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El otro mundo, nueva novela de Hilario J. Rodríguez (22/01/2010).

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Hilario J Rodríguez

presenta su nueva novela
El otro mundo
 
Le acompañarán José Havel y Miguel Barrero
 
Viernes, 22 de Enero de 2010
19,30 h.
Librería Central
(Calle de San Bernardo 31)
Gijón

  

Hilario J. Rodríguez, El otro mundo, Ediciones del Viento, 2009 (Viento Abierto nº 12). ISBN 978-84-96964-57-0. Rústica con solapa, 14 x 22 cm. Páginas, 173. Precio sin IVA, 15,38.-€. Precio con IVA, 16,00.- €

Hilario J. Rodríguez, uno de los autores más inquietos de la nueva narrativa española, y colaborador habitual de Literarias, publica El otro mundo, su nueva novela. De marcado carácter autobiográfico narra, con una prosa que nos recuerda a Coetzee o a Sebald, la vida de un escritor español en Brooklyn.

 La obra:

Hubo un tiempo en que todo iba veloz y la radio del coche estaba encendida. Conducíamos de noche con las ventanillas bajadas, tarareando juntos aquellas canciones, yo siempre a destiempo, sin llevar el compás, pero nada parecía importarnos demasiado, sólo la velocidad, el viento, las carreteras desiertas, la música… Hasta que un día nos adentramos en un túnel. Era interminable. Intentamos salir de él porque de pronto nos sacudió el miedo. Teníamos un hijo, dinero, comodidad, y ya nada nos divertía.               

Fue entonces cuando decidimos probar suerte en Ámerica. Y ésta es la historia de lo que sucedió allí, de cómo un negro sudanés regresó del pasado y su historia se mezcló con la de W. G. Sebald, de camisas olvidadas y buzones llenos de cartas para un destinatario desconocido, de un escritor que intenta comenzar su nueva novela pero no puede porque la realidad, a su alrededor, está rebelándose contra él y contra la ficción…

 El autor:

Hilario J. Rodríguez ha dado clases de lengua y literatura en España, República de Irlanda, Gran Bretaña y Estados Unidos. Se encarga de la sección de cine de Revista de Occidente; colabora habitualmente con Abc, La Vanguardia, Clarín, Rockdelux e Imágenes de actualidad; y es asesor y programador de varios festivales de cine.

Ha escrito estudios sobre géneros, películas y cineastas, como Lars von Trier: El cine sin dogmas (JC, 2003) o El cine bélico (Paidós, 2006). Es autor asimismo de la novela Construyendo Babel (Tropismos, 2004) y de la fuga literaria Mapa mudo (Traspiés, 2009).

 

www.edicionesdelviento.com – e-mail: info@edicionesdelviento.com Tel.: 981244468

50 años de Nouvelle Vague. Por José de Oxendain (20/09/2009).

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Allá por enero de 1954, en el nº 31 de Cahiers du cinéma, un jovencísimo François Truffaut de tan sólo 22 años, perfilando la Política de los autores o Teoría del cine de autor, arremete sin contemplaciones, a través del tan polémico como célebre texto “Una cierta tendencia del cine francés”, contra el rancio academicismo del cine de la Tradición de la Calidad o Realismo Psicológico, integrado por una serie de realizadores (Claude Autant-Lara, Jean Delannoy, René Clément, Yves Allégret, Marcel Pagliero, Henri-Georges Clouzot y Jean Boyer, entre otros) que –según él— no podían ser considerados como AUTORES: todos ellos carecían de un universo artístico propio (sus obras eran esencialmente películas de guionistas) y estaban faltos, gtambién, de una coherencia artística intrínseca.

