Buda, en la margen derecha del Danubio. Por Ángel García Prieto (25/XII/2009).

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El Danubio es para uno de los grandes poetas húngaros, Joseph Attila, el río “turbio, sabio y grande”, que a lo largo de sus siglos y de su dilatada carrera hacia la desembocadura en el Mar Negro ha llegado a saber tanta historia difícil y dura y de tantas invasiones, guerras y calamidades; pero también testigo de mucha grandeza, belleza, alegrías, arte, y sabiduría, como las de la “civilización danubiana” que casi llega a hacer realidad el sueño de la unidad centroeuropea con el Imperio Austro-Húngaro de Francisco José I. Y si “el Danubio enfila las ciudades como perlas”, al decir de Claudio Magris, lo hace de un modo magistral en el punto de encuentro de pueblos y geografías, allí donde se unen o se separan Europa Central, los Balcanes y el Mar Negro o si se prefiere el Oriente y el Occidente, el Norte y el Sur de Europa, en esa ciudad doble que unen los puentes, o en esos bellísimos puentes – Petöfi, la Libertad, Isabel, de las Cadenas, Margarita y Arpad – que hacen de tres ciudades una, la primera ciudad de Hungría: Budapest.

Las tres existían desde siempre, pero Buda fue sede real ya desde 1408 y sólo en 1873 se reúne con Óbuda y Pest para formar la única ciudad actual, que con su millón ochocientos mil habitantes es la capital del país magiar.  

 

La Colina del Castillo

En la orilla del río y a sesenta metros sobre su nivel, esta colina era un buen lugar para que hace ocho siglos decidieran construir allí la fortaleza, el palacio real y la iglesia más representativa de la ciudad. Y a su alrededor se fueron alzando los palacios de los nobles y cortesanos, se instalaran dependencias del gobierno de la urbe y diversos espacios públicos ornamentados. Hoy, esta ciudadela se presenta muy limpia y cuidada, tranquila para los peatones y con muchos atractivos turísticos para la visita de miles de forasteros.

Desde la placita de la Puerta de Viena, en la que ya se pueden ver monumentos como la Iglesia Luterana de Buda y el neogótico Archivo Nacional, de llamativos tejados de arcilla coloreada; al lado, otra plaza algo más amplia tiene las ruinas y la torre de la iglesia de Santa María Magdalena, de origen románico y que se abre también a otro museo, el de Historia Militar. De allí parte una de las vías más bonitas de la ciudad, la Calle de los Señores, con coloreados palacios de una o dos plantas, destruidos en el s. XVI por los turcos y en 1944 por los combates de la II Guerra Mundial, y rehechos en la década de los cincuenta del pasado siglo, con los detalles góticos, renacentistas o barrocos de sus orígenes. Varios de esos nobles edificios tienen una rica historia, alguno es un museo y todos sirven de elegante decoración para desembocar en la Plaza de Armas, donde se alza el monumento a los caídos en la revolución de 1948 contra los austriacos, frente a otro palacio y varias casonas de época.

Más allá se alzan las construcciones de la fortificación que rodean el Palacio Real, vasto edificio ajardinado de estilo neoclásico del XIX, con fuentes, estatuas, portadas y una gran cúpula, que entre otras dependencias alberga la Galería Nacional de Hungría, la colección más representativa de arte húngaro, y la Biblioteca Nacional Széchendy. Junto a los jardines de la blankentrada, está la estación de un elevador de cremallera que sube desde la plaza de Clark Adam, situada a la orilla del río, en la desembocadura del vistoso y elegante Puente de la Cadenas. Desde allí se contempla una de las más bellas perspectivas sobre el Danubio y Pest, en la orilla opuesta.

Al regresar hacia la puerta de Viena por la calle de Mihály Táncsis, se alza el monumento a la Santísima Trinidad, en forma de columna barroca, centrando la pequeña plaza del mismo nombre, en la que está el Ayuntamiento Viejo de Buda con su torre y al lado el hotel Hilton, discutido edificio que mezcla los restos góticos tardíos y barrocos de un antiguo convento con la añadida construcción reciente de líneas muy modernistas. A dos pasos está la plaza de Szentháromsag, que en la Edad Media era el mercado del pescado, con la mayestática figura del rey Esteban I a caballo, entre el Bastión de los Pescadores y la iglesia de Matías. El Bastión de los Pescadores es un monumento neorrománico, hecho en homenaje a la Cofradía de Pescadores, que decora la antigua muralla y sirve como otro mirador también sobre el Danubio y Pest. De la iglesia de Matías destaca una alta torre sobre el perfil urbano de Buda, que como el templo tiene un origen gótico del s. XIV; fue destruida en más de una ocasión, aunque conserva de su origen algunos paños de muros y parte de otra torre secundaria, en su reconstrucción neogótica tras la II Guerra Mundial. Sus inclinados tejados están recubiertos de cerámicas vidriadas multicolores, tiene un gran rosetón, vitrales, portadas y en el interior los muros y techos están completamente decorados con pinturas llamativas. Destaca, además de la imagen principal de la Virgen María Nuestra Señora, a quien está dedicado el templo – pues el nombre de iglesia de Matías se refiere al rey Matías Corvino que la amplió y enriqueció en el s. XV – la tumba del rey Bela III y su esposa.

La colina del Castillo tiene un subsuelo horadado por cuevas naturales calcáreas, corredores, mazmorras, almacenes y polvorines que constituyen un entramado de kilómetro y medio, en el que ahora se alberga y exhibe al público el Laberinto Prehistórico, con réplicas de pinturas rupestres europeas y el Laberinto Histórico, con personajes legendarios húngaros. Por otro lado, y como solución de salida al tráfico rodado de Buda hacia Pest por el Puente de las Cadenas, a mediados del s. XIX se hizo un túnel de trescientos cincuenta metros de largo por nueve de ancho y once de alto, que en su entrada por el lado del río tiene un pórtico neoclásico elegantísimo. No lejos de la otra boca del túnel, en un acceso peatonal de largas escalinatas a la colina por su parte occidental, está la calle Mikó, donde vivió uno de los novelistas húngaros más conocidos en la actualidad: Sándor Márai.

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