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¿Quién ama a las fresas?, de Clara Tanit. Por David Fueyo (04/08/2011).

 

 
 
Clara Tanit
¿Quién ama a las fresas?
Editorial Astiberri, 2010
145 páginas
Cartoné
15 €

 

Nos encontramos ante una novela gráfica especial. Especial por su planteamiento surrealista, pero a la vez didáctico; especial por su desarrollo, en el cual cuesta diferenciar el sueño de la realidad del delirio del recuerdo; especial por su factura técnica, llevada a cabo a través de dibujos infantiles, como de un niño que empieza a dibujar, pero a la vez barroco en los detalles y en las situaciones que describen. En definitiva, ¿Quién ama a las fresas? es una novela gráfica para odiar o para amar, pero a buen seguro a nadie dejará indiferente.

La historia en principio es simple. Fresa es una fresa de dieciséis años en un mundo en el que ella es diferente a todos los demás. Fresa se encuentra con los problemas típicos de todo adolescente, o al menos eso intuimos por sus recuerdos sobre sus amistades, los rechazos que provoca por su diferencia, las drogas, el sexo y el primer amor. Hasta aquí todo es más o menos normal. Podíamos habernos conformado con una novela gráfica sencilla y sin pretensiones, con su moralina y su éxito de ventas entre el público adolescente que busca un cómic más que una novela gráfica con una historia tan elaborada como esta. Sin embargo en ¿Quién ama a las fresas son los detalles sutiles los que nos hacen vislumbrar lo diferente que es esta historia a aquellas a las que nos referíamos anteriormente. Fresa sufre un coma en el que gran parte de sus recuerdos parecen haber sido borrados y en sus delirios muestra una personalidad cruel pateando a su mejor amigo, flirteando con una extraña amiga que pudiera encarnar bien la muerte, bien el precipicio ante el que se encuentra su vida, bien todo lo oscuro que puede salir de su interior a causa de su diferencia. Las autoras juegan con el factor surrealista de estos delirios traspasándolo posteriormente a la “realidad” en la que su madre espera que fresa despierte de su sueño, recreándose en las ilusiones fallidas de una madre soltera de una adolescente que intenta acercarse a ella pero que sólo encuentra rechazo en su hija.

El relato funciona a tirones muy bien pensados, es decir, combina efectismos (páginas en blanco, recreaciones muy bien construidas de lo que puede ser un diario de una adolescente) con momentos menores pero esenciales en el engranaje de una historia curiosa en su forma de plantearse en la que su autora, la catalana de treinta años Clara Tanit, bien curtida en fanzines e ilustraciones de obras alternativas, domina una rica pluralidad de registros gráficos y emocionales. Tan pronto puedes encontrarte momentos dulces e infantilmente retratados como con situaciones desesperadas y crueles, y es quizá esa desconcertante pluralidad de sentimientos la que hace que sólo se pueda odiar o amar a las fresas, al menos a la que protagoniza esta curiosa novela gráfica. Yo creo que ya la amo. Léanla y creo que también la amarán. 

 