A esa Tradición de la Calidad opone Truffaut, ensalzándolo, el tipo de cine representado por autores como Robert Bresson, Jean Renoir, Jean Cocteau, Jacques Becker, Max Ophüls, Jacques Tati o Abel Gance. O lo que es lo mismo, desde las páginas de la mítica revista parisina, fundada en 1951 por André Bazin y Jacques Doniol-Valcroze, se sentaron las bases de la crítica cinematográfica moderna de la mano de aquellos jóvenes redactores suyos denominados “jóvenes turcos” (François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Eric Rohmer, Jacques Rivette… todos ellos futuros cineastas de la Nouvelle Vague), a cuya lista de preferencias se suman igualmente directores tales como John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Luis Buñuel, Carl Th. Dreyer, Roberto Rossellini u Orson Welles. Realizadores todos ellos que, al acertado entender de los cahieristas, atesoraban un estilo personal –rastreable en el modo singular e intransferible de operar con el material fílmico— y asimismo plasmaban en sus filmes sus propias ideas acerca de la vida; es decir, eran AUTORES (= artistas) que se contraponían a los metteurs en scéne o artesanos, profesionales –todo lo competentes que se quiera— sin una cierta coherencia temática y/o estilística que no precisaban de introducir en sus filmes su visión personal del mundo.

El otro gran y definitivo golpe de efecto se produce en 1959 cuando, tras una productiva labor exegética (“escribir ya era hacer cine”, llegará a afirmar Godard) y un previo paso de tanteo por el cortometraje, cinco de los llamados “jóvenes turcos” se pasan en bloque al ámbito de la dirección, asumiendo desde detrás de la cámara los postulados de la Teoría del cine de autor, para legarnos otras tantas óperas primas de innegable importancia dentro de la historia del cine. Nos referimos a Jean-Luc Godard, François Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol y Jacques Rivette ; y a Al final de la escapada, Los 400 golpes, El signo del león, El bello Sergio y Paris nous appartient, respectivamente. Así, la llamada Nouvelle Vague (Nueva Ola), marbete acuñado en octubre 1957 por François Giraud en el semanario L’Express para rotular a una amplia encuesta sobre la juventud francesa, dejaba de ser tan sólo una actitud crítica para transformarse, junto al Free Cinema inglés, en el movimiento pionero de los denominados Nuevos Cines, que conocerían su desarrollo durante la veintena de años comprendida entre 1955 y 1975.

El de la Nouvelle Vague fue un cine realizado –en su mayoría— por entusiastas jóvenes cinéfilos que, por encima de todo, deseaban hacer cine. Pero un cine distinto al imperante: “Hay que filmar otras cosas, con otro espíritu (…) El joven cineasta debe decirse a sí mismo: Les voy a dar a los productores una obra tan sincera que su verdad será como un grito y tendrá una fuerza formidable; les he de probar que la verdad da ganancias, y que mi verdad es la única verdad”, sentenciaría Truffaut. Con tal fin se optó por anteponer la libertad creadora a cualquier factor comercial y establecer la diferencia tanto en los temas como en el tratamiento fílmico, del cual se deriva un fenómeno de personalización que evidencia la autoría de las películas en cuestión. Como muy escriben José Enrique Monterde, Esteve Riambau y Casimiro Torreiro en Los Nuevos Cines europeos 1955/ 1970 (Barcelona, Lerna, 1987), “se agiganta la presencia del cineasta, que deja de contar una historia para pasar a contarnos ‘su’ historia. Ello no quiere decir que ésta tenga que ser necesariamente autobiográfica, aunque de hecho los ‘nuevos cines’ estén repletos de casos así, sino que la inscripción del papel del creador cinematográfico es mucho más evidente: su presencia se inscribe en la propia obra de una forma mucho más clara que cuando asumía el mero papel de narrador”.

Al lado de una ostensible ampliación y cotidianización –a veces transgresora—de los temas abordados, esta nueva manera de entender el cine aboga por una liberación de éste por medio de la subversión y quebrantamiento de los académicos códigos gramaticales y sintácticos, cuando no mediante un remozamiento de recursos de otrora caídos en desuso. El relato fílmico se fragmenta y la cámara también se libera en pos de una narración expuesta de un modo más ágil, directo y moderno, donde se incrementa el trabajo con las elipsis y las estructuras temporales, se violentan/vulneran los raccords, se difuminan las transiciones y los géneros se entreveran. Estando además todo ello enmarcado dentro de un replanteamiento de los métodos de producción, en virtud del cual los presupuestos se reducen, los equipos de rodaje se hacen más reducidos y los equipos técnicos más ligeros, se abandonan los estudios para filmar en escenarios naturales y decorados reales, se recurre al sonido directo y asimismo cobra valor de primer orden la improvisación.

