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La última de todas las batallas, de José Luis Espina. 30/09/2013

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 La última de todas las batallas 

José Luis Espina
Edit. e.d.a libros (2013), 209 pág.

El desconcierto de la infancia que se agota entre fuertes de madera y soldados de plástico, mientras los paisajes de agua y brumas se alejan en un viaje a ninguna parte. La identidad maltrecha de Anita, la de los pies pequeños, la mujer de memoria fragmentada que busca recuperar los recuerdos perdidos con la ayuda de los fantasmas que pueblan su mundo. El superviviente que un día perdió el compás del tiempo en el arcén de una autopista para deambular por un presente sin expectativas. El obsesivo incapaz de resignarse a la tiranía del azar, empeñado en ser causa del destino de los otros. El solitario vendedor de suerte para quien la vida acabará teniendo sentido una vez al mes en la cocina de un triste apartamento de extrarradio… Estos son algunos de los personajes que pueblan "La última de todas las batallas", un catálogo de singulares individuos que se enfrentarán irremediablemente a sí mismos y a sus propias contradicciones. José Luis Espina discurre con él por los caminos de la ficción, de los sueños, los desvaríos, los fantasmas y la incertidumbre cotidiana. De todo ello extrae los matices precisos para construir las bases de su ya tan apreciado universo narrativo.

XIII Jornadas de Literatura. 2013

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Logo Asociación de Escritores   
    Cuando despertó, la CREAtura ya estaba allí
 
 
25 de octubre
 
Con la creación
Con los premios
 
Con vermut
 
Con Pravia (y sus gentes)
Con letra (metáfora y realidad)
                            Presentan: Virginia Gil y Ernesto Colsa
(Patio del Hotel Busto)
 

VIII Premio de las Letras de Asturias: Mariano Antolín Rato y Roberto González-Quevedo. 25/10/2013.

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VIII Premio de las Letras de Asturias

Asociación de Escritores de Asturias (AEA)

 

La Asociación de Escritores de Asturias (AEA) ha concedido el VIII Premio de las Letras de Asturias ex aequo a los autores Mariano Antolín Rato y Roberto González-Quevedo. 

En los dos escritores, nacidos hacia la mitad del siglo XX, se valora su compromiso con la tradición y con la vanguardia que, aunque diferentes y aparentemente opuestos, forman parte de la evolución de la literatura durante los últimos lustros. Además de la parte creativa, ambos construyen en sus libros unos modelos culturales seguidos en mayor o menor grado por todos los escritores actuales. 

La entrega de los Premios se realizará el 26 de octubre, a las 10,30 horas, en un acto enmarcado en las XIII Jornadas Literarias en Pravia, organizadas por la AEA. 

Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) con su traducción al español de la literatura norteamericana (Jack Kerouac, William Faulkner, Malcolm Lowry, Raymond Carver, entre otros) abrió las puertas de un universo desconocido hasta ese momento, sin el cual no sería entendible la literatura actual. En la producción creativa, desde su primera novela (Cuando 900 mil Mach aprox, 1973), da el pistoletazo de salida en España a algunos de los postulados contraculturales de la generación beat. 

Roberto González-Quevedo (Palacios del Sil, 1953), primero en compañía de su madre Eva y después en solitario, aporta una visión global, unitaria y evolutiva de la cultura del dominio lingüístico asturiano. Desde la antropología, la lengua y la literatura (Pul sendeiru la nueite, 1981), reivindica unos valores que identifican y dan coherencia a un pueblo, abriendo el camino a una copiosa generación (Primer y segundo Surdimientu) de la literatura asturiana. 

El Premio Letras de la AEA, con periodicidad anual, no tiene dotación económica. El ganador recibe una escultura diseñada por Jaime Herrero (Gijón, 1937). Para la concesión del Premio, la Asociación de Escritores de Asturias tiene en cuenta la trayectoria literaria de los autores vinculados a Asturias. 

 

Edición y Premiados

 I – Gonzalo Suárez

 II – Marta Portal y Ángel González

 III – Luis Fernández Roces

 IV – José María Martínez Cachero

 V – Juan Cueto

 VI – Juan José Plans

 VII – Carmen Gómez Ojea

 VIII – Mariano Antolín Rato y Roberto González-Quevedo

 

 

Oviedo, 25 de octubre de 2013

Armando Murias Ibias, presidente

 

www.escritoresdeasturias.es

 asociacionescritoresdeasturias@gmail.com 

 

Entrevista a Raúl de la Cruz-Linacero. Por Virginia Gil Torrijos. 26/09/2013.

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Entrevista a Raúl de la Cruz-Linacero  

«Internet puede ayudar mucho a la literatura y a los autores»

Por Virginia Gil Torrijos   

 

Hoy damos la bienvenida como nuevo miembro de la AEA a Raúl de la Cruz-Linacero (Madrid, 1965). Desde que hace cinco años coincidí por primera vez con Raúl de la Cruz en el Máster de Escritura Creativa del mítico Hotel Kafka en Madrid, mi percepción de la realidad ya nunca volvió a ser la misma. Raúl tiene no sé si la virtud o la desgracia, de hacerte sentir sobre todo, mucho vértigo, al sacudirte de súbito de tu plácido y cadencioso letargo poético. Abres los ojos y eres consciente del océano infinito de ceros y unos de este matrix en el que todos estamos inmersos. Compañero entonces en las fatigas de corregir textos, de comentar libros y de escuchar e intentar chupar unas gotas de sabiduría a grandes maestros, hoy quedo con Raúl en La Red, siempre en La Red, en la que se mueve no sé bien si deciros como Neo, o como un Don Quijote del siglo XXII y es que Raúl vive siempre cien años por delante. 