Ese objeto pequeño y llevadero, por Luis Díez Tejón. 2/08/2011

Ese objeto pequeño y llevadero
 
 
Pues ahora sabemos que por mucho que viajemos y veamos y nos deslumbren brillos novedosos, no saldremos de aquellos primeros libros que leímos. Tampoco de los segundos, ni del último, el de anoche mismo, pero acaso todos sean consecuencia de aquéllos. Ay, amigo, qué seres más extraños y poderosos estos, porque seres son, por más que ni respiren ni suden ni exijan ni alboroten. En una buena medida somos como somos por lo que sabemos, y sabemos lo que leímos. O sea, por los libros. Ya dijo alguien que el destino de muchos hombres depende de que haya habido una biblioteca en su casa paterna.
Este objeto pequeño y llevadero como un pensamiento es compañía, placer, consuelo, incitador de fantasías y creador de realidades gozosamente metafísicas. Una reunión de don Quijote, Hamlet, don Juan y Ana Karenina en torno a una mesa nos parece mucho más real que la de bastantes políticos, pongo por caso. Y mucho más interesante. A ver quién tiene tal poder sobre el delicado mecanismo que dibuja y desdibuja la realidad.
– ¡Ah de la vida!… ¿Nadie me responde?
Le responden un millón de ojos agradecidos por cosas como esos dos tercetos suyos de aquel soneto inolvidable, don Francisco. Gracias a ellos uno siempre se ha atrevido a afirmar públicamente y cuantas veces hiciera falta, que una palabra vale más que mil imágenes. Y le aseguro que nadie me ha replicado todavía.
El libro es la posibilidad de un diálogo a solas con quienes han sabido y saben bastante más que nosotros. Con él se entra en conversación con los difuntos y se lee con los ojos a los muertos, es cierto, don Francisco. Y además, es silencioso y permanente como ningún otro amigo puede serlo. Y encima puede ser increíblemente bello. Y tremendamente poderoso. ¿Alguien ha visto que el contenido de alguna obra de arte cambiara el curso de la Historia, modificando el pensamiento de la humanidad? Pues hubo libros que sí. Quizá no exista arma de mayor alcance, y sin embargo, cómo no preferir el libro de palabra sencilla, humilde, casi intranscendente, no importa, pero acariciadora y mansa.
– ¿Qué leéis, mi señor?… Palabras, palabras, palabras.
Sí, sir William, palabras donde aprendemos que somos de la misma materia de que están hechos los sueños. A veces parece que hay que recordárnoslo para sentirnos sublimes y que el mal aire de la desesperanza no se asiente en nuestros escondrijos. Sólo por eso, amigos, sólo por eso, valdría más una línea de ese cariz que el centón de solemnes vaciedades que tenemos que escuchar cada día desde tantos púlpitos como nos hablan. La felicidad es tener una biblioteca que dé a un jardín, fue dicho. Que cada uno se siente y piense qué quedaría de él si le quitaran todo lo que aprendió en los libros.
El libro incita, excita, suscita, mueve y conmueve, hace reír y llorar, cambia amarguras por licor suave, ilumina, enseña, muestra y demuestra, da alas a la imaginación más gris, suaviza soledades y abre ventanas con vistas de lejanos horizontes. En el libro, los escenarios y las caras de los personajes son como uno quiere que sean, y no como quiera un señor de Hollywood.
– Yo he dado en Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico y mohíno.
Ya lo creo, don Miguel, y en qué medida. El espectro lapón o japonés de su hidalgo está más vivo que todas las figuras bien definidas de tantos pretenciosos, y no digamos que esos cuerpos clónicos y millonarios de ahora, esculpidos por la publicidad. Y algo más que pasatiempo fue, no me diga, que en pocos sitios tenemos los hombres una palabra dirigida particularmente a cada uno como en su historia de locos y cuerdos. Esa inmensa suerte de tener un idioma universal que nos permite leer a grandes autores en su idioma original, qué poco valorada. Qué ganas de traducir a veces sin motivo.
Luego está el cuerpo, papel, sólo papel. Y tinta, claro; puede que algún material pretendidamente noble en las cubiertas, pero en definitiva sólo papel. Y sin embargo, pocos objetos cotidianos arrastran tanto la necesidad de un acercamiento sensorial. Al libro hay que verlo, tocarlo, olerlo, sentir en la yema de los dedos el cortante filo de sus páginas. Que nadie tema por su querida figura, porque ni internet, ni
los ebooks ni todas las macanas digitalizadas van a poder con él; les falta carácter sensual.
– No soy nada, no lo seré nunca. Esto aparte, tengo en mí todos los sueños.
Y yo, don Fernando. Los sueños que me brindáis cada vez que os abro una tarde de lluvia, melancólico el corazón y un algo abatido por cualquier mal aire de la vida. Las sombras que a veces se nos cuelan por dentro tienden a esfumarse cuando se las llama por su nombre exacto, y ese nombre puede que nos lo dé un libro. El lector, que suele ser alma cabal y bien nacida, sabrá siempre agradecerlo, porque no se le escapa que pocas cosas hay más fáciles de soñar y más difíciles de hacer que un libro.
Y al fin, de todos los libros que hay en el mundo sólo habré leído unos pocos. La vida es pequeño recipiente para mar tan grande de sensaciones, pero quién sabe. Yo también imagino el paraíso bajo la especie de una biblioteca.
 
Luis Díez Tejón es escritor

Embrujado jardín. Antología 1970-2010, de Luis Alberto de Cuenca. Por Nieves Viesca. 21/07/2011

 

 
 
 
Embrujado jardín. Antología (1970-2010)
Luis Alberto de Cuenca
Ediciones Vitrubio.
Madrid, 2010.
 

 


 

 Publicada por Ediciones Vitruvio, Embrujado jardín. Antología (1970-2010) es un poético viaje subterráneo donde se recogen algunos de los poemas más representativos de toda la obra de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Doctor en Filología Clásica, ensayista, traductor entre otros de Homero, Eurípides, Calímaco de Cirene o Charles Nodier y, en otro tiempo, Secretario de Estado y director de La Biblioteca Nacional es, además, un poeta que ha pasado de la concentración inicial en los temas librescos, a una lírica de cotidianeidad orillando difícil sencillez con elegancia de maestro.

 

ADVERTENCIA AL LECTOR
 

Oyendo a Dinah Washington –son las diez de la noche 

de un veintitrés de octubre-, se me ocurre decirle 

al presunto lector de mi “literatura” 

que procure evitarla como se evita a un huésped 

molesto –un erudito, una rata en el baño-, 

y que si, por alguna razón que se me escapa,  

quiere seguir leyendo, que entienda lo que lee 

como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia 

y soledad.

 
 

En el prólogo de esta Antología su editor, Pablo Méndez afirma, con no poca admiración, que Luis Alberto forma parte de un grupo de escritores cuyo talento hoy resulta imposible en las nuevas generaciones y que cada día que pasa se hacen más valiosos y necesarios. Embrujado jardín ofrece al lector la sorpresa y el contraste entre la imaginación de Elsinore (1970-1971) y Cuanto sé de mí, poema perteneciente a El reino blanco (2006-2010).

