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Entrevista a Jorge Ordaz. Por Manuel D. Abad. 16/01/2009

 

"OBITER DICTA" (www.jorgeordaz.blogspot.com)
Aunque Jorge Ordaz nació en Barcelona, 1946, reside desde 1972 en Asturias, lugar al que se siente ligado de una manera que sería demasiado difícil explicar. Profesor de Petrología y Geoquímica en la Universidad de Oviedo e investigador titular en el Instituto Universitario Feijoo del siglo XVIII. Fundador de la Asociación de Escritores de Asturias. Ha publicado principalmente narrativa (relatos y novela). Finalista del premio Herralde de novela (1985) con Prima donna, y del premio Nadal (1993) con La Perla del Oriente. Ha publicado también traducciones poéticas y diversos textos narrativos en antologías y libros colectivos. Ha colaborado en periódicos (La Nueva España, La Voz de Asturias, El Comercio) y revistas culturales (Los Cuadernos del Norte, Ábaco, Pretexto, Letras Libres, Clarín…) y participado en coloquios y encuentros literarios.
 
-¿Qué te impulsó a abrir un blog?
Más que el qué, fue el quién: mi hijo me animó a crear el blog.
-¿Cuándo lo abriste y cómo ha ido evolucionando desde entonces?
Lo abrí en septiembre de 2006, y desde entonces se ha mantenido fiel a la misma idea: ser una bitácora eminentemente literaria.
-¿Qué posibilidades creativas te ha planteado el blog?
Las mismas que las de un cuaderno de notas. 
-¿Crees que el blog ha servido para que tu obra y tu persona se conozcan más?
Sin duda, pero no sé hasta qué punto.
-¿Cuáles son los contenidos que más sueles incorporar a tu blog?
Además de comentarios sobre literatura en general, mantengo diversas etiquetas: “Geoletras”, sobre relaciones entre literatura y geología; “Biblioteca recóndita”, sobre libros y autores olvidados o poco conocidos; citas cinéfilas, aforismos, traducciones de poemas…   
-¿Conoces otros blogs? ¿Cuáles? ¿Qué es lo que más te gusta encontrar en otros blogs?
Conozco y visito habitualmente varios blogs, muchos de ellos de colegas y autores asturianos, los cuales figuran como enlaces en mi blog. Lo que busco en ellos son afinidades y puntos de vista personales, especialmente en el campo de la literatura.

 

Guerra y desastres. Por Gerardo Lombardero. 16/01/2009

Conclusiones de un bicentenario, 1808 – 2008.

Si hallamos las conclusiones finales de lo que supuso para España la guerra de la Independencia, si dejamos atrás los mitos, los actos heroicos, el ensalzamiento del hecho en si y la mitomanía sobre el tema, las conclusiones son bastante demoledoras. A pesar de este bicentenario que ya ha pasado, de las loas y los homenajes, de la ficción generalizada en actos y exposiciones, si descendemos a la verdad intrínseca, nos queda poco más que polvo entre las manos. Muchos de los españoles de hoy, a lo largo de estos meses, desde que ha comenzado este año que pudiera parecernos triunfal, hemos leído mucho más de lo que habíamos leído de la sublevación, las campañas y la guerra contra las tropas napoleónicas. Y al final de tanta lectura, debiera imponerse la realidad, y la realidad siempre es una vianda cruda.

Comencemos por considerar que la guerra de la Independencia, le costó a este pueblo casi un millón de muertos, la mitad de ellos civiles y pensando en la población de entonces, la cifra es realmente demoledora. A estos caídos por las más diversas causas, hay que sumarles los fallecidos a posterioridad por la hambruna que asoló esta tierra y la inanición que trajo consigo llevándose a miles de compatriotas, como si de una gigantesca guadaña se tratase. La península Ibérica quedó convertida en un solar extenuado, en la que malvivían los supervivientes en condiciones higiénicas y alimentarias que hoy darían pavor. Se quedaron en suma con una nación desgarrada, empobrecida hasta límites insospechados, sembrada de tumbas anónimas, ruinosa y enfrentada política y socialmente, hasta desembocar en una España de pronunciamientos, golpes de Estado y sembrada convenientemente para que se pudiera cosechar más tarde tres guerras carlistas, una Revolución en 1934 y una guerra civil dos años después.

 Napoleón se equivocó con España tanto como erró en sus cálculos con Rusia. Eso está muy claro en sus propias memorias. Pero en nuestro caso hay una sutil diferencia, y es que el emperador pretendió dirigir la guerra y los destinos de los españoles desde lejos, sin entender la clase de lucha que se había entablado aquí, y lo que es peor, sin importarle los sentimientos que movieron a este pueblo en su resistencia. Conquistar un territorio -nunca totalmente- no supone su sometimiento. Las guerras en Europa fueron guerras regulares, de batallas en campo abierto, de enfrentamientos donde la estrategia y la fuerza artillera llegaron a ser determinantes. España, hay que reconocerlo, es diferente. La geografía puede ser un enemigo notable y lo fue, pero el concepto de una nación en armas es terrible. Debiera haberlo sabido él, que vio a la Francia revolucionaria usar este método para imponerse.

