar por un mayor conocimiento recíproco. No debemos ser en ningún momento unos desconocidos los unos para los otros. Deberíamos lograr, ya sea a través de las Jornadas de Literatura, ya sea mediante otras actividades, conocernos todos los socios mejor. Ello nos ayudaría a conocer los puntos fuertes de cada uno con miras a aprovecharlos dentro del engranaje de la asociación, la cual se vería enriquecida con todas esas contribuciones que no podemos desperdiciar. Surgirían así, creo yo, muchas más iniciativas. Uno de los activos de la asociación debe ser ese conocimiento mutuo. Potenciemos, pues, las reuniones y sesiones de trabajo, los diferentes lugares de encuentro, para de esta manera llegar a todos los socios con el fin de implicarlos todavía más. Cuando alguien se implica en una tarea que le gusta, y con la que se lo pasa bien, todo es mucho más fácil.
 
Pasemos de las intenciones a los hechos. ¿Se lee mucho en Asturias, se lee poco…?
 
Como en otras regiones. Los datos reflejan que casi el cincuenta por ciento de la población no lee ningún libro, y luego que hay un treinta y tantos por ciento que lo hace de modo habitual. Es decir, que la mitad de la gente no lee. Este es un problema del que tenemos la culpa todos los mediadores con el libro, desde los bibliotecarios, la familia, los profesores, los libreros… Es una tarea en la tenemos que implicarnos todos. Es importantísimo que a los más jóvenes se les facilite el hábito de la lectura, porque la persona que lee será la que tenga mejor capacidad de pensar, mayor vocabulario y capacidad de expresión, mayor empatía con el otro…
Estamos en una sociedad en la que prima la información, y si una persona no tiene los recursos necesarios y suficientes para saber descifrar todo ese caudal de información que le llega, lo que estamos haciendo es, más que informarla, desinformarla e intoxicarla por exceso.
Es muy importante acercar los libros a los jóvenes, animándoles a que lean mediante actividades, y no tanto por medio de trabajos excesivos. Yo, que soy maestro, lo observo: doy clase a chicos de 9, 10, 11, 12 años, y éstos devoran los libros con pasión, porque en el fondo quieren leer. Pero eso hay que ponérselo fácil.
Muchas veces en los colegios hay lo que se llama lecturas obligatorias a partir de las que los alumnos tienen que hacer unos trabajos absolutamente desproporcionados, que yo mismo no los haría, e incluso por culpa de ellos llegaría a aborrecer esos libros. A la lectura no hay que pedirle nada. Simplemente que lea la gente que quiera hacerlo. Acercar los libros no significa obligar. Así los chavales leen muchísimo.
 
 
Es interesante esto que comenta, porque el gusto no se debe teledirigir, pero sí que se puede educar, infundiendo cariño y despertando interés hacia los libros, la lectura, de manera adecuada, sobre todo a los más jóvenes… 
 
Es penoso el desconocimiento que hay de la literatura por parte de no pocos maestros y profesores. Los hay que, por ejemplo, no saben ni quién es Roald Dahl, uno de los autores más importantes del mundo dentro de la literatura infantil y juvenil. Muchos ni siquiera leen.
Siempre acudo a una anécdota de Daniel Pennac, que cuenta en su libro Como una novela. Un día llegó a clase, en el instituto francés donde ejercía la docencia, cerca de París, y preguntó que a quién no le gustaba leer. Todos levantaron la mano, salvo algún despistado. Pennac contestó que, como a nadie le gustaba leer, entonces leería él. Y empezó a leerles El perfume, de Patrick Süskind. Un día y otro y otro… hasta que al final acabaron quitándole el libro de las manos.
De igual modo, en clase soy yo quien más lee. Pero también ellos leen, haciendo algo de teatro, trabajando los distintos aspectos de la lectura en torno a un libro. En fin, creo que, en realidad nacemos lectores; son la sociedad, los padres, los maestros, los profesores, quienes no.  
 
Dada su querencia por la literatura infantil y juvenil, ¿los demás socios podemos estar tranquilos en que va a repartir su tiempo equitativamente entre todos los géneros y atender a las diferentes modalidades por igual?
 