  

“Tuve amor y tengo honor;  

esto es cuanto sé de mí”.

 

Hasta ese penúltimo poema de esta Antología el poeta, desde la ironía o la gravedad, grita susurros con Necrofilia; nos abre en renovados registros y fulgores una Caja de plata brinda, con la luz que ilumina otro sueño, el misterio que oscurece y alimenta lo popular en imaginativos referentes culturales a través de unas páginas donde el erotismo y la cualidad narrativa de sus poemas transitan entre hachas y rosas, fuertes y fronteras, sin miedo… ¿ni esperanza?

 

ABRE TODAS LAS PUERTAS 

  

 

Abre todas las puertas: la que conduce al oro,

 la que lleva al poder, la que esconde el misterio 

 

del amor, la que oculta el secreto insondable 

de la felicidad, la que te da la vida 

para siempre en el gozo de una visión sublime

Abre todas las puertas sin mostrarte curioso 

ni prestar importancia a las manchas de sangre  

que salpican los muros de las habitaciones 

prohibidas, ni a las joyas que revisten los techos 

ni a los labios que buscan los tuyos en la sombra, 

ni a la palabra santa que acecha en los umbrales. 

Desesperadamente, civilizadamente, 

conteniendo la risa, secándote las lágrimas, 

en el borde del mundo, al final del camino, 

oyendo cómo silban las balas enemigas 

alrededor y cómo cantan los ruiseñores, 

no lo dudes, hermano: abre todas las puertas. 

 Aunque nada haya dentro.


 

Atlas y abanico de verano, la poesía de Luis Alberto de Cuenca es ese embrujado jardín para el viajero que, desde un apartado rincón, cada noche desembarca sin luz en una mañana.

 

Nieves Viesca es escritora.

El jardín del niño perdido, por Javier Lasheras. 22/07/2011

 El jardín del niño perdido
 
Prueba irrefutable de que la novela inteligente y difícil de leer existe (exigente con el lector y bla, bla, bla, dicen por ahí) y que tiene su cabida en el negocio editorial —otro cosa es el tamaño, la disposición y la cuenta de resultados de cada empresa—es La agonía del pez tarado (Zahorí ediciones, 2011). Una novela que no deberá leer jamás nadie que sólo disfrute con los acordes cotidianos de los libros prefabricados, listos, ya, para el verano o la Navidad, ni tampoco aquellos lectores cuya sensibilidad se sienta herida por un quítame allá esas pajas o cuyas cervicales mentales rujan por unas cuantas consultas en el diccionario. Vaya por delante o por detrás que nada tengo en contra de tales entendimientos. Yo leo casi todo tipo de novela, aunque puestos a elegir prefiero la buena y dentro de ella, la mejor. Pero esto es harina de otro costal. A ver quién es el guapo que se pone a definir y luego a listar.
En cualquier caso, afirmo que Fonseca se da un garbeo mayúsculo por el campo elíseo de la literatura; plantea quince minutos de infarto, despliega un léxico precioso, sólo al alcance de escritores templados en la fragua de la paciencia y la virtud de la memoria literaria, una sintaxis fecunda o irreverente, según, pero eficaz, de vertiginoso fraseo, en largo pero embridado, exagerado cuando le apetece y mínimo cuando precisa. Sus personajes, Virgilio Vena, Orlandina, Elisenda, Libertario y tantos otros parece que hubiesen sido detallados con el talento de los maestros de Fabergé.
Punto y aparte se merecen el crepuscular punto de vista del narrador, así como su actitud, envuelta en una atmósfera fronteriza, la de la vida y la de la muerte. Súmese al reconocible estilo Fonseca, en ocasiones sólido en exceso, el equilibrio que aportan las relaciones entre la trama principal y sus partes, las peripecias, los argumentos vitales, los asuntos literarios, los desarrollos menores de conceptos como el de España, la Guerra Civil (aquella de hijos de puta de Aquí y de Allá), los norteamericanos… Estos sólo son pequeños ejemplos de una novela que grita con soltura a favor de una literatura compleja y sin complejos, densa como el aceite y clara como el agua.
La finura de este libro—insisto y advierto, sólo apto para quienes dispongan de tiempo para perder y un bagaje vital y literario amplios—expele una notable apuesta intelectual. Entre las muchas dudas que anida y los debates que plantea, el lector advertirá que esta novela habla principalmente de viejos chochos, arrumbados y a punto de palmar. Y como contrafuertes, los recuerdos, la memoria, el olvido y todo ese jardín en el que Fonseca se introduce como un niño perdido.
Ojalá que los lectores casi clandestinos de esta novela encuentren su hilo de Ariadna en ese zapato iluminado que tanto puede ser el cometa Joyce como, al fin, una palabra.
 
Javier Lasheras es escritor.

Manuel Vilas: “El amor a la vida es un dogma en mi literatura”. Por Lauren García (20/07/2011).