En cuanto al papel desempeñado por el Ejército español, creo que en realidad se ha comenzado a hacer un poco de justicia con él. Hizo más de lo que nos parece a simple vista, y a pesar de estar mal armado, mal equipado y peor instruido. Claro que esto a cierta historiografía no le conviene, ya que merma la contribución de las fuerzas inglesas en la península y va también en detrimento del mito romántico del guerrillero español. Pensemos que entre estos últimos, había numerosas partidas que se constituyeron solamente con ánimo de pillaje y saqueo. En realidad, simple salteadores de camino y saqueadores de los bienes ajenos, cuando no asesinos natos sin ley ni honor. Algunos de ellos, paradójicamente comenzaron en los ejércitos regulares, pasaron por la guerra irregular y volvieron al seno del Ejército al final de la guerra con altas graduaciones militares, Por algo sería.

 Si los regimientos franceses se comportaron según iba avanzando la contienda como una despiadada máquina invasora, una fuerza imperialista con todas las desventajas de una ocupación, que había dejado atrás su ideología revolucionaria y que por tanto poco aportó al progreso y al liberalismo de la época, podemos entender que no sólo no empujó a nuestro pueblo al progreso sino que más bien lo retrasó. Muchos pensaron que si éste ejército era el que traería la libertad, más valía renunciar a ese tipo de libertad. El clero en general supo aprovechar este fiasco. De su cúpula militar vale más no hablar en profundidad, el que no venía a buscar el generalato, llegaba con este grado dispuesto a conseguir el ascenso a mariscal de campo en cuatro días. Y entre tanto llegaba, lo mejor que se podía hacer era saquear las riquezas que estaban más al alcance como complemento de una paga ya sustanciosa. El caso era volver al final con una buena fortuna en los carros de pertrechos.

Así que con este somero repaso, pienso que idealizar la guerra de aquel período histórico es buscar respuestas donde no las hay. Aún quedan los destrozos de entonces en muchos lugares, y aunque haya tumbas en nuestro suelo, son en su mayoría tumbas anónimas y olvidadas, cuando no tumbas inexistentes de alguien que dio su vida por su patria. No en vano los propios franceses llamaron a la contienda “La Guerre sale de l`Émpire – la guerra sucia del Imperio-.No sólo cuenta la destrucción material de edificios y personas, cuenta la destrucción y desaparición de tantas obras de arte, libros, objetos históricos que tanto costó reunir y conservar. Y casi todo para nada, para que políticamente nada quedara resuelto, para que socialmente tras este período bélico la sociedad estuviera en la ruina y, como colofón final volviese el monarca más aborrecible de todos los tiempos. Pero en España casi siempre ha sido así.

 

De opiniones y culos. Por Ignacio del Valle 16/01/2009

 Las opiniones son como los culos, cada persona tiene uno. Gran frase, es del filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX: Harry El Sucio. A mí me encanta esta frase. Por ejemplo, una de mis opiniones es que no me gusta Bolaño. Sí, ya sé que soy un hereje, y cual vampiro, objetivo de muchedumbres vociferantes repletas de antorchas y estacas, pero les aseguro que de momento no me ha caído ningún rayo encima. Y es curioso, pero duermo como un bendito; tampoco sufro del estómago, ni tengo problemas de conciencia. Sí, es raro, pero qué se le va a hacer. Del Ulises, como del Finnegans Wake, nunca he podido pasar de la página 40 -siendo como soy un devoto lector de Dublineses-, y con Faulkner me sucede lo mismo. Tengo a La muerte de Virgilio de Hermann Broch como uno de los mayores ladrillos del reino literario, y el señor Benet es por el estilo. Qué más. Todo el lote del Nouveau Roman, con Robbe-Grillet a la cabeza -y sí, incluyo a Claude Simon-, me parecen unos terroristas que intentaron acabar con la novela. Quizás Cortázar, cuando se relee, sea un cuentista sobrevalorado, pero digo que sólo quizás, en estas cosas no quiero ser radical. Pero eso sí, en lo que soy un talibán es que Thomas Bernhard es inaguantable. Con Almas muertas me dormí -siendo como soy devoto lector de El Capote-. Y si alguien ha entendido El ser y el tiempo de Heidegger, pero si lo ha entendido de verdad, me lo explique, por favor, porque yo me quedé con la sensación de que era el timo del tocomocho. Y… en fin, podría hacer una larga lista, pero no quiero aburrir más de lo que me han aburrido a mí. Con todo esto quiero decir que no hay nada sagrado, y menos en literatura. Las peleas son buenas, demasiado respeto no va a ningún lado. Hay que desdramatizar y esparcir un poco de luz amable, y dejar de hablar de cosas perdurables y de escritores acosados por sombras -Et in Sparta ego y todo esa milonga- y dejar de utilizar todas esas sentencias apocalípticas que ponen algunos autores y críticos al final de sus artículos. Porque al final los que empiezan pueden creérselo y será malo para su salud y harán cosas que elevarán la estupidez a una de las bellas artes. Porque los escritores no somos más que cazadores con escopetas de corcho, y como decía Elias Khoury, lo peor que le puede pasar a un escritor es que se tome en serio a sí mismo. No hay que aspirar a la inmortalidad -una idea totalmente ficticia, un autoengaño-, sino que, como asertaba Píndaro, hay que agotar el campo de lo posible. Pues eso, pero que de salud estoy bien, en serio, no se preocupen. Y ni rastro de ganas de hacerme examen de conciencia, ni tengo dolor de corazón ni albergo propósitos de enmienda. Incluso últimamente soy muy feliz. Aunque sé que esto último no es educado confesarlo…


CODA: a propósito, contra los ataques de solemnidad literaria siempre he recomendado unos cuantos capítulos de FUTURAMA, una muestra de inteligencia, sutilidad y, sobre todo, humor

