Literatura y Rock: Condenados a entenderse

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“La literatura es mi religión, pero el rock´n´roll es mi adicción” (Elliott Murphy)

Invitados por la Asociación de Escritores de Asturias que con tan buen tino ha dirigido los últimos seis años Javier Lasheras, debatimos sobre “Literatura y Rock” dentro de las VI Jornadas de Escritores, bajo el título “Otras Miradas”. Comparto mesa con el emergente escritor ovetense Ignacio Del Valle, el músico Toli Morilla y el periodista de “El Mundo” Quico Alsedo, moderados por el también escritor Rubén D. Rodríguez, todos ellos con el suficiente bagaje como para que el debate sea de lo más fluido. No esperen conclusiones, pero sí el haber conseguido en una muy amena hora desterrar muchos mitos y fantasmas que deambulan en el espacio que separa ambas disciplinas. El público presente en la Biblioteca Pública de esa preciosa y acogedora villa que es Pravia –formado mayormente por escritores- participa mucho más de lo esperado con varias preguntas y uno tiene la sensación que esos mitos y fantasmas se van superando a medida que pasan los años y el rock va creciendo del revoltoso pequeñajo que era en los cincuenta al atractivo maduro que es hoy.
Mientras preparaba, semanas atrás, esa mesa, no pude evitar releer un estupendo artículo que aparecía en esta misma revista en su número 121 de octubre de 1996 titulado “El gran timo de la literatura rock”. Muy divertido, incordión, aunque demasiado extremo en su provocativo intento desmitificador, con errores y aciertos notables, pero interesante al máximo, no puedo resistirme a pasárselo al que luego moderará la mesa, mi buen amigo y escritor Rubén D. Rodríguez. Rock y literatura están condenados a entenderse (como afirmo en este título) porque son muchos los aspectos en los que ambas disciplinas pueden enriquecerse el uno de la otra. Está claro que a la poesía, las letras de las canciones de rock le han aportado temas y giros que antes apenas habían esbozado. Pienso en las letras de la Velvet Underground y en todo su contenido sobre la vida más oscura y underground, las drogas, la marginalidad y otras situaciones donde ese aporte ha teñido a generaciones de poetas posteriores, pero también en Patti Smith, Tom Waits, Leonard Cohen… Curiosamente, muchos pensarán en la musicalidad de las letras, pero creo que quizás eso ya es inherente a la propia poesía, que, si nos remontamos a sus orígenes, procedía de los juglares, por ejemplo. Es decir, entre la poesía y el rock se produce un viaje de ida y vuelta, un permanente trasvase, del que, claro, quizás debiéramos excluir los excesos del denominado spoken word. Me remito al citado artículo de esta misma revista, que ya da suficiente cera. En el extremo opuesto, recomendaría una fenomenal publicación titulada “La Poesía del Rock” que publicó Litoral en 1989 y cuya lujosa edición está agotada, por lo que sólo en segunda mano o en bibliotecas podrán consultarla quienes no la posean. Merece la pena el esfuerzo de búsqueda y adquisición, y no estaría mal que la propia Litoral se plantease una segunda parte del mismo.
La prosa nos presenta un doble aspecto: el rock como temática y la autoría de rockeros como narradores. Si hablamos del rock como temática, es necesario referirse al nombre que, probablemente, ensombrezca a otros muchos que han seguido el camino abierto por él. Me refiero a Nick Hornby. Acostumbrados a que el rock sea tratado desde una serie de tópicos difíciles de eliminar, “Alta Fidelidad” (Anagrama, 19xx) aportó argumentos a aquellos a quienes el rock nos ha cambiado la vida y ha hecho que constituya uno de los ejes sobre los que se mueve la misma. Precisamente de tópicos hablaba este verano pasado con uno de los directores de esta revista, Jaime Gonzalo, frente a un tremendo chuletón de buey, unos sabrosos centros de bonito y un sorprendente queso frito bien regado por un profundo Conde de Valdemar y con la espléndida visión que de Oviedo se tiene desde el monte Naranco: El rock permanece envuelto en una espiral de tópicos que tratan de eludir la propia ignorancia que, aún hoy, se tiene de toda su cultura. Y dentro de los tópicos rock está el del crítico musical como una especie de ratón discográfico que reúne en su mente millones de archivos musicales con los que poder epatar a los no iniciados. Su vida se resume como una especie de guardián-garante de la ortodoxia y vaya a usted a saber qué otras tonterías donde, claro está, muchos se sienten a gusto. En el estupendo (y poco habitual) día agosteño que nos brinda la capital de Asturias, de lo que menos tiempo tenemos ambos es de hablar de rock, aunque, por supuesto, sí formase parte de algunas de nuestras conversaciones. Nuestras vidas se nutren de otros aspectos y, básicamente, nos gusta vivir la vida, nuestra vida. No permanecemos encerrados entre nuestros discos como si fuésemos unos jodidos ratones de discoteca. Valga este ejemplo para aplicarlo al campo de la literatura y donde Nick Hornby aporta otro estupendo grano de arena “31 Canciones” (Anagrama, xxxx), donde son las propios temas musicales los que actúan como resorte para sugerir historias. Es este un campo abierto que se presenta con un montón de indudables posibilidades y en el que Hornby se muestra como un pionero a mejorar. Asistimos, asimismo, a la interacción entre escritores y rockeros: Benjamín Prado es un declarado fan y, casi diría, erudito de Bob Dylan, por poner un ejemplo en lengua española. Por su parte, son muchos los rockeros que han hecho sus pinitos en el mundo de la prosa: Entre los afortunados está el caso especial de Leonard Cohen, quien fue cocinero antes que fraile y Elliott Murphy o Nick Cave que, digan lo que digan, consiguió una cuando menos interesante (y densa, muy densa) novela con su “Y el asno vio el ángel”, los desafortunados los encabeza Bob Dylan, seguido de cerca por John Lennon y Henry Rollins. En lengua española tenemos a Sabino Méndez haciéndose un hueco editorial, lo mismo que Nacho Vegas (¡segunda edición para su “Política de hechos consumados” a través de una pequeña editorial!) y Javier Corcobado que ya poseía dos libros de poesía y que se estrena como narrador con “El amor no está en el tiempo” (Tropismos, 2005). Caso especial es el Juan Alberto Martínez, componente de Niños Mutantes que ha establecido un puente entre los trabajos discográficos de su grupo y la obra poética “Manual de autoayuda”.
En cualquier caso, uno piensa que todos esos puentes resultan enriquecedores siempre que se aborden de una perspectiva que huya de posturas forzadas, de un reverente respeto al hermano mayor (el rock de la literatura) o como un convencional y superficial adorno coyuntural (la literatura en relación al rock).
MANOLO D. ABAD 

Publicado en la revista "Ruta 66" en el número 239 de febrero 07.

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