 

—Raúl de la Cruz ha sido y es, muchas cosas: emprendedor, empresario, alto directivo en compañías multinacionales, columnista, conferenciante, experto en nuevas tecnologías, bloggero, profesor de creatividad empresarial y también escritor. Dinos Raúl, una persona tan inquieta como tú ¿qué busca y qué encuentra en la Literatura? 

A la Literatura me acerco como me acerco a los rastrillos de pueblo: no busco realmente, pero intento encontrar todo lo que me falta, fundamentalmente valor, el valor que me proporciona el saberme dentro de un entorno intimista y personal.   

—Nunca has renegado de haberte criado en un barrio marginal, como puede ser Carabanchel. ¿Crees que sigues manteniendo esa mirada crítica de outsider? ¿Cómo la usas en tu escritura?  

¡No me digas que Carabanchel es un barrio marginal! ¿Sí? Jajaja…

¿Sabes? Nunca lo viví así cuando era niño; para mí Carabanchel era tiempo en la calle, puertas abiertas de los vecinos, olor por la escaleras a arroz hecho en olla a presión, corralas donde jugar a las chapas e incluso al fútbol en días de lluvia,… aunque también de envidias entre vecinos, y peleas entre payos y gitanos…

Seguro que alguna vez soñé con vivir en Argüelles, donde vivía mi abuela, el barrio donde veía los coches grandes, los parques con flores, y los supermercados. Carabanchel era más de furgonetas, parques con arena y tiendas de ultramarinos.

De cualquier manera, siento profundamente que mi Carabanchel, mi infancia, la educación que me dieron mis padres, mis vivencias de adolescencia en ese considerado barrio marginal, ha conformado de manera incuestionable mi manera de mirar, de observar, de leer, de escribir, de pensar, de soñar, ¡incluso de andar o relacionarme! ¿Outsider? Tal vez. Pero si lo soy ahora también lo era entonces por soñar. Me dicen que se nota tanto en el cómo, como en el qué. Escribo demasiado directo, sin tapujos, con sangre, con enfado y rencor. Como si en vez de utilizar pluma, utilizara una barra de acero afilada que empuñara con toda la mano para marcar un pliego de hierro.  

» Escribo demasiado directo, sin tapujos,
con sangre, con enfado y rencor.   

 —¿Te consideras más bloggero, narrador o poeta?

 Me gustaría que me consideraran narrador. Sí.

¿Bloggero? Nooooooooo. No creo en la bloggería, ni en la omblogosfera. No me busquéis allí cuando no me encontréis.

¿Poeta? Ojalá dios me hubiera dado ese don.  

 —¿Cuál es tu vinculación con Asturias?

Descubrí Asturias hace apenas 11 años, y desde entonces vivo, emocionalmente, aquí. Aquí paso mis días de vacaciones estivales, aquí me escapo cada vez que me falta la paz, aquí tengo a mis mejores amigos, y aquí quisiera retirarme cuando me toque la lotería. Me siento asturiano, o mejor dicho, siento que me gustaría haber nacido en Asturias para poder presumir y no tener que contar por qué siento lo que siento por esta Tierra.  

—Desde tu gran experiencia en el mundo digital, ¿cómo crees que esa endiablada vorágine está afectando a la Literatura?

Lamentablemente, si la comparamos con otras artes, creo que la Literatura es, por ahora, la que menos ha sido afectada por el “Leviatán” de Internet.

Y digo lamentablemente porque me da la sensación que lo peor aún está por venir. No hay escapatoria, no hay razón para enfrentarse ni para luchar contra Internet. Debiéramos cambiar nuestra percepción sobre esa herramienta, canal, medio o zoco comercial.

Como recuerda Victoria Camps en su libro Creer en la Educación sobre la afirmación de Giovanni Sartori, hemos pasado del Homo Sapiens al Homo Videns, donde el vídeo ha matado a algo más que a la estrella de la radio. Según expone Sartori, “la palabra está destrozada por la imagen”.

Hoy todo el mundo “escribe”, todos tienen un blog, todos twittean, postean, mailean y whatsappean. Todos son/somos escritores, periodistas, bloggeros… no hay distinción. Cualquiera tiene al alcance de la mano publicar sus pensamientos, sean buenos o malos, verdad o mentira, sin intermediarios. Pero, hay una gran diferencia con respecto a la música o al vídeo o al cine: tanto para escribir como para leer necesitas tiempo, mucho tiempo, y no vas a dedicar mucho de tu tiempo a leer algo que es malo. Puedes descargarte 10.000 canciones, e incluso puedes ser capaz de escucharlas todas en apenas unas semanas; puedes hacer una película c
on la cámara de tu teléfono y ganar dinero con la publicidad de las visitas que recibas en Youtube, o puedes descargarte miles de películas porque han sido anunciadas en televisión, y almacenarlas en un disco duro para ver una de vez en cuando. Pero no veo a muchos ni “perdiendo” su tiempo en escribir (porque necesitas algo más que un móvil de última generación) ni descargándose libros y libros por el mero hecho de almacenarlos digitalmente.