De mar a mar. Encuentros con Juan Marsé. Por José Luis Espina. 16/01/2009

Marsé por fin ha concitado unanimidad y ha sido galardonado con el premio Cervantes 2008. Eran muchos los que esperaban la designación de este catalán como merecedor del premio más valorado de las letras hispanas.
Marsé forma parte de ese grupo de catalanes olvidados que se quedó en casa cuando la expedición catalana partió a Frankfurt en 2007 con voluntades más políticas que literarias. Pero como ni él quiere hacer sangre de las lenguas, ni yo quiero gastar esfuerzos en terreno estéril y sobradamente comentado, prefiero hablar del autor.
Desde un punto de vista literario nada tengo que añadir a lo ya dicho, me falta erudición para hacer un análisis de su obra y en cualquier caso poco podría aportar a los ensayos y estudios que sus trabajos han generado. Por lo tanto me referiré a lo largo de estas líneas a mi experiencia personal con el autor, a mis encuentros con Juan Marsé.
La primera vez que hablé con él fue en la Casa del Llibre de Barcelona, Enrique Turpín presentaba un encomiable trabajo bajo el sello de la editorial Espasa (Colección Austral) titulado “Cuentos completos”. Una obra en la que Turpín recopilaba la narrativa breve publicada por Marsé en numerosas publicaciones dispersas con las que había colaborado. Llegué a la presentación con tiempo suficiente, igual que el autor, que apareció acompañado de un par de amigos. Se entretuvieron tomando algo en la cafetería de la planta baja y aproveché para acercarme y solicitarle la dedicatoria del libro, evitando así las aglomeraciones posteriores a la presentación.
En honor a la verdad, pocas aglomeraciones me ahorré, no seríamos más de una treintena los que nos congregábamos en la librería para escucharlo. Una presentación entrañable en la que entre otras cosas, Marsé habló de la gestación de una de las historias más divertidas que integran esa colección de cuentos, la del Teniente Bravo.
Pocos días después viajé a Toronto por temas de trabajo y me lleve los “Cuentos completos” de compañero de viaje. Fue al volver a casa, en el mismo momento de deshacer el equipaje, cuando me di cuenta de que el libro había desaparecido. La cosa no habría tenido mayor trascendencia de no ser porque era el ejemplar que Marsé me había dedicado.
Recordaba haberlo estado leyendo en el viaje de vuelta, pero había tomado dos aviones y no tenía certeza de en cual de ellos podía haber quedado abandonado el libro. Llamé a Air Canadá y después a British Airways, y en ninguna de las compañías con las que había volado tenían constancia de que el personal de mantenimiento hubiese encontrado el libro extraviado de un autor español llamado Juan Marsé. No tuve más remedio que dar el libro por perdido, pero no me resigne a la compra de un nuevo ejemplar. Contacté con la editorial Espasa, y aunque me aclararon que no era algo habitual, accedieron a facilitarme la dirección postal de Marsé para escribirle, contándole el “problema”.
A los pocos días, mientras comía en un restaurante de la Rambla de Cataluña, recibía la inesperada y atenta llamada del autor invitándome a pasar por su domicilio para volver a dedicarme aquellos “Cuentos completos” evaporados en un vuelo intercontinental.
Marsé me atendió en su casa, enfundado en un impecable batín y acompañado por un hermoso perro labrador que en ningún momento se separó de nosotros. En el recibidor de la casa le conté las vueltas que había dado el libro y la pena que había sentido al perderlo; algo parecido me dijo que le había pasado a él con el ejemplar de otro autor a quien tenía en mucha estima. En la primera página del libro, a continuación de la cubierta de unos “Cuentos completos” que improbablemente volverán a Canadá, Marsé escribió “Para José Luis, este libro reencontrado (aunque no es el mismo) con el afecto de su amigo Juan Marsé”.
El segundo encuentro tuvo lugar en la cafetería del hotel Regina de Barcelona, donde por entonces celebrábamos los encuentros de la Tertulia Literaria Jacarandá. Tras las primeras tres o cuatro reuniones mensuales tuve la sensación de que la tertulia moriría inexcusablemente de tedio, como tantas otras que agonizan ante la falta de estímulo a que conducen los primeros encuentros. Una forma de darle sentido a las reuniones sabatinas era acercar a nosotros la voz de autores reconocidos, conocer su obra, sus motivaciones, en resumen, comprender mejor los cómos y porqués de la creación literaria.
Habría pasado un año y medio desde mi primer encuentro con Marsé y se me ocurrió que podía ser fantástico que él inaugurase la nueva formula propuesta de acercamiento a los autores. Tras una carta de invitación y una llamada telefónica, Juan Marsé aceptó acompañarnos aquel sábado del mes de diciembre. Preguntó cuantos éramos, unos ocho o diez, le contestamos.
Poco antes de esas fechas, a inicios de noviembre había tenido lugar en Barcelona el ‘I Simposio Internacional Juan Marsé’ y como más tarde él mismo nos contó, empezaba a estar un poco cansado de hablar de si mismo. Otra circunstancia de aquellas fechas, fue que el mes de noviembre de aquel año 2003, Gonzalo Rojas recibía el premio Cervantes, un premio en el que destacaban como candidatos Mario Benedetti y el propio Marsé.
Tocadas ya las cinco de la tarde del 13 de diciembre, hora de inicio de la tertulia a la que supuestamente acudiría Marsé, el autor no había dado señales de vida. Congregados alrededor de una mesa en la cafetería del Hotel Regina de Barcelona, los seis integrantes de la tertulia que aquel día nos reuníamos, anhelábamos impacientes la llegada del invitado. Quince minutos más tarde empezábamos a pensar que era demasiado esperar que alguien de semejante trascendencia literaria se acordase de nosotros. A las cinco y treinta habíamos perdido definitivamente la esperanza de que pudiese aparecer.
No sería mucho más tarde cuando las puertas del hotel se abrieron y ahí llegaba Juan Marsé, con aquella apariencia de hombre tranquilo y las manos enfundadas en los bolsillos de la chaqueta. Se excusó por la tardanza. Había subido a un taxi sin un céntimo en el bolsillo y al darse cuenta de ello se había visto obligado a interrumpir la carrera teniendo que cubrir a pie el tr
ayecto hasta el hotel.
Pero no sería esa la única satisfacción de la tarde. Joan de Sagarra, inseparable amistad de Marsé, hijo del dramaturgo Josep Mª de Sagarra, impulsor de aquella gauche divine, caraterizadamás por su manifiesto antifranquismo que por su querencia a una ideología determinada y de la que participaron personajes de la burguesía catalana como Rosa Regás, Jorge Herralde, Carlos Barral, Teresa Gimpera y muchos otros, apareció pocos minutos más tarde, invitado por el propio Juan Marsé.
Con la ayuda de Sagarra fuimos desgranando por boca de Marsé las peripecias de su laberíntica llegada a este mundo, sus experiencias con la literatura, su relación con aquella burguesía catalana tan arraigada a sus obras, sus motivaciones políticas, sus vinculaciones con el mundo del cine…en definitiva, aquella tarde de diciembre tuve la inmensa fortuna de saber de Marsé por Marsé.
Eternamente agradecido.