No andaba, por tanto, muy errado Bernard Eisenscheitz cuando se acogió a un resumen tripartito del fenómeno de la Nouvelle Vague para concluir que ésta representa un concepto histórico (la ruptura con el cine académico francés de los 50), un concepto económico (el lanzamiento del filme de bajo presupuesto) y un concepto ideológico (un cine joven para un país joven, como lo era Francia al comienzo de la V República). Sin embargo, en calidad de más adecuado corolario a esta somera aproximación al más elegante de los Nuevos Cines europeos, preferimos acudir de nuevo a las p
alabras de ese gran humanista que fue François Truffaut: “La Nouvelle Vague no tenía un programa estético, era simplemente una tentativa por recuperar cierta independencia perdida (…) Creo que la Nouvelle Vague ha demostrado que se pueden hacer películas inteligentes en completa libertad de espíritu y de medios materiales. Y hemos demostrado, me parece, que en cine se puede hacer todo lo que se quiera.”

Inglourious Basterds, Glourious Quentin. Por José Havel (18/09/2009).

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A Inglourious Basterds le bastan unos pocos planos para clavar al espectador en su butaca desde los primeros minutos hasta la los títulos de crédito finales. Ya en la secuencia inicial del interrogatorio llevado a cabo en una granja perdida en medio de la campiña francesa –primero encuesta formularia, auténtica tortura psicológica después—, Quentin Tarantino se sitúa en las cumbres de su cine para no descender de ellas en ningún momento del metraje. En esta película, como buena pieza tarantiniana que es, se habla mucho y bien, pero sin verborrea huera: siempre está ocurriendo algo bajo las palabras, las situaciones multiplican sus niveles de sentido, conforme van desarrollándose las conversaciones. Todo el filme se inscribe dentro de una lógica de espectáculo en escalada con efecto dominó, esencialmente fundamentada sobre magnéticos  combates verbales (hasta el campo/contracampo más banal está preñado de interés y trufado de intriga), explotando del todo en esa secuencia final de la gala cinematográfica, a la vez hermosa, apocalíptica y farsesca.

Esto último, la ironía burlesca, siempre dentro de la tensión insoportable  –tampoco nos confundamos— de un conflicto bélico, tiene que ver con la circunscripción del relato a un pequeño argumento de serie B: hacia el final de la II Guerra Mundial, como avanzadilla de las fuerzas aliadas desembarcadas en Normandía, una milicia de judíos americanos siembra el horror entre sus adversarios nazis de la Francia ocupada, a través de masacres y mutilaciones humillantes (corte del cuero cabelludo al modo apache, tatuaje de cruces gamadas faciales a cuchillo).

Desde su inteligente delirio, Inglourious Basterds se erige en una ucronía aplicada en el dibujo de una Historia paralela que se sacude todo principio de realidad histórica, instaurando un universo no menos fantasmático que el orwelliano rostro gigante que, entre llamas, brama en la traca final del Cinéma Le Gamaar. Lo mejor de este canto al cine con forma de reescritura burlesca de la Historia (la ficción tiene el poder de cambiar el decurso histórico) es que Tarantino sigue fiel a sí mismo, pero dando un salto de calidad a través del cambio dentro de la continuidad. Con Inglourious Basterds Quentin firma su obra maestra, alcanza definitivamente la madurez creativa.

 

MALDITOS BASTARDOS (Inglourious Basterds). EE UU, 2009. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Intérpretes: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Daniel Brühl, Diane Kruger… Duración: 155 minutos. 

El Pote. Por José Ángel Ordiz (16/09/2009).

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Hace tiempo que el pote se fue al carajo. Al parecer, por discrepancias en asuntos políticos, por una trifulca entre carlistas y no carlistas que iban a comer ese pote y acabaron a garrotazo limpio, sin alimento y túmidos además. Es así la especie humana, somos así los supervivientes de los homínidos: también en bodas y bautizos suele empezar bien la celebración, con saludos y abrazos, y no siempre finaliza de igual modo  por culpa de una discusión cualquiera que, con el fulminante adecuado, generalmente etílico, deviene en agresiones múltiples. Un misterio lo de esa supervivencia nuestra hasta el presente.