Internet, aunque no lo parezca, puede ayudar mucho a la literatura, y a los autores. Los internautas leen más que los no internautas; así que tenemos dos obligaciones: 1) conocer los vericuetos de la Red para convertirla en “amiga”, y 2) entender que el homo ahora es videns. 

» No hay razón para enfrentarse
ni para luchar contra Internet.  

—¿Amazon será la única alternativa? ¿Qué está sucediendo hoy en Estados Unidos que se replicará en breve en España en general y en Asturias en particular?.

No, Amazón no es ni será la única alternativa.

Ya tenemos servicios que se anuncian a bombo y platillo como los Spotify, o los Netflix de los libros; es decir, aplicaciones que ponen a tu disposición miles de libros distintos por una cuota mensual para que leas todo y cuanto quieras. Algunos ejemplos son Oyster (EEUU) o 24Symbols (España). Su capacidad de subsistencia, como es lógico, será directamente proporcional a su capacidad de atracción de editoriales que les permitan publicar sus libros en el servicio y de usuarios dispuestos a pagar. Hasta ahora, no se ve un modelo sostenible en torno a este sistema de pago por cuota, y es que son tantos los intereses económicos de las grandes distribuidoras, productoras o editoras,… Apenas vemos la punta del iceberg de la gran transformación que está por venir.
 

—Gracias Raúl. En nombre de la AEA, te reitero de nuevo nuestra más cálida bienvenida como socio. Nos vemos, por ejemplo, en Pravia. 

 ¡Gracias a vosotros! Nos vemos en Pravia. 

 

Todo fue en La Habana, de José María Ruilópez. 22/09/2013

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Todo fue en La Habana
José María Ruilópez
Editorial Atmósfera Literaria

 

El empresario español Tomás Álvarez, de viaje a La Habana, recibe una carta del gobierno cubano para que escriba un discurso en el que debe apuntar las pautas para una transición hacia la libertad y la democracia en este país. Sorprendido por el encargo se lo traslada a su amigo Enrique Tuñón, periodista y aventurero que está en la isla para un reportaje. Ello les hace caer en situaciones conflictivas y peligrosas ante una parte del gobierno que quiere el cambio y otra que no.

En la historia se mezclan los amores arrebatados de Tomás Álvarez con Yamila la bailarina conguera y de Enrique Tuñón con Daylín, disidente, Licenciada en Historia y camarera del hotel Habana Libre. El acoso a ambos se hace implacable cuando la Seguridad del Estado se empeña en ir tras sus pasos al verlos relacionados con la disidencia interna.

La investigación se complica al encontrarse ante la intervención pasiva del embajador de España y del arzobispo de La Habana no solo por la diferencia de intereses y porque, como humanos, se enredan en unos amores volcánicos, que ponen en peligro el futuro del incierto discurso solicitado.

 


JOSÉ MARÍA RUILÓPEZ, Oviedo, España, 1948, pasó su infancia y adolescencia en Teverga, Asturias. Vive en Gijón. Hizo estudios de Filología Española en la UNED. Con “Mutación” ganó el Primer Premio de novela corta de Elche, 1987. Con “La prisión vitalicia” obtuvo el Primer Premio de novela Ciudad de Alcorcón, Madrid. Mases Ediciones, 1988. Con “Luminaria” consiguió el Primer Premio de cuentos Ayuntamiento de Carreño, Asturias. En 1998 publica la novela de ambiente rural “Todo junto al río”. Ediciones Aldebarán. En 2005“Así me habló La Habana”, libro–reportaje de entrevistas y artículos sobre sus personas y personajes. Madú Ediciones.
Columnista del diario La Nueva España y otros medios digitales. Contertulio político de la Radio del Principado de Asturias, RPA. Guionista invitado del Instituto Cubano de Radio y Televisión, I.C.R.T. Es miembro de la Asociación de Descritotes de Asturias.
Ha viajado por más de treinta países de los cuales ha dejado constancia en artículos y reportajes.
Buen conocedor de la sociedad cubana, donde ha compartido con personas del poder, la oposición, el periodismo, la diplomacia, la literatura y la calle, Ruilópez ha transitado por los lugares de La Habana recreando sus propios espacios en los que deja su impronta literaria reflejada en esta novela.

 

Presentación de Todo fue en La Habana, de José María Ruilópez. 22/09/2013

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 El Club Prensa Asturiana y

La Editorial Atmósfera literaria
 
le invitan  
TODO FUE EN LA HABANA
 
 
 
 
 
c/ Calvo Sotelo 7 OVIEDO

Placeres primigenios: Una nota sobre los orígenes del cómic. Por Jesús Palacios. 20/09/2013.