 

Manuel Vilas es un escritor torrencial que no admite las verdades enmascaradas en la existencia ni en la literatura. El poeta aragonés circula con soltura por los devaneos de la cuerda floja sondeando la gravedad del abismo. Amor. Poesía reunida, 1998-2010 reúne sus libros El Cielo, (2000), Resurrección (2005), XV Premio Jaime Gil de Biedma, y Calor (2008), VI Premio Fray Luis de León”, además de una muestra de sus primeras composiciones y poemas inéditos.

El trazo de la palabra de Vilas no se arruga para buscar la existencia en estado puro como un elixir salvaje en esencia. Su novela Aire nuestro (2009) fue significada por su frescura, originalidad y heterogeneidad. Toda su escritura transporta a una felicidad ebria que paladea el instante, sus versos asienten que “me encanta el flujo venenoso de las cosas y el beso raro de la luna”.  

 

 

—¿Escribe poesía para conocerse y reconocerse? 

 

No, creo que escribo por otros motivos, que tienen que ver con la exaltación de la vida y de la realidad, con el amor, con la existencia que llevamos, pero tal vez haya motivos que desconozco.

 

 —¿Condiciona mucho el factor biográfico su literatura?

Condiciona, sí, pero no creo que sea determinante. Mi vida sale en mis libros, eso es verdad. La opinión de los escritores sobre su obra es solo un punto de vista más. 

 

—¿Ha de tener una buena obra literaria un componente ácido?

No, en absoluto. La libertad de formas y tonos le sienta bien a la literatura, que siempre es plural y multiforme.

 

—Tiene su escritura un principio hedonista muy marcado…

Me gusta la vida. Debemos amar la vida siempre. Imagino que eso se nota mucho en mi literatura, es una especie de dogma interior a mis libros.

 

—¿Es bueno mitificar a los escritores a los que se admira

 Un poco sí. Demasiado puede ser aniquilador.

 

¿Ha de cobrar la literatura utilidad en estos tiempos nefandos?

Sí, por supuesto. La representación crítica de la realidad en un texto literario siempre será de utilidad pública.

 

Mañana, de Carmen Borja. 19/07/2011

Mañana
Carmen Borja
Editorial Icaria, junio. 2011
14 euros.

La hoja del ginkgo biloba, de Miguel Rojo. 13/07/2011.

 


 
 
La hoja del ginkgo biloba
Miguel Rojo
Editorial Difácil, Valladolid 2011.

Los ‘cuentos rusos’, de Francesc Serés, por Jorge Ordaz. 13/07/2011

Cuentos rusos

  

 
 
Cuentos rusos
Francesc Serés
Editorial Mondadori.
Barcelona, 2011

 
Los “cuentos rusos” de Francesc Serés
por Jorge Ordaz
 
No es nuevo, en el campo de la ficción, el recurso de atribuir a otro autor la paternidad del texto o textos que se presentan, pero en el caso de Cuentos rusos (Mondadori, 2011), de Francesc Serés (Zaidín, 1972), se da una vuelta de tuerca más a este artilugio literario. El libro constituye una antología de cuentos de diversos escritores rusos del siglo XX. La selección, la traducción y el prefacio corren a cargo de la especialista Anastasia Maxímovna. En una nota preliminar sobre la antología Serés nos cuenta cómo conoció a Maxímovna y su relación como lector de la literatura rusa contemporánea.  
Los autores seleccionados en el libro son cinco, dos mujeres: Ola Yevguénieva y Vera-Margarita Abansérev; y tres hombres: Vitali Koptkin, Aleksandr Vólkov y Iósif Bergchenko. De diferentes generaciones y tendencias, cada autor viene precedido por una nota bio-bibliográfica de pasmosa plausibilidad. Como dice Maxímovna, “todo es traducible, hasta la lengua, hasta la literatura.
Los cuentos de Serés recrean temas, historias y aspectos que van desde la fábula tradicional o popular hasta las paradojas de la Rusia postsoviética de nuestros días, pasando por los años revolucionarios y el período estaliniano del gulag y los planes quinquenales. Protagonista absoluto de los relatos es el pueblo ruso, a través de las vidas y destinos de sus gentes.
Como juego metaliterario Cuentos rusos funciona a la perfección; la inventiva y habilidad de Serés para recrear los distintos estilos de los autores antologados es más que notable. No lo es menos también la amplitud de registros empleados, que van del humor a la ironía, y del sarcasmo a la sátira. Como es natural en toda colección de relatos, unos están más logrados que otros, pero el nivel alcanzado en conjunto hace su lectura altamente recomendable.     
Cuentos rusos fue distinguido el año pasado con el Premio Ciudad de Barcelona y el Premio de la Crítica en narrativa catalana, viniendo a consagrar de este modo a Francesc Serés como uno de los narradores actuales con mayor proyección.  

 

Italian Splendor: el Nuevo Cine Italiano. Por José Havel (05/06/2011).

 

El protagonismo cinematográfico de Italia no debe reducirse solamente a esa etapa fundamental del Séptimo Arte que es el Neorrealismo. Puede decirse que la importancia del rol desempeñado por la cinematografía italiana en el concierto del cine mundial se desarrolla, hasta la fecha, en tres movimientos claramente definidos.