jlespina.blogspot.com
 

 

La moleskine de Chatwin. Por Fernando Fonseca. 16/01/2009

 

El laberinto de la memoria mantiene ciertos vientos cambiantes, una paleta de colores inesperados, alguna rara procesión de enlutados resentimientos y mucha, muchísima pretensión infantil. No se trata de viajar desde la quietud a un espacio enigmático y punto menos que imposible, como siempre resulta ser nuestro pasado. Tampoco debe tratarse de una mera escenificación, sin hilos ni cartón piedra, inmersa en la vaporosidad espacial de un escenario fragmentado y flexible, grande y pequeño a la vez, alto y bajo, plano, circular y perfilado, sin límites ni medidas, allá perdido en la ociosidad de los antiguos recuerdos, entre músicas de melancólico acordeón y versos de abstracción tirando a rosa. Lo que otro más viejo y más sabio llamó “el aleph”. Entonces uno va y busca a la Viterbo sin la necesidad de recorrer la bonaerense calle Garay; sino aquí sentado, en este butacón de fieltro con manchones de grasa sólida y respaldo descosido por el roce de tantas horas –ay, Dios…-, tantas tardes, tantos meses, tanta eternidad… Y algún que otro día.

 Paul Verlaine debía de tener la cabeza grande y azafranada, ser poco dado a la higiene, hablar como un carretero enfurecido delante de la absenta y padecer los rigores de la arteriosclerosis. La estatua de la Poesía, en Ópera, perdió un brazo y su lira al paso del cortejo fúnebre de Paul Verlaine.
 
El hombre mayor abre los ojos y todo ante él se torna gris, rutinario, peligroso, inalcanzable u hosco. Si tanto cuesta el movimiento más simple del cuerpo, tanto más habrá de costar el manejo a conveniencia de la mente, que es otra cosa distinta. ¿Cómo imaginar que uno es fuerte y valiente, sano y aguerrido, ante el asombro angelical y blanco de la esbelta niña que nos aguarda y expresa sin rubor su encendida admiración?… Eso era el amor. Imposible en buena lid, pero el amor. ¿Cómo recuperar en la imaginación el ejercicio reconfortante en la playa al atardecer, allá donde los niños de la pelota amarilla, en lontananza, tan sano todo e inquieto?… ¿Cómo imaginar una piel tersa y brillante, un cuerpo obediente al mando de la caprichosa voluntad, los constantes descubrimientos a la luz de la intriga y a la sombra de la sorpresa dominguera, unos cabellos a lo loco y una risa sin hipamiento ni ahogo razonable?…
 
Imposible, aunque sólo sea imaginarlo. Era el amor.

Por Friuli – Venezia- Giulia y El Véneto, cunas de Paolo Maurensig y Dino Buzzati. Por Ángel García Prieto. 16/01/2009

    

Aquileia es hoy un pequeño pueblo que se pierde entre las ruinas antiguas, como un lugar encantado con mosaicos romanos y frondosos árboles mediterráneos, pinos y cipreses para el adorno de la torre señorial y esbelta de su basílica paleocristiana, erguida sobre el horizonte. “Aquileia, omnium sub Occidente urbium maxima” (“Aquileia, la más grande ciudad del Occidente”) fue abandonada cuando los bárbaros hostigaban aquellas tierras y sus moradores encontraron asentamientos más seguros en las islas de la Laguna Véneta, pues así se denomina a esa ambigua mezcla de aguas saladas, pequeñas islas, bajíos y canales, el “fantastico mondo terracquo” de los confines del Adriático en el noreste italiano. Lugares cercanos a lo onírico, donde los lindes de tiempo y espacio parecen confundirse en un horizonte plano y misterioso de un mar que se hace tierra y de un suelo convertido en aguas, entre cálidas luces y suaves sombras del arcano mundo de nuestra civilización mediterránea.