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Placeres primigenios

Una nota sobre los orígenes del cómic

Por Jesús Palacios 

 

Cada vez veo más y más cine mudo. Cada vez me gusta más y más y, naturalmente, cada vez entiendo mejor aquello que le decía Hitchcock a Truffaut de que muchos directores modernos deberían ver bastante más cine mudo y aprender de él. Nuestra mala costumbre de pensar en términos de un progreso lineal, a menudo, cuando no siempre, tan ficticio como viciado, tiende a crear en la mentalidad general (y no tan general) la impresión de que artes y medios de masas, populares y comerciales al tiempo, dependen de la progresión tecnológica para su mejora y disfrute. Nada más lejos de la realidad. Lo nuevo no siempre es mejor, la cantidad rara vez emula a la calidad y, sobre todo, parafraseando (mal) a Lewis Mumford, ningún recipiente debería evolucionar más deprisa que su contenido. Que es exactamente lo que ocurre en nuestra delirante sociedad de consumo. Ni el cine actual (en 3D o 4D, con efectos digitales o analógicos, sistemas de grabación y reproducción ultrasofisticados y, en general, una perfección tecnológica indescriptible, que va desde lo más pequeño –el microchip- a lo monumental –las megapantallas de los multicines en los centros comerciales) es esencialmente distinto ni mucho menos mejor que el de nuestros mudos ancestros, ni la literatura o la música de hoy, por mucho que quepa toda su historia en un disco duro o una unidad de almacenamiento diminuta, son por ello mejores que las de otros tiempos. No entraré en polémicas sobre si son peores, pero habría que revisar seriamente, al menos entre académicos, críticos y demás supuestos especialistas culturales, esta blasfema sensación reinante de que hoy las Artes –cultura, pero sobre todo negocio- viven un momento de esplendor, simple y llanamente porque podemos almacenarlo todo, reproducirlo todo, y copiarlo, comprarlo, venderlo o piratearlo todo, más y mejor que nunca.   

» Lo nuevo no siempre es mejor,
la cantidad rara vez emula a la calidad 
 
Como ejemplo, un botón: volviendo de un largo viaje en tren, pegué hebra con una joven universitaria, que se interesó por mi lectura del momento. Entablamos agradable conversación, pues se trataba de una persona con intereses intelectuales y curiosidad. Cuando a su pregunta de a qué me dedicaba le contesté que escribía, principalmente, de cine y temas afines, me interrogó inmediatamente después, educadamente, sobre mis gustos y preferencias al respecto. Yo le comenté algo muy parecido al inicio de estas líneas: que cada vez veía más y me gustaba más el cine mudo. Con total ingenuidad, y sin atisbo de pudor alguno, ella se mostró sorprendida y me preguntó a su vez qué interés podía tener hoy, cuando el cine es sonoro y en color, ver películas antiguas, carentes como mínimo de estos dos aspectos “esenciales”. Hubiera sido un error por mi parte mostrarme indignado, condescendiente o superior. La pregunta no carecía en absoluto de lógica ni de motivo. De hecho, tardé unos segundos en buscar la manera de expresar verbalmente lo que deseaba transmitir a mi compañera de viaje. Finalmente, atiné a decirle si creía que, por el hecho de que hoy las pinturas acrílicas, las técnicas de estampación o incluso los programas gráficos de software, permitan una perfección imposible en épocas pasadas en el color, la reproducción, la perspectiva o el diseño, eso significaba que las obras de Miguel Ángel, Leonardo, Rafael o, más atrás aún, las pinturas de Altamira, carecían de interés, calidad o incluso de algo más valioso que la modernidad y la perfección técnica: eternidad. Naturalmente, ella entendió de inmediato mi respuesta, pero pude ver por su expresión que jamás, en ningún momento, se le hubiera ocurrido aplicar antes este criterio, perfectamente asumido y lógico para cualquier otra disciplina, al arte y la industria del cine.
 
Por increíble que parezca, más allá de nuestras narices de cinéfilos, cinéfagos o cine(en mi caso)falologocéntricos, nadie piensa que la obra de un Griffith, un Eisenstein, un Murnau o cualquier otro ejemplo que queramos añadir al gusto, sea equivalente en su medio –el cine- a la de un Goya, un Rafael o un Picasso en la pintura. Son solo películas mudas y en blanco y negro, que no “merece” la pena ver, ya que ahora el cine es en color y sonoro. Tecnológicamente tan realista y casi tan real como la vida misma (de hecho, como nuestra vida misma: la de esos meros objetos de uso en que hemos devenido, desde nuestro quizá ya lejano origen humano).
 
¿Cómo hemos llegado a este punto? No pretendo abordar aquí tan espinoso tema. En realidad, solo quiero rescatar en el sentido expuesto, la existencia de un inabarcable mundo de la historieta, el tebeo, el cómic, o como se prefiera definir a la literatura dibujada nacida en los albores del siglo XX, similar en interés, calidad y fascinación al del cine previo a la aparición del sonido. Cine y cómic próximos no solo en el tiempo, sino también en determinados aspectos que, pese a diferencias fundamentales, se encuentran a su vez en los fundamentos de ambos medios de comunicación, en los que Arte e Industria, para bien y para mal, se dieron la mano en los comienzos de una nueva era, hoy, posiblemente, al borde de su final.
 