Yo creo que la literatura es literatura, al margen del apellido que se le ponga para entendernos. Volviendo a Roald Dahl, no creo que éste sea un autor ni mejor ni peor a Miguel Delibes, pongamos por caso. La buena literatura es buena literatura, independientemente de las etiquetas que se le quieran poner. Un buen libro puede y debería leerlo, en general, cualquier persona.
 
Y hablando de literatura, ¿le ponemos en un compromiso si le preguntamos por su valoración del panorama actual de la literatura en Asturias?
 
Se publica mucho, en torno a 70.000 libros al año –hablo de los datos en general, pues no conozco exactamente los de Asturias—, y se lee poco. Hay un proceso inflacionista. Pero en Asturias hay numerosos escritores de primera línea: Manuel García Rubio —por cierto, ahora finalista del Lara con Sal—, Fulgencio Argüelles, Pepe Monteserín, Ignacio del Valle, Pilar Sánchez Vicente, Antón García y, no sé, si repasamos la lista de los socios nos encontramos con un buen puñado de magníficos escritores.
 
¿No nombra a muchos poetas?
 
Es cierto. Pero en la Junta Directiva hay poetas que me ayudarán a conocerlos mejor. Ya estoy en ello.
 
Acabada su jornada laboral, ¿a qué le gusta dedicar su tiempo de ocio?
 
A cosas muy normales. Sobre todo me gusta hacer deporte. Me encanta jugar al tenis: me gusta emular a Nadal (risas). También estar con los amigos, tomando una cerveza y yendo a cenar. Escuchar música. Y, por supuesto, leer, y escribir, pues fuera de la enseñanza es a la escritura a lo que más tiempo dedico. La televisión apenas la veo.
 
            ¿Qué está leyendo ahora el Presidente de la AEA?
 
El Tratado sobre la ilusión, de Julián Marías, un libro que me encanta, y un autor que recomiendo encarecidamente, porque me parece excepcional, con unos presupuestos personales que comparto. Asimismo he leído últimamente La ladrona de libros, de Markus Zusak, y Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini, apasionantes ambos en mi opinión.
 
¿Es la vanidad un hándicap para la carrera de escritor? o, por el contrario, ¿es necesaria en tanto en cuanto se trata de una profesión muy solitaria que exige una autoestima muy elevada a la hora de salir ahí afuera?
 
Salvo casos de autores como Carlos Ruiz Zafón, que cuando presenta un libro casi tiene el estatus de una estrella de rock o de cine, dado su éxito, creo que al común de los escritores debería serles muy difícil tener ataques de vanidad. Digo esto porque, en general, somos bastante desconocidos. Llevamos a cabo una tarea callada y sacrificada, a veces oscura, de cuya dificultad no es consciente la mayoría de la gente.
Luego, muchas veces encajamos mal las críticas. También advierto que algún escritor asume el éxito de otro como una especie de fracaso propio, lo cual me parece penoso. Yo siempre procuro felicitar a los autores que han obtenido un premio. En absoluto debe verse como un demérito personal el triunfo ajeno, so pena de incurrir en el ridículo. En ese sentido animaría a los escritores a ser mucho más generosos con sus colegas.
 
¿En qué medida debemos los escritores asturianos hacer autocrítica y requerirnos un mayor grado de exigencia?
 
A los escritores se nos tiene que exigir un nivel máximo de excelencia, al margen de cuestiones mercantiles. Claro está, siempre en consonancia con las posibilidades de cada uno, porque no todos –es obvio decirlo— somos unos “Cervantes” o unos “Shakespeares”. Pero debemos ser mucho más exigentes con nosotros mismos a la hora de escribir, porque la escritura es un compromiso personal. Y ello en paralelo, por supuesto, a una crítica más profesional y honesta que dé cuenta de aquello que hagamos. Todo eso redundaría, sin duda, en beneficio del lector.  
 
Cambiando un poco de tema, ¿qué opinión le merece la oficialidad de la Llingua asturiana?
 