Aquileia y Grado, raíces romanas y antiguos asentamientos

 Aquileia es el testimonio de un pasado esplendoroso, en el que Augusto recibe a Herodes el Grande, Rey de Judea, o donde cuatro siglos más tarde se celebra un Concilio, a la sombra de su basílica, en el que participan San Ambrosio y San Jerónimo. De entonces se conserva un puerto fluvial y restos de suelos de mosaico, esculturas, enterramientos, baños públicos y ruinas de villas patricias. Entre todo, destaca la basílica paleocristiana, fundada en el 313 y muy bien conservada, con tres naves altas, soberbias columnatas, arcos apuntados y la majestuosa torre.

De allí cerca parte el estrecho y largo puente sobre la Laguna, que une el continente con la población de Grado, “Fillia de Aquileia, madre di Venecia” (Hija de Aquileia, madre de Venecia”), porque allí huyeron los habitantes de aquella capital romana ante los ataques bárbaros y en sus islas se fue creando lo que más tarde había de ser la señorial Venecia. Grado es ahora una pequeña ciudad de algo más de ocho mil habitantes, marinera, veraniega y turística, constituida por dos islas, que separa un canal y une un puente. En la mayor de ellas está el casco antiguo y el pintoresco puerto-canal, abrazado por las callejuelas y casas del animado centro urbano. En su casco medieval, destaca la iglesia prerrománica del s. V, de Santa María delle Grazie – que, por cierto, a ella se le parecen algunas del prerrománico asturiano – con una ventana trifora en el exterior, probablemente por el origen en el estilo bizantino de ésta y aquellas. El Duomo es una basílica paleocristiana parecida a la de Aquileia, con otra esbelta torre y frescos del s. VI. Varias playas de arena dorada, en la ciudad y en sus alrededores, le acaban por dar su fama veraniega y su denominación como “L´Isola d´Oro” (“La isla de Oro”).

Paolo Maurensig

Paolo Maurensig es un novelista que nació en 1943 en Gorizia, capital de aquella provincia, y que vive en la vecina ciudad de Udine, donde compatibiliza su profesión de agente de comercio con la creación literaria. Su primera obra, publicada en Italia en 1993, tuvo mucho éxito y fue traducida a otros idiomas europeos. Es La variante de Lüneburg (Ed. Tusquets, 1995), una novela que parece evocar a las obras de la primera época del conocido escritor suizo Friedrich Dürrenmatt , como El juez y su verdugo y La promesa, o alguna de las de Stefan Zweig y quizá contribuye a ello el apellido de origen austriaco del autor, el propio título, los lugares donde se desarrolla la acción – Viena y un tren que recorre Austria desde Munich – y sobre todo la caracterización psicológica de los personajes y sus problemas humanos.

Son los dramaspersonales de historias con un denso pasado, que hunden sus raíces en la danza trágica de nazis y judíos en la Europa de Hitler.El ajedrez es, una vez más, el protagonista de esta intrigante narración, en la que tres apasionados de ese juego reviven en una trascendental partida, su historia personal y el motivo de sus vidas.La novela está planteada con un tempo poco habitual, al iniciarse con la misteriosa muerte del protagonista en el jardín de su casa, y tener que recurrir a un desarrollo de la acción casi por entero retrospectivo y al co-protagonismo de un personaje intermediario.La novela está muy cuidada y se caracteriza por la mesura, la estudiada expresividad y la discreta elegancia, que acaban conformando una obra de calidad.

Canon inverso (Ed. Mondadori, 1997) es otro relato de parecidas características, igual de inquietante, misterioso y cargado de sorpresa en sus golpes finales de escena y en el que también pretende expresar cierta simbolización del drama de la Europa del fascismo, la invasión de Austria por el ejército alemán, el nazismo y la persecución de los judíos. Esta vez tomando la música y el violín como centro de la historia. Como en La variante de Lüneburg, el relato es retrospectivo y el autor se sirve otra vez de un intermediario entre el protagonista y el escritor que narra la historia, así como de la impostura de algunos personajes. Dicho escritor conoce en una taberna de Grinzing, la pintoresca aldea de las inmediaciones de Viena, a un violinista ambulante húngaro, llamado Janö Varga, capaz de expresar la más encendida y difícil música con su valioso violín. Y en aquella madrugada de confidencias y aguardiente se va desenmascarando la vida del misterioso artista, que se preguntaba si “mi pasión por la música había sido únicamente un ardid del destino para que pudiera construir mi pasado”. Entretenida, elegante y sobria,  Canon inverso es una novela en la que se abren algunos interrogantes cruciales del ser humano, como la ambición y el deseo de alcanzar lo que es perfecto, pues “La búsqueda de la perfección es como un ritmo que se aminora hasta el infinito. Es una progresión continua que sin embargo se reduce a medida que se acerca a la meta”. Novela ésta que tampoco pasa por alto los ya citados dramas sociales y políticos que convulsionaron la Europa de los años treinta, tratados con acertada y medida expresividad.

La Venus herida (Ed. Mondadori, 2000), es la tercera de sus novelas traducidas al español, una diatriba sobre el amor que no tiene, ni mucho menos, la calidad de las anteriores. En Italia tiene publicadas varias novelas más, que por el momento no han sido editadas en español.