» Existe, como respecto al cine, una suerte pervisión
(por perversa o pervertida) de la historieta actual
como muy superior a la cultivada en su “remoto” pasado

 
Cegados por el resplandor de la aceptación del cómic como forma adulta y relevante de arte y creac
ión intelectual, que tiene su más reciente reinvención –y reificación, en el más marxista posible de los sentidos- en la mitología creada alrededor de la así rebautizada como “Novela Gráfica”, existe, como respecto al cine, una suerte de visión (pervisión, por perversa o pervertida) de la historieta actual como muy superior a la que se cultivaba en su “remoto” pasado, en aquél lejano momento de su invención como tal. Los múltiples formatos y estilos actuales; los artistas, guionistas y editores de culto; las obras consagradas por la crítica no ya de cómic, sino generalista; las modas pasajeras pero contundentes… Todo ello, ha creado no una, sino varias generaciones de lectores de cómic que jamás han mirado más allá de lo que se viene publicando en el medio de diez o, como máximo, cincuenta años para acá. Por lo demás, cuando alguien se interesa por periodos más añejos, es solo a cuenta de la nostalgia o la erudición, en el mejor de los casos. Y, sin embargo, el cómic, la literatura dibujada, en sus inicios más arcaicos, poseía ya una sofisticación, un nivel, tanto artístico como literario, en muchas ocasiones –en todas es imposible, claro está- superior al de otras obras actuales reverenciadas o, simplemente, puestas de moda ocasionalmente por suplementos culturales y magazines televisivos.
 
Por fortuna, igual que algunas esforzadas casas editoras de DVD encuentran un singular y nunca suficientemente alabado placer en autodestruirse dando a la luz clásicos esenciales, oscuros y hasta olvidados, de los tiempos del cine mudo –que, ya sabéis, nunca fue realmente mudo… Pero esa es otra historia-, existen editoriales, a veces alejadas incluso del mundo del cómic, que están rescatando a costa de su propia salud económica –y quizá mental-, autores, personajes y obras de los primeros años de existencia, titubeante pero firme, del arte de la historieta. Mostrándonos así, precisamente, el increíble nivel artístico y creativo, la sorprendente altura y madurez, con la que nació prácticamente ya esta nueva forma de expresión.
 
La editorial Impedimenta nos ha ofrecido no hace mucho una exquisita edición de las tiras cómicas creadas por el caricaturista e ilustrador Peter Newell para el Chicago Tribune, hacia 1906, protagonizadas por una soñadora niña de nombre Polly. Aunque aún no son cómic estrictamente hablando, Las siestas de Polly, con su formato original de tira de viñetas para periódico, donde eran publicadas por entregas, las aproxima mucho más a este entonces recién nacido medio, que al mundo de la ilustración o el cuento, en el que también destacara su creador. La única diferencia real entre estas viñetas y el arte de la historieta propiamente dicho, es que todavía los textos que las acompañan figuran fuera del marco de las mismas, como texto corrido, y no en la forma característica de los globos o “bocadillos”, que se convertirían pronto en rasgo esencial, constitutivo, de la naturaleza misma del cómic. En cualquier caso, esta obra, como muchas otras contemporáneas, se encuentra en el límite justo de la aparición de la historieta y, desde el punto de vista del crítico y del historiador, merece ser tenida en cuenta. Pero lo que verdaderamente merece ser tenido en cuenta, es que Las siestas de Polly resulta, sobre todo, una auténtica joya estética y narrativa, editada como tal en la colección “El mapa del tesoro de Impedimenta”, que nos narra en series de nueve estampas (precedidas por un pequeño frontispicio) cada una, las extrañas aventuras oníricas de la pequeña e ingenua Polly, en una tradición que tiene su origen en la Alicia de Lewis Carroll y su más inmediato contemporáneo reconocible en el inmortal Little Nemo in Slumberland de Winsor McCay.
 

» Las siestas de Polly de Peter Newell se halla
en el límite justo de la aparición de la historieta 
 
Sin embargo, allí donde el genial McKay es todo barroquismo, exceso y delirio Art Nouveau, preludio en forma de historieta de las excentricidades de los Surrealistas como Dalí, Ernst o Magritte, Newell resulta exquisitamente sencillo, parco en recursos gráficos, pero de un rigor y elegancia próximos al Art Decó más depurado. Peter Newell (1862-1924), fue un ilustrador y creador de libros infantiles –de esos para niños listos de todas las edades, claro-, reconocido hoy por quienes saben de estas cosas como uno de los genios del género en Estados Unidos, y uno de sus mejores ejemplos dentro de la tradición del nonsense, quizás solo superado mucho después por el Dr. Seuss. Newell no se limitó a ilustrar magistralmente obras de Mark Twain, John Kendrick Bangs –autor, por cierto, a recuperar urgentemente- o el propio Carroll, y a dibujar caricaturas y poemas satíricos ilustrados para revistas tan populares como Harper´s Bazaar, The Saturday Evening Post o el Scribner´s Magazine, entre otras, sino que creó y diseño personalmente libros-objeto, cuentos que son al tiempo forma y contenido unificado por un diseño tan inventivo e ingenioso como bienhumorado, hoy considerados clásicos: Topsys and Turvys, cuyas viñetas han de verse tanto de arriba abajo como de abajo arriba para entender su sentido (o sentidos); The Slant Book, libro en forma de romboide que cuenta (y forma parte al tiempo de) la caída ininterrumpida, a toda velocidad y en pendiente, del cochecito de un bebé, a través de las calles de la gran ciudad; o The Hole Book, donde un agujero literal en el centr
o de las páginas y cubiertas del libro señala el paso de un proyectil que atraviesa todo un edificio de apartamentos… Divertidas e imaginativas maravillas no solo de la literatura ilustrada, sino del arte del libro y la edición.
 