Ya en los mismos albores del cinematógrafo, el cine italiano arrojó como resultado un género genuinamente itálico llamado Colosal. Con “Los últimos días de Pompeya” (Luigi Maggi, 1908), “Quo Vadis?” (Enrico Guazzoni, 1912) o esa obra maestra del cine mudo que es “Cabiria” (Giovanni Pastrone, 1913), se plantó la semilla de la que germinó el espectáculo cinematográfico que hoy llamamos “superproducción”. Una grandilocuencia espectacular de la que luego bebieron directores como D. W. Griffith y Cecil B. De Mille, para mayor gloria de la no menos colosal industria de Hollywood.

Después de los fastuosos oropeles del Colosal, Italia abrió al cine las puertas de la modernidad con el Neorrealismo tras la II Guerra Mundial. Con su afán refundacional, anti-retoricista (y, por tanto, anti-espectacular), inconformista, testimonial y crítico, la escuela neorrealista provocó un cambio completo en el lenguaje fílmico, dando el primer golpe a la forma cinematográfica hollywoodiense. El hallazgo de la desconvencionalización del lenguaje del cine fue la demostración palpable de que era posible desarrollar una cinematografía sin grandes medios, posibilitando así la llegada de los países pobres a la expresión cinematográfica. Lo importante pasa a ser, pues, la búsqueda de la verdad, la correspondencia con la realidad. Filmes y directores de esta tendencia fueron “Ossessione” (Luchino Visconti, 1942); “Roma, ciudad abierta” (Roberto Rossellini, 1945), emblema por excelencia del neorrealismo que acaparó la atención del mundo hacia lo que estaba ocurriendo en las pantallas de Italia; “El bandido” (Alberto Lattuada, 1946); “Paisà” (R. Rossellini, 1946); “El limpiabotas” (Vittorio de Sica, 1946); “Alemania, año cero” (R. Rossellini, 1947); “La terra trema”(L. Visconti, 1948); “El ladrón de bicicletas” (V. de Sica, 1948); “Arroz amargo” (Giuseppe de Santis, 1948); “Strómboli” (R. Rossellini, 1949); “Milagro en Milán” (V. de Sica, 1950)…

Después del Neorrealismo, el tercer gran movimiento dentro de la aportación de Italia al concierto del cine mundial es el Nuevo Cine Italiano (en adelante, NCI), consecuentemente inscrito en el marco general de los denominados “Nuevos Cines” europeos (es decir, la Nouvelle Vague francesa, el Free Cinema  inglés, el Nuevo Cine Alemán, el Nuevo Cine Español y los Cines Socialistas de los países del Este), que conocieron su apogeo entre 1955 y 1975, aproximadamente.

No cabe duda de que el NCI parte de esa puerta del cine moderno que constituyó el Neorrealismo. De él heredó, entre otras cosas, el sentido del cine como servicio y fenómeno útil, en una lucha constante por ampliar los límites de expresión y libertad, potenciando el planteamiento crítico del filme frente a su dimensión espectacular. De ahí que, al margen de productos de consumo interior de escaso interés, el cine italiano de los años 60 y 70 sea una manifestación cultural incisiva en su función de testigo de su tiempo.

Pero entre los veteranos directores del neorrealismo y los autores del NCI ejercieron de puente dos poderosísimas personalidades fílmicas. Una es Federico Fellini con su inicial “neorrealismo místico” de “La Strada” (1954) y “Las noches de Cabiria” (1956), unos peculiares ropajes realistas que luego darían lugar a agudas críticas sociales, como “Los inútiles” (1953) o “La dolce vita” (1960), y a ambiciosos tour de force estilísticos a la manera de “Fellini 8 y ½” (1962), que derivarían en la brillante riqueza sugestiva de “Roma” (1972) o “Amarcord” (1973). La otra personalidad de tránsito influyente es Michelangelo Antonioni, de la mano de un refinado psicologismo sutil incardinado en una radical investigación estética basada en el plano secuencia en profundidad, la descompresión de la acción y la semantización del espacio vacío y los objetos, de la que pueden ser muestras ilustrativas “La aventura” (1960), “La noche” (1961), “El eclipse” (1962) y “El desierto rojo” (1964), penetrantes crónicas todas ellas de la alienación humana.

Y si el post neorrealismo de Fellini y Antonini significó una transición entre la decana escuela neorrealista y la primera hornada de realizadores del NCI, dentro de éste mismo hay estudiosos que gustan de distinguir –a efectos didácticos- dos promociones principales que de algún modo se dan paso entre sí.

La primera generación vendría integrada por autores como Francesco Rosi, Gillo Pontecorvo, Marco Ferreri, Ermanno Olmi, Valerio Zurlini, Damiano Damiani, Vittorio de Seta, Elio Petri, Pier Paolo Pasolini… En el segundo grupo significativo del NCI encontraríamos los nombres de Marco Bellocchio, Bernardo Bertolucci, Liliana Cavani, los hermanos Vittorio y Paolo Taviani o Ettore Scola.