Un misterio si sólo nos fijamos en lo negativo del animal racional que somos, si sólo anotamos los defectos que nos convierten, de cuando en cuando, en el más irracional de los animales; ahí, de nuevo, el hombre y la mujer que destruyen en nombre de una simple idea, una idea que poco después ya se nos antoja un despropósito, por lo que destruimos nuevamente.

Pero yo, desde el varganal de La Pedrera, en el valle de Santa Bárbara, desde el mirador abierto hacia el prado de la fiesta -a la derecha, más allá del puente sobre el río, no quiero mirar: más allá del puente sobre el río, a mi derecha, está el cementerio, tan cerca del jolgorio anual-, mientras suena la música de la orquesta y baila la gente, anoto también la buena salud de lo que observo, danzas, caricias, el deseo de las personas de divertirse, de amar a destajo mientras se divierten. Y el amor siempre redime.

Sí, hace tiempo que el pote se fue al carajo; es innegable que destruimos, encumbrados en lo más cimero de una idea o aupados en las pendencias atizadas por el alcohol y otros detonantes, pero de ese pote antaño arruinado hemos sido capaces de construir este pote actual, estos festejos de El Pote, esta diversión amorosa.

Hasta aquí hemos llegado por construcciones semejantes.

Y por fin miro hacia la derecha, hacia el puente sobre el río: Venga, venid también vosotros a la fiesta, que aquí cabemos todos, bien cebados o en los puros huesos.

La Mina de Sal de Wieliczka y world music, en Polonia. Por Angel Garcia Prieto y Miguel Angel Fernandez (13/09/2009).

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A pocos kilómetros de la capital de la Pequeña Polonia, Cracovia, en Wieliczka, una antigua leyenda atribuye a Santa Kinga, hija del Rey de Hungría Bela IV, el descubrimiento en la segunda mitad del s. XIII de una mina de sal. Desde entonces, este yacimiento salífero ha llegado a tener más de doscientos cuarenta kilómetros de galerías, dos mil cuarenta cámaras y nueve niveles entre los sesenta y cuatro metros de profundidad del primero y los trescientos veintisiete del noveno. En fin, un asombro de la prodigiosa naturaleza y del cúmulo de trabajo que los polacos han llegado a realizar con afán en estos siete siglos de explotación y embellecimiento de la mina. Embellecimiento porque la artesanía se ha hecho pródiga en la arquitectura minera y la construcción de esculturas, escalinatas, bajorrelieves, artilugios, embarcaderos de las lagunas creadas tras la inundación de algunas de las grandes cámaras, ahuecadas al extraer la sal. Y hasta una iglesia, dedicada a Santa Kinga, con una amplia nave de veinte metros de altura, decorada con artística imaginería también de sal. En fin, todo un mundo subterráneo que incluye un balneario, para aprovechar los benéficos efectos de una temperatura estable y un ambiente salado; incluso los nazis, en la época de su invasión, iniciaron obras para construir en su interior instalaciones aeronáuticas de guerra, sin que afortunadamente las llevaran a efecto. En la actualidad algunas de estas cámaras están dedicadas a restaurante, cafetería, galería de tiendas y museo y centro de interpretación de la explotación minera. Por otro lado, personajes importantes de la historia polaca como el Rey Casimiro el Grande, el astrónomo Nicolás Copérnico o el estadista Józef Pilsudski y otros más relacionados de modo directo con la mina, están perpetuados en monumentos destacados, o dan nombre a las cámaras y lagos; así como el gran escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe, que fue en algún momento de su vida encargado de industria y minería del Ducado de Weimar y como tal visitó estas explotaciones. La Mina de Sal fue incluida en la primera lista de Monumentos del Patrimonio Mundial de Cultura y Naturaleza, de la UNESCO, en 1978 y la visitan cientos de miles de turista al año.

Músicas en Polonia

Desde este lado de Europa, la muralla pirenaica confunde a veces nuestra visión meridional y nos aleja, las más de las veces, de algunas interesantes músicas de las viejas tierras muy al norte en el continente. Polonia y algunas de sus tradiciones, en especial las que tienen sus raíces en las músicas yiddish son algunas ideas para viajar lejos a través de viejos – nuevos para nosotros – sonidos y costumbres.