Con Las siestas de Polly, Newell se aproximó mucho al naciente medio de la historieta, aunque, curiosamente, sin atreverse a dar el paso definitivo. No obstante, puede y debe considerársele precedente y pionero del mismo, al margen de lo cual, como ya se dijo, las ingenuas y extravagantes aventuras oníricas de Polly constituyen una verdadera delicia, llena de humor, fantasía y criaturas extraordinarias (por citar el ejemplo que abre las diecisiete historietas que componen el volumen de Impedimenta: Spider, el gato-araña), narradas con un dinamismo casi cinematográfico –lo que puede comprobarse si se hacen correr las páginas del libro con el pulgar, manteniendo la mirada fija sobre las ilustraciones, situadas siempre a la derecha-, y con un depurado estilo gráfico, reminiscente de la época y lleno de color, delicadeza y armonía geométrica, recuperado con esmero, cabría decir más propiamente restaurado, para esta exquisita edición de Impedimenta, a cuyo diseño habría dado aprobación sin duda el propio Newell.
 
Allí donde Newell se mostró tímido al experimentar con el formato de la tira para prensa, Frederick Burr Opper, siguiendo el ejemplo de otros como Richard Outcault o Rudolph Dirks, no dudó en dar el paso definitivo, utilizando para sus comic strips destinadas a los periódicos el recurso del “bocadillo”, convirtiéndose así no ya en precursor, sino en verdadero pionero y cultivador del nuevo arte de la historieta. Opper (1857-1937), pudo compartir quizá las páginas de algunas de las revistas para las que dibujaba también Newell, pues trabajó como caricaturista e ilustrador en publicaciones como el St. Nicholas Magazine, el Frank Leslie´s Weekly o el Scribner´s Monthly, entre otras muchas, además de ilustrar libros de Twain, Edgar Wilson Nye y otros autores. En 1899 fue contratado por William Randolph Hearst, para su New York Journal, donde vio la luz la que sería su creación más popular y carismática: Happy Hooligan, de la que acaba de publicarse en nuestro país una selección de sus tiras, editada por Laertes en forma de álbum en su colección de cómic. 
 
» Frederick Burr Opper dio el paso definitivo
al utilizar el “bocadillo” para sus comic strips
 
Desde 1900 hasta 1932, las aventuras de Happy Hooligan se convirtieron en una de las expresiones más exitosas y queridas de la cultura popular estadounidense, llegando a despertar la admiración de presidentes como Hoover o Coolidge, de poetas como el italiano Attilio Bertolucci o colegas posteriores como Alex Raymond. No es de extrañar, pues Happy Hooligan ha resistido con enorme frescura –quizá el mejor término para referirse a él- el implacable paso del tiempo, y, si por un lado, nos resulta tanto gráfica como literariamente, ejemplo perfecto del humor y el estilo caricaturesco de su época, por otro, su carácter entrañablemente caótico, anárquico y siempre bienintencionado, resulta igualmente demoledor, divertido e iconoclasta hoy como entonces.
 
Happy es un ingenuo vagabundo algo desastrado, que siempre con las mejores intenciones, acaba sembrando el caos a su alrededor, para terminar siendo víctima de las brutales fuerzas del orden –un sempiterno policía o policías con mostacho, digno de los Keystone Cops-, en un cúmulo de equívocos y gags continuos, que ponen a prueba la inagotable inventiva de Opper. Junto a Happy aparecen habitualmente otros personajes secundarios no menos carismáticos, aparte del policía represor y mal encarado, como su pragmático y materialista hermano, su primo aristócrata y atolondrado, o sus llorosos tres sobrinos, que le acompañan en sus desopilantes desventuras, que le llevarán a viajar –y ser detenido siempre- por Inglaterra o Francia, entre otros lugares.
 
El estilo gráfico de Opper, donde, como se ha dicho, se integra ya por completo el uso de globos para encuadrar los diálogos de los personajes, es absolutamente funcional y enérgico, con ese aire de familia propio de la mayoría de los caricaturistas y pioneros de la historieta estadounidenses de la época o ligeramente posteriores –los citados Outcault y Dirks, pero también Feininger, Herriman, Segar, Sullivan, McManus, etc., etc.-, sin que ello quiera decir que carezca de un sello personal e inconfundible (por otro lado, como el resto de sus colegas). Ese mismo “aire” cuyo descendiente actual y reelaborador más popular puede reconocerse fácilmente en el Matt Groening de Los Simpson (vía el viejo underground de Crumb y los demás).
 
Pero quizá lo que más impacta en el lector actual, gracias a la afortunada selección presentada por Laertes, es el carácter singular, especialmente logrado, del propio Happy. No es extraño que se convirtiera en la creación gráfica más popular en los Estados Unidos –y buena parte del mundo-, hasta poco antes de la llegada del diabólico Ratón Mickey. Happy Hooligan es un hombre tan bueno, amable y preocupado por el prójimo, que inevitablemente se hace acreedor de los mayores equívocos, accidentes y desdichas, mientras su cínico hermano suele aprovechar la ganancia final, como reflejo irónico de la injustica esencial de la vida misma. Pero a pesar de ello, Happy no aprende. No se convierte nunca en un personaje amargado, cínico como su pariente o siquiera precavido. Una y otra vez, su bondad provoca que acabe dando injustamente con sus huesos en la cárcel, acusado de las mayores –y más falsas- felonías, cuando precisamente se empeñaba en ayudar a cualquier precio a su más cercano congénere. El resultado en conjunto de esta imparable sucesión de elaborados gags, que no dejan de evocar obviamente el cine cómico mudo contemporáneo de su creador, es el establecimiento de una atmósfera general sutilmente anárquica y hasta anarquista, que denuncia oblicua pero inequívocamente el absur
do de la represión institucional, la injusticia sistemática de la sociedad y cómo los personajes de fuste, burgueses biempensantes, aristócratas y reyes, damas de sociedad y policías lacayos al servicio del orden establecido, son quienes realmente se dejan llevar por su malicia, desconfianza, codicia, miedo y mezquindad connaturales, interpretando errónea e interesadamente las situaciones equívocas que la bondad de Happy ha provocado accidentalmente. El humor y el mensaje tácito de Opper resultan todavía, sin duda, perfectamente relevantes y aplicables en la actualidad: Happy Hooligan, mezcla del Vagabundo de Chaplin –carente de su malicia- y del marxismo de los Hermanos Marx, con mucho de la ingenuidad de Harold Lloyd, sigue siendo hoy un terrorista involuntario, un anarquista violento sin saberlo, que violenta a la sociedad, poniéndola en evidencia constantemente con su bondad intrínseca y nobles sentimientos a prueba de bombas.
 