El napolitano FRANCESO ROSI, firmante de “El desafío” (1959) protagonizado por el asturiano José Suárez, se destacó como cineasta comprometido dentro del cine de preocupación política con “Salvatore Giuliano” (1962), un filme-encuesta, a medio camino del documental y la ficción, en torno a las oscuras circunstancias en que murió el célebre separatista siciliano. La reflexión de cuestionamiento que sobre el sistema democrático llevó a cabo Rosi en “Excelentísmos cadáveres” (1976), la despliega también el versátil DAMIANO DAMIANI en sus filmes, no en vano por eso su obra fue profusamente utilizada por el franquismo en España, donde gozó de una gran resonancia con filmes como el áspero drama siciliano “El día de la lechuza” (1968) y el exitoso thriller “Confesiones de un magistrado” (1970), interpretada por Franco Nero. Aunque lo cierto es que Damiani ya demostró saber manejar la acritud desde su ópera prima “El lápiz de labios” (1960).

El interés por la política y la indagación en sucesos poco claros igualmente la despliega GILLO PONTECORVO en “La batalla de Argel” (1966), importante docume
nto colectivo de la guerra de independencia argelina protagonizado por el mismo Yacef Saadi; la anticolonialista fábula revolucionaria encabezada por Marlon Brando “Queimada” (1969); y “Operación Ogro” (1979), centrada en la reconstrucción del atentado de ETA que en 1973 le costara la vida al jefe del gobierno franquista, el almirante Carrero Blanco.

Otro realizador comprometido políticamente con la izquierda desde el cine de denuncia tan popular en la Italia de los 60-70, es el romano ELIO PETRI, cuyas obras más destacadas son la adaptación de la novela de Leonardo Sciascia “A cada uno lo suyo” (1966); la popular, polémica y oscarizada “Investigación sobre un ciudadano libre de sospecha” (1969); y “La clase obrera va al paraíso” (1970), título que confirmó aún más si cabe a Gian Maria Volonté como enseña del cine europeo de izquierdas.

El indefinible MARCO FERRERI había iniciado su carrera como director en España, de la mano de obras escritas por Rafael Azcona, como “El cochecito” (1960). Ese contacto con la cultura española orientó su mirada fílmica a través de la lente de lo grotesco, lo cual le lleva progresivamente a encaminarse, por medio de la exasperación de lo real, hacia la abstracción, que pone de manifiesto su filme de sketches “Marcha Nupcial” (1966), dando paso al cine desprovisto de conexiones de “Dillinger ha muerto” (1969), para transitar luego la versión italiana del angustioso caos bien organizado de Kafka en “La audiencia” (1971), antesala de la enorme notoriedad internacional de “La gran comilona” (1973).  

Otra figura de potente carisma del NCI es el célebre escritor y realizador PIER PAOLO PASOLINI, responsable, entre otras, de “Accatone” (1960), “Mamma Roma” (1963) y Porcilga (1969), que postulaban un “cine poesía” contrapuesto al “cine de prosa” de estirpe rohmeriana, mediante la reinvención estética de los destemplados ámbitos, tipos e idiolectos de la periferia suburbial de Roma, siempre bajo el despliegue de un ácido discurso contracultural. Su poética trata de continuarla su ayudante de dirección Sergio Citti en “Ostia” (1969), acudiendo al equipo humano e imaginario artístico del finado artista romano.

MARCO BELLOCCHIO es uno de los más controvertidos representantes del llamado realismo crítico, con filmes declaradamente militantes, como la negra sátira familiar “Las manos en los bolsillos” (1965) y la comedia anticlerical “En el nombre del padre” (1971). Junto a Bellocchio descuella BERNARDO BERTOLUCCI, si bien su caso resulta más complejo, interesante y valioso. Con 21 años firma un debut marcadamente pasoliniano en la forma, “La commare secca” (1962), que en romagnolo significa “la muerte”, el cual gira en torno al asesinato de una prostituta en un suburbio romano y la posterior reconstrucción del caso a cargo de las diversas versiones de los implicados en él. Pero del “cine poesía” pasoliniano de su inicio, Bertolucci bascula hacia un cine más cercano en lo teórico y lo político a Jean-Luc Godard con “Antes de la revolución” (1964). Esta obra, que lo sitúa como una de las más firmes promesas del cine mundial, fue un éxito rotundo cuando se estrenó en la Francia de 1968 –en plena revuelta estudiantil–, tal vez a causa de su sentido de anticipación al presentar un acertado retrato del intelectual burgués que no triunfa en su intento de rebelión contra su propia clase. Tras esta importante película Bertolucci nos daría nuevas muestras de su talento con “Partner” (1968), “El conformista” (1970), el legendario filme “El último tango en París” (1972) y ese magnífico fresco histórico titulado “Novecento” (1976), donde al magisterio de Pasolini y Godard añadiría el de Visconti.