Verona, con raíces romanas, medievales y venecianas

Al oeste de Friul
i-Venezia-Giulia, en el interior y a los pies de los Dolomitas, frente a la llanura véneta en torno a un meandro del río Adige, se extiende la ciudad de Verona. Con sus más de doscientos cincuenta mil habitantes, es la segunda ciudad – después de Venecia – más grande e importante del Véneto. Su comercio, universidad y prosperidad se unen a la situación estratégica y a la cercanía del mayor lago de Italia, el Garda, para sumarse con su rico patrimonio histórico. Este esplendor comenzó en la época romana, luego llegó otro tiempo excelso en el medievo, cuando la familia de los Scaligeri – anfitriones de Dante y a quienes dedica su Divina Comedia – consigue en sus ciento veinticinco años de gobierno una sociedad cívica poderosa, rica y culta; más tarde sucumbe ante el poder de Milán, Francia y Austria, pero es también en el largo periodo de dependencia del León de Venecia durante el cual la ciudad sigue embelleciéndose aún más.

De la época romana se conservan las Portas Bra, Borsani y Leoni; la Piazza Herbe, antiguo mercado de hierbas; el Teatro, tan bien conservado como el Anfiteatro o Arene, que, después del Coliseo de Roma y el de Santa Maria Capua Vetere de Pompeia, es el tercero mayor del mundo y donde en verano se celebran festivales de ópera y otros espectáculos. Y, también le queda el Ponte Pietra, después de que en la Segunda Guerra Mundial se destruyeran otros dos.

Del medievo, de la Verona Scaligera, destacan la Piazza dei Signori, con varios monumentos de esa y otras épocas, como los palacios del Capitano, de la Raggione, la estatua de Dante, la Torre dei Lamberte, que en la cima de sus ochenta y cuatro metros deja ver los Alpes; la iglesia de Santa Maria Antica, con la tumba de Canagrande I. Y sobre todo el bellísimo e imponente conjunto ajardinado del Ponte Scaligero y el Castelvecchio, construido por Canagrande II, en cuyo interior hay un notable museo de antigüedades artísticas de varias épocas.

A lo largo de un entramado de acogedoras calles de la ciudad antigua, que entre dos codos del río tienen el bullicio, la luz y el encanto de las ciudades italianas, se van descubriendo, los Palacios Canossa, Bevilacqua y varias Puertas, como la Nuova, Palio, Vescovo, San Giorgio y Guardia, del periodo en que la ciudad pertenecía a Venecia. En una de esas calles, en el número 27 de Via Capello, está la ya tópica y visitada casa de Giulietta, cerca de las ruinas de la de Romeo. En otra dimensión de interés, también hay muy destacables monumentos como el Duomo, del s. XII, la iglesia de San Fermo Maggiore, románica y gótica. Y la espléndida de San Zeno Maggiore, patrón de la ciudad, el templo románico más ornamentado del norte italiano, con su torre campanario de setenta y dos metros de altura, un retablo de Mantegna y su elegante y amplia nave de basílica romana. En fin, todo un conjunto urbano lleno de joyas artísticas que hacen de Verona una ciudad bellísima.

Dino Buzzati, un clásico italiano del s. XX

En una situación geográfica similar a la de Verona, en el interior del Véneto, a los pies de los Alpes Dolomitas y frente a la llanura, está la pintoresca y pequeña capital de provincia de Belluno, donde en 1906 nace el escritor Dino Buzzati – que murió en Milán en 1972 -, considerado un clásico del s. XX. Fue escenógrafo, pintor, escritor de teatro, poesía y narrativa y trabajó una larga parte de su vida para el diario Il Corriere della Sera. Tiene publicado un buen número de novelas y libros de relatos cortos, que se han traducido a muchos idiomas, de los que El desierto de los Tártaros es su título más emblemático. Ha cultivado un estilo y una temática muy propias, al preguntarse por las cuestiones más importantes del hombre con elementos simbólicos, inquietantes y enigmáticos en un marco de fantasía, desarrollada a través de personajes y situaciones realistas.

El gran retrato (Ed. Gadir, 2006) está por completo en la línea de esta fantasía alegórica. En ella se pueden ver puntos comunes con la atracción intrigante y ominosa del horizonte y la tensa espera en El desierto de los Tártaros, de los sobrecogedores montes de Bárnabo de las montañas (Ed. Littera, 2003) y del misterio y la tensión psicológica de alguno de los cuentos magníficos de Los siete mensajeros y otros relatos  (Ed. Alianza, 1996). En este caso, se añade al tema de la narración la preocupación psicológica y filosófica ante la libertad humana, el amor y sus pasiones. La novela se presenta de una manera estudiadamente morosa, aunque no carente de intriga, ambientación y acción atractivas y sugerentes y avanza in crescendo para en su último tercio llegar a unas situaciones inquietantes y llenas de tensión, para abocar un final que mueve al asombro y la convicción.

 

Lugares en el recuerdo, Aix en Provence – Francia. Por Maria Luisa Prada Sarasúa. 16/01/2009

 

 
                                 

   Esta ciudad,  antigua capital de La Provenza hasta la Revolución,  es uno de esos sitios encantadores en los que la historia se mezcla con el paisaje y donde su conjunto hace que jamás la olvidemos.

    Orgullosa de ser el lugar de nacimiento del genial pintor Cézanne, precursor del cubismo, lo está también de su maravilloso conjunto urbanístico y monumental que la hace ser una de las ciudades más hermosas  de Francia.

    Son más de cuarenta las fuentes públicas que refrescan su paisaje, desde una de las cuales llamada la de La Rotonda, comienza  la Avenida el Cours Mirabeau, construida en el siglo XVII a imagen de Los Campos Eliseos de París, y que parte a la ciudad en dos, como dos también, son los tipos de visitantes que la frecuentan diariamente.