» Quizá sean Las siestas de Polly o Happy Hooligan
obras mucho más adultas, maduras y sofisticadas
que el más reciente número de Lobezno o Superman
 
Las siestas de Polly de Peter Newell y Happy Hooligan de Frederick Burr Opper, son dos obras enmarcadas dentro de la prehistoria y la primera historia del cómic, la literatura dibujada. Ese lenguaje increíblemente complejo y popular al tiempo, en el que cabe y ha cabido siempre, claro está, el más amplio espectro posible de la expresión artística e intelectual humana. Si bien aquí me interesa, sobre todo, resaltar que, aun tratándose de ejemplos pioneros del medio, ambos poseen una sofisticación tanto gráfica como literaria, una capacidad para transmitir sus contenidos específicamente a través de la forma de la historieta o tira ilustrada –comic strip-, que muestra ya un enorme grado de desarrollo, ambición y éxito. Como ocurre con el cine mudo –sin querer tampoco abundar en paralelismos que no deben conducir a equívoco: cine y cómic son lenguajes bien distintos-, la historieta alcanzó ya en sus comienzos y primeros tiempos un nivel de elaboración, calidad y madurez que no ha sido superado, sino simplemente reelaborado, expandido o reinventado –como también a menudo olvidado, traicionado o desviado- por artistas modernos y actuales.
 
El hablar a menudo, a falta de adjetivos mejores, de historieta o cine “primitivos”, “pioneros”, “antiguos”, puede llevarnos al equívoco de olvidar que una de las cosas que ambas artes comparten es, sobre todo, ser puntos de inflexión, pero también resumen, epígono y un todo mayor que sus partes, de tradiciones artísticas y medios de expresión milenarios, llevados ya antes por separado y en distintas combinaciones, hasta cotas de altura difícilmente igualables. La literatura dibujada es heredera de la pintura, la novela, la ilustración, la narración secuencial, el libro ilustrado, la caricatura periodística, el cartel publicitario, los tableaux, los pliegos de ciego, los manuscritos iluminados medievales, los pictogramas y los ideogramas… Por eso, no es difícil entender que en la época de su aparición y consolidación formal, en los albores mismos del siglo XX, podamos encontrar ya en ella obras maestras sin parangón. El hecho de que no fueran diseñadas por ordenador, impresas con técnicas digitales, colgadas en la web o coloreadas con aérografo, no debería hacernos creer que resultan inferiores, “primitivas” o más “infantiles” que sus descendientes actuales.
 
En realidad, sin querer generalizar ni ofender, es probable que Las siestas de Polly o Happy Hooligan sean obras mucho más adultas, maduras y sofisticadas, que el más reciente número de Lobezno o Superman, y hasta que algunas “Novelas Gráficas” que, con toda seguridad, no existirían de no existir previamente el ejemplo de artistas primigenios como Newell, Opper y sus contemporáneos. Vale la pena mirar atrás sin ira, porque existen todavía algunos placeres que solo encontraremos allí.   
 
 
Más información:
 
 
 
 
Jesús Palacios es analista cinematográfico y escritor.

 

Presentación de El llibru de les vocales, de Francisco Álvarez Velasco. 18/09/213

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Presentación de
El llibru de les vocales,
de Francisco Álvarez Velasco.
Librería La buena letra.
Gijón | 20 de noviembre |  19,30 h.

El llibru de les vocales, de Francisco Álvarez Velasco. 18/09/2013

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El llibru de les vocales
Francisco Álvarez Velasco
Ilustraciones: Graffiti / Marina Lobo
Colección Fierabrás; 1
PVP 15,00€

El llibru de les vocales ye obra del poeta Francisco Álvarez Velasco. Preséntase como’l primer títulu de la colección Fierabrás. Esta serie de la editorial Impronta llega en formatu álbum y con ilustraciones de Graffiti/Marina Lobo, que compaxina un estilu vintage con propuestes más novedoses. Los llectores nuevos van atopar nella textos caracterizaos pol amor al llinguaxe, a los cantares y a los xuegos de pallabres. El llibru de les vocales asítiase ente’l xeneru poéticu, les cosadielles y los cantares de siempre, coles cinco vocales del nuestru alfabetu como protagonistes. Un homenaxe a “Voyelles”, d’Arthur Rimbaud, sírve-y como pieslle cromáticu al libro.