No queremos dejar de mencionar tampoco en este somero repaso sumarial al NCI el filoneorrealismo psicologista del Valerio Zurlini de “La chica con la maleta” (1960), el lirismo lombardo de “El árbol de los zuecos” (1978) de Ermanno Olmi, el talante naturalista del Vittorio de Seta de “Banditi a Orgósolo” (1960) o “Padre, padrone” (1977), el violento drama rural de los hermanos Taviani.

 

Heroínas griegas al hispánico modo: Pandora y Medea según Lope y Calderón. Por Violeta Varela Álvarez (05/07/2011).

 

En el presente artículo se da cuenta de cómo algunos de nuestros clásicos, Lope y Calderón en concreto, realizaron una labor de recuperación y, si se me permite la expresión, reinserción, de los más oscuros arquetipos de mujer que Grecia legó a la historia occidental, a saber, Medea, a la cual Calderón dedicó El divino Jasón, mientras que Lope trataba su figura en El vellocino de oro, y Pandora, figura rehabilitada por Calderón en La estatua de Prometeo, entre otras. Es desde luego significativa la piedad y simpatía con que trataron ambos autores a tan demonizadas figuras femeninas. Pandora (nombre al que Calderón le otorga un nuevo significado etimológico: Providencia del tiempo) será fruto del efecto que el fuego divino produce sobre la estatua elaborada por Prometeo. Gracias al fuego, la imagen de Minerva cobra vida y la cobrará sin tener conciencia de su origen y sintiéndose terriblemente humana, ya que se verá enamorada de Prometeo y rechazada con horror por éste. Pero no es ésta la única novedad, sino que, además, el autor la liberará de toda culpa en el desgraciado episodio hesiódico de la urna. En la obra de Calderón la urna se la entrega a Pandora la Discordia, enviada por Palas. Pandora es la propia imagen de Minerva que cobra vida confusa y asustada, y a la cual Palas y la Discordia tenderán la trampa de la urna:

 

“¡Qué cuerdo!

Pues yo, por que mude asunto,

Pasando de uno a otro extremo

La cuestión, dejo la queja,

Y a lo que es lisonja vuelvo.

Tan agradecida estoy

Al no merecido obsequio,

Como antes dije, que en fe

De mostrar que lo agradezco,

He de repartir con todos

Los dones que incluye dentro

De sí esta dorada urna,

Que serán preciosos, puesto

Que encierra cuanto ostentaron

Aire, agua, tierra y eco;

Y así, en el nombre de todos,

Para irlos repartiendo,

La abro; mas, ¡ay infeliz!”

 

La Minerva / Pandora de nuestro clásico poco tiene que ver con la de Hesíodo: “¡Ay de quien nació milagro, para fallecer horror!”, y Calderón acaba regalándole un final feliz al personaje que tantos siglos de desprestigio había sufrido, con lo significativo del hecho de que Pandora representó siempre en cierta manera a todo el sexo femenino: acaba siendo amada por Prometeo, como era su deseo, y ambos salvados por Apolo. Dice Prometeo: “¿Quién el mío [el juicio] perturbó para que yo aborreciese a quien adorando estoy?”. Como dice Antonio Regalado en su maravilloso estudio de Calderón:

"Calderón ennobleció a Pandora, personaje que en Los trabajos y los días de Hesíodo sale de la forja de Hefesto por orden de Zeus como un ser con mente de perro y corazón de ladrón, al que Hermes dota de vergüenza, picardía y artimañas para ser enviada a los hombres como precio a pagar por el don del fuego que les ha regalado Prometeo. Este aspecto del mito no interesó mucho a los escritores latinos y está ausente en el tratado de Givanni Boccaccio De genealogía deorum gentilium, fuente de la mitografía renacentista, obra en la que Pandora aparece como hombre. Calderón se abrió camino hacia su reivindicación por medio de los padres de la Iglesia, quienes prestaron más atención a la figura de Pandora".

Veamos ahora, volviendo a Lope, si éste realizó una labor semejante con el personaje de Medea. Habrá que decir en primer lugar que, en mi opinión, las conclusiones acerca del tratamiento del personaje en manos de Lope habrá que sacarlas sobre todo de lo que el autor decide omitir en su comedia, teniendo en cuenta, y es algo en lo que no me puedo detener, que no desconocía ni la versión de Eurípides ni la de Apolonio de Rodas. En este sentido, a juicio de quien escribe, resultan sumamente significativos tanto el momento en que interrumpe el relato del Mito, como el final abierto de la obra. Podía haber acabado dejando a la pareja feliz en Yolcos, pero deliberadamente interrumpe la historia cuando los colcos van a comenzar la persecución de la nave en la que viajan Jasón y Medea, quizás, como apuntaré luego, porque llevar a la pareja hasta Yolcos suponía tener que mencionar a Apsirto.

La obra de Lope finaliza con la promesa de Fineo de contraer nupcias con Helenia a cambio de que Frixo construya una flota para el rey Eetes a imitación de la nave griega, para así poder dar caza a los Argonautas y a su hija. Para mí esto es señal de que Lope conocía perfectamente los acontecimientos que siguieron a la huída de la pareja, en concreto, el asesinato de Apsirto (hermano de Medea) a manos de Jasón pero instigado por ella, e incluso realizado por la propia hermana según otras versiones griegas como la de Eurípides.