     El lado sur, con los palacetes del Barrio Mazarino, bancos, y oficinas, poco tiene que ver con la parte norte, la que bordea a la ciudad medieval, donde estudiantes, turistas y gente de la calle, se sientan tranquilos en las terrazas  de los bistros, cafeterías y restaurantes siempre llenas de gente, en las que se puede uno encontrar a alguien que nos llame la atención. Su famoso café “Deux Garçons” se siente orgulloso porque en él se dieron cita personajes tan ilustres con Churchill , Cocteau, o su ciudadano más querido, Cezanne, al que la ciudad tiene dedicadas calles y fuentes, y del que mediante paneles se informa a los visitantes de los itinerarios y  lugares en los que el maestro estudió, vivió, trabajó y murió.     

    Uno de estos lugares que guardo entre mis mejores recuerdos, fue la visita a su  “atelier”, situado en la Avenue Paul Cézanne, y conservado como el pintor lo dejó antes de morir, un pequeño espacio al que se sube por unas escaleras que salen desde el patio de la pequeña casa y en el  que al entrar se tiene la sensación de que los años no pasaron y que allí sigue viviendo y pintando el propietario de la boina, la capa, las gafas,  los pinceles y el caballete, utensilios estos últimos,  que le sirvieron para hacer conocer al mundo todo lo que el quiso representar.

  A un lado y en una pequeña mesa se conserva también una botella y unos vasos de vino uno de los cuales tiene el borde rojo.

    Desde allí y  a pocos kilómetros de distancia se llega al pueblo El Tholonet, desde donde se puede contemplar la majestuosa  montaña de Sainte Victoire, la obsesión del pintor que la  hizo estar presente en sus cuadros alrededor de cincuenta veces.  

  Otro recuerdo curioso de aquel día, es que solamente mi familia y yo éramos europeos. El resto, casi un centenar de personas que se habían acercado hasta allí con el mismo deseo que nosotros, eran japoneses, de diferentes edades y de todos los “tamaños” pero que habían llegado desde tan lejos a visitar un lugar encantador que a nosotros nos queda tan cercano y que es para muchos tan desconocido.

    Por todo ello, puedo deciros que merece la pena conocer  Aix en Provence. Su gente, su historia, sus palacios y monumentos son cita obligada para una vacaciones en las que sin prisa disfrutemos paseando por  una de las ciudades más elegantes y aristocráticas de Francia, que la hicieron un lugar único que nadie debe dejar de visitar.

 

 

Galería de semblantes. La duquesa y el botellín. Por José María Ruilópez. 16/01/2009

 
La Duquesa de Alba ha pedido consejo a la Reina sobre su posible boda.  Veo una foto de la Duquesa con el novio en la parte posterior de un coche, y lo que más me llama la atención es el botellín de agua que porta el mozo, digo mozo en proporción con la edad de ella. Hay una doble apariencia en esta situación de pareja. Por un lado la Duquesa nos traslada en un segundo a la rancia antigüedad de monarquías y nobleza en una amalgama de difícil entendimiento hoy.  Por el otro veo al novio con el botellín, tan actual, que nos define una modernidad al alcance de cualquiera. No hay joven que no salga de casa sin su ración de agua envasada.  Y se bebe desde primera hora de de la mañana en cualquier lugar y modo. Hay un déficit, se supone, hídrico en los organismos jóvenes. Y el novio de la Duquesa es joven todavía en comparación con ella, como digo, por eso lleva su botellín en la mano.

Yo, a estas alturas del noviazgo, ya no sé si la Duquesa le va a preguntar a la Reina por el novio o por el botellín.  Se supone que por el novio.  Digo si le preguntará por el botellín, no con mala intención, sino porque la señora padece hidrocefalia, cosas de la edad, y no debe sentarle nada bien beber mucha agua.  El novio, a su vez, rompe ese glamour noble que la señora porta desde tiempo inmemorial, y se presenta en vaqueros, algo desaliñado, sin afeitar y con su agua adolescente. Bien es cierto que como funcionario, es un servidor de la Monarquía, aunque sea parlamentaria, y eso a la Duquesa le parece muy propio.

Hay un verdadero revuelo entre los hijos de la Duquesa por esta posible boda a estas alturas del Ducado. La alarma no se sabe bien, aunque se supone, si es por el novio o por el botellín. Me inclino a decir que es por el novio. Pues no quieren retirar al chico antes de los 65 como es preceptivo en todo funcionario que se precie. Y éste se precia, vaya si se precia, sus aspiraciones no son baladíes. De llevarse a cabo el enlace, podríamos decir que sería aun boda de conveniencia. ¿Hay alguna que no lo sea? Aquí los herederos caen con todo el equipo. Piensan más en los palacios que en la felicidad. 

 Ante el descubrimiento del caso, o el casorio, ahora la Casa de Alba ha desmentido la posible boda. Pero no se fíen. Tampoco había crisis y ya ven.  Ella, la Duquesa, tiene sus ilusiones. Y él, el novio, su agua.  ¿Dónde está el problema?  No piensen mal, no es en el dinero.  Tampoco en los posibles hijos de la pareja enamorada. El balón ahora está en el tejado de la Zarzuela. Y el problema, de haberlo, está en el botellín: No es agua corriente, es agua bendita.

 

“Quid pro quo” . Por José Ángel Ordiz.16/01/2009

 

No me gusta comenzar por el principio. Por el principio comienza la vida, y luego, además de recurrir al mismo final, impera el desorden en la mayoría de sus textos existenciales, tan monótonos por lo común. Y ya lo advierte uno de los múltiples personajes de Los libros arden mal (Manuel Rivas, editorial Alfaguara, 2006): Lo importante es no aburrir.