En la actualidad existe un grupo polaco, cuyo nombre es Kroke, – palabra que en yiddish designa a la ciudad de Cracovia – que en estos últimos años ha causado una enorme revolución, Tomasz Kukurba es el violista y líder de una formación cuya música, a medio camino entre la música clásica, el folclore, el jazz, etcétera, y sobre todo, la tradición klezmer ha creado una legión de seguidores en todo el mundo. La música klezmer es la música de los judíos askenazíes de la Europa Oriental, desarrollada en principio por grupos no religiosos, inspirándose en el Antiguo Testamento para crear melodías con temáticas de celebración y alegría y que está llenas de cadencias expresivas. Duramente perseguida durante el dominio nazi, la música klezmer comenzó a recuperarse en la década de los setenta. Hoy día, hay un buen puñado de excelentes músicos y grupos que siguen haciendo de esa tradición una importantísima fuente musical y de inspiración para muchísimos aficionados. Hay varios discos recomendables de Kroke, pero probablemente The Sounds of the Vanishing World (Oriente Music, 2000) y Ten pieces to save the world (Oriente Music, 2003) sean los más interesantes. Es también muy destacable el disco de la cantante polaca Edyta Geppert I sing life (Oriente/Resistencia, 2007), sobre músicas de Kroke, tal vez más ameno y cercano en su lirismo, más atractivo y fácil.

Otro grupo polaco con importante proyeccón futura es Transkapela – su nuevo disco se titula Over the village (Ferment Music, 2007) – con una importante influencia de la música klezmer de los Cárpatos y tierras de la Galicia centroeuropea, Galitzia, de Palopolska, Bukovina, Maramuses, Transilvania… Aquí tiene un importante papel el cymbalon, un instrumento vital para este tipo de músicas, una especie de arpa sobre un tablero con cuerdas golpeadas por unas varillas metálicas o de madera; un sonido que también se encuentran en otras formaciones musicales de otras tierras más al sur.

La clienta: Humor, ternura y desgarro. Por José Havel (12/09/2009.)

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La clienta, el mejor filme de Josiane Balasko desde Felpudo maldito (1995), aborda con inteligencia un tema delicado, trascendido por la actuación brillante de Nathalie Baye. Ésta interpreta a Judith, una mujer en la cincuentena de edad, burguesa de buen ver que dirige con éxito un canal de telecompra. Divorciada, tiene por confidente a su hermanaIrène (Josiane Balasko), la única que conoce su secreto: Judith utiliza regularmente los servicios sexuales de hombres jóvenes de compañía elegidos por Internet. Es así como se encuentra con Patrick, al que llega a apreciar por su amabilidad, encanto simple y sencillez. Ahora bien, Patrick (Eric Caravaca), en realidad Marco, está casado con una mujer a la que ama con locura, Fanny (Isabelle Carre), quien piensa que su marido es obrero e ignora de dónde procede parte del dinero que paga la hipoteca de su peluquería de barrio.

Varios años llevaba la Balasko intentando sacar adelante este proyecto cinematográfico acerca de la prostitución masculina. Frente a los rechazos sucesivos de los productores, que veían demasiado atrevido el asunto, la actriz-realizadora francesa se tomó la revancha transformando en 2004 su guión en una novela de gran éxito editorial. A la vista del potencial de la historia, productores más jóvenes, con un criterio más amplio, aceptaron al fin adaptarla para la gran pantalla.

El resultado evidencia que Josiane Balasko encontró el tema ideal para expresar su humor y también reflexionar sobre las relaciones entre los sexos, siempre complicadas. Visiblemente hastiada de una sociedad donde todas las relaciones humanas están condicionadas por el dinero, Balasko echa mano de un motivo literario (el amor naciente entre prostituta y cliente) para darle la vuelta como a una tortilla, y así firmar una buena comedia de costumbres que, con habilidad, vira progresivamente hacia un drama social y amoroso muy tierno, pero no exento de desgarro.     

 

LA CLIENTA (Cliente). Francia, 2008. Dirección y guión: Josiane Balasko. Intérpretes: Nathalie Baye, Eric Caravaca, Isabelle Carre, Josiane Balasko… Duración: 104 minutos. 