Me parece un hecho cultural innegable, sea oficial o no. En la Asociación hay escritores que utilizan en su quehacer la lengua española o la lengua asturiana. Además, no hay que olvidar que una de las notas características de la literatura asturiana actual es el bilingüismo, pues algunos escritores publican tanto en español como en asturiano. En cualquier caso, desde la Asociación se promociona y se difunde la obra de todos los escritores que están asociados, con independencia de la lengua en la que escriban. De todas las maneras, lo realmente importante es que haya un compromiso por parte del escritor con el lenguaje, con la escritura, con su tarea. En este sentido, escritores como Antón García, Xuan Bello, Berta Piñán, Miguel Rojo, Lourdes Álvarez, Pablo Antón Marín Estrada, Milio Rodríguez Cueto, entre otros muchos, están demostrando que toda lengua puede ser un vehículo para el conocimiento, el goce y el deslumbramiento. Eso es lo realmente importante. No obstante, y volviendo a la pregunta, supongo que entre los socios habrá diferentes sensibilidades con respecto a este tema.
 
¿Qué le dicen los siguientes nombres: Ayuntamiento de Pravia, Principado de Asturias, Universidad de Oviedo, CajAstur, Foro Abierto…?
 
Que son instituciones y entidades con las que guardamos relación y a las que en la AEA estamos agradecidos, pues han contribuido a hacer posibles nuestros proyectos durante los últimos años. Entre otras cosas, Pravia y su Ayuntamiento acogen las Jornadas de Literatura, hace nada que CajAstur ha patrocinado Palabras con Ángel, el Foro Abierto ha sido anfitrión continuado de La Venta de Palomeque hasta hace muy poco tiempo… Hacia todos siento, sentimos, agradecimiento por el apoyo prestado a la AEA, que ojalá en el futuro pueda ser mayor.
 
Desde su ingreso a la AEA como socio, habiendo participado activamente también en la dirección ejecutiva de la misma, ¿en qué ha variado su visión acerca de la misma y de los escritores asturianos?
 
Ingresé en la Asociación de los Escritores de Asturias asociación por consejo de Gonzalo Moure. Por entonces yo tan sólo había publicado un libro y no estaba muy animado a formar parte de ella. No me consideraba un escritor y se me hacía raro pertenecer a una asociación de escritores, como que no iba conmigo.
Debo reconocer, no obstante, que pese a mis prejuicios iniciales me he encontrado y he conocido a gente estupenda. Gente maravillosa, muy receptiva y abierta, tolerante, que respeta y sabe escuchar, que trabaja y tiene iniciativa. Lo cierto es que me he llevado una gratísima sorpresa en general, pues he hallado a personas que me han “desarmado” a raíz de irlas conociendo, y con las que me siento muy a gusto.
He encontrado amigos, los cuales, además, me han animado en la tarea de escribir; compañeros que me han ayudado compartiendo preocupaciones y problemas específicos de un escritor. Eso te enriquece mucho como persona y, como escritor, no te encuentras ya tan solo, sino más arropado. Tengo claro haber conocido a gentes con las que jamás habría trabado relación personal de no pertenecer, como pertenezco, a la AEA.
 
¿En qué aspectos piensa que debe trabajarse todavía más en pro del beneficio general de los escritores asturianos?
 
Uno de los objetivos de la AEA es promocionar la obra de nuestros escritores. Y es en esa línea en la que estamos trabajando, y debemos seguir trabajando, para dar a conocer lo más posible su obra. No sólo tenemos que escribir y leer, sino también hablar acerca de lo que hacemos, tanto a título individual como colectivo, acerca de nuestra obra y la de los demás compañeros.
Para tal difusión contamos con medios como los Premios de la Crítica (desde 1999), las Jornadas de Literatura (nacidas en 2001), foro de encuentro e intercambio, o nuestra página web, recientemente renovada, por cierto. Ésta última me parece un gran instrumento para promocionar nuestros libros en todo el mundo. Además, ahora está aún más pendiente de la actualidad cultural a través de LITERARIAS.
 
¿Qué mensaje desea enviar a los socios de la Asociación de Escritores de Asturias?
 
La Junta Directiva que ahora presido trabajará con entusiasmo, ilusión y profesionalidad para sacar adelante todos los proyectos que vayamos planteando, todas las iniciativas que vayan surgiendo, no sólo manteniendo los preexistentes, sino optimizándolos. Quiero enviar a nuestros socios un mensaje, pues, de profesionalidad, rigor, seriedad, trabajo, constancia e ilusión. Y no son sólo palabras. Espero que los hechos me den la razón y que los socios sigan sintiéndose cómodos en la Asociación.
 