Desde luego Lope lo tenía mucho más difícil que Calderón, ya que Pandora en la versión griega no dejaba de ser un producto, mientras Medea era un personaje que en el mundo griego gozaba de una gran autonomía. ¿Podía Lope integrar en su revisión del Mito el episodio de Apsirto, así como Calderón logró hacerlo con el episodio de la urna? En el tratamiento del mito de Pandora, recurrir a la estrategia del engaño era fácil, igual que en la versión griega le daban los adornos, ahora la Discordia y Atenea le hacían portadora de un regalo funesto para los hombres sin ser ella consciente. Cosa muy distinta ocurría en el caso de Medea, ya que la radicalidad de sus acciones como traidora a su patria, burladora de su padre y asesina de su hermano, o al menos instigadora, era una carga demasiado pesada como para justificarlo por intervención divina, y más cuando ni en la mentalidad griega ni en la mentalidad cristiana podía la apelación a la causalidad divina exonerar de toda culpa o responsabilidad a los hombres.

Eliminando toda referencia a las acciones homicidas de Medea sostengo que Lope pretende despojar a la heroína de la brutalidad de que ésta ha
cía gala incluso en la «amable» versión de Apolonio de Rodas. No olvidemos, además, que en el mejor de los casos la maldad de Medea responde siempre a algo que tiene que ver con Jasón, si no es éste incluso el que sale peor parado. Disculpar a Medea suponía también rehabilitar a Jasón, iniciador de la saga del Vellocino. Veamos el comienzo del canto cuarto de El viaje de los Argonautas:

“¡Sé tú misma ahora, diosa, quien cuente el fatigoso penar y los remordimientos de la joven cólquide, oh musa hija de Zeus! Porque a mí se me revuelve el ánimo cuando en mi interior perplejidad dudo si he de calificar de aborrecible caso de la fatalidad o si de fuga vergonzosa su marcha del país de los colcos”.

¡Qué gran diferencia empieza a aparecer en el canto cuarto con respecto a la doncella del canto tercero! Es cierto que sigue desesperada, desamparada y asustada, pero también es cierto que es capaz de hacer a Jasón proposiciones como la siguiente:

“¡Medítalo ahora, ya que es necesario planear también esto, después de haber cometido los otros hechos indignos; desde que cedí al desenfreno, y por influjo divino llevé a cabo mis perversos designios! Tú rechaza en el combate las lanzas de los colcos, que yo atraeré a aquél para que se ponga en tus manos. Engatúsale tú con brillantes regalos, por si le convenzo de que aleje a los emisarios, y que acuda él sólo a escucharme a mí sola, con mis ruegos. Entonces, si esta acción es de tu agrado, yo no me opongo, ¡mátale!; luego, ¡traba batalla contra los colcos!”

Y esto es, en definitiva, lo que Lope pretende evitar en su relato de los hechos interrumpiendo la obra en el punto en que lo hace: humanizar a un personaje que llevaba durante mucho tiempo encarnando lo peor de la concepción griega de lo femenino, independientemente de que, en mi opinión, autores como Eurípides no creo que estuvieran mirando a Medea bajo ese prisma de odio sino, muy al contrario, con un afán de comprensión e incluso de simpatía hacia el personaje, pero éste, desde luego, no es el tema del presente artículo.

Para comprender hasta qué punto se produce tal dignificación del personaje de Medea en Lope sólo habría que echar un vistazo a todas las obras no griegas que volvieron a tratar el tema. La sociedad occidental, hija de Grecia, quedó absolutamente fascinada por esa mujer homicida que no sólo destruyó su oikos originario, sino también el que ella misma había creado con su marido, y ya no habrá versión de Medea que no refleje ese terrible y brutal carácter, aunque se añadan gotas de comprensión, de justificación, o de exculpación.

 
 
 

 

Bibliografía

 

 
Calderón de la Barca, La estatua de Prometeo, Editorial Prometeo, Valencia, no figura el año de edición.
 
Lope de Vega, El vellocino de oro, Emiliano Escolar, Madrid 1977.
 
Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas, traducción de Carlos García Gual, Alianza Editorial, Madrid 1987.
 
Eurípides, Medea, edición de Francisco Rodríguez Adrados, CSIC, Madrid 1995.
 
Ovidio, Metamorfosis, Gredos, Madrid.
 
A. Pociña, «Tres dramatizaciones del tema de Medea en el siglo de oro español: Lope de Vega, Calderón de la Barca y Rojas Zorrilla», Medeas: versiones de un Mito desde Grecia hasta hoy, Universidad de Granada, Granada 2002.
 
J. M. de Prada Samper, «El mito de Jasón y Medea y el folklore», Medeas: versiones de un mito desde Grecia hasta hoy, Universidad de Granada, Granada 2002.
 
A. Regalado, «La estatua de Prometeo», Calderón, Destino, Barcelona 1995.