No aburrir con jactancias o penurias. No aburrir con lo que se cuenta de palabra o por escrito.

Algunas editoriales, saturadas de manuscritos, sostienen que es mayor el número de escritores que el de lectores. Algunos críticos, cansados de leer mediocridades, estiman que es menor la calidad de los textos de autores actuales que las creaciones de autores pretéritos. Exageran, claro. Y la exageración, en su engaño, puede beneficiar al arte (de nuevo Rivas, de nuevo Los libros arden mal), aunque se queda en puro exceso fuera de lo artístico. Exageran al desahogarse. Y podrían desahogarse sin exagerar. Sostener o estimar simplemente que se publica demasiada basura, por una u otra razón, y que esa basura resta brillo a las obras que deberían brillar más; a esas obras que sólo brillarán más en el futuro, cuando el tiempo haya quemado la broza de los libros prescindibles. Pero sostener o estimar que se publica demasiada basura culparía a esas editoriales y a esos críticos, por lo que prefieren asirse a la exageración y restarle valor a las matemáticas: hay más escritores y escritoras que nunca, es cierto, y por eso mismo, por simple estadística, alguno y alguna habrá entre ellos y ellas que posea la calidad de los predecesores y de las predecesoras, de los clásicos y de las clásicas del ayer.
 
Entre basura descubrí yo Los libros arden mal. Por el grosor embustero de la novela, impresa en papel reciclado. Luego la compré por el grosor real, mucho más flacas las obras anteriores de Rivas. Pensé: el gallego se ha aplicado a fondo en esta ocasión.
 
Sí, una delicia cada una de las noventa y pico historias entrelazadas de extensión variable y sucesión no menos desordenada que en el laberinto rayuelescode Cortázar o que en el de vida.

Una delicia para mí, no para un tipo al que se la recomendé. El tipo me preguntó: Por qué no la escribió como dios manda, por qué tiró piedras contra su propio tejado con semejante caos.

No lo sé (se pierde uno, es verdad; no hay en ella, como en Rayuela, instrucciones de uso, aunque tiene la ventaja de que es obligada la relectura, con lo que pagas lo mismo por dos, tres, cuatro libros). A Rivas no le saldría de los cojones del cerebro escribirla de otro modo. Qué sé yo.

Bueno, algo sí sé: que en las guerras mundiales o civiles (léase inciviles) se queman libros (aunque ardan mal), y que de esos libros quemados nacen otros, entre ellos los que en nada desmerecen a los que ardieron, los clásicos del mañana.

Dixo Rouco. Por José Ángel Gayol.16/01/2009

 

DIXO ROUCO
José Ángel Gayol
 

L’otru día tuvi falando con unos amigos sobre’l futuru de la Ilesia, dos díes dempués Rouco celebró una folixa llitúrxica pola familia y, al poneme a escribir estes pallabres, alcordéme que lo que dixo l’amigu Rouco nuna ocasión: que la nueva asignatura d’Educación pa la Ciudadanía nun ye constitucional, o que polo menos tien dudes… el bonu d’él. Y ye que yo tamién tengo duldes de que munches coses que se faen nesti país seyan constitucionales, pero l’asignatura esa de xuro que sí lo ye.

 

Dixo Rouco, que ye un cachondu (tien que selo, porque nun lo pue dicir en serio y quedar tan panchu), que l’Estáu nun ye quien, nin xurídica nin moralmente, pa empobinar una asignatura que forme a los neños dende un puntu de vista éticu. O seya, que formar a los guah.es como ciudadanos nun ye competencia del Estáu, porque taría dirixendo un aspeutu que depende de les families y la formación moral que quieran da-yos a los guah.es. Toma yá. Ehí quedó eso.

Agora bien. La llibertá d’espresión ¿nun ye un principiu moral? ¿Y el drechu a la vida, a nun sufrir malos tratos o tortures? ¿O ye que la llibertá d’aconceyamientu nun ye un drechu básicu de tolos ciudadanos, de tolos seres humanos a seques? Porque eso ye lo qu’enseña Educación pa la Ciudadanía. La normativa ciudadana qu’hai n’España. Dempués, en casa, los guah.es recibirán la formación moral que los pás quieran da-yos, colo que dalgún día, cuando seyan mayores y si nun tan d’alcuerdu cola normativa, podrán cambiala como ciudadanos responsables, al traviés del votu a la opción democrática correspondiente.

¿Qué tien que ver la formación relixosa de la que fala Rouco cola formación moral? ¿O ye que los mandaos morales de la Santa Ilesia nun tan d’alcuerdu colo que diz la Constitución? Pues si ye asina… malo, malo ¿eh?

El códigu moral que tienen que siguir los ciudadanos d’esti país ye’l que marca la Constitución y les lleis que la desarrollen. Y puntu. Ente los drechos que reconoz ta’l de llibertá relixosa, pero eso nun supón que toos tengamos que ser católicos, la llibertá relixosa nun ye eso. La llibertá relixosa ye que caún faga lo que quiera ensin molestar a los demás. Pa nun molestar a los demás ye pa lo que ta la Constitución, p’afincar un códigu moral neutru de comportamientu ente tolos españoles, católicos y non.

La Constitución pon les regles del xuegu de la convivencia. A lo meyor, hailos que quieren xugar ensin aceptar les regles. Que tamién pue ser.