Yose Álvarez-Mesa gana el XXIX Certamen Poético ‘Villa de Sonseca’.9/09/2009

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El Ayuntamiento de Sonseca hizo público anteayer, día 7 de septiembre, el fallo del XXIX Certamen Poético ‘Villa de Sonseca’. Según el acta emitida por el jurado con fecha 30 de agosto, este ha sido el resultado:

– Premio Nacional (800 €): ‘Hay distancias que unen’, presentado bajo el lema Helter Skelter.
Autora: Yose Álvarez-Mesa, de Arnao (Asturias)

– Premio local (200 €): Del vacío a la felicidad, presentado con el lema Metamorfosis.
Autor: Manuel Camuñas Benítez, de Sonseca (Toledo)

La entrega de premios tendrá lugar el 9 de octubre a las 9 de la noche en la Sala de Conferencias Ernest Lluch de la Casa de la Cultura

Geografías: Héroes anónimos. Por Hilario J. Rodríguez (01/09/2009).

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¿Cómo filmar el trabajo? ¿Y a los trabajadores? ¿Existe una manera que colme las expectativas de los cineastas, de sus modelos, de los productores, de los exhibidores o del público, sin fomentar conflictos entre todos ellos? Ninguna de estas preguntas admite una respuesta tajante, de ahí que continúen estando vigentes después de haber sido formuladas por primera vez, desde que los hermanos Lumière tuvieron que obligar a los operarios de su fábrica a que ensayaran tres veces su salida de la misma, hasta quedar inmortalizados en la película que abre la historia del cine. Hay quienes, por sistema, desconfían de las imágenes del mundo laboral que ofrecen las películas o las fotografías, el arte en general. A Sebastião Salgao, sin ir más lejos, le han acusado de hacer cosmética del trabajo; a Milton Rogovin, de ser demasiado indolente por conformarse con retratar a los trabajadores en sus casas, al lado de sus familias; y a Richard Avedon, de ser demasiado distante y cruel con la clase obrera, a la que siempre presentaba cubierta por la mugre, recién acabados sus turnos en minas de carbón o ranchos. Cualquiera que haya presentado una imagen del trabajo o de los trabajadores en seguida ha levantado sospechas. Incluso la obra de directores como Robert Flaherty, King Vidor, Alexander Dovzhenko, John Grierson, Joris Ivens, o Humphrey Jennings ha sufrido ataques, unas veces por resultar propagandística a ojos de ciertos espectadores y otras por no ajustarse a la realidad por completo. En ese sentido, quizás valdría la pena recordar que, aunque toda imagen sea exacta, ninguna contiene la verdad, al menos no la contiene de forma total y absoluta, a la medida del mundo entero.

Michael Glawogger tuvo lo anterior en cuenta antes de lanzarse a rodar Workingman’s Death (2005), recorriendo diferentes geografías, en busca de formas de trabajo manual poco o nada conocidas. Su película comienza con imágenes de archivo sobre las proezas llevadas a cabo por Aleksei Stakhanov en las minas de carbón de Donbass (Ucrania) durante el Primer Plan Quinquenal de Lenin; y acaba en una antigua zona industrial de Duisburg (Alemania), convertida en la actualidad en una especie de parque temático. Ambas propuestas nos recuerdan que el trabajo también puede acabar transformado en un espectáculo, en un modo de entretenimiento que antaño tenía fines aleccionadores y que hoy se conforma con proporcionar pingues beneficios. Por un lado, se muestra a un minero capaz de extraer cinco toneladas de carbón en una sola peonada, para que sirva de ejemplo a la clase obrera; y por otro, la cámara registra un paisaje con antiguas fábricas y almacenes, adornado con la misma parafernalia que se utiliza en Disneylandia para asombrar a los niños antes de entrar en cada una de las atracciones. Algo así puede hacernos pensar que a veces, en lugar de ante trabajadores, estamos ante estrellas mediáticas o que, en lugar de viejas fábricas, visitamos castillos encantados. En uno de los episodios de la película, que tiene lugar en una zona volcánica del Este de Java (Indonesia), se muestra a unos porteadores que se dejan fotografiar junto a varios turistas; de algún modo, parece como si cierto tipo de trabajos estuviesen cada vez más lejos de nuestra sociedad o que hubiesen sido convenientemente ocultados y que sólo pudiésemos acercarnos a ellos de manera turística, en calidad de extranjeros que van a ver algo que no les pertenece.

