Déjame entrar, la joya que surgió del frío. Por José Havel. 09/05/2009

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Muchos fueron los países que pujaron por los derechos del bestseller de John Ajvide Lindqvist Déjame entrar. Todos, más de una veintena —entre ellos, EE UU, Dinamarca, Alemania…—) fracasaron en el intento. Hizo falta toda la capacidad de persuasión del productor sueco Carl Molinder para convencer editores y autor de que vendiesen los derechos de adaptación de esta romántica historia con elementos de horror, delicada e inteligentemente pautados, ideal de cara a una mezcla cinematográfica de comercialidad y autoría artística, e interesante para un público muy variado. Y así lo acabó demostrando el realizador escandinavo Tomas Alfredson, a partir de un guión del mismo Lindqvist, quien desde las palabras de la novela supo pergeñar un largometraje narrativamente autónomo y con voz propia.

Su argumento se (con)centra en la relación de amistad que en Blackeberg, un suburbio de Estocolmo, se establece a principios de los años 80 entre dos críos, un niño y una niña, de 12 años. Uno es Oskar (Kåre Hedebrant), un jovencito apocado e introvertido, coleccionista de artículos de temática criminal, al que acosan sin piedad sus compañeros de colegio. Impotente, Oskar sueña con vengarse. La otra, Eli (Lina Leandersson), una misteriosa vecina nueva, muy pálida, que sólo sale de noche, nunca tiene frío sobre la nieve, despide un aroma extraño y está vinculada al siniestro Håkan (Per Ragnar). Fascinado, Oskar pronto se hace amigo íntimo de Eli. Pero la intriga alrededor de ésta aumenta, pues su llegada coincide con una serie de muertes en el barrio, muy extrañas (los cadáveres aparecen desangrados), que hacen temer la presencia de un asesino en serie. Todo se complica entonces para los dos nuevos amigos.

En la película no faltan los momentos fuertes, pero las imágenes de impacto jamás suponen un fin en sí mismas, siempre se ajustan a al relato como valores expresivos, sirviendo a la historia y a los personajes. La irrupción de lo sobrenatural dentro de un contexto realista contribuye a matizar el lado cotidiano del monstruo, en este caso la angustia de la vampira Eli y del marginal Oskar, sedientos ambos de una relación normal, siempre imposible, con alguien ajeno a los de su clase. Los niveles de lectura de Déjame entrar son numerosos. Uno de ellos es su reflexión acerca de los mecanismos de dominación y sumisión que rigen las relaciones humanas, una dominación no pocas veces sádica cuando se adquiere plena consciencia del poder detentado frente a quienes son menos fuertes y resultan, por tanto, presas fáciles en una caza innecesaria y humillante que en nada se parece a la depredación de Eli, exclusivamente orientada a la supervivencia. Hipnótica, emotiva, poética, esta película de estética elegantemente depurada es una pequeña joya que merece un lugar de honor dentro de la galería vampírica del cine.

 

DÉJAME ENTRAR (Låt den rätte komma in). Suecia, 2008. Dirección: Tomas Alfredson. Producción: John Nordling y Carl Molinder. Guión: John Ajvide Lindqvist, a partir de su novela homónima. Música: Johan Söderqvist. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Montaje: Dino Jonsäter y Tomas Alfredson. Intépretes: Kåre Hedebrant (Oskar), Lina Leandersson (Eli), Per Ragnar (Håkan), Henrik Dahl (Erik), Karin Bergquist (Yvonne), Peter Carlberg (Lacke), Ika Nord (Virginia), Mikael Rahm (Jocke), Anders T. Peedu (Morgan), Pale Olofsson (Larry)… Duración: 115 minutos.

 

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