¿Entonces se conforma con un cuarenta iguales al final del partido?
 
No, no. Este es un partido de dobles. Así que puestos a elegir prefiero punto, set y partido para la Asociación de Escritores de Asturias y Carmelo Fernández.

 

Queremos tanto a Julio. Por Redacción LITERARIAS. 12/02/2009

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Piet Mondrian (1872-1944)

 

 

 

 

 

Piet Mondrian (1872-1944)                                                      Maria Helena Vieira da Silva (1908-1992)

 

 

Fragmento correspondiente al capítulo 19 de Rayuela.
 
19.
 
—Yo creo que te comprendo —dijo la Maga, acariciándole el pelo—. Vos buscás algo que no sabés qué es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Eso que hablaban la otra noche… Sí, vos sos más bien un Mondrian y yo un Vieira da Silva.
—Ah —dijo Oliveira—. Así que yo soy un Mondrian.
—Sí, Horacio.
—Querés decir un espíritu lleno de rigor.
—Yo digo un Mondrian.
—¿Y no se te ha ocurrido sospechar que detrás de ese Mondrian puede empezar una realidad Vieira da Silva?
—Oh, sí —dijo la Maga—. Pero vos hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian. Tenés miedo, querés estar seguro. No sé de qué… Son como un médico, no como un poeta.
—Dejemos a los poetas —dijo Oliveira—. Y no lo hagás quedar mal a Mondrian con la comparación.
—Mondrian es una maravilla, pero sin aire. Yo me ahogo un poco ahí adentro. Y cuando vos empezás a decir que habría que encontrar la unidad, yo entonces, veo cosas muy hermosas pero muertas, flores disecadas y cosas así.
—Vamos a ver, Lucía: ¿Vos sabés bien lo que es la unidad?
—Yo me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así —dijo la Maga—. La unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?
—Más o menos —concedió Oliveira—. Es increíble lo que te cuesta captar las nociones abstractas. Unicidad, pluralidad… ¿No sos capaz de sentirlo sin necesidad de ejemplos? No, no sos capaz. En fin, vamos a ver: tu vida, ¿es una unidad para vos?
—No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.

 

Homenaje a Julio Cortázar.

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25 Años sin Julio. Homenaje a Cortazar
 
Con motivo de la celebración del 25 aniversario de la desaparición del escritor Julio Cortazar, Tienda de Voces celebra un acto de homenaje el jueves 12 de febrero a las 20 horas en la sala de conferencias del Centro de Cultura Antiguo Instituto(CCAI)en la calle Jovellanos 21 de Gijón. En el mismo realizaremos:

 

-Lectura de textos de Cortazar a cargo del documentalista argentino Pablo Rosalía.

 

-Dialogo cortazariano a cargo de los cronopios y escritores, el venezolano Edgar Borges y Pedro Antonio Curto.

-Asi mismo podremos escuchar textos de Cortazar a través de su propia voz.
 
Con este sencillo acto pretendemos realizar un homenaje a un creador que hizo de la literatura un juego y eso la hizo más grande.
Esperamos vuestra participación

Recetas para abrir el apetito lector. Por Juan José Lage. 11/02/2009

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“Hacer leer a un niño no equivale a llenar un vaso, sino a encender un fuego”

(MONTAIGNE)
 
Aún recuerdo como, hace años, ante una sobrina con problemas de inapetencia, de fobia a todo lo comestible, el pediatra – era solo una niña – muy acertadamente, hacía a sus padres las siguientes recomendaciones dietéticas:
 
Ø      Las pequeñas cantidades animan más a los niños sin apetito
Ø      Evitar la obsesión y las peleas por la comida
Ø      No distorsionar el automatismo de comer con coacciones o premios
Ø      Dejarles escoger entre alimentos equivalentes
Ø      Introducir poco a poco nuevos sabores y alimentos en la dieta.
 
Todos estos sabios y sencillos consejos, me vienen ahora a la memoria para intentar dar soluciones a la llamada incompetencia o falta de competencia lectora de buena parte de nuestros alumnos, que es sin duda, la principal causa de las masivas deserciones lectoras.
 
O lo que es lo mismo: para intentar desarrollar en los niños y adolescentes, de manera natural, hábitos saludables que favorezcan el acercamiento a los libros y a la lectura.
 