Cualquier imagen del trabajo en bruto, sin embellecimientos, y en tiempo real puede acabar siendo rutinaria a no ser que le apliquemos un mecanismo de análisis que proyecte en ella una historia. Sin embargo, muchos directores, más que proponer simples narraciones como en su día hicieron novelistas de la talla de Emile Zola o George Gissing, prefirieron hacer himnos a la clase obrera, que reflejasen a la vez los movimientos sensuales que implican ciertos oficios y las mejores cualidades de quienes cavan zanjas, cuya perseverancia, resistencia y fortaleza han contribuido a dar forma al mundo, a menudo sin que nadie reparase en su profunda entrega ni en sus enormes sacrificios. En ese sentido, bastantes cineastas se han dejado llevar por el ritmo del trabajo. Michael Glawogger, por ejemplo, en Workingman’s Death no siempre trabajó con una idea clara de lo que iba a capturar con la cámara. Para hacer una filmación en un matadero de Port Harcourt (Nigeria) tuvo que ajustarse al ritmo de los matarifes, utilizando una steadycam sin establecer cortes y sin tampoco buscar encuadres concretos, porque no había tiempo para nada. Muy a menudo tuvo que improvisar. Algo así le acercó en ocasiones a lo inesperado. Durante el rodaje de los seis episodios de la película fue descubriendo extrañas conexiones en el universo del trabajo manual. Se encontró con métodos muy rudimentarios, más propios de la Edad Media que del siglo XXI; pudo reflejar una constante cercanía con la muerte en trabajos bastante distintos unos de otros; fue testigo de rituales que se realizan antes de cada jornada laboral, relacionados con los mitos y las supersticiones; notó en un grupo de trabajadores chinos del acero su resistencia ante las demandas de su profesión y la indiferencia que mostraban hacia el incierto horizonte que se les presentaba si su fábrica acababa cerrando…

Al final, Workingman’s Death establece lazos comunes entre trabajadores de Ucrania, Indonesia, Nigeria, Paquistán, China o Alemania, porque todos ellos viven, de algún modo, forzando sus propios límites y explorando su capacidad de resistencia o de adecuación a circunstancias especialmente desventajosas. Al verles, nosotros mismos forzamos la distancia que nos separa de esa gente y la acercamos a nuestra experiencia laboral, para establecer una imagen conjunta, proporcionándonos a nosotros mismos un sentido mientras le damos un sentido a aquello que vemos, porque, en definitiva, ordenar es ordenarnos, proporcionar un lugar en el mundo para ciertas personas es fijar el lugar que ocupamos nosotros.

La seducción intermitente del Mapa de los sonidos de Tokio. Por Tanja Pérez Hunte (04/09/2009).

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Pescadera de día, asesina a sueldo de noche, Ryu (Rinko Kikuchi, la revelación de Babel) es seguida, en secreto y con fascinación, por un ingeniero de sonido misterioso que vaga por las calles de Tokyo, mientras ella trata de cumplir con el encargo del señor Nagara (Takeo Nakahara), que quiere eliminar a David (Sergi López), antiguo novio de su hija, a quien considera responsable del suicidio de su hija Midori. Obsesionado con la voz de Ryu y los ruidos de la capital japonesa, el ingeniero de sonido se transforma en testigo silencioso de la relación complicada que surge entre la pescadera-asesina y su blanco humano español…

Así de magro es el cuerpo argumental de Mapa de los sonidos de Tokio. Pero el tuétano del cine de Isabel Coixet no descansa en el peso del argumento, sino en lo que de éste se desprende transversalmente, aunque a veces de modo no tan transversal (sobre esta y otras obras coixetianas pende como una espada de Damocles el peligro del manierismo lírico, en ocasiones rayano en la afectación, cuando no directamente en la cursilería), demostrando que, ante todo –y esto es lo fundamental— sabe filmar con carácter.