La expedición de Villasur: Un western español verídico. Por José Havel. 13/09/2013.

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La expedición de Villasur

Un western español verídico

Por José Havel

 

Sucedió el 14 de agosto de 1720, cerca de la actual Columbus (Nebraska), hace 293 años. 

Al amanecer los indios pawnee y ute se acercaron, ocultos entre la hierba alta que allí crecía, al campamento español situado en un prado junto al río Río Lobo, mientras sus miembros aún dormían. 

La fuerza hispana, al mando de Pedro de Villasur, se componía de 45 dragones de la frontera españoles (los conocidos “dragones de cuera”, llamados así por su característico abrigo de cuera sin mangas) y 60 indios pueblo auxiliares, más el intérprete de origen francés, aunque naturalizado español, Jean L’Archevêque. Estos expedicionarios habían salido de Santa Fe el 16 de junio, atravesando territorios de Nuevo México, Colorado, Kansas y Nebraska durante varias semanas de marcha.  

Pero ¿qué hacía en tales latitudes, casi el centro geográfico de los actuales EE UU, la expedición de Villasur? 

 

Comanches, franceses

Aún reciente la recuperación de la provincia de Nuevo México, que había costado trece años tras la rebelión de los indios pueblo en 1680, las autoridades españolas allí destacadas habían recibido –vía apache— inquietantes noticias del desplazamiento, desde las Montañas Rocosas hacia las llanuras del este y del sur, de una nueva tribu agresiva y audaz: los comanches (la palabra “comanches” es la deformación española del vocablo utoazteca kohmats –“los que quieren guerrear”—). Los apaches de El Cuartelejo informaron a los españoles de que los comanches mantenían contactos con hombres blancos que les facilitaban clandestinamente mercancías y armas de fuego (esto último es algo que España jamás había hecho con los indígenas norteamericanos).  

Esos intrusos blancos llegados a las planicies eran comerciantes franceses, quienes habían construido dos poblados entre los indios pawnee, al oeste del río Missouri, armando a los indios y vejando los españoles de la zona siempre que tenían oportunidad. A la amenaza comanche se sumó, pues, la francesa. En guerra con España a partir de 1719 (la Guerra de la Cuádruple Alianza enfrentó al reino de Felipe V contra la coalición formada por el Sacro Imperio Romano Germánico, Francia, Gran Bretaña y las Provincias Unidas), los franceses, procedentes del área del Mississippi, buscaban introducirse en Nuevo México de modo paulatino, ganándose a las tribus próximas con presentes que incluían armas de fuego. 

 

La expedición, el ataque

Ante semejante coyuntura, el virrey marqués de Valero ordenó al gobernador Antonio Valverde y Cosío que crease un fuerte en el asentamiento apache de El Cuartelejo y enviase una expedición en busca de los enclaves franceses entre los indios pawnee. 

Así, Pedro de Villasur y sus algo más de cien hombres penetraron en tierras ignotas en su avanzada hacia el norte, hasta alcanzar territorio pawnee con el objetivo de establecer negociaciones con las tribus pawnee y ute. Los indios, muy numerosos, no se mostraron precisamente amistosos, por lo que Villasur ordenó vadear de nuevo el Río Lobo y acampar.  

Con el alba del 14 de agosto de 1720 los pawnee y ute, ayudados de franceses armados con rifles, atacaron a los españoles, poco antes de que éstos comenzaran a levantar el campamento. 

El combate, feroz, duró apenas unos minutos. Villasur y L’Archevêque fueron de los primeros en caer. Rodeados tanto de aulladores guerreros pintados de rojo y negro como de soldados franceses, los españoles todavía vivos formaron en círculo, estableciendo un perímetro de defensa, según puede verse en la piel de búfalo sobre la que un artista anónimo recreó un momento de la emboscada, y de la que hay una réplica expuesta en el museo de la Sociedad Histórica de Nebraska: los dragones de cuera aparecen representados con sus sombreros negros de ala ancha –prototipos de los sombreros de los cowboy— y sus largas cueras de piel, frente a los coloreados indios y a los franceses que, tocados con tricornios al uso en la época, empuñan mosquetes. Del grupo cercano de españoles a cargo de los caballos sólo unos pocos lograron ensillar, de los cuales nada más que tres pudieron acudir en socorro de sus compañeros rodeados, siendo abatidos dos de ellos. 

 

Las consecuencias

De los 45 soldados españoles únicamente 13 sobrevivieron a la masacre, uno de ellos con nueve balazos y sin cuero cabelludo. Mejor suerte corrieron los indios pueblo auxiliares, con 49 supervivientes (11 bajas sobre 60 unidades) al no sufrir un ataque tan intenso por hallarse acampados aparte de los militares hispanos. Unos y otros, acompañados de todos los apaches de El Cuartelejo, regresaron a Santa Fe el 6 de septiembre, veinticuatro días después de la
batalla, culpando de la derrota a la intervención francesa.
 

Tras la matanza no quedó en todo Nuevo México más de un centenar de soldados españoles, a causa de lo cual el gobernador Valverde no pudo vengar a sus muertos. Así y todo, acostumbrada España a controlar con una fuerza militar mínima extensiones inmensas de lo que hoy son los EE UU, las naciones rivales europeas no consiguieron superar su frontera norteamericana en más de doscientos años. 

 

José Havel es analista y realizador cinematográfico.