Para empezar, debemos tener en cuenta que las causas de la “desmotivación creciente” de los jóvenes frente a la lectura son, fundamentalmente, de tres tipos:
 
Ø      Por falta de tiempo para leer
Ø      Por falta de libros que les acerquen a sus intereses
Ø      Por falta de competencia lectora
 
Por lo tanto y visto esto, todas las recetas que se elaboren para favorecer el gusto literario o lector, deben contener ingredientes que aminoren o diluyan estos nocivos e insípidos componentes.
 
Los anteriores consejos del pediatra nos vienen como anillo al dedo para dar sentido a lo que queremos decir.
En primer lugar, ante un niño anoréxico e inapetente de lecturas y como la educación lectora debe ser progresiva, el primer plato debería estar lleno de frutos accesibles o asequibles, en pequeñas dosis, libros que entienda y comprenda, que estimulen sus ansias de comer más, que le vayan entrenando y abriendo el apetito para llegar a dietas mas sofisticadas. No vaya a ser que, como decía Montaigne, por excedernos en el celo perdamos la perspectiva: “así como las plantas se ahogan por exceso de agua, lo mismo le ocurre a la acción del espíritu por exceso de estudio y de materia”.
 
No olvidar que  la lectura en las primeras edades, al igual que la educación básica, debe ser un mero aperitivo y no una comida copiosa. Lecturas sencillas, que no triviales o superficiales.
 
Y aquí, es el cuento o relato breve quién debe estar presente en este primer plato y además, con él ganaremos también la batalla de la falta de tiempo.
 
En segundo lugar y para el siguiente plato, debemos esforzarnos en preparar lecturas que les dejen buen paladar, que les causen placer y satisfacción, sabiendo que el placer es indispensable para asumir el esfuerzo de subir nuevos peldaños, de hacer nuevas conquistas.
 
Y aquí, es el humor —la risa— el ingrediente básico que sin duda, recompensará sus esfuerzos y asociará con disfrute y placer. Y es así también como conseguiremos adaptarnos a sus intereses. J. D. Salinger pone en boca del protagonista joven de El guardián entre el centeno la siguiente frase: “lo que me gusta de un libro es que te haga reír un poco de vez en cuando”.
 
Desaconsejar asimismo las coacciones o imposiciones, que pueden acarrear el vómito y el rechazo. E incluso las recompensas, que inducen a la larga, a la picaresca, el empacho o la diarrea. “La gratuidad – dice Daniel Pennac – debe ser la única moneda del arte”.
 
No obsesionarse ni perder los nervios es otro consejo acertado. Aguardar los resultados, que con una dieta equilibrada sin duda se producirán. “Leer y esperar”, “Lectura – regalo” es la mejor de las recetas.
 
Y tampoco pedir lo que no son capaces o no quieren explicar. Cuando saboreamos un plato que nos parece delicioso, no estamos pensando en las grasas o hidratos de carbono que contiene.
 
Es necesario también, como postre, favorecer la diversidad y la variedad, que el lector pueda elegir, suministrando platos con las mismas proteínas pero diferentes sabores. Claudio Magris, premio Príncipe de Asturias de las Letras, teorizaba así sobre el tema: “creo que en la Literatura la poligami y el politeísmo no solo son lícitos, sino que son la única postura posible: el dicho evangélico “en la casa del padre hay muchas moradas”, sirve también para la Literatura”.
 
Y como brindis final, dos pequeñas observaciones. La primera de la mano del gran cocinero C. S. Lewis: “los niños están hechos para crecer, no para quedarse en Peter Pan”. Lo que significa que los libros, como los alimentos, deben ayudarles a crecer, deben ir siempre un poco por delante del lector. No podemos alimentar a nuestros vástagos sólo con papillas.
 
La segunda del especialista asturiano en dietética literaria Salvador Gutiérrez Ordóñez, que nos instruye sobre la importancia del cocinero o cocinera y el buen conocimiento y dominio de los ingredientes:“solo consigue apasionar al alumno el profesor apasionado y solo consigue ilusionarse con una disciplina la persona que la conozca y la domine”.
 

Juan José Lage es maestro y Premio Nacional Fomento de la Lectura, 2007