La realizadora catalana se aplica, con éxito intermitente, en captar, desde la distancia adecuada, la vacuidad de las relaciones y el amor destructor. Dentro de este marco cinematográfico, el gran centro de interés de la película es que el encanto del Tokyo de Isabel Coixet cruza la mirada personal (y occidental) de ésta, deliberadamente desapegada, con los estereotipos nipones habituales. Por esta vía, pese a no conseguir introducirnos realmente en los recovecos de la naturaleza humana, ni dotar de espesor a los personajes, el filme propone un viaje agradable, cercano al cuento, con una geografía sonora vital en contraste con las pulsiones existencialistas de la narración.

 

MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKIO (Map of the sounds of Tokio). España, 2009. Dirección y guión: Isabel Coixet. Intérpretes: Rinko Kikuchi, Sergi López, Takeo Nakahara, Min Tanaka… Duración: 105 minutos.

Underground: Las Amargas Lágrimas de Natalia Rodríguez. Por Manolo D. Abad (03/09/2009).

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Las imágenes de las grandes competiciones deportivas a nivel mundial nos dejan estampas para todos los gustos. De todas las que nos ha deparado el Mundial de atletismo de Berlín en el pasado mes de agosto me quedo con la de la carrera de 1.500 m femeninos donde la tarraconense Natalia Rodríguez fue desposeída de un título que, sin duda, le correspondía. Y es que la carrera, esa carrera que debió haber vencido, nos mostró una situación que se da muchas veces en nuestras vidas. Está claro que el deporte refleja esas mismas tesituras a las que nos obliga a enfrentarnos nuestra existencia. Natalia se encontraba corriendo en el tramo decisivo, en la contrarrecta donde comienzan los acelerones que culminarán con la recta final. Delante de ella, Gelete Burka -otra de las favoritas- se echó a su derecha, perdiendo la cuerda y dejando un espacio por el que Natalia Rodríguez vio la posibilidad de pasar. La española venía con mucha más fuerza que la etíope y trató de superarla, momento en el cual Gelete trató de mover su cuerpo hacia la izquierda de una forma antinatural para cortar su progresión. La torsión hacia su izquierda, junto al choque con Natalia provocó la caída de la africana que había desnivelado su cuerpo en su intento de cerrar el paso a la tarraconense. Rodríguez la superó, no sin antes perder una posición con respecto a sus competidoras y de estar a punto de caerse ella también, y terminó venciendo a sus contrincantes con la superioridad de la campeona del mundo (la mejor) que, sin lugar a dudas, es en la actualidad. Y la vida, sí, también la vida nos muestra idénticas situaciones. Vemos claro cómo alguien afloja el pistón, deja un espacio por su derecha por el cual nosotros -a mayor velocidad, fundamentada en un mayor esfuerzo, una mayor exigencia- tratamos de pasar. Y entonces, llega el cierre violento de aquel que ha ido más despacio, que se ha quedado, que ya sólo puede usar mendaces artimañas, sucios subterfugios, para tratar de detener nuestra imparable progresión. Pero, en la vida, al colocado por delante aún le quedan más zancadillas, más mentiras, más manipulaciones, para disimular que se ha quedado, que ya no es quien dice ser, que sólo le queda colocar obstáculos en la trayectoria de quien hace tiempo le superó pero que aún no ha logrado el reconocimiento de aquellos encargados de reconocerlo.

Será cuestión de tiempo que la hermosa Natalia Rodríguez nos regale campeonatos -el próximo, de Europa, en Montjuic el próximo año- y esperemos que sea pronto que se reconozca en la vida real a quienes se les ha parado el reloj y quienes luchan denodadamente por estar al día y responder con calidad e inteligencia encuentren que sus esfuerzos no resultan en vano.

En el momento de redactar estas líneas, leo con profundo estupor que los organizadores del mitín atlético de Zurich han vetado a Natalia. Según ellos, con esa hipocresia propia de ese país neutral "por temor a la reacción del público". El presidente de la Federación Española, José María Odriozola, lo tiene más claro y afirma que temen que se les estropee el sarao que han preparado para la segunda clasificada en la carrera y campeona Jamal. ¡Qué